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Basta para todas
Silvia Federici. Nació en Italia, vive en Nueva York y es una de las teóricas más interesantes del feminismo actual. Sus investigaciones históricas revelan la relación entre la dominación del cuerpo de las mujeres y el desarrollo del capitalismo.
Es profesora emérita y activista de a pie. En los 70 participó activamente en el movimiento que denunció el trabajo invisible de las mujeres en el hogar. Ahora, en Occupy Wall Street y en las movilizaciones que denuncian la usura en la educación universitaria norteamericana.
Dice que es un momento clave para refundar el feminismo y crear nuevas formas de relaciones sociales, sin jerarquías ni divisiones sexuales del trabajo, donde la maternidad y la crianza se conviertan en tareas de toda la comunidad. Y para poner fin al control que ejercen sobre nuestros úteros el Estado y el mercado.
Estoy comiendo un exquisito pescado al limón preparado por la mujer que escribió lo siguiente:
La caza de brujas fue esencial para la conversión del feudalismo al capitalismo.
Fue un genocidio que representó el inicio de la domesticación de las mujeres.
Significó también el robo de saberes que le daban autonomía al parto.
Y del proceso que transformó la maternidad en un trabajo forzado.
La ventana ofrece una vista magnífica del Prospect Park, en el barrio de Brooklyn. En la mesa hay delicias preparadas por ella misma, que tiene un brazo dolorido y la mano “buena”, la que escribe, cocina y luego, lava los platos, muy inflamada. Está claro que nada la detiene y que nuestra conversación será una ceremonia de encuentro de sabores e ideas que devoro con igual apetito. ¿Café con miel?, ofrece para encender el grabador y la charla.
Silvia Federici es italiana, aunque vive en Nueva York desde 1967, es profesora emérita en la universidad de Hofstra, una de las teóricas más intensas del feminismo actual pero, sobre todo, es una bruja en el sentido que sus textos reclaman: una mujer con actitud y aptitud para despertar rebeldías que desatan nudos, abren cabezas y sacuden sentidos.
Junto a su marido, el filósofo George Caffentzis, nos encontramos en la protesta que organizaron los estudiantes universitarios para denunciar en qué se ha transformado la educación estadounidense: una fábrica de usura. Desde el inicio del movimiento de Occupy Wall Street, Silvia ha estado poniendo el cuerpo en la calle y la cabeza en los pies, y por eso en sus palabras estará siempre presente la esperanza que representa esta época. “Es un proceso que puede llegar a sacudir tantas estructuras como el del 68”, dirá sin exagerar y midiendo la intensidad de las movilizaciones políticas en el lugar donde ella tiene el ojo y la bala: las mujeres. “Estamos en un momento crucial: el momento en que es necesario refundar el feminismo”.
Estos son algunos de sus deliciosos platos:
Movimiento Occupy. “Parece espontáneo, pero su espontaneidad está muy organizada, algo que puede verse en las prácticas que ha adoptado y la madurez que ha mostrado en respuesta a los ataques brutales por parte de las autoridades y la policía. Esto refleja una nueva forma de hacer política que ha surgido de la crisis de los movimientos anti-globalización y anti-guerra de la última década, y que nace de la confluencia entre el movimiento feminista y el movimiento de los bienes comunes”.
Lo comunitario. “Con ‘bienes comunes’ me refiero a las luchas para crear y defender las comunidades de solidaridad y autonomía. Desde hace años la gente ha expresado la necesidad de una política que no sea sólo antagónica, y que no separe lo personal de lo político, sino que coloque a la creación de formas más cooperativas e igualitarias de la reproducción de las relaciones humanas, sociales y económicas en el centro de su trabajo político”.
Un ejemplo: Nueva York. “Acá hubo un amplio debate entre las personas del movimiento sobre la necesidad de crear ´comunidades de apoyo´ y, en general, formas colectivas de reproducción que nos permitan abordar cuestiones de nuestra vida cotidiana. Hemos empezado a reconocer que para que nuestros movimientos prosperen, tenemos que ser capaces de socializar nuestras experiencias de dolor, enfermedad, muerte, cosas que hasta ahora fueron relegadas a los márgenes o fuera de nuestro trabajo político. Los movimientos que no pongan en sus agendas la reproducción de comunidad no pueden sobrevivir, especialmente en estos tiempos en que tantas personas a diario se enfrentan a las crisis de sus vidas”.
Otro ejemplo: la universidad. “El vaciamiento de la educación pública superior a lo largo de la última década debe colocarse en un contexto social en el que, como consecuencia de la globalización, las empresas pueden desplazar a sus trabajadores por todo el mundo, haciendo de la precariedad una condición permanente del trabajo y forzando a constantes re-calificaciones. La crisis financiera y la crisis universitaria se complementan e imprimen sentido económico a un proceso de acumulación y de organización del trabajo que sólo ofrece a los estudiantes la perspectiva de un futuro de permanente subordinación y de continua destrucción del conocimiento adquirido. En este sentido, las luchas estudiantiles actuales, más que dirigidas a la defensa de la educación pública, se proponen modificar las relaciones de poder con el capital para recuperar así el control sobre la propia vida. También refleja la creciente conciencia de que hace falta construir una alternativa al capitalismo y al mercado. Y de que el compromiso colectivo en un proyecto de este tipo no es posible en el entorno académico actual. Cursos rígidamente sintonizados a estrechos objetivos economicistas, clases superpobladas con profesores precarios, mal pagados y cargados de trabajo. Todas estas condiciones contribuyen a devaluar el conocimiento que se produce en las universidades y demandan formas alternativas de educación”.
l regreso del feminismo. “Muchas mujeres jóvenes estaban desencantadas con el feminismo. Muchas tenían razón. Porque el feminismo había sido cooptado y se transformó en algo reaccionario. Yo siempre hago un paralelismo entre el movimiento feminista y el anticolonial. Las Naciones Unidas hicieron lo mismo con los dos movimientos: cuando comprendieron que la lucha anticolonial no se podía destruir, lo transformaron en un movimiento moderado. Y de igual forma, a partir de los años 70, las instituciones internacionales comenzaron a construir otro feminismo, con otro programa, con una gran disponibilidad de recursos. Así, muchas actividades revolucionarias del feminismo fueron dominadas y sofocadas. Naturalmente lo podían hacer porque estas contradicciones estaban ya en el movimiento. Ahora me siento alentada por el hecho de que muchas mujeres jóvenes se identifican como feministas, a pesar de la tendencia de los últimos años de reducir al feminismo a una mera ´política de identidad´. Y esto se debe a que la crisis deja en claro, en primer lugar, que muchas de las cuestiones que estaban en los orígenes del movimiento de mujeres no han sido resueltas. Y que en algunos aspectos la situación de las mujeres ha empeorado. Las estadísticas hablan claro: las mujeres tienen la semana de trabajo más larga y hacen la mayor parte del trabajo no remunerado del mundo, especialmente las más pobres. Mientras tanto, la violencia masculina contra las mujeres se ha intensificado, provocada en parte por el temor a la competencia económica, en parte porque los hombres experimentan la frustración de no poder cumplir con su papel como proveedores de sus familias. Frente a esto, lo que necesitamos es un movimiento radical que sitúe programáticamente en el centro de sus luchas la erradicación de las desigualdades sociales y de las divisiones entre producción y reproducción, entre escuela y hogar y entre escuela y comunidad, todas ellas inherentes a la división del trabajo capitalista”.
l aborto y el Estado, unidos. “Muchos de los logros del movimiento feminista hoy están en peligro. Por ejemplo, el acceso al aborto está siendo constantemente atacado y reducido. Varios Estados están tratando de aprobar leyes que amplían el control del gobierno sobre la capacidad reproductiva de las mujeres. En Estados Unidos fueron más lejos: están acusando de homicido en primer grado a mujeres embarazadas, por participar en cualquier actividad que pueda interpretarse como peligrosa para el feto. En estos momentos hay unas 50 mujeres en la cárcel en virtud de este cargo”.
l aborto y el Estado, separados. “Hay un problema organizativo y político: ¿cómo organizarnos autónomamente, pero al mismo tiempo lograr que el Estado se ocupe de nuestros reclamos? Este es el problema que todos los movimientos deben enfrentar. Y esto depende de definir primero qué tipo de movimiento y qué objetivos queremos, y de debatir cotidianamente cómo mantener la autonomía y relacionarnos con el Estado”.
l aborto y el Estado y nosotras. “No es posible una negociación antagonista con el Estado porque el Estado no te da nada: todo debe ser tomado por la fuerza. Porque la cuestión del aborto, la maternidad, todo lo relacionado con el control del cuerpo femenino, es parte de una tendencia estructural. El cuerpo de la mujer, al igual que los recursos naturales, es un recurso fundamental para este sistema por muchas razones, pero sobre todo por su función de reproducción. Por eso el control sobre el cuerpo de las mujeres y de la naturaleza, en todas las fases del desarrollo capitalista, ha sido esencial: en la colonización, en la guerra, y ahora, en la restructuración productiva”.
l Estado corporativo. “En Estados Unidos, por ejemplo, tenemos un Estado que lucha contra los que no se someten al capital internacional. En Japón, luego del desastre nuclear, la actitud del Estado es más que interesante: se declara impotente. No promete, no se hace responsable, no se siente obligado a cuidar nuestras vidas. Frente a eso es importante y necesario organizarse para repensar cómo es la política capitalista hoy en día, cómo usa el trabajo y el cuerpo de la mujer hoy en día”.
na propuesta. “Una lección crucial que se puede extraer del pasado es la necesidad, frente a las desigualdades de poder, de que las mujeres se organicen de manera autónoma. Para poder describir por sí mismas los problemas que afrontan y para ganar fuerza a la hora plantear sus descontentos y sus deseos. En los años 70 nosotras veíamos muy claramente que no podíamos hablar de ciertos temas en presencia de los hombres. No hace falta que te “silencien”. Las propias relaciones de poder que nos roban la voz también nos expropian la capacidad de describir la manera de operar de dicho poder”.
utonomía. “No tenemos por qué pensar en la autonomía en términos de estructuras permanentemente separadas. Hoy vemos que podemos crear movimientos dentro de los movimientos y luchas dentro de las luchas. Responder, en cambio, a los conflictos que puedan surgir en nuestras organizaciones convocando a la unidad puede ser políticamente desastroso. Más que dividir, la creación de espacios autónomos es necesaria, por un lado, para sacar a la luz un amplio listado de relaciones de explotación que nos impiden actuar, y por otro, para exponer ciertas relaciones de poder que, si no se cuestionan, sólo acabarían por propiciar el fracaso del movimiento”.
as mujeres como categoría política. “Para mí, ‘mujeres’ es una categoría política que califica un lugar específico en la organización social del trabajo y un campo de relaciones antagónicas en el que el momento de la identidad está sometida a cambios y a una contestación continua. Ciertamente, el concepto de ´mujeres´ es un concepto que debemos problematizar, desestabilizar y reconstituir a través de nuestras luchas. Siempre he insistido en mis escritos que debería ser prioritario para las feministas abordar las jerarquías y diferencias de poder entre las mujeres, comenzando por las relaciones de poder determinadas por la nueva división internacional del trabajo reproductivo. Ahora bien, en la medida en que el género todavía estructura el mundo, en la medida en que la devaluación capitalista del mundo productivo se traduce en una devaluación de las mujeres como tales, no podemos desechar la categoría. Salvo, claro, que nos resignemos a tornar ininteligibles vastos fenómenos de la vida social y a perder un terreno crucial de resistencia al capitalismo”.
l desafío actual. “Reconocer aquellos aspectos de la experiencia de las mujeres que fundamentan su subordinación a los hombres, y confrontar al mismo tiempo las diferencias de poder que existen entre las propias mujeres, es hoy, al igual que en el pasado, uno de los principales desafíos de las feministas y de las activistas en todo movimiento social. Esta identificación, desde luego, también entraña riesgos. El más insidioso, acaso, es la idealización de las relaciones entre mujeres, ya que nos expone a desilusiones muy dolorosas. Este es un problema al que las mujeres de mi generación éramos especialmente vulnerables. El feminismo se nos presentaba como un ámbito de protección en el que nada podía afectarnos. Pues bien: lo que hemos descubierto es que realizar trabajo político con mujeres, como mujeres, no nos preserva de luchas por el poder y de actos de ‘traición’. La cuestión, sin embargo, no es huir del feminismo. Que el sexo y el género importan es una lección política irrenunciable. No podemos oponernos a un sistema que ha construido su poder, en buena medida, gracias a la división racial y de género, luchando como sujetos universales, pero desencarnados. La cuestión es más bien qué formas de organización y de control podemos construir para impedir que las diferencias de poder existentes entre nosotras acaben reproduciéndose en nuestras luchas”.
a liberación. “La liberación comienza en casa, cuando aquéllas que están oprimidas consiguen tomar el destino en sus manos. No podemos esperar, por el solo hecho de estar en un entorno radical, que las fuerzas que conforman las relaciones entre hombres y mujeres en la sociedad no tengan efectos en nuestras políticas”.
l futuro. “Lo que se necesita es una lucha colectiva sobre la reproducción con el objetivo de recuperar el control sobre las condiciones materiales de la producción de seres humanos y crear nuevas formas de cooperación que estén fuera de la lógica del capital y el mercado. Esta no es una utopía, sino un proceso que ya está en marcha en muchas partes del mundo: una nueva economía está empezando a surgir que puede transformar el trabajo reproductivo y llevarlo de una actividad sofocante y discriminatoria a un terreno más liberador y creativo de las relaciones humanas”.
a llegó. “Repito: esta lucha no es una utopía. La consecuencia de la globalización de la economía mundial, sin duda, habría sido mucho más nefasta a excepción de los esfuerzos que millones de mujeres han hecho para asegurarse de que sus familias contarán con el apoyo, independientemente de su valor en el mercado capitalista. A través de sus actividades de subsistencia, así como diversas formas de acción directa, las mujeres han ayudado a sus comunidades para evitar el despojo total. En medio de las guerras, las crisis económicas, las devaluaciones, mientras el mundo alrededor de ellas se caía a pedazos, han sembrado maíz en las parcelas abandonadas de la ciudad, han cocinado alimentos para vender en las calles, crearon comedores comunitarios y ollas populares, para interferir así el camino de la mercantilización total de la vida y comenzar un proceso de re-apropiación y re-colectivización de la reproducción, que es indispensable si queremos recuperar el control sobre nuestras vidas”.
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