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Estado Islámico: la política del caos permanente
La irrupción espectacular y cruenta del Estado Islámico, el ejército que comenzó la guerra santa (yihad) en Siria y prosigue ahora en Irak, está profundizando la desestablización de Medio Oriente, la región más sensible del mundo. Sobre su origen y financiación hay interpretaciones diferentes, pero todas apuntan al papel, directo o indirecto, de Occidente. Por Raúl Zibechi.
La tremenda decapitación del periodista estadounidense James Foley, sobreexpuesta en los medios, como si estuvieran siguiendo un guión macabramente diseñado por los yihadistas, forzó a la Casa Blanca a intensificar su escalada contra la organización, iniciada el 8 de agosto. La acción fue definida como “un atentado terrorista contra Estados Unidos” por el viceconsejero de Seguridad de la Casa Blanca, Ben Rhodes.
Sobre la organización pesan todo tipo de sospechas, siendo una de las más opacas que se conocen. Llama la atención que mientras el Estado Islámico operaba principalmente en Siria, buscando derrocar al régimen de Bashar al Assad, Occidente no se inmutó. Ahora que extiende su guerra a Irak, se produce una fuerte reacción de Estados Unidos e Inglaterra, con una serie de bombardeos que pretenden debilitarla.
Existe un amplio abanico de explicaciones sobre el Estado Islámico: desde la participación de los Estados Unidos en su origen y financiación, hasta considerarla como consecuencia de las intervenciones militares en Irak (1990 y 2003) y en Afganistán luego del 11 de Setiembre de 2001. En todo caso, sea por la vía de los servicios secretos o como reacción a la política imperial, parece evidente que las potencias occidentales tienen buena parte de la responsabilidad en la existencia de la organización militar yihadista más importante y poderosa, con 50 mil combatientes en Siria y unos 10 mil en Irak.
FACTURA CIA. El 18 de agosto el investigador Thierry Meyssan, editor de Red Voltaire, lanzó una bomba: el Estado Islámico fue una creación del senador John Mc Cain. A primera vista el reportaje parece algo exagerado, quizá por el tono y las acusaciones directas, pero está acompañado de fotos aparecidas en varios medios y de datos de prensa occidental que deberían disipar cualquier dura.
La primera acusación hace referencia a un informe consultado por el autor que señala que “el 4 de febrero de 2011 la OTAN había organizado en El Cairo una reunión para iniciar la ´primavera árabe´ en Libia y Siria. Según el informe, John Mc Cain había presidido la reunión” (Red Voltaire, 18 de agosto de 2014). En esa reunión se definió la ofensiva contra el régimen de Muammar Gadafi que comenzó días después del cónclave.
Pero el hecho más importante es la presencia de Mc Cain en Siria en mayo de 2013, de forma ilegal, cerca de la ciudad de Idleb, donde llegó desde Turquía. De la citada reunión se difundieron fotos en las que aparece McCain conversando con Ibrahim al-Badri. “A su regreso de aquel sorpresivo viaje, John Mc Cain afirmó que todos los responsables del Ejército Sirio Libre son ´moderados en quienes se puede confiar´. Sin embargo, Ibrahim al-Badri (alias Abu Du’a) figuraba desde el 4 de octubre de 2011 en la lista de los cinco terroristas más buscados por la justicia estadounidense, con una recompensa de hasta 10 millones de dólares para quien contribuyese a su captura. Y desde el 5 de octubre de 2011, el nombre de Ibrahim al-Badri había sido incluido en la lista del Comité de Sanciones de la ONU como miembro de al-Qaeda” (Red Voltaire, 18 de agosto de 2014).
La novela sigue: “Un mes antes de su encuentro con el senador estadounidense John Mc Cain, Ibrahim al-Badri, bajo el nombre de guerra de Abu Bakr al-Bagdadi, había creado el Estado Islámico en Irak y el Levante, siendo todavía miembro del estado mayor del ‘moderado’ Ejército Sirio Libre. Bajo ese nombre reclamó la autoría del ataque contra las cárceles de Taj y Abu Graib, en Irak, ataque que hizo posible la fuga de entre 500 y 1.000 yihadistas que se unieron a su organización. Aquel ataque estuvo coordinado con otras operaciones casi simultaneas en otros ocho países diferentes”.
En resumidas cuentas, Mc Cain forjó una alianza con el actual líder del Estado Islámico o estuvo detrás de su creación. Las dos preguntas siguientes son: ¿Actuaba por cuenta propia, a espaldas de la Casa Blanca? La segunda, ¿porqué Estados Unidos impulsa a un grupo como el Estado Islámico?
Mc Cain no es sólo el dirigente de la oposición republicana, sino también presidente del International Republican Institute (iri), que en opinión de Meyssan es la “la rama republicana de la CIA”. Creada por el presidente Ronald Reagan, el iri es en realidad una agencia intergubernamental cuyo presupuesto es aprobado por el Congreso de Estados Unidos como parte de una línea presupuestaria que depende del Departamento de Estado. Desde ese lugar, “el senador ha participado en todas las revoluciones de color organizadas en los últimos 20 años” (Red Voltaire, 18 de agosto de 2014).
La segunda cuestión es más compleja. Es cierto que Al Qaeda fue una creación de la inteligencia estadounidense, como ha quedado claro después de los atentados del 11 de setiembre de 2001. Pero ese aserto suena demasiado general para el caso del Estado Islámico. El Congreso de Estados Unidos aprobó en enero de este año financiación para esa organización y para la filial de Al Qaeda en Siria, denominada Frente al-Nusra, siempre según Meyssan.
El objetivo concreto sería crear una situación caótica, según revela la página Consortiumnews, del célebre periodista estadounidense Robert Parry, galardonado por haber revelado el escándalo “Irán-Contras” cuando trabajaba para Associated Press en la década de 1980.
LA ESTRATEGIA DEL CAOS. El análisis parte de preguntarse en qué consistió la victoria en la guerra de Irak proclamada por George W Bush en 2009, junto a los demás neoconservadores. Recordemos brevemente, que la invasión a Irak se realizó con el argumento de las armas de destrucción masiva que poseía el régimen de Saddam Hussein, nunca encontradas. Que el Eje del Mal proclamado por los neocons quedó desvirtuado al ir apareciendo otros “males” que, con los años, pasaron a convertirse en el principal enemigo de Washington: Siria primero, luego Ucrania, en seguida Rusia. Lo que muestra una política exterior poco consistente.
Pero la contradicción mayor, si es que cabe, consiste en haber proclamado “victoria” en 2009 para volver a atacar el mismo país apenas cinco años después. Por eso la pertinencia de la pregunta sobre qué entienden los neocons por triunfo.
“La guerra de Irak fue un éxito rotundo –por lo menos para los neoconservadores- porque se rompió la piedra angular del arco de estabilidad de la región” (Consortiumnews, 20 de agosto de 2004). El régimen de Hussein era el principal baluarte contra el yihadismo en la región, siendo su principal apoyo Arabia Saudí, con lo que quedaron abiertas las puertas a “una guerra permanente en Medio Oriente”.
La “banda de los cuatro” neocons (Bush, Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz y Dick Cheney), crearon con la invasión de Irak “un vacío de poder” que trastoca la estabilidad regional durante largo tiempo. El caos no es un accidente pasajero, sino un objetivo buscado, perseguido minuciosamente, para lo que se derriban regímenes estables, aún ex aliados fieles como lo fue el Irak de Hussein para Estados Unidos.
La ganancia en este caos controlado, es que la primera potencia militar se convierte en el único principio de orden, caprichoso, pero orden al fin. Veamos dos ejemplos: se está tejiendo una alianza entre Irán y Occidente para combatir juntos al Estado Islámico, algo impensable meses atrás (Russia Today, 23 de agosto de 2014). El diario británico The Independent informa que “las autoridades estadounidenses han compartido con el gobierno sirio datos de inteligencia sobre el paradero de líderes islamistas a través del bnd, un servicio secreto alemán” (Russia Today, 23 de agosto de 2014). Además, el Pentágono se dispone a bombardear bases del Estado Islámico en Siria, con el beneplácito de Al Assad. Estados Unidos empieza a colaborar con dos de sus enemigos principales en la región.
Para Robert Fisk, este gran desorden comienza con la invasión estadounidense de 2003 a Irak, cuando la población rural perdió la forma de ganarse la vida y fue sumida en la pobreza. Los medios occidentales no enfocan la vida cotidiana de las poblaciones en Medio Oriente, imponeindo sus prejuicios. “Cientos de miles de musulmanes sunitas viven en la zona del califato y no han huido por su vida”, escribe Fisk. “Es obvio que el califato no les parece tan terrible a ellos como a nosotros” (La Jornada, 22 de agosto de 2014).
Para esos millones, la crueldad del asesinato del periodista Foley, apunta el periodista británico, es pan de todos los días. No de ahora, sino desde que empezó la aventura colonial más de dos siglos atrás. “Sospecho que sus raíces (del Estado Islámico) están en los deobandis, uno de los muchos grupos sunitas fundados tras el Motín Indio (1857); una rebelión musulmana que aplastamos con nuestra usual brutalidad” (La Jornada, 25 de agosto de 2014).
Se refiere a la historia larga, por un lado, volando un siglo y medio atrás, para explicar las razones de la actual insurgencia. En paralelo, relativiza la mirada colonial actual, que coloca la brutalidad y la violencia en un solo bando, ya que la considera apenas una reacción a siglos de opresiones y salvajadas.
GANADORES Y PERDEDORES. Diversas fuentes aseguran que en el Estado Islámico militan entre diez y veinte mil “extranjeros”, una porción nada despreciable del total de combatientes. Entre ellos habría unos “dos mil europeos”, unos 700 franceses, entre 400 y 500 británicos y hasta 30 españoles (Russia Today, 23 de agosto de 2014).
En rigor, señala Fisk, deberíamos hablar de “ciudadanos británicos musulmanes de origen paquistaní o indio”. Hijos o nietos de inmigrantes, nacidos en Europa, donde hicieron sus estudios, se socializaron y conocieron por dentro un mudo que rechazan racionalmente, por lo que se integraron al yihadismo. Tienen “un profundo conocimiento de la ciencia”, repite Fisk. No estamos ante campesinos pobres o pobladores miserables de las periferias urbanas. Son ingleses y franceses cultos, que hicieron una opción política. La compartamos o no.
Por último, el califato está provocando un potente realineamiento geopolítico. Muestra de ello, reflexiona el sociólogo Immanuel Wallerstein, es que el primer ministro de Irak, Nouri al Maliki, fue derrocado porque no integró a los sunitas al gobierno, alentando indirectamente la rebelión; Estados Unidos fue forzado a violar su promesa de retirarse completamente de Irak; y el gobierno turco cerró su frontera, abierta a las fuerzas que combatían a Al Assad.
Este realineamiento, señala, tiene ganadores y perdedores. El primer ganador es el propio califato, que cuenta con “la fuerza militar más entrenada y comprometida de la región”. El segundo es Al Assad, ya que la oposición contará con menos apoyo exterior. El tercero son los kurdos, “que han consolidado su posición dentro de Irak” y recibirán más armas de Occidente (La Jornada, 23 de agosto de 2014).
El principal perdedor es Estados Unidos, ya que suma a los evidentes límites de su capacidad militar, “la inconsistencia de sus posiciones públicas con respecto a Irak, Palestina y Ucrania”. Irán, Hamas y Rusia pueden ver sus posiciones también fortalecidas, aunque aún domina la incertidumbre respecto a estos actores.
Todo este análisis suena provisional, aunque plausible. La cuestión de fondo, es la apuesta al caos, a la desestructuración total y completa del orden existente. Como si el Pentágono (quien en realidad maneja los hilos de la política estadounidense) hubiera llegado a la conclusión de que siendo el caos sistémico inevitable por el declive de la superpotencia, más le vale anticiparse produciendo un tipo de caos del cual podrían beneficiarse si son capaces de anular también a sus potenciales enemigos, sobre todo a Rusia, en esta etapa. El caos actual en Libia parece incomodar mucho menos a Occidente que los problemas que le presentaba el régimen de Gadafi.
Sólo así puede comprenderse el profundo viraje que supone, después de haber impulsado la guerra civil y el terrorismo en Siria, que en este momento “las potencias mundiales contemplan a Assad como baluarte contra el Estado Islámico” (Haaretz, 22 de agosto de 2014). Puede ser una improvisación de la política exterior occidental. Pero hay también suficientes datos para pensar que estamos ante una apuesta por el desorden, algo así como soltar un virus para infectar las zonas que se desea aniquilar, corriendo el riesgo de perder su control y aceptando un posible efecto boomerang. ¿No fue así, introduciendo drogas de forma masiva en los guetos negros, como el fbi planificó la destrucción del levantamiento de las Panteras Negras?
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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar:
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