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Todo y nada: comienza el juicio a ocho hombres por violar a una niña wichi discapacitada

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Esta semana y en Tartagal, Salta, ocho hombres están siendo juzgados por el abuso sexual a una niña wichi discapacitada de 12 años, ocurrido el 28 de noviembre de 2015 en Alto la Sierra, zona de triple frontera. El caso tomó notoriedad recién en mayo de 2016 cuando se supo que la niña estaba embarazada y debía interrumpir su embarazo porque el feto era anencefálico. MU viajó en julio de ese mismo año y reconstruyó la historia de esa violación, el contexto de la vida de la comunidad, la relación con los criollos y la ausencia del Estado. «Por primera vez, hablan todos, de todo», dice la presentación de la crónica que fue finalista del premio Gabriel García Márquez de periodismo. La compartimos a continuación con la esperanza de que se haga justicia: la niña wichi somos todas.

En zona de triple frontera hay un solo policía y un único médico, sin matrícula. Por dictamen de la CIDH el Estado argentino tuvo que reconocer la propiedad comunitaria de la tierra de wichis y criollos. Abandonados y obligados a convivir sin nada, recién fueron noticia cuando ocho muchachos criollos fueron acusados de violar a una niña wichi discapacitada. Por primera vez, hablan todos, de todo. ▶ CLAUDIA ACUÑA
1. Acá se termina todo. Estamos en la frontera norte y en el límite de la fantasía. Pura realidad. La última ruta quedó a 65 kilómetros y el colectivo se bambolea al ritmo de la tierra árida, cruza cauces de ríos flacos y pasa entre medio de bueyes famélicos. Recorrer ese tramo consume 6 horas y cotiza a un precio que pocos pueden pagar, por eso el bus está despoblado, aunque se dirige a un pueblo con 4.500 habitantes que todavía son argentinos. No sé si es un viaje al pasado o al futuro, pero así es el presente: hay huellas de ambos en cada rincón y en este, el más remoto, esa promiscua confusión aturde.
Llegamos.
Estamos en Paraje Alto la Sierra, triple frontera internacional y provincial, pueblo en el que una niña wichi discapacitada fue violada por 8 criollos.
No es sólo esa la historia que voy a contar.
Es algo peor.
Es el relato sobre todo lo que puede verse en ese límite atroz.
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2. Ubiquémonos. El GPS para llegar a Alto la Sierra lo calibra el antropólogo John Palmer. Estamos en Tartagal, a 350 kilómetros de nuestro destino, y en la única mesa ocupada del único restaurante abierto. Palmer barre con su mano el mantel de cuadritos rojos y blancos. Grafica así la historia del paraje: nada. Recién en 1910ypico arriban los primeros pastores anglicanos, que como él, son ingleses. Llegaron con una biblia traducida al wichi. El lazo fue intenso y recíproco -en 1975 la iglesia anglicana nombró al primer obispo wichi, por ejemplo- y se cortó violentamente en 1982, con la fatídica Guerra de Malvinas. Un tal Comando Gaucho Rivero amenazó a los sacerdotes. Había por entonces unos 60 sacerdotes británicos que escaparon a Bolivia, a través de esa laxa frontera. Cuando pudieron regresar se encontraron con una comunidad que había mantenido el fervor y la institución. Hoy los caciques siguen reconociéndose anglicanos. ¿Qué nos está explicando Palmer en realidad? En principio, que vamos al último rincón argentino domesticado por Occidente. No es poco. Luego, que se trata de una comunidad que abrazó una creencia “civilizatoria” más respetuosa de la diversidad que la cristiana.
3. Veinte años de batallas cuerpo a cuerpo y legales –que incluyó un fallo condenatorio del Estado argentino por parte de la CIDH- concluyeron en un acta que se firmó dos veces. La primera fue el 17 de octubre de 2007 y la suscribió el entonces gobernador Juan Carlos Romero, el consejo de caciques de la organización wichi Lhaka Honhat, la Organización de Familias Criollas, la Iglesia Anglicana del Norte Argentino y la OIT. La segunda fue en enero de 2014 y lleva la firma del actual gobernador Juan Manuel Urtubey y la entonces ministra Alicia Kirchner. Así la provincia de Salta declaró formalmente que 450 mil hectáreas fiscales son propiedad comunitaria de todo el pueblo wichi que habita Alto la Sierra. Otras 253 mil son cedidas a los criollos que viven allí. Cada territorio está delimitado, pero es tarea de la comunidad concretar que wichis y criollos se ubiquen en cada lugar. ¿Qué significa esto? Ya veremos.
4. El 28 de noviembre pasado una niña wichi fue violada por 8 jóvenes criollos. Se hizo noticia 6 meses después, cuando la niña fue sometida a una cesárea de emergencia porque el feto era anencefálico. Los pocos pasajeros del micro ya saben que estamos ahí por eso. La mayoría son mujeres. No es fácil distinguir cuáles son wichi y cuáles criollas. Le pregunto a la que está a mi lado si sabe cómo llegar a la casa del cacique Asencio Pérez, llave de ingreso a la comunidad según la recomendación de Palmer. “Ella es la hija –señala el asiento que está adelante -. Y yo soy la madre de uno de los detenidos”.
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5. Primero está la zona criolla, con casitas de material, almacenes, plaza y una cancha de fútbol en la que se mezclan adolescentes y chanchos. Hay que bordear un espejo de agua para llegar a la comunidad. La frontera la marca el hospital y la escuela. El cacique Asencio vive en el corazón del caserío. Es enfermero. Fue uno de los primeros en llegar aquel día horroroso. “Serían las 9 de la mañana, no más. La niña tenía hambre y fue al monte a comer mistol, el fruto del quebracho. Otras chiquitas, dos, iban a comprar pan. Ellas vieron cuando esos criollitos borrachos la agarraron. Las corrieron a ellas también, pero no las pudieron alcanzar. Se entera la comunidad y ahí vamos todos al hospital y ahí encontramos a las chinitas gritando que los han visto. A la chiquita le metieron un polvo blanco en la boca y en los ojos. Gritaba: “I-ton-no, i-ton-no”.
Asencio traduce: “Me arrastraron”.
El antropólogo Palmer, testigo de la declaración que la niña violada hizo meses después en los tribunales de Tartagal, la escuchó repetir lo mismo. Una y otra vez.
Fue lo único que dijo.
6. Monólogo del cacique:
“Me gustaría que usted primero entienda algo: en tema indígena, el reclamo siempre es justo y necesario. Siempre. ¿Por qué? Todos saben que hemos sido exterminados, que nos quitaron todo. Después, fuimos indocumentados.  Ahora tenemos documentos y somos argentinos. Y hay reglas dentro del Estado argentino. Y por eso reclamamos, porque no nos dan los derechos que tenemos. Por ejemplo, en el caso de la chiquita violada la justicia no actúo bien. No vieron bien. ¿Por qué? Porque es indígena. Por eso. Y por eso reclamamos. A la justicia y al mundo. Basta. Ya se tiene que terminar. Juegan con nosotros. Si era violación se preguntaban. ¿Cómo van a preguntar eso? Yo soy cacique y testigo. Hablé con otros testigos y me han dicho: sí, los vimos. La justicia no llamó a esos testigos. ¿Por qué? Sale la noticia y  los llevan de prepo. Algunos son menores y a todos no pueden escucharlos porque no hablan el mismo idioma. Entonces voy y me ofrezco a traducirlos, pero no quieren. ¿Por qué? Van las chiquitas, entonces, las llevan en patrullero, hablan lo poco que saben de castellano y cómo tienen miedo, se ponen mal. Le tienen miedo. Eso es lo que pasa. Le tienen mucho miedo a la policía. Eso tienen que entenderlo. Si nos quieren escuchar, la justicia tiene que entenderlo. Con esta violación sexual nosotros reclamamos justicia. Un diputado, Ramón Villa, que lo presionamos, presentó el tema. Y entonces vinieron los de la Comisión de Derechos Humanos de Diputados hasta aquí. Le hemos reclamado por la violación sexual, pero también por toda la injusticia. Les hemos dicho: un candidato político de lo primero que habla cuando pide el voto es de educación, salud y seguridad. ¿Dónde están acá esos derechos? ¿Seguridad? El destacamento policial que tenemos tiene un solo policía. No tiene ni móvil. Ahora con esto, urgente, nos dan un móvil. Pero siempre hemos reclamado y nunca nos dieron nada. Y ahora una violación sexual lo trae rápido. ¿Por qué? Porque están con vergüenza. Están con vergüenza porque salió por la prensa. Y esta es la injusticia que tenemos. ¿Salud? En el hospital hay un solo médico. No puede ser. Es un hermano de Bolivia, y como usted sabe bien, un boliviano es discriminado igual que nosotros. Eso es lo que pasa. Y así todas las cosas. Usted ve la comunidad. Mire: hay luz, hay colegio, hay hospital. Todo eso se consiguió con lucha, todo eso vino de nosotros mismos. De huelgas de hambre en la plaza de Salta, de reclamos en Buenos Aires y en cortes internacionales, de no vendernos, de no aceptar que nos dividieran, de todo eso vino. Y todo ha sido para indígenas y para criollos. No somos como ellos que discriminan. ¡Si todos somos iguales! Somos personas. Nos podemos entender perfectamente bien como seres humanos. Es justo y necesario”.
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7. En el hospital hay dos enfermeras, un licenciado en nutrición y un médico –Juan Carlos Limachi Mamami- que hace todo. Todo.
Es su primer trabajo y no tiene matrícula.
Es el primer testigo y no tiene paz.
Ya declaró tres veces en la causa que investiga la violación. Desacreditarlo es clave para la defensa de los ocho criollos y lo sabe. Hoy tendría que haberse presentado otra vez en los tribunales de Tartagal, pero el único vehículo disponible en Alto la Sierra es la ambulancia y está rota.
El doctor Limachi cuenta que se recibió en la universidad de Chuquisaca, que su prima cursó una especialidad en el Garraham y que ella lo animó a presentarse para el puesto vacante en Alto la Sierra. La municipalidad funciona en Victoria –hasta donde llega la ruta- y hasta allí fue para obtener el empleo. En 48 horas ya estaba haciéndose cargo de todo. “Lo único que me dijeron fue: no podés firmar nada”. La restricción alcanzó a su contratación: comenzó a trabajar en setiembre pasado sin papeles que formalizaran sus responsabilidades. Desde entonces trabaja 16 horas diarias por 22.500 pesos mensuales. El salario de setiembre lo cobró este mayo, cuando lo designaron “médico de contingencia en zona desfavorable”. Todavía le adeudan los últimos cuatro meses de trabajo.
8. Así relata el doctor Limachi aquel día horroroso: “Cuando me avisan del destacamento que hay una niña tirada en la cancha voy al lugar. Pregunto: ¿qué es lo que pasó acá? Esta niña ha sufrido un abuso sexual. La veo mal, en posición fetal, la traigo acá, la reviso y encuentro un desgarro perineal y dolor abdominal intenso, que no podía aguantar. No la puedo dejar así. Le coloqué un analgésico. Entonces me avisan que ya va a llegar el médico legal y no hice nada más. Sino no me decían que venía el legista le hubiese hecho el test de embarazo, pruebas de laboratorio, análisis. Pero ahí se me fue de las manos”.
El médico legista nunca llegó a Alto de la Sierra.
Cuatro días después, a las 5 de la mañana, un patrullero llegó a la casa de la niña con la orden de trasladarla hasta Aguaray. Fue con su madre. Allí dos médicos la revisaron.
Francisca, la madre de la niña violada, me contará después que escuchó desde el pasillo los gritos de su hija y tras larga espera, pudo hablar con una médica. Le preguntó: “¿Fue violación?”. La doctora  respondió: “Sí”.
El doctor Limachi me dice que la madre le contó lo mismo, pero que el médico legista informó que no podía constatarlo. La niña se había bañado, habían pasado varios días, no era fácil interrogarla. “En los documentos tiene 12 años, pero sufre un retraso madurativo que la hace comportar con una nena de 6”, explica el doctor Limachi.
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Fue entonces cuando los criollos arrestados por el ataque fueran liberados, con la obligación de presentarse cada viernes en el destacamento de Alto de la Sierra. Eso parecía ser todo lo que la comunidad wichi podía esperar de la justicia.
Meses después, el doctor Limachi recibió a la niña wichi y a su madre. “Tenía malestar estomacal y su madre temía lo peor. Lo confirmamos: estaba embarazada”. Calculó que ya tenía más de 20 semanas, por lo cual había excedido el límite autorizado por ley para practicarle un aborto no punible. Se limitó entonces a hacer los controles.
Dos meses más y sucedió lo inesperado: los médicos de la fundación del cantante Jorge Rojas llegaron a la comunidad y se instalaron en la escuela a recibir consultas. Hasta allí fue Francisca con su hija.
Hicieron una ecografía (Dirá el doctor Limachi: “El aparato está en el hospital, pero yo no sé usarlo”).
Diagnosticaron un serio riesgo.
Ordenaron una cesárea urgente.
Y difundieron todo lo que la niña wichi había soportado.
Con la noticia instalada en medios nacionales, los tiempos se aceleraron. Un helicóptero trasladó a la niña y a su madre  al Hospital Materno Infantil de Salta. Recordará después Francisca con espanto: “Me hicieron ver el feto muerto. Estaba enterito, pero en la boca y en la cabeza tenía un tajo de lado a lado”.
Le repito al doctor Limachi la secuencia que acaba de narrar. La sucesión de impotencias, carencias, precariedades estatales. La nada. Le pregunto  si ese funcionamiento deficiente no está montado de forma tal de hacer imposible la investigación de una denuncia de violencia sexual. Responde sin dudar: “Exactamente. Y acá no es la única. Hay más casos. Atendí unos  60 partos desde que estoy, muchos de  niñas de embarazos sin padre. Mismo si pregunto a las niñas embarazas quién es el padre no quieren contestar. Hay miedo. Esto es una Caja de Pandora: si una habla, todas va a comenzar a hablar. Y ahí se van a dar cuenta que pasa acá”.
9. En la escuela primaria están bailando el carnavalito en el patio. Allí trabaja Julio Díaz, presidente de la comunidad wichi Choway, docente bilingüe y pastos anglicano. Su mirada apunta hacia arriba. Cuenta cómo escuchó por cadena nacional anunciar a la presidente Cristina Fernández de Kirchner decir que en Alto de la Sierra se había construido un polideportivo. “¿Usted lo ve? Acá no hay ninguno. ¿Entonces?”. También vio llegar hace dos meses a la municipalidad de Victoria –de la cual depende su comunidad- al presidente Mauricio Macri, acompañado del gobernador Urtubey y la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich –ataviada cual Rambo- para anunciar un ambicioso plan de seguridad. El objetivo: la lucha contra el narcotráfico. “¿Y usted qué ve?”. Lo que se ve es un disparate: en zona de triple frontera, un policía.
10. En el patio de la casa de adobe y paja de la niña wichi violada hay ahora una pila de ladrillos y unas chapas. Francisca me dice que los trajeron ayer. No sabe cuáles de todos los organismos del Estado salteño descargó así sus culpas cuando quedó evidencia que la habían abandonado. Tuvo que pasar todo esto, dice, para que le informaran que tenía derecho a una asignación universal –tiene 9 hijos- y su hija, otra por discapacidad. Tuvo que pasar todo esto, dice, para que le dijeran que su hija padece de epilepsia, y le dieran la medicación que ahora la deja tranquila, durmiendo la siesta. Me pide que la vea. La imagen es conmovedora y se me pega al cuerpo: una niña, en un catre, chupándose el dedo pulgar mientras sueña.
11. La Corte Suprema salteña solicitó el juicio político del juez y el fiscal que habían llevado el caso hasta su desparramo en los medios y designó a otro, que inmediatamente ordenó la detención de los criollos. Tres son menores y esperarán el juicio en libertad. Uno está prófugo y otros 4 están en diferentes lugares de detención. Madres, padres y hermanos de estos criollos están ahora frente a mí, contándome cómo los golpearon en la cárcel. Una menciona que aquel día horroroso su hijo estaba en el trabajo. Otras, en sus casas. Hasta que comienzan a decir que la niña wichi es, en realidad, una adulta de dudosa conducta. Recién entonces comprendo por qué Francisca me dijo: “Las palabras confunden. Mejor vea”. Y me llevó hasta el catre de su hija.
Todo y nada: comienza el juicio a ocho hombres por violar a una niña wichi discapacitada
12. A las 2 de la madrugada partió de la más oscura nada de Alto de la Sierra el bus que nos devolvió Tartagal a media mañana. Estamos en la única confitería de la única plaza. Hasta allí llega la abogada defensora de los criollos imputados, Sarah Esper, una tromba que sonríe cuando la presentan como la ahijada artística del folklorista El Chaqueño Sixto Palavecino. Saluda con un abrazo a los hombres que ocupan la mesa vecina. El que la felicita es el concejal Rubén Ortiz. La abogada celebra: “Estás del lado que nos conviene”. Luego, compartimos el remís hasta los tribunales. En el camino nos cuenta que va hasta allí a impugnar todo lo dispuesto por el nuevo fiscal. Esto es: realizar una inspección en el lugar de los hechos, tomar declaración a testigos en el lugar porque el traslado es para ellos costoso y atemorizante, realizar las pruebas de ADN del feto y analizar el rastro de semen de la pollera de la niña. ¿Qué significa impugnar todo esto? En principio, intentar que no se recojan estas pruebas no se corresponde con la defensa de gente inocente. Luego, describe la situación actual: la abogada ha recorrido los medios para cuestionar a la víctima, sembrando dudas sobre su edad, su conducta sexual y el origen del embarazo. Ese mensaje es el que le valió la felicitación del concejal. Por último, anticipa lo que se viene: un sumario engordado con impugnaciones que demoran el viaje hacia el juicio oral. En tanto, a la casa de la niña wichi violada llegan chapas y ladrillos.
13. En la mesa hay choclo, arroz, pollo y brócoli. Hay también cinco niños y una bebé. Todos pronuncian palabras en tres idiomas: castellano, inglés y wichi. Así es la familia del antropólogo británico John Palmer y la bella wichi Tojweya. Compartimos el almuerzo y el impacto del viaje a Alto de la Sierra. “¿Podremos saber lo que realmente pasó?”, nos pregunta y se interroga Palmer. Algo ya sabemos, digo sin pensar qué puerta abría. Sabemos que esa niña va a tener que enfrentarse con los demonios de toda una sociedad. Tojweya, entonces, comienza a hablar en wichi. John me alerta: “Quiere contarte algo y te pide hacerlo en su idioma para poder expresarlo mejor”.
14. Monólogo de una mujer wichi:
“Quiero contarte la historia de Cordelia. Era mi amiga y amiga de todas. A Cordelia le gustaba deambular a solas por el monte. Le gustaba porque nunca se sentía sola ahí y porque si necesitaba compañía, se ponía dos dedos en la boca para hacer un sonido de pájaro. Y entonces todas la escuchábamos y nos íbamos corriendo al monte  con ella. Un día a la comunidad llegaron unos criollos a comprar animales. Estuvieron varios días haciendo el rodeo, porque los animales estaban sueltos y tenían que buscarlos y cargarlos en el camión. Y como pesan mucho, eran varios. En esos días Cordelia desapareció. Todos la buscamos. La encontró su hermano. Le habían atado las manos. Le habían atado las piernas, abiertas. Le habían puesto una camisa en la boca. Y la habían violado. Esos hombres y otros hombres, a los que ellos, poniéndose dos dedos en la boca y chiflando, le avisaban: vengan a violar”.
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15. Y entonces veo.
Veo la imagen de libertad que representa Cordelia caminando sola y gozosa por el monte.
Veo a todas las mujeres que desde la violación sistemática de Cordelias para acá temen andar en soledad.
Veo qué y por qué.
Y así este relato se convierte en esos dos dedos en la boca…
¿Escuchan?
La niña wichi nos está llamando.
La niña wichi somos todas.

 

 

Fotos: Nacho Yuchark/lavaca

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Desde que se inició este año desde el Observatorio de Violencia Patriarcal Lucía Pérez registramos 100 femicidios, casi 1 por día. 

La víctimas fueron desde mujeres de 83 años, como Ana Angélica Gareri, en Córdoba, a una adolescente como Pamela Romero, de 16, en Chaco; y una bebé de 3 años en González Catán. 

En este 2025 ya registramos 85 tentativas de femicidio.

En el 2025 registramos en todo el país 77 marchas y movilizaciones que se organizaron para exigir justicia por crímenes femicidas. 

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En nuestro padrón de funcionarios denunciados por violencia de género, podés encontrar el registro clasificado por institución estatal y provincia. Hasta la fecha, tenemos contabilizados 161 funcionarios del Poder Ejecutivo, 120 del Poder Judicial, 72 del Poder Legislativo, 71 de las fuerzas de seguridad y 71 de la Iglesia Católica. 

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En el padrón que compila datos oficiales sobre denuncias de violencia de género, podés encontrar datos sobre cantidad de denuncias por localidad y la frecuencia con que la recibimos. Un ejemplo: este mes la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) de la Corte Suprema de la Nación informó que durante el primer trimestre de este año recibió un promedio de 11 denuncias por día de violencia contra las infancias.

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Otro: el Ministerio Público Fiscal de Salta informó que no alcanzan al 1% las denuncias por violencia de género que son falsas.

En nuestro padrón de desaparecidas ya registramos 49 denuncias.

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Lo que revela toda esta información sistematizada y actualizada es el resultado que hoy se hace notorio con una cifra: 100.

Más información en www.observatorioluciaperez.org

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5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

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Pasaron cinco años del femicidio de Cecilia Basaldúa en Capilla del Monte. Tres años de un juicio que absolvió a un imputado sin pruebas. Cuatro fiscales, cuatro policías presos y numerosas movilizaciones, desde Buenos hasta Córdoba, para exigir la verdad, ese compromiso que aún es la certeza que falta.

Fotos y crónica de María Eugenia Morengo para cdmnoticias.com.ar

25 de abril. Cruz del Eje. El GPS calcula unos 2 kilómetros. La entrada a la ciudad está envuelta de un aire viscoso. Una avenida se extiende en silencio y después de atravesarla, la llegada a los Tribunales se convierte en un ritual: una reminiscencia de lo que fue, una promesa de lo que debe ser. El pedido por Verdad y Justicia, es una demanda que crece. Cada letra se ubica en el mismo lugar que ocuparon tres años atrás. Las escaleras de la justicia cruzdelejeña son de un cemento gastado. Raspan, duelen.

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

¿Qué pasó en Capilla del Monte? El papá y la mamá de Cecilia, Daniel Basaldúa y Susana Reyes, están cargados de bolsas, llenas de carteles con el rostro de su hija, multiplicado. Son como una red que se estira a lo largo de esos 868 kilómetros que conectan a Buenos Aires con el noroeste de Córdoba. El camino recurrente que transitan para llegar a la verdad..

Sin previo aviso, adentro del edificio de Tribunales Daniel y Susana se anuncian. Quieren ver al todavía fiscal Nelson Lingua, quien aún está a cargo de la investigación de la causa, antes de que asuma como nueva fiscal, Sabrina Ardiles. Afuera todavía se respira la niebla. La espera alerta a los policías. Quieren saber si van a venir más personas.

      – Lo hacemos para cuidarlos –dice la mujer de uniforme.

Piden datos, intentan tomar nota de lo que es una rutina inventada.

–La policía a nosotros no nos cuida –reacciona Susana y en un intercambio sin sentido, se alejan.

Silvia Rivero es la prosecretaria de la fiscalía, se acerca afuera y los llama. El fiscal se hizo un lugar en la agenda del día viernes. Adentro, el reflejo del piso de tribunales es como un espejo que se extiende, entre mocasines, tacos, alpargatas y zapatillas.

La preocupación de la familia es evidente. El recibimiento del fiscal es cordial. Se explica ante los recientes cambios que pronostican para el mes de mayo a Sabrina Ardiles, como la persona que estará sentada en el mismo sillón inmenso de cuerina, desde donde ahora, les habla Lingua. La dra. Rivero, también explica, y confirma que nunca se dejó de investigar. La necesidad de la confianza es una tregua durante esa hora de reunión, los tecnicismos se suspenden y las palabras se abren en una cronología de datos, guardados en la memoria indeleble de Daniel Basaldúa.

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

La medida del tiempo de la causa, son las fojas de expedientes que se acumulan. La inspección judicial realizada en el mes de agosto del año 2024, por los posibles lugares donde Cecilia pudo haber estado en Capilla del Monte antes de su muerte, dejó en evidencia la dudosa hipótesis de la anterior fiscal de Instrucción de Cosquín, Paula Kelm, quien había asegurado que Cecilia había llegado por sus propios medios al lugar donde apareció sin vida. Mientras que en el transcurso de estos años, cada vez son más los policías que estuvieron en la búsqueda e investigación, presos por violencia de género:

Adrián Luquez, ex sub comisario, detenido por amenazas con armas de fuego a su pareja. Hoy en libertad, se fue a vivir a San Luis. Ariel Zárate, ex sub comisario de la Brigada de Investigaciones de la Departamental Punilla Norte –preso por violencia de género.  Diego Concha, ex director de Defensa Civil, encargado de la búsqueda –condenado a prisión perpetua por el crimen de Luana Ludueña y por la causa de violencia de género hacia su ex mujer, y Diego Bracamonte, ex comisario departamental, a cargo del operativo de la búsqueda –preso por violencia de género.

El tiempo de la justicia es una curva enredada, en apariencia, inofensiva. El tiempo de la justicia es el de las burocracias que definen su forma de proceder. El tiempo, es de una lentitud que lastima. Las letras se vuelven a guardar.

Son las cuatro de la tarde y el sol avanza en la siesta de Capilla del Monte. En la plaza San Martín, alrededor del Jardín de la Memoria, se arman los gacebos, se pone un aguayo, se llena de flores. Rojas, amarillas, lilas, celestes, el monte aún está florecido. Contrayerba, lavanda, romero, palo amarillo, incayuyo, ruda, los sahúmos se arman. Una compañera comienza a preparar el fuego.

Más lejos, sobre la calle Pueyrredón, en la puerta de la Secretaría de Turismo, la concentración crece. Llegan de todas las direcciones. Con tambores y repiques, con banderas y ofrendas. Una combi estaciona, descienden vecinos y vecinas que subieron en Córdoba y en distintas partes del Valle de Punilla.

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

La batucada suena, es un comienzo en cuenta regresiva. La marcha avanza a contramano. Hay una indignación que toma el ritmo de los tambores, trepa en el repique y todo se hace canción. La calle techada de Capilla del Monte es un anfiteatro de barricadas. Los sonidos viajan a través de la mejor acústica para el reclamo: ¡Vecino, vecina, no sea indiferente nos matan a Cecilia en la cara de la gente. Cecilia presente!

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“Este es un día especial y este lugar es especial porque tiene mucho que ver con lo que le pasó a Cecilia”, comienza Daniel en la puerta de la comisaría de Capilla del Monte, “hay muchos policías involucrados en el caso. Ya lo hemos denunciado muchas veces, pero parece que no alcanza”, dice mirando a los uniformados que permanecen parados como  granaderos.

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Daniel les recuerda que durante el año pasado, la policía de Capilla debió haber realizado  notificaciones a tres personas para declarar en los Tribunales de Cruz del Eje, pero no lo hicieron. Las testimoniales pudieron efectivizarse, porque intervinieron los abogados de la querella, Daniela Pavón y Gerardo Battistón. En ese mismo reclamo, la abogada Pavón  se acerca y también hace pública la falta de atención institucional que hay para las víctimas de violencia de género en la localidad.

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Susana, Daniel y Daniela Pavón

La familia de Ezequiel Castro, asesinado por la policía de Córdoba, se adelante y los abraza. Alguien grita que ahí mismo, en la comisaría, apareció ahorcado Jorgito Reyna, hace 12 años, atado con la manga de su campera a la reja de una ventana, pocos centímetros más alta que él. Que su causa, también sigue impune y que los golpes que tenía no fueron suficientes para demostrar  que lo habían torturado. Que a pesar de no bajar los brazos, las familias sienten que el duelo es un proceso tan profundo, como inacabado.

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Susana y Daniel permanecen frente a una multitud, observan hacia adelante y hacia atrás. Saben que la comisaría es señalar lo que siempre llega al mismo lugar: complicidad. “A las chicas les pedimos que no tengan miedo, que denuncien -acentúa Susana- que no se dejen asustar con los policías ni con nadie, nadie tiene derecho a venir a violentarnos”.

 El espacio público es un canal clave para recordar que los asesinos de Cecilia están libres, “y que muchos andan dando vueltas por acá”, dice Daniel y remarca que no dejarán de venir a Capilla del Monte, hasta que los responsables del femicidio de su hija, estén presos.

La llegada a la plaza San Martín es un círculo de candombe que la nombra. Hace cinco años que se insiste en las mismas palabras, como un tajo que se abre en el cemento, una cicatriz que se agranda en medio de la incertidumbre: ¿Qué pasó con Cecilia?

Tal es el encubrimiento que las responsabilidades se hacen obvias.

La ronda se acerca al altar. Es un asedio a la justicia que falta. Desde el micrófono se invita a dejar una ofrenda en memoria de Cecilia, a conjurar entre todas y todos ese momento, esa memoria. En el  centro de una plaza que se anochece, resuena una voz grabada -desde algún punto del Abya Yala- Lolita Chávez, lideresa maya de los pueblos K’iche de Guatemala, habla entre los yuyos que comienzan a perfumar lo que no se puede detener. Cada rama seca que se enciende se hace una intención, un pájaro que se dispara, restos del día que se van:

 “Hoy 25 de abril levantamos nuestra fuerza sagrada, y nuestro poder popular feminista. Reconociendo la memoria, la historia, el vientre en la sangre, de Cecilia Basaldúa. Ese femicidio no debe quedar en la impunidad (…). Con la fuerza de nuestras ancestras, con los fuegos sagrados que encendemos, levantamos nuestra expresión de indignación  y lo comunicamos a los cuatro puntos cardinales. Para que nunca más haya este tipo de violencias contra nuestras vidas”.

Las copleras y la poesía toman el escenario. Las y los músicos hacen de Cecilia esa canción y en el centro del caldero caliente, el humo abre el cielo: hay una memoria que se desprende y una vida que cambió de idioma.

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

En medio del algarrobo que sostiene los carteles de Memoria, Verdad y Justicia, una placa de cerámica con el rostro de Cecilia, también observa. El día queda atrás y en el fondo de la noche, las palabras todavía están en suspenso, son un silencio que pronto dirá.


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