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Ver para creer: la experiencia de Naturaleza Viva en Santa Fe

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Vivieron 4 años en el monte escapando de la dictadura, se exiliaron, y a la vuelta crearon una granja sin agrotóxicos. Hoy venden productos sanos a todo el país y acaban de crear una escuela con otro paradigma. Biodinámica, política y futuro junto a los jóvenes pasantes que viajan para ver cómo se hace. Esta nota fue publicada en la edición 121 de MU. ▶ FRANCO CIANCAGLINI

Primero, llegaron los monos. Después, aparecieron búhos y águilas coloradas. Ya había iguanas, zorros, patos, perros, gatos, vacas y novillos. Estaban las plantas de maracuyá, de palma, chirimiyo, pomelo, palta; decenas de variedades de arroz, trigo, harina, soja. Mes a mes, además, se suman jóvenes pasantes de distintas partes del país que acuden a trabajar y conocer esta granja agroecológica. Todos, humanos, plantas y animales, parecen buscar lo mismo: un lugar donde vivir mejor.
Como en todo paraíso, hay un Adán y una Eva: Remo Vénica e Irmina Kleiner. “Todo lo que se ve, no estaba”, sintetiza él, 74 años, sobre estas 120 hectáreas en la que trabajan y viven 15 familias. Estamos en Guadalupe Norte, Santa Fe, y la dinámica de este flujo animal, vegetal y humano que se acerca a este rincón del mundo tiene un nombre que parece redundante pero que por estos tiempos se volvió una rareza: Naturaleza Viva.
Mientras se mueve por el bosque, y a su lado Irmina recolecta tomates para el almuerzo, con ojos abiertos y el espíritu de un niño Remo relata entusiasmado: “Estoy decepcionado de mis capacidades: los monos me superaron ampliamente”. Remo se ríe, acomoda un palito dentro de un balde con agua para que las abejas (esos bichos peligrosos) puedan beber, y sigue: “Yo estaba intentando hacer plantaciones de chirimoya, de moringa, de palta, en el descubierto. Y claro, tenés el problema de los soles potentes que te las matan, y en invierno te jode la helada. Entonces entré con otra mirada al bosque”.
Primera pista: hay otra forma de ver las cosas. Las mismas cosas. Sigamos: el bosque es una parte del casco de la granja que estuvo por años sembrado con una mezcla de frutales y forestales. Remo: “Después de 30 años que está ahí el bosque, entré y lo miré de forma distinta y me topé con todo lo que me habían hecho los monos estos años. ¡Es un jardín de frutales! Che, cinco variedades de frutales que sembraron ellos. Yo peleando para tener unas plantas de chirimoya, y ellos me sembraron 500 plantas de chirimoya. Porque ellos comen, van al bosque, hacen caca, y lo siembran”. Remo terminará la anécdota -sólo por ahora-con su frase de cabecera: “Cosa’ e locos”.
En su tercer viaje a esta granja, MU también vuelve a Naturaleza Viva para mirarla con otros ojos.

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Foto: Nacho Yuchark.


Los del suelo
Todo lo que sucede en Naturaleza Viva está cargado del sentido de la vida de Remo e Irmina. Aunque parezca pomposo, es literal: existen ya un libro – Monte Madre de Jorge Miceli- y una película -Los del suelo de Juan Baldana- que reflejan la huida que emprendió esta pareja por el monte chaqueño durante 4 años, escapando de los militares a fines de los 70. Allí tuvieron una hija y un hijo, y parieron también dos ideas sin las cuales tampoco se entiende Naturaleza Viva: “El contacto con la naturaleza, y la importancia a los alimentos”, resume Irmina en el bosque, mientras Remo le muestra otra planta sembrada por los monos.
La historia del escape y posterior exilio fue largamente contada en la nota Sobre vivir y otras cosechas (MU n° 22) y en distintas emisiones del programa radial de lavaca, Decí MU. La historia previa se remonta a los años 60, cuando los Vénica eran una familia de seis hermanos que manejaban más de 2.000 hectáreas en este norte de Santa Fe. Remo recuerda: “En esa sociedad yo conviví con los agroquímicos. No solo conviví: yo era el que sabía las dosis de los venenos. Y era el que los aplicaba”.
En 1968 Remo Vénica tenía 24 años, era un joven que trabajaba en el campo de sus padres, que acudía a charlas de formación política y frecuentaba las reuniones de grupos católicos. Ese año el Grupo de Acción Católica necesitaba un coordinador para el área del NEA. Era cantado: llamaron a Remo. La familia le permitió ir por 2 años que después se alargaron. Relata: “Yo tenía un problema acá (se toca la boca del estómago). En ese momento estaba haciendo un tratamiento largo con médicos muy especiales de los adventistas, que tienen clínicas súper avanzadas. Trabajaba tanto con agroquímicos, con tractor, con caballos. Para nosotros el veneno no hacía nada a los seres humanos; ésa era la publicidad de aquella época: para seres sin sangre. Y los médicos no dieron pie con bola”.
A Remo le detectaron inflamación del duodeno, síntoma que desapareció mágicamente durante los años que estuvo alejado del campo familiar donde se aplicaban agroquímicos, organizando al campesinado. “Al cabo de los años me di cuenta que el tema era ése: el veneno”.
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Foto: Nacho Yuchark.


Remo trabajó como responsable de la región NEA para el Grupo de Acción Católica, que ya en los 70 tuvo un rol preponderante en la organización del movimiento campesino, previo a la conformación de las Ligas Agrarias. Remo debía volver a su casa en 1970, según lo pactado con su familia. “Y me proponen dos años más como responsable nacional del movimiento. Mi familia se niega y entonces… -a Remo se le llenan los ojos de lágrimas, y a su vez, se ríe-. Fue acá -señala la entrada a la casa-. Estaba mi padre, y le arranco una hoja del Evangelio que dice: quien toma la manija del arado y mira hacia atrás, no es apto para el reino de los cielos. Y me fui”.
En 1972 se corta otro hilo: la Iglesia expulsa al Grupo de Acción Católica como movimiento oficial de la institución. Entonces comienza lo que Remo llama “la historia de lucha campesina fuerte, donde se llegó a paralizar el país” -una historia que él cree que jamás fue bien narrada-, y sigue “el proceso de Cámpora, donde fuimos activos protagonistas”.
Había conocido a Irmina en Misiones, se casaron en 1973 y dos años después, con Isabel Perón, comienza la vida de película (de terror y de amor al mismo tiempo) de Remo e Irmina: “A nosotros nos persiguen un año antes de la dictadura. Estuvimos cuatro años escondidos en la selva, y otros cuatro en el exilio”, resume ella. Al recupearse la democracia en 1984. regresaron junto a sus hijos a Guadalupe Norte: “Primero trabajé en una fábrica de electrónicos, como una manera de mimetizarnos un poco: imaginate que ser subversivo no era bien visto”, cuenta Remo. Cuatro años después se volvieron a insertar en el campo con una idea novedosa: “Propusimos la creación de un lugar libre de agrotóxicos”.
A partir de la experiencia de vivir cuatro años en el monte, el contacto con los campesinos y la enfermedad que había sufrido Remo, el paradigma fumigador que estaba en pleno apogeo esos años no picó en Naturaleza Viva. Irmina suma otro factor: “En Europa vivimos fuertemente el impacto y los debates sobre la contaminación, y el Partido Verde en Alemania era una movida política y social muy fuerte en aquel entonces. Acá ni se hablaba de esas cosas. Cuando volvimos vimos el contraste entre lo que todavía quedaba de natural, y los campos destrozados por el uso de los agroquímicos”.
En estas hectáreas ahora verdes de Guadalupe Norte, lo único que quedaba de fértil era la tierra debajo de los alambrados, que no había sido fumigada. Remo: “Todo el proceso de repoblación de árboles fue una tarea que nos metió bien adentro del tema agroecológico”. Irmina recuerda cómo fue imposible reponer el bosque nativo: “Precisamente, porque es nativo”. Entendieron así, a prueba y error, el rol del hombre en el proceso de la naturaleza. “Hay que observar cómo se mueve la naturaleza para aprender”, repite Remo. Y vuelve al presente: “Ahora, con la incorporación de los monos ¡mama mía! Pensábamos que nos iban a comer la fruta. Y resulta que fueron los mejores agricultores. Si ustedes pueden venir acá en 30-40 años, ¡ése bosque lo que va a ser!”.
Dinámica de la vida
En Naturaleza Viva, como en todo campo, hay una rutina bien marcada que incluye levantarse bien temprano y, de manera religiosa, dormir la siesta. El almuerzo se sirve con puntualidad 12:30, en general cocinado por las manos de Irmina y para un batallón de pasantes jóvenes y devoradores. A veces se cenan los restos del almuerzo. Y los domingos se come, también religiosamente, un asado.
“Qué sacrificio la agroecología”, dice Remo mientras destapa un vino orgánico y señala con el mentón el asado recién servido. La introducción es ideal para contar que los vinos más caros del mundo son los biodinámicos, y también los chocolates y helados producidos según este paradigma que va un paso más allá de la agroecología. Lo que hacían en Naturaleza Viva lo llamaban “producción orgánica”. Luego fue “agroecológica”.
Fue recién en 1997 cuando Remo, invitado a un congreso, escuchó una palabra nueva: biodinámica.
La agricultura biodinámica tiene su origen en ocho conferencias del año 1924 dictadas por el austríaco Rudolf Steiner a un grupo de agricultores preocupados por la pérdida de fertilidad de sus suelos, el aumento de plagas y enfermedades en sus cultivos y animales. Al igual que las corrientes de agricultura ecológica orgánica, la biodinámica no utiliza agroquímicos sintéticos –fertilizantes, insecticidas, fungicidas, herbicidas, etc.- pero se diferencia de ellas porque considera a las sustancias no solo en su aspecto material sino también en su aspecto cualitativo: “Portadoras de fuerzas”.
Es característico de la agricultura biodinámica la utilización de preparados especiales compuestos por productos minerales y orgánicos. Y se trabaja alrededor de un concepto clave: el sistema cerrado o integrado, en el que cada residuo de una producción funciona como insumo de otra. Ejemplo: “Nuestras vacas comen el pasto y lo transforman en leche, que pasa a la quesería. Se vende el queso, y el residuo que es el suero, alimenta los terneros. La bosta de ese ternero, como todos los residuos vegetales y animales, van al biodigestor, dispositivo que produce dos cosas: por un lado gas, con lo que eliminamos ese gasto, y por el otro biofertilizante”.
Es decir: lo que para otros es gasto o basura, aquí es ganancia.
Ese equilibrio que se intenta conseguir en sentido ecológico también se procura en el sentido social: relaciones entre quienes trabajan, y de éstos con la sociedad. “Vos podés ser agroecológico pero podés seguir pensando de manera materialista –sigue Remo-, desencadenando un modelo donde tu pensamiento siga siendo de rentabilidad. En la biodinámica eso es muy difícil porque sus principios son muy claros respecto de lo social: Steiner fue uno de los creadores de la medicina antroposófica y las escuelas Waldorf”, proyectos que completan esa integralidad.
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Foto: Nacho Yuchark.


Irmina da otro ejemplo que aplican día a día: “Ahí conocimos que existe la herramienta de los calendarios lunares”. Se refiere a los calendarios astronómicos –o agrícolas- que están adaptados a las particularidades de los trabajos rurales que vinculan lo que ocurre en la tierra de cultivo con los acontecimientos astronómicos registrados durante el mes y el año. En Naturaleza Viva el experto es Enrique Vénica, hijo de Remo e Irmina, ingeniero agrónomo, quien viajó por primera vez a Brasil a interiorizarse sobre biodinámica en el año ´99. Años después Naturaleza Viva sería sede de la Asociación para la Agricultura Biológico-Dinámica en Argentina, que realiza cursos, charlas y talleres.
Más allá de estas concepciones filosóficas, Remo enseña que la biodinámica se ve en algunas cuestiones bien prácticas:

  • “Por ejemplo, cuando dicen que conviene cortar el pelo en cuarto creciente para que crezca más vigoroso; o en cuarto menguante si preferís que crezca lento”.
  • Remo pide sacar una foto a una vaca con cuernos y a otra sin cuernos: “Mirá si no es así: la vaca con cuernos tiene cara de gozosa, de felicidad; la otra, de desgraciada”. La diferencia, en ambos casos, contempla que tanto los cuernos como el pelo están en sintonía con los procesos lunares.
  • Otro ejemplo más: “Estamos en la era de Acuario, era de la mujer, era de solidaridad, cooperativa. Por ahí no se nota porque una era es larga. La idea es ver si con la sensibilidad de la mujer cambiamos este mundo perverso”.
  • El último: el asado y el vino que, mientras se hablaba de biodinámica, desaparecieron de la mesa.

El infierno está encantador
Remo no tiene eslóganes políticos que estén muy de moda. “Las ciudades tienen que desaparecer”, es uno de ellos. Seguro no será candidato en Capital Federal: “El 50% de la gente de la ciudad está al pedo”. Lejos de ser antipopular, Remo se erige sobre una propuesta única y concreta: “El principio de globalización de la felicidad de los seres humanos”. Su compañera de fórmula, Irmina, sentencia: “El problema no es la pobreza: el problema es la riqueza”.
Ambos – militantes de los años 70 pero activos durante todos los años siguientes reciben con angustia las noticias que llegan vía celular o computadora desde la Plaza de Congreso, la Casa Rosada o donde toque el conflicto de turno. ¿Cómo se ve el infierno desde el paraíso?
Irmina: “No solo hay que oponerse sino construir otro paradigma. Dentro de los sectores populares lo ven como utopías o descuelgues, pero frente a estas realidades no hay otro camino. Aún gobiernos que puedan ser más progresistas o más populares, no hicieron conciencia del significado de las transformaciones, por ejemplo el tema de la tierra. Ante los despidos y la falta de trabajo, obvio que el camino es la lucha social, pero no tiene salida si no hay soberanía alimentaria”.
Remo plantea que el problema es la distribución urbanismo-ruralidad y dice que la tierra debería ser del Estado, tener una función social. Su modelo de país es la expansión de lo que aplica en Naturaleza Viva: granjas integrales de asociaciones de familias, con producción soberana y diversificada. ¿Es tan fácil? Mañana subimos al gobierno, pasado Remo es ministro de agricultura. ¿Qué hacemos? Remo: “Facilitarle a todos los que quieran regresar a la tierra la vivienda, la tierra y cómo mínimo un año de asignación para poder vivir hasta acomodarse. A los cuatro meses comenzás a ser autosuficiente. Y al año ya estás en marcha. Estoy hablando de un apoyo fuerte, de repoblar el campo”.
Irmina: “Primero tenés que conseguir a la gente que quiera volver al campo y quiera hacer eso: no es tan fácil. Es una revolución cultural lo que se necesita, no es solamente la idea de un cambio productivo. Y a esa revolución cultural yo la veo lejos. Se está dando, empieza a darse mucho más que cuando nosotros recién empezábamos: todo el mundo nos trataba de locos y ahora ya no nos consideran tanto. Ya cuando nos llaman a hablar de agroecología decimos hay otra gente que está haciendo esto, nosotros tenemos que disfrutar de los nietos”.
Remo: “Yo creo que se van a venir momentos muy difíciles, muy complejos, pero que va a surgir de las cenizas una perspectiva nueva. Así como el proyecto de Macri se juega al todo por el todo, las luchas sociales se van a plantear el todo por el todo. Porque quienes más tienen que perder son los sectores de poder”.
Recuperar, resistir, producir
En Naturaleza Viva las vacas tienen hectáreas y hectáreas para pastar, a los arroces, de tan ricos, hay que cuidarlos de las aves, el bosque – ya dijimos- es de los monos y más allá las hectáreas se pintan de trigo, maíz, lino y soja no transgénica que irán a parar a la producción de aceite y harina. Estas producciones y los quesos son el potencial que da valor agregado a los productos primarios, y permiten a la granja subsitir comercializando directamente sus productos.
¿Cómo repercuten las medidas económicas de ajuste aquí? “A nosotros nos trajo ventajas el proceso, en el sentido de que hay mayor demanda de productos naturales”, sorprende Remo. “Es bajo el porcentaje pero para nosotros, como empresa chica que produce alimentos, antes había que abrir el mercado y ahora hay que cerrarlo coquetamente. Es tal el grado de deterioro de la comida en estos últimos años que el impacto es muy evidente”.
Irmina: “A nosotros nos preocupa la situación del país pero por la manera con que encaramos la producción no necesitamos de las corporaciones para hacer uso de los agrotóxicos y las semillas. Tenemos nuestro propio abastecimiento de semillas y fertilidad a partir del manejo que hacemos de las fuerzas que actúan sobre el planeta. Logramos a partir de la historia y de algunas astucias, quizás, de visiones y perspectivas, descubrir que la manera de resolver el tema del campo es hacer el proceso total. Es decir: ser productor de alimentos. Todo lo que producimos se vende”.
Quesos, aceites y harinas, pero además granola, arroz yamaní, dulce de leche, mermeladas, jugos, vino, yerba, semillas y hasta productos medicinales pueden encontrarse en la tienda que tienen en la granja y desde donde despachan a 23 de las 24 provincias del país.
Escuela de vida
“Lo que ha desvirtuado todo esto, son las universidades”, sentencia Remo. Cuando se refiere a todo, es a todo. Remo interpreta que desde allí se baja un modelo “vinculado al materialismo” que, sobre todo en el caso de la agricultura, es evidentemente manejado por las corporaciones (ver nota de este número: Ovejas). Irmina da un ejemplo: “Las tesis siempre están enfocadas a una producción y a la rentabilidad. Si nosotros hacemos ese análisis producto por producto de las cosas que hacemos en Naturaleza Viva, se cae todo. Analizado individualmente no cierran los números, tenés que tomarlo en forma global. Con la patria financiera no hay sistema productivo que aguante: perdés la mirada integrada y a través del tiempo”.
Aunque no es lo central, ya dijimos que de esta granja viven 15 familias y comen cientas, y existen numerosas –cada vez más- experiencias agroecológicas que corren al agromodelo por el lado de la rentabilidad. Dice Remo: “No hay que hablar solo de rentabilidad, sino de libertad: nosotros tenemos 40 novillos y 40 vacas que anualmente podemos vender o comer. Es el banco, la reserva de capital por si tenemos que hacer inversiones. Y el principal elemento de ganancia es la leche y el queso. Además, con buenos manejos del suelo tenés una fertilidad creciente. Los otros campos decrecen: acá en Guadalupe nos ofrecen un montón de campos devastados para recuperar y producir”.
Para completar ese “ciclo cerrado”, que es una especie de fuerte contra la tempestad, y empezar a hablar de libertad, creatividad y valores, Naturaleza Viva encara un flamante proyecto: fundaron la escuela Los Girasoles. Manejada por Eduardo Vénica y su esposa Constanza Mauro, tuvo un fin de 2017 exitoso: “Hicimos una muestra con trabajos de los chicos y los padres no podían creer que estuvieran hechos por ellos”, relata Constanza.
Convertir a los niños en verdaderos artistas fue el trabajo que demandó este primer año de una escuela que irá creciendo con la generación que ahora tiene 6 y 7 años. En el 2018 esperan abrir primer grado, y también un plurigrado con niñxs de distintas edades. Cercano al modelo Waldorf, Los Girasoles implementa un sistema integral conocido como Escuelas V.I.V.A.S: Valores, Imaginación, Vivencias y Autoconocimiento. Así, la formación de un niño no sólo contempla la parte intelectual, sino también la emocional y la motriz. “Queríamos ver cómo la granja sale a la comunidad a transmitir lo que sucede acá. Era un paso natural buscar formar a los niños, que son el futuro de la comunidad”, asegura Constanza.
La ley Nacional de Educación permite la elección de metodología asociada a un plan de estudios específico y la consecución de determinados resultados: por ejemplo, aprender a leer. Algunas diferencias en Los Girasoles: los niños hacen huerta como actividad diaria, y los maestros no utilizan el “no” para disciplinar a los niñxs. “Cada vez más logramos el apoyo de la comunidad”, asegura Constanza comparando las vacantes de este año y mirando de reojo a Remo, uno de los abuelos con niños en Los Girasoles que, según la metodología implementada, debe ir cada 15 días a clases para también educarse en la formación de un par de sus 14 nietos.
Vivir para contarla
En Naturaleza Viva ocurre, además, otro tipo de formación: mes a mes viajan hasta Guadalupe Norte pasantes detodos los puntos de la Argentina y del mundo. Sólo durante febrero había jóvenes de Mar del Plata, Lanús, San Juan, Rosario, Chaco y Berlín.
Esta vez están Emiliano, Martina, Florencia, Eugenia y Valentín. Todos viven en la ciudad, pero tienen en común el interés por trabajar la tierra. Emiliano es jardinero y lleva adelante un proyecto de huertas en el penal de San Martín llamado “Reverdecer”. Martina estudió cine en La Plata pero se empezó a interesar por “otros saberes” que circulaban por fuera del estudio formal: “Cuando dejé de estudiar mis viejos me decían: ´vas a tener 50 años, te vas a cansar de estar plantando en la tierra y no vas a tener un título´. Yo lo veo exactamente al revés: tenés un título y no sabes plantar una papa”.
Los jóvenes hablan de “vida digna” que no sólo mire el bolsillo, y nombran cosas extrañas, como el alma: “Estar acá te nutre por muchos lados, es un bienestar que no es razonable: el cuerpo se siente bien”, sigue Martina. “Cada vez me empieza a cerrar más la necesidad de retomar estos saberes, de vincularse con la tierra, los pueblos originarios, de que la lucha tiene que ser saber qué comemos, tener un lugar donde plantar, cómo criar a tus hijos. Siempre intentando un equilibrio entre lo que uno desea y la realidad en la que vive”.
La pregunta del millón: ¿Cómo lograr ese equilibrio? Emiliano arriesga una teoría: “No te tenés que ir a vivir al campo. Si vos te ponés a plantar tus plantas en tu casa ya te ponés a observar el sol, la lluvia, y empezás a tener un sentido un poco más amplio, una sensibilidad más grande de la que tenías. No hay vuelta atrás con eso. Son cosas que no sabías que ahora sabés: no es lo mismo saber de feminismo que no saber”. Martina: “Cuando lo empezás a ver, lo incorporás. Vuelvo a la ciudad y vuelvo al bondi, pero es otra observación: es como abrir un pedazo de techo y decir ´puede ir por ahí también´”.
Eugenia es ingeniera agrónoma. Dice: “En la secundaria perdí el hilo y dije: ¿qué voy a hacer de mi vida? No quería vivir encerrada. Me cambié de ingeniería química a agronomía. Me encantó, pero falta la parte agroecológica. Cuando la cursé ni siquiera estaba como materia. Los de la producción orgánica y agroecológica siempre eran los más combativos y militantes y a mí no me atraía esa parte. Cuando me nombraron la agricultura biodinámica, que tenía una parte más espiritual y en armonía, me llamó más. Los preparados, el manejo con otras fuerzas… Hay una conciencia mayor en relación al cuidado de la salud vinculado al desarrollo espiritual. Vos podés comer todo sano impecable, pero si estás nervioso, es lo mismo”.
Florencia, que vive en las cercanías de Rosario, plantea: “Uno milita algo que no hace. A lo sumo una huerta en la facu. Entonces tenía ganas de venir para poder contagiar o compartir y de ahí construir algo genuino. ¿Vamos a poner una granja?”, pregunta a sus ya amigos, y todos ríen. Emiliano también coincide en que hay otra fuerza común: “Cada uno en su lugar se fue moviendo en lugares parecidos. Encontramos temas comunes. Con mis amigos digo ´todes´ y creen que me confundí; acá lo tiro y estamos en la misma”
La ronda termina con la consigna de definir en una palabra, que se convierten en algunas más, qué se siente ver a la naturaleza viva:
Martina: “Fuerza, alegría, comprobar que es posible, de que está siendo, sucede”.
Eugenia: “Entusiasmo. Que lleva trabajo pero se logra”.
Emiliano: “Lucha”.
Florencia: “¡Iba a decir ´lucha´! Bueno: observación. Observar un poco más, mirar al otro, a la otra. Hay que observar más”.
Por Naturaleza Viva pasan unos 1.000 jóvenes y niños al año. Alrededor de 60 son pasantes, y el resto llegan en delegaciones de escuelas secundarias y universidades. Remo hizo ese cálculo hace poco para una conferencia y lo acompaña, como todo, con una reflexión: “Es un cauce de conocimiento que viene a nosotros enorme, del cual no paramos de aprender. ¡Además de aprender de los monos!”.

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Foto: Nacho Yuchark.

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De la idea al audio: taller de creación de podcast 

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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