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Quiero Lola: Lola Arias estrena Reas y Los días afuera

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Ganó el premio de teatro más importante del mundo al mismo tiempo que dirige y estrena una obra y una película cuyas protagonistas son personas ex detenidas. Su trabajo con “no actores”. La música como hilo en sus creaciones. La libertad a la hora de componer, y el hambre de práctica. La belleza y la luminosidad para no reproducir estigmatización. Las formas del amor y del trabajo para crear otros modos de mirarnos, entendernos y tener poder frente a tanto odio. Por Claudia Acuña.

Quiero Lola: Lola Arias estrena Reas y Los días afuera
Fotos: Lina Etchesuri

Lola Arias baila con los ojos cerrados, las manos al cielo, las caderas libres y su larga cabellera agitada por el ritmo que late desde los parlantes, que soplan la letra del tema que introduce su última película –Reas– y su última creación teatral –Los días afuera– para advertirnos:

Nadie elige su destino.

Nadie sabe qué vendrá.

Lo que fuimos ya no importa.

Lo que viene se verá.

Lola baila en la fiesta que celebra el estreno y la observo con la atención de una estudiante que necesita aprender algo trascedente, no solo por importante sino porque es necesario transmitirlo a la época y a su tribu: cómo se construye poder.

Lola puede.

Puede ganar el premio más importante del teatro Mundial –el Ibsen, otorgado por el gobierno noruego– que “honra a las personas que hayan aportado nuevas dimensiones artísticas al mundo”, por primera vez otorgado a una latinoamericana, por segunda a una mujer y nunca a nadie de su edad.

Puede además tener obras en cartel en Berlín, Londres, Madrid, Roma y, afortunadamente, Buenos Aires, todas a sala llena, coronadas con aplausos de pie y críticas fascinadas.

Puede, fundamentalmente, demostrar así, con estos parámetros que asociamos al éxito, un proceso intenso, largo, profundo, que fue construyendo sin pausa desde que debutó en la escena criolla en 2001 con una obra que anunciaba la irrupción de un peligro que destruye la lógica anterior y funda un nuevo orden: El Reino de los Idiotas.

Puede, en síntesis, aquello que escribió en las últimas cuatro líneas de su tesis de 94 páginas la mexicana Marisa Ortiz Monasterio Giménez Cacho, alguien que nunca vio su obra, pero que la analizó en detalle y en cada uno de sus pliegues durante largos años:

“La principal conclusión que me deja esta investigación es que el mérito de esta artista está, además de en su creatividad e inteligencia, en valorar y ver belleza en las personas que esta sociedad desprecia”.

La pregunta entonces, lo que quizá pueda enseñarnos, es cómo y por qué Lola puede.

Bio con drama

Nació en 1976 y eso en este país lo dice todo. Hija de padre arquitecto y madre profesora de literatura, a los 10 años escribió su primera obra de teatro. Los protagonistas eran ella y un huevo. Sus padres, únicos espectadores, se quedaron dormidos.

Estudió Letras y luego dramaturgia en la universidad pública (UBA) y publicó su primer libro –de poemas– en el año 2000. “Escribir es mi manera de entender el mundo: si no escribiera no entendería nada”, dirá. 

El teatro fue la forma que encontró de dar vida a esos textos y por eso nadó –y uso el término porque practicó desde chica natación, además de danza contemporánea y piano– hasta obtener becas para estudiar primero en el Royal Court Theater de Inglaterra y después, en la Casa de las Américas de España. También hizo cursos con Ricardo Bartis, Pompeyo Audivert, Mauricio Kartum, Alejandro Tantanian y Rafael Spreglburd. 

Formó una banda musical, con la que editó dos discos. De los 24 a los 28 años escribió y dirigió cuatro obras. “La crítica periodística y la difusión de su trabajo en estos primeros años es escasa”, cita la tesista mexicana. Fue en 2007 donde su impronta comenzó a marcar la escena off, cuando creó con artistas de otras disciplinas –cine, artes visuales, coreografía– la Compañía Posnuclear. Parió así una trilogía de obras que la fueron acercando a su tono actual: la subversión de los límites entre ficción y realidad. Y lo hizo colocando en el centro del escenario a un bebé. ¿Cómo hacerlo actuar? ¿Y cómo actúan los otros dos actores profesionales ante esa imposibilidad? ¿Y el público? Esa era la cuestión: la puesta en escena de la ficción, mientras actores y público estaban pendientes del bebé: cuidando la vida.

Desde entonces, Lola se dedicó a profundizar la fragilidad de la escena teatral, asumiendo riesgo tras riesgo, ahí en la cornisa, no saltando al abismo, sino construyendo escalón por escalón aquello que no había, lo necesario para dar el paso siguiente, y avanzar.

Comenzó entonces a realizar sus obras con lo que podríamos llamar “no actores” hasta que los vemos actuar en sus obras. Mendigos, putas, jóvenes nacidos como ella, en dictadura, en sus tremendas versiones argentina y chilena. Obviamente, llegó el reclamo: por qué no se metía con ella misma. Lo tomó como una demanda necesaria, un escalón más a construir para seguir su camino, y creó una obra que narraba una conversación entre ella y su madre, afectada por una grave depresión. Como su mamá no quiso estar en escena, la grabó. La actriz Elvira Onetto actuaba con mímica, mientras se escuchaba la voz “real”.

Lola sigue.

Es tanto lo que hizo –performance, películas, instalaciones, videos, libros,  intervenciones en espacios públicos de ciudades diversas, etc. etc.– hasta llegar a donde quería, a donde necesitábamos ir y no sabíamos cómo: Campo minado significó eso. Encontrar un espacio en el cual llorar las heridas que nos dejó la Guerra de Malvinas. Cuatro años le llevó concretar ese proyecto, que fue película (Teatro de guerra) y pieza teatral interpretada por seis veteranos de guerra: tres argentinos y tres ingleses. Para seleccionarlos entrevistó a decenas de ex combatientes, pero cuando uno de ellos le contó había formado una banda tributo a Los Beatles se dio cuenta que había encontrado lo que buscaba: un hilo de belleza para bordar y abordar el horror.

Lo mismo sucedió con Reas. 

Quiero Lola: Lola Arias estrena Reas y Los días afuera
Nacho –varón trans– y las mujeres ex presas protagonistas de la obra (Los días afuera) y la peli (Reas). Lola e Inés Copertino –encargada de la música en escena– en el centro y arriba: abrazos en equipo.

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Todo comenzó cuando proyectó Teatro de guerra en el penal de Mujeres de Ezeiza. “Sentí el deseo, la necesidad, el hambre de una práctica artística como forma de superar la violencia de ese contexto de encierro”. Comenzó entonces a dictar un taller de cine y teatro, hasta que se sumó a la cárcel otro encierro –el de la pandemia– y se suspendieron todas las actividades, incluso las visitas de las familias. Lola no se rindió: comenzó a buscar a personas liberadas para poder seguir con su proyecto.

Durante cinco años los encuentros fueron “una mezcla de algarabía y goce y llanto y momentos muy íntimos, porque obviamente el teatro moviliza emociones y cuerpos, que son dos cosas que en los contextos de encierro están muy oprimidas, controladas por la institución. Sigo aprendiendo cada día con esas personas cómo, por ejemplo, no ver el horizonte afecta la imaginación”, dirá.

El largo proceso fue decantando el elenco: doce para la película, seis para la obra de teatro. Una es hija de la otra. El rodaje fue en el verano 2021–2022 en la vieja cárcel de Caseros, desde hace dos décadas convertida en set de filmación. “Pero era la primera vez que personas que habían estado en una cárcel rodaban ahí”. Historias reales insertas en una realidad convertida en set de filmación. Un signo más de la relación que urde Lola. “Para mí era muy importante que la película tenga belleza, luminosidad, que muestren su potencia. No queríamos reproducir ni la estigmatización ni el realismo carcelario, sino poner dos elementos en tensión: encierro y libertad”. Y ese vínculo lo encontró cuando entrevistó a Nacho –un chico trans que estuvo varias veces encerrado en el penal de Ezeiza– y le contó que en la cárcel había formado una banda que bautizaron Sin control. Ese era el hilo de seda que necesitaba para bordar esta historia: la música otra vez.

Bailar, cantar, nos hace libres, siempre y donde sea.

Los últimos días del rodaje la persiguieron con una pregunta: ¿Y ahora? La respuesta fue una sugerencia del elenco: “Vos podés hacer teatro”.

Sí: Lola puede.

Apuntes para poder

La pregunta es ¿cómo puede?

Algunas pistas:

  • “En estos proyectos no hay riesgos porque hay mucho consenso”, dirá. Ese proceso es el importante, el que no se ve. Por un lado, lo que significa elaborar la dramaturgia. Son años de escuchar y años de seleccionar qué decir. “Trabajo con lo vulnerable, lo emocionalmente complejo, con poner al otro en una posición en la que puede sentirse incómodo y eso implica hacerse cargo de muchas cosas que hay que garantizar para llegar a hacer una película o una obra. Mucho del teatro que veía como espectadora o que me rodeaba cuando estudiaba tenía que ver con la idea de mostrar el virtuosismo, la potencia, la fuerza. Me pregunté entonces ¿Qué pasa si hacemos teatro de los débiles, de los frágiles, de los que están a punto de caerse del escenario social? Están ahí, y todavía se pueden sostener, pero están al borde de perder la fuerza, no por su capacidad de resistencia, que es muchísima, sino porque cada vez el contexto se las hace más y más difícil. El teatro puede darles algo que necesitan y ellos pueden darle mucho al teatro Pero hacer esto requiere una manera radical de involucrarse. Yo en este proyecto me entregué total y absolutamente. Mi trabajo no se limitó a escribir, montar la obra y lograr que actúen bien; mi trabajo fue lograr construir todo lo necesario para que esas personas puedan hacer eso. Y entonces había que solucionar previamente mucho: lo económico, la cuenta del banco, el monotributo, el cuidado del bebé, y un sinfín de cosas que representan que puedan reinsertarse en el sistema, ser contratadas por un teatro oficial y estar de gira un año por Europa, como haremos a partir de julio”.
  • “Lo más importante de este tipo de proyectos es que son un trabajo con personas”, dirá. Parece obvio, pero no: “Hay muchas cosas que decidimos que no estuvieran por miles de razones, algunas personales, otras porque pueden afectar a otras personas. Para mí lo ético es construir un proceso de colaboración. No soy yo la que decide, sola. Y para eso es necesario construir un nosotres.”
  • “El trato ha sido claro desde un principio: este es un proyecto temporal en el curso del cual se van a convertir en parte de algo muy poderoso. Han experimentado la posibilidad de un modo distinto de vida y han recuperado la conexión social. Lo que hagan a partir de esta experiencia en su responsabilidad”, dirá que les dice a quienes convoca, personas con quienes desde sus primeros proyectos hasta hoy sigue manteniendo vínculo.
  • “No correr riesgo significa, por ejemplo, ensayar esta obra durante diez semanas, ocho horas al día. Es entrenar como un deportista de alto riesgo, porque quienes actúan tiene que correr en escena, saltar, cantar, bailar, mover cosas, todo sin perder el aire. Y repetirlo, y repetirlo, y repetirlo, día tras día”. Ese entrenamiento es el que ahora construye el impacto de la obra, que no da respiro a quien la mira.

Sanar

En las noticias no hablan de las cuatro lesbianas quemadas vivas, tres de ellas así asesinadas, pero en la obra de Lola el tema de la diversidad es el gran protagonista. No solo porque hay trans varón, trava mujer, lesbiana y cis: tampoco porque cada quien enamora al público y lo hace ovacionarles, sino porque construyen entre sí un tejido sensible, algo que han podido y sabido hacer en el peor de los contextos: la cárcel, dirá Lola, incluye la violencia de lo binario. 

“Me da esperanza hacer esta obra y esta película en este contexto porque es necesario mostrar un proyecto solidario, amoroso, de cuidado, inclusivo, que reflexiona sobre situaciones de personas detenidas, pero también sobre relaciones de amor de diferente tipo. Quise transmitir que hay una forma de pensar y mirar a estas personas que es amorosa y es una forma de resistencia a la mirada del odio, de la violencia de discursos discriminantes, racistas, horrorosos”. Es su aporte para transmitir que hay que tejer lazos, redes, abrazos, hasta generar aquello que más necesitamos: otras formas de estar juntes. 

Construir ese imaginario, hoy, en este mundo feo, pesimista, impotente, es construir poder. Concluyo: Lola puede hacerlo porque baila.

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