CABA
Un mundo sin Carla, por Selva Almada
Selva Almada relata la historia de Carla Soggiu. La escritora narra para MU sus reflexiones y conversaciones con la familia de una víctima de femicidio: Carla Soggiu. La vida de sus padres y de sus hijos, hoy. La cadena de violencias que termina en el desastre. La responsabilidad del Estado, y la memoria como magia. Por Selva Almada.

La familia Soggiu sigue viviendo en la calle Domingo Cabred, en el barrio de Pompeya, donde crecieron sus hijas. Enfrente vivía Carla con su pareja y sus dos hijos. Y en la esquina su hermana menor, Giuliana. El 19 de enero de 2019 Carla llevaba cuatro días desaparecida. Rosana y Alfredo, sus padres, estaban en lo de Giuliana, que estaba embarazada y había comenzado con los dolores de parto. Desde el primer piso de la casa se puede ver la calle, y desde esa ventana Alfredo vio cómo se juntaban vecinos y aparecía un patrullero. Bajó sin decirle nada a su otra hija y caminó hasta el pequeño tumulto, hacia la peor noticia de su vida. Habían encontrado a una muchacha muerta en el Riachuelo y podía ser Carla. La reconocieron por fotos: un tatuaje, un piercing… fragmentos chiquitos del cuerpo de su hija que ya no estaba en ese cuerpo.
Giuliana se fue a parir sin saber nada y cuando llegó al sanatorio, en el plasma de su habitación vio la noticia. Su hija llegó al mundo sin su tía. El cuerpo de su hermana empezaría a ser solo eso, deshabitado de ella, “el cuerpo hallado sin vida” de los titulares de diarios y noticieros; el cuerpo en la morgue; el cuerpo objeto de una autopsia.
Tres años después, Giuliana también se fue del barrio: dejó un buen trabajo, se fue a vivir al sur. No soportaba seguir pasando por todos los lugares donde pasó miles de veces con su hermana.

De la puerta de la casa cuelga un pañuelo blanco estampado con la cara de Carla (el cabello corto, anteojos, una sonrisa luminosa) y las palabras “verdad y justicia”. Amaneció lloviendo y todavía chispea. Los fresnos de la calle tienen las hojas amarillas. Un día típico de comienzos del otoño. Golpeamos y Alfredo entreabre la puerta, conteniendo a tres perritos blancos que ladran y quieren salir a la vereda. Nos pide que esperemos un momento, se lleva a los perros, vuelve, nos hace pasar. Es la casa de su cuñado, antes fue la del padre de Rosana. Ellos viven atrás, pero justo Alfredo, de vacaciones, está pintando la cocina.
Pregunta si queremos café, lo tiene ya preparado; si queremos agua: saca de la heladera un par de botellitas de agua mineral… dice que tuvo que aprender que hay que tener agua y café para recibir a los periodistas y sonríe, una sonrisa rápida. También en estos años aprendió a ir a los juzgados, a reclamar, a golpear puertas, a hablar con funcionarios, a pedir audiencias, a hacer trámites, a juntarse con otras familias a las que también les mataron una hija.
“La primera vez que abracé a Marta (la mamá de Lucía Perez) no tuvimos que decir nada. Cientos de personas me dijeron: lo siento, te acompaño, pero Marta sabe”.

En la agrupación Familiares Sobrevivientes de Femicidio, los padres de Carla encontraron acompañamiento, información, fuerza para seguir peleando por justicia. Alfredo dice que esto no es solo por sus hijas, sino por las hijas de todos, “por las que vendrán”, dice. La estadística confirma esa certeza amarga: el año en que murió Carla hubo 252 femicidios (253 porque su muerte no fue considerada un femicidio por la justicia); 310 en 2020; y 325 en 2021. Desde la agrupación le escribieron ya veinte cartas al presidente Alberto Fernández: le piden una audiencia, que los reciba, que los escuche. Sin embargo ninguna de estas cartas tuvo respuesta.
“La última que le mandamos lo felicité por el nacimiento de su hijo. Porque una cosa no quita la otra. Y porque pensé que así tal vez lo conmovía”.

Rosana entra a la casa, a la conversación, con el pelo largo, suelto, mojado y con el barbijo puesto. Durante un rato solamente veré sus ojos, sin saber cómo es el resto de su cara. Acepta sentarse con nosotros solo un momento porque tiene que ir a buscar a su nieta a la escuela.
Ámbar tenía 2 años cuando murió Carla, todavía no había dejado los pañales ni sabía hablar. El día que su padre ató a su madre, la golpeó ferozmente en la cabeza y la violó, la nena estaba en la casa con ellos. Ese día justo después de Navidad, el 26 de diciembre y cuando faltaban apenas cinco días del plazo que se habían dado Carla y Sergio Fuentes para separarse definitivamente, tal vez porque faltaba tan poco para dejar de tenerla al alcance de su mano, Fuentes puso en escena la última demostración de su violencia machista. Cuando Carla logró liberarse, tomó a su hijita en brazos y no fue a la casa de sus padres, que quedaba cruzando la calle, sino que encaró decidida hacia la comisaría a denunciarlo.

Ángel, su otro hijo, tenía 5 años y pasaba mucho tiempo en lo de los abuelos. Alfredo dice que el nene hablaba hasta por los codos y que Fuentes lo sacaba de la casa para que no viera ni contara lo que le hacía a Carla. En un par de semanas Ángel va a cumplir 9 años, fue elegido el mejor compañero en el colegio y en la escuelita de fútbol. Festejar el cumpleaños después de la muerte de su mamá y tras dos años de pandemia es todo un evento para él y también para Rosana. Ella cuenta, como quien cuenta una travesura, que ya prepararon todo, las sorpresitas, las invitaciones, todo.
Son dos ansiosos, dice Alfredo: cuando llegue el día las golosinas en las bolsitas van a estar húmedas.
A Fuentes lo detuvieron enseguida. Sin embargo, los días posteriores en la vida de Carla fueron de mucho ajetreo: los trámites; trabajar volanteando y limpiando casas; soportar el acoso de la familia de su ex marido que la interceptaba en la calle pidiéndole explicaciones, amenazándola, diciéndole que cómo había sido capaz de hacerle eso a Sergio. En ese torbellino de cosas dejó para después, cuando estuviera más tranquila, la visita al médico. Porque luego de la golpiza, sobre todo golpes en la cabeza, ahí donde Fuentes sabía que tenía la válvula, Carla de a ratos se sentía mareada, confusa. Rosana le insistía para que fueran a consultar al médico y ella que sí, que pronto, cuando escampara un poco.
A los 15 años le habían detectado una hidrocefalia avanzada.
Le hicieron una tomografía y ahí vieron que tenía un monstruo, dicen sus padres. Los especialistas no se explicaban cómo no estaba parapléjica. Había que operarla con urgencia y la familia movió cielo y tierra para hacerlo. Les pregunto si ella tenía miedo y me dicen que no, al contrario, ella les daba ánimos a ellos. La cirugía fue un éxito.
El especialista que la atendió les había dicho que después de la operación Carla sería otra, una nueva, diferente. Y en cierto modo fue así. Alfredo no sabe si por la cirugía en sí o porque justo coincidió con la adolescencia, los cambios en el cuerpo, los primeros chicos.
Tiempo después conoció a Fuentes, un muchacho rollizo, hijo de un policía, que trabajaba medio tiempo en un supermercado. Aunque no les caía bien ni entendían por qué Carla se había enamorado de él, sus padres no se opusieron. Habían criado a sus dos hijas con libertad, les habían enseñado que eran dueñas de sus destinos, que ellas decidían.

Rosana sale y vuelve al ratito con Ámbar. La nena se pone tímida cuando nos ve y recién saluda a Alfredo cuando él le reclama dulcemente: ¿no vas a saludar al abuelo? Cuando ella se acerca para abrazarlo, él le dice “mirá, trajiste una hoja pegada en la suela”, y saca la hoja de fresno, un pedacito de otoño en los pies de su nieta. Ángel va a una escuela de jornada completa, todavía faltan unas horas para la salida. Rosana reparte su tiempo entre las escuelas de los chicos, llevarlos, traerlos, y las actividades de cada uno: patín, fútbol. Antes tuvo la misma dinámica con Carla y Giuliana: estudiaban dibujo, idiomas. Pero además de la escolaridad de los chicos, también se ocupa de tramitar una y otra vez, cada dos, cada seis meses, la Asignación Universal, la única ayuda económica que los hijos de Carla reciben del Estado. Como su muerte no se caratuló como femicidio, los nenes no pueden acceder a la pensión de la Ley Brisa.
En 2018 a Rosana le diagnosticaron cáncer y estuvo buena parte del año con un tratamiento. Alfredo reunió a sus hijas y les pidió ayuda. Ahora los dos piensan que estuvieron tan pendientes de la salud de Rosana que no pudieron ver que a pocos metros su hija vivía la última parte de su infierno doméstico.
No me hubiese contado para no preocuparme, dice Rosana. “Siempre entraba dando un portazo. Hola, bruji, me gritaba desde la puerta”. Ese año pasaron mucho tiempo juntas porque Carla la ayudaba con las tareas de la casa.
Yo no iba casi nunca a su casa, dice Alfredo. Solo en ocasiones obligadas como un cumpleaños o una navidad. No soportaba verlo a él jugando a la play todo el día, sentir la suela de los zapatos pegándose en los pisos. La degradación lenta de la violencia de género: expulsar a la familia, cortar lazos, aislar a la víctima.
Alfredo reflexiona que al fin y al cabo la lógica del Estado se parece bastante: a quien se la aísla en un refugio, la que tiene que esconderse y cambiar sus rutinas y las de sus hijos, es la mujer violentada mientras los abusadores siguen en la calle.
Rosana sospechaba que pasaban otras cosas: dos por tres su hija tenía moretones visibles y cuando le preguntaba Carla le restaba importancia: se había golpeado contra un mueble. Cuando la llamó desde la comisaría ese 26 de diciembre de 2018 para decirle que Fuentes la había golpeado y violado y que estaba allí para denunciarlo, las sospechas se volvieron certezas. La conmovió tanto lo que Carla le estaba contando como su valentía: le había pasado, pero iba a denunciarlo, lo iba a meter preso.
La posibilidad de una vida nueva, empezar de nuevo, salir fortalecida. Fuentes detenido y ella con un botón antipánico, el amuleto que le dio el Estado para protegerse. Este pequeño dispositivo que permite auxiliar a una mujer en problemas empezó a utilizarse en la ciudad de Buenos Aires cuando Mauricio Macri era Jefe de Gobierno. Carla lo recibió unos años después, cuando Macri era presidente y Horacio Rodríguez Larreta llevaba su primer período al frente de la ciudad.
El día que Carla no pudo volver a su casa, activó cinco veces el botón antipánico que aparte de geolocalizar a quien lo acciona tiene la capacidad de registrar conversaciones o sonidos del ambiente que luego pueden utilizarse como prueba en un juicio, por ejemplo. Carla logró comunicarse con el operador: estaba perdida, sabía dónde vivía pero no cómo llegar, estaba en una villa, había barro, estaba sentada en el barro, no sabía cómo salir de ese sitio. Cada vez que ella accionó el botón, el GPS (que no funcionaba porque el contrato con la compañía que se encargaba de que funcionara se había terminado unos días antes y el Gobierno de la Ciudad no lo había renovado ni había contratado a una compañía nueva) condujo al patrullero una y otra vez a la puerta de la casa de Carla, justo allí adonde ella no sabía cómo llegar.
Lo último que registró el aparato fue el sonido del agua. El Riachuelo, donde cuatro días más tarde un empleado municipal encontró su cuerpo.
Aunque la sucesión de hechos es tan clara para cualquiera, para la justicia una cosa no tiene que ver con la otra: Sergio Fuentes fue condenado a seis años de prisión por violar a su ex pareja pero no se tuvo en cuenta el agravante del vínculo. Tampoco se tuvo en cuenta que la paliza que le dio antes o durante la violación dañó la válvula que Carla tenía en la cabeza y que le permitía llevar una vida normal. Ni que, dañada la válvula, ella tuvo el episodio que la llevó a morir ahogada en el Riachuelo. Ni que también falló el botón antipánico, el aparatito al que Carla se aferró hasta el último minuto.
Rodríguez Larreta y Santilli son culpables, sostiene Alfredo. El Jefe de gobierno de la ciudad y su entonces vicejefe son el Estado que debió proteger a Carla y a las tres mil mujeres que en ese momento tenían un botón antipánico.
Mientras charlamos dejó de llover y salió el sol. Caminamos con Rosana, Alfredo y Ámbar unas cuadras hasta el mural que le hicieron a Carla en el barrio: ella sonríe entre flores y colores alegres. Ámbar sabe que esa chica del dibujo es su madre. ¿Qué recordará de ella? ¿Se acordará de ese día, de su padre golpeando y violando a su mamá? Ella estuvo ahí con Carla. El Estado, además de desestimar su muerte como femicidio, además de ser responsable de que el GPS del botón antipánico no funcionara, además de no ayudar económicamente a Ámbar y a su hermano Ángel, tampoco les dio contención ni asistencia psicológica. Entonces nadie sabe qué recuerda Ámbar ni qué impacto tendrán esos recuerdos a lo largo de su vida. Ojalá, a pesar de todo, los recuerdos luminosos logren imponerse sobre los otros, ojalá sea como escribió Ángel hace unos días, en una tarea de la escuela por el Día de la Memoria: “Los recuerdos pueden ser mágicos. Como me pasó a mí cuando recuerdo a mi mamá que ya no está con nosotros, todavía la puedo ver en mi corazón”.
Artes
Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.
Por María del Carmen Varela.
«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).
En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.
El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.
Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.
“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.
Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
CABA
La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
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