CABA
La corporación va a la escuela
Una ONG financiada por corporaciones de la industria alimentaria realiza investigaciones en escuelas públicas, con aval oficial, para indagar los hábitos infantiles con relación a la comida.
Una ONG financiada por corporaciones de la industria alimentaria realiza investigaciones en escuelas públicas, con aval oficial, para indagar los hábitos infantiles con relación a la comida. Y para colmo, el Estado le paga a esa organización, llamada ILSI. En Mu de Mayo, Soledad Barruti muestra cómo un grupo de padres de una escuela de Boedo (foto) desnudó la situación y mantuvo una reunión inesperada y reveladora con funcionarios del programa Mi Escuela Saludable como Cecilia Antún. El contexto: el 40 % de los chicos en edad escolar sufre obesidad o sobrepeso por una alimentación industrial basada en azúcar, grasa, sal y aditivos, que engorda sin nutrir. Y Argentina tiene el porcentaje récord en la región de obsesos menores de cinco años, según la OMS. Las trampas y engaños con respecto a cómo encarar ese problema. La opinión de Florencia Gentile, del Consejo de Derechos de los Niños y de María Luisa Ageitos, ex directora de la Sociedad de Pediatría Argentina y del programa de Salud de Unicef.

Los padres que descubrieron la situación y reclamaron información
En Argentina tenemos, además de todo, este serio problema: el 40 por ciento de los chicos en edad escolar es parte de la epidemia de sobrepeso y obesidad que tacleó al mundo. La Organización Mundial de la Salud estableció que desde 2010 nuestro país presenta el porcentaje récord de la región de obesos menores de cinco años, un 7,9 por ciento. No se trata de un problema de kilos de más sino de niños a los que se les detonan demasiado pronto enfermedades como diabetes tipo 2, hipertensión, hígado graso. Síndrome metabólico, con peligro de muerte. Patologías que nunca se vieron en la infancia y que tienen en alerta roja al mundo entero: sus industrias, organismos de salud, ciencia, educadores, padres y madres, y ellos mismos que no encuentran respuestas claras.
Algo parecido a lo que ocurrió cuando la gente andaba escupiendo sus pulmones de a pedazos mientras hombres vestidos de blanco recomendaban por tele Marlboro y Camel, versión light en el mejor de los casos.
Debieron pasar 20 años para que los organismos que velan por la salud de todos dijeran: fumar mata. Y con la alimentación está resultando más difícil todavía. De hecho el asunto parece hace un tiempo estancado en dirimir el porqué de la desgracia, con dos hipótesis en disputa.
1. Los alimentos ultraprocesados sin fibra ni nutrientes naturales, y altos en azúcar, grasas y sal, más aditivos, cambiaron el patrón alimentario a uno que engorda sin nutrir ni satisfacer las demandas biológicas que equilibran al organismo. No se trata solo del furor de los kioscos; el problema es que en las casas, comedores y muchos restaurantes, se pasó de ofrecer alimentos elaborados a partir de ingredientes frescos o mínimamente procesados, a abrir cajas, latas y paquetes con frecuencia diaria. La excepción hoy es comer comida de verdad. Y cuando se cocina no hay verduras, frutas y cereales integrales; solo hay polenta, arroz, pollo, harinas, papa. Comidas refinadas que se maridan con bebidas de 50 gramos de azúcar. Cuanto más aumenta el consumo de productos ultraprocesados más aumenta el índice de masa corporal de la población: eso describe un documento de 2015 de la Organización Panamericana de la Salud. No se trata de calorías de más, sino de que esas calorías vienen en forma de dietas metabólicamente complicadas para estos cuerpos que somos.
2. Hay un desbalance energético: los niños se mueven menos y comen más. Si 600 calorías vienen en formato guiso de lentejas, o Big Mac, no hay diferencia. El problema es que “para quemarlo” la gente ni salta, ni corre tras una pelota como antes. La solución, según esta hipótesis, sería aumentar el ejercicio y moderarse con las comidas pero teniendo en cuenta que “todo –también una Coca y un Big Mac- pueden ser parte de una dieta equilibrada”.

Imagen del programa Mi Escuela Saludable, a través del cual la industria alimentaria busca investigar a los chicos.
Las dos líneas no son parejas en recursos para investigaciones ni en difusión. De hecho es la 2. la que va ganando en los medios, los consultorios y -lo principal- la creación de políticas públicas. Y eso sucede no porque científicamente hablando resulte más convincente que la 1., sino porque, ¿qué puede ser más conveniente para el sector que la patrocina (la industria) que comprobar que el problema no es culpa de la comida de hoy sino de la play station?
“Si todos los consumidores hicieran ejercicio el problema de la obesidad no existiría”, dijo la CEO de Pepsi Indra Nooyi, un tiempo antes de que su competencia saliera en la tapa de los diarios acusada de promover con estrategias nada transparentes eso mismo. Incluso financiaban un instituto de investigación dedicado a convalidar con estudios esa teoría: La Red Global del Balance Energético.
No es una estrategia nueva ni potestad de Coca Cola: la industria alimentaria viene siguiendo hace rato el camino que inauguraron las tabacaleras. Lo hacen en los medios, contratando famosos, en los espectáculos deportivos, saturando todo con un único mensaje: la felicidad que da comérselos y tomárselos. Y también desde las sombras colándose entre presidentes y más allá. “Los esfuerzos que hace la industria por influir en las recomendaciones nutricionales al público, y establecer una imagen de sus productos como nutritivos va más allá de hacer lobby en el Congreso y en las agencias de gobierno. Van directo al corazón de la nutrición como una profesión. Cooptan expertos –especialmente académicos- en una explícita estrategia corporativa”, escribió la nutricionista, investigadora y profesora Marion Nestle en Política Alimentaria (Food Politics): 500 páginas del House of Cards de la comida.
Hay lobbys de los más diversos, pero el más efectivo es el que hacen en ese microcentro que cohabitan universidades, laboratorios, investigadores privados y públicos, sociedades científicas ídem. Es tanto el dinero invertido, tan aceitado el circuito de patrocinio, que no hay sociedad (de nutrición, del corazón, de pediatría, de osteoporosis) que no asuma que sin sponsors no tendrían sobrevida. Y viceversa: hay sociedades que no son más que una forma de articular campañas revestidas de ciencia que encontraron las grandes marcas para consolidar sus ideas. Y además han creado sus propias alianzas e institutos. La Red Global del Balance Energético, de Coca Cola, es uno. El Instituto Internacional de Ciencias de la Vida, ILSI, podría ser otro.
Con sede en Estados Unidos desde 1978, Europa, 1986 y América Latina, 1990, ILSI fue creado por Alex Malaspina cuando era vicepresidente de Coca Cola, como “una oportunidad de unir a la industria alimentaria y llevar adelante investigaciones”. En su filial argentina –en el edificio de la Sociedad Científica Argentina, con toda esa preciosidad de la piedra parís dándole marco- ILSI es, por orden alfabético: Basf, Bayer, Chacra Agrícola Santa Rosa, Coca Cola, Danone, Danone Nutricia, Dow Agrosciences, DSM Nutritional Products, Mondelez, Kromberg Fine Chemicals, Monsanto, Publitech Editora, Syngenta y Unilever.
“Llamemos al pan, pan, y a ILSI un grupo de lobby”, dice un reporte de 2012 del Observatorio de las Corporaciones de Europa (CEO), ONG que expone cómo operan distintos intereses que no son el bien común en el trazado de políticas para la comunidad. Allí describe cómo el ILSI ingresó a la Organización Mundial de la Salud, la FAO y la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). Logró colocar representantes en comisiones de tabaco, pesticidas, organismos genéticamente modificados, aditivos, azúcar, sal, grasas trans, en momentos de debate clave como la toxicidad de ciertos venenos, la seguridad de los transgénicos, la inocuidad de aditivos. Y, por supuesto, la relación de los productos ultraprocesados y la obesidad. Apoyan su posición en estudios en los que sus científicos escriben cosas como: “La disminución del gasto energético y de la actividad física, y el número de horas invertidas en actividades sedentarias cumplirían un rol crítico (en la obesidad infantil)”, mientras que “el aumento de la ingesta calórica se encuentra aún más discutido y obedece a características individuales de cada región y a factores biológicos y culturales”.

El 40% de los chicos en edad escolar sufre obesidad o sobrepeso. La alimentación basada en azúcar, grasa y sal engorda sin nutrir.
Conflictos de interés
Pero de todo esto en la Escuela 26 del Distrito Sexto del barrio de Boedo no tenían ni la menor idea. Lo que a ellos –sobre todo a un padre- les sonó mal fue el pedido de consentimiento para pesar, medir e interrogar a sus hijos. La nota explicaba que sería para un estudio comparativo, de impacto en el marco del programa Mi Escuela Saludable, al que la institución había ingresado ese año. “Para esto, un grupo de licenciadas en Nutrición pertenecientes a la Dirección General de Desarrollo Saludable y el ILSI concurrirán a la escuela para hacer las evaluaciones (…). Además los niños que deseen podrán usar en la jornada escolar un acelerómetro”.
A Eduardo Chávez Molina, vicepresidente de la cooperadora de la escuela de sus hijos, sociólogo e investigador del Instituto Gino Germani de la UBA, la nota le resultó extrañísima. ¿Qué era ILSI y cómo lograba ingresar a las escuelas públicas con lo complicado que es eso? Recordó la negativa del gobierno porteño en 2007 cuando Unicef, INADI y la UBA habían propuesto un estudio sobre violencia y discriminación en las escuelas. Fue imposible. Repasó la lista de universidades, hospitales, equipos que podrían hacer el estudio. Al investigar por Internet, el asunto le resultó más grave aun. Formaban ILSI empresas de la industria alimentaria, y otras de la agroindustria. Buscó a cada una y encontró a las que estudian transgénesis sobre plantas y animales, plaguicidas, fertilizantes. Era sábado y Molina entendió que lo mejor era compartir estas cuestiones: usó Facebook. “He recibido primero con curiosidad, luego sorpresa, para pasar al estupor/indignación, el pedido solicitado en el cuaderno de comunicaciones del día viernes…”.
El estupor y la indignación, escribió Molina, surgieron cuando encontró eso que en Argentina abunda hace añares aunque se nombra bien poco: conflictos de interés.
¿Puede una institución comandada por fabricantes de alimentos altos en azúcar, grasa y sal, cuyos objetivos son siempre crecer en ventas, trabajar en proyectos orientados a mejorar la salud? ¿Para bajar de peso no es necesario primero dejar de comer los snacks y gaseosas que esas mismas empresas venden? ¿ILSI hacía una investigación en salud o un estudio de mercado? “No convalidaré esta farsa, y denuncio como un ciudadano más, la intencionalidad no transparente de la promoción de hábitos alimentarios saludables por parte de empresas alimentarias”, termina su carta.
Alimentación sin alimentos
La viralización fue en dos días.
El lunes, Cecilia Antún, directora del programa porteño Mi Escuela Saludable, le escribió a Chávez Molina y le ofreció una reunión.
“Esto no es un problema de mis hijos, esto es un problema de toda la comunidad”, le respondió.
Entonces Antún le ofreció cambiar el lugar del encuentro: se acercaría con los funcionarios al colegio; en una reunión que resultaría tan inesperada como reveladora.
El encuentro fue el 28 de abril a las 8.15 en la biblioteca. Alrededor había libros, carpetas y cartulinas. Los presentes se sentaron en ronda: unos veinte padres y madres sobre sillitas enchapadas color crema junto con la directora, el vicedirector, y los cuatro funcionarios. La que hablaba era Antún. Joven, delgada, nutricionista –lo repitió muchas veces- empleada en Ciudad desde 1999 y a cargo del programa desde que se creó en 2012.
“Nos gustaría contar cuál es la propuesta”, dijo Antún: “Crear un entorno más saludable con un trabajo educativo interdisciplinario, proponer recreos sin electrónicos para fomentar el movimiento; también incorporar frutas y verduras y una hidratación saludable”.
Pero no pudo continuar.
“Qué bueno, ¿van a comer más frutas, más verduras? ¿Van cambiar el comedor entonces?”, preguntó una madre dando pie a que el resto, superpuesto, diera su veredicto del que les resulta el problema central en la salud de sus hijos: todos pasan ocho horas ahí adentro, muchos engordaron desde que el Estado les da de comer, y otros prefieren no comer a tragarse eso que pareciera haber sido cocinado para el enemigo; sobre todo cuando tocan medallones de pollo o carne fritos (con galletas molidas y soja entre los ingredientes), ravioles rellenos de una pasta indescifrable y sodio para varios días, gelatina de edulcorante con agua, y sustituciones increíbles como mayonesa por huevo, y salsa roja cuando deberían darles tomates.
Un comedor como la mayoría, bah.
“No: el programa no puede intervenir en la comida de los comedores”, dijo Antún.
“¿Cómo van a proponer alimentación saludable cuando la alimentación institucional es trágica?”, preguntó un padre.
“Es que la comida que se da en las escuelas depende del Ministerio de Educación de Ciudad”, respondió.
“¿Y ustedes?”, se escuchó desde el fondo.
“A Vicejefatura de Gabinete”.
“Entonces este programa está por fuera de la ley”, replicó entonces otro padre, que además es abogado.
A fin de 2010 la Ciudad de Buenos Aires sancionó la ley 3704/10 para la promoción de la de alimentación saludable, variada y segura de los niños, niñas y adolescentes en edad escolar, que entró en vigencia en 2013. El texto es claro: el titular de la aplicación de los programas que involucren la comida de los niños en la escuela es el Ministerio de Educación. Inaugurar un programa por fuera de ese marco no es exactamente ilegal, pero resulta incomprensible.
Si el programa centrado en obesidad no incluye a la comida entre sus pautas, ¿entonces qué?
El programa Mi Escuela Saludable alcanza a 176 establecimientos de nivel inicial y primario, con un presupuesto que sus responsables no develan pero ejecutan haciendo publicaciones generosas: revistas, folletería, guías para maestros, animaciones de Internet; y ahora también estudios de impacto, por contratación directa.
“Nosotros decidimos destinar parte de nuestro presupuesto para hacer una evaluación del programa porque no tenemos el recurso humano ni técnico que tiene ILSI”.
“¿Son ustedes entonces los que contratan al ILSI? No entiendo”, se atragantó un padre, desconcertado.
“Sí, el gobierno elige y contrata al ILSI”, repitió Antún con seguridad. Como si no estuviera diciendo esto: que los recursos del Estado están siendo destinados con confidencialidad a una institución que nuclea a la industria alimentaria para realizar mediciones que corresponden al Ministerio de Salud en un ámbito que pertenece a Educación y pagamos los ciudadanos todos.
“Ponen al zorro a cargo del gallinero y encima le pagan: son un chiste”, gritó otro.
Contradicciones
La situación de puertas abiertas de las escuelas argentinas para el ILSI no es potestad de este gobierno. Desde 2005 se han hecho al menos dos estudios, uno sobre escuelas del área metropolitana, y otro en escuelas pobres de Rosario, que no queda claro si fueron por iniciativa de ILSI o a pedido de organismos de gobierno con fondos públicos. Además el Instituto tiene el programa ¡SALTEN! que funcionó en escuelas de Morón entre 2013 y 2014.
Que el acuerdo entre el Estado y esta organización como evaluadores de niños de escuelas públicas no es adecuado, no solo es una apreciación de ese grupo de padres. A raíz de este caso, en la Legislatura, miembros del Consejo de Derechos de los Niños hicieron un pedido de informe en el que interrogaron a los responsables sobre ese punto: por qué ILSI, y si ILSI está inscripta dentro del registro de oenegés que tiene ese organismo.
“Esto es muy importante”, explica Florencia Gentile, miembro del Consejo. “Por ley las oenegés tienen que estar inscriptas y ser supervisadas a fin de establecer que trabajan con niños, que son inocuas, que respetan sus derechos; que saben hacerlo”.
Mientras el pedido sigue en curso, distintas fuentes oficiales aseguran que ILSI no es parte de ese registro.
Los protocolos para investigaciones con niños son especialmente rigurosos porque son considerados una población vulnerable. Dentro de la escuela, además, son tomados como grupos cautivos. “Por eso se extreman los recaudos éticos”, dice la pediatra María Luisa Ageitos, que dirigió la Sociedad de Pediatría Argentina y el programa de Salud de Unicef. “Para pesar a los chicos los desvestís. Eso es muy delicado, más cuando están en etapa prepuberal. Por eso deben ser los servicios de salud los que hacen las evaluaciones. Como cuando se toman pesos y tallas para las libretas sanitarias: son todos datos que ya existen”.
En la reunión con Antún, una madre citó ese argumento: “Los datos de los chicos los tiene el Estado, pero es el ILSI el que los necesita”, dijo por lo bajo. “Demasiada hipocresía”, sentenció antes de irse.
Chávez Molina, aprovechó su turno y preguntó: “¿Hay algún comité de ética que esté aprobando este asunto?”.
“El Comité de Ética de la Sociedad Médica Argentina está en proceso de evaluación”, contestó Antún.
“¿No está aprobado? No se puede implementar entonces”, argumentó alguien.
“Es todo muy poco claro. ¿Cómo se llega a ILSI? ¿Cómo se hizo este proceso?”, preguntó una madre.
“Como gobierno, tenemos la posibilidad de elegir directamente. Teníamos conocimiento de todo lo que están exponiendo y sabemos que ese es un punto en contra, pero en el ILSI trabaja la doctora Irina Kovalskys, una referente con experiencia para evaluar programas de educación alimentaria”.
Irina Kovalskys es médica pediatra, hija de Carmen Mazza (ex jefa del Garrahan), parte de ILSI y fue quien tuvo a su cargo los dos estudios anteriores que hizo el Instituto sobre niños de escuelas públicas. Luego del revuelo por la reunión, respondió un mail donde aseguraba estar en un congreso médico sin conexión, y reenvió la preguntas a la oenegé.
¿Cuál es el interés de ILSI en estas investigaciones? (qué hipótesis persiguen, qué intervenciones realizan, para qué utilizan los estudios).
Respuesta: “ILSI tiene una misión compartida con todas las filiales e institutos del mundo: poner el conocimiento científico de alta calidad al servicio de mejorar la salud humana en áreas vinculadas a la nutrición y al medio ambiente. (…) La información recabada es siempre pública y permanece accesible y es compartida con profesionales que pueden utilizarla. Esto es parte de nuestra política de datos abiertos”.
Cuando publicaron la investigación de 2007 sobre niños de entre 10 y 11 años de escuelas de Capital y Gran Buenos Aires incluyeron además un video de libre acceso en el que se ven niños a cara descubierta siendo medidos, pesados, encuestados.
“Quiero que me cuentes desde que te levantaste hasta que te acostaste a la noche todo lo que comiste”, le dice una mujer de delantal blanco a una nena de flequillo grueso y ojos tímidos que relata que consumió arroz, gelatina, chizitos, golosinas, Coca Cola, y que pronto su padre va a anotarla en danza árabe.
En el video también se ve el famoso acelerómetro: un artefacto cuadrado que se cuelga en la cintura para medir cuánto se mueven los niños. A los padres de la escuela de Boedo les resultó polémico, Antún explicó que era un dispositivo esencial en este trabajo. Un especialista en obesidad que prefirió mantener su identidad en reserva, informó a MU: “Sirve para medir el movimiento y no el gasto calórico. Lo trajeron en un congreso y nos lo quisieron vender a todos los que trabajamos en obesidad pero no tiene ningún sentido desde lo experimental: es casi una curiosidad. Además es molesto eso de andar con un aparato colgando, más para los chicos”.
¿Cuál fue el comité de ética que aprobó ese proyecto? No encontré referencias, pregunté a ILSI.
“La aprobación la realiza un comité independiente local y es siempre confidencial”, respondieron desde la oenegé.
“En las publicaciones serias debe figurar publicado el comité de ética que aprobó el estudio y cuáles son los conflictos de interés si es que los hubiera”, explicó Ageitos.
Volviendo a la privacidad vulnerada, ante los padres enfurecidos por hacer de un día para el otro lo que nadie hace nunca –buscar información-, y las evidentes y curiosas incoherencias entre lo que dicen ILSI y el gobierno, los responsables del programa aseguran que “los datos recabados por ILSI en este estudio van a ser confidenciales, ILSI no va a tener acceso a ellos, ni va a utilizarlos de ninguna manera”. Sin embargo en sus lineamientos de investigación publicados en 2009, ILSI asegura que “antes del comienzo de los estudios debe haber un acuerdo escrito que indique que el equipo de investigación tiene la libertad y la obligación de tratar de publicar los resultados dentro de algún plazo de tiempo determinado”.
“Nosotros queremos comunicar que acá no hay nada oscuro”, dicen dos funcionarias de Mi Escuela Saludable desde el flamante edificio que aloja las oficinas del Gabinete porteño en Parque Patricios. Fue una semana después de la reunión de la escuela: un encuentro en el marco de una entrevista que aceptaron pero enfrentaron de la manera más rara: grabando ellas la conversación y exigiendo, grabador de por medio, el off the record. “Nuestra intención es evaluar una política pública de un modo científico, para poner este tema en agenda”, repitieron una y otra vez.
La batalla del movimiento
“Aquí está mi concepto”, escribía el profesor Hill de la Red de Balance Energético a una funcionaria de Coca Cola en los mails desclasificados en 2015. “Creo que debemos ofrecer una sólida justificación a por qué una empresa que vende agua azucarada se centra en promover la actividad física. Consistiría en un estudio muy largo y caro pero podría cambiar el panorama. Tenemos que hacer ese estudio”.
“Es obvio que lo que quieren decirnos es que no importa lo que los pibes comen, que por ahí no pasa lo saludable. Que sigan tomando Coca Cola, que no hay problema”, dijo una de las madres en la biblioteca de la escuela de Boedo a los gritos esa mañana de abril. Aunque nunca haya leído sobre el escándalo con la refresquera, aunque no haya aparecido ninguna desclasificación de documentos entre ILSI y sus científicos, todo se volvió evidente para padres y madres.
“Como funcionaria que debieras defender lo público, ¿no creés que esto está mal? De corazón te lo pregunto”, planteó una madre a Cecilia Antún cuando el encuentro estaba terminando. “Soy nutricionista y todas las instituciones científicas –la Sociedad Argentina de Nutrición, la de Dietética, la de Nutricionistas, la Escuela de Nutrición- trabajan con financiamiento de la industria alimentaria. Creo que hay que trabajar con la industria, no en contra. ¿Cómo? ¿Para favorecerlos o indiscriminadamente darles datos? No. Para asesorar, exigir que mejoren la calidad, generando leyes que ayuden a fiscalizar. Aunque desde el programa fomentamos la alimentación casera con productos naturales, no prohibimos los industrializados porque sería como decir: no queda nada para comer”.
Es interesante escuchar eso: hasta qué punto quienes tienen en sus manos la posibilidad de mejorar los hábitos alimentarios de la población en nuestro país aseguran que la oferta de la industria alimentaria es el único camino posible. Con esa convicción se elige a ILSI como socio estratégico, se lo lleva a medir a los niños, se les paga por hacer estadísticas y encuestas, y se diseñan nuestras políticas públicas.
En Argentina, lo sepamos o no, la hipótesis del balance energético viene ganando hace rato. La ley de obesidad está estancada desde que se sancionó en 2008, con el Estado absorbiendo económicamente cirugías bariátricas como única estrategia: sin prevención, educación alimentaria, ni nada.
La promoción de la alimentación saludable en las escuelas no generó más que kioscos “saludables” dispersos en algunas provincias, que cambiaron ultraprocesados con azúcar a otros con edulcorantes o a porciones más pequeñas de lo mismo.
Los comedores son una desgracia que rellena a los niños, de norte a sur.
Las guías alimentarias que acabamos de estrenar están configuradas en torno a un círculo con un mensaje que nada tiene que ver con qué comemos: actividad física.
Y seguramente es esto lo que seguiremos viendo: una industria que ocupa todos los espacios, mientras ofrece nuevas oportunidades para hacer gimnasia.
En Davos, unos meses atrás, Mauricio Macri firmó un acuerdo con Coca Cola por mil millones de dólares que tiene entre sus ejes la expansión del negocio y la promoción de la actividad física.
¿No van a abandonar la contratación de ILSI?, pregunté a las funcionarias.
“Si hay escuelas que aceptan y padres que dan el consentimiento habrá evaluación de impacto. Buscaremos cómo hacerlo sin problemas, alarmas, ni miedos”.
En la escuela de Boedo mantienen la guardia alta. Saben que destaparon una olla que huele horrible. “Vamos a seguir el asunto de cerca”, dicen. Ya no solo por sus hijos, sino por todos los chicos que, ahora saben, tienen hace años los indicadores de salud rodando en caída libre.
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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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