Nota
Testimonio de Nilda Eloy: «Esto es el infierno y de acá no se sale»
La declaración completa de Nilda Eloy, detenida-desaparecida junto a víctimas de La noche de los lápices, embarazadas, obreros, médicos, profesores y estudiantes. «Esto es el infierno y de acá no se sale», le decían sus torturadores.
«Fui secuestrada el 1° de Octubre de 1976, de la casa de mis padres, donde vivía, en la ciudad de La Plata. En el momento del secuestro yo dormía en la habitación que compartía con mi hermana. Se escuchó un ruido terrible cuando abrieron la puerta.Era un grupo de más de 20 personas al mando de Etchecolatz , a quien reconozco años más tarde al verlo por televisión. Preguntaron por Jorge Falcone, dando por sentado que era mi marido, revolvieron todo y me llevaron a borde de un Dodge 1500 color celeste. Después de haber andado durante aproximadamente media hora, me hicieron bajar y caminar por una vereda angosta, de baldosas. Bajamos pocos escalones, me tiraron en el piso, luego me llevaron a otra habitación, me hicieron desnudar y acostarme sobre un elástico al que me ataron. Comenzaron después a torturarme con picana y golpes. Cuando todo había terminado, escuché como que pasaban a otro lado y reconocí la voz de uno de ellos ( Osvaldo Lara, Oficial de Policía de la Provincia de Buenos Aires), quien era amigo de mi madre y de su familia desde su infancia. Como una estúpida, le pedí ayuda y todo volvió a empezar de nuevo como en una pesadilla. No sé si él me torturaba o solo gritaba y me miraba, después me dejaron tirada en el piso, en un lugar de mucho movimiento, muy cerca de una cocina. Nos pusieron en fila india en el piso porque- decían- arriba no había más lugar. La noche en que me llevaron allí, pasaron por ese lugar más de veinticinco personas. Al día siguiente me levantaron, me llevaron a otro ambiente y me sentaron en una silla chiquita, como de Jardín de Infantes. El que me interrogaba era nuevamente Etchecolatz, reconocí su voz, me dijo que ya sabían quién era yo, que no era la mujer de Falcone y comenzó a preguntarme por personal del Sanatorio Argentino- lugar en el que yo trabajaba-.Le aclaré que todo cuanto yo pudiera haber dicho durante el interrogatorio era mentira, y que yo no sabía nada. Dio ordenes de que me llevaran y por primera vez pude ir al baño ( era una letrina).Para llegar al mismo había que bajar escalones. Cuando iba al baño sentí que había otras personas en el piso, muy cerca. Me dejaron, en total, tres días tirada en ese lugar cercano a la cocina.
Por confrontación con otros exdetenidos, supe luego que aquel lugar era el Centro de Detención Clandestino (CDC) llamado La Cacha.
Con respecto a los represores en ese lugar, puedo dar testimonio de la presencia( además de Osvaldo Lara) de un cura que hablaba con acento español y usaba zapatones negros acordonados-como los que usaban algunos sacerdotes- y «El Francés» , quien era como un especialista en interrogatorios, que se trasladaba a diferentes CDC y a quien yo escuché cómo interrogaba, tanto en La Cacha, como en el Pozo DE Arana y el Vesubio. Olía a perfume y hablaba como una persona con mejor preparación que el resto.
De las personas allí detenidas, recuerdo a Alberto Rudiez .
Entre el 3 y 4 de octubre fui trasladada hacia otro CDC llamado Pozo de Quilmes, junto a casi treinta personas, en un camión, De aquellas personas recuerdo a Horacio y su compañera Angélica o Angelita, quien era profesora y estaba herida en una pierna por un tiro.
Durante el traslado nos hicieron un simulacro de fusilamiento en un lugar que, por la distancia recorrida y el olor a pasto, supusimos que era el Parque Pereyra Iraola: nos bajaron de a grupos, nos obligaron a arrodillarnos en el suelo y nos gatillaron con un arma descargada en la nuca.
Cuando llegamos al Pozo de Quilmes, nos hicieron subir por una escalera que estaba en el exterior del edificio. No recuerdo si me llevaron al segundo o tercer piso. Me metieron en un calabozo. Al poco tiempo se abrió la puerta, me sacaron y me encerraron en un baño junto a otras personas, para que nos higienizáramos. En adelante esto se repetiría de la misma manera: nos encerraban, nos daban unos minutos y luego nos gritaban para avisarnos que debíamos volver a tabicarnos ( vendarnos los ojos) antes de salir. En el baño había tres o cuatro inodoros y una mesada con piletas. En ese lugar me encontré con chicas que tenían entre trece y catorce años, secuestradas durante la llamada Noche de los Lápices. Eran todas alumnas de escuelas secundarias. De ellas recuerdo a Emilce Moller, y supe que en otro piso estaba Claudia Falcone, aun con vida.
Ya de vuelta en el calabozo, fui revisada por un médico que había ido preparado, con un frasco de Pancután, ( médicamente dermatológico para curar quemaduras)
Permanecí tres días en el Pozo de Quilmes. Luego fui trasladada a otro CDC llamado Pozo de Aarana, junto con Nora Ungaro y otros cuatro detenidos.
Allí nos prepararon para liberarnos, es decir, nos dieron una serie de instrucciones acerca de cómo debíamos comportarnos luego de ser liberados. Fueron sacando a los prisioneros por tandas, dejándome para el último turno. En ese interín hubo un cambio de guardia y mi nombre apareció borrado de las listas, de modo que mi liberación no se concretó.
Días después, el 13 de octubre de 1976, un grupo de prisioneros fuimos trasladados a la localidad de Banfield, al CDC llamado el Vesubio, junto con: Horacio Matoro, Haydee Lampugnani de Días ( «Changuita Díaz»), Inés Pedemonte, Graciela Jurado, Mendoza Calderón (» el Piura», estudiante de cinematografía de la Escuela de Bellas Artes de La Plata), Ricardo Salerno ( » el dueño», hermano de «El Zorro Salerno», actualmente desaparecido) y el «Pingüino Barry».
El traslado se hizo en dos autos, por una ruta y luego desviando por un camino de tierra hasta una zona que parecía descampada. La construcción constaba de dos edificios tipo chalet, de plantas bajas. Nos bajaron en una especie de garage, nos hicieron caminar por un pasillo que parecía una galería cerrada con piso de cerámicos rojos, luego por otro pasillo hasta un lugar en el que quedamos las mujeres, mientras a los hombres los condujeron más adelante, siempre por el mismo pasillo.
El régimen dentro de este centro era más flexible, había algunos guardias que dependían de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, la mayoría muy jóvenes y vestían de civil. Cuando llegaba el personal del Ejército, las medidas eran más estrictas: no se nos permitía quitarnos las vendas de los ojos y permanecíamos todo el tiempo con ataduras en las manos. El personal provenía del Regimiento La Tablada.
El baño estaba afuera, como en los fondos, y no tenía puerta. Parecía dar a un lugar descampado. También había una parrilla muy grande donde solían hacer asados. En estas oportunidades, a veces, nos dejaban transitar por allí destabicados y sin ataduras en las manos para que viéramos cómo disfrutaban de los asados. Los guardias también se divertían – cuando íbamos al baño- mojándonos con mangueras.
En el interior, además del pasillo que conectaba los dos ámbitos en que nos separaban a las mujeres de hombres, había una sala de torturas.
Puedo testimoniar sobre la presencia de una ciudadana alemana-paraguaya, llamada MARLENE KEGLER KRUG, quien había sido secuestrada en Paraguay, tenía cerca de veinticinco años, era rubia y muy delgada. También había una mujer que estaba embarazada de siete meses, proveniente del Gran Buenos Aires.
Al Vesubio concurría EL FRANCES, exclusivamente para los interrogatorios.
Permanecimos en ese CDC hasta el 31-10-76, día en que nos trasladaron, al mismo grupo, al centro clandestino llamado El infierno. Por informaciones posteriores supimos que se trataba de la Brigada de Investigaciones de Lanús, con asiento en Avellaneda.
Este Centro era denominado El Infierno por sus represores. «Ustedes están en El Infierno»- nos decían-«de aquí no se sale».
Nos metieron a todos en el mismo calabozo, cuyas dimensiones eran de 1 por 2 metros aproximadamente, todo de cemento. Allí debíamos turnarnos para poder dormir unas horas: tres quedaban semiacostados y el resto, parados, situación que llevó algunos ensayos hasta lograr las posiciones adecuadas. Un ínfimo espacio, lo reservábamos como » baño».
Las condiciones en El Infierno eran durísimas. Allí permanecíamos todo el tiempo con las manos atadas atrás, tabicados, encapuchados, y en ocasiones (según la guardia) con los pies también atados.
A los pocos días, fueron trasladadas seis de las personas que estaban conmigo y quedamos Horacio Matoso y yo. Haydee Lampugnani, Graciela Jurado, Mendoza Calderón y Ricardo Salerno fueron llevados a Campo de Mayo para ser trasladados desde allí, en avión, a la Provincia de Córdoba.Llegaron a Córdoba solamente Haydee y el «Dueño» ( Ricardo Salerno). De Graciela Jurado y Mendoza Calderón no supimos nunca más.
Después de este traslado, Horacio Matoso y yo fuimos separados.Entonces comenzó para mí la etapa más terrible. El hecho de ser la única mujer (con permanencia estable en el lugar), era aprovechado por los interrogadores para torturarme con el fin de escuchar gritos de mujer ( así me lo hacían saber). Les hacían creer a los otros detenidos que mis gritos eran de sus madres, hermanas o hijas, como otra forma de tormento. Los tipos de tortura, vejámenes que padecí en aquel centro, son algo de lo cual no puedo aun comentar en su totalidad.
En cuanto a las condiciones de vida, se nos mantenía dándonos agua cada 4 ó 5 días, y algunas cucharadas de comida cada 15 o 20 días. Como consecuencia de esto, algunos prisioneros no resistían y morían por inanición.Sus cadáveres quedaban, a veces hasta 2 y 3 días en los calabozos. Es imposible describir lo que significaba con la muerte de esa manera, cosa de la cual los represores se ufanaban.
En El Infierno había un hombre a quien se lo conocía como » el Abuelo» y era llevado a La ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) para torturarlo. Cuando yo llegué a ese centro, el hombre ya no tenía dedos en las manos ni en los pies.
La mayoría de los detenidos que pasaban por ese centro eran obreros de distintas fábricas del Gran Buenos Aires. Recuerdo a una chica que había sido secuestrada junto con su hermano y que, a pesar que era ciega, la obligaban a usar igualmente tabique y capucha.
También estuvo conmigo una señora que tenía ochenta y cuatro años, quien había sido llevada luego de la destrucción de su casa y de toda su familia, habiendo sobrevivido a tamaña represión, ella y un nietito, escondidos en el baño.
Puedo dar testimonio de los siguientes detenidos en ese lugar: Luis Jaramillo ( cuyo cadáver fue hallado posteriormente en el cementerio de Avellaneda), Carrizo, Lafleur («Chicho»), Santos («Cuotita», obrero) y José Riso o Risso.
El personal permanente del lugar era de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, y alternativamente personal del Ejército.
El Infierno funcionaba como destino final de prisioneros. Era común que sacaran grupos de 4 a 5 detenidos para lavarlos y vestirlos, supuestamente para luego liberarlos. En realidad, se los fusilaba y después hacían aparecer el hecho como un » enfrentamiento entre fuerzas de seguridad y guerrilleros». Cuando la patota regresaba de dicho operativo, hacían comentarios irónicos al respecto, para enterarnos de lo realmente ocurrido. Durante el rito macabro de preparación de los prisioneros, los represores observaban que estuvieran aseados, peinados, prolijos. Así, sabíamos que cuando esto sucedía, venía la muerte.
El 31 de diciembre de 1976, Horacio Matoso y yo fuimos trasladados en una camioneta, tapados con mantas y cajas, a la Comisaría 3ra. De Lanús con asiento en Valentín Alsina. Allí fuimos depositados con orden de incomunicación. Ante nuestro estado crítico y una vez que se hubo retirado el personal del Ejército, el Comisario de dicha Seccional se apiadó de nosotros y ordenó que nos llevaran con los detenidos que ya estaban allí(también en condiciones ilegales).Ordenó también que nos quitaran las capuchas y tabiques y envió a alguien en busca de una balanza para pesarnos. Horacio Matoso había perdido 25 kg y yo, de 49 kg. Que pesaba, tenía 29 kg. En ese momento. No podía caminar por mis propios medios ni mantenerme en pie, y ante la luz no veía. Esa noche comimos, era fin de año. Tuve que aprender poco a poco, todo de nuevo: a escribir, caminar, leer correctamente, a dormir en un colchón. Fui puesta en una celda donde me reencontré con Emilce Moller, Patricia, Mercedes Borra ( correntina, de la localidad de Santo Tomé, catequista), una chica embarazada, Eduardo Schaposnik ( médico de la ciudad de La Plata).Dado que el padre de Emilce era comisario retirado, a través de él fue posible conseguir permisos de visitas familiares, trámite este que los familiares debían realizar personalmente ante Camps (Jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires), en el Departamento Central de Policía. Allí tuve por primera vez desde mi secuestro, contacto con mi familia, aunque los detenidos permanecíamos allí en forma ilegal
A fines de enero trasladaron a las mujeres, salvo a Mercedes Borra y a mí, a la cárcel de Devoto. Mercedes fue trasladada en el mes de abril y hasta agosto del año 1977 yo quedé sola otra vez, con todo el terror que ello implicaba para mí.En agosto del mismo año, fui trasladada a Devoto a disposición del PEN ( Poder Ejecutivo Nacional) donde volví a encontrar a Haydée Lampugnani, quien había sido trasladada a la cárcel de Devoto desde el Penal de Córdoba. Juntas pudimos reconstruir parte de la historia de sus traslados desde EL INFIERNO a Córdoba, donde había pasado por los CDC La Perla, La Rivera y Penal).
En la cárcel de Devoto estuve desde el 22 de agosto de 1977 hasta fines de noviembre de 1978, en que fui definitivamente liberada, desde Coordinación Federal (Policía Federal). Días antes de mi liberación, mi madre fue citada por el Coronel Omar Riveros en el Ministerio del Interior, Capital Federal, quien con una ficha mía en sus manos dijo que » en una fuerra siempre se cometen errores», que yo » debía volver a la Universidad» y que en caso de tuviera «algún inconveniente» debía recurrir exclusivamente a él.
De Coordinación Federal fui liberada en horas de la madrugada, sin mi documentación, junto con una chica tucumana ( de la localidad de Monteros)
Durante mi cautiverio en la Cárcel de Devoto, una delegación de la Cruz Roja de Suiza llegó al penal y ante ellos di mi testimonio en francés, dada la presencia de personal penitenciario, lo cual me permitió realizar una denuncia válida».
Nota
Campaña: Encontremos a las/los nietos de Oesterheld
Nota
Cien

Desde que se inició este año desde el Observatorio de Violencia Patriarcal Lucía Pérez registramos 100 femicidios, casi 1 por día.
La víctimas fueron desde mujeres de 83 años, como Ana Angélica Gareri, en Córdoba, a una adolescente como Pamela Romero, de 16, en Chaco; y una bebé de 3 años en González Catán.
En este 2025 ya registramos 85 tentativas de femicidio.
En el 2025 registramos en todo el país 77 marchas y movilizaciones que se organizaron para exigir justicia por crímenes femicidas.

En nuestro padrón de funcionarios denunciados por violencia de género, podés encontrar el registro clasificado por institución estatal y provincia. Hasta la fecha, tenemos contabilizados 161 funcionarios del Poder Ejecutivo, 120 del Poder Judicial, 72 del Poder Legislativo, 71 de las fuerzas de seguridad y 71 de la Iglesia Católica.

En el padrón que compila datos oficiales sobre denuncias de violencia de género, podés encontrar datos sobre cantidad de denuncias por localidad y la frecuencia con que la recibimos. Un ejemplo: este mes la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) de la Corte Suprema de la Nación informó que durante el primer trimestre de este año recibió un promedio de 11 denuncias por día de violencia contra las infancias.

Otro: el Ministerio Público Fiscal de Salta informó que no alcanzan al 1% las denuncias por violencia de género que son falsas.
En nuestro padrón de desaparecidas ya registramos 49 denuncias.

Lo que revela toda esta información sistematizada y actualizada es el resultado que hoy se hace notorio con una cifra: 100.
Más información en www.observatorioluciaperez.org
Nota
5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje
Pasaron cinco años del femicidio de Cecilia Basaldúa en Capilla del Monte. Tres años de un juicio que absolvió a un imputado sin pruebas. Cuatro fiscales, cuatro policías presos y numerosas movilizaciones, desde Buenos hasta Córdoba, para exigir la verdad, ese compromiso que aún es la certeza que falta.
Fotos y crónica de María Eugenia Morengo para cdmnoticias.com.ar
25 de abril. Cruz del Eje. El GPS calcula unos 2 kilómetros. La entrada a la ciudad está envuelta de un aire viscoso. Una avenida se extiende en silencio y después de atravesarla, la llegada a los Tribunales se convierte en un ritual: una reminiscencia de lo que fue, una promesa de lo que debe ser. El pedido por Verdad y Justicia, es una demanda que crece. Cada letra se ubica en el mismo lugar que ocuparon tres años atrás. Las escaleras de la justicia cruzdelejeña son de un cemento gastado. Raspan, duelen.

¿Qué pasó en Capilla del Monte? El papá y la mamá de Cecilia, Daniel Basaldúa y Susana Reyes, están cargados de bolsas, llenas de carteles con el rostro de su hija, multiplicado. Son como una red que se estira a lo largo de esos 868 kilómetros que conectan a Buenos Aires con el noroeste de Córdoba. El camino recurrente que transitan para llegar a la verdad..
Sin previo aviso, adentro del edificio de Tribunales Daniel y Susana se anuncian. Quieren ver al todavía fiscal Nelson Lingua, quien aún está a cargo de la investigación de la causa, antes de que asuma como nueva fiscal, Sabrina Ardiles. Afuera todavía se respira la niebla. La espera alerta a los policías. Quieren saber si van a venir más personas.
– Lo hacemos para cuidarlos –dice la mujer de uniforme.
Piden datos, intentan tomar nota de lo que es una rutina inventada.
–La policía a nosotros no nos cuida –reacciona Susana y en un intercambio sin sentido, se alejan.
Silvia Rivero es la prosecretaria de la fiscalía, se acerca afuera y los llama. El fiscal se hizo un lugar en la agenda del día viernes. Adentro, el reflejo del piso de tribunales es como un espejo que se extiende, entre mocasines, tacos, alpargatas y zapatillas.
La preocupación de la familia es evidente. El recibimiento del fiscal es cordial. Se explica ante los recientes cambios que pronostican para el mes de mayo a Sabrina Ardiles, como la persona que estará sentada en el mismo sillón inmenso de cuerina, desde donde ahora, les habla Lingua. La dra. Rivero, también explica, y confirma que nunca se dejó de investigar. La necesidad de la confianza es una tregua durante esa hora de reunión, los tecnicismos se suspenden y las palabras se abren en una cronología de datos, guardados en la memoria indeleble de Daniel Basaldúa.

La medida del tiempo de la causa, son las fojas de expedientes que se acumulan. La inspección judicial realizada en el mes de agosto del año 2024, por los posibles lugares donde Cecilia pudo haber estado en Capilla del Monte antes de su muerte, dejó en evidencia la dudosa hipótesis de la anterior fiscal de Instrucción de Cosquín, Paula Kelm, quien había asegurado que Cecilia había llegado por sus propios medios al lugar donde apareció sin vida. Mientras que en el transcurso de estos años, cada vez son más los policías que estuvieron en la búsqueda e investigación, presos por violencia de género:
Adrián Luquez, ex sub comisario, detenido por amenazas con armas de fuego a su pareja. Hoy en libertad, se fue a vivir a San Luis. Ariel Zárate, ex sub comisario de la Brigada de Investigaciones de la Departamental Punilla Norte –preso por violencia de género. Diego Concha, ex director de Defensa Civil, encargado de la búsqueda –condenado a prisión perpetua por el crimen de Luana Ludueña y por la causa de violencia de género hacia su ex mujer, y Diego Bracamonte, ex comisario departamental, a cargo del operativo de la búsqueda –preso por violencia de género.
El tiempo de la justicia es una curva enredada, en apariencia, inofensiva. El tiempo de la justicia es el de las burocracias que definen su forma de proceder. El tiempo, es de una lentitud que lastima. Las letras se vuelven a guardar.
Son las cuatro de la tarde y el sol avanza en la siesta de Capilla del Monte. En la plaza San Martín, alrededor del Jardín de la Memoria, se arman los gacebos, se pone un aguayo, se llena de flores. Rojas, amarillas, lilas, celestes, el monte aún está florecido. Contrayerba, lavanda, romero, palo amarillo, incayuyo, ruda, los sahúmos se arman. Una compañera comienza a preparar el fuego.
Más lejos, sobre la calle Pueyrredón, en la puerta de la Secretaría de Turismo, la concentración crece. Llegan de todas las direcciones. Con tambores y repiques, con banderas y ofrendas. Una combi estaciona, descienden vecinos y vecinas que subieron en Córdoba y en distintas partes del Valle de Punilla.

La batucada suena, es un comienzo en cuenta regresiva. La marcha avanza a contramano. Hay una indignación que toma el ritmo de los tambores, trepa en el repique y todo se hace canción. La calle techada de Capilla del Monte es un anfiteatro de barricadas. Los sonidos viajan a través de la mejor acústica para el reclamo: ¡Vecino, vecina, no sea indiferente nos matan a Cecilia en la cara de la gente. Cecilia presente!

“Este es un día especial y este lugar es especial porque tiene mucho que ver con lo que le pasó a Cecilia”, comienza Daniel en la puerta de la comisaría de Capilla del Monte, “hay muchos policías involucrados en el caso. Ya lo hemos denunciado muchas veces, pero parece que no alcanza”, dice mirando a los uniformados que permanecen parados como granaderos.

Daniel les recuerda que durante el año pasado, la policía de Capilla debió haber realizado notificaciones a tres personas para declarar en los Tribunales de Cruz del Eje, pero no lo hicieron. Las testimoniales pudieron efectivizarse, porque intervinieron los abogados de la querella, Daniela Pavón y Gerardo Battistón. En ese mismo reclamo, la abogada Pavón se acerca y también hace pública la falta de atención institucional que hay para las víctimas de violencia de género en la localidad.

La familia de Ezequiel Castro, asesinado por la policía de Córdoba, se adelante y los abraza. Alguien grita que ahí mismo, en la comisaría, apareció ahorcado Jorgito Reyna, hace 12 años, atado con la manga de su campera a la reja de una ventana, pocos centímetros más alta que él. Que su causa, también sigue impune y que los golpes que tenía no fueron suficientes para demostrar que lo habían torturado. Que a pesar de no bajar los brazos, las familias sienten que el duelo es un proceso tan profundo, como inacabado.

Susana y Daniel permanecen frente a una multitud, observan hacia adelante y hacia atrás. Saben que la comisaría es señalar lo que siempre llega al mismo lugar: complicidad. “A las chicas les pedimos que no tengan miedo, que denuncien -acentúa Susana- que no se dejen asustar con los policías ni con nadie, nadie tiene derecho a venir a violentarnos”.
El espacio público es un canal clave para recordar que los asesinos de Cecilia están libres, “y que muchos andan dando vueltas por acá”, dice Daniel y remarca que no dejarán de venir a Capilla del Monte, hasta que los responsables del femicidio de su hija, estén presos.
La llegada a la plaza San Martín es un círculo de candombe que la nombra. Hace cinco años que se insiste en las mismas palabras, como un tajo que se abre en el cemento, una cicatriz que se agranda en medio de la incertidumbre: ¿Qué pasó con Cecilia?
Tal es el encubrimiento que las responsabilidades se hacen obvias.
La ronda se acerca al altar. Es un asedio a la justicia que falta. Desde el micrófono se invita a dejar una ofrenda en memoria de Cecilia, a conjurar entre todas y todos ese momento, esa memoria. En el centro de una plaza que se anochece, resuena una voz grabada -desde algún punto del Abya Yala- Lolita Chávez, lideresa maya de los pueblos K’iche de Guatemala, habla entre los yuyos que comienzan a perfumar lo que no se puede detener. Cada rama seca que se enciende se hace una intención, un pájaro que se dispara, restos del día que se van:
“Hoy 25 de abril levantamos nuestra fuerza sagrada, y nuestro poder popular feminista. Reconociendo la memoria, la historia, el vientre en la sangre, de Cecilia Basaldúa. Ese femicidio no debe quedar en la impunidad (…). Con la fuerza de nuestras ancestras, con los fuegos sagrados que encendemos, levantamos nuestra expresión de indignación y lo comunicamos a los cuatro puntos cardinales. Para que nunca más haya este tipo de violencias contra nuestras vidas”.
Las copleras y la poesía toman el escenario. Las y los músicos hacen de Cecilia esa canción y en el centro del caldero caliente, el humo abre el cielo: hay una memoria que se desprende y una vida que cambió de idioma.

En medio del algarrobo que sostiene los carteles de Memoria, Verdad y Justicia, una placa de cerámica con el rostro de Cecilia, también observa. El día queda atrás y en el fondo de la noche, las palabras todavía están en suspenso, son un silencio que pronto dirá.
- Revista MuHace 3 semanas
Mu 202: Abuela coraje
- Derechos HumanosHace 2 semanas
40 años del Juicio a las Juntas: ¿qué significa hoy?
- ActualidadHace 4 semanas
Mendoza: liberaron a dos asambleístas detenidos por oponerse a la megaminería
- Mu199Hace 3 semanas
Juan Monteverde: recuerdos del futuro
- ActualidadHace 2 semanas
Un legado del Papa Francisco: nuestra casa, el planeta