Nota
Volver a los 17: la Revolución Rusa vista desde abajo
Una mirada diferente sobre el mayor suceso de la historia del cambio social que intenta recuperar lo que quedó sepultado bajo los escombros del triunfo de la revolución. Ezequiel Adamovsky –historiador y especialista en historia de Rusia– rescata los matices que permitieron la revuelta, separando mito de realidad y resaltando su diversidad.
(Ezequiel Adamovsky*, para lavaca) Mirada desde el presente, la Revolución Rusa se nos aparece como un momento crucial de la historia de la humanidad. Fue la primera de las grandes revoluciones animada por un deseo explícito de destruir el capitalismo y reorganizar la vida social de un modo radicalmente diferente. Pero fue una revolución que no sólo no condujo a los fines de libertad e igualdad que anunció, sino que dio a luz, en cambio, a una sociedad incluso más opresiva que la que vino a reemplazar. Por tal destino, la Revolución Rusa casi inevitablemente evoca el sentido de una gran tragedia. Y es así como frecuentemente se la narra.
Los historiadores liberales han contado esa historia utilizando la estructura narrativa de las antiguas tragedias griegas, que casi siempre relataban episodios en los que la voluntad de hombres orgullosos o inconscientes resultaba frustrada y de algún modo castigada por los dioses, por la Fortuna, o por cualquier otro orden trascendente (en sentido actual podría ser, por ejemplo, las “leyes de la Historia”). En la mirada de esos historiadores, los soberbios revolucionarios de 1917 creían erradamente que podían cambiar el orden natural de la sociedad. Animados por esa inmodesta creencia, alteraron el curso “normal” y necesario de la historia y por su orgullo fueron castigados con un régimen monstruoso que devoró con su fuego incluso sus propias vidas. Y todo fue en vano, ya que, tras 74 años de penurias, Rusia terminó retomando el curso “normal”. Es decir, el capitalismo.
La moraleja conservadora de esta forma de narrar la revolución es evidente. Cualquiera que intente modificar el orden social tendrá el destino trágico del aprendiz de brujo: desatará fuerzas que luego no podrá controlar y que se volverán en su contra. El problema de esta forma de mirar los sucesos revolucionarios es que condena tanto a los deseos de emancipación de quienes fueron sus protagonistas como a los nuestros propios. Contra este sentido conservador, hoy necesitamos recordar a nuestros ancestros de 1917 de otra manera. Si termina imponiéndose sobre ellos una condena histórica tal, nuestros propios deseos emancipatorios sufrirán hoy una derrota similar.
Pero existe otro peligro que amenaza tanto a nuestros ancestros como a nosotros mismos. Además de la razón conservadora, pesa sobre los revolucionarios de 1917 la amenaza de la razón simplificadora y abstracta presente en las narrativas de la izquierda tradicional. Estas narrativas encorsetan el caudal múltiple del proceso revolucionario en un esquema “teórico” y lineal de la historia. La Revolución –sostienen– no fue otra cosa que el momento del paso de un modo de producción a otro. Ya que, según la teoría, no cualquier grupo social tiene en sus manos la misión de acabar con el capitalismo, se trató de una epopeya protagonizada por la clase obrera “consciente” (es decir, bolchevique) y su punto de consumación fue la toma del poder estatal en octubre. Así, los historiadores de la izquierda tradicional miden de acuerdo a esta vara todos los eventos del proceso revolucionario. Aquello que “contribuye” al esquema abstracto y lineal que tienen en mente, aparece resaltado y ocupa el centro de la escena. Lo que no, queda marginado, silenciado o es tergiversado. Una clase obrera abstracta, idealizada, es situada como sujeto privilegiado a expensas del resto de los grupos sociales que participaron en la revolución (y muchas veces a expensas de los obreros reales, de carne y hueso). Sin embargo, el relato está centrado en lo que sucede en la esfera del poder político: los cambios de gobierno, las ideas debatidas en los comités centrales de los partidos, las luchas entre facciones por orientar la acción de los obreros, etc. En definitiva, se trata de una narrativa protagonizada por elites políticas, en las que las masas son apenas el coro que enmarca una acción cuyos verdaderos sujetos son los líderes partidarios.
A su manera, como la razón conservadora, también la de la izquierda tradicional hipoteca los deseos emancipatorios del pasado y del presente sometiéndolos a un esquema abstracto y trascendente en el que los hombres y mujeres reales tienen poco lugar.
Una revolución múltiple
La de 1917 fue mucho más que una revolución “obrera” o “rusa” o “bolchevique”. Quien se acerque a la historia de esas jornadas liberado de preconceptos percibirá de inmediato que existió una sorprendente multiplicidad de protagonistas, tanto desde el punto de vista de su origen social, como en lo que respecta a sus nacionalidades y orientaciones políticas. Fueron obreros, claro, pero también campesinos, estudiantes, soldados, intelectuales, feministas, trabajadores de cuello blanco, minorías nacionales, artistas de vanguardia. Se declararon por todas partes en rebeldía, no sólo en el territorio de Rusia, sino también en las periferias del antiguo Imperio en las que los rusos eran minoría. El significado de la revolución para cada uno de ellos podía ser muy distinto: podía expresarse en una ideología –comunismo, anarquismo, etc.–, pero también como anhelos de autodeterminación nacional, como rechazo de la moral y de la cultura burguesa dominantes, como un hastío por la guerra imperialista, como deseos de emancipación respecto del yugo de los varones y de los mayores o, entre los campesinos, simplemente de recuperar las tierras arrebatadas por el mercado o por los nobles y la Iglesia para vivir en sus comunas sin que nadie los moleste.
A pesar de tales diferencias, los diversos sujetos que hicieron la Revolución construyeron formas de articulación inéditas. Existió durante 1917 y en los tres años posteriores un efecto de “contagio” entre las experiencias de lucha de cada sector. En esos días era notable la existencia ubicua de un intenso rumor, un murmullo revolucionario, la comunicación y copia de experiencias y lenguajes que desafiaban las barreras de clase. Por todas partes la desobediencia, por todas partes el rechazo de cualquier forma de autoridad, por todas partes la adopción de formas asamblearias o soviéticas muy similares, por todas partes el esfuerzo por comunicarse directamente con los demás grupos sin confiar en mediaciones, por todas partes ejemplos de solidaridad y ayuda mutua. Campesinos que colaboran con soldados en fuga; soviets de obreros que mandan fondos para un soviet de campesinos; marineros que se solidarizan con obreros en huelga y reaccionan con indignación frente a los abusos contra los campesinos, mujeres que explican su subordinación de género utilizando analogías con la autoridad estatal o de clase. Los ejemplos se multiplican por cientos. Resultaba claro que cada lucha era diferente y singular, pero que todos de alguna manera habitaban un territorio subjetivo en común. Ese territorio desarrolló sus propias instituciones revolucionarias. Desde febrero de 1917 se fueron multiplicando en cada localidad los soviets –consejos de delegados de los diferentes grupos en lucha–, que a su vez crearon formas de coordinación de nivel nacional en los Congresos Panrusos (o “de toda Rusia”) de los Soviets, que fueron los órganos máximos de dirección del proceso revolucionario.
La Revolución fue todo esto: no se limitó a dos momentos de cambio de regímenes políticos. No hubo dos revoluciones –de “Febrero” y de “Octubre”– sino un único proceso marcado por las luchas de múltiples protagonistas, un proceso de profunda crítica y demolición de diversos aspectos de la dominación social y de construcción de formas de vida y de organización alternativas que duró desde febrero de 1917 hasta su fin en 1921. La Revolución es impensable sin la participación de todos estos grupos, sin sus huelgas, sus soviets rebeldes, sus tomas de fábrica, sus expropiaciones de tierra, su desobediencia en el ejército, sus manifestaciones callejeras, sus guerrillas, motines y sabotajes. Los partidos operaron en el nivel de las alternativas de dirección política en Petrogrado y en las principales ciudades, pero no organizaron ni dirigieron la mayoría de las acciones decisivas de la revolución, que fueron llevadas a cabo por el movimiento social autoorganizado.
El mito de Octubre
Uno de los mitos más persistentes acerca de la Revolución rusa es que los bolcheviques fueron el único partido verdaderamente revolucionario y que, por ello, la toma del poder que protagonizaron en octubre fue decisiva para asegurar el desplazamiento del Gobierno Provisional y, con él, el carácter definitivamente comunista de la revolución. Nada más alejado de la realidad.
En realidad, durante la Revolución hubo cuatro grandes partidos socialistas y partidarios de la revolución: los Mencheviques, los Socialistas Revolucionarios, los Bolcheviques y, a partir de noviembre de 1917, los Socialistas Revolucionarios de Izquierda. Además, había otros grupos y fracciones menores y un importante caudal de anarquistas que rechazaban agruparse como un partido.
Cuando se desataron los eventos en febrero, todos los partidos se encontraban en una situación similar. Tenían muy poca solidez y experiencia organizativa, debido a la situación de clandestinidad y represión que imponía el régimen zarista. Los líderes de todos los grupos estaban desde hacía años en el exilio. En general, los partidos eran federaciones más o menos laxas de grupos locales identificados con tal o cual idea, y por ello con tal o cual partido. Cuando a partir de marzo y abril de 1917 empezaron a regresar los líderes del exilio, comenzaron los intentos de convertir a esas federaciones laxas en organismos más centralizados y parecidos a lo que hoy llamamos un partido. No fue fácil: los militantes locales no conocían a sus líderes y menos aun los motivos de sus interminables peleas en el exilio. Esto era particularmente así para el caso del pequeño Partido Bolchevique, que no tenía nada que ver, como estructura organizativa, con lo que Lenin, su jefe máximo, tenía en mente. Se trataba, hasta entonces, de un partido bastante descentralizado, con mucha autonomía local y libertad interna. Su base era abrumadoramente obrera, aunque el liderazgo estaba compuesto por intelectuales. Todavía en estos meses a Lenin le costaba mucho controlar al resto de los dirigentes, y a éstos les costaba todavía más controlar a la masa de sus adherentes, que fue creciendo enormemente de febrero a octubre. Ese carácter abierto y libre fue lo que le permitió al partido estar en contacto estrecho con las masas en este momento.
El crecimiento de los bolcheviques estuvo relacionado con el fracaso del Gobierno Provisional, que había generado grandes expectativas cuando fue encabezado por Kérensky, un socialista, pero que pronto fue perdiendo aceptación ya que los miembros no socialistas del gabinete bloqueaban cualquier medida a favor de las masas.
El partido único
A partir de septiembre de 1917, los partidarios de Lenin, que eran los únicos que no habían apoyado a Kerensky, fueron ganando la preferencia de los obreros y soldados rebeldes, especialmente los de la capital. En ese momento se inclinaron en su favor la mayoría de los delegados del soviet de Petrogrado, que era el más importante, y también de varios del interior del país. Por entonces, sin embargo, eran una minoría en el Comité Ejecutivo que había dejado constituido el Primer Congreso Panruso de los Soviets, que se había reunido tiempo atrás. Para el 25 de octubre se esperaba la reunión del Segundo Congreso, que daría la oportunidad de elegir un nuevo Comité Ejecutivo y una nueva línea política más acorde a la disposición más radical que ahora tenían las masas. Pero en la noche del día 24, a pocas horas de la apertura del Congreso, los bolcheviques, en una medida inconsulta, realizaron una acción militar para derrocar al Gobierno Provisional. Ante el tribunal de la historia se justificaron diciendo que de esa manera aseguraban el curso verdaderamente comunista de la Revolución, que estaba en peligro por una inminente reacción derechista. Hoy sabemos que, en realidad, no existía tal peligro y que, además, la mayoría de los delegados del Segundo Congreso tenían un mandato de las bases para decretar la toma del poder por los soviets. En otras palabras, el fin del gobierno de Kérensky y la instauración de uno nuevo que fuera completamente socialista estaba ya asegurada sin necesidad de la acción militar de la noche previa. Los motivos detrás de la estrategia bolchevique fueron en realidad otros.
Lenin exigió a sus camaradas adelantarse a la reunión para llegar así al Congreso con el hecho consumado y posicionar a su partido en un lugar de mayor prestigio para la composición de un nuevo gobierno. En efecto, en el Segundo Congreso los bolcheviques no alcanzaron la mayoría propia, por lo cual habrían debido aceptar formar gobierno con los demás partidos socialistas, cosa que Lenin quería evitar a toda costa. La apuesta salió según lo esperado: cuando los delegados se reunieron el día 25 se desató una fuerte polémica cuando muchos cuestionaron a los bolcheviques por su acción inconsulta. La discusión se volvió muy agresiva y muchos delegados que respondían a otros partidos decidieron abandonar la reunión como protesta. En ese contexto, los bolcheviques aprovecharon la inesperada mayoría para hacerse elegir como nuevo gobierno. La dirección de los soviets, que siempre había sido multipartidista, quedaba así en manos de un partido único.
La “Revolución de Octubre” pasó a la historia como un gran mito. En realidad, los eventos del 24 y 25 de ese mes fueron bastante modestos. No se trató de una gran movilización popular, sino de una pequeña acción militar calculada y organizada. Sin víctimas fatales y casi sin heridos, los grupos bolcheviques habían conseguido quitar del medio al desprestigiado Gobierno Provisional. A diferencia de los sucesos de febrero, no hubo en los de octubre ni huelgas, ni motines, ni grandes manifestaciones callejeras. Esa noche circularon los tranvías y hubo función en los teatros normalmente. Mientras se prolongaban las acciones militares contra el Palacio de Invierno el día 25, a pocas cuadras de allí la vida seguía con toda normalidad.
Lenin y Trotsky tuvieron un papel personal de enorme importancia en estos sucesos. Fueron ellos los que lograron convencer al resto de los líderes del partido y a las bases de realizar una acción de ese tipo. Muchos bolcheviques estaban en contra, y sólo aceptaron la situación bajo la promesa de que se preservaría la preeminencia de los soviets y se negociaría la entrada de otros partidos al gobierno. Sin embargo, aunque Lenin había llamado en varias ocasiones a que se entregara “el poder a los soviets”, en realidad nunca creyó que los soviets fueran organismos con capacidad de liderar una revolución: siempre apostó al partido (a su partido) como la organización revolucionaria por excelencia.
La joven María
A ojos de muchos obreros la acción decisiva de los bolcheviques en octubre les ganó un gran prestigio. Pero también fueron muchos los que la condenaron. Desde entonces se produjo una división definitiva en el campo revolucionario, que hasta entonces había permanecido más o menos unido más allá de las diferencias partidarias. Inmediatamente, los obreros ferroviarios amenazaron con decretar una huelga si Lenin no aceptaba formar un gobierno con los demás partidos. A regañadientes los bolcheviques se sentaron a negociar entre el 29 de octubre y el 5 de noviembre. Pero Lenin y Trotsky boicotearon las negociaciones, que no llegaron a nada. Desde fines de 1917 la popularidad del nuevo gobierno empezó a ir en picada. El Partido Socialista Revolucionario de Izquierda (PSRI), que formalmente quedó constituido en noviembre, comenzó a recibir cada vez más apoyo de los obreros y campesinos revolucionarios. Se trataba de un partido que en muchos sentidos tenía ideas tanto o más izquierdistas que las de los bolcheviques, aunque con un compromiso mucho mayor con la defensa de la democracia soviética. Curiosamente para la época, su máximo dirigente era una mujer muy joven, María Spiridonova. Ya en enero, cuando se reunió el Tercer Congreso Panruso de los Soviets, el PSRI contaban con la mayoría de los delegados. Por un error estratégico que lamentarían, en ese momento no aprovecharon la mayoría para formar un nuevo gobierno y se conformaron en cambio con ocupar algunos ministerios clave. Querían tener un poco más de tiempo para llegar al poder mejor preparados. Pero cuando se disponían a hacerlo, en el Quinto Congreso, los bolcheviques manipularon los mandatos de los delegados para arrebatarles la mayoría. El PSRI emprendió entonces una acción enérgica de protesta, que fue presentada por el gobierno como un intento de golpe de Estado contrarrevolucionario. Con esa excusa enviaron a la nueva policía política, la temible Cheka, a reprimir a los militantes del psri. Muchos fueron fusilados y otros encarcelados. Eso acabó con la única organización que estaba en condiciones, por su popularidad, de torcer el rumbo de la Revolución y preservar la libertad soviética.
Los marineros de Kronstadt
Desde mediados de 1918 los soviets se convirtieron en cascarones vacíos. El amedrentamiento de la Cheka en las elecciones de delegados, sumado a la proscripción en los hechos de otros partidos políticos de izquierda, los dejaron bajo control férreo de los bolcheviques. Desde entonces quedó claro que el gobierno estaba formalmente en manos de los soviets, pero el poder real se ejercía desde el partido único.
Varios movimientos huelguísticos y revueltas campesinas reclamaron en los meses siguientes la restauración de la democracia revolucionaria. El gobierno los enfrentó a todos con una feroz represión militar. La última gran rebelión de estas características fue la que protagonizaron los marineros de la base naval de Kronstadt en 1921.
Esa base había sido en 1917 uno de los baluartes más importantes de la Revolución. Sus bravos marineros habían asegurado militarmente a los soviets en varias oportunidades en las que la derecha amenazó con una reacción; el propio Trotsky los había llamado entonces “el orgullo y gloria de la Revolución Rusa”. Pero el descontento era tal que en 1920 la mitad de los que eran afiliados al Partido Bolchevique rompieron sus carnets como protesta. En 1921 el soviet de Kronstadt (en el que había delegados de varios partidos revolucionarios) se declaró en rebeldía, en apoyo de los obreros en huelga en la ciudad y por la restauración de las libertades en los soviets. Llamaban a una tercera revolución que asegurara los anhelos de las dos primeras contra el autoritarismo de los bolcheviques. Sin aceptar ninguna negociación, el gobierno de Lenin les envió un ultimátum en el que exigía la rendición incondicional. Como los marineros no aceptaran, el gobierno envió fuerzas militares al mando de Trotsky; tras una feroz batalla la guarnición fue derrotada. Más de 2.500 marineros fueron fusilados en los días posteriores a la derrota y otros tantos fueron encarcelados.
El desánimo se apoderó entonces de todos los revolucionarios del resto del país que aún se aferraban a anhelos igualitarios y democráticos. Al mismo tiempo, por propuesta de Lenin, se prohibió la organización de facciones internas dentro del Partido Bolchevique (que ahora ya se había redenominado Partido Comunista). Eso terminó incluso con la vida política libre al interior del partido único que detentaba el poder. Así terminó la Revolución Rusa y se consolidó un nuevo régimen dictatorial que fue alejándose paulatinamente de las bases que le dieron origen. El resto es historia conocida.
- Ezequiel Adamovsky es doctor en Historia (University College London), investigador del CONICET y profesor de Historia Rusa en la Universidad de Buenos Aires (UBA)
Nota
Daniel Solano: la Corte Suprema confirmó la detención de los siete policías condenados por homicidio

Los siete policías condenados a prisión perpetua por el asesinato de Daniel Solano, el joven salteño de 27 años desaparecido en Choele Choel el 5 de noviembre de 2011, fueron detenidos tras el rechazo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación a un recurso de queja de los efectivos, y así deberán empezar a cumplir la pena en prisión por primera vez desde la sentencia. El juicio concluyó el 1 de agosto de 2018, pero desde entonces los oficiales Sandro Berthe, Pablo Bender, Juan Barrera, Pablo Albarrán Cárcamo, Pablo Quidel, Diego Cuello y Héctor Martínez estaban en libertad, a la espera de la resolución de la Corte. “Nunca los sacaron de la policía: tenían libertad, cobrando sueldo y portando armas”, dice Leandro Aparicio, uno de los abogados de la familia Solano, que subrayó su “satisfacción” por el fallo: “Uno está golpeado, pero esto da energías para poder avanzar. No hay muchos casos que se detengan a 7 policías”.
La desaparición de Daniel se produjo tras un episodio de violencia policial en la vereda de un boliche de la ciudad. Antes había reclamado por su sueldo y el de sus compañeros como trabajadores rurales de la empresa Agrocosecha, tercerizada de Expofrut Argentina. Aparicio: “Fue un homicidio más allá de la desaparición, y fue un homicidio en un contexto de trata de personas, que está denunciada en la justicia federal de Roca, como está denunciado el narcotráfico, pero la causa no se mueve como se debería. Está parada. Pero esto va a servir para darle un impulso a toda esas cuestiones pendientes”.

Entre esas cuestiones, en abril habrá audiencias por la acusación a otros cuatro policías, entre ellos Tomás Vega, a quien la familia lo señala como el “nexo” con la empresa: “Vega estuvo cuando le pegaban a Solano en el boliche. Vio todo eso. Y fue el que estuvo a cargo de la investigación los primeros día de la desaparición”.
Daniel sigue desaparecido. Gualberto, su papá, murió en medio del juicio, sin poder llegar a la sentencia por homicidio, y fue el principal motor de la causa que denunció la desaparición forzada y la connivencia judicial y estatal bajo un reclamo concreto que repitió una y otra vez a lo largo de seis años y medio: “Quiero encontrar el cuerpo y llevarlo”. No se detuvo un día: hizo huelgas de hambre, inició acampes y se encadenó al juzgado para exigir respuestas. Así reveló la trama de explotación laboral en Río Negro, la corrupción judicial que cubrió el caso y logró la detención de los oficiales que hoy están presos. Aparicio lo recuerda: “Nosotros tenemos esperanza de que el cuerpo aparezca. Algún policía capaz que se puede quebrar, o Vega mismo, sabiendo lo que se viene, puede dar información. Hemos hecho lo imposible para que aparezca el cuerpo”.
Compartimos la investigación de MU sobre este caso:
Nota
Sí, podemos: 20 años del No a la Mina de Esquel

Esquel está cumpliendo 20 años del histórico plebiscito en el que por más del 81% de los sufragios la comunidad votó «No a la Mina» y rechazó así la instalación de la megaminería en la región. A qué le dijeron que «Sí», desde la nota histórica que se hizo desde MU en uno de los tantos viajes, el primero, a la madre de muchas batallas.

El 23 de marzo se cumplieron 20 años del rechazo a la megaminería en Esquel, símbolo de lucha contra los proyectos contaminantes, inconsultos, impuestos en silencio y con violencia, y símbolo también de la democracia participativa, la organización y una lucha que se contagió a otros lugares del país.
En estos días hubo recitales, charlas, caminatas, marcha el 23 de marzo, y este domingo culminará la celebración con un ascenso al cerro Calfu Mahuida, un modo de simbolizar ese contacto permanente de la comunidad de Esquel con la naturaleza.
La historia viva cuenta que un puñado de vecinas y vecinos, que fueron cada vez más, comenzaron a reunirse, a estudiar la situación, a ir a escuelas, clubes, barios, difundiendo capilarmente, en una movilización a la vez inmensa, lo que se estaba tramando para hundir a Esquel en la megaminería. El 4 de diciembre de 2002 fue la primera marcha que reunió a más de 6.000 personas. Nunca desde entonces se dejó de marchar el 4 de cada mes.
Esa creación de movilización involucró otro hecho histórico: se había formado la Asamblea No a la Mina, grupo apartidario, horizontal, democrático, diverso, expresión de las nuevas formas de organización social que emergían en el país tras la crisis de 2001.
El mecanismo asambleario en el que participaba todo el que quisiera, llevó a presionar la situación hasta obtener la posibilidad de la que se celebraron ahora 20 años: el 23 de marzo de 2003 se realizó un plebiscito en el que la comunidad rechazó por más del 81% de los votos al proyecto que intentaban imponer la empresa Meridian Gold y el Estado. Esquel hizo nacer aquel No, pero además generó un contagio en diferentes lugares en que se manifestaban conflictos ambientales en todo el país (Gualeguaychú, Famatina, Andalgalá, como emblemas de una actitud ciudadana no ha dejado de crecer hasta hoy frente a diferentes situaciones territoriales, de salud, y hasta de derechos humanos). Se ponía en foco al modelo extractivo.
Desde aquellos años Esquel ha pasado por situaciones de todo tipo que han sido reflejadas tanto en lavaca.org como en la revista MU:
- la intención de dar vuelta la decisión de la población a través de campañas de acción psicológica y desinformación;
- el espionaje a vecinas y vecinos que integraban la Asamblea, por parte de la AFI, como forma de amedrentamiento y control social;
- las presiones políticas y hasta laborales que sufría toda persona involucrada con el proceso asambleario;
- el contagio fundamental de la acción de Esquel a toda Chubut, que se pobló de asambleas en todo el territorio, incluyendo a las comunidades de pueblos originarios, siempre rechazando los proyectos y negociados minero-estatales;
- las trampas legislativas detectadas cuando se obtuvo la foto del diputado Gustavo Muñiz (del Frente para la Victoria) chateando por celular con el gerente Gastón Berardi de Yamana Gold, la empresa que había asumido el proyecto para impedir y ningunear la Iniciativa Popular presentada por la ciudadanía para que se convirtiera en Ley;
- las represiones a los manifestantes en Rawson, cuando la lucha debió concentrarse en la capital provincial; el acoso mediático a toda esta movida en defensa de la naturaleza por parte de buena parte del sistema mediático, dependiente de pautas publicitarias estatales y privadas.
- Y, por nombrar algo de lo más relevante en los últimos tiempos, el Chubutazo, o “Chubutaguazo”, con que la provincia movilizada logró dar vuelta de un modo comovedor en 2020 un nuevo intento de legislación que bajo el disfraz de una “zonificación” provincial buscaba lo de siempre: ir por la minería. La ciudadanía logró tumbar esa intentona y reponer la ley que prohíbe los megaproyectos extractivos.
- Otro detalle de estos tiempos: ya hay una tercera generación de integrantes de las asambleas participando plenamente, un sub-17 que demuestra el alcance de todo lo que se ha realizado, también desde el punto de vista inter-generacional.
Esquel fue el nacimiento de la resistencia de Chubut, que no significa solamente un rechazo al saqueo y la contaminación, un No, sino también múltiples Sí:
- Sí: sí a la vida.
- Sí a la reivindicación por la positiva de otras formas de producción que no impliquen la destrucción.
- Sí a la necesidad de licencia social para cualquier proyecto, de cuidado de ambiente como forma de preservación de la vida y el trabajo.
- Sí a nuevas formas de relación entre lo humano y la naturaleza. A nuevas relaciones también entre las personas para plasmar la idea de que el agua vale más que el oro, y de que el futuro es posible.
Como homenaje a todo eso aquí puede verse la primera de las notas publicadas en MU sobre la asamblea de Esquel: “La madre del No”, para conocer esa experiencia histórica hecha de resistencia, inteligencia, generosidad y, también, alegría.
Nota
24 de marzo de 2023: Que la memoria (los) ilumine
Crónica de un nuevo 24 de marzo desde la voz de la gente, que habla de todo: de cuánto estaba el chori la marcha pasada a cuánto está hoy; de la pesificación de los fondos jubilatorios y de las elecciones por venir; de las dos marchas, y de la realidad. La necesidad de seguir enfrentando al fascismo, ¿cada vez más presente?, y la energía que da la calle. El recuerdo de Hebe, la presencia y las palabras de Nora Cortiñas, la partida sin condena de Carlos Blaquier. Lo pendiente: los juicios aún en curso, la falta de respuestas del Poder Judicial y de la política, les desparecides de hoy. La presencia de niñas y niños como herencia de una sana costumbre: memoria, verdad y justicia, ahora y siempre.

Y si de vos
“Octubre 1976”, de Ana María Ponce, desaparecida.
me dijeran que no exististe,
les gritaría que me quedan,
tus ojos tristes,
tu caminar lento,
tu sonrisa apenas esbozada,
tu caricia leve,
y una espera,
una larga espera
de la que no volveremos
nunca,
o tal vez sí…

Ahora es marzo de 2023.
24 de marzo de 2023.
Un pibe alto camina lento, con ojos tristes; el frente y el dorsal de su musculosa negra, cuenta: “Son 30.000 y uno es mi abuelo”. Al lado, su mamá, camina lento, con una sonrisa apenas esbozada. Su musculosa gris, cuenta: “Son 30.000 y uno es mi papá”. Caminan lento porque hay un océano de cabezas, pies y corazones que se dirigen desde el Congreso de la Nación hacia Plaza de Mayo, a reivindicar la Memoria, la Verdad y la Justicia, a 47 años de la noche más sombría.
El pibe alto se llama Thomas Aballay y sostiene un cartel que contiene la foto de su abuelo, cuya sonrisa es tan ancha que parece desbordarse de la imagen. Se lee: “Jorge Oscar Tanco, detenido desaparecido, 16/09/1976”. Dice: “Pertenezco a la agrupación de Nietos de desaparecidos, conmueve un montón estar acá. El Nunca Más no debe quedar en el aire, por eso hay que seguir luchando”. Lo escucha su mamá, Maika Tanco, la hija de Jorge. Plantea deudas de esta democracia en relación a los castigos por los crímenes de lesa humanidad: “Necesitamos hablar no sólo del pasado, sino del presente y del futuro. La cárcel para los genocidas debe ser definitiva; cárcel común, no que estén en sus casas. Además, los juicios están retrasados. En los últimos cuatro años no hubo adelantos significativos y eso quedó manifiesto en que el empresario Carlos Blaquier acaba de morir sin ser juzgado por su complicidad con la dictadura. 47 años después, no es justicia. Y él ni siquiera la tuvo; falleció como inocente, y no lo fue”.


Lo que plantea Maika, minutos después lo confirman en números desde Sobrevivientes, Familiares Compañerxs y Amigxs del Centro Clandestino de Detención «El Olimpo”, emplazado en el barrio porteño de Floresta: “Hoy, 8 de cada 10 condenados por delitos de lesa humanidad están en sus casas cumpliendo las penas que debieran completar en cárcel común”. Desde que se reabrieron los juicios, entre 2006 y 2022 hubo 283 sentencias dictadas, 1115 personas condenadas y 171 absueltas. Hay 15 juicios en curso y 75 causas aguardan fecha de debate. En relación a la falta de celeridad, se debe a la escasez de tribunales orales disponibles. Un ejemplo es el proceso judicial por las violaciones de derechos humanos en el Centro Clandestino “Puente 12”, en La Matanza. El debate, pactado para principios de 2022, recién comenzará el próximo 3 de abril “por cuestiones de agenda”.
Como el mundial
El olor a humo que emana de decenas de parrillas acompañan toda la marcha. Hay olor a chori, hay olor a un pueblo que, pese a ser una fecha que evoca la peor de las crueldades, se hermana, se abraza. Se trata de una fecha para encontrarse y reencontrarse, con unx mismo y con el resto. El barro que se multiplica con el paso de las horas en varios sectores de la Plaza de Mayo refleja la masividad de la cita ineludible. Hay mil banderas de organizaciones sociales, de partidos, de sindicatos; pasacalles, stencils, graffitis viejos y que acaban de nacer; bombos, cánticos, intervenciones artísticas; hay sueños compartidos: “La importancia de estar acá es mostrar que la derecha, los milicos, la policía, no tiene la cancha libre; desearía que fueran menos, pero no lo son, siguen teniendo mucho poder. Entonces, la única defensa que tenemos es la calle”, alza Cecilia, 69 años, de Florida Norte. Y profundiza: “Hay que apuntar a la igualdad social como eje; tenemos alimentos para millones de personas, pero la mitad de nuestra población infantil es pobre. Alguien se la está llevando y es contra ellos que debemos pelear”.
Antes de empezar a marchar, Norita Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora, le dice a la lavaca que está “con mucha fuerza para seguir pidiendo Memoria, Verdad y Justicia”; le dice que “el país está cada día peor, porque este gobierno, gobierna para los ricos, y hay que resistir en la calle”; le dice que pasó su cumpleaños (93, el 22 de marzo) “muy feliz, llena de abrazos y de afecto, pero la felicidad nunca es completa y será así hasta encontrar a Gustavo (su hijo, desaparecido)”; dice que el compromiso “debe ser hasta morir” y antes de terminar la charla, en medio de un intenso calor, propone ir tomar una cerveza al final de la jornada.

Lucía Iérmoli tiene 35 años y está embarazada de seis meses. “Las conquistas hay que defenderlas acá, contra el poder concentrado que sigue creciendo. No estar un día como hoy marcaría una ausencia. Que reviente de gente esta plaza es un logro de todas, de todos. No sé cuántos lugares en el mundo tienen un día que reivindique la memoria”, dice, con voz tierna y con Vera en la panza, que también sigue creciendo. A su lado, su amiga Alejandra Spinetta, 59 años, agrega: “No se puede no estar acá; si uno falta, si no se compromete, es dejarle el lugar para que avance la derecha”.
A unos metros, Laura, de 66, está contenta. Muestra una vitalidad que está recuperando, a medida que avanzan las horas: “Es mi primera movilización después de la pandemia; estuve muy enferma, durante muchos años, pero hoy sentía que debía estar con mi pueblo y no me arrepiento: me llena de energía”.
Detrás, una imagen bellísima que retrata a Hebe de Bonafini, en el primer 24 sin su presencia física. Está con sus dos hijos, chiquitos, ambos desaparecidos. Una frase acompaña el cuadro, a 40 años de la recuperación de la democracia: “El día que me muera no me tienen que llorar. Hagan una fiesta en la calle, porque hice lo que quise y peleé con todo como quise”.

El 24 de marzo de 1995 a las 6 de la mañana llegó al mundo Victoria Rossi. “Victoria por la frase del Che, de ‘hasta la victoria siempre’, por el concepto del triunfo del pueblo”, rememora Viqui, a metros de la Catedral vallada, en su cumpleaños 28. “A partir de que empecé a militar en el centro de estudiantes del secundario, sentí que los 24 de marzo ya no había lugar para festejos personales, sí para abrazos, sí para estar con mi gente, pero desde un lado más colectivo”. Su mamá y su papá, militantes de izquierda, venían a las marchas mucho antes de que se decretara feriado, allá por 2022: “Desde chiquita fui consciente del valor que tenía esta fecha y me acuerdo que en cuarto grado fue el último cumple que festejé en la escuela. Sin embargo, estar acá es lo más importante en este día; un año no vine y algo me faltó. Decidí que esa sensación no la quiero sentir más”. Y asocia: “Más allá de que esto no sea una celebración, vivo un 24 de marzo como lo más parecido a ganar un campeonato del mundo, porque hay un gran motivo para juntarse: hay orgas, partidos, familias, parejas, gente que va de la mano con quien quiere y eso tiene que ver con la búsqueda de la libertad por la que peleaban las y los desaparecidos”.

Ideas de ayer a hoy
Un hombre cuarentón camina de la mano de su hija. Ambos tienen puesta el mismo modelo de remera que exige “Juicio y castigo”. La diferencia es que una es talle X y la otra es talle S. Expresa Lucas: “Estamos acá por dos motivos: por responsabilidad social y porque mi papá es uno de los 30 mil”. ¿Qué utopías de su viejo hay que traer al presente? “Nunca dejar de hacer política seria y trabajar mucho en los barrios”. Se va a seguir marchando, siempre de la mano de su hija. En su espalda, de su mochila cuelga un pañuelo blanco que denuncia: “Pablo Córdoba, desaparecido”.

Ana Valverde escucha atentamente el documento leído por el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia. Tiene 72 años, milita hace 54 y lleva bien alto un cartel con la foto y el nombre de Patricia Gaitán, desaparecida por la última dictadura cívico militar eclesiástica. “La principal pelea de los 70 que hay que dar hoy es cómo lograr la unidad de las y los laburantes”. Dice que es jubilada y protesta porque “el gobierno nacional acaba de confiscar el fondo de garantía de sustentabilidad que estaba en dólares y que por un DNU lo pesificó. Esto no perjudica a quienes ahora somos jubilados, sino también a ustedes, los más jóvenes”.
–¿Vos aportás? –me pregunta.
–Sí.
–Bueno, te acaban de afanar.
Un pasacalle grita: “30.000 razones contra el FMI”; un cartel pegado con engrudo sigue la línea: “Basta de extorsiones del FMI”; desde arriba del escenario, en el documento que leen los organismos de derechos humanos, se agita: “El Poder económico es el gran ausente de este proceso, y su impunidad la seguimos pagando como pueblo, porque nos siguen sometiendo a la miseria, buscando un enriquecimiento sin límites y sin importar los costos”. Abajo, la inflación arrasa. Alberto es de Avellaneda y atiende una parrilla que instaló en la esquina de Avenida de Mayo y Carlos Pellegrini: “En la marcha pasada, el chori estaba 150 pesos, cobrándolo caro; hoy, yo lo tengo 700, como barato; en otros puestos está hasta 900”. A 50 metros, Viviana está sentada en un banquito. En el piso, sobre una lona, expone pañuelos blancos y azules, con la consigna “Nunca Más”. “El año pasado estaban 250 pesos, hoy 500”. Agrega: “Fue muy floja la venta, hoy se vendió mucho menos que en 2022”.



La primera actividad que arranca el 24, a media mañana, y la que cierra, a eso de las 20, se da en Plaza de los Dos Congresos. Es un festival por la memoria donde cantan bandas de heavy metal, que se organiza desde hace 16 años. Quien presenta a las bandas se llama Fernando Ricart, tiene 52 años, un pelo larguísimo y un padrino que estuvo detenido desaparecido: “Se lo llevaron por ser delegado, como si eso fuera un delito. Estuvo un mes y medio desaparecido, pero el daño que le hicieron fue para siempre. Se lo llevaron siendo uno, y me devolvieron a otra persona. Nunca se recuperó”. Andrés, 39 años, escucha la música pesada junto a su hijo de 6. Lleva una remera que se pregunta qué hicieron con Santiago Maldonado. Le pregunto qué ideas de la militancia de los 70 serían importantes que hoy sean prioridad: “Se perdió la perspectiva de un cambio revolucionario real; el peronismo tiene su eje en la Justicia, como si no fuera parte de este sistema que hay que cambiar de raíz; mientras que la izquierda partidaria sigue en la pelotudez, discutiendo en el Congreso sobre concepciones marxistas de hace tiempo, sin pensar en el cambio social actual”.

Rocío y Darío viajaron desde Tandil junto a su hijo Amadeo, de un año recién cumplido, para sentir en vivo y en directo la marcha que tantos años recorrieron cuando vivían en Buenos Aires. “La memoria se construye desde la cuna y las Madres y las Abuelas son la escuela”, recuerda ella. “La mejor manera de reivindicar a las y los desaparecidos es seguir su camino: el trabajo de base que se hacía en esos años”, recuerda él, que al igual que su bebé lleva puesta una remera de Diego Maradona. A su lado está Belén, una amiga de la pareja que por primera vez es parte de esta movilización: “En Tandil es diferente; hay un espacio fuerte y comprometido con los derechos humanos, pero es una ciudad mayormente oligarca; para mí es muy fuerte estar acá. Más que nunca debemos mantener viva la memoria y para eso hay que movernos”.
Memoria en este momento
Hay un graffiti recién pintado en la estación de subte Lima, de la línea A, que reza: “Memoria en este momento”.
Aparece también en paredes, en carteles y en diversos reclamos. Elizabeth tiene 70 años y lleva colgado un cartel que pide “Libertad a Assange, una verdad sin mordaza”. Lo relaciona con el 24 de marzo: “En el caso de Julian, se condena la libertad de expresión, no hay derecho a la información de la población y se expone cómo se persigue a la gente cuando se descubren los secretos de los gobiernos”. Detrás de ella, un stencil negro exhorta: “Abran los archivos secretos de la Dictadura”. Elizabeth tiene tres compañeros desaparecidos: Mónica Epstein, Hernán Abriata y Klaus Zleschank. “De ellos, además de recordarlos, hay que seguir su ejemplo: militar por una mejor redistribución de los ingresos”.
El recorrido desde la 9 de Julio hasta la Plaza de Mayo está acompañado por afiches de la organización La Poderosa con un encabezado: “40 años alimentando la democracia”. Se da en el marco de un proyecto de ley que impulsa el conglomerado de asambleas villeras para que se reconozca con un salario a las más de 70 mil cocineras comunitarias que trabajan en el país sin percibir un salario. ¿Qué implica el reconocimiento laboral? “Un salario ligado al Mínimo Vital y Móvil como base; acceso al aguinaldo, vacaciones, seguridad social, cobertura contra riesgos en el trabajo por enfermedades y maternidad, por invalidez y vida, retiro, acceso a la jubilación y guarderías”, expresan desde el movimiento.
Uno de esos afiches lo tiene a su lado Francisca, que vive en la calle y ahora está delante de un kiosco de diarios cerrado. Tiene una bandeja de arroz por la mitad y una voz que pide escucha: “Se la pasa muy difícil acá”. Y en un puñado de palabras, esgrime una deuda sustancial de la democracia: “Pensemos, ¿cuántos políticos en los últimos años hablaron de la situación de calle, de las villas? Eso dice mucho de cómo estamos”.

Detrás de su lente, la mirada de Oswald, colombiano de 41 años que hace 14 vive en Argentina, fotografía a un pueblo que recuerda sin parar. “Es imposible estar acá y no compararlo con mi país. Allá, pese a que no hubo una dictadura tan marcada, la serie de gobiernos de derecha y los paramilitares han desaparecido a más gente que en cualquier dictadura del cono sur”. Añade: “Por eso es tan importante valorar lo que se consiguió acá. En mi país, el miedo y la violencia aún imposibilita la unión de familiares de víctimas para reclamar en conjunto. En el último tiempo la juventud comienza a jugar un rol clave y para esto la Argentina es un ejemplo a seguir”.
Sobre Avenida de Mayo, un gazebo contiene a un grupo de “peruanos autoconvocadxs” que vocifera por la “dictadura que vive Perú”. Más de 60 caras se alternan con cintas de luto negro, en un antimemorial que estremece. Son las “víctimas del Estado Peruano”. Merly tiene 36 años, nació en Parcona Ica y hace 20 vive en Argentina. “Estamos acá porque también queremos decir Nunca Más. Las muertes tienen rostro y la mayoría son de pueblos originarios, del sur del país”.
Carolina, de 23, muestra su juventud caminando rápido, para no perderle pisada a sus amigos que van un poco más adelante. “Recordar a los desaparecidos de la dictadura es luchar por los desaparecidos de hoy. La derecha sigue avanzando y no lo podemos permitir”. A pocos metros de la Plaza de Mayo, donde desemboca la enorme movilización, Daniela, de 35, vende hamburguesas veganas. En el frente de su heladerita de telgopor está pegado un cartel con los colores de la diversidad, que se pregunta: ¿Dónde mierda está Tehuel? “No se puede aceptar tener desaparecides en democracia. El Estado define de quién se ocupa y de quién no, discriminando a las identidades trans. El racismo sigue, nunca se fue”.

Pablo está a pasos de la Pirámide de Mayo. Tiene 36 años, una militancia desde la juventud y un miedo que le recorre el cuerpo: “La democracia vuelve a estar en riesgo; las voces que la amenazan vuelven a tener más peso, que se traducen en persecución, en proscripción, en prohibición”. Suma: “Sufrimos salarios de miseria que sólo lo podremos dar vuelta con una transformación obrera y un pacto social que resguarde un piso que la derecha busca perforar. Para esto, hay que poner el cuerpo como en los 70, porque salvo en determinados momentos como el 2001 o la reforma jubilatoria del macrismo, no pudimos hacerlo en unidad”. A su lado, lo escucha Fidel, su hijo de 8 años.
–¿Por qué estás acá? –le pregunto a Fidel.
–Por la desaparición de los compañeros.
La tarde empieza a caer, la multitud a desconcentrarse y, mientras las paredes siguen pintando preguntas, también se escuchan versos que alimentan la memoria.
Se que algún día dejaré de pertenecer al mundo,
“Poema para no morir”, de José Beláustegui, desaparecido.
y nunca más podré escribir,
ni hacer el amor,
ni disfrazar la naturaleza con un poema,
ni viajar en los libros,
ni exponer mis ideas.
Por eso en este poema dejo, mar, cielo y luna
mariposas, besos y sirenas,
y me dejo a mí,
porque cuando muera seguiré viviendo en estos
versos.

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