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Nuestro espejo negro
Qué dice la serie Black Mirror sobre los cambios tecnológicos y humanos, las realidades y las apariencias y los futuros no tan lejanos. Por Diego Faraone para Brecha.
Es verdad, no es una serie apta para todos. Hay que estar preparado para asistir a historias dolorosas o directamente terroríficas. Corresponde preparar la mente y el estómago ya que, al igual que con los viejos episodios de La dimensión desconocida, el retrogusto suele ser particularmente amargo. Pero uno de sus atributos es que cada uno de los episodios es unitario, independiente de los demás, así que, asesorándose, uno podría ver sólo los mejores, sin necesidad de seguir un orden ni estar atado a una continuidad. A quienes quieran acercarse a la serie sin necesidad de verla en su totalidad, este cronista les recomienda especialmente los insuperables episodios “15 millones de méritos”, “Oso blanco”, y “Blanca Navidad” (todos ellos muy pesadillescos).
Hasta ahora la serie contaba sólo con siete entregas, distribuidas en dos temporadas y un especial de Navidad. El promedio era excelente, con solamente un episodio fallido –“El momento de Waldo” tenía un tono panfletario y aleccionador inédito–. Ahora pasó algo extraño y sumamente particular: la serie pasó a ser producida y emitida por Netflix, lo que genera ciertas inquietudes; ya salió una tercera temporada de seis episodios y para el año que vienen saldrán otros seis. Es decir, en dos años prácticamente se duplicará el número de episodios. ¿Black Mirror producida en cadena? El riesgo de la repetición o la caricatura parecería inevitable. Como sucede justamente con el rebelde inconformista de “15 millones de méritos”, el riesgo de ser fagocitado por el sistema y volverse funcional a él parece muy real.
Y de hecho los primeros tres episodios de esta tercera temporada flaquearon en este sentido: parecerían hechos en piloto automático, con guiones no demasiado trabajados y unos cuantos lugares comunes; “Nosedive”, dirigido por el muy ampuloso británico Joe Wright, cuenta con una premisa notable –la gente asciende o desciende socialmente según las “puntuaciones” que los demás le otorgan–, pero se vuelve predecible en su desenlace. “Playtest” explora el realismo de los videojuegos y la búsqueda de experiencias extremas, pero lo hace sin demasiado contenido, y en “Shut Up and Dance”, el más flojo de todos, se plantea la idea del chantaje virtual, con un desarrollo sumamente inverosímil.
Pero a partir de aquí las cosas mejoran radicalmente: “San Juniperio” es seguramente el episodio más original de esta nueva temporada, presentando un vínculo lésbico que aparenta ambientarse en la California de los años ochenta, y que va introduciendo elementos completamente desconcertantes, saltos en el tiempo, realidades difusas que acaban planteando una sorprendente reflexión sobre la muerte en vida y la tecnología al servicio del hedonismo. “Man Against Fire”, por su parte, es brutal: un escuadrón de soldados se adentra en territorio hostil, infestado de mutantes, y refiere a la creciente despersonalización de la guerra y la construcción mediática de “monstruos” en el enemigo a diezmar. Por último, el episodio más largo hasta hoy –prácticamente un largometraje, de 89 minutos–, “Hated in the Nation”, es un maravilloso thriller policial en el que truculentos asesinatos son perpetrados por un enemigo impensable. De trolls informáticos y de la irresponsabilidad que promueven ciertas plataformas de anonimato refiere la que seguramente sea la mejor película –por qué no– de ciencia ficción del año. Corresponde armarse de valor, y verlos de una buena vez.
En los años ochenta la ciencia ficción imaginó un futuro de autos y skatesvoladores, championes climatizados que se atan solos, casas inteligentes, cíborgs y robots por doquier. Nunca llegamos a eso, y a simple vista nuestra cotidianidad parecería no haber cambiado demasiado: seguimos tomando ómnibus destartalados que funcionan a gasoil (salvo honrosas excepciones), compramos verdura en la feria, continuamos defecando en inodoros cuyos mecanismos siguen tan rudimentarios como los de hace cien años y, por lo general, nuestros cuerpos carecen de implantes cibernéticos. Los cambios tecnológicos que nos tocó vivir fueron terriblemente drásticos, pero ocurrieron en una línea que nadie podría haber previsto. Nadie fantaseó sobre un mundo de multitudes encorvadas sobre celulares, nadie imaginó Internet y redes sociales, palos para selfies, Tinder y sexo virtual. Pero acá están.
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De la idea al audio: taller de creación de podcast
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De la idea al audio: taller de creación de podcast
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Modalidad: presencial y online por Zoom
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Docente:
Mariano Randazzo, comunicador y realizador sonoro con más de 30 años de experiencia en radio. Trabaja en medios comunitarios, públicos y privados. Participó en más de 20 proyectos de podcast, ocupando distintos roles de producción. También es docente y capacitador.




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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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