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Inteligencia Contravencional

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El expediente lo confirma: la fiscal Marcela Solano ordenó a la comisaría 10 poner guardia policial en el domicilio de Claudia Acuña, donde también funciona nuestra redacción. También le ordena al personal policial “identificar a todas las personas de sexo femenino que ingresen y egresen de ese domicilio”. Esto permitió que durante 72 horas la policía pidiera documentos, recabara información entre los vecinos e informara de todos los movimientos registrados a la fiscal. Lisa y llanamente, tareas de inteligencia impulsadas por el fuero contravencional, a partir de un acta donde se investiga la supuesta infracción cometida al pintarse en el piso de una plaza consignas tales como “El Código Contravencional es la coima policial”. Para entender el verdadero motivo de esta persecución, continuamos compartiendo las notas que sobre esa Fiscalía publicamos en nuestro periódico MU. Aquí, la crónica sobre el acoso a los vendedores ambulantes de calle Corrientes.
Crónica sobre los operativos ordenados por la Fiscalía Contravencional N” 3 en Calle Corrientes. Fue publicada en la edición 4 de MU.
Es viernes y estoy vendiendo MU en plena calle. Hace calor y en la avenida Corrientes la vida tiene otro target. Las marquesinas de los teatros ofrecen cuerpos de mujeres con cirugías espectaculares, las librerías bostezan, los cafés están de charla, y allá, como fondo, el Obelisco arde.
Parece una tarde más hasta que la vereda se pinta de azul. Primero, la Guardia Urbana avisa que vienen a desalojarnos. Diez minutos después, llegan los inspectores con la policía. El señor que vende mates por 5 pesos es el primero en desaparecer. Le siguen los artesanos y los heladeros. No hay muchos más, así que sólo quedamos nosotras, Noemí y yo, preparadas para defendernos. Las discusiones son fuertes. Cuando Noemí siente que ya no sirven las palabras salta al medio de la calle y se acuesta sobre las rayas blancas. El semáforo le da ese segundo trágico que pocos observan, hasta que Carmelo, el vendedor de garrapiñadas, corre y la levanta. Los inspectores, la policía y la guardia urbana no intervienen. La gente comienza a gritar. A mí me hacen un acta.
Una hora después, regresan en una camioneta. Esta vez no vienen por nosotras, sino por Carmelo. Él tiene su permiso en orden, pero están allí, rodeándolo, por otra cosa: no tiene gorra, delantal y ropa blanca, tal cual le mandan. Y le advierten: no puede tomar mate. Carmelo guarda sus papeles y la pava sin decir palabra. No es que le sobre paciencia, sino calle: hace veinte años que es vendedor ambulante.
Noemí me cuenta que hace una semana los inspectores le sacaron una foto. Le dijeron que era para tramitar su permiso, pero Carmelo la avivó: era una prueba para acompañar el acta. Hoy mismo, más temprano, durante el primer operativo del día, me cuenta que rogó para que la dejen trabajar. “No tengo para cenar” les dijo. La inspectora le reprochó: “Pero está fumando” . No sabe que Noemí es un tesoro escondido en ese pedazo de vereda desde hace demasiados años. La gente la saluda, la cuida, la mima. Los artesanos le regalan los aritos y collares que vende; las abuelas le alcanzan comida; los jóvenes le comparten sus cigarros. Noemí agradece, mientras sigue tejiendo al crochet las carteritas que vende por pocos pesos. Sus cuentas son igual de baratas: cobra una pensión y paga la habitación de un hotel. De esa suma y esa resta le queda una sola cuenta: comienza cada mes con nueve pesos. Eso es lo que escribió en la carta que dejó en la Casa Rosada, dirigida al Presidente que ella adora porque le contestó. Le otorgó un subsidio que, por miedo, fue a cobrar con un compañero de la pensión que desapareció con la plata. Ahora está ahí, sentada en la vereda, fumando un cigarrillo prestado. “Si tuviera plata me compraría un Lexotanil” , me dice. Y acomoda el cartel que con letra infantil escribió sobre un pedazo de cartón. Sólo dice: “Por favor, una moneda. Tengo 73 años. Los inspectores municipales no me dejan trabajar. Estoy enferma de los nervios” . Pregunto: ¿adónde quieren que vaya Noemí? Pregunto: ¿adónde la están empujando? Llega un nuevo operativo y con él, la respuesta. “Nosotros no estamos acá para contestar preguntas. Le pido por favor que levante sus cosas y obedezca” , me dice el inspector.

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De la idea al audio: taller de creación de podcast 

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Todos los jueves de agosto, presencial o virtual. Más info e inscripción en cursos.lavaca@gmail.com

Taller: ¡Autogestioná tu Podcast!

De la idea al audio: taller de creación de podcast 

Aprendé a crear y producir tu podcast desde cero, con herramientas concretas para llevar adelante tu proyecto de manera independiente.

¿Cómo hacer sonar una idea? Desde el concepto al formato, desde la idea al sonido. Vamos a recorrer todo el proceso: planificación, producción, grabación, edición, distribución y promoción.

Vas a poder evaluar el potencial de tu proyecto, desarrollar tu historia o propuesta, pensar el orden narrativo, trabajar la realización sonora y la gestión de contenidos en plataformas. Te compartiremos recursos y claves para que puedas diseñar tu propio podcast.

¿A quién está dirigido?

A personas que comunican, enseñan o impulsan proyectos desde el formato podcast. Tanto para quienes quieren empezar como para quienes buscan profesionalizar su práctica.

Contenidos:

  • El lenguaje sonoro, sus recursos narrativos y el universo del podcast. De la idea a la forma: cómo pensar contenido y formato en conjunto. Etapas y roles en la producción.
  • Producción periodística, guionado y realización sonora. Estrategias de publicación y difusión.
  • Herramientas prácticas para la creación radiofónica y sonora.

Modalidad: presencial y online por Zoom
Duración: 4 encuentros de 3 horas cada uno
No se requiere experiencia previa.

Docente:

Mariano Randazzo, comunicador y realizador sonoro con más de 30 años de experiencia en radio. Trabaja en medios comunitarios, públicos y privados. Participó en más de 20 proyectos de podcast, ocupando distintos roles de producción. También es docente y capacitador.

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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