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Recursos naturales
La sociedad en movimiento: una historia, una guía de las asambleas autoconvocadas: Sergio Ciancaglini recorre en este libro el presente de un movimiento que hace historia: las asambleas que en todo el país luchan contra corporaciones y modelos depredadores.
Estos son sólo algunos apuntes y aprendizajes sobre los curiosos sucesos argentinos referidos a las causas perdidas que defienden cuatro gatos locos.
No se trata de una teoría o un paradigma –los dioses no lo permitan, si es que existen- sino de una combinación de conocimiento, mano a mano y cara a cara, de curiosidad periodística, y de intuiciones sobre cierta genética de las mal llamadas personas comunes y corrientes, de sus cabezas duras y de la posibilidad de inventar nuevos mundos, o mejor todavía: hacer más vivible el que tenemos.
Tampoco se trata aquí de concientizar a nadie (los dioses no lo permitan, etc.), sino de compartir determinados asombros.
Las señoras del pañal
Para entender cuáles podrían ser los hechos más transformadores del presente, tal vez haya que ir unos minutos atrás en la historia. Un posible punto de partida se podría ubicar hace unas tres décadas y pico, porque allí nació un movimiento de tipo absolutamente novedoso, surgido no de un ideario o una doctrina, sino de la desesperación. En abril de 1977 se juntaron las Madres de Plaza de Mayo, y poco después Abuelas. Hoy diríamos que se autoconvocaron.
Hasta entonces existían los partidos políticos con distintos tamaños y nichos de mercado, los sindicatos combativos y los pro-patronales, los movimientos nacionales, los grupos de izquierda revolucionaria (por vía pacífica o por vía armada), las federaciones y confederaciones, los grupos de base pero no tanto, oenegés de diverso tipo, las sectas, las logias & afines. Grupos con estructura, normativas internas, documentos, verticalidad, liderazgos, teorías y dogmas sobre sí mismos y sobre el mundo.
Estas señoras eran otra cosa. Mujeres que cumplían, en general, el antiguo rol del ama de casa, el de docente a lo sumo, hasta que descubrieron que sus hijos no volvían, y salieron a la calle a buscarlos. Al salir, se fueron encontrando entre ellas en morgues, regimientos, hospitales, comisarías, iglesias. Los militares habían inventado un nuevo delito, la desaparición, para evitar ser criticados por la Iglesia Católica: una versión lisérgica de las grandes negaciones argentinas, cuya mejor crónica sigue siendo la Carta Abierta de Rodolfo Walsh.
Esas mujeres no se integraron a las organizaciones de derechos humanos que ya existían, ni a partidos políticos, porque no querían ser atendidas del otro lado del mostrador. Les gustó cada vez menos que les dijeran lo que tenían o lo que no tenían que hacer. De hecho, les decían que era una locura hacer eso que estaban pensando, y ellas de todos modos lo hicieron: fueron a la Plaza de Mayo, para intercambiar información y hacerse ver. Nada menos.
Circulando
El primer encuentro fue un sábado. Eran 14 personas, o sea: cuatro gatas locas. Y la plaza estaba prácticamente vacía. Decidieron ir entre semana. Viernes no, porque es el día de brujas, los días con erre tampoco, por si acaso. Quedaba el lunes, pero era el día para lavar la ropa. Así eligieron el jueves. Horario, 15.30, salida de los bancos, para que hubiera gente.
La plaza era como una oficina sin puertas, paredes ni techo. No había celulares ni Internet. Como escritorio usaban los bancos de piedra, a veces tejían para disimular, mientras contaban lo que cada una había ido descubriendo o contra qué paredes había chocado. La policía no admitía reuniones públicas ni tejidos de más de dos personas, por el Estado de Sitio. Por lo tanto, los policías les ordenaban circular. Así nacieron las rondas, circulando de dos en dos, en el sentido contrario al de las agujas del reloj.
Fueron a una marcha católica a Luján, a las que concurrían cientos de miles de jóvenes. ¿Cómo harían para reconocerse en la multitud? Tenían un recurso pre-pañal descartable: los pañales de tela que habían sido de sus hijos y ellas guardaban para sus nietos. Esos pañales blancos en la cabeza, como pañuelos, les permitirían encontrarse durante la marcha. Sin darse cuenta habían generado el mayor grupo de denuncia de la segunda mitad del siglo 20 y mecanismos de comunicación como la ronda y los pañuelos blancos.
Todo lo hacían delante de las narices y los balcones de uno de los poderes más criminales e impunes de la historia, que contaba además con apoyo eclesiástico, mediático, empresarial, sindical, internacional (hasta soviético, mientras aquí decían combatir al comunismo) y todo un consenso social: Mundial 78, el juvenil 79, el conflicto del Beagle, Malvinas, y todo con argentinos de dólar barato iniciando lo que luego Menem perfeccionó.
En ese momento estas señoras eran las locas, madres de asesinos, mujeres terroristas, subversivas, para quienes les prestaban atención. Y para el resto, invisibles. Se replicaban en distintas ciudades de las provincias argentinas. Denunciaban en los billetes la desaparición de sus hijos para que el dinero que circulaba tuviera ese mensaje. Iban a los actos con personalidades extranjeras para hacerles saber lo que pasaba. Metían denuncias en los libros de cantos de las iglesias. Caso extremo: Olga Aredes, en Jujuy, que marchaba sola, con su pañuelo blanco, girando cada jueves en Libertador General San Martín, junto al Ingenio Ledesma de los Blaquier, reclamando por su marido y los demás desaparecidos. Tenía todo el consenso en contra. Era la única que tenía razón. Curioso: las “locas” eran las personas más racionales, las que mejor entendían la realidad.
Otra historia fue la de Abuelas, buscando a sus nietos cual detectives que juntaban rumores, comentarios y suposiciones en papelitos y cuadernos y se reunían en confiterías fingiendo celebrar cumpleaños para intercambiar información y organizarse. Espiaban casas de represores que podían ser apropiadores, acompañaban a las Madres en sus denuncias internacionales, juntaban fotos, recuerdos y muñecos que les dieran fuerza en esa búsqueda: chicos robados por el poder militar para cambiarles la identidad y la vida. Años 70: ¿Alguien imagina una causa perdida, más perdida que la de todas estas mujeres?
Pero entonces, ¿qué formas de pensamiento y acción estaban estableciendo estas personas, tal vez sin proponérselo, a partir de aquel momento?
Algunas sospechas, que tal vez reflejen historias del presente:
Es posible hacer las cosas que parecen imposibles. Es posible enfrentar al poder, y ganar. Las Abuelas siguen recuperando a sus nietos. Las Madres no pueden recuperar a sus hijos desaparecidos, pero ganaron la batalla de la legitimidad y sustentaron un cambio cultural en la sociedad que lleva a un hecho histórico e inédito en el mundo: más de 500 militares, incluyendo a los máximos responsables y hasta ex presidentes, juzgados y condenados por los crímenes de lesa humanidad. ¿Quién hubiera pensado que eso era posible? El poder político que convalidó esos juzgamientos lo hizo a partir de la legitimidad que estas mujeres se habían ganado solas. Muy solas.
Si el miedo es una tecnología, como decía Albert Camus, una tecnología que paraliza, la receta para superarlo es moverse. Como siempre me costó entender eso, las madres me desasnaban poniendo el ejemplo del parto: frente al miedo, la mujer tiene que gritar, pujar, hacer fuerza, sacudirse, para dar vida. Gran lección para varones paralizados.
Más importante que la legalidad es la legitimidad. Pero una legitimidad que no se detiene ante lo legal, sino que lo enfrenta y lo supera. Y así se terminan creando nuevas legalidades. Lograron que esa legitimidad fuese operativa. Práctica. No retórica ni discursiva. Ni siquiera hablaban de “derechos humanos”. Con sólo estar, con sólo presentarse, con su pañuelo y la foto del desaparecido como un medallón junto al pecho, ponían en evidencia la magnitud del crimen.
Todo este proceso no fue empujado por académicos, partidos políticos, bibliografías, universidades, gurúes ni teóricos, sino por personas comunes, madres, padres, hermanos, hijos. Inventaron todo un universo de ideas y acciones que sería infinito contar. Estas personas que no siempre habían terminado la escuela, fueron las verdaderas intelectuales de la época, si eso significa comprender, interpretar la realidad, y actuar en consecuencia. Buena parte de los que se asumen como “intelectuales” se convirtieron en administradores de fondos para estudiar estos temas y hacer libros o congresos. Otros son funcionarios, y otros columnistas de opinión: no es muy claro qué es peor.
Otra novedad de estos movimientos fue lo femenino. No sólo por la notable intervención de mujeres, sino porque pasó a haber una lógica femenina. Si veníamos de una modernidad vertical, estructural, patriarcal, racionalista, objetiva, competitiva, empezaron a aparecer lógicas de organización y de acción horizontales, en red, democráticas, una racionalidad enriquecida y guiada por lo emocional, subjetivo, cooperativo. Pero a la vez, rompieron el lugar común según el cual el dolor enceguece, o no deja pensar. En el dolor, y por él, fueron las únicas que tuvieron ojos para ver y comprender qué era lo que en realidad estaba ocurriendo.
Nunca se comportaron como víctimas. Lo eran, pero no aceptaron el rol de víctimas, que es una forma de control social. No se hundieron en la queja, sino que se fortalecieron en la acción.
Demostraron que una idea genuina de democracia no tiene que ver con el consenso. Estaban solas, pero eran las únicas que tenían razón. Y estando solas, actuaron siempre colectivamente. Hasta Olga fue madre de toda una red de solidaridad, movimientos y apoyo, un tejido que llevó a algo que ella misma no alcanzó a ver en vida: el procesamiento de los dueños del ingenio Ledesma por su complicidad con la dictadura.
Todo lo nuevo
Hagamos saltos arbitrarios en la historia que cada uno rellenará como prefiera, para ubicarnos en el 2001. Allí estaban las Madres trompeando a los caballos de la policía en plena represión del estallido social surgido como consecuencia de toda la etapa Menem-De la Rúa (y siempre Cavallo). Después de la caída del Muro, después del Fin de la Historia, del fin de las ideologías, del progresismo posmo, del imperio de la falta de valores llamado anomia, la gente andaba por las ciudades argentinas gritando “que se vayan todos”, y nacían cantidad de experiencias nuevas, entre ellas lavaca. Y como trabajo periodístico, para lavaca surgió la sorpresa y el acercamiento a otras nuevas experiencias.
Los movimientos sociales piqueteros crearon espacios de educación, producción y nuevas relaciones sociales entre una multitud de desocupados a los que el modelo neoliberal consideraba desperdicios humanos. Es cierto que mucho de eso quedó luego sumergido y diluido en el Estado, como también ocurrió con parte importante de los movimientos de derechos humanos, lo cual deja abierta la discusión sobre ciertos amores que matan, y sobre cómo pensar la propia identidad y autonomía de vuelo para que la relación con el Estado resulte un elemento favorable, y no una jaula.
Las fábricas sin patrón, obreros que a diferencia de los piqueteros lograron entrar a sus propias fábricas, defenderlas del saqueo y vaciamiento empresario. Crearon cooperativas para autogestionarlas, con rol preponderante de la asamblea como órgano de conducción. Muestran que hay otros modos de gestión, pero también otros modos de democracia. Con todo en contra: gobiernos, policías, jueces, izquierdas que los consideraban simples cooperativistas, empresarios que los consideraban comunistas, viejos cooperativistas que los consideraban demasiado horizontales, medios de comunicación que los criminalizaban, y un larguísimo etcétera. En cada empresa eran unos cuatro gatos locos (aunque fueran 200 como en Zanon, u 8 como en Chilavert). Todos eran obreros y obreras comunes y corrientes, sin ideólogos ni gurúes. Sin capital económico, pero con increíble capital humano, con legitimidad, ideas, sentido común, sacrificio y desesperación, lograron dar vida a empresas desaparecidas. Son más de 300. Casi ninguna fracasó, donde sí habían fracasado genios del management.
La movida
Repasemos la lista:
Las asambleas de todo el país en defensa de los bienes públicos: el agua, la tierra, el aire. Vecinas y vecinos, pueblos originarios, comunidades que se plantan frente a corporaciones multinacionales como ha ocurrido en Famatina, Esquel y el resto de Chubut, Loncopué en Neuquén, Mendoza, Andalgalá, Jujuy, Córdoba, Rio de la Plata, Santa Cruz, Comarca Andina, Rio Negro: algunos casos testigo de algo que no se sabe si es un movimiento, o un nuevo concepto cultural de relación con la naturaleza, con el clima y con el futuro. Pequeñas comunidades movilizadas pudieron frenar a verdaderas corporaciones multinacionales apoyadas por gobiernos, jueces, policías y medios. Al mismo tiempo, desnudaron modelos productivos que amplían la brecha social, hacen desaparecer recursos naturales, y enferman el ambiente. Su sola existencia y lo que han logrado muestra el poder de las personas cuando se juntan y organizan.
Las organizaciones barriales que enfrentan las situaciones de exclusión y criminalización de los jóvenes, o el sometimiento al negocio narco (como mano de obra o como consumidores) creando emprendimientos productivos, culturales y deportivos.
Los grupos de familiares y amigos de víctimas de la violencia estatal, de las desapariciones en democracia, del crimen sistemático contra los jóvenes, lo cual implica parte de una nueva agenda de derechos humanos.
También heredan todo este modo de pensarse miles de emprendimientos autogestivos en los que se aplican criterios propios de asociación y de trabajo, con formas de democracia grupal, directa y compartida para tomar decisiones. Grupos que, como las fábricas recuperadas, rompen la cárcel de ser estatal/privado/cuentapropista.
Pueblos fumigados y todos los movimientos de resistencia contra el atrasado modelo de monocultivo, enfermedad, deforestación, concentración de la riqueza, expulsión de la gente de los campos, hacinamiento en las periferias urbanas, clientelismo político y control social a costa del extractivismo y el empobrecimiento social.
Escuelas de gestión social y bachilleratos populares que generan todo un modo nuevo, nuevamente ni estatal ni privado, de hacer la educación.
Grupos de consumidores/consumadores que se suman a la economía social y al comercio justo. Brotes firmes de las experiencias de Agroecología, como visión científica que muestra que son posibles y mejores otros modelos productivos. Todo el pensamiento referido a la Soberanía Alimentaria, a la reflexión sobre lo que comemos y no comemos, para no quedar sujetos a industrias multinacionales que concentran la producción, empobrecen al mundo y nos enferman.
Radios comunitarias que lograron que el Estado, por lo que sea, entendiera que ahí estaba la legitimidad de una comunicación plural y democrática, cosa que todavía no es claro que el mismo Estado haya entendido con respecto a las revistas culturales e independientes, diarios cooperativos y todos los nuevos universos y plataformas de comunicación.
Todo el movimiento de diversidad sexual, que abrió nuevos modos de comprender la identidad, la ciudadanía, los derechos, la autoafirmación.
Los pueblos originarios, que nos enseñan que todo el pensamiento más nuevo, científico y visionario para entender cómo evitar el exterminio del planeta y cómo relacionarse con la Naturaleza, viene de sus cosmovisiones, de esas nociones aplastadas por una Modernidad, que hubiera sido imposible sin el colonialismo. Pueblos que además nos enseñaron que el primer y mayor genocidio argentino no fue el ocurrido en la dictadura.
La lista de experiencias culturales, productivas, educativas, artísticas puede ser inabarcable, aunque, tomadas de a una, siempre parecerán la reunión de cuatro gatos locos. Funcionan de un modo más lógico que ideológico, con sentido común más que con dogmas. ¿Qué características tienen, que estilos de vida y formas de ser representan?
Algunas percepciones:
La forma de nacimiento: En todos los casos, experiencias nacidas de abajo hacia arriba, y no al revés. Raúl Zibechi lo llamó en algún momento “la revolución de la gente común”. Puede ser también una revolución del sentido común, entendiéndolo al viejo, o nuevo, estilo: la capacidad que cada persona tiene de pensamiento, acción, sentimiento, convivencia y capacidad de enfrentar problemas.
La horizontalidad: Es una tendencia, no un absoluto, ni algo perfecto: la vida no lo es. La horizontalidad entendida como nueva forma de relación social, compartida, que rompe la masificación que despersonaliza. Al contrario, potencia lo individual por la posibilidad de acción grupal, asociada, cooperativa, compartida.
La desobediencia: La capacidad de decir no. El psicoanalista alemán Erich Fromm escribió que en la tradición judeocristiana, la humanidad nació de un acto de desobediencia. Si no hubieran desobedecido a Dios, si no hubieran comido el fruto del árbol prohibido, Adán y Eva hubieran sido zombis. Dice Fromm: “El hombre continuó evolucionando mediante actos de desobediencia. Su desarrollo espiritual sólo fue posible porque hubo quienes se atrevieron a decir no a cualquier poder que fuera, en nombre de su conciencia y de su fe. Pero además su evolución intelectual dependió de su capacidad de desobediencia –desobediencia a las autoridades que trataban de amordazar los pensamientos nuevos, y a la autoridad de acendradas opiniones según las cuales el cambio no tenía sentido”.
La creación: La capacidad de decir sí. Todas estas experiencias son pura creación de sitauciones nuevas, inéditas. No hubo libros ni doctrinas que anticiparan o intuyeran siquiera los piquetes, las fábricas sin patrón, la emergencia de asambleas en todo el país, la gestión social y comunitaria de proyectos por fuera del Estado, por poner algunos ejemplos.
La cooperación: Frente a la idea competitiva y liquidadora de un capitalismo del desastre, la exclusión y la fragmentación social, la noción de cooperación para pensar modos de buen vivir y de compartir la realidad.
La diversidad: En todas estas experiencias la gente deja de lado creencias, ideologías, religiones o supersticiones previas, para entenderse y actuar juntos. Asambleas de vecinos urbanos con pueblos mapuche, obreros peronistas, budistas, troskistas, evangélicos y/o apolíticos recuperando juntos una fábrica. El nuevo concepto, hasta en biología, es: la diversidad hace la fuerza.
La alegría: No se trata de la alegría por hacer chistes, ni el simulacro de alegría mediática, ni la excitación consumista, sino la alegría como estilo y disposición frente a la realidad. En todas estas experiencias (derechos humanos, fábricas, asambleas, proyectos de autogestión) pese a que encaran problemas tremendos, o por eso mismo, se percibe siempre un tono de alegría (por estar juntos, por compartir, por estar vivos) que es la matriz de la acción.
Estas experiencias no son masivas. Casi nunca las cosas nuevas son masivas al principio. Pueden ser portadoras de futuro, pero sólo si son capaces de seguir construyéndolo. Son grupos humanos que demuestran que el problema no es el derecho, sino la capacidad de ejercerlo y hasta de crearlo.
Parir la historia
El problema es filosófico y personal: la cuestión no es que alguien conceda la libertad, sino cómo seremos capaces de conquistarla. Más que de derechos humanos, habría que crear lenguajes alrededor de las capacidades y los poderes humanos. Potencialidad de las personas, que dejan de ser objetos de derecho porque, al menos cuatro gatos locos, pretender ser sujetos de su propia vida. Y eso implica poder, no como sustantivo, como una autoridad, sino como un verbo y una acción.
Las historias que nacieron a partir de las luchas por los derechos humanos están preñadas de ciudadanía, diversidad, dignidad, autonomía, naturaleza, democracia, cooperación, desafío, justicia. Palabras gastadas, prostituidas, que vistas de este modo cobran un nuevo valor. Y que, con todas las imperfecciones del mundo, son el debate de esta época.
Más que esperanza, que indica espera, las personas contagiadas por estas situaciones parecen apelar a la confianza, a no esperar sentadas, a la capacidad individual y grupal de pensar, actuar y sentir. Su programa de acción es insólito para estos tiempos: que la vida sea mejor.
Nada está escrito.
Por ahora cabe usar una palabra que conviene pensar con un entramado de confianza, desobediencia y creación.
Esa palabra es: continuará.
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Poner el cuerpo
Pararon a Monsanto, en Malvinas Argentinas (Córdoba). Echaron a Barrick Gold de Famatina (La Rioja). Votaron “No” a Yamana Gold en Esquel (Chubut). Aguantaron la represión en Tinogasta (Catamarca), que incluyó perros entrenados para hincar los dientes en los pechos, quizá el dato más estremecedor que revela quiénes están al frente de estas resistencias: las mujeres.
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El modelo transgénico
El agro como negocio: Eso que llamamos campo es ahora una pieza clave de la especulación financiera. Qué siembran las corporaciones, quién financia las investigaciones, cómo se terciariza el trabajo y cuál es la cosecha que cambió el mapa de la región.
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