Nota
Las de abajo: la historia de las mujeres del subte
Parieron derechos y conquistaron reivindicaciones históricas del gremio. Resistieron patotas y ahora enfrentan al gobierno y la Justicia. Semblanza de una historia a tono con esta época verde. Por Lucas Pedulla
Cuando Adriana Sarlenga entró en 1999 como boletera en la estación 9 de Julio de la línea D, se encontró con que la respuesta al mundo machista en el que vivía estaba abajo de la tierra. Conoció a otras compañeras en la lucha para bajar la jornada laboral de ocho a seis horas, un derecho que habían perdido con la privatización durante el menemismo. Empezó a leer folletería y a juntarse con las trabajadoras más activas. Hoy recuerda: “La empresa me castigó enviándome a una boletería inhóspita, para que pare”.
¿Y qué hiciste?
Aproveché el castigo para armar una red entre las mujeres de todas las líneas.
Por el reclamo de las horas, un día se enteraron de que las querían echar a todas. Solo a ellas. Metrovías apeló a una ley de 1924 que prohibía el trabajo de las mujeres en ámbitos insalubres. En caso de aprobarse la reducción, debía echar a 300. “Yo era sostén único de familia con cuatro hijos”, dice Adriana. “Me puse de los pelos. Propuse hacer una asamblea. Y fui a todas las líneas entregando fotocopias a las compañeras”.
La asamblea explotó en la estación Callao. “Vinieron por primera vez 86 compañeras. Fue algo histórico. Nos conocimos. y al tiempo formamos la Comisión de Mujeres”.
Corría el 2002. Adriana lo cuenta hoy, 16 años después, a sus 60 años, sentada con un pañuelo verde atado al cuello en la sede de la Asociación Gremial de Trabajadores del Subte y Premetro (AGTSyP), más conocido como Metrodelegados, el gremio que parieron hace diez años como parte de una escición de la Unión Tranviaria Automor (UTA) por su complicidad con el desguace neoliberal.
Y lo cuenta desde una sonrisa y una experiencia personal cuyo desenlace permite trazar una línea no solamente con la historia de un gremio que resiste las embestidas del gobierno y de la justicia, sino con la de un país que vive su revolución verde: “Prohibirme fue lo peor que lo pudieron haber hecho. Porque explotamos”.
La UTA que las parió
Otra explosión llegó en marzo de este año cuando la Corte Suprema ratificó un fallo de la Sala II de la Cámara Nacional de Apelaciones que planteaba la nulidad de la personería gremial del sindicato Metrodelegados luego de un recurso presentado por el gremio UTA. ¿Qué pasó? En 2009, el cuerpo de delegados del subte convocó a un plebiscito para definir si estaban dispuestos a armar un nuevo gremio luego de que la UTA propusiera echarlos a todas y todos. Ganó el sí. La personería se aprobó en los últimos días del kirchnerismo. La UTA apeló. El fallo de la Sala II llegó mientras en sede administrativa se discutía cuál de los dos gremios era el más representativo en un acto que se denomina compulsa: cada gremio se presenta a una audiencia donde se cotejan los padrones de uno y otro.
La UTA no se presentó. “Porque saben que si se presentan, pierden”, describe Magalí Aguirre, 36 años, conductora en la línea E. De esta forma, gracias a la decisión judicial de retirarles la personería, el gobierno comenzó a desconocerlos: no sólo firmó un acuerdo paritario con la UTA de un aumento del 15 por ciento en tres cuotas (rechazado por Metrodelegados), sino que el Ministerio prohibió a los bancos los descuentos automáticos de sus afiliados. El aporte compulsivo del 1 por ciento pasó a la UTA.
La búsqueda de la desfinanciación del gremio llegó con suspensiones, descuentos, trabajadores con pedido de desafuero y una brutal represión de la Policía de la Ciudad en Las Heras de la línea H por un paro en protesta de esta embestida en mayo de este año. Hubo 18 trabajadores detenidos y compañeras golpeadas. Adriana suspira: “Me recuerda a todo lo que vivimos y que ya habíamos conquistado”.
Agarrar el volante
Karina Nicoletta entró como boletera a la línea B en 1994. Era su primer trabajo: “Por esa época ingresamos un grupo de personas sin experiencia sindical”, cuenta. Una de ellas era Virginia Bouvet, que se incorporó como boletera a la línea C a fines del ‘93: “Llegué con la privatización”. Tres años después, con 21 años, ya era una de las delegadas más jóvenes del gremio; hoy es la secretaria de Organización de AGTSyP. “Era difícil no tanto por la edad o el género, sino porque esto recién se privatizaba: veníamos de una derrota donde más de la mitad de la gente había volado con retiros voluntarios y lo que quedó fueron las peores condiciones de trabajo”.
Esas condiciones las discutieron también desde la situación concreta de las trabajadoras. Karina: “Las mujeres sólo estábamos en el sector comercial o en boletería. Significaba la menor remuneración con cero posibilidad de una mejor calidad de vida. No podíamos ser guardas ni conductoras. Había concursos y te decían: ‘Sos mujer, no podés acceder’”.
La primera batalla fue entonces contra sus propios compañeros. Virginia: “La discusión la ganamos ahí, porque a todos les parecía normal que estuviéramos en la boletería”. Armaron un petitorio que hicieron circular entre los delegados varones: juntaron más de 1.000 firmas. “Lo hacíamos con ellos porque tenían fueros. Ser activista sindical traía muchos problemas”. En el ‘97 comenzaron los primeros paros para evitar los despidos arbitrarios. “Los ganamos, y entonces la empresa nos empezó a medir. Allí resurgieron las ganas de participar y de organizarse. Ese resultado hizo que empezaran a surgir demandas importantísimas que teníamos las mujeres. Hoy somos el 20 por ciento del gremio, pero antes no podías crecer: te decían que te ibas a jubilar en la boletería”.
El petitorio nunca se entregó. Virginia: “La empresa no quiso recibirlo, pero fue la excusa para hablar del tema. Al año llamaron a las primeras siete compañeras, y en diciembre del ‘97 subió la primera guarda”. Hoy Karina es conductora y secretaria de Género e Igualdad de Oportunidades. Y Virginia escribió el libro Un fantasma recorre el subte: crónica de la lucha de los trabajadores de Metrovías, con parte de esta historia.
Derechos bajo tierra
Luego llegaron reclamos básicos. No tenían agua potable: lo revirtieron. La empresa quiso eliminar el puesto de guarda: lo evitaron. Siguió la pelea por las seis horas para los sectores que no eran considerados insalubres. Como no había diálogo posible, la respuesta fue dejar los puestos de trabajo cumplido ese tiempo. Lo lograron: la empresa los efectivizó. En 2003, y después de varios paros, pelearon la primera recomposición salarial del sueldo de 435 pesos congelado desde 1994: fue del 44 por ciento.
Seguían las tercerizaciones. Virginia cuenta la estafa: “La gerencia se ponía una empresa de vigilancia y de limpieza, contrataban trabajadores y le cobraban al Estado 2.500 pesos por cada uno pero a ellos les pagaban 360. Cuando ganamos las 6 horas, ellos trabajaban hasta 10. Nosotros aumentamos los salarios, ellos seguían con los mismos”. Karina apunta cuál era el sentido: “La precarización de compañeros en el mismo ámbito atenta contra nuestras propias condiciones: es un modelo para ver luego cómo te precarizan a vos. Si somos todos del mismo lugar, entonces peleemos las mismas condiciones”.
Lo consiguieron: sumaron 800 trabajadores a un plantel que ya era de 2.500. Claudia Duré, 49 años, fue una de las que ingresó: hoy es boletera en la línea D y subsecretaria de Deportes del gremio. Deja una imagen de esas jornadas de protesta: “Una vez hicimos diez días de paro en los que no volví a casa. Dormíamos en un telo 3 ó 4 horas. No había otra. Pasé mi cumpleaños ahí adentro”. Milagros aporta contexto: “Todo esto sin el apoyo de la UTA”.
Todavía faltaba la batalla definitiva.
Terroristas & mercenarios
Virginia aporta otro dato: el jefe de seguridad de Metrovías era Miguel Ángel Rovira, uno de los últimos jefes de la Triple A, que en 1975 se exilió del país junto a José López Rega. “Tenía tres modos de clasificarnos: terroristas, mercenarios y apóstoles. Los terroristas éramos el grupo activo y los apóstoles, quienes respondían a ellos. Los mercenarios eran los trabajadores que podían ir de un lado u otro. Somos 2.500, hay muchas corrientes, pero para la empresa somos todos zurdos”.
Las privatizaciones entregaron los subtes a las empresas privadas y dejaron sin vigencia el convenio colectivo por decreto. Virginia: “Era muy bueno, se había firmado en el ‘75 y nadie lo había tocado. Con el menemismo cayó. Y con las privatizaciones también llegaron las ocho horas. Cuando entré convivía con trabajadores que hasta una semana antes habían trabajado seis. Todo eso lo permitió la UTA”.
En diciembre de 2007, el cuerpo de delegados convocó a una conferencia de prensa en el Hotel Bauen. El sindicato mandó una patota que irrumpió en el lugar y los amenazó. Siguieron. En enero de 2008, el Comité de Ética de la UTA (un oxímoron, según las trabajadoras) quiso expulsar a todo el cuerpo de delegados. Virginia: “Todo el 2008 lo pasamos sabiendo que podía terminarse: como gremio de transporte la UTA tiene congresales en todo el país pero el subte está sólo en CABA. Ahí dijimos basta: armemos un nuevo sindicato porque, si nos echan, tenemos que estar juntos”.
Llegó 2009. Llevaron la discusión a un plebiscito en las cinco líneas. Virginia: “Teníamos dos boletas: una por el sí y otra por el no”. Ganó el sí con una participación de 1.900 trabajadores y trabajadoras de un total de 3.200. Karina destaca: “Fue una decisión colectiva. Y ganamos. Sabíamos que teníamos que construir una organización distinta a la estructura verticalista de la UTA. Y la creamos desde la pluralidad. La decisión fue un gremio que democratizara sus estructuras”.
La explosión verde
Estas mujeres fueron parte activa en las acciones por la legalización del aborto. La más impactante fue una realizada días antes de la votación en el Senado llamada Operación Araña, en la que tiñeron de verde las cinco líneas, con música en vivo de Miss Bolivia y Mimi Maura. “La tierra vibró desde abajo”, dice Milagros García, 35 años, conductora en la línea A. “Era obvio que nos íbamos a subir a este pony verde”.
Adriana apunta que sus miradas se fueron transformando mientras participaban de las asambleas de mujeres: “Sentíamos vibrar adentro nuestro ese cambio cultural que necesitábamos”. ¿Cuál es? Karina: “Haber conformado una organización gremial más democrática implicaba tener una perspectiva así. Hoy estamos viviendo en términos históricos una larga lucha feminista que hace mella en nuestras organizaciones. Permite poner voz y disputar las desigualdades que veníamos transitando”. Un ejemplo: construyeron un pliego de condiciones de trabajo que plantea licencias por violencia machista y de cuidado extendidas para los compañeros. Karina: “Es repensar otra forma de construir poder hacia adentro. Lo que veo es que, más allá de la votación, la discusión por el aborto profundizó ese proceso en nuestros espacios aún más”.
Virgnia hace un análisis: “Hay una parte importante que tiene que ver con un empuje social, con la ola feminista, pero todavía a veces hay que plantarse con una posición individual. La ola puede servir para reclamar algo todas juntas, pero después sos vos en tu casa la que no tenés que elegirte un novio machista y poner límites, porque ahí vas a estar vos sola. Es decir que puede servir de marco para que te fortalezcas en las decisiones individuales. Y lo digo porque lo veo en lo gremial: este momento tiene que traducirse en más activismo y en más participación. Porque si bien reconozco que de 850 mujeres hay muchas que se mueven y activan, eso no se refleja en el cuerpo de delegados: son 82 varones y 5 mujeres. Es en parte porque los varones son de acaparar y se eligen entre ellos y, también, porque la mujer no va a fondo. Si la ola nos atravesó profundamente, eso tendrá que verse el año que viene en una mayor representación de mujeres en el cuerpo de delegados”.
Las embestidas siguen.
Las persecuciones, también.
Pero la vibración que provocaron estas mujeres ya es temblor.
Y viene de abajo de la tierra.
Nota
Campaña: Encontremos a las/los nietos de Oesterheld
Nota
Cien

Desde que se inició este año desde el Observatorio de Violencia Patriarcal Lucía Pérez registramos 100 femicidios, casi 1 por día.
La víctimas fueron desde mujeres de 83 años, como Ana Angélica Gareri, en Córdoba, a una adolescente como Pamela Romero, de 16, en Chaco; y una bebé de 3 años en González Catán.
En este 2025 ya registramos 85 tentativas de femicidio.
En el 2025 registramos en todo el país 77 marchas y movilizaciones que se organizaron para exigir justicia por crímenes femicidas.

En nuestro padrón de funcionarios denunciados por violencia de género, podés encontrar el registro clasificado por institución estatal y provincia. Hasta la fecha, tenemos contabilizados 161 funcionarios del Poder Ejecutivo, 120 del Poder Judicial, 72 del Poder Legislativo, 71 de las fuerzas de seguridad y 71 de la Iglesia Católica.

En el padrón que compila datos oficiales sobre denuncias de violencia de género, podés encontrar datos sobre cantidad de denuncias por localidad y la frecuencia con que la recibimos. Un ejemplo: este mes la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) de la Corte Suprema de la Nación informó que durante el primer trimestre de este año recibió un promedio de 11 denuncias por día de violencia contra las infancias.

Otro: el Ministerio Público Fiscal de Salta informó que no alcanzan al 1% las denuncias por violencia de género que son falsas.
En nuestro padrón de desaparecidas ya registramos 49 denuncias.

Lo que revela toda esta información sistematizada y actualizada es el resultado que hoy se hace notorio con una cifra: 100.
Más información en www.observatorioluciaperez.org
Nota
5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje
Pasaron cinco años del femicidio de Cecilia Basaldúa en Capilla del Monte. Tres años de un juicio que absolvió a un imputado sin pruebas. Cuatro fiscales, cuatro policías presos y numerosas movilizaciones, desde Buenos hasta Córdoba, para exigir la verdad, ese compromiso que aún es la certeza que falta.
Fotos y crónica de María Eugenia Morengo para cdmnoticias.com.ar
25 de abril. Cruz del Eje. El GPS calcula unos 2 kilómetros. La entrada a la ciudad está envuelta de un aire viscoso. Una avenida se extiende en silencio y después de atravesarla, la llegada a los Tribunales se convierte en un ritual: una reminiscencia de lo que fue, una promesa de lo que debe ser. El pedido por Verdad y Justicia, es una demanda que crece. Cada letra se ubica en el mismo lugar que ocuparon tres años atrás. Las escaleras de la justicia cruzdelejeña son de un cemento gastado. Raspan, duelen.

¿Qué pasó en Capilla del Monte? El papá y la mamá de Cecilia, Daniel Basaldúa y Susana Reyes, están cargados de bolsas, llenas de carteles con el rostro de su hija, multiplicado. Son como una red que se estira a lo largo de esos 868 kilómetros que conectan a Buenos Aires con el noroeste de Córdoba. El camino recurrente que transitan para llegar a la verdad..
Sin previo aviso, adentro del edificio de Tribunales Daniel y Susana se anuncian. Quieren ver al todavía fiscal Nelson Lingua, quien aún está a cargo de la investigación de la causa, antes de que asuma como nueva fiscal, Sabrina Ardiles. Afuera todavía se respira la niebla. La espera alerta a los policías. Quieren saber si van a venir más personas.
– Lo hacemos para cuidarlos –dice la mujer de uniforme.
Piden datos, intentan tomar nota de lo que es una rutina inventada.
–La policía a nosotros no nos cuida –reacciona Susana y en un intercambio sin sentido, se alejan.
Silvia Rivero es la prosecretaria de la fiscalía, se acerca afuera y los llama. El fiscal se hizo un lugar en la agenda del día viernes. Adentro, el reflejo del piso de tribunales es como un espejo que se extiende, entre mocasines, tacos, alpargatas y zapatillas.
La preocupación de la familia es evidente. El recibimiento del fiscal es cordial. Se explica ante los recientes cambios que pronostican para el mes de mayo a Sabrina Ardiles, como la persona que estará sentada en el mismo sillón inmenso de cuerina, desde donde ahora, les habla Lingua. La dra. Rivero, también explica, y confirma que nunca se dejó de investigar. La necesidad de la confianza es una tregua durante esa hora de reunión, los tecnicismos se suspenden y las palabras se abren en una cronología de datos, guardados en la memoria indeleble de Daniel Basaldúa.

La medida del tiempo de la causa, son las fojas de expedientes que se acumulan. La inspección judicial realizada en el mes de agosto del año 2024, por los posibles lugares donde Cecilia pudo haber estado en Capilla del Monte antes de su muerte, dejó en evidencia la dudosa hipótesis de la anterior fiscal de Instrucción de Cosquín, Paula Kelm, quien había asegurado que Cecilia había llegado por sus propios medios al lugar donde apareció sin vida. Mientras que en el transcurso de estos años, cada vez son más los policías que estuvieron en la búsqueda e investigación, presos por violencia de género:
Adrián Luquez, ex sub comisario, detenido por amenazas con armas de fuego a su pareja. Hoy en libertad, se fue a vivir a San Luis. Ariel Zárate, ex sub comisario de la Brigada de Investigaciones de la Departamental Punilla Norte –preso por violencia de género. Diego Concha, ex director de Defensa Civil, encargado de la búsqueda –condenado a prisión perpetua por el crimen de Luana Ludueña y por la causa de violencia de género hacia su ex mujer, y Diego Bracamonte, ex comisario departamental, a cargo del operativo de la búsqueda –preso por violencia de género.
El tiempo de la justicia es una curva enredada, en apariencia, inofensiva. El tiempo de la justicia es el de las burocracias que definen su forma de proceder. El tiempo, es de una lentitud que lastima. Las letras se vuelven a guardar.
Son las cuatro de la tarde y el sol avanza en la siesta de Capilla del Monte. En la plaza San Martín, alrededor del Jardín de la Memoria, se arman los gacebos, se pone un aguayo, se llena de flores. Rojas, amarillas, lilas, celestes, el monte aún está florecido. Contrayerba, lavanda, romero, palo amarillo, incayuyo, ruda, los sahúmos se arman. Una compañera comienza a preparar el fuego.
Más lejos, sobre la calle Pueyrredón, en la puerta de la Secretaría de Turismo, la concentración crece. Llegan de todas las direcciones. Con tambores y repiques, con banderas y ofrendas. Una combi estaciona, descienden vecinos y vecinas que subieron en Córdoba y en distintas partes del Valle de Punilla.

La batucada suena, es un comienzo en cuenta regresiva. La marcha avanza a contramano. Hay una indignación que toma el ritmo de los tambores, trepa en el repique y todo se hace canción. La calle techada de Capilla del Monte es un anfiteatro de barricadas. Los sonidos viajan a través de la mejor acústica para el reclamo: ¡Vecino, vecina, no sea indiferente nos matan a Cecilia en la cara de la gente. Cecilia presente!

“Este es un día especial y este lugar es especial porque tiene mucho que ver con lo que le pasó a Cecilia”, comienza Daniel en la puerta de la comisaría de Capilla del Monte, “hay muchos policías involucrados en el caso. Ya lo hemos denunciado muchas veces, pero parece que no alcanza”, dice mirando a los uniformados que permanecen parados como granaderos.

Daniel les recuerda que durante el año pasado, la policía de Capilla debió haber realizado notificaciones a tres personas para declarar en los Tribunales de Cruz del Eje, pero no lo hicieron. Las testimoniales pudieron efectivizarse, porque intervinieron los abogados de la querella, Daniela Pavón y Gerardo Battistón. En ese mismo reclamo, la abogada Pavón se acerca y también hace pública la falta de atención institucional que hay para las víctimas de violencia de género en la localidad.

La familia de Ezequiel Castro, asesinado por la policía de Córdoba, se adelante y los abraza. Alguien grita que ahí mismo, en la comisaría, apareció ahorcado Jorgito Reyna, hace 12 años, atado con la manga de su campera a la reja de una ventana, pocos centímetros más alta que él. Que su causa, también sigue impune y que los golpes que tenía no fueron suficientes para demostrar que lo habían torturado. Que a pesar de no bajar los brazos, las familias sienten que el duelo es un proceso tan profundo, como inacabado.

Susana y Daniel permanecen frente a una multitud, observan hacia adelante y hacia atrás. Saben que la comisaría es señalar lo que siempre llega al mismo lugar: complicidad. “A las chicas les pedimos que no tengan miedo, que denuncien -acentúa Susana- que no se dejen asustar con los policías ni con nadie, nadie tiene derecho a venir a violentarnos”.
El espacio público es un canal clave para recordar que los asesinos de Cecilia están libres, “y que muchos andan dando vueltas por acá”, dice Daniel y remarca que no dejarán de venir a Capilla del Monte, hasta que los responsables del femicidio de su hija, estén presos.
La llegada a la plaza San Martín es un círculo de candombe que la nombra. Hace cinco años que se insiste en las mismas palabras, como un tajo que se abre en el cemento, una cicatriz que se agranda en medio de la incertidumbre: ¿Qué pasó con Cecilia?
Tal es el encubrimiento que las responsabilidades se hacen obvias.
La ronda se acerca al altar. Es un asedio a la justicia que falta. Desde el micrófono se invita a dejar una ofrenda en memoria de Cecilia, a conjurar entre todas y todos ese momento, esa memoria. En el centro de una plaza que se anochece, resuena una voz grabada -desde algún punto del Abya Yala- Lolita Chávez, lideresa maya de los pueblos K’iche de Guatemala, habla entre los yuyos que comienzan a perfumar lo que no se puede detener. Cada rama seca que se enciende se hace una intención, un pájaro que se dispara, restos del día que se van:
“Hoy 25 de abril levantamos nuestra fuerza sagrada, y nuestro poder popular feminista. Reconociendo la memoria, la historia, el vientre en la sangre, de Cecilia Basaldúa. Ese femicidio no debe quedar en la impunidad (…). Con la fuerza de nuestras ancestras, con los fuegos sagrados que encendemos, levantamos nuestra expresión de indignación y lo comunicamos a los cuatro puntos cardinales. Para que nunca más haya este tipo de violencias contra nuestras vidas”.
Las copleras y la poesía toman el escenario. Las y los músicos hacen de Cecilia esa canción y en el centro del caldero caliente, el humo abre el cielo: hay una memoria que se desprende y una vida que cambió de idioma.

En medio del algarrobo que sostiene los carteles de Memoria, Verdad y Justicia, una placa de cerámica con el rostro de Cecilia, también observa. El día queda atrás y en el fondo de la noche, las palabras todavía están en suspenso, son un silencio que pronto dirá.
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