Sigamos en contacto

Nota

Un astillero recuperado: cuando emerge el Titanic

Publicada

el

Con poquito aportás muchísimo ¡Sumate!

El astillero SANYM, en la Isla Maciel, está desde hace unos meses en manos de la cooperativa de trabajadores Almirante Brown, que ha logrado reflotarlo y darle un horizonte productivo. El principal impulsor de la cooperativa fue, a la vez, protagonista de una historia increíble durante el período más tenebroso del país. Cómo se enlazan pasado, presente y futuro, en una charla sobre la vida y la política junto al Riachuelo.

La conversación es un oficio sorprendente.

En la Isla Maciel, junto al denso líquido que forma el Riachuelo, las autopistas que lo cruzan, las barcazas que se le atreven, y las grúas que parecen dinosaurios muertos de pie, la charla fluía con respecto a la cooperativa Almirante Brown, que recuperó un astillero fundido y en seis meses logró pasar de 48 a 62 trabajadores.

Pero de pronto el relato sobre luchas obreras en los astilleros se enlazó con la vida de película (de película de terror, al menos en parte) de don César González, 64 años, víctima de lo peor de la historia argentina, pero protagonista también de este tipo de experiencias que acaso formen parte de lo mejor.

El caso del astillero no tiene los componentes escénicos de otras luchas por la recuperación de fábricas. Aquí no hay pequeños partidos con sus grandes banderas, no hubo una resistencia heroica, policías ominosos, ni patronales delictivas, hasta ahora.

El visitante debe bajar el viejo puente que une La Boca con Avellaneda. Una estación de servicio es el punto de encuentro para que algún integrante de la cooperativa sea guía y salvoconducto en la Isla Maciel, a la que se llega eludiendo pilares de autopistas y transitando calles que los productoes de Hollywood deberían conocer para rodar escenas de crímenes, persecusiones y suspenso en zonas portuarias: sin chauvinismo, este paisaje es mucho más inquietante.

Un error de cálculo, pasarse una cuadra o desembocar en una calle incierta, puede significar estar en tierra de nadie, según los propios habitantes de la zona. Tierra de nadie significa ser asaltado, o cosas peores, según los mismos voceros. Una de las calles que llega al astillero parece propiedad de una «conteinera», como llaman a la empresa dedicada a carga y descarga de containers Expolgan, que detiene camiones y los revisa interrumpiendo el tránsito sin miramientos, y que ha cortado incluso toda la calle Juan Díaz de Solis que bordea al Riachuelo (suele suponerse que las calles son públicas). Afortunadamente los señores de Expolgan no han decidido aún cobrar peaje o pedir documentos, en este país tan extraño.

El astillero Almirante Brown ocupa 36.000 metros cuadrados. Hay galpones infinitos para fabricar naves, hay cadenas gigantescas con eslabones desmesurados, hay un varadero para las reparaciones al que se arrastran con las cadenas los barcos extraídos del agua, y hay un paisaje de engañosa mansedumbre y agua pastosa que lame los barcos viejos y las grúas muertas. A lo alto se ven los autos que vuelan por las autopistas y los puentes sobre el Riachuelo.

Del otro lado hay una isla llamada Buenos Aires.

El astillero SANYM trabajó durante unos 30 años hasta que en julio del 2001 se transformó en una nueva víctima del modelo económico. Menem lo hizo. Sus galpones tienen cuatro naves y puentes grúas de 10 y 15 toneladas, grúas móviles de hasta 90 toneladas, un muelle de 120 metros y el varadero para embarcaciones de hasta 600 toneladas y 110 metros de largo (o de eslora, en la jerga del oficio). No sólo tiene capacidad para reparar a nuevo cualquier artefacto flotante que se ponga allí, sino que los galpones son para la construcción de barcos.

Todo esto se fue hundiendo como un Titanic que chocó contra el témpano económico que congeló y averió a tantas industrias. El dogma del uno a uno cambiario convirtió a la Argentina en uno de los países más caros del mundo, y cualquier compañía naviera prefería hacer sus reparaciones o sus pedidos en otros países más razonables.

El presidente de la cooperativa, Horacio Rodríguez (31 años) cuenta que hubo un intento del fundador y propietario, Raúl Poetti, quien consiguió obras como la de los «puentes rojos» que permitieron ensanchar la General Paz, de Buenos Aires, y los puentes giratorios de Puerto Madero. Pero lo hizo gracias a presupuestarlas a precios tan bajos, que no pudo mantener el esquema de la compañía, y se endeudó para poder cumplir con las obras. Al menemismo le sucedió la etapa de catalepsia conducida por Fernando de la Rúa. El 17 de julio del 2001 los 120 obreros del astillero recibieron sus telegramas de despido.

Venían cobrando sus sueldos, cobraron de a poco sus indemnizaciones y empezaron a buscar otros trabajos. Algunos pudieron engancharse en las empresas de las que SANYM era proveedora. Pero la mayoría quedó rondando Dock Sud, Isla Maciel, y las calles de Avellaneda, sin respuestas sobre su propio destino.

Horacio, que era delegado gremial, se había comprado una bicicleta para ir y volver al astillero sin gastar dinero en dos colectivos. Sus hijos tienen 6 y 4 años. Fue uno de los que quedó sin encontrar trabajo. Había comenzado como peón, en el escalón inicial del astillero, pero ya había pasado a calderería, oficio de mayor rango y prestigio.

Del lado de afuera de la verja quedó también el otro delegado, César González, con su experiencia de sesentón y sindicalista de toda la vida, sus ojos achinados tras los anteojos, y con una idea proferida con calma y rapidez: «Tenemos que hacer una cooperativa».

No fue demasiado escuchado en aquel momento. Un año largo después, en septiembre del 2002, González seguía repitiendo su consejo, pero había algo diferente: la paridad cambiaria rota, lo que permitía pensar en el proyecto del astillero como algo más que un sueño loco. Fueron 14 los obreros que se reunieron en una plaza de Camino General Belgrano y Pasco, en Ezpeleta. Se propusieron intentar la cooperativa. Hablaron con uno de los abogados especializados en el tema, el doctor Luis Caro. Colaboró el Sindicato Argentino de Obreros Navales, SAON. Hablaron también con el intendente de Avellaneda, se abrieron algunos contactos en el gobierno de la provincia de Buenos Aires, con el ministerio de la Producción.

Se redondeó una idea: ofrecerle al propietario alquilar el astillero. Dice Rodríguez: «Poetti aceptó, dándonos 6 meses de gracia. Después, nos cobraría mensualmente el 5 % de lo que facturáramos». ¿Por qué tanta generosidad? Dos hipótesis de Rodríguez: «Una es que me parece que quiere todo esto, y que no se resigna a verlo cerrado. Cada tanto viene y se toma un cafecito, charla un rato. La otra es que puede suponer que si esto se reactiva a él lo beneficie y en algún momento pueda recuperarlo o venderlo». Oscar Selser, otro integrante de la cooperativa, agrega: «Ojo, que al poco tiempo de alquilarnos el astillero, llegó la quiebra. Son 4 millones de dólares. Podría pasar que alguien compre la quiebra para quedarse con todo».

En cualquier caso, toda variante que no tenga en cuenta a los integrantes de la cooperativa tiene un final que anuncian sin alardear: «Conflicto».

Sin embargo, hasta ahora esa palabra no figura en el diccionario de este caso. «No fue dura la lucha, más bien lo contrario. Había contrato de alquiler, nos formamos como cooperativa, empezamos a tener bastante trabajo, primero con dos pesqueros marplatenses, y a partir de ahí nos está yendo bastante bien» dice Rodríguez. Actualmente son 62 los integrantes de la cooperativa, contra 48 que había en diciembre del 2002 cuando reingresaron al astillero. Cada uno gana entre 800 y 1.000 pesos o poco más, según el mes. «Estamos al revés que Brukman, ahí hay conflicto, acá no» dice Rodríguez, frase que pronuncia sin tono alguno, como un dato.

¿Por qué César González insistió tanto con la cooperativa? Con la sonrisa del que hace una travesura, dice: «Por viejo. Había experiencia de otras cooperativas y yo venía de una vieja escuela. En la industria naval no es nuevo el cooperativismo. Se intentó siempre. A veces fue exitoso. Hubo una cooperativa acá en la Ribera, La Unión, que llegó a tener 300 operarios. En los tiempos de los milicos, fueron cayendo, hubo persecusiones, y también coacción de empresarios reaccionarios, digamos».

César dice que esa experiencia fue importante «por la solidaridad, incluso con gente militante despedida de sus trabajos, o que estuvieron presos». César aclara que no estuvo en La Unión. Era secretario de organización y de asuntos gremiales del SAON, pero tras el golpe de Estado de 1976 el sindicato fue intervenido. César volvió a su puesto en el astillero Príncipe, Menchi y Penco.

Allí trabajaba con el padre de Horacio Rodríguez, el actual presidente de la Amirante Brown, que escucha el relato de César con un silencio tenso.

Una madrugada, cree que el 19 de septiembre de 1976, unos autos se detuvieron frente a la casa de César González, en Ezpeleta. Tenía dos hijos de 5 y 3 años. Iban al jardín de infantes. En 1975 había quedado viudo. En la casa vivía su cuñada, que cuidaba los niños. César cree que los que llegaron estaban de civil, y algunos de fajina. Hubo golpes en la puerta, también lo golpearon a él, comieron las frutas que había en la heladera, le usaron una valijas para llenarla de todo lo que podían robarse, le birlaron hasta un monedero, y lo arrastraron hasta la camioneta.

Esa madrugada se convirtió en un desaparecido.

¿Cuánto tiempo estuvo desaparecido? «Poco» contesta. «Unos 25 días», dice con el estilo nada quejoso del que sabe que al menos está vivo para contarlo. Presume que lo capturó la Armada, y lo depositaron en un centro clandestino de la policía bonaerense. «Debía ser la montada de Wilde, por algunos datos que fui conociendo».

¿Qué pasó en esas semanas de secuestro? César, sin cambiar nunca el tono sereno de su relato, dice que no lo torturaban todos los días. «Me habrán torturado unas cinco o seis veces. Te desnudaban, te ataban, te ponían la picana eléctrica en las orejas, en el torso, en los testículos, todo. Pero no solo a mí: a todos». Lo aclara como quien no quiere agrandar su propio padecimiento.

Algunas veces los captores de González tenían brotes creativos: «Una vez me hicieron sentar sobre unos papeles que estaban embebidos en nafta. El milico prendía un encendedor. ¿Querés fumar? Me decía. Yo le dije ‘no fumo’. ‘Mentira’ me contestó, ‘si en tu mesa de luz había un atado de cigarrillos’. Yo le dije: sí, pero ya dejé». González lo cuenta sonriendo. A la distancia resulta casi una anécdota simpática, aunque no ha olvidado el olor del combustible, y la sensación de ver cerca aquella llama.

Mirando hacia uno de los galpones del astillero, César dice que le causó mucha impresión que en el espacio de 1×2 en el que lo habían depositado con otras dos personas, vendadas como él, arrojaran muertos. Se corrige: «Muertos no. Tipos agonizantes. A mí me tiraron a un viejo que antes había estado conversando conmigo. Querían que dijera dónde estaban sus hijos. Él decía que no sabía. Lo apretaron toda la noche. A la mañana lo tiraron en mi sucucho. Y murió al lado mío, el hombre».

La situación permanente era el griterío, por los tormentos. Todo el día, en distintos turnos. «Era una fábrica de tortura» dice César, acuñando una definición perfecta. A lo sumo había un par de horas de descanso algunas mañanas, pero luego el griterío se reiniciaba. «Ahí varios los torturaron hasta matarlos. Pero a veces pedían médico: a algunos los querían vivos». ¿Qué preguntaban? «Si conocés a tal o a cual. Esas cosas».

La comida era intragable, dice. «Una especie de afrecho de maíz de polenta crudo. Aunque tuvieras hambre te daba asco, ganas de vomitar». Una noche les alcanzaron ese engrudo. «Pero el policía dijo por otro tipo que estaba ahí: ‘a ese no le den’. No me acuerdo qué palabras usó, pero dio a entender que al tipo lo iban a matar. Todavía me acuerdo que el milico dijo eso, y yo lo escuché al tipo tragar la saliva».

César González ya no mira por la ventana hacia el galpón, sino de frente, de pie y con las manos en los bolsillos. El astillero dejó de existir. Recuerda particularmente dos situaciones.

Una:

«Hubo una noche que trajeron a unas diez personas, las bajaron a las patadas las torturaron toda la noche. Ahí estabas, pared de por medio, escuchabas todo. Los mataron torturándolos. Después los agarraron como a bolsas y los tiraban arriba de una camioneta. Fue la noche más espantosa de mi vida».

Dos:

«Yo estaba solo en el sucucho, y un día meten a una piba desnuda. Tendría 17, 18 años. Yo estaba con la venda, pero era de una tela que algo veías. Le pregunté bajito qué le había pasado. Me dijo que tenía una amiga militante, pero se la llevaron a ella. La madre la regañaba por esos amigos. Me contó que la metieron en el baúl de un auto, la sacaron, la pusieron en el asiento de atrás, y la violaron 6 ó 7 milicos. Me dijo ‘a mí me van a soltar, porque yo no ando en nada, no tengo nada que ver’. Pero a mí había algo que me llamó mucho la atención: no tenía capucha. Y ahí, cuando no tenés capucha, estás listo» dice González, sin un gesto.

Al día siguiente se llevaron a la chica. Al rato un policía se acercó con tono cómplice al sucucho: «¿No te la cogiste?». González balbuceó una negativa. El policía dijo: «Sos un boludo, ya no existe más».

César dice: «Nunca me pude acordar de cómo se llamaba esa chica. Todavía me arrepiento porque podía salir algún dato. Pero nunca me pude acordar».

César González cree que está vivo por la intervención del entonces embajador alemán, y también del obispo de Quilmes, Antonio Quarracino, influido a su vez por la democracia cristiana alemana. «Resulta que había estado en Alemania, invitado como sindicalista para conocer empresas cooperativas y con sistemas de gestión diferentes, con más control obrero». Tales gestiones, ante los propios marinos, parecen haber logrado la liberación, que se efectivizó a orillas del arroyo Sarandí.

«Conmigo había caído el secretario del gremio y diputado nacional Ricardo De Luca. Quedó mal, pobre, muy afectado. No quedó claro en sus cosas. Hace tiempo que no lo veo, pero estaba mal, se olvida mucho, dice cosas incoherentes. Y otro delegado, Estanislao Vallejo, tuvo hemiplejía. Por lo menos mentalmente no quedó mal. Yo no sé si quedé mal o bien. Pero quedé».

Don César tiene necesidad de aclarar que él no era guerrillero. «Me peleaba con los del ERP y tenía parientes de los Montoneros, pero yo les decía que nos iban a hacer mierda a todos. ‘Van a hacer pelota todo un movimiento revolucionario porque no estamos en condiciones de hacerles frente’. Y así fue. No había lógica en lo que hacían. Yo estaba en lo gremial, lo de las cooperativas, teníamos la posibilidad de ir avanzando en nuestras reivindicaciones y en las luchas. Esto no era Cuba, para hacer desde abajo una revolución».

César volvió del arroyo Sarandí a su casa, al tiempo lo intimaron a volver al trabajo en el astillero. Volvió. Al tiempo un compañero le recomendó irse de allí. «Te van a matar» le informó con una certeza que fue convincente para González. Marchó a Corrientes, y allí se incorporó a una cooperativa, llamada también Almiratne Brown, en la que trabajó hasta entrada la democracia.

Tal vez por eso mismo, estar trabajando en Corrientes, su historia jamás fue contada ante el periodismo, ni figura en los registros de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep). Siguió el juicio a las juntas militares. «Una alegría indescriptible fue eso».

El astillero para el que trabajaba la cooperativa se fundió, y don César volvió a Buenos Aires, y a su viejo sindicato, como responsable de la obra social.

La administración Alfonsín comenzó el declive de la industria, según lo ha vivido don César, y liquidó lo que quedaba. «Es que Menem tenía el mismo plan que los militares con Martínez de Hoz y Alsogaray. Son todos lo mismo. Todos muy meticulosamente cuidados por los americanos. Lo que no hicieron con los militares, lo hicieron buscando a éste». Don César se siente peronista de toda la vida, «aunque te confieso que con muchas preguntas, sobre qué significa ser o no ser» susurra, con lo que bien podría ser una corriente política mayoritaria en la Argentina: el hamletismo.

Reaparecen el astillero, el Riachuelo, el futuro. Don César dice que le ve porvenir al astillero, si es que el país logra reactivarse. Horacio Rodríguez, a quien trata como a un hijo, comenta que están por cerrar un negocio con una mina colombiana, donde un argentino descubrió que podrían abaratar costos cargando carbón en barcazas en lugar de utilizar cientos de pequeños camiones por los desfiladeros de las montañas. La construcción de las barcazas podría representar unos 900.000 dólares.

Don César dice que, de lo que tiene dudas, es de que el establishment económico deje crecer el proceso de recuperación de fábricas y empresas. «Acá no cambió el modelo, sigue habiendo mucha cosa de la propiedad privada, la seguridad jurídica y van a querer cortar esto. Habrá que ver qué hacen los que gobiernan. Y también habrá que ver qué hacemos los trabajadores» dice achinando los ojos con una sonrisa.

Su teoría es que el modelo neoconservador no ha logrado nada productivo. «Y acá se está demostrando que nosotros también sabemos hacer las cosas. Hasta hubo compañeros que trababan en otros lugares y se vinieron aquí. ¿Sabe por qué? Porque el hombre acá se siente más libre y más creativo». ¿Por qué? «Porque nadie lo presiona, se presiona él mismo para hacer las cosas bien. Y creativo porque antes si faltaba algo, algún material, el hombre se sentaba a esperar a que se lo trajeran. Ahora en cambio lo fabricamos nosotros mismos. Falta un caño, una pieza, nos ponemos a ver cómo la reemplazamos sin comprarla. Es lindo eso, hay una cosa de reglas de arte».

¿Qué necesitan? El permiso para el uso de las tierras, que también son pretendidas por el gigantesco vecino Expolgan que, de obtenerlas, obtendría un muelle más cómodo. Necesitan también acceso a créditos razonables, para la compra de materiales. Necesitan que el senado bonaerense ratifique la media sanción de diputados, de expropiación de los bienes muebles. Y más que nada necesitan que los dejen tranquilos, trabajando, sin impedimentos.

Don César considera que solidaridad es lo siguiente: «Eramos 40, ahora somos 60, y podemos llegar a ser 400. Todos viviendo y ganando más o menos bien».

Me muestra unas chapas, y cómo las convierten en piezas navieras. «¿Ve? Con estas cosas, cuando nos quedamos sin nada, inventamos soluciones nuevas».

Después de pronunciar tal programa político y social, el hombre se mete las manos en los bolsillos, y le da la espalda al Riachuelo. Con su cortesía de otro siglo, pide disculpas por interrumpir el sorprendente oficio de la conversación.

Hay una razón que los lectores -a esta altura- sabrán valorar en todo su significado: don César debe irse a trabajar.

Nota

Más allá de tu vereda: un documental sobre personas en situación de calle en CABA

Publicada

el

Con poquito aportás muchísimo ¡Sumate!

Más allá de tu vereda.

Así, a secas, es el nombre del documental que acaba de estrenarse. 

No es un documental más. Así se llama el programa de radio de y para personas que viven o vivieron en la calle, que se realiza semanalmente en la organización Sopa de Letras. Esta cobija y aborda la problemática así como la salud mental, desde hace más de 10 años en el barrio porteño de Parque Patricios.

El documental explicita la importancia de la radio, el valor de la comunicación, la potencia de lo colectivo, la necesidad de comunicarse, y que alguien escuche del otro lado, o mejor aún: al lado. Y también refleja la historia de Víctor Rodríguez Lizama, su director, que tiene 64 años y vivió varios en situación de calle.

El Cuervo, como le dicen a Víctor por su fanatismo por San Lorenzo, visibiliza en primera persona junto a otrxs protagonistas lo que se ve a diario, pero no tanto. Lo que se sabe, pero no tanto. 

En Más allá de tu vereda, Víctor entrevista a muchos de los integrantes del programa que se emite en Radio Parque Vida (105.9) desde hace más de tres años.

Marcela dice que antes sólo escuchaba. Y que ahora se animó a decir.

Luciana dice que perdió un poco la timidez. Y que, quizá, eso la ayudó a crear la sección “la música que nos hizo”. 

Cata dice que encontró un espacio para hacer arte. Para animarse a leer sus poesías.

Alicia dice que antes hablaba “poquito”. Y que ahora “habla un poquito más”. 

Lautaro habla cuando llora, emocionado. Dice que no tenía experiencia. Y que ahora se sorprende de sí mismo.

Juan Bautista dice que es el encargado de informar las noticias. Y que ahora sí, alguien escucha su punto de vista.

Cristian dice que está más atento a su alrededor. Tanto, que ahora se anima a opinar.

Víctor dice que hasta no hace mucho, había personas que no agarraban el micrófono. Y que ahora no lo quieren soltar.

Termina el documental, con una última imagen; pantalla en blanco y una sola línea en letras negras.

«A todos los que estuvieron en situación de calle y ya no están».

Hay aplausos, hay felicidad, hay valoración. 

Hay orgullo.

Luego, se abre el micrófono para que quien quiera diga lo que quiera. 

Jorgelina: “Hagamos más radios”.

Adrián: “Podría estar en cualquier otro lado, haciendo cualquier otra cosa en este momento y gracias a ustedes estoy acá, me ayudaron un montón desde lo emocional”.

Cierra Víctor Rodríguez Lizama, con la remera puesta de su San Lorenzo querido y su pelo repleto de canas:

“La finalidad de este documental es mostrar cómo a través de la salud mental podemos llegar a la gente invisibilizada, que está ignorada. Ojalá que se reproduzca en otros lugares, que sirva de herramienta para salir adelante. Hoy hay mucha más gente viviendo en situación de calle. Además de haber vivido mucho tiempo, participé de los censos populares. Recientemente censamos en la comuna 1 (Retiro, San Nicolás, Puerto Madero, San Telmo, Monserrat y Constitución) y sólo acá contamos 1480 personas, por donde vos camines están. En la olla popular que hacemos en el Parque Lezama se ve algo similar al 2001. Más personas en calle y más hambre”.

Detrás del Cuervo hay un pizarrón donde se completa al nombre de su documental: 

“Más allá de tu vereda,

hay otra realidad,

atrás de tu puerta”.

Al costado, un mural con un puñado de palabras escritas en letra cursiva: 

“Hasta que no quede ni una sola persona en situación de calle, 

allí seguiremos estando”.

Seguir leyendo

Nota

La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos

Publicada

el

Con poquito aportás muchísimo ¡Sumate!

Este domingo a la madrugada murió María Teresa López, asambleísta contra la contaminación en su ciudad natal, Caleta Olivia, luego mudada a Capital Federal y parte del grupo Jubilados Insurgentes. Mary se enfermó de cáncer producto de la contaminación que ella misma denunciaba, y luego fue abandonada por el Estado en modo motosierra: el PAMI se negaba a entregarle medicamentos, pese a amparos judiciales a su favor. Una historia que genera bronca e impotencia, pero que a través del recuerdo de sus compañeras de lucha se revela como una lección de vida, en el más profundo sentido de la palabra: lo colectivo frente a lo personal, la idea de no perder el tiempo, la movilización permanente, la generosidad, la sabiduría, y qué es la muerte.

Por Franco Ciancaglini

Algunos dirán que Mary era bajita y otros que tenía el porte enorme de Nora Cortiñas.
Desde la pandemia solía esconder su sonrisa detrás de un barbijo, aunque sus motivos de alegría eran cada vez menos:

  • su salud era cada vez más delicada;
  • los medicamentos oncológicos no llegaban;
  • y la lucha que encaró desde siempre —primero en su Caleta Olivia natal contra la contaminación, luego contra el sistema de salud público y, al final, como parte del grupo Jubilados Insurgentes— cada vez implicaba poner más el cuerpo.

Fue su cuerpo lo que, este domingo 21 de julio, dijo basta.

Mary se convierte así en algo odioso: un símbolo. Un símbolo de la muerte sistemática que genera un sistema que enferma y abandona. Pero también en un símbolo de lucha por la vida, en el sentido más profundo de la palabra.

La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos
Mary junto a Nora Cortiñas.

Contaminada

María Teresa López nació en 1959 en Caleta Olivia, Santa Cruz. Falleció el domingo pasado a sus jóvenes 67 años, en un hotel de la calle La Rioja, en Once, ciudad de Buenos Aires. Sí: vivía en un hotel. Sola, producto del desarraigo que le produjo tener que trasladarse para atenderse de un cáncer de hígado.

Ese fue el diagnóstico médico: una metástasis que avanzó en el último tiempo al ritmo frenético de una motosierra.

La causa que no figura en su partida de defunción es aquella que ella misma denunció hasta el final: a Mary le negaban medicamentos oncológicos indispensables para su tratamiento.

Lo que tampoco figura en su partida es que Mary fue arrancada de su Caleta Olivia natal porque se enfermó, al igual que decenas de personas de esa localidad, producto de la contaminación del agua por actividades extractivas en la zona.

Contaminada

La vida de Mary fue la de una militante social de una estirpe rara: austera, firme, silenciosa, estudiosa, imparable.

Sus compañeros reconstruyen sus historias: que de chica le hicieron un test de inteligencia y un profesional le dijo a su madre que ella era más o menos superdotada; que seguramente podría hacer dos carreras universitarias a la vez; que terminó la secundaria antes de tiempo y luego cursó dos carreras; que se enganchó con el ambientalismo muy joven y empezó a investigar cuando las empresas petroleras negaban la contaminación de las napas de agua.

Formó parte de la Asamblea Ambiental de Caleta Olivia, desde donde luchó sin descanso contra la contaminación provocada por el fracking. Mucho antes de enfermarse, denunciaba que el agua que llegaba a las casas estaba contaminada con petróleo. Lo sabía por la evidencia científica más contundente que tiene una comunidad contaminada: que sus vecinos, familiares y amigos enfermen y mueran.

La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos
En Plaza de Mayo, con una bandera contra la megaminería contaminente en Chubut.

Ante los medios Mary describía lo que vivía y veía alrededor: “La gente se muere o queda discapacitada”. En una entrevista para el programa Conciencia Solidaria, precisaba sobre su territorio:

  • “Caleta Olivia… tiene un problema grave: falta de agua potable, y encima está contaminada por la industria petrolera. Los muestreos de agua que hemos sacado y analizado han dado positivo: está contaminada el agua que estamos tomando.”
  • “La situación es muy grave, se está muriendo muchísima gente de esas 11 localidades, 9 están en terrible condición… además tuvimos un caso muy grande de gastroenteritis que afectó a 340 personas”.
    También contextualizó el vínculo entre agua contaminada y salud pública: “Los metales pesados son cancerígenos, mutagénicos, van mutando de una generación en otra… nacen chiquitos con problemas… o fallecen de cáncer».

Denunciaba en Caleta Olivia la presencia de hidrocarburos, arsénico y metales pesados en el agua, además de enfermedades poco frecuentes que, como decía ella, “no tienen cura” y crecen en esa región patagónica. Alertaba con claridad: “No es solamente cáncer, sino Enfermedades Raras o Poco Frecuentes. Muchos pacientes no están bien atendidos… La situación se agrava cuando se trata de estas patologías: solo se ofrecen tratamientos paliativos.”

Un mal día le tocó a ella, ya con la certeza profunda de que la contaminación ambiental fue parte del combustible de su cáncer de hígado.

En agosto de 2015, en un foro en defensa del agua organizado en Comodoro Rivadavia, otras asambleístas como Lidia Campos, de la asamblea contra el fracking de Allen (Río Negro), la conocieron personalmente luego de años de tramar resistencia contra el extractivismo: “En el Foro en Comodoro había gente de todos lados… Y estaba Mary, que ya tenía problemas, como un problema en la boca del estómago… No se sabía bien… Uno tapa esas cosas y habla de la lucha, la salud quedaba en segundo plano. Mary no era de hablar de lo personal; siempre se preocupaba más por lo colectivo».

La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos
Lidia y Mary, durante el acampe del Malón de la Paz en Buenos Aires, hace dos años.

La describe así: “Era menuda, callada. Pasaba desapercibida. Pero cuando abría la boca, te dejaba con la boca abierta. Sabía muchísimo. Y tenía una convicción inquebrantable.”

Recuerda Lidia que, en 2019, Mary pasó de la denuncia mediática a la judicial: presentó un amparo colectivo ante la Corte Suprema contra la contaminación del agua con hidrocarburos, arsénico y metales pesados. Denunciaba así, ante el máximo tribunal argentino, el abandono del sistema cloacal, basurales a cielo abierto, y exigía la puesta en marcha de una planta de ósmosis inversa paralizada (actualidadjuridicaambiental.com). En ese expediente Mary detallaba:

  • “Frecuentes interrupciones en el suministro… agua contaminada con hidrocarburos totales y arsénico… napas freáticas contaminadas por fracking…”.
  • Solicitaba medidas cautelares urgentes: provisión gratuita de agua apta, saneamiento cloacal, cierre de basurales y puesta en funcionamiento de la planta de ósmosis inversa.

Esa presentación inédita, que firmó ella misma, reflejaba años de trabajo comunitario, denuncias y… enfermedades. Pero su denuncia fue ignorada, archivada y judicialmente ninguneada: tras seis años, la Corte se declaró “incompetente” y desestimó el recurso, sin resolver la situación de fondo.

Mary no se rindió: en 2020 fue caminando hasta Balcarce 50 para presentar a través de Mesa de Entradas de la Casa Rosada una carta firmada por una red de organizaciones en defensa del agua dirigida a Alberto Fernández, denunciando la contaminación del agua y relacionándola lúcidamente con argumentos que el ex Presidente daba como recomendaciones durante la pandemia.

Lidia Campos es la que recupera y comparte a lavaca este documento, y la que como asambleísta define su legado: “Lo que ella hizo fue histórico. Vale la pena hablarlo para las próximas generaciones… En esta época hemos perdido tanta humanidad que a nadie le importa. Pero acá hay alguien que dio su vida. Dio, literalmente, su vida.”

El último recuerdo que Lidia conserva data del 14 de julio de 2023, durante una jornada de lucha contra Mekorot, la empresa nacional de agua israelí que intentaba desembarcar en Argentina con intenciones sospechosas. Relata Lidia: “Ella estaba afuera del Anexo del Congreso con los Jubilados Insurgentes para protestar… Después fuimos a una confitería. Le pregunté si había comido al mediodía… no había comido nada. Le sugerí unos tostados o medialunas con queso. Pidió un té. Cuando llegó lo que pedimos, no lo pudo comer”. Igual, se sacaron esta hermosa foto compartiendo. Y ese mismo día, antes de despedirse, Mary le regaló una pashmina rosa a Lidia para protegerla del frío.

La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos
Carlos Ponce, Mary y Lidia Campos: una amistad atravesada por la lucha ambiental del sur del país.

Abandonada

Cuando se enfermó y vio que su asamblea se desarmaba –entre otras cosas precisamente porque muchos enfermaban- Mary se trasladó a Buenos Aires. Pretendía resistir y atenderse bien, cosa que logró durante muchos años: su lucha logró que PAMI le asignara el Hospital Italiano para su tratamiento.

Tuvo un cáncer controlado que se descontroló al ritmo del deterioro del sistema de salud: primero Macri, luego Fernández, la pandemia y finalmente Milei como garrotazo final.

Desde 2023 su situación empeoró drásticamente. Su compañera Zulema, de Jubilados Insurgentes, relata: “El PAMI decía que tenían medicamentos para esa patología, pero no eran los que había indicado su médica… entonces no los aprobaban. A veces los recursos judiciales salían favorables, pero el PAMI tampoco los entregaba. La impotencia era terrible».

Sino miren este video.

María Teresa López dice claramente: “El mecanismo es simple: es eliminarnos, gastando menos… llegar al déficit cero… matándonos.”

El video la muestra junto a sus compañeros de Jubilados Insurgentes en un reclamo frente al PAMI por sus medicamentos.

Sigue: “Es más fácil eliminarnos de manera nefasta e inhumana… Para mí ustedes son asesinos, y les importa un bledo”.

Hoy, un año y mes después, Mary tenía razón.

Zulema continúa: “Ella no podía hacer la quimio porque la droga fundamental no estaba… íbamos al PAMI con compañeros, hacíamos reclamos, pero no facilitaban nada. Cuando le autorizaban un tratamiento de ocho sesiones, solo le entregaban dos dosis. Nos confesaron que no se molestaban en dar el tratamiento completo porque muchos morían antes… Pero Mary resistía, resistía… llegó un momento en que el cuerpo no resistió más».”

Una de las últimas veces de manifestación ante el PAMI, sin Mary, el personal de seguridad preguntó por ella en la puerta: “¿Cómo está Mary?”

La respuesta era obvia: mal.

Insurgente

Pese al deterioro físico, Mary se unió a los Jubilados Insurgentes. Entendió que el sistema no solo descarta a quienes enferma, sino también a los que ya no pueden “producir”.
Zulema recuerda: “¡Tenía un carácter! Ese carácter es el que la hizo resistir cuando muchos se daban por vencidos”.

Llegó a ese espacio dos años atrás, íntimamente vinculada con su enfermedad. “Se metió en todo lo legal… recursos, fiscalías, Comodoro Py… sabía de litigio ambiental”, dice Zulema.

El 12 de junio de 2024, durante la lucha contra la Ley de Bases, estuvo firme en Plaza los Dos Congresos. “Nosotros la cuidábamos porque estaba débil, pero se escapaba, quería seguir.” Conocía a todos. “Era muy luchadora. Y hablaba con energía. Siempre nos pedía que unamos las luchas».

Lo que posiblemente sea su último legado lúcido: unir las luchas del ambientalismo con las banderas de los jubilados.

Sobre su convicción, Zulema dice: “Cualquier cosita que ella hacía la asumía con total responsabilidad… vino con cartulina, se traía el cartel… Cuando asumió Milei hizo un cartel que decía ‘Toda la clase política es responsable de la debacle del país’, lo diseñó ella misma”.

La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos
Un cartelito que le hicieron tras su muerte, Clarisa y Agus, que lo dice todo: «Se lo hicimos porque ella era doña cartelitos, y lo dejamos con ella».

Otra anécdota: “Una vez vino a una reunión, con anotador en mano, ya predispuesta. Algunos comenzaron a hablar de su vida personal, y se enojó. Se levantó, juntó sus notas y se fue. Dijo: ‘acá se pierde tiempo, no van a llegar a nada’. Pero volvió. Con dramas y todo, no quería perder el tiempo: estaba alerta. Era consciente de que la tarea era enorme, y le ponía ímpetu”.

Mary sabía que no le quedaba mucho tiempo y por eso nunca bajó la guardia.

Siguió yendo cada miércoles a las rondas frente al Congreso, siempre con barbijo, para cuidarse y cuidar. Participó del Malón de la Paz, llevó agua, militó con grupos ambientalistas, jubilados y religiosos. Organizó actos, escribió cartas, e insistía en que el 22 de marzo, Día Mundial del Agua, había que salir a las calles. Siempre. Aunque lloviera, aunque doliera.

Porque Mary enseló que la muerte no es algo que ocurre al final: es eso que va sucediendo en vida ante la indiferencia, el silencio de los tribunales, el apagón de las protestas, la descomposición del cuidado, la impunidad de los contaminadores y la complicidad del silencio.

La muerte es el abandono.

La muerte es el olvido.

Y en ese sentido, Mary sigue más viva que nunca.

odas las agrupaciones de jubilados que se juntan los miércoles a protestar en Congreso, preparan un homenaje a Mary y, a través de ella, “a todas las víctimas del sistema y de este plan siniestro de exterminio de los más vulnerables”.

Será mañana, después de la marcha, en un acto en Plaza de Mayo.

Mary: gracias.

Hasta mañana.

Seguir leyendo

Nota

Pablo Grillo: llaman a indagatoria al gendarme Guerrero a seis meses de un disparo criminal

Publicada

el

Con poquito aportás muchísimo ¡Sumate!

El 2 de septiembre el gendarme que disparó una granada de gas lacrimógeno por fuera de todos los protocolos de la fuerza deberá comparecer ante la justicia. La decisión la tomó la jueza María Servini de Cubría más de cuatro meses después del hecho. Pablo Grillo luchó por su vida, perdió masa encefálica y hoy se encuentra en plena rehabilitación. Todo lo que deberá explicar Héctor Guerrero y que implica a su principal defensora y la responsable de la violencia estatal: Patricia Bullrich.

Por Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Cuatro meses y una semana pasaron desde el miércoles 12 de marzo. Ese día, durante otra violenta represión a la marcha de jubilados y jubiladas, el Gendarme Héctor Guerrero le disparó fuera de toda legalidad una granada de gas lacrimógeno al reportero gráfico Pablo Grillo, cuyo impacto casi lo mata, y por el que perdió parte de la masa encefálica, estuvo casi tres meses internado en terapia intensiva en el Hospital Ramos Mejía y por el que hoy continúa en proceso de rehabilitación. Cuatro meses y una semana pasaron hasta hoy, lunes 21 de julio, en el que la jueza María Servini citó a indagatoria al gendarme, autor material de lanzamiento, para el próximo 2 de septiembre.

Es decir: entre la ejecución y la audiencia habrán pasado 131 días, casi seis meses, casi medio año. 

El camino de la in-justicia

En un primer momento, la jueza había rechazado el expediente y el caso había pasado al Juzgado Federal N° 12, donde tramitaba otra denuncia por los mismos hechos. Como ese juzgado estaba vacante y subrogado por Ariel Lijo, quien también se declaró incompetente y declinó la competencia, el expediente regresó al Juzgado N° 1 el 28 de marzo y la jueza Servini lo tiene en sus manos desde el 10 de abril, a la vuelta de una licencia. 

La cronología detalla el tiempo que una familia debe atravesar para exigir justicia por un hecho de violencia estatal: desde el 21 de marzo en que el papá, la mamá y el hermano de Pablo se presentaron en la causa como querellantes, solicitaron se llame a Guerrero a declarar “en calidad de imputado, por tentativa de homicidio agravado por abuso funcional, abuso de autoridad e incumplimiento de los deberes de funcionario público”. Pero no hubo respuesta. Por eso, el 6 de junio, reiteraron el pedido con estos argumentos: “Desde el inicio de la investigación, todas y cada una de las pruebas recabadas por el Juzgado corroboran lo que planteamos en nuestra querella del 21 de marzo: el cabo primero Héctor Jesús Guerrero de la Gendarmería Nacional Argentina fue el autor del disparo de la pistola lanzagases que hirió de gravedad a Pablo Grillo el 12 de marzo a las 17.18hs”. Y agregaron: “En el pedido que presentamos ante la jueza Servini ofrecemos una descripción de los hechos y un análisis pormenorizado de los elementos de prueba existentes hasta el momento”.

Y no hubo dos sin tres: el 15 de julio se le volvió a exigir al Juzgado que lo cite a Guerrero. 

Y la tercera fue la vencida: este lunes, Servini citó a prestar declaración indagatoria al cabo Guerrero como autor del disparo con cartucho de gas lacrimógeno calibre 38mm que impactó en la cabeza de Pablo Grillo. La audiencia será el 2 de septiembre a las 10. 

Guerrero es el primer efectivo formalmente imputado en la causa por el operativo policial del 12 de marzo. 

Desde la querella informaron: “El juzgado ordenó la realización de una pericia balística a cargo de la División Balística de la Policía de la Ciudad para reconstruir con el mayor nivel de precisión técnica posible el disparo que hirió de gravedad a Pablo. Si bien la jueza consideró que ya existen elementos de prueba contundentes respecto de la responsabilidad de Guerrero para esta instancia, sostuvo que la pericia es necesaria para afianzar la reconstrucción de la dinámica del hecho”.

 La pericia tendrá como objetivos precisar:

-La trayectoria y velocidad del proyectil que impactó en la cabeza de Pablo Grillo;

-La posición del arma al momento de efectuarse el disparo y el ángulo de salida del proyectil; 

-Analizar si el proyectil impactó previamente contra otra superficie, y si eso alteró su dirección o energía.

-Las ubicaciones de Grillo y de Guerrero al momento del disparo.

El juzgado también ordenó, previo a la pericia, una inspección en el lugar del hecho (la esquina de Hipólito Yrigoyen y Solís) que incluirá un relevamiento fotográfico terrestre y aéreo y la elaboración de un croquis detallado de la escena. 

Además, le prohibió a Guerrero la salida del país.

Compartimos el perfil de Pablo que realizamos en la edición 203 de MU.

Seguir leyendo

Lo más leido

Anticopyright lavaca. Todas nuestras notas pueden ser reproducidas libremente. Agradecemos la mención de la fuente.

Vistas el día de hoy: 37.031