Nota
Qué representa el paro del 8M
Una mirada sobre el proceso que originó un movimiento social inesperado.
¿Qué se para cuando paramos las mujeres?
Se detiene una forma entender el mundo. Esa manera de ver lo que hay, lo que existe y lo que es como única posibilidad de ser y vivir.
Se paraliza lo posible para poner en movimiento lo imposible. Eso que no existe aun, pero ya está en forma de grito, de consigna y de estribillo.
Es una música, ponele.
Un ritmo.
Algo que suena e impregna el aire con un perfume sin sudor ni lágrimas.
El mundo que hoy vivimos juntos es horrible.
Lo sabemos.
Ese es el mundo que las mujeres vamos a parar.
No nos preguntamos cómo hacerlo: lo hacemos.
Porque sabemos que vamos a parar un mundo que no funciona.
Desde hace meses estamos tejiendo en cada rincón una forma concreta de lograrlo.
Por ejemplo, cada viernes cientos de mujeres nos reunimos en uno de esos tantos rincones, en el primer piso de la Mutual Sentimiento, ahí al lado de la estación de trenes, para bordar en asamblea una convocatoria, sabiendo de antemano que tiene que ser lo suficientemente amplia, precisa y diversa para ser capaz de contener la multiplicidad que implica eso que de lejos se ve como un movimiento, pero de cerca es una red de trama delicada, zurcida por el tiempo, sin nunca anudarse a nada más que el horizonte.
Llegamos hasta ahí, hasta ese nuevo desafío, avanzando a paso firme, Encuentro Nacional de la Mujer tras Encuentro Nacional de la Mujer. Así se fue armando este maravilloso telar que hoy se extiende a lo largo y a lo ancho del país sin depender de ninguno de los canales de comunicación tradicionales, ni de los aparatos movilizadores habituales. Sin ayuda del poder y sin dinero regalado ni prestado, miles y miles de mujeres han sido capaces desde el regreso de la democracia – allá por 1986- hasta hoy, de movilizarse 31 veces a 19 provincias.
La primera vez fueron 1.000.
La última, más de 150.000.
Durante todos esos años lo que se construyó no fue un discurso, porque muchas ya lo traían desde sus organizaciones. Lo que se construyó primero es el aliento para decirlo en público y en voz alta. Así y luego, se parieron las herramientas más importantes de este movimiento: mirada y oreja.
La mirada representa una forma de ver el mundo, pero también de mirarnos a nosotras y a las otras.
La mirada nos permitió pensarnos juntas no a pesar de las diferencias, sino con ellas, de buscar lo común sin oprimir ni suprimir lo distinto.
La oreja creció de tanto escucharnos. No hay una sin la otra: sin oreja no hay mirada. Y viceversa.
Sabemos que dos cosas no alcanzan, porque como nos advertía el viejo Borges, la tercera es la que confirma que hay encuentro. Nuestra tercera herramienta son los pies. Andar para llegar a cada Encuentro, andar para abrirlo y para cerrarlo, andar con otras que son iguales que nosotras, andar con las menos parecidas y las que ni siquiera soportamos cerca. Andar juntas, sumando, a paso firme, hacia el horizonte.
Hay quienes prefieren contarlo de otro modo y estará bien: así es como miran otras lo que hicimos juntas. A nosotras, las que desde hace largo tiempo estamos transitando este camino, la mirada larga nos da una perspectiva optimista, alegre y vital, en tanto lo construido siga siendo capaz de hacer lugar a todas y cada una de las partes, sin que ninguna domine a la otra. Porque de eso se trata el horizonte: de romper cadenas, de fortalecer cada una de las construcciones políticas, sociales, sindicales, académicas, vecinales, amigables y etcéteras y etcéteras que habitamos, porque esos son los espacios que construimos con nuestras herramientas para lograr lo que queremos: que este mundo horrible pare y luego, cambie.
¿Qué se detiene entonces cuando paramos las mujeres?
Se detiene una maquinaria que, por error o costumbre, llamamos mundo. Una maquinaria que con violencia y muerte convierte todo lo vivo en mercancía, en producto, en renta y beneficio de poquísimos.
Paramos porque las mujeres sabemos más que nadie en este mundo que las leyes no se cumplen, que los cuerpos sufren y que los que mandan no paran.
Paramos para detener esta guerra de las corporaciones contra los cuerpos.
Durante un día, sí.
Aprendimos ya que en nuestros cuerpos un día de rebeldía dura más, dura mucho, dura tanto que es difícil volver a mirar el mundo de la misma manera y volver a mirarnos, volver a escucharnos a nosotras, sin sentir, con la certeza de los pies, que no estamos solas y que eso nos hace poderosas.
Y ese poder de estar juntas es el que para a ese mundo horrible que se alimenta de nuestra quietud, miedo y silencio.
Eso nos mueve.
Paramos para volar.
Nota
De la idea al audio: taller de creación de podcast
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Modalidad: presencial y online por Zoom
Duración: 4 encuentros de 3 horas cada uno
No se requiere experiencia previa.
Docente:
Mariano Randazzo, comunicador y realizador sonoro con más de 30 años de experiencia en radio. Trabaja en medios comunitarios, públicos y privados. Participó en más de 20 proyectos de podcast, ocupando distintos roles de producción. También es docente y capacitador.




Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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