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Progresistas vs. desesperanzados

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¿Qué significa ser progresista hoy? ¿Qué escenario plantea el libro Imperio sobre la realidad actual? ¿Por qué Atilio Borón está furioso con ese diagnóstico? De la teoría a la práctica, cuáles son los cimientos de un nuevo modelo.

“Quizá escrutando la arena como arena,
las palabras como palabras,
podamos acercarnos a entender cómo y en qué medida
el mundo triturado y erosionado
puede todavía encontrar fundamento y modelo”.
Italo Calvino

Si hubiera elecciones mañana, ¿a quién votaría?

Si pudiera rescatar los ahorros que le secuestraron los bancos, ¿en qué los invertiría?

Si tuviera que señalar a un culpable de la monumental crisis argentina ¿a quién señalaría?

Es probable que las tres preguntas tengan infinidad de respuestas, pero ninguna de ellas tiene más relevancia que la de señalar una preferencia personal, porque son las preguntas -y no sus posibles respuestas- las que refieren a una lógica de terapia intensiva: cómo mantener a un paciente terminal con respirador automático.

No es un candidato, sino un sistema el que ha dejado a la mitad de la población debajo de la línea de pobreza.

No es el corralito, sino el crack monetario el que ha vaciado de sentido toda especulación sobre la salud futura de la economía capitalista en la Argentina.

Ni siquiera las sucesivas troupes de presidentes, ministros y dirigentes que han ocupado cargos desde el 84 hasta hoy pueden justificar esta caída al vacío sostenida, implacable e imparable.

No. Problemas tan complejos no tienen respuestas tan simples.

Sin embargo, no es mi intención contribuir a la sobreoferta actual de diagnósticos, sino dar vuelta la hoja y avanzar un renglón.

Desde el 22 de diciembre -día en que se derrumbó De la Rúa, murieron 35 personas y se reimplantó el estado de sitio, entre otras cosas- hasta hoy, comenzaron a hacerse visibles alternativas que poco y nada tienen que ver con aquel modelo de país conectado al respirador. Si prosperan o fracasan, tampoco será culpa de los forajidos de siempre, sino de quienes por acción u omisión, han contribuido a resucitarlos.

Aquellos que hoy tienen la oportunidad y responsabilidad de plantear una alternativa.

Aquellos que deberían responder, clara y contundentemente, qué significa ser progresista aquí y hoy.

LA TEORÍA. Imperio es probablemente uno de los éxitos editoriales mundiales más curiosos de los últimos tiempos. Es un libro largo, complejo y caro. Sin embargo, se convirtió en un boom traducido a más de diez idiomas, que se agotó rápidamente en librerías y circula libremente por Internet: solo en la Argentina vendió ya unos nueve mil ejemplares.

Imperio es un ensayo redactado a cuatro manos por Michael Hardt, un profesor universitario estadounidense de 41 años, y por Tony Negri, un pensador marxista italiano que cumple actualmente prisión domiciliaria. Negri fue acusado de ser el mentor intelectual de las acciones terroristas de las Brigadas Rojas (incluido el asesinato del ex primer ministro italiano Aldo Moro) y condenado a la cárcel en 1979. Cuatro años después resultó elegido diputado y eso le permitió salir de prisión, pero cuando la mayoría oficialista del Parlamento le quitó la inmunidad, partió al exilio en París. Allí comenzó a elaborar Imperio, hipótesis que terminó de definir en Italia, donde -luego de pasar un corto tiempo en la prisión de Rebibbia- obtuvo la posibilidad de pasar el día en su casa en el trastevere romano y, cada noche, dormir entre rejas. Desde esa realidad, teorizó.

Publicado originariamente en inglés por la Universidad de Harvard, Imperio tiene la estructura y el tono de una clase magistral. Como cualquier clase, entonces, es un pensar en voz alta, un ida y vuelta algo errático, con repeticiones, con ideas sueltas, incluso con contradicciones. Pero con el enorme valor de revisar teorías, enlazar antecedentes, citar autores, integrar miradas. Desde una postura definida, claro. Negri y Hardt eligieron una entre cientos de posibilidades y eso supone un riesgo que asumieron: replantear, discutir, rebatir esas ideas es el desafío que se abre con las páginas del libro.

Imperio es, entonces, una teoría filosófico-política que se convirtió en best seller. Esa situación inusitada abre un panorama interesante: el de acercar el universo académico a las preocupaciones más cotidianas. Algo que revela la proliferación de foros de discusión que se armaron en torno a Imperio en la Internet. Son puntos de encuentro de militantes, intelectuales, lectores no especializados y los propios autores. Todos opinan, discuten, preguntan y responden en igualdad. Como en cualquier clase, una vez más.

Así, el libro se convirtió -a la vez- en centro de análisis y cuestionamiento de muchos intelectuales y bandera de los movimientos antiglobalizadores que encontraron en él un título acertado y la síntesis de varios conceptos difíciles de enunciar.

El ensayo de Negri y Hardt apareció en el 2000, luego de un largo período de investigación. Fue escrito después del fin de la guerra del Golfo y terminado bastante antes de que comenzara la guerra de Kosovo. “De modo que el lector debería situar el argumento en un punto intermedio entre aquellos dos acontecimientos trascendentes para la construcción del Imperio”, explican los autores en el prólogo. Aclaran, además, que el libro les quedó “viejo”, luego del estallido de las Torres Gemelas, el 11 de septiembre pasado.

¿Qué es Imperio, entonces?

La hipótesis básica de Hardt y Negri es que junto con el mercado global y los circuitos globales de producción surgieron un nuevo orden, una lógica y una estructura de dominio nuevas. “La soberanía ha tomado una nueva forma, compuesta por una serie de organismos nacionales y supranacionales unidos bajo una única lógica de mando. Esta nueva forma global de soberanía es lo que llamamos Imperio”.

Quizá el punto más polémico es el hilván con que encandenan esta visión del nuevo orden, ya que enumeran como factor primordial lo que llaman “el derecho imperial” y ponen como ejemplo de esta jerarquía jurídica la ONU. Es cierto que el libro no deja reducido a este ejemplo la cuestión ( seguramente les hubiese encantado citar los avatares de la ley de quiebras argentina), pero sí que antepone el ordenamiento jurídico a las relaciones económicas como factor distintivo del nuevo entramado del poder. Semejante transgresión es lo que más ofende e irrita a los teóricos tradicionales y, mucho más, a los marxistas.

Este nuevo poder que gobierna el mundo no tiene centro, fronteras ni territorios nacionales. El dominio del Imperio es ilimitado y, en este esquema global, los Estados nacionales son meros instrumentos de las corporaciones. La verdadera geografía del mercado mundial está trazada con otros mapas delineados por “el complejo aparato que selecciona las inversiones y dirige los movimientos financieros y monetarios”.

Según los autores, la desaparición de los estados nacionales no es el único cambio que produjo este nuevo orden. “El trabajo productivo tiende a hacerse cada vez menos material. El lugar central en la producción del superávit, que antes correspondía a la fuerza laboral de los trabajadores de las fábricas, hoy está siendo ocupado progresivamente por una fuerza laboral intelectual, inmaterial y comunicativa”.

Si en otras épocas, la categoría del proletariado se centraba en la clase obrera industrial, hoy -arriesgan- “esa clase obrera casi ha desaparecido del panorama. No es que haya dejado de existir, sólo que ha sido desplazada de la posición privilegiada que ocupaba en la economía capitalista “.

Este Imperio tiene, además, una máquina responsable de producir y reproducir la imagen de autoridad imperial. Esa verdadera Matrix es responsabilidad de la industria de las comunicaciones. “La máquina imperial que construye tramas sociales que evacuan o tornan ineficaces cualquier contradicción”, además disuelve las identidades locales y organiza los consensos del poder. Por eso, “la industria de la comunicación es el espacio político del poder imperial.”

Negri y Hardt se preocupan, también, por la salud actual de este modelo. Y se preguntan ¿Debemos concebir que éste es un Imperio decadente o es un Imperio de corrupción, no solo moral sino jurídica y política? Es decir: ¿esto es el principio del fin o así es el Imperio en todo su esplendor? Páginas antes, los profesores formulan otra pregunta cuya respuesta plantea una inquietud semejante. ¿qué es justicia y qué es paz en este Imperio? Y contestan: “nuestro rol como ciudadanos y nuestra responsabilidad ética, nuestro poder y nuestra impotencia se miden en el abismo de estas respuestas”.

Tanto Hardt como Negri sostienen que de nada sirve ponerse nostálgico en relación con las viejas estructuras de poder; resucitar el Estado Nación no es un antídoto de protección contra el capital global. “Somos plenamente conscientes de que al afirmar esta tesis nadamos contra la corriente de nuestros amigos y camaradas de la izquierda -se atajan-.La estrategia de la resistencia local identifica mal al enemigo y, por lo tanto, lo enmascara (…) El enemigo es un régimen específico de relaciones globales que llamamos Imperio. Y esta estrategia de defender lo local es perniciosa porque oscurece y hasta niega las alternativas reales y el potencial para la liberación que existe en el interior del Imperio”.

Para los autores, el propio monstruo lleva dentro de sí su destrucción. Cuanto más extienda el capital sus redes globales de producción y control, más vulnerable se volverá frente al agente encargado de llevar a cabo la sublevación: la multitud.

La lectura de Imperio aquí en Buenos Aires ha producido otro tipo de reflexiones. En principio, Imperio & Imperialismo, de Atilio Borón, es el primer texto argentino que crítica con dureza la obra de Hardt y Negri. Así lo explica el propio Borón:

-¿Por qué lo enojó tanto Imperio?

-Porque el libro me parece un dechado de errores. Plantean un esquema absolutamente abstracto, axiomático, que no tiene ningún contacto con la realidad. Por ejemplo: una de las ideas principales de Hardt y Negri es que los estados nacionales están en proceso de disolución. Yo le puedo demostrar con cifras en la mano que este fenómeno puede haberse verificado en los países de la periferia, pero no en los países centrales, donde el Estado ha adquirido una fortaleza extraordinaria, cuantitativa y cualitativamente. Si, como ellos dicen, el Estado es una cosa virtual, desterritorializada y sin centro, ¿por qué Estados Unidos se preocupa por intervenir de manera tan abierta en América latina? ¿Por qué, entonces, España no le concede la separación a los vascos? ¿Por qué no se resuelve la creación de un Estado Palestino? Si el Estado es algo tan irrelevante, Inglaterra podría resolver el problema con Irlanda del Norte de una buena vez.

-De todas formas, el planteo de Imperio parece explicar mejor la realidad mundial actual que la clásica oposición empresario-obrero…

-Es cierto que ellos responden a una necesidad objetiva y que muchos de nosotros nos venimos planteando desde hace tiempo: la necesidad de repensar creativamente las categorías clásicas, que provienen del marxismo. Ahora, una cosa es pensar categorías acuñadas en los debates previos a la Primera Guerra Mundial y otra es tirar por la borda al niño junto con el agua sucia. Es importante tirar el agua sucia, pero no el niño. No, si como hacen Hardt y Negri, para redefinir lo que es el imperialismo hoy, terminan por decir que se acabó el imperialismo. La Argentina, sin ir más lejos, es una evidencia de lo contrario. En un país donde las misiones del FMI se reúnen en los despachos oficiales y bajan línea a los gobernadores, no se puede sostener que el imperialismo ha terminado. Para nosotros, este libro es una burla.

-¿Por qué, en todo caso, una redefinición de categorías equiparable a la de Negri y Hardt no se se piensa en función de la crisis Argentina?

-Creo que lo que ocurrió es que ha habido un proceso muy rápido de reconstrucción económica capitalista en el último cuarto de siglo, junto con una crisis teórica fenomenal del pensamiento de izquierda producto de la frustración del experimento socialdemócrata de los 80 -Francois Miterrand en Francia, Bettino Craxi en Italia, Felipe González en España-, la implosión de la URSS, el colapso de la Revolución Sandinista… Todo eso dejó a la intelectualidad de izquierda muy debilitada, muy a la defensiva. Y sin recursos.

-¿Es posible reconstruir un discurso progresista en este contexto?

-Es posible y es necesario para salir de la trampa del pensamiento único y del posibilismo en que nos han ahogado. Hay que articular la función intelectual con los movimientos sociales, pero sin hacer seguidismo. Veo con alarma a mis colegas, que apoyan las tesis de Hardt y Negri, hacer una exaltación candorosa e ingenua de la multitud, cuando la multitud muchas veces requiere de una claridad y una organización que no tiene, pero que se va a ir dando a ella misma. Un error es el seguidismo y otro, el inverso: suponer que los intelectuales tenemos la llave del futuro y que podemos llevar a la multitud de las narices cuando los intelectuales no somos una vanguardia esclarecida. En oscilación entre estos riesgos, el papel que tenemos que cumplir es muy delicado.

LA PRÁCTICA. El debate planteado por la lectura de Imperio no es tan solo un tema ameno para la tertulia intelectual, sino una manera de enfocar las preguntas correctas que -quizá y por qué no- posibiliten las respuestas adecuadas. ¿Es este Imperio global una etapa superior del imperialismo? ¿Ha logrado, en su despliegue, destruir la fuerza de trabajo como factor económico central? Y en ese caso, ¿es la multitud de desocupados -y no los pocos que aún conservan un salario- aquellos que deben protagonizar la resistencia? ¿Es esa multitud global -a la que refieren Hardt y Negri-, sin más bandera que la protesta, sin más organización que la necesaria para proclamar un par de consignas ni más dirección que la oposición directa la fuerza indicada para jaquear a este capitalismo tribal? ¿El resurgimiento del nacionalismo es un síntoma de progreso o de reacción frente al pánico?

Lo cual, traducido al dialecto argentino de la crisis, podría reducirse a otras preguntas más directas:

¿Piqueteros y vecinos asambleistas o trabajadores y estudiantes?

¿Qué se vayan todos o rescatamos algo? (según los gustos, las opciones morales, del estilo de Elisa Carrió, Luis Zamora o Alicia Castro)

¿Cacerolazo global o himno nacional?

Y, fundamentalmente ¿este el fin de un sistema o la consagración de un modelo, en todo su patético esplendor?

Desde hace cinco meses, todos los días y a cada hora, la realidad dicta estas preguntas y sus consecuencias directas. Los partidos de izquierda ya han formulado sus respuestas de rigor y, quizá por eso, han cosechado más de lo que incluso esperaban sembrar en plena tormenta. Se han quedado con las ahora raquíticas estructuras de las asambleas barriales, que en pleno verano llegaron a convocar a más de seis mil personas en Parque Centenario, la mayoría de las cuales han huido ante los discursos incendiarios que poco tenían que ver con sus necesidades puntuales. Como sintetizó mi vecino aquel domingo que le pregunté que había pasado en la asamblea interbarrial a la que no había podido asistir: “Pasó lo de siempre: un señor planteó que no tenía plata para pagar la luz y se terminó votando no pagar la deuda externa”. En dos mesas redondas que se realizaron en la Feria del Libro, en abril pasado, varios intelectuales citaron burlonamente el ejemplo de la asamblea de Lugano, donde los activistas del MST propusieron realizar una bicicleteada en repudio al ataque norteamericano a Afganistán.

Sin embargo, reducir a estas cuestiones el rol de la izquierda argentina en estos días es mirar la realidad con un solo ojo. El otro podría enfocar, por ejemplo, al triunfo que ha tenido una coalisión liderada por el Partido Obrero al frente de la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA), aquel bastión de Franja Morada desde el cual se maneja no sólo el destino de la protesta de la más importante masa de estudiantes universitarios de la Argentina, sino un presupuesto de más de seis millones de pesos anuales. El ahora presidente de la FUBA es Iván Lendl, un estudiante con 8 de promedio, fundador de un movimiento que lleva el significativo nombre de Tontos, pero no Tanto. En el poco tiempo que lleva en su cargo ha logrado mejorar la calidad de los apuntes y bajar sus precios, concursar aquellos puestos de trabajo que siempre quedaban en manos de los adeptos y organizar, en plena Plaza Houssay, una verdadera puesta en escena en defensa de la universidad pública. Al asumir Lendl declaró: “Somos la Fuba piquetera”. El Partido Obrero, justamente, cumple eficientemente su rol en el movimiento piquetero y ha organizado el pasado mayo una reunión nacional para proclamar su plan de acción: imaginen cual.

También es cierto que, en busca de soluciones prácticas, las asambleas derivaron -entre otras cosas- en los clubes de trueque, donde hoy se negocia -a espaldas de todo el sistema capitalista imperial- el 10 por ciento de las transacciones económicas argentinas. Una cátedra de la Facultad de Economía se ha dedicado no sólo a estudiar, sino a asesorar a la Red del Trueque Solidario. Según los datos del profesor Jorge Marchini, en el Gran Buenos Aires, “un 58% de los concurrentes habituales a los nodos de intercambio son desocupados y un 66% de ellos indican que el trueque tiene una importancia central para el aprovisionamiento de los alimentos básicos de sus hogares”. Sin bien, como señala Marchini ” esta economía de subsistencia no es en sí misma una solución o alternativa para el desarrollo social y productivo del país”, conforma al menos un fenómeno que merece ser analizado no solo desde el punto de vista económico, sino cultural, ya que se basa esencialmente en el rescate de valores tales como “el trabajo, la iniciativa, la participación, la gestión democrática y la colaboración” y hasta en un sistema primitivo de intercambio en donde la necesidad manda. Conozco incluso a varios expertos en marketing, verdaderos gurúes del ramo, que están realizando seguimientos pormenorizados sobre los clubes del trueque y cuyas conclusiones oscilan entre el espanto y el encanto.

Conozco, también, la tarea de Luis Perego, un ingeniero químico, diplomado en gestión en Chile y master en administración de empresas de la Universidad de La Plata, responsable de una cooperativa que reúne a una docena de profesionales con la misión de gerenciar empresas en terapia intensiva. Su gran éxito tiene un nombre legendario: SIAM.

Perego y su equipo idearon un sistema que hoy produce 1.200 cocinas por mes. El 40% de los ingresos que generan (entre cien mil y ciento cincuenta mil pesos por mes) se destina al pago del quiebra de Aurora. El resto permite el funcionamiento de la planta y el pago de un salario de entre 400 y 500 pesos por mes a los 70 miembros de la cooperativa que hoy es SIAM. Cada producto -en este país de inflación impredecible- se vende en cuotas. Las dos primeras, cubren los costos; con la tercera se entrega el aparato y el resto, es rentabilidad. Ahora están diseñando un complejo industrial en el mismo predio, para reunir allí a los proveedores y compartir costos operativos con ellos. Ya sumaron diez empresas. El proyecto es que, en seis meses, el complejo SIAM reúna a 1.500 trabajadores, todos organizados horizontal y democráticamente en cooperativas, sin gerentes ni jefes. Para Perego, el éxito no depende ni del futuro de la macroeconomía argentina, ni de la destreza con que diseñen el plan. “El gran secreto es que nadie estafe a nadie. Eso es lo que nos permitirá hacer historia o ser historia”, sintetiza.

LAS PALABRAS. Fue Nicolás Casullo quien en plena crisis confesó: “La globalización nos plantea como nunca la dificultad de explicarnos a nosotros mismos. Es imposible explicarle a nadie el drama argentino. La idea de una multitud global o de un ciudadano global como plantea Tony Negri no nos sirve absolutamente para nada. Creo que si tendríamos que pensar una nueva política, tendríamos que pensarla desde las absolutas carencias en las que estamos situados. Estamos condenados a la barbarie de tener que pensar lo económico y nada mas que lo económico. Sin embargo, desde esa circunstancia se habilita la posibilidad de pensar por qué no ha quedado nada en términos políticos. Tenemos el recorrido no de lo lleno, sino de lo absolutamente vacío”.

El vacío, entonces, es algo que es necesario llenar, pero para hacerlo no solo hay que saber cómo, sino acertar dónde. No encuentro mejor ejemplo de un desacierto que el editorial de la revista Punto de Vista de febrero en donde se señala: ” Es interesante notar que desde las primeras manifestaciones hasta el estado de virtual asamblea general que se ha desarrollado en estas semanas en los barrios de Buenos Aires, el repudio por la política de estos grupos los ha hecho identificarse sólo como “vecinos”: podríamos decir, la reducción de la idea de ciudadanía a su mínima expresión, la sociedad de fomento o, mejor, el consorcio. Un consorcio que cuando piensa la crisis lo hace con una visión autoindulgente de su rol en ella, y que cuando piensa la democracia, piensa en la expresión sin mediaciones de la suma simple de sus demandas”.

Tampoco encuentro un mejor ejemplo de sensibilidad que las palabras pronunciadas por el filósofo Alejandro Rotzichner, en un debate realizado en la Feria del Libro. Allí Rotzichner -a quién no leo habitualmente ni conozco personalmente- proclamó. “La nueva cultura política necesita que los ciudadanos -intelectuales o no-, seamos más diseñadores de situaciones que analistas de lo social. No pretendo que el análisis sea eliminado, sino que sea puesto en función de una acción. Esta nueva militancia no debe crítica, sino creativa. No está basada en el sacrificio, sino en el entusiasmo. No describe catástrofes, sino que ama el mundo. No se obsesiona con el pasado, sino que apuesta al futuro y quiere el presente. Y se centra únicamente en nuestro deseo: ¿Qué queremos que pase en la sociedad? Ser mas osados, más plásticos, con menos miedo, menos fatales y más confiados”.

Quizá ser progresista hoy signifique tan solo y nada menos que tener esperanza.

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La Ronda en la mirada de Alejandra López

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Octava entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, realizada por la fotógrafa Alejandra López.

Toda la producción de La Ronda será entregada a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas estos 40 años a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos. Esta iniciativa es totalmente autogestiva.

Por Alejandra López

Cuando Claudia Acuña me propuso que fotografiáramos la Ronda de las Madres con un grupo de colegas, acepté sin dudar con gran alegría por varias razones. Por una lado, la urgencia del registro ahora que se nos van poniendo viejitas, y por otro, la necesidad de emprender un proyecto colectivo.

La Ronda en la mirada de Alejandra López

He ido muchas veces a la Ronda. Una de mis primeras veces, yo fotógrafa debutante, lloré durante toda la cobertura y una de las Madres (no sé quién fue) me retó con ternura: “Sin llorar”, me dijo, y repitió: “Sin llorar”. 

La Ronda en la mirada de Alejandra López

Siempre hay algo de esa primera vez: la emoción, la admiración sin límites, y,  sobre todo, el asombro ante esa capacidad increíble de sostener el ritual de lucha durante 47 años.

La Ronda en la mirada de Alejandra López

Hice mis fotos el jueves 21 de marzo, en la Ronda número 2397.

Hoy más que nunca #memoriaverdadyjusticia.

Mi humilde homenaje a estas mujeres que, junto con Abuelas, son nuestro faro.

La Ronda en la mirada de Alejandra López
La Ronda en la mirada de Alejandra López
La Ronda en la mirada de Alejandra López
La Ronda en la mirada de Alejandra López

Sobre Alejandra López

Retratista.

Empezó a trabajar profesionalmente en 1990 haciendo fotografía teatral y en la revista El Porteño.

Durante 14 años fue fotógrafa de staff de la revista Viva del diario Clarín, donde fotografió a innumerables personajes del espectáculo y ha publicado en revistas como Elle, La Nación Revista, Brando, Harper’s Bazaar, Le Figaro Magazine, Bacanal.

Actualmente se dedica a la fotografía para gráficas de teatro y cine, colabora con la revista L’Officiel y es reconocida además por sus retratos de escritor, algunos ya icónicos, para editoriales de libros como Penguin Random House y Planeta.

Ha realizado numerosas muestras: Retratos (2001), La máscara (en el Festival Internacional de Teatro), Retratos de la Memoria, (imágenes de sobrevivientes del Holocausto) en el Museo Judío de Frankfurt, Calendario FOE 2009 y en junio del 2011, la exposición Algunos escritores, en la Fotogalería del Teatro San Martín. En 2021, realizó Ese día, una serie de retratos de víctimas sobrevivientes del atentado a la Amia. En 2023, Belleza Marrón, en el Centro Cultural Borges, (ensayo en colaboración con la agrupación Identidad Marrón).

Para ver más: en Instagram @alejandralopezfotografa

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La historia de las Madres de Plaza de Mayo: Érase una vez 14 mujeres…

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Se cumplen hoy 47 años de la primera aparición de las Madres en la Plaza de Mayo. La fecha llega en un momento en el que lavaca ha puesto en marcha un registro fotográfico colaborativo sobre las actuales rondas de Madres: una forma de homenaje, sabiendo que la memoria no es hablar del pasado, sino comprenderlo para actuar en el presente y el futuro.

Esta es una recorrida entonces, con un resumen del antes, el durante y el después de la instauración del terrorismo de Estado. Cuenta el nacimiento de la organización de estas mujeres que salieron a reclamar por la vida y, frente al horror y la desaparición de sus hijos e hijas, y lograron lo que parecía inconcebible: transformar el dolor en acción. ¿Cómo lo hicieron? Un recorrido por las últimas décadas, y algunas cuestiones prácticas sobre los tejidos, los territorios, las brujas y los alumbramientos. El video que muestra parte de la historia.

Por Sergio Ciancaglini

La historia de las Madres de Plaza de Mayo: Érase una vez 14 mujeres…
La historia de las Madres de Plaza de Mayo.

Había una vez un país con nombre de mujer, donde la muerte andaba suelta persiguiendo a los sueños, acorralando a la vida. Y en ese país de nombre plateado, los sueños y la vida tuvieron que aprender cómo enfrentar a los verdugos.

La historia suele ser infinita, ¿cómo contarla?

Habría que hablar de un siglo XX Cambalache, que empezó con el país granero del mundo, con trabajo para pocos, democracia para pocos, dinero para menos, alguna ilusión de tiempos mejores, seguida de décadas infames. Surgió luego un gobierno que generó una expectativa de más justicia, y más democracia. La política empezaba a estar en las calles, en las plazas, en la cabeza y en el corazón de cada persona.

Ese gobierno fue tumbado en 1955 por los poderes económicos, políticos y militares de siempre. Poco antes los golpistas habían bombardeado con la aviación militar a transeúntes inocentes en plaza de Mayo. Más de 300 muertos. Que hubiera más igualdad de oportunidades, o mejor distribución de la riqueza, era una maldición que había que mutilar. Tierra extraña; aquí siempre hubo una envidia al revés. Los ricos envidiaron a los pobres, odiaron que los pobres pudiesen mejorar.

En 1956 aquella dictadura fue pionera: secuestró ilegalmente a decenas de personas acusándolas de planear una rebelión. Los militares ordenaron los fusilamientos en los basurales de José León Suárez. Fue la Operación Masacre, como la llamó Rodolfo Walsh en un libro inolvidable. Lo que nadie sabía, ni siquiera Walsh, es que la Operación Masacre apenas empezaba.

Poco después, en una pequeña isla del Caribe frente a las narices de los Estados Unidos, hubo una revolución que se proclamó socialista. Los militares argentinos temieron que esa revolución fuese contagiosa, y gatillaron sus armas junto a los de todo el continente.

Siguieron los tiempos de proscripción política, censura, gobiernos civiles derrocados, gobiernos militares que se iban tumbando entre ellos, mientras las fuerzas armadas actuaban como tropas de ocupación en su propio país, como trincheras contra la democracia, en nombre de la lucha contra el socialismo.

Frente a eso, crecía la resistencia de quienes que no se resignaban al silencio, la censura, ni al olvido. Resistían los mayores, con una especie de nostalgia por el pasado. Y resistían también los jóvenes, como añorando el futuro, pero un futuro que querían construir con sus propias manos.

El surgimiento de las Madres de Plaza de Mayo

Un argentino que había puesto la mente y el corazón para aquella revolución en la isla del Caribe, fue capturado y fusilado cuando quiso hacer algo parecido en Bolivia. Le decían Che. Los que lo mataron no sabían que lo estaban inmortalizando. El mundo se ponía violento. En todo el planeta oleadas de jóvenes salían a reclamar justicia, igualdad, rechazo a la guerra y la muerte, un mundo distinto.

En la Argentina las dictaduras seguían tropezando con las resistencias. Hubo un Cordobazo, un Rosariazo, la juventud se movilizaba pintando paredes y pintando proyectos. La democracia seguía presa. La violencia militar seguía libre. Nacieron las organizaciones guerrilleras, que quisieron agregarle armas a toda esa resistencia.

Tal vez esta historia haya que comenzarla, entonces, en 1972. El 22 de agosto en Trelew hubo una nueva versión de la Operación Masacre. Allí habían detenido a miembros de varias agrupaciones guerrilleras. Fueron acribillados a balazos, indefensos, con el falso pretexto de un intento fuga. Mataron a 16. Hubo tres que sobrevivieron por milagro, y contaron lo que había pasado. Tal vez en aquel momento, cuando el crimen fue evidente, los estrategas militares empezaron a diseñar la represión del futuro: matar sin evidencias.

Las movilizaciones protagonizadas fundamentalmente por la juventud, empezaban a ser gigantescas. La trinchera militar no soportó la correntada de tantos sueños, y en 1973 la vida pareció cambiar. Una multitud obligó a liberar a los presos políticos. La ilusión no duró demasiado.

Fue una danza alucinada.

Cámpora ganó las elecciones. Volvió Perón. En Ezeiza las patotas de la derecha peronista acribillaron a las columnas juveniles. Perón apoyó a esos grupos, contra la juventud. Cayó Cámpora. Asumió Lastiri que era el yerno de José López Rega. López Rega era ex policía, nazi militante, secretario privado de Perón, ministro de Bienestar Social, y astrólogo esotérico. Como si su brujería funcionara, concentró cada vez más poder. Lastiri llamó a nuevas elecciones que ganó Perón. Ocho meses después, murió Perón y asumió su esposa Isabel. La sociedad miraba aturdida, mientras el sistema de la muerte se instalaba alrededor de López Rega, que organizó a los matones policiales, militares y a las patotas de la derecha, para crear un monstruo al que llamaron Triple A. Alianza Anticomunista Argentina.

La Triple A era un escuadrón de la muerte, un grupo paramilitar con vía libre para salir a matar. Estudiantes, intelectuales, sacerdotes, artistas, sindicalistas, obreros: la sucesión de fusilamientos se hizo cotidiana, el terror empezó a ser la genética de cada día.
La lista es macabra. Cientos de víctimas. Por recordar algunos: Rodolfo Ortega Peña, diputado nacional y abogado de presos políticos. Carlos Mujica, sacerdote del Tercer Mundo, Silvio Frondizi, uno de los principales intelectuales que dio la izquierda argentina, Julio Troxler, que había sobrevivido a los fusilamientos de 1956. Atilio López, uno de los dirigentes del Cordobazo, que durante la breve etapa camporista fue vicegobernador de Córdoba.

Los bombardeos en Plaza de Mayo y la matanza en los basurales habían sido premoniciones.
Los fusilamientos de Trelew fueron una secuela.

La Triple A fue el perfeccionamiento del crimen mafioso.

El terrorismo de Estado y la desaparición forzada

Pero ahora imaginemos.

Imaginemos por un momento que hubiera miles de masacres como las de los basurales de José León Suárez. Imaginemos que hubiera de pronto miles de fusilamientos como los Trelew. Y miles de Triple A matando por las calles con absoluta impunidad.

Eso fue la dictadura militar, cuando los militares dieron el golpe de Estado para imponer la máquina de matar corregida y aumentada al infinito. Fue hace exactamente 30 años. Le pusieron un nombre que sería cómico, si no fuera tan patético. Proceso de Reorganización Nacional. El comunicado número uno que emitieron decía:

Se comunica a la población que, a partir de la fecha, el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta de Comandantes Generales de las FF.AA. Se recomienda a todos los habitantes el estricto acatamiento a las disposiciones y directivas que emanen de autoridad militar, de seguridad o policial, así como extremar el cuidado en evitar acciones y actitudes individuales o de grupo que puedan exigir la intervención drástica del personal en operaciones.

Más que nunca, la muerte andaba suelta persiguiendo a los sueños, acorralando a la vida. Pero esta vez, además, inventaron una especie de acto de magia superior a los de López Rega. La magia más perversa que alguien pueda imaginar.

No más bombardeos, ni basurales, ni fusilamientos en cárceles, ni homicidios mafiosos a la luz del día.

Los perseguidos, las víctimas, iban a desaparecer.

No iban a estar más: secuestrados y esfumados de la noche a la mañana.

Los militares creían que al no haber cuerpos, al no haber pruebas ni quedar en evidencia, nadie podría acusarlos de crimen alguno.

Eso es el terrorismo de Estado. Las Fuerzas Armadas se dedicaron a la muerte clandestina, mientras en público sus jefes iban a misa a ser bendecidos, a comulgar, y a la salida sonreían. En sus discursos hablaban de la ley, el orden, la paz y el progreso.

Empezó la cacería. Zonas liberadas, gritos en la noche, secuestros de gente indefensa, la absoluta desaparición de la justicia.

Hay bibliotecas enteras que podrían leerse para entender lo que pasó. Pero hay también una carta. Apenas un año después del golpe Rodolfo Walsh –otra vez- escribió en la clandestinidad su Carta abierta a la Junta Militar, donde explicó lo que nadie se atrevía a decir.

Hablaba de un lago cordobés convertido en cementerio lacustre. De personas arrojadas desde aviones militares al Río de la Plata, cuyos cadáveres afloraban en las costas uruguayas. Denunciaba un sistema de tortura absoluta, intemporal y metafísica, aplicada tanto con métodos medievales como el potro o el torno, como con la tecnología de la picana eléctrica, para machacar la sustancia humana. Hablaba de las guarniciones y comisarías convertidas en campos de concentración. De las mentes perturbadas de los militares que torturaban. Decía, apenas un año después del golpe y en medio de la censura y el terror: “Quince mil desaparecidos y desaparecidas, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror”.

Pero hay otro párrafo, que cada día se entiende mejor. Le decía a los militares:”Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”.

Ahí estaba la clave para entender el crimen: la miseria planificada.

Walsh fechó esa carta el 24 de marzo de 1977, distribuyó varias copias, y un día después fue secuestrado por los militares.

Nunca más se supo de él.

Es otro desaparecido.

Érase una vez 14 mujeres: La historia de las Madres de Plaza de Mayo

En esa noche, hubo un parto.

En medio de la oscuridad, un alumbramiento.

Nació una historia.

Muchas madres y padres salieron a buscar a sus hijos. Salieron de sus casas, salieron del útero de su rutina habitual a enfrentar al aparato represivo más imponente de la historia del país. Llevaban impresas en la piel la desesperación y el amor, y de allí les nació el coraje. Recorrieron hospitales, caminaron juzgados, se atrevieron a ir a comisarías y cuarteles. Buscaron a las morgues. Nadie sabía nada. La ley del silencio. Cada día era la esperanza de una noticia. Cada noche era la frustración del silencio.

Los padres varones, de a poco, volvieron a sus trabajos.

La mayoría de las madres eran amas de casa: tenían intacto el tiempo y la sensación de que no había otra cosa que hacer que dedicar cada hora, cada minuto y cada segundo de vida a la búsqueda.

Estaban solas, moviéndose, preguntando inútilmente, aturdidas por tanto silencio. De a poco, empezaron a cruzarse por los mismos laberintos, a reconocerse y a descubrir que había otras que compartían esa especie de señal que cada una llevaba como un código secreto en la mirada: la desesperación y la incertidumbre.

Ese fue un primer triunfo contra el aislamiento. Comenzaron a encontrarse, reunirse, acompañarse. Estar juntas fue el modo de escaparle al terror de estar solas. Pero fue mucho más que eso.

Un día, esas mujeres se descubrieron a sí mismas en una iglesia militar, donde un cura psicópata les recomendaba santa paciencia y las confundía con rumores, insinuaciones y desinformaciones. Intuición femenina: les estaban mintiendo sistemáticamente, nadie hacía nada por salvar a sus hijos.

Una de esas mujeres dijo: Basta.

Y dijo: tenemos que ir a la Plaza de Mayo, tenemos que hacer ver y oír lo que nos pasa. Era una mujer con nombre de flor.

Y ese grupo de mujeres decidió que Azucena Villaflor tenía razón: su lugar sería la Plaza de Mayo.

La plaza sería el territorio de estas madres.

No tenían oficina, pero habían encontrado un lugar espacioso, aireado, iluminado y muy céntrico.

No tenían sillones mullidos, pero había bancos de plaza.

No había escritorios, pero tenían las faldas para apoyar allí las carpetas, expedientes, cuadernos o que hiciera falta.

No tenían alfombras, sólo baldosas y unas palomas revoloteando.

No tenían recepción, pero podían verse de lejos mientras iban llegando. No tenían teléfonos, pero se pasaban papelitos con mensajes, informes, o futuros puntos de encuentro.
Ocultaban esos mensajes en ovillos de lana, por si la policía o los militares se les cruzaban en el camino.

No querían que las descubrieran. Ya que tenían los ovillos, llevaban agujas y tejían en la plaza, mientras iban pasándose información, inventando qué hacer, cómo buscar, cómo evitar la impotencia de no hacer nada. Penélope tejía esperando el regreso de su marido. Ellas tejían juntas las acciones para buscar a sus hijos y denunciar lo que estaba pasando.

La primera vez fue el sábado 30 de abril de 1977. Eran sólo 14 en la Plaza de Mayo. Como no había casi nadie, decidieron volver el viernes siguiente. Después, una de las madres avisó, como atajándose de los malos augurios: “Viernes es día de brujas”. A la semana siguiente empezaron a encontrarse los jueves, el día que nunca más abandonarían, para escaparle a las brujas.

La policía empezó a desconfiar. Por el Estado de Sitio, se impedía cualquier reunión de tres personas o más, por ser potencialmente subversiva.

Para decir la verdad, en este caso tenían razón: buscar la vida era subversivo. Como pájaros de uniforme, los policías empezaron a revolotear alrededor esas mujeres que hablaban y tejían de los asientos de la plaza. Ordenaron: “Caminen, circulen, no se pueden quedar acá”. Ellas se pusieron a caminar y a circular alrededor del monumento a Belgrano, en sentido contrario a las agujas del reloj: como rebelándose contra cada minuto sin sus hijos.

Marchaban, cada jueves, en las narices del gobierno dictatorial más temible. La plaza ya era el territorio de las Madres.

Algunos periodistas extranjeros descubrieron esas raras vueltas y vueltas. Consultaron a los militares. Les contestaron que eran unas mujeres trastornadas, unas Madres Locas que andaban buscando a gente que no estaba en ningún lado. Gran parte de la sociedad prefería no darse por enterada. La censura bloqueaba orejas, cerebros y corazones. Las madres locas eran las únicas que parecían cuerdas, tejiendo y circulando al revés que las agujas del reloj.

En octubre de 1977 se sumaron a la peregrinación a Luján, que congregaba a un millón de jóvenes. El problema era cómo encontrarse y reconocerse en la multitud. Alguien propuso que todas se pusieran un pañuelo del mismo color. Lo del color era un problema, pero entonces una de las madres tuvo una ocurrencia: ¿Por qué no nos ponemos un pañal de nuestros hijos? No existían los pañales descartables y la mayoría de las madres todavía guardaba los de tela, tal vez pensando en los nietos.

Frente a la Basílica, reclamaron y rezaron por los desaparecidos y desaparecidas. Todos los que estuvieron pudieron verlas, identificadas con los pañales blancos en sus cabezas. Poco después hubo una marcha de los organismos de derechos humanos, que terminó con 300 personas detenidas, incluidos –por error- varios periodistas extranjeros. Gracias a tanta eficiencia, el mundo empezaba a enterarse de lo que ocurría. En la comisaría las Madres rezaban Padrenuestros y Avemarías. Los policías no se atrevían a incomodar a mujeres tan devotas. Entre rezo y rezo, haciendo cruces, miraban a los uniformados, les decían “asesinos”, y seguían rezando. Amén.

El hecho de reunirse, romper el aislamiento, buscar a sus hijos, se convirtió en sí mismo en un delito. Diciembre de 1977, un oficial de la marina que se hacía pasar por hermano de un desaparecido organizó el secuestro y desaparición de tres de las madres, dos monjas francesas y otros familiares y amigos. Así era el coraje militar.

Las madres estaban organizando la colecta para publicar una solicitada el 10 de diciembre, denunciando las desapariciones.

El 8 de diciembre secuestraron a Esther Careaga y a Mary Ponce de Bianco en la Iglesia de Santa Cruz, junto a ocho personas más, incluida la monja francesa Alice Domon. Esther era paraguaya. Ya había encontrado a su hija adolescente, a la que los militares habían liberado. Las otras madres le habían pedido que volviera a su casa, que ya no se arriesgara más. Esther no les hizo caso, decidió seguir junto a ellas hasta que encontraran a cada uno de sus hijos.

Dos días después, desapareció la mujer con nombre de flor. El terror de aquellos tiempos superó todo lo imaginable. Desaparecían quienes buscaban a los desaparecidos y desaparecidas. Pero los militares habían sido selectivos: secuestraron a quienes todas siempre consideraron “las tres mejores madres”. Sin Azucena, había que elegir: seguir, esconderse, o volverse a casa. Para las madres no hubo demasiadas dudas: ahora no solo debían buscar a sus hijos e hijas, sino también a sus amigas y compañeras. Lograron sobreponerse a la parálisis y al terror, para seguir su marcha.

Azucena había parido la idea de que las madres se organizaran para nunca más estar solas en su lucha. Y había dicho algo: “Todos los desaparecidos son nuestros hijos”. Así estaba socializó la maternidad, potenció a cada madre y le dio grandeza a cada minuto de resistencia.

Llegó el Mundial 1978. El fútbol tapando de gritos y sonrisas la realidad, mientras a pocas cuadras de la cancha de River seguían torturando gente en la ESMA. El mundial fue oxígeno para los militares: para seguir matando y seguir castigando cada vez a más gente con la miseria planificada. Las madres cambiaron sus lugares y horarios de reunión. No todos los jueves iban a la Plaza, para evitar que las detectaran. Cuando iban, la policía les largaba los perros. Cada una llevaba un diario enroscado para sacarse a los perros de encima, una de las pocas cosas útiles para las que servían los diarios de esa época.

Muchas veces detenían o demoraban a alguna de ellas en las comisarías. Se les ocurrió una idea: cuando una iba presa, se presentaban todas y pedían ir presas ellas también. Los policías veían llegar a decenas y decenas de mujeres que exigían ser encarceladas junto a su compañera. Una vez fueron tantas las que exigieron ser detenidas, que tuvieron que llevarlas en un colectivo de la línea 60.

Madres locas, dirían los policías, que no sabían bien qué hacer: muchas veces las soltaban para sacárselas de encima.

Cuando en la Plaza le pedían documentos a una, todas las demás se acercaban a la policía a entregar también los suyos. Cientos de documentos, cédulas y libretas cívicas, que la policía tenía que verificar. De paso, las madres se quedaban más tiempo en la plaza.

En 1979 llegó al país la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. También el fútbol jugó en contra. El mundial juvenil tenía a todos pendientes de Maradona, y los militares aprovecharon para que relatores de fútbol y periodistas radiales llamaran a la gente a Plaza de Mayo, y que de paso repudiaran a quienes hacían cola para declarar ante la Comisión. Querían mostrar lo que llamaban “la verdadera imagen del país”. Decían: “los desaparecidos algo habrán hecho”, o “por algo será que se los llevaron”. Los hinchas, sin embargo, no molestaron a los que estaban esperando para hacer sus denuncias.

Ya era la época de la plata dulce, la fiesta de las multinacionales, el dólar barato, miles de argentinos gastando en el exterior lo que nunca habían sabido ganarse, gracias a la miseria planificada de millones.

Los diarios y las revistas no sólo censuraban la información para defender su negocio, sino que hacían campañas por los militares: “Los argentinos somos derechos y humanos”. Confirmado: nunca hay que subestimar la estupidez humana, la capacidad de negación, el tamaño de la crueldad.

En ese 1979 hubo otro parto, otro alumbramiento: las Madres decidieron crear la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Si todas estaban en peligro, esa era una forma de mantener la lucha viva. La casualidad, o el destino, determinaron que la asociación fuese creada en una fecha imposible de olvidar: 22 de agosto. Habían pasado siete años de la masacre de Trelew, aunque parecían siete siglos.

Los militares asesinos argentinos inventaron un conflicto contra los militares asesinos de Chile, que a todos les servía para ganar tiempo en el poder. En esos días fue muy próspero el negociado de la fabricación de ataúdes, hasta que el Papa intervino. Secuestros clandestinos y desapariciones en la noche, permitían mirar para otro lado. Guerra abierta entre gobiernos tan vecinos y tan beatos era demasiado. Hasta para el Vaticano. Amén.

Seguían encontrándose en plazas y bares. Para que no las descubrieran cambiaban el nombre. Si iban a ir a Las Violetas, decían Las Rosas. Ellas mismas llevaban en sus carteras las carpetas, las denuncias, los expedientes.

Recién en 1980, gracias a los apoyos internacionales, las Madres pudieron tener una oficina. Pero también ese año decidieron volver a su territorio, la Plaza de Mayo, para nunca más abandonarla.

Fueron un jueves, al jueves siguiente las estaba esperando un escuadrón entero, con las armas gatilladas. Ellas cambiaban el horario, circulaban por donde no las veían. Poco a poco envolvieron a la Pirámide de Mayo con sus marchas que nadie podía detener. Llevaban diarios enroscados. Pronto aprendieron de sus hijos, y llevaban también botellitas de agua y bicarbonato por si las esperaban con gases lacrimógenos. No necesitaban gases para llorar. Pero habían decidido transformar el llanto en acciones.

Los militares eran la rigidez y la violencia. Las madres eran la fluidez y la energía. Los militares y la policía eran la muerte. Los verdugos. Las madres eran la vida.

Se editó el primer boletín de Madres, se iba ganando apoyo afuera y adentro. Los militares llamaron a los viejos políticos a dialogar, como abriendo el paraguas frente a la crisis económica y a su propio desgaste. Pero las Madres estaban simbolizando dónde estaba la verdadera política, y quiénes eran sus nuevos protagonistas. En 1981 lo demostraron retomando la Plaza y haciendo la primera Marcha de la Resistencia. Solas, pocas, pero juntas, resistiendo 24 horas seguidas.

Vinieron épocas de ayunos, de tomas de iglesias y catedrales. Los jóvenes, sobre todo, se conmovían. Nació la consigna “aparición con vida”.

El 30 de abril de 1982, hubo manifestaciones de protesta en Buenos Aires contra la situación económica, la miseria planificada, con la policía reprimiendo a todos. Dos días después, se llenó la Plaza de Mayo para aplaudir a los militares que habían invadido Malvinas, creyendo que así se iban a reciclar en el poder en una especie de brindis perpetuo.

Las Madres dijeron que la guerra era otra mentira. Los militares que secuestraban cobardemente, torturaban clandestinamente y asesinaban tirando cuerpos al río, no podían convertirse de un día para otro en patriotas impecables y valerosos guerreros. Por decir eso, acusaron a las Madres de antinacionales. Ellas inventaron un cartel: “Las Malvinas son argentinas. Los desaparecidos también”. Muchos que acompañaban a las Madres las criticaron: había que estar del lado de la guerra, del lado de los militares. El tiempo mostró quién tenía razón sobre los guerreros, entre ellos el mismo que había delatado a Azucena, Esther y Mary.

La derrota de los militares resucitó la posibilidad de la democracia. Se abrió la multipartidaria, formada por cantidad de partidos y políticos muchos de los cuales, durante los tiempos más duros de la represión, habían sido expertos en el arte de callar.

En 1983 hubo elecciones, Alfonsín llegó a la presidencia, y las madres hicieron la marcha de las siluetas para que nadie olvidara a los ausentes. En los afiches decían que esos hijos e desaparecidas habían luchado por la justicia, la libertad y la dignidad.

El gobierno formó la CONADEP, la comisión nacional para la desaparición de personas. Las madres desconfiaron, no quisieron integrarla. Siempre prefirieron la calle, y no las comisiones. Crearon un periódico, la Asociación iba creciendo y seguía reclamando aparición con vida y castigo a los culpables.

En 1985 Alfonsín las citó, pero luego no las atendió porque tenía que ir al Colón, según la explicación oficial. Las Madres tomaron la Casa Rosada, y se quedaron ahí instaladas como forma de resistencia pacífica. Esas acciones mostraban la grieta entre los discursos sobre los derechos humanos que hacía el gobierno, y la realidad. Y mostraban cómo el protagonismo político se desplazaba de los políticos de museo, a los movimientos generados en la sociedad para enfrentar los problemas tomando las riendas de sus propias decisiones.

Se hizo el juicio a las Juntas, pero sólo hubo dos condenas a prisión perpetua. Las de Videla y Massera. Los otros jefes militares recibieron penas bajas, o fueron absueltos. Las Madres opinaron del siguiente modo: se levantaron y se fueron de la sala de audiencias.

Seguían las acciones, marchas, escraches a los militares en sus casas, viajes y campañas en todo el mundo, la lucha contra las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, La lucha contra las rebeliones de Semana Santa y de los carapintadas, La marcha de las manos, La marcha de los Pañuelos, cuando taparon la casa de gobierno de pañuelos blancos, los premios internacionales.

El apoyo a los conflictos, a las huelgas, a los reprimidos y a los perseguidos.

Empezaban a hacer propia una idea: el otro soy yo.

Las Madres, además de denunciar lo que había ocurrido con sus hijos, hicieron otra cosa: comenzaron a levantar las mismas ideas y sueños por las que esos jóvenes habían luchado.
Por eso sintieron que aún sin estar, sus hijos las estaban pariendo.
Aquellas amas de casa desgarradas por la desesperación, habían logrado transformar el dolor en acción y en pensamiento.

Todas estas luchas se multiplicaron al infinito cuando Menem llegó a la presidencia para perfeccionar, en democracia, la miseria planificada: privatizó el país, regaló el Estado, masificó el desempleo, protegió a toda clase de mafiosos, asesinos y corruptos, y además los puso a gobernar con él. De paso indultó a todos los militares que habían sido condenados.

Hubo más de lo mismo cuando subió De la Rúa, y las madres estuvieron allí, nuevamente en la plaza, el 19 y 20 diciembre, cuando ese gobierno intentó imponer el Estado de Sitio y se dedicó a reprimir a miles y miles de personas hartas de tanta decadencia y de tanta mentira. Nuevamente las plazas se llenaron de balas, y de jóvenes muertos.

La historia reciente es más conocida, las Madres y su universidad llena de jóvenes, de movimiento, de conferencias, de proyectos. Las Madres y su flamante radio, para que se escuche cada cosa que hay que decir. La intervención en cada lucha contra las mafias, contra la miseria, contra la muerte.

Y cada jueves, como siempre, las madres circulando, tejiendo solidaridad, construyendo este territorio de la Plaza para que sea el espacio de todos.

Había una vez un país con nombre de mujer, donde la muerte andaba suelta persiguiendo a los sueños, acorralando a la vida. Y en ese país de nombre plateado, los sueños y la vida tuvieron que aprender cómo enfrentar a los verdugos. Las madres están dejando esa herencia.

Cómo convertir al dolor, en acción.

La parálisis y el miedo, en lucha.

La desesperación, en coraje.

Las lágrimas, en acciones.

Para acorralar a la muerte, como el primer día:

tejiendo luchas,
haciendo circular los sueños,
y alumbrando la vida.

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Nota

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas

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La familia de la joven asesinada en Capilla del Monte volvió a viajar de Buenos Aires a Córdoba para reclamar que se asigne urgentemente un fiscal en la causa y que se investigue su femicidio. Hace 4 años el cuerpo de Cecilia fue encontrado luego de estar 20 días desaparecido; su familia denuncia una trama local que involucra a la última persona que la vio con vida, el ex boxeador Mario Mainardi, jamás investigado, y la complicidad de la justicia de Cruz del Eje, representada por Paula Kelm, que buscó inculpar a un perejil. Gracias a la lucha familiar se logró anular esa línea de investigación, que culminó en un juicio nulo, pero desde entonces no se retomó la instrucción; y pese a que en diciembre se anunció que un nuevo fiscal tomaría la causa, eso no sucedió, y las dilaciones siguen. Crónica de una nueva reunión con promesas y sin hechos, cuando la impunidad se hace cada vez más grande y el reclamo, también: “Verdad y justicia para Cecilia Basaldúa”.

Por Bernardina Rosini

Daniel y Susana, padre y madre de Cecilia Basaldúa ya perdieron la cuenta de las veces que han viajado desde la ciudad de Buenos Aires a Córdoba con el único objetivo de lograr justicia por su hija. Han perdido esa cuenta pero no la cantidad de días que contabiliza la impunidad: 1460, es decir, cuatro años. 

En efecto, hace cuatro años (el 25 de abril de 2020) encontraron el cuerpo de Cecilia Gisela Basaldúa en un codo del Río Calabalumba en Capilla del Monte, luego de veinte días de estar desaparecida. Cuando Daniel y Susana llegaron ayer a los Tribunales en Córdoba Capital, se los ve invadidos por la bronca y el hartazgo. Son cuatro años sin Cecilia y a la par sostienen que las líneas de investigación han sido deliberadamente manipuladas y el material probatorio  de contundencia, ignorado

La última vez que estuvieron parados sobre esa vereda fue el pasado 7 de diciembre, tras reunirse con el Fiscal General Juan Manuel Delgado. Celebraban la noticia: “Tenemos fiscal, vinimos con 3.000 firmas de apoyo pidiendo fiscal y lo tenemos. Es el Nelson Lingua y comienza el 1° de febrero, después de la feria judicial”. Cinco meses después, otra vez viajan 700 kilómetros para golpear la puerta del Palacio de Justicia pues tal designación no sucedió y la causa acumula once meses sin fiscal a cargo de la instrucción.

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas
Daniel Basaldúa y Susana Reyes, papá y mamá de Cecilia: viajaron desde Buenos Aires para mantener una reunión y reclamar justicia por su hija.

El baile del fiscal

Mientras los Basaldúa llegaban el 25 de abril nuevamente a Córdoba para pararse frente a Tribunales y exigir justicia, fueron notificados que la Fiscal General Adjunta Bettina Croppi los convocaría a una reunión. 

Antes de ingresar al edificio Daniel comparte la situación actual de la causa “Nos vienen diciendo que no designan fiscal porque falta una firma: me cuesta creerlo. No puedo hacer nada más que venir y reclamar. Hasta ahora la única justicia que logramos fue que no metan preso a un inocente”. 

Hoy le cuesta hablar; tiene un nudo en la garganta y el rostro de su hija estampado sobre el pecho. “Sólo espero que esta investigación vaya tras los verdaderos sospechosos, tras Mario Mainardi, última persona que vio a Cecilia con vida, quien tenía pertenencias de ella y las regaló; la policía y la fiscal Paula Kelm contaban con ésta y más información y nunca lo investigaron. No podemos creer que Mainardi, que dijo trabajar en Uber porque no podía acreditar ingresos, tenga más poder que Diego Concha, quien fue durante décadas Director de Defensa Civil de la provincia y sin embargo hoy está preso”. 

Daniel pasa lista de todos los uniformados que participaron del caso y que hoy se encuentran desplazados, procesados o presos por distintas causas: el común denominador es la violencia de género. 

Mientras las abogadas ingresan junto a los padres de Cecilia a la reunión, afuera les esperan periodistas, agrupaciones feministas, trabajadores de la Secretaría de Derechos Humanos y familiares víctimas de violencia institucional. Repiten el colgado de banderas, los carteles con rostros de otras víctimas, y los cantos que se recitan como mantras: “¡¡Queremos fiscal, queremos fiscal, queremos fiscal!!” y “¡¡Justicia, justicia, justicia!!”.

Al salir, Giselle Videla -una de las abogadas de la familia- comparte lo conversado en la reunión: “Para iniciar nos han pedido disculpas puesto que en noviembre nos dieron la seguridad que tendríamos fiscal apenas finalizada la feria judicial. Como hoy no hay fiscal, y están subrogando fiscales de otros territorios que toman la causa por un plazo corto de tiempo, el avance es mínimo. Nos informaron en relación a esta situación que la designación de Nelson Lingua espera la firma del gobernador, Martín Llaryora. Ahora bien, nos enteramos que será designado como Fiscal reemplazante, y no como Fiscal titular puesto que Lingua no ha rendido el concurso que lo habilita para ese cargo; debe rendirlo ahora y recién en julio- agosto podremos saber si será finalmente el fiscal titular de la causa”. 

Para que se entienda: desde que el tribunal absolviera a Lucas Bustos en julio del 2022 reconociendo su inocencia y su no vinculación al crimen, y ordenara una nueva instrucción para dar con los responsables del femicidio, la causa demoró meses en ser asignada a un fiscal. Luego recaería en el Dr Raymundo Barrera de Cruz del Eje, fiscal que, hábil con el calendario, entre feria judicial y licencias llegó a junio del 2023, mes en el que se jubiló. 

Por la presión de la familia Basaldúa, en diciembre el mismísimo Fiscal General anunció la designación del Lingua el 3 de febrero; eso no sucedió y no hay certeza de que Lingua resulte el fiscal que definitivamente dirigirá la instrucción, puesto que no cumple con los requisitos.

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas

Preguntas sin respuesta

Es mediodía y el cielo se refleja en las ventanas del edificio neoclásico de la calle Caseros; da la impresión que adentro estuviera vacío, que sólo es una fachada. “Hoy, 25 de abril se cumplen cuatro años de la aparición del cuerpo sin vida de Cecilia Gisela Basaldúa” lee Susana de la pantalla de su celular; ella también lleva una remera con el rostro sonriente de su hija. Sigue:

Cuatro años de impunidad y de violencia sistemática por parte del Poder Judicial a quienes pedimos y exigimos justicia por ella. La causa volvió a foja cero en el 2022 luego de pasar por un juicio vergonzoso.

El tiempo pasa y los asesinos de Cecilia siguen libres e impunes. No tenemos fiscal ni respuestas” y continúa “¿Cómo vamos a llegar a la verdad? ¿Qué fue lo que pasó con Cecilia? ¿Por qué tardó tanto en aparecer? ¿Dónde está Mario Mainardi? ¿Por qué la fiscal Paula Kelm ordenó tan rápidamente detener a un joven sin tener pruebas? Todas estas preguntas nos conducen una y otra vez a un círculo cerrado de impunidad entre funcionarios judiciales que se jactan en demostrar un abuso de poder constante”. 

La carta leída en la vereda, casi sobre la calle, concentra todas las preguntas que la investigación del femicidio debiera responder. 

Y la carta también cierra como se espera que cierre la investigación: “Verdad y Justicia para Cecilia Basaldúa”.

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