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Escri-vivir: escritos sobrevivientes
Fueron secuestrados y estuvieron desaparecidos en distintos centros clandestinos durante la dictadura. Ahora se juntaron con un objetivo común: escribir, narrar su memoria, hacer testimonio de la militancia, de la lucha, del cautiverio. Lo que surge de los textos. Lo que tejen como grupo. Y sus reflexiones y esperanzas ante un gobierno que reinvidica la dictadura. Por Lucas Pedulla.
1. Estar siendo
Alrededor de la mesa hay ocho personas, de un grupo incluso mayor, que están juntándose hace cinco meses en este país para hacer algo distinto, de una poética urgente.
Les pregunto cómo quieren presentarse.
Van en ronda:
- “Lucía Fariña, sobreviviente de Puente 12, 79 años”.
- “Eduardo Lardies, 72 años, sobreviviente de Garaje Azopardo. Pasé por Coordinación Federal en condición intermedia de desaparecido por aparecer”.
- “Claudio Niro, sobreviviente de El Vesubio, militante de derechos humanos, 63”.
- “Graciela Daleo, sobreviviente de la ESMA, 76 años”.
- “Inés Vázquez, sobreviviente de El Vesubio, 62 años”.
- “Rufino Almeida, exdetenido desaparecido de El Banco, 68 años”.
- “Mercedes Joloidovsky, 68, sobreviviente de El Vesubio, el Sheraton y la Comisaría 1ra de Ramos Mejía. Mi compañero es un detenido desaparecido, Luis María Vidal”.
- “Margarita Cruz, integrante de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, sobreviviente de La Escuelita de Famaillá, de Tucumán. 71 años”.
- Otra integrante se conecta por videollamada: “Stella Vallejos, ex-presa política de Santa Fe. Estuve seis años, seis meses y veinte días detenida entre el centro clandestino La Casita, la Guardia de Infantería y la cárcel de Devoto. 71 años”.
El pulso de cada palabra es sensiblemente más espeso que lo que puede escucharse en un simple latido del corazón. La forma de escucha es distinta, más profunda: toca nervios, atraviesa heridas sociales, abraza la memoria, cultiva la vida. Por eso hay que darle tiempo a esa escucha, acariciarla, a esto que recorre la piel mientras leas estas líneas.
No están aquí, sin embargo, para hablar de estas historias desde una cronología compacta, delimitada a testimonios que están contando, escribiendo y escuchando hace décadas en exilios, en estrados judiciales, en juicios de lesa humanidad, narrando los horrores de esos mismos centros clandestinos, nombrando a compañeras y compañeros que no están, logrando un mapa con 347 juicios con sentencia y 1221 represores condenados; están aquí porque están creando algo nuevo y hermoso.
El grupo creó una práctica llamada Taller Escritos Sobrevivientes, y hace cinco meses que se juntan y se están contando, se están escribiendo, y se están escuchando, en un gerundio colectivo tan político de seguir construyendo un espacio mientras muchas cosas horribles suceden allá afuera.
Y aquí están siendo, con la memoria llena de vida, ni más ni menos.
2. Rescatar la vida
La idea de un taller así, dice Inés, era de larga data. Con Graciela recuerdan ambas, parieron la experiencia de un seminario llamado “Argentina Posdictatorial: ¿sociedad de sobrevivientes?”, realizado por la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos (AEDD) y la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la UBA, en aquellos años noventa de impunidad y de genocidas libres que paseaban por las calles de los barrios.
“Pensando en las huellas que deja un genocidio en la sociedad y, fundamentalmente, la desaparición de personas, hubo un principio de trabajo de pensar el tema de la sobrevivencia y las subjetividades sobrevivientes”, dice Inés. “A partir de 2003, con la anulación de las leyes de impunidad y la reanudación de los juicios, me preguntaba qué es lo que se espera de los sobrevivientes, porque se fueron construyendo lugares negativos y positivos: si en un momento era ‘por qué se lo llevaron’ o ‘por algo será’, después fue ‘si apareció, por algo será también’. Y con los juicios, el escenario construido, que fue buscado por años, fue el de dar testimonio. Todas son narrativas alrededor de la sobrevivencia”.
Esas narrativas que el esquema y la estructura de los juicios dejan afuera son las que alumbraron el deseo de construir otro espacio, porque sabían que nadie más lo iba a hacer si no eran ellas mismas.
El año pasado rondó la posibilidad de hacerlo en la Biblioteca Nacional. Pasó el tiempo, ganó Milei, y todo se puso en marcha nuevamente a principios de 2024, esta vez desde otro espacio que acercó Graciela, quien además de todo, es correctora de esta revista: así es como se están reuniendo en Mu Trinchera Boutique un sábado de cada mes. Inés ubica: “Como sobrevivientes tenemos muchos años de tomar la palabra. Tiene que ver con los juicios, con la lucha por justicia antes de la reanudación de los juicios, con el espacio público. Con el testimonio, que puede ser judicial o político, pero que hace eje en determinados puntos de la historia, y había una subjetividad de sobreviviente que se fue construyendo fruto de esa misma lucha, que no está escuchada ni tampoco hablada ni escrita. También hay una cuestión cronológica que dicen nuestras edades, tiempos que se van terminando: es parte de la vida, y son aspectos de una experiencia muy particular que se van perdiendo si no quedan, de algún modo, reflejados”.
Graciela: “Hay experiencias de sobrevivientes que han escrito sus vidas completas, su etapa de cautiverio, su vida después, en algunos casos textos individuales, otros colectivos. Pero lo que nos parecía interesante era hacerlo así: trabajarlo colectivamente”. Inés suma: “Hay una hipótesis un poco audaz de decir que existe una subjetividad de sobreviviente. No lo sabemos, y a partir de eso generamos esta posibilidad de escritura y comunicación, con todo lo que supone hacia nuestros interiores. Porque parece que el sobreviviente solo tiene que testimoniar en los juicios. Hemos luchado años para que sea así, pero creamos este espacio para decir otras cosas además de las que se espera que diga un sobreviviente”.
Lucía y un corrimiento: “Reflexionamos sobre aquello que no hablamos en los juicios pero tiene que ver con nosotros, con nuestros compañeros, con todo lo sucedido antes y lo que está sucediendo ahora. Salimos estrictamente de estar en un estrado frente a jueces y un auditorio que espera que testimoniemos exactamente, sin olvidarnos de nada, con toda la angustia que provoca sobre lo que ocurrió en el pasado”. Mercedes: “En ese momento te tenés que acordar exactamente cómo fue el cautiverio, el compañero que viste y el que no. Pero lo anterior es muy importante: cómo era la vida misma, cotidiana. Éramos compañeros que queríamos otra cosa para nuestro país. Rescatar la vida de ellos es vital, porque siempre decimos ‘el compañero murió’, ‘no está más’, ‘se lo llevaron’. Nombrarlos en vida”.
Margarita: “Es una expresión más amplia de nuestras vidas. Somos mucho más que un sobreviviente. Me sigo considerando una militante, es la construcción de mi vida. No es solo lo que me pasa internamente, sino también lo que escucho en los otros escritos. A cada uno le suceden cosas diferentes: en mi caso, aparece el desarraigo. El taller me permite memorizarme. Es ir hilvanando, puntada a puntada, nuestra propia historia”.
Stella se conecta desde la ciudad de Santa Fe: “Con la democracia hubo una tarea de reconstruirnos como personas. El taller es una belleza porque es escribir cómo lo hicimos, cómo sostenemos la memoria, la verdad y la justicia; y cómo seguimos aportando aun con nuestros años. Nos hace pensar y no estar solos ni solas en este contexto arrasador”.
Rufino de cada encuentro se va movilizado: “En nuestros escritos sale otra cosa, más allá del deber de testimoniar: es lo afectivo. Es lo que rescato de nuestra generación, que supo poner sus deseos, su voluntad, sus afectos y su familia en común”.
Mercedes retoma: “Esto también es memoria. Y, obvio, verdad y justicia”.
3. Sociedades sobrevivientes
La metodología que proponen para escribir parte de disparadores: un sábado trajeron una caja con objetos en su interior, en otro se compartieron fechas. Qué ocurre en esas memorias es lo que activa los procesos de escritura. Luego, en cada encuentro presencial se leen y se comentan para enriquecer los trabajos desde una mirada colectiva. En esas búsquedas, hablaron recién de una hipótesis de subjetividad sobreviviente. ¿Qué significa?
Inés: “Para mí hay distintos planos. Uno es que la sobreviviente no es en tanto sobrevivió en un momento en el que la dejaron en libertad, sea del centro clandestino o la cárcel, sino que sobrevivís todos los días. Cada presente es una historia de sobreviviente, por todo lo que trae esta experiencia límite de haber vivido y padecido eso. Pero también supone esa vida: no es que el sobreviviente es eso que pasó ahí, sino que todo lo que fue viviendo y produciendo y reelaborando en cada uno de esos presentes está impactado por esa experiencia. Hubo que remontar 20 años de impunidad antes de los juicios. Es una experiencia indeleble. Hay una parte que es intraducible, y cuando traducís nunca se recepta lo que estás diciendo”.
Graciela: “Ser sobreviviente, por más que se dice ‘ser’, ya no es lo único que nos constituye. También somos muchas otras cosas. Lo que pasa es que la condición de poder atravesar esas experiencias tiene un peso en nuestra constitución que es innegable, pero no siento que sea lo único que soy”. Graciela es docente, Inés es antropóloga y tiene un recorrido académico vinculado a temas de género y violencia institucional, Claudio es antropólogo, Lucía activa la Comisión Vesubio-Puente 12, Eduardo es sommelier. Rufino tiene un trabajo vinculado al cooperativismo: “Me presenté como exdetenido desaparecido. Somos militantes políticos que pasamos por esa condición. Para mí, la condición de aparición con vida es aparecer con la vida que me había propuesto antes del campo. Evidentemente la posterior nunca es igual, pero sí volver a la militancia y no perder las convicciones”. Claudio agrega: “Salimos del ámbito judicial, y acá está la libertad de poder contarlo”.
La memoria narrada de estas personas es profusa, y este país les debe todo: una militancia activa, detectivesca, de sabueso, en tiempos de impunidad, sin inteligencias artificiales. “Porque el juzgado de instrucción no hace investigación: toman las declaraciones y las elevan a un tribunal oral donde se realiza el juicio -explica Lucía-. Pero la investigación sobre los campos, los compañeros que pasaron por ahí, los genocidas a imputar, todo lo hacen los sobrevivientes. De ahí viene la memoria: tuvimos que hacer un trabajo de detectives para llegar a algo que, en realidad, es la punta del iceberg. Hay muchas cosas más que ignoramos”. Eduardo: “Por ejemplo, todavía no sabemos dónde están”.
Les observo, como nieto de abuelo y tío desaparecidos, la importancia de escucharles: cuánto de lo que tomábamos como normal, y que incluso hoy está en crisis, antes no existía. Y que, si existe, es gracias a ustedes, les digo. “Nosotros y otros”, corrige Graciela, y complejiza: “En este último año, si bien celebré la película Argentina, 1985 (de Santiago Mitre, sobre el Juicio a las Juntas, donde ella y muchísimos sobrevivientes más declararon), me sorprendí de que se haya transformado en un boom cinematográfico. Me pregunto qué sucede, ya no con la subjetividad sobreviviente, sino con la del resto del mundo que ve la película y se emociona, pero no sabe nada ni va a una audiencia concreta donde eso mismo sucede hoy”.
Al cierre de esta nota, hay seis audiencias previstas en cinco causas que involucran a 67 imputados, 626 víctimas y más de 400 testigos. Graciela: “Se puede ir físicamente. Me parece que es una incógnita para preguntarse en las sociedades sobrevivientes. Me acuerdo que en el año 98, en todo el relevamiento o recuento de luchadores, nos preguntábamos por qué el sobreviviente estaba ausente. Verificábamos esa falta de registro social. Pasados 25 años, si bien la palabra ‘sobreviviente’ tuvo más lugar por una película, sigue existiendo una distancia entre lo que ves y el acontecimiento concreto”.
4. Siempre que llovió
Todos los presentes, el presente.
Si cada contexto se resignifica en la experiencia sobreviviente, ¿cómo nombrar este presente que habitamos?
Lucía lo siente: “Por la edad que tengo no pensé que iba a ver esto. La ignorancia que hay, la decadencia de un país que se va desmoronando. Es vivir en un caos donde duele mucho ver la miseria y la destrucción”.
“Empecé a militar en dictadura”, dice Inés, y ese detalle ya ubica otro umbral: “Las condiciones de transformación, pero también las de horrorizarse, fueron los puntos de partida. Entiendo el sentimiento pero no lo vivo de esa manera porque empecé a militar así. Hay un proceso mundial de destrucción, una etapa muy crítica del capitalismo, que no puede dar ninguna de las respuestas imaginadas, mientras aplasta el planeta, a las personas, las relaciones y maneras de vivir”. Sí tiene una preocupación: “La falta de un horizonte de transformación, de una idea común de hacia dónde ir. Tenemos algunas ideas de lo que no queremos. Pero, a diferencia de otros momentos de la historia, no está claro el horizonte”. Y valora: “En momentos tan críticos, a veces se abren espacios para pensarlo”.
Este es uno, sabe Margarita, que habla de una época de “confusión y aturdimiento”, pero también del antídoto que están construyendo: “El taller es un cable a tierra desde la historia. Siempre es necesario volver a las raíces. Eso ubica. Soy una persona que trata de no sembrar desesperanza: esto también va a pasar”.
Rufino es sintético, y apela a esa ubicación que da el tiempo: “Pasamos los ‘80 y los ‘90 con muchos menos elementos que ahora”.
Graciela, que comenzó a militar en la dictadura anterior a la del 76-83 (la de Juan Carlos Onganía, que derrocó a Arturo Illia en 1966), lanza un pensamiento: “El escepticismo es para los cómodos”. ¿Qué significa? “A diferencia de otras etapas, una de las cosas más tremendas es que esto que vivimos ha sido votado, lo que nos obliga a pensar muchas cuestiones. Pero, como decía Noé cuando se bajó del arca, siempre que llovió paró; el tema es qué sucede mientras tanto. Esto cuesta vidas materiales y concretas, sueños, destrucciones que las nuevas generaciones tienen que reconstruir en un mundo devastado. Este cambio de era está buscando aniquilar la humanidad y sus valores: la solidaridad, la fraternidad, hasta la pulsión de vida y el deseo de vivir dignamente. Quizás un eje en medio de este derrumbe sea la memoria y la historia, que tienen un rol importante”.
¿En qué? Graciela piensa: “En que esto no es lo único posible. Que no siempre fue así. Y si en otras etapas o momentos de la humanidad fue distinto es porque millones se juntaron y lucharon para hacer frente a eso. Esto no es lo único posible -repite, insiste, respira-. Y esa lucha no la construyen fuerzas del cielo, sino sujetos, individuales y colectivos, personas, clases sociales. Volvamos al viejo concepto de clases sociales, porque un sector minoritario ha concentrado el poder que le dieron para destruir a un tercio de la humanidad. No hay que ser cómodamente escépticos, sino buscar, con las herramientas que tenemos y las que seamos capaces de crear; no esperar resignados la maldición de que va a llover 40 días seguidos, sino saber que habrá momentos donde sólo podamos abrir el paraguas, en otros donde estaremos arriba del arca, pero sabiendo que volveremos a poner pie en tierra y plantar el manzano. Así conservamos esta convicción. Sinceramente, hemos vivido como pueblo situaciones tremendas. Por eso, este no es un momento fatal e irreversible”.
El encuentro termina.
Todas y todos se van con ideas que leerán el mes próximo.
Además de escuchar y aprender, y de volver en los peores momentos a esa pulsión tan vital, quizá, como parte de esta sociedad sobreviviente, el mejor cierre sea una sola palabra: gracias.
Porque el taller no solo es bellísimo, sino inspirador para otras generaciones que necesitamos juntarnos, pensarnos y elaborar, porque este presente no es el único posible.
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