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#FueTortura: histórica condena a seis prefectos

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El Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional N°9 condenó a los seis prefectos acusados por las torturas contra Iván Navarro y Ezequiel Villanueva Moya, integrantes de La Garganta Poderosa, ocurridas en septiembre de 2016 en la Villa 21-24. Las penas fueron de entre diez y ocho años de prisión, también por los delitos de privación ilegal de la libertad, lesiones leves y robo agravado y calificado. Fue en la misma sala en la que en 1985 se dictó la histórica sentencia del Juicio a las Juntas. Qué significa esta condena en la era Bullrich. Qué dijeron los efectivos. El abrazo de la calle a los jóvenes. Las palabras de Nora Cortiñas. Crónica de un juicio que dejó un veredicto claro: hay un límite a la violencia estatal y es social.
-Estoy contento. Ahora estoy bien, con mi familia. Yo sabía que iba a pasar esto y por suerte pasó: les dieron condena y se hizo justicia.
Ezequiel Villanueva Moya habla entre abrazos, llantos, risas y un pogo colectivo. Se toma treinta segundos para responder y seguir saltando, abrazarse con Iván Navarro, en un mar de remeras rojas de La Garganta Poderosa frente a Tribunales, después de un fallo histórico: el Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional N°9 de la Capital Federal condenó a seis integrantes de la Prefectura Naval Argentina a penas de entre diez y ocho años por haber torturado a Ezequiel y a Iván durante la noche del 24 de septiembre de 2016, en la villa 21-24 de Barracas.
En todos los casos, el tribunal integrado por los jueces Fernando Ramírez y Jorge Gettas, y la jueza Ana Dieta de Herrero, consideró que los prefectos cometieron los siguientes delitos:

  • Tortura.
  • Privación ilegal de la libertad.
  • Lesiones leves.
  • Robo agravado y calificado.

El tono histórico del veredicto –cuyos fundamentos se leerán el 22 de octubre a las 15 horas- lo marcó el canto con que La Poderosa abrazó a Iván y a Ezequiel en la calle:

  • «A nuestros pibes no tocan más, Patricia Bullrich va a tener que renunciar».
  • «Macri, basura: vos sos la Prefectura».
#FueTortura: histórica condena a seis prefectos

Ezequiel Villanueva llora de emoción después de conocerse el fallo, llevado en andas por Ignacio Levy, referente de la organización La Poderosa.
Foto: Revista Cítrica

La tortura cotidiana

A las 10:30, el Salón de los Derechos Humanos comenzó a llenarse. Entre los banquillos circulaban comentarios sobre la omnipotencia de la sala con un dato histórico: es la misma que en 1985 condenó a la cúpula de la dictadura militar en el Juicio a las Juntas. Treinta y tres años después, mientras la espera se hace eterna, se condenaron a seis prefectos por tortura, privación ilegal de la libertad y robo agravado a dos jóvenes de un barrio popular.
Los acusados entraron a las 10:52. Los jueces, dieciocho minutos después. Todos se paran, protocolo solemne de una espera que no termina y se extenderá hasta las 15, previo cuarto intermedio. El presidente del Tribunal, Fernando Ramírez, comunica que otorgarán el derecho a los imputados de decir sus últimas palabras a los jueces.
Hablaron cinco de seis.
El primero es Leandro Antúnez, uno de los principales denunciados. «Solo quiero decir que no me considero un torturador ni un criminal, sólo una persona que trabaja. Y cometí un error. Lo reconozco. Perdí mi familia, mi libertad. Reconozco que estuve mal. Estoy arrepentido».
Luego, habló Eduardo Sandoval. «Ingresé a la fuerza para tener un futuro mejor», dijo, en el proceso que lo juzgó por torturador. Apuntó que tiene una hija que aún no pudo conocer, que «jamás» estuvo por la “zona” la noche de las torturas y que sólo quiere volver con su familia.
Siguió Osvaldo Ertel, el más extenso. Dijo que se lo acusaba de «cosas» que no cometió, que no estuvo en el lugar, pero se contradijo al final: «Les pedimos disculpas por el momento que les hicimos pasar». También juró que no torturó a nadie: «Yo estaba aparte, no estaba con ellos. Sí fue una falta no haberlo denunciado, pero no era mi procedimiento». Dijo que no son una «banda» ni «malhechores», y que sólo fue «un hecho al voleo, de pasada», como si la tortura a dos jóvenes fuera sólo un detalle de un día de servicio. También pidió disculpas y se comparó con Iván y Ezequiel: «Todos pasamos lo mismo. Ellos a lo mejor se encuentran con miedo, como nosotros. Pero a lo mejor estamos peor, porque estamos encarcelados». Afirmó que, a partir de ahora, no quiere saber más nada con ninguna fuerza. Y sumó una curiosa interpretación del accionar policial en Argentina: «Ahora entiendo por qué algunos tardan tanto en llegar a los procedimientos: no quieren problemas ni quedar detenidos».
Luego, vino Ramón Falcón. El nombre causa comentarios en la sala: Ramón Falcón se llamó el jefe de la Policía de la Capital que reprimió las manifestaciones obreras de principios del siglo XX, como la Semana Roja. Falcón fue el primero que mencionó a Iván y Ezequiel: lo hizo tres veces. «Estoy arrepentido por todo lo que pasaron Iván y Ezequiel. Disculpas a sus familiares por todo lo que pasó. Me gustaría estrecharles la mano». Los jueces le recordaron que el momento es sólo para sus últimas palabras al Tribunal. Solo agregó que estaba arrepentido.
Yamil Marsilli fue el único de los seis prefectos que no habló.
El último fue Orlando Benítez, de cuya arma encontraron casquillos en las zonas denunciadas por Ivan y Ezequiel. También los nombró. También dijo que era una persona de bien. También dijo que no se consideraba ni un criminal ni un torturador. También pidió disculpas con un extraño argumento: «Somos personas, nos podemos equivocar». Cabe destacar que los hechos por los que todos pidieron disculpas, que describieron como «al voleo, de pasada», y que definieron como un simple «error», son los siguientes:

  • Iván y Ezequiel fueron detenidos sin justificación.
  • Los esposaron.
  • Los trasladaron a un destacamento de Prefectura.
  • A Ezequiel lo golpearon y amenazaron en un baño químico.
  • A Iván lo amenazaron y golpearon en uno de los móviles.
  • Los trasladaron a un descampado frente al Riachuelo.
  • Les siguieron pegando.
  • Les ordenaron arrojarse a las aguas.
  • Los sometieron a simulacros de fusilamiento.
  • Les robaron.
  • Los hicieron correr bajo la amenaza de que el más lento sería asesinado.

Luego de las palabras de los prefectos, el TOC N°9 llamó a un cuarto intermedio y postergó el veredicto para las 15 horas. Previo a la sentencia, la Madre de Plaza de Mayo-Linea Fundadora, Nora Cortiñas, sintetizó: «Nunca vi esto. Es una gran parodia. Piden perdón, hablan de sus familias. ¿Y las familias de los chicos que torturaron? ¿Y los pibes? ¿No tienen navidad y año nuevo? ¿No tienen la vida por delante? ¿Por qué no piensan? La policía tiene que empezar a tener cursos de derechos humanos en vez de cómo torturar. Y que sepan que ninguno sale impune de los delitos gravísimos que cometen. Esto muestra que realmente cometieron los delitos por los que son acusados. Se terminaron de inculpar».

#FueTortura: histórica condena a seis prefectos

Iván Navarro festeja que, una vez, fue justicia.
Foto: Revista Cítrica

La condena histórica

Por los pasillos comenzó a circular el rumor de que el veredicto se adelantaría para las 14:30. Finalmente, los acusados ingresaron a la sala a las 15:02. Los jueces no demoraron mucho más: tan sólo nueve minutos, pero parecieron nueve horas. “¿Hasta cuándo?”, era la pregunta que circulaba entre una decena de policías que custodiaban que nadie utilizara celulares.
El juez Ramírez leyó las penas:

  • Antúnez, Ertel y Benítez fueron condenados a 10 años y seis meses de prisión.
  • Falcón, Sandoval y Marsilli, a 8 años y 11 meses.

Todos por los delitos de torturas, privación ilegal de la libertad, lesiones leves y robo agravado y calificado. También tendrán inhabilitación perpetua para ejercer cargos.
En la sala que 33 años atrás había condenado a la Junta militar, se reflejó un canto:

  • «Como a los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar».

Luego, todo continuó donde se construyó esta condena, que primero fue social: la calle.

El límite

Iván y Ezequiel salieron con referentes de La Poderosa sosteniéndolos en hombros. Luego, los abrazó la marea roja. Estaban emocionados, cantando, llorando. Pero también riendo.
“Más allá de la discusión de los años de las penas, lo importante acá es que después de un juicio que duró cuatro meses logramos probar que Ivan y Ezequiel fueron víctimas de torturas, de robos, y que sobrevivieron para contarlo”, dice desde las escalinatas Gabriela Carpineti, una de las querellas de La Poderosa. “Con Iván y Ezequiel llegan las voces de miles de jóvenes de todos los barrios populares de la Argentina por los que no logramos hacer justicia porque fueron asesinados o porque, simplemente, no se animaban a denunciarlo. Porque la falta de acceso a la Justicia, también es impunidad. No festejo que ningún ser humano vaya a la trituradora del sistema penal, pero sí festejo este acto de justicia y este mojón en la lucha contra la impunidad en un contexto de criminalización de la protesta, de hostigamiento a los sectores populares y con un discurso de odio que brota del Gobierno nacional, racista contra todos los trabajadoras y trabajadoras, pero sobre todo contra los pibes de barrios pobres”.
Nora Cortiñas, siempre presente, ahora y siempre, también habló: “Se hizo justicia. Y lo hicieron los jóvenes y la movilización popular. Y también este empeño de los familiares y de los propios chicos que fueron torturados. Qué vergüenza que en la Argentina se siga torturando, ¿no es cierto? Esto es un avance y un fallo muy importante. Hay que seguir la lucha porque es responsabilidad del Estado: basta de criminalizar la protesta y de perseguir a los jóvenes”.


Sobre la calle, Iván se tomó un respiro entre canto y canto, y dijo a lavaca:
-Estaba muy nervioso antes de la sentencia, con mucha impotencia. Pero después escuché todo, salí y vi a mis compañeros. Estoy muy contento. Se hizo justicia, como se tenía que hacer.
Como se tenía que hacer: eso también quedó claro en el veredicto y en esta calle que late.
Hay un límite.
Es por abajo.
Y es social.

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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