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Por una ética radical de la igualdad

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Por Ezequiel Adamovsky. ¿Qué es ser anticapitalista hoy? Está dicho: la de izquierda es una identidad en crisis. La recomposición de un movimiento de emancipación radical supone, entonces, un examen crítico de nuestro propio legado. Puestos en esa tarea, no tarda en comprobarse que una las carencias más grandes de la tradición de izquierda quizás sea la de una dimensión ética de la acción política.
El siguiente texto intenta analizar los motivos por los cuales hemos heredado esa carencia, y los efectos del vacío ético en las prácticas concretas. El ensayo recorre algunos momentos clave en la historia de los vínculos entre pensamiento moral y política emancipatoria, incluyendo el rechazo del primero por parte de la tradición marxista y algunos intentos posteriores de readmitirlo. Se postula asimismo la imperiosa necesidad de anclar toda voluntad militante en una ética radical de la igualdad, capaz de orientar nuestras acciones en un sentido claramente emancipatorio.

La izquierda radical –marxista, comunista, guevarista, socialista, anarquista, autonomista, trotskista, maoísta, leninista, etc.– procede, más allá de cualquier diferencia doctrinaria, de un impulso primario compartido: el deseo de vida en común, entre iguales, en una sociedad libre de opresión y explotación. Esa es su verdad histórica permanente.
Las ideas de izquierda, sin embargo, han tenido y tienen otros usos, que se apartan de aquél impulso fundamental, y en ocasiones pueden incluso contradecirlo. Si uno examina los motivos implícitos que estuvieron por detrás de los discursos izquierdistas en el pasado, pronto aparecen usos que son claramente ideológicos. Y lo son en el sentido marxista de la expresión: discursos izquierdistas cuya función es la de enmascarar o canalizar voluntades de poder que no quieren o no pueden expresarse abiertamente. Una función implícita tal subvierte, consciente o inconscientemente, la vocación emancipatoria primaria que dio origen a las ideas de izquierda.
Tomemos algunos casos históricos. Las ideas del socialismo, del comunismo o del marxismo, por ejemplo, han sido utilizadas en varios momentos del siglo XIX y XX por su capacidad para demoler el individualismo liberal. La crítica de la atomización de la sociedad y del imperio del egoísmo que produce el capitalismo liberal encuentra en el arsenal del pensamiento de izquierda armas poderosísimas. Pero esas armas no han sido utilizadas, en ocasiones, para alimentar un proyecto emancipatorio, sino simplemente para justificar un proyecto político de homogeneización forzada de la sociedad detrás de alguna bandera política. Ya que el individualismo erosiona la vida colectiva, de lo que se trata en estos casos es de apuntar a una restauración autoritaria de una colectividad nacional (con o sin propiedad privada o mercado, eso es lo de menos). Pueden citarse varios ejemplos de este tipo de usos de las ideas de izquierda: el fascismo de Mussolini comenzó, como es sabido, en las mismas filas que el socialismo revolucionario italiano. El itinerario del Duce no fue de ningún modo único: es similar al de otros socialistas como Sorel y al de decenas de referentes intelectuales de izquierda en todo el mundo. El antiguo Partido Comunista de la URSS es hoy una agrupación nacionalista, antiliberal y antisemita, que sin embargo conserva, del ideario comunista, bastante más que el nombre. En todos estos casos, de las ideas izquierdistas se toman sólo los elementos “convenientes” como el culto al Estado fuerte, la subordinación del individuo a las necesidades del colectivo, la crítica de la democracia liberal, etc. En el camino quedan, sin embargo, los ideales más claramente emancipatorios: los de igualdad, autogestión, cooperación, solidaridad, libertad.
A veces en combinación con el anterior, otro uso ideológico de las ideas de izquierda ha sido el del marxismo como “ideología de la modernización”. Ya presente en el propio Lenin, cuando argumentó que el socialismo es “soviet más electrificación”, este uso alimentó el discurso autojustificatorio de varias dictaduras, desde la de la elite china que encabezó la restauración del capitalismo, hasta la de teóricos del “socialismo africano” como Julius Nyerere o tiranos en nombre del “socialismo científico” como el somalí Siyad Barre. Nuevamente en este caso, del ideario del marxismo se seleccionan sólo las ideas de un Estado planificador fuerte (apoyado en una unanimidad forzada por debajo), el imperativo del desarrollo de las fuerzas productivas, y la crítica de la burguesía y del liberalismo en nombre de una igualdad que se restringe al plano puramente económico.
Otro uso ideológico del ideario de izquierda, relacionado con el ideal de la “modernización”, es uno que existió, en proporciones variables, en los movimientos socialistas de todo el mundo. Se trata de ese “anticapitalismo de clase profesional-gerencial” del que hablan Barbara y John Ehrenreich, que más que a la emancipación de los trabajadores apuntaba a un mundo dirigido “científicamente” por la élite de “los que saben”. De la mano del marxismo, la propiedad privada se hace objeto de crítica, pero en nombre de un ideal implícito de gerenciamiento técnico-burocrático de la sociedad. En el camino quedan, nuevamente, la autogestión, la libertad, y la autonomía del todo social cooperante.
Finalmente, existen usos ideológicos del ideario de izquierda en un sentido inverso. En lugar de emplearse como justificación de la homogeneidad social, del dominio científico de una vanguardia/burocracia, o de un Estado fuerte, se lo utiliza como máscara del individualismo más radical. Se trata del izquierdismo de muchas personas o pequeños grupos de “anarquistas” o “autonomistas” (o como quiera que se nombren), que toman de la tradición de izquierda su rechazo a la opresión, al Estado y a la autoridad en general, pero sólo para reclamar para sí mismos el derecho a actuar según su propia voluntad (privada), sin rendir cuentas ante nada ni nadie. En este caso, el izquierdismo funciona como un barniz “estético” y un “estilo de vida” que justifica una actitud tanto o más egoísta que la de cualquier burgués, y con frecuencia mucho más elitista en su desprecio por la gente “común”.
Agreguemos ahora algunos de los efectos históricos de las ideas de izquierda en la práctica: los crímenes de Pol Pot y Sendero Luminoso; el GULAG y la masacre de Tiananmen; la represión de compañeros de izquierda en nombre del socialismo dondequiera que un partido (único) haya tomado el poder; la manipulación “vanguardista” de los demás y esas innumerables pequeñas muestras cotidianas de mutua hostilidad y de “totalitarismo interno” que todo el que ha pasado por un partido o grupo izquierdista conoce. Todo esto en nombre de las ideas de izquierda.
¿Cómo es posible que ideas tan sublimes convivan con usos y con efectos tan contradictorios? ¿Cómo sucede que ideas de izquierda se conviertan con tanta frecuencia en puerta de acceso a prácticas de derecha?

Ideas sin ética

Si el humanismo implícito de las ideas de izquierda se ha mostrado tantas veces ausente en sus prácticas, esto se debe a que la tradición de izquierda, al menos en sus vertientes hegemónicas, ha carecido de una dimensión ética. Más aún: ha expulsado activamente de su política cualquier preocupación por la valoración ética de las acciones.
Reducido a su formulación más sencilla, el problema de la ética es el de establecer criterios que nos ayuden a definir qué comportamientos o acciones son buenos, y cuáles son malos (y por ello deben evitarse). Toda ética suele incluir, explícita o implícitamente, la noción de una responsabilidad de las acciones, es decir, frente a qué o quién debo responder moralmente por lo que hago o dejo de hacer. También suele incluir –casi siempre implícitamente– alguna provisión “situacional” que determine en qué contextos específicos es legítimo no respetar el código general. Tomemos por ejemplo el cristianismo: su ética, formulada explícitamente en los Diez mandamientos y en la doctrina de los pecados, emana directamente del criterio divino; es eterna y está más allá de las opiniones cambiantes de los hombres. Quien viole ese código debe responder ante Dios (más allá de que la Iglesia o el poder temporal puedan también, mientras tanto, castigar o perdonar acciones). La presencia pastoral de Dios, cuya mirada es capaz de escrutar hasta el último rincón del alma, funciona como guardián y garante de un comportamiento ético por parte del rebaño. Como sucede con toda ética, en su práctica concreta la ética cristiana incluye provisiones ad hoc para hacerla más flexible ante situaciones extremas. A pesar de los mandamientos, no cuenta como pecado mortal matar a alguien en legítima defensa, o robar una manzana para no morir de hambre.
¿Cómo se orienta la izquierda a la hora de tomar decisiones políticas, desde las grandes líneas estratégicas de un partido, hasta las acciones cotidianas de un militante? ¿Qué código de comportamientos legítimos manejamos, y ante qué o quién respondemos por lo que hacemos u omitimos?
Nunca ha dejado de sorprenderme el rechazo visceral que manifiesta mucha gente de izquierda respecto de la ética. Incontables veces he visto a compañeros pegar un respingo cuando, por algún motivo, escuchan a alguien utilizar un vocabulario que remite al universo moral. Si por necesidad tienen que discutir acerca de faltas en el comportamiento de alguien, aclaran siempre que “no se trata de una cuestión moral”, como si hablar de cosas que están “bien” o “mal” no fuera propio de alguien de izquierda. Y aunque mucha gente de izquierda se cuenta entre los seres más altruistas, bondadosos y caritativos que uno pueda encontrar en este mundo, a la mayoría sin duda le incomodaría ser considerado una persona “bondadosa” (adjetivo que, para el universo cultural de la izquierda, suele evocar rasgos de “debilidad”).
Esta extraña contradicción en la cultura militante se debe a que la izquierda ha rechazado toda la problemática de la valoración moral de los comportamientos, reduciendo la ética, por así decirlo, a una mera “lógica”. Así, las acciones y conductas no se orientan sobre la base de lo que pudiera considerarse “bueno” o “malo”, sino a lo que es “correcto” o “incorrecto”. La medida de la “corrección” no es, sin embargo, definida por una ética, sino por su correspondencia con una verdad política conocida: una acción correcta es aquélla que sigue la línea de una política correcta. A su vez, se establece que una línea política es “correcta” no mediante un ejercicio de valoración ética, sino en virtud del conocimiento de una verdad (por ejemplo, el sentido en que apuntan las “Leyes de la historia”, los dictados de la “conciencia de sí”, los postulados expresados en algún libro canónico de Marx, Bakunin, etc.). Una acción que empuja en el sentido de la Historia –por ejemplo, inducir a que un grupo de jóvenes se sume a una acción directa ocultándole deliberadamente información sobre sus posibles consecuencias– puede ser considerada “correcta” independientemente de que sea éticamente reprobable. Lo que importa no es que la acción sea correcta porque es “buena”, sino porque es o podría resultar “efectiva”.

El destierro de la ética

No hay, sin embargo, nada necesariamente reñido entre ética e izquierdismo. De hecho, pueden encontrarse rastros de una gran consideración por la dimensión ética en el (mal llamado) “socialismo utópico” del siglo XIX y en varias corrientes minoritarias dentro de las tradiciones socialista y anarquista. Para el anarquismo de Kropotkin, por ejemplo, resultaba crucial apoyarse en una ética de nuevo tipo, que escapara de preceptos religiosos o metafísicos, y que diera “un Ideal a los hombres” para “guiarlos en la acción”. Preocupado por el amoralismo que solía derivarse en sus días del liberalismo, del darwinismo o de las ideas de Nietzsche, Kropotkin trabajó intensamente para escribir un tratado sobre ética entre 1904 y su muerte (1921). Buscaba postular una ética de la solidaridad y demostrar que era universal, en la medida en que emanaba de la sociabilidad natural de los hombres (incluso de los animales) y del impulso de la “ayuda mutua”. Una preocupación similar se hace visible también en el “socialismo cristiano” de Tolstoi, que se había convertido en un verdadero movimiento de masas a principios del siglo XX. De las enseñanzas de un Cristo desdivinizado, Tolstoi derivaba mandatos éticos generales (desvinculados de cualquier religiosidad) que no sólo debían orientar la acción política, sino que prefiguraban el mundo deseado: amor por el prójimo, humildad, perdón de las ofensas, etc.
La tradición marxista, sin embargo, se opuso enérgicamente a cualquier discurso ético. El propio Marx desdeñaba esa preocupación como algo irrelevante: en el Manifiesto Comunista la consideró una distracción que dificultaba la comprensión de las bases materiales de las penurias sociales, y en La ideología alemana llegó a sostener que “los comunistas no predican ninguna moral en absoluto”. Recientemente algunos estudiosos de su obra han sugerido que el rechazo de la ética por parte de Marx obedecía tan sólo a la necesidad “táctica” de marcar una diferencia en los debates con otras corrientes de la época, y que en realidad el marxismo es un humanismo que, como tal, contiene una fuerte ética implícita. Como quiera que sea, incluso esos autores reconocen que la actitud de Marx marcó profundamente a la tradición marxista, que se mantuvo desde entonces hostil hacia cualquier discurso ético (con la excepción de una vertiente marginal de “marxismo ético” representada por autores como Ernst Bloch, Herbert Marcuse, Erich Fromm, Henri Lefebvre, o Mihailo Markovic). Karl Kautsky, el teórico principal del marxismo de la Segunda Internacional, dedicó su libro La ética y la concepción materialista de la historia (1906) a sostener que el progreso histórico obedece a leyes que poco tienen que ver con los ideales morales. Por ello, opinaba, los socialistas debían buscar orientación para la acción en “la ciencia, que se ubica siempre por encima de la ética”. En su artículo “Táctica y ética” (1919) Lukács coincidió con Kautsky en que las decisiones de táctica política deben responder sólo ante el tribunal de la historia: si están en sintonía con “el sentido de la historia mundial”, son por ello acciones “correctas” y, por eso mismo, necesariamente “éticas”. Podrían encontrarse muchos otros ejemplos. Lo que importa para nuestros propósitos es que este tipo de reducción de la dimensión ética a un mero problema de “lógica” o de conocimiento de lo que es correcto o incorrecto respecto de supuestas Leyes de la necesidad histórica, se tradujo en la práctica –no sólo entre los marxistas, sino entre los izquierdistas en general– en el borramiento de todo sentido de responsabilidad personal, y en el típico principio según el cual “el fin justifica los medios”.
Dentro de la propia tradición marxista hubo reacciones tempranas en contra de esa alianza entre política y “ciencia” que dejaba afuera la ética. En Religión y socialismo, un notable libro escrito en 1907, hoy olvidado, Anatoli Lunacharski –quien pronto formaría parte del primer gobierno bolchevique– se propuso complementar esa “austera, modesta y árida filosofía” del marxismo, con una estética y con una ética o “ciencia de las valoraciones”, de las que hoy carece. En efecto, Marx y Engels se ocuparon de “conocer” el mundo; pero “la relación total del hombre con el mundo sólo se cumple cuando sus procesos son no sólo conocidos, sino también valorados”; la acción “sólo surge del conocimiento y de la valoración”. La ciencia no se preocupa por las cuestiones del corazón: responde a las preguntas “cómo y por qué”, pero no se ocupa de si “es bueno o es malo”. La religión, por el contrario, responde a estas cuestiones y apunta a una conclusión práctica: “constata la presencia del mal en el mundo” e “intenta vencerlo”. Es por esa función de valoración ética y estética del mundo que Lunacharski sostiene que el socialismo debe “imitar” a las religiones (más allá, por supuesto, de sus elementos teológicos y dogmáticos) y convertirse en una verdadera cosmovisión.
Resulta interesante la relación que Lunacharski traza entre la dimensión ética y el problema de la hegemonía. Está claro que el socialismo es la causa del proletariado, pero ¿es también un bien desde un punto de vista moral para la humanidad toda? Los marxistas ortodoxos –se queja Lunacharski– rechazan la pregunta, porque les alcanza con que sea correcto sólo para el proletariado (el socialismo, dicen, no es una fe que busque prosélitos fuera de la clase obrera). Sin embargo –continúa nuestro autor–, esa es una concepción limitada: el proletariado necesita conseguir “la hegemonía ideológica” si quiere acceder al poder (cosa que no podría hacer si está solo contra todos). Para conquistar las simpatías de los no obreros, concluye, es necesario que el socialismo se presente como un ideal de altura para toda persona que no esté corrompida por sus intereses de clase.
La postura de Lunacharski fue rechazada por prácticamente todos sus contemporáneos, de modo que el marxismo, a su pesar, siguió siendo una “árida filosofía” desprovista de dimensión ética. Y, sin embargo, aunque sin teorizarse explícitamente en el plano doctrinario, la tradición de izquierda no ha carecido de una “cultura militante” implícita, que valoriza algunas cosas más que otras. Presente menos en sus libros que en sus prácticas, algunos de los valores implícitos de la izquierda derivan de su alianza con la ciencia y del consiguiente rechazo de la ética. Por ejemplo, pocas tradiciones políticas han valorado tanto la inteligencia, el estudio, los autores canónicos, y la teoría como guías para la acción. Pocas han premiado tanto las “virtudes” de la intransigencia, la ortodoxia, la firmeza, o la incondicionalidad en la adhesión a una organización, un filósofo, o un programa. Contrariamente, es notable en la cultura de izquierda el “castigo” de otras condiciones que, desde un punto de vista alternativo, podrían ser consideradas “virtudes”: la bondad, la flexibilidad, la capacidad de negociación, la disposición al diálogo y al consenso, el respeto del otro, la duda. Rechazado en el plano teórico, existe sin embargo en la práctica de la izquierda un mundo moral implícito que distingue claramente entre “justos” y “pecadores”.
Está visto: el tipo de “virtudes” que la alianza entre socialismo y ciencia estimula son precisamente aquéllas que más dificultan la cooperación entre iguales. Al orientar sus acciones de acuerdo a los mandatos de una Verdad trascendente (extraída de la ciencia, del conocimiento de supuestas Leyes de la historia, o de algún libro canónico), la izquierda se hace impermeable al prójimo. Y lo hace en un doble sentido: por un lado, volviéndose sorda a las simples “opiniones” de los legos (es decir, de aquellos que no han demostrado un manejo de esa Verdad) y por ende poco dispuesta a acordar con ellos; por el otro, rechazando implícitamente toda responsabilidad frente al otro. Bajo el amparo de la Verdad, la izquierda se hace inmune al juicio de los demás. Retirada de este modo del mundo de los iguales, adopta ese típico aire autosuficiente y de altiva condescendencia respecto de los otros, y ese estilo vanguardista perceptible incluso entre aquellos que se declaran contrarios a toda vanguardia (pero se sienten, de todos modos, “iluminados” por su propia Verdad). Se llega así a esa paradoja que señalara hace ya más de doscientos años Jean-Jacques Rousseau, en una de esas frases irónicas y cargadas de verdad que gustaba lanzar contra algunos de sus colegas filósofos. Cuestionaba él entonces a quienes dicen amar a la Humanidad, pero sólo para no sentirse en la obligación de amar a algún humano en particular. La crítica de Rousseau sirve todavía hoy para ilustrar la tragedia de una izquierda sin ética.

El comunismo como ética (inmanente) de los iguales

Si no es de la ciencia, ¿de dónde habríamos de obtener orientación para la práctica política? Y si no es ante una Verdad, ¿ante qué o quién deben poder responder nuestras acciones? Volvamos ahora al problema de la izquierda y de la dimensión ética indispensable para protegerla de cualquier uso ideológico, y para apartarla claramente de las prácticas de derecha. El principio y el fin de cualquier política anticapitalista –este es el postulado central de este ensayo– debe ser el de una ética radical de la igualdad.
Una ética radical de la igualdad es, antes que nada, una ética inmanente. A diferencia de otras éticas –por ejemplo la de Kant, la de los filósofos socráticos, o las incluidas en las principales religiones– que se pretenden procedentes de algún orden eterno (racional, natural o divino), la nuestra debe estar firmemente anclada en este mundo. Como la vida social toda, el universo de los criterios morales debe mantenerse al alcance de los hombres y mujeres concretos. Para decirlo en otras palabras, su contenido debe ser el fruto de acuerdos sociales que reconozcan las necesidades de la vida en común, tanto las más universales (es decir, las que tienen que ver con la especie humana como tal) como las más históricas y situadas. Que un código ético sea algo más o menos permanente y ampliamente compartido no significa que deba considerarse eterno o universal, ni que su autoridad tenga que depositarse en Dioses o Verdades trascendentes. Una ética inmanente es una ética de nosotros.
Por otra parte, una ética radical de la igualdad es una ética dialógica. Sabe que la sociedad no está formada por individuos aislados, pero tampoco es un colectivo que exista más allá de las personas concretas que lo producen (postular una colectividad que esté por encima de las personas, como hace cierto izquierdismo, es caer nuevamente en un trascendente). La existencia personal, como sabía el joven Bajtin, sólo es posible en la interacción con el otro: es sólo por obra de la imagen, el cuerpo, la mirada, y la palabra del prójimo que existo como persona completa. La vida social no es otra cosa que ese diálogo en curso con los prójimos vivos, con los que ya han muerto, y con los aún por venir. Una existencia ética, por eso, es aquélla de personas que se saben en la obligación de poder responder ante el otro por lo que son, por lo que hacen, y por lo que omiten. Una ética dialógica requiere entonces compromiso con el prójimo, una existencia personal que asuma su responsabilidad con el otro, y que no busque coartadas ni se retire al monólogo o al apego a un trascendente (sea Dios, la Ciencia, la Nación, el Pueblo, la Clase, el Partido, el Individuo). Una existencia ética, sin coartadas, es una de fidelidad a la situación concreta y de responsabilidad frente al prójimo en cada acto. Y sólo puede tratarse de una ética radical de la igualdad si el compromiso es con el otro concreto, tal como éste existe a mi lado. (No es sino otra variante del vanguardismo aquélla que sólo acepta responder por sus acciones frente a los que piensan o actúan como uno –el Partido o los militantes “conscientes”– sustrayéndose en cambio de toda responsabilidad frente a los hombres y mujeres “comunes”.) Y no se objete que un compromiso radical con el otro tal cual es significaría una ceguera respecto de las diferencias de clase y del antagonismo que marca la vida social. Porque estamos hablando de una ética de la igualdad, cuya razón de ser es, precisamente, proteger la vida en común de aquellos que, bajo cualquier excusa, pretenden situarse por encima de los demás. Los que se niegan a ser iguales, en todo tiempo y lugar, han huido de cualquier ética dialógica e inmanente. Y es por ello, porque no pueden responder frente al otro, que la justificación del privilegio (“ley privada”) se ha apoyado siempre en alguna autoridad o en algún trascendente. Una ética radical de la igualdad es, por definición, la enemiga más acérrima del poder.
¿Cuál sería el contenido concreto de una ética de los iguales? ¿Qué virtudes promovería, y qué conductas condenaría? Se trata primero y fundamentalmente de una ética del cuidado del otro, expresada en una codificación de virtudes y defectos que valore todo aquello que apunte a la cooperación, la solidaridad, la comprensión de las razones ajenas, la humildad, el respeto de lo múltiple, la capacidad del consenso, etc., y que “reprima” los impulsos a la competencia, el egoísmo, la ambición de poder, la soberbia intelectual, la terquedad, la obsecuencia, el narcisismo.
Quizás decepcione comprobar, llegados a este punto, que una ética radical de la igualdad, en su contenido concreto, no sería demasiado diferente de los códigos morales que los humanos nos hemos dado desde tiempos remotos. Para quienes no tengan veleidades vanguardistas, sin embargo, no hay nada para avergonzarse en la ausencia de saltos innovadores en este rubro: puede que el comunismo, después de todo, no sea ni más ni menos que la realización de los anhelos de vida en común de los iguales de todo tiempo y lugar.


Ver STERNHELL, Zeev et al.: El nacimiento de la ideología fascista, Madrid, Siglo XXI, 1994.
EHRENREICH, Barbara & John: “The Professional-Managerial Class”, en Pat Walker (ed.): Between Labor and Capital, Boston, South End Press, 1979, pp. 5-45.

Sus artículos y notas dispersas fueron recopilados en KROPOTKIN, Pedro: Origen y evolución de la moral, Buenos Aires, Americalee, 1945.
Ver TOLSTOI, Leon: Cuál es mi fe,Barcelona, Mentora, 1927, pp. 11-21 [publ. orig. 1884].
Ver WILDE, Lawrence: Ethical Marxism and its Radical Critics, Basingstoke, Palgrave, 1998; idem (ed.): Marxism’s Ethical Thinkers, Basingstoke, Palgrave, 2001.
KAUTSKY, Karl: Ethics and the Materialist Conception of History, Londres, Charles H. Kerr & Co., 1906, cap. V. Disp. en https://www.marxists.org/archive/kautsky/1906/ethics/ch05b.htm#s5d
LUKACS, Georg: “Tactics and Ethics”, en Political Writings, 1919-1929, N.L.B., 1972. Disp. en https://www.marxists.org/archive/lukacs/works/1919/tactics-ethics.htm
Otro ejemplo interesante en el mismo sentido en WOOD SIMMONS, Mary: “Some Ethical Problems”, International Socialist Review, vol. 1, no. 16, December, 1900. Disp. en https://www.marxists.org/subject/women/authors/simmons/ethics.htm
LUNACHARSKI, Anatoli: Religión y socialismo, Salamanca, Sígueme, 1976, pp. 22, 25-27, 55, 262.
La ética radical de la igualdad que aquí proponemos está inspirada en dos textos fundamentales de Mijail Bajtin, “Arte y responsabilidad” y “Autor y personaje en la actividad estética”, incluidos en BAJTIN, Mijail: Estética de la creación verbal, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, pp. 11-199.

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La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

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Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.

Por María del Carmen Varela.

La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia. 

La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.

Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.

La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional.  A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.

Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.

Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro. 

MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA

Viernes 30 de mayo, 20.30 hs

Entradas por Alternativa Teatral

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Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

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Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.

Por María del Carmen Varela

La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.

La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro
Gabriela Pastor en escena. Detrás, Juan Zuberman interpreta a un ciego que toca la guitarra.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario.  Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.

El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.

Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.

Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.

La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.

Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA

Domingos 18 y 25 de mayo, 20  hs

Más info y entradas en @perlaguarani

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Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado

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Todo lo que se narra a continuación sucedió mientras, en el Congreso, la policía reprimía a mansalva a jubilados, periodistas –incluido Lucas Pedulla, integrante de lavaca– y personas que se acercan a movilizarse cada miércoles. Fin.

Crónica de Franco Ciancaglini. Fotos de Sebastian Smok.

La historia comienza así: el partido del gobierno La Libertad Avanza organizó un acto de cierre de la campaña del vocero presidencial y candidato a legislador porteño Manuel Adorni, en Plaza Mitre, Recoleta.

El montaje del escenario afirma: “Adorni es Milei”.

Se espera que ambas personalidades estén y hablen hoy.

Pero falta para eso.

Media hora antes de la convocatoria, en distintas esquinas de la avenida Libertador, hay grupos de personas que, muy organizadas, esperan.

En las esquinas la mayoría va vestida de negro pero, en un acto de magia política, luego se las verá llegar a la plaza con la misma remera violeta, puesta arriba de sus verdaderas remeras o incluso de buzos y camperas.

Un notero de TN primero y luego de C5N hablaron con estas personas, que confesaron haber sido convocadas para trabajar en “prevención” bajo la promesa de una paga de 25 mil pesos.
El Whatsapp de la convocatoria, revelado a cámara por uno de ellos, decía: “Ahy (sic) un acto político de 17 a 21. 25 mil pesos. El que quiere se anota”.

Finalmente no era para prevención, sino para “presencia”.

Pero lo peor no es nada de esto, sino que finalmente no les pagaron los 25 mil, sino que quisieron darles 10 mil; ante la presión, algunos recibieron 20 y otros, nada: “Porque no me quiero poner la remera esa sucia no me quieren pagar”, denunció el más sincero ante las cámaras.

Fin.

Lo cierto es que estas columnas de unas 50 personas cada una fueron las que lograron ocupar una plaza Mitre que estaba semivacía.

Temprano, los remera violeta se negaban a hablar con la prensa, aún disciplinados por la promesa de la paga. Luego, ante la deflación de lo prometido descargaron su bronca ante las cámaras dejando en evidencia cómo trabaja el puntero Sebastián Pareja en la provincia de Buenos Aires, de donde provenían estas personas, para el cierre de una campaña porteña.

Alicia es jubilada pero no está marchando alrededor del Congreso, sino que está acá, colándose entre los violetas para saltear unas vallas y pasar más rápido hacia el sector del escenario. Hace un año y medio que se afilió al partido en la Comuna 13 Belgrano, Núñez. Habla de Milei como obnubilada, apurando su paso como ansiosa por la posibilidad de verlo en vivo. Faltan, al menos, dos horas.

Describe a Milei como un “bocho en economía” y se ríe al recordar que en la última elección, hace dos años, votó al actual jefe de gobierno, Jorge Macri. Está claro que no repetirá voto: “Está la ciudad muy abandonada. Mucho linyera, ratas por todos lados. En mis 82 años nunca había visto ratas en la ciudad”. Voto cantado: Adorni, a quien define como “alguien muy correcto”.

Sobre el otro Macri, el Mauricio, dice que “en su momento gobernó bien” pero ahora lo ve fuera de escena. No está al tanto de sus últimas apariciones contra Caputo, Karina y al propio Presidente, o no le interesan.

Alicia prefiere no hablar más y busca un lugar cerca del escenario para ver a su Presidente.

Lucía y Paula, también jubiladas, vinieron de Vicente López y prefieren mirar la escena desde atrás de todo. Es que llevan dos perritos de raza, o de diseño: Coca y Cola. ¿Qué les gusta de Milei? “Te puede gustar o no pero él habla desde el sentimiento. De lo que sentimos muchos”, dice Paula. Lucía suma: “Me gusta porque va a fondo”.

Sobre Mauricio Macri: “Yo lo voté. Ahora, de política no entiendo mucho, pero me da un poco de tristeza porque creo que tienen (con Milei) más coincidencias. Pero tiene que haber una oposición con responsabilidad. Tal vez Macri sea la oposición”.

Marta también es jubilada de 87 años bien llevados. Por qué vino acá (y no al Congreso): “Porque quiero escuchar quiero informarme quiero saber. Son tantos años de lo otro, que esto merece una oportunidad”.

Sigue sola: “El tono no me gusta. Cuando dice malas palabras es un mal ejemplo para la juventud”.

Qué le pedirías al gobierno a nivel Ciudad: “Por favor que saque las villas. La 31 es infernal”. Se pregunta y se responde: “¿Porque avanzaron tanto? Porque les han dado plata”.

¿Marra? “Sí, me gusta. Qué paso ahí, no sé. Me gusta, te soy sincera, pero ahora hay que unir fuerzas”.

¿Está de acuerdo con la medida anti-inmigratoria? “¿Vos te podés hacer ciudadano dinamarqués, o paraguayo? Acá entran todos. Los chorros, los burros. Y si no les gusta que se vuelvan a sus países”.

¿Y la pobreza? Marta cambie el eje: “Basta de decir ‘hagan lío’. Francisco se terminó. Basta de decir la iglesia de los pobres. Pepe Mujica era comunista. Se han hecho ricos con los pobres”.  

Precisamente Mujica pareciera que no. Ella: “No sé. Déjame dudar. Pero basta”.

¿Qué representa para vos Mujica y qué Milei? “Apoyo a Milei y lo nuevo. Y que dios nos ayude”.

¿Y si sale mal? “Creo que ya no voy a estar con vida. Que se arreglen los que quedan”.

Fin.

Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado
Fotos: Sebastian Smok

A su lado hay un joven con una pala gigante. Posa sonriente para decenas de cámaras. Parece haber logrado su objetivo: llamar la atención.

Se llama Santiago y se tomó dos colectivos desde “la zona más fea de la provincia”, Florencio Varela, donde vive. Tiene 21 años, camisa manga larga a cuadros y una enorme mochila roja sobre la que ató un pañuelo celeste.

Cuenta sobre el sentido de la pala: “Hay que trabajar en este país. Nada se puede conseguir gratis. Todo es trabajo en la vida”.

De qué trabaja: “Soy Rappi y Pedidos YA”. ¿Cuánto gana? “Un poco, mi mamá me decía: muy bien Santiago, ese dinero lo sacaste de tus esfuerzos”. No dice números. Y finalmente revela que ahora ya no trabaja.

Al joven de la pala lo interrumpe Franco, otro joven, vestido de traje, que quiere sacarse una foto con el instrumento. Me da la cámara y posa de mil maneras para fotos que luego subirá a su Instagram. Franco Vera, sabré después, es un joven militante que ha irrumpido hace pocos meses en el colegio Nicolás Avellaneda de Palermo –estando él domiciliado en el conurbano- para postularse como Presidente del centro de estudiantes de la institución.

Franco Vera es de estatura pequeña pero en el debate del centro de estudiantes miró a sus contendientes de la lista oficialista, asociada al peronismo, y al ver que eran 8 personas dijo: “Yo estoy solo pero me la aguanto”. Primera gran ovación del público que recién lo conocía en un debate que ganó con comodidad con palabras clave como fútbol, Messi, Dios, diversidad.

Su lista, hasta antes del debate compuesta por él solo, se llama Ruge el cambio.

Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado
Franco Vera, candidato a presidente por la lista Ruge el cambio del centro de estudiantes del colegio Nicolás Avellaneda.

Ahora tiene una decena de seguidores, más después de su segunda jugada: hacerle una cámara oculta a la directora. En la cámara, subida a las redes, se ve cómo la mujer lo apercibe por una serie de hechos difíciles de entender desde afuera, supuestas actitudes de Franco desde que llegó al colegio. Es cierto, se lo nota sobre excitado y concentrado en su carrera estudiantil. Y si bien el video no lo muestra, él asegura que el objetivo de la directora es censurar a Ruge el Cambio para que no se presente –y gane- las elecciones del centro.
Así utilizó la cámara oculta para denunciar la censura institucional.

Su historia merece un documental aparte, que no entra en esta nota. Sobre la elección porteña, él no puede votar. Y pese a las preguntas sobre la actualidad él hablará como representante de los jóvenes de LLA en tono candidato y pedirá que sea a través de videos: “Menos Estado es menos peso al sector público. O sea… Si una persona no capacitada no nos sirve, ¿para qué lo vamos a tener como empleado? Necesitamos tener personas capacitadas. Hay que aprender en esta batalla cultural que los que nos gobiernan son personas normales, no son entes superiores, no tienen título de nobleza”.

¿Los Menem no serán parte? A Franco no le entra una bala: “Los jóvenes somos el cambio” responde en casete y mostrando su sonrisa de dientes con aparatos. Corta la charla para seguir sacándose fotos que subirá tanto a su Instagram como al de la agrupación Ruge el cambio, actividad que le sale muy bien: durante la tarde noche logrará cosechar selfies con personajes como el Gordo Dan o el diputado Martín… Menem.

Fin.

Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado
Lila Lemoine apareció vestida de playera de YPF.

Otras celebridades que se llevan las miradas:

El Zorro con la bandera de Argentina.

Mickey Mouse con un cartel que dice “Aguante Adorni”.

Lila Lemoine vestida como playera de YPF.

Una mujer que tiene tatuada en la cara, justo arriba de su ceja, la palabra “Castrate”. Hay que acercarse bien para entender bien de qué va… o no tanto. En su cachete izquierdo amplía las siguientes consignas:

  • Castrá
  • Adoptá callejeritos
  • Educá
  • No compres
  • No + piroctenia

Son tatuajes.

En la cara.

Fin.

Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado

Franco Carcedo es autor de un libro recién salido del horno que se llama Milei: Conexiones filosóficas. Lo escribió junto a su esposa en La Pampa, donde vive, de donde llegó hoy 7AM y a donde vuelve hoy mismo a las 22. Vino, además de para ver a Adorni y Milei con el objetivo concreto de vender su libro. Lleva 5 ejemplares en la mano, y cuenta que ya vendió otros 5. “Es un camión”, anuncia. Y cuenta sobre su contenido: “El libro relaciona distintos acontecimientos que sucedieron durante la vida de Javier Milei, lo que hizo y muchas veces lo que dijo y dice”. ¿Un ejemplo?

Lo que sigue es literal y no está trucado ni escrito maliciosamente: es parte del libro editado por la editorial Dunken, que cualquiera puede comprar. Dice Franco: “Cuando habla de la felicidad él sin saberlo está hablando de algo que dijo Oscar Wilde en 1888”. ¿Cómo? “Cuando Milei dice que la felicidad es no tenerle miedo a la muerte. Oscar Wilde dice algo parecido”.

La pido mejor hojear el contenido; al inicio hay dos citas. Una de Napoleón que dice: “Los hombres excepcionales son parte de un momento excepcional”. Y otra de Javier Milei: “No seré reconocido como economista sino como rockstar”. Ahí nos vamos entendiendo.

Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado
Franco Carcedo y su libro.

En el libro, profundiza Franco, “hay referencias a Nietzche, Maquiavelo, hay cosas de Spinoza… y la frutilla del postre”. Atención: “La cita de Wilde de la felicidad es de 1888. Milei en 1998 funda una banda que se llama Everest. ¿Sabés cuantos metros tiene el Everest? 8848.88”. Ante mi mirada atónita, Franco Carceda prosigue: “Pero hay más. El día que nació Milei se jugó un partido amistoso para homenajear a Arsenio Erico (futbolista paraguayo muy querido en Independiente). En ese partido debutan Bianchi, Carrascosa y César Laraignée. Ese día nació Milei”.

¿Y entonces? Franco Carceda repite: “El día que nació Milei ellos debutan con la casaca argentina”.

¿Pero cuál sería la conexión filosófica: “Es algo piola porque Milei es fanático de Boca y Bianchi es casi el máximo ídolo de Boca, con Riquelme y Palermo, ponele”.

Vuelvo a pedirle el libro. Sobre el nacimiento de Milei, se informa también que nació el mismo día que el guardameta ruso «Araña» Yasín (¡dos arqueros!) y que se editó un álbum del conjunto Jackson 5 de donde saltaría a la fama Michael Jackson.

Fin.

Equivalencias y bebidas.

Una señora envía videos a un grupo y le responden “como quisiera estar ahí”, “cuidate” y le ponen emojis de un león.

Una nena con la careta de Milei y una motosierra posa para las fotos mientras la mamá, al lado, tiene una careta de Adorni, un caniche y muchos pañuelos celestes atados a la mochila, como si los hubiera llevado para hacerse unos pesos.

Un remera violeta grita “viva la libertad” y otros remera violeta, alrededor, lo miran y estallan en carcajadas. Él también.

Franco Vera me contará luego, orgulloso y dolorido, que le tocó la mano a Milei pero que eso le costó que, literalmente, que los seguridad lo tiraran al piso y le pisaran la cabeza: “Estoy bendecido”.

Suena en el escenario un tema con acordes punk cuya letra asegura que Milei es “el último punk” y “el último superhéroe de la libertad”; eso significa que están al caer el Presidente y también Adorni, a quien nadie parece esperar demasiado. Menos que nadie, los remera violeta.

Aparece más allá otro contingente de remeras violetas que ahora llevan bengalas violetas y tocan bombos violetas, siguiendo a una bandera sostenida por jóvenes prolijos y sonrientes sin remera violeta.

La inscripción de la bandera en la cabecera dice «Jóvenes LLA» y otra atrás “Lugano”. La entrada es de cancha: se canta “el domingo cueste lo que cueste” y “un minuto de silencio para Macri que está muerto”.

Otro de los hits son “El que no salta es radical” y uno que cambia la palabra “Perón” por “León”.

Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado

Un hombre de 40 y pico, vestido de traje, es el que saca las canciones y agita.

Lidera a la barra hasta meterla en el centro mismo del escenario.

Mientras este cronista anota otras cosas, como la presencia de francotiradores en las terrazas de Recoleta y al lado del escenario, se ve que el hombre sale del tumulto, ofuscado.

Le han robado el celular.

Habla con una persona de seguridad, que abre las manos en señal de “no puedo hacer nada”.

El hombre está visiblemente afectado, dice “no lo puedo creer” y pide un celular para “dar de baja las tarjetas”.

Consigue una cómplice, a quien le confesará lo que él cree es la razón del robo:

-Es que está lleno de negros.

Fin.

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