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Venus del Reconquista

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Lorena Pastoriza: la creación en medio del caos. Esta nota es un homenaje a quien fue una de las impulsoras de cómo pararse frente a la vida en medio de la basura, fundar un barrio, una cooperativa de cirujas tras la desaparición de un chico, un campo agroecológico para cambiar destinos y alimentos. Alguien que creó vida y futuro. De José León Suárez al cielo, una historia que inspira y continúa, hasta siempre. Por Sergio Ciancaglini.

Venus del Reconquista
Parte del grupo del campo agroecológico Soy semilla en 2020 (con Damián Odetti a la derecha de Lorena). “La experiencia me hizo pensar en cómo llegué a estar como estoy y cómo lograr que los cuerpos no sigan enfermándose”. Fotos: Nacho Yuchark

Había una vez una mujer que transformó parte del mundo, llegó a pesar 220 kilos y se convirtió en una Venus. 

Permítanme comentar algunas cuestiones llamativas que tal vez ayuden a conocer estas peripecias que tanto nos dicen sobre este planeta y sus inquilinos. Por ejemplo: a esa mujer, Lorena Pastoriza, se le ocurrió junto a su compinche/amigo/hermano Ernesto Lalo Paret (que fue niño ciruja en los 80) la idea de promocionar un Parque Temático de la Pobreza. Se había puesto de moda Temaikén, por lo tanto imaginaron un tour para conocer el ecosistema alrededor de la quema y los basurales de José León Suárez. Lo bautizaron Quemaikén. 

Reía ella contándome esto en su oficina organizada en un tráiler dentro de una cooperativa de cartoneros, con sillas, escritorio, computadora, impresora, heladera, ventilador, adornos y ceniceros entre otras cosas rescatadas y recicladas de los desperdicios. La ocurrencia del Parque incluía un desafío no dicho: reírse de uno mismo, un ejercicio de poder y de autoestima al que no muchos se atreven (y de premonición: ¿hasta dónde llegaría el parque de la pobreza en este vertiginoso 2024?).

Algunos la llamaban simplemente por su bello nombre, ciertos amigos usaban el clásico “gorda” y cada vez más gente, incluso mayor que ella, le decía “mamá”. Su definición sobre la realidad y la irrealidad del país: “Esto es un quilombo” decía, palabras que volaban entre el humo de sus cigarrillos. Muchas veces parecía ser la única persona que sabía cómo orientarse y qué hacer en medio de los quilombos.  

Lorena logró: 

– Fundar un barrio sobre la basura –literalmente– para ella, su familia y gente expulsada de todo, que ya no tenía dónde irse a vivir. 

– Crear un centro comunitario con y para familias que debían comer y vivir de los desperdicios que el mundo les arrojaba. 

– Organizar una cooperativa de cirujas para reciclar la basura, el desempleo y reorganizar vidas. 

– Impulsar un campo agroecológico con otro compinche/hermano, el abogado Damián Odetti, para que los comedores barriales tengan acceso a alimentos sanos y que personas judicializadas o con la vida rota aprendan a cultivar y criar animales. La idea: encontrar un destino que no sea el de la mátrix narco, delictiva o de desocupación crónica.  

– Generar una corriente de afecto, generosidad y participación real muy distinta a las burocracias neuronales y prácticas de mucha gente que se autopercibe como dirigente social o político. 

Pero la enumeración no alcanza: Lorena creó además una especie de universo, de filosofía, de estilo de acción, sin ostentarlo, buscando simplemente resolver problemas y que las cosas funcionen. No formó parte de farándulas políticas, no fue famosa ni celebrity. Pero hizo tanto, que sus andanzas posiblemente seguirán siendo contadas como inspiración, ruptura y creación. Estos serán entonces apenas unos modestos fragmentos y datos para aportar a esa historia del presente. 

La mujer con una de las mentes más libres y creativas que conocí, una vez me dijo: “Peso 220 kilos, me enfermé de diabetes, arritmia, tengo todas las limitaciones que te puedas imaginar. El cuerpo tiene que acompañar a la cabeza pero para mí hay una disociación. No puedo hacer lo que la cabeza manda, lo que mi alma desea, estoy atrapada en un cuerpo estático”. 

¿Cómo lo explicaba? “Mi cuerpo está así por vivir en una sociedad enferma. Como le pasa a miles de compañeras que somos invisibles, que comimos y malcomimos pollo frito, grasa frita, harinas, chicharrones. Viviendo del desperdicio de los otros y dejando lo bueno para nuestros hijos, se nos enfermó el cuerpo”.      

Si estaba atrapada en ese cuerpo estático, ¿cómo logró movilizar tantas cosas esta mujer que el 26 de julio pasado cumplió 50 años? El tiempo fue traicionero con ella, condenada al sobrepeso, la enfermedad y la creciente dificultad de movimientos en los últimos años, mientras paradójicamente seguía creando y tejiendo redes sociales reales. Vuelvo a escuchar grabaciones de charlas que siempre fueron mucho más que notas periodísticas, tratando de alinear los colores del cubo mágico que era Lorena, o las piezas del rompecabezas, aunque esas metáforas cúbicas o planas no sirvan para entender a un alma y unos deseos como los suyos. Tal vez solo esté tratando de demorar la despedida. 

Lorena emigró de este mundo arrítmico: el 5 de septiembre decidió dormir una de sus clásicas siestitas de 15 o 20 minutos en medio del trabajo de la cooperativa de cirujas. Pero su corazón no despertó. 

Dejó un cigarrillo apagado, su computadora funcionando, el teléfono cerca y un universo encendido.  

Venus del Reconquista
La Venus del Reconquista, como bautizó Lalo Paret a esa escultura en homenaje a Lorena que se convirtió en un inesperado símbolo de las mujeres del barrio.

“El quilombo me agita”

Lugar: José León Suárez, San Martín, provincia de Buenos Aires (donde en 1956 un régimen conocido como “Revolución Libertadora” había fusilado a 12 peronistas, crimen clandestino del que algunas de las víctimas lograron escapar y que luego reconstruyó el escritor Rodolfo Walsh en Operación Masacre).  

Fecha: 1998, menemismo explícito. Parte de los basurales empezaron a ser ocupados por gente que no tenía dónde vivir, gracias al desempleo y la pobreza que suele generar el éxito neoliberal. La descripción de Lorena: “Esto era un basural clandestino para camiones que no querían pagarle al CEAMSE (Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado). El intendente de aquella época, Antonio Libonatti (PJ), se ve que iba a dejar estas tierras para un club y para la Iglesia. Pero hubo alguna tramoya en el medio, y para no hacerse cargo los punteros políticos incitaron a algunas familias a meterse acá” explicaba Lorena, que en 1998 tenía 24 años, dos hijos, y había llegado desde Uruguay a los 16. 

“Cuando corrió el rumor me vine a curiosear. Vivía a dos cuadras, en la casa de mi hermana”. La escena debe iluminarse con algunas fogatas y linternas: “Primero sentí miedo. Era de noche, la gente gritaba, ponían palos, se peleaban por un centímetro en el medio de la basura y las ratas. Pero había una mamá con dos nenes. Le pregunté por qué había venido. Se puso a llorar. Y pensé: quiero estar acá. No puedo explicar por qué. Debe ser que el quilombo me agita. Una cuestión de tu sensibilidad, o de qué querés hacer. Después de haberme ido de mi país, venir a este barrio fue poder ser otra vez yo”. Su pareja de entonces no la siguió, y ella se instaló en una carpa en medio del basural. “Era como un iglú, me quedé ahí con mis hijos”.

¿Qué hay que hacer para ocupar semejante territorio? “El primer tema fue limpiar, correr las ratas, empezar a tapar con tierra la basura”. De la tierra salían llamaradas, como si en el suelo se encendieran pequeños volcanes provocados por la combustión de desperdicios enterrados. 

Había otros volcanes. El basural era regenteado por punteros políticos del oficialismo. “Eso era más complicado que las ratas y la basura” contaba hace años Ramón Ocampo junto a Lorena en una breve clase de ciencias políticas: “Tenían el negocio de dejar pasar camiones para tirar la basura cobrándoles la mitad de lo que les cobraba el CEAMSE. Además querían cobrarnos a los vecinos o te mandaban gente a apretarte y pegarte. Y de paso, te afiliaban”. 

¿Qué hay cuando no hay nada?

Lorena seguía agitando: “Un día nos juntamos como mil personas en la avenida, y el puntero hablaba con megáfono. Decía lo que teníamos que hacer y nos pedía los documentos para afiliarnos. Y yo le digo: ¿cuál es tu rancho? Dijo que venía a ayudar. Y yo le contesto: pero estamos hundidos hasta las rodillas en el barro, venimos hasta acá y no se entiende nada de lo que decís. Si tenés tanta influencia sacanos a la policía. Me di vuelta y me fui”. Salió Lorena sin mirar a nadie: “Pero de golpe veo que todos los vecinos se venían atrás mío. Parecía Jesús. Y ahí dijimos: organicémonos nosotros”. Era el 8 de mayo, fecha que quedó para siempre como nombre del barrio. (MU 28: “Vidas recicladas”).

“Armamos los lotes copiando al barrio Libertador que estaba enfrente, ganamos por cansancio y empezamos a meter todo para construir”. Lorena hizo su casa y hasta puso un baño con calefón: “Pero no teníamos donde enchufarlo porque no había electricidad, entonces calentábamos agua en una olla con leña, llenábamos el calefón, y de a uno venían a bañarse a casa en la ducha”. Hacían ollas populares. “En realidad fue tan sencillo como que teníamos que juntarnos para morfar porque no había luz, ni agua ni comida. Uno traía un tomate, otro cazaba una nutria y el guiso se hacía”. Aporte del sector militar, las nutrias llegaban desde Campo de Mayo, sede del Ejército, lo mismo que las iguanas.  

Las familias del 8 de Mayo se colgaron de la electricidad de otros barrios, convencieron a empleados de Aguas Argentinas de que les instalaran mangueras bajo tierra y pasaron la primera Navidad del barrio haciendo ellas mismas esa obra hasta la madrugada. “Y después brindamos con agua”. 

Lorena recibió lo suyo en esa guerra oscura: “Me pegaron con un palo por la espalda, me llenaron la boca y los oídos de basura y se me formó un coágulo en el cerebro que tengo todavía” contaba. La policía bonaerense participaba en cada negocio con agregados propios: “Les cobraban sexo a las mujeres para no sacarles los carritos de cirujeo, y a los hombres los coimeaban o les robaban cosas”. 

Ella y sus vecinos me contaban todo esto sin quejas. “Me di cuenta de lo pobres que éramos. Yo cirujeaba para poder vivir. Creía que era de clase media porque venía de doble jornada en escuela católica, y terminé en la montaña”. La montaña es una cordillera de basura del CEAMSE de unos 20 metros de altura a la que la gente iba a buscar cosas para subsistir si los guardias policiales lo permitían. 

¿Qué se encuentra en esa montaña? “Los residuos de las casas, pero de golpe hay camiones que tiran bolsones de mercadería, carne picada de hamburguesas, toneladas de puré de tomate, fideos, galletitas arroz, verduras, miles de cosas (las llaman ‘con fecha’, cuando no han vencido). Las agarrás para vender, o para juntar para tu comida” me explicaron en el 8 de Mayo. De allí también comían. Lalo, en el tráiler junto a Lorena, recordaba la enseñanza de su abuelo David para atreverse a tales alimentos: “El fuego mata todo”. 

Otros hallazgos en la montaña: pedazos de personas, productos de cosmética, residuos patológicos y hospitalarios, ataúdes vacíos, champú, metales, ropa, plásticos al infinito de todas las marcas de productos imaginables, electrodomésticos fallados o no, animales muertos, quesos, muebles, zapatillas, latas de lo que sea. Lorena: “Todo lo que te venden en la pantalla y nunca vas a poder comprar, después está acá”. El gigante que deja esas 15.000 toneladas diarias de desperdicios es el AMBA: 34 municipios del conurbano y la Ciudad Autónoma deponen aquí algo de sus malos aires, entre otras cosas. Con las crisis como la actual, la cantidad de basura desciende por falta de consumo.    

El número inicial de diez familias que lograron instalarse iba creciendo exponencialmente (hoy son más de 2.000, unas 10.000 personas). Lorena tuvo una idea práctica: crear un centro comunitario, el 8 de Mayo, como lugar de encuentro, olla popular/comedor, jardín maternal, usina de apoyo escolar, con proyectos culturales y deportivos para jóvenes, relación directa con tres escuelas y una red de acciones cotidianas que jamás dejó de crecer. Una vecina, Vivi, contaba: “Conocí esto y fue otro mundo. Vivía encerrada para mi marido, que hacía lo que quería. Acá vi que las cosas son distintas, que hay otra gente, hacíamos cosas juntas, y yo podía ser útil. Me separé, me cambió la vida, mi fuerza fue trabajar en el comedor. Se me fueron la angustia y el mal, porque te cura estar con los demás”. 

Lorena: “Las mujeres son las grandes protagonistas de esto. Los hombres lo padecen muchísimo. El que llega a buscar comida está avergonzado. La mujer no, al revés, se suma. La tarea principal no es la comida, sino que los tipos levanten la cabeza, la mirada. Que se sientan uno más, que charlen. ¿Sabés cuál es la diferencia? Entender que no es lo mismo dar que compartir”. 

Un extra: “Empezaron a cerrar las fábricas de la zona. Nosotros hacíamos ollas populares y nos instalábamos en la puerta para darles una mano a los laburantes”. Las empresas recuperadas de San Martín quedaron así en el mapa de Quemaikén. 

Venus del Reconquista

Crímenes y bellas flores

El menemismo fue sucedido por el delarruismo, llegó la gestión duhaldista tras el 2001 y el kirchnerismo desde 2003, período más favorable pero también lleno de complejidades para el barrio. Decía Lalo (que fue uno de los primeros niños cartoneros del país): “De esa etapa lo mejor que les pasó a los sectores populares es la Asignación Universal por Hijo. Tendrían que haber potenciado eso y sacar los planes, que son una tragedia: tenés dos o tres generaciones criadas con planes sociales en lugar de trabajo. Es la política vieja, clientelar, que anula a la gente”. 

Lorena, de sobrepique: “A nosotros nos parió el hambre pero siempre quisimos ser independientes. Nos relacionamos con el Estado, pero queremos hacer lo nuestro sin depender de la teta de alguien, ni estar en la rosca. Si podemos fortalecer lo que hacemos con algo que nos dé el Estado, perfecto. Pero no esperamos que vengan a resolvernos algo. Hay que respetar tu instinto de supervivencia: si queremos algo lo hacemos, avanzamos, y después vemos”. Mirada amiga pero crítica sobre la izquierda: “Te dicen lo que hay que hacer, y después se la pasan discutiendo que si la marcha, la bandera… el barrio te cambia la cabeza porque tenés que resolver problemas reales”. 

Como al pasar, agregó una duda: “Dejé de tomar por natural lo que estábamos viviendo. Por suerte. O no sé: si no te das cuenta de nada, sufrís menos, ¿no?”. Me quedé sin saber qué contestarle, pero se respondió ella misma: “Sí, sufrís menos, pero quedás atrapado para siempre”.

Un ejemplo ocurrió el 15 de marzo de 2004: para castigar a un chiquito de 15 años que se había escondido en la basura escapando de sus palazos, un policía ordenó a la retroexcavadora del CEAMSE taparlo de desperdicios. El delito: buscaba con su hermano algo que comer y zapatillas para ir a la escuela. Diego Duarte fue enterrado bajo miles de kilos de basura, y su cuerpo jamás pudo ser encontrado. Un desaparecido en democracia, como si la basura se lo hubiese tragado. El crimen sigue impune 20 años después. Lorena no tomó eso como natural, y además de agitar la cuestión se le ocurrió crear una cooperativa de cartoneros para acceder a un espacio de reciclado de materiales. 

Así nació Bella Flor, que ya tiene 200 socios que dejaron de ser cirujas y desempleados para convertirse en recicladores y cooperativistas. Hace un tiempo le pregunté a Lorena en medio de tantos infiernos: ¿Qué cosas sirven para pensar la vida actual? Contestó: “Primero, saber que estamos vivos y activos. Que nos tenemos, y que la salida es colectiva”. Bella Flor es un ejemplo al que le dedicó gran parte de sus energías para que funcionara y garantizara el trabajo de tanta gente. Su foto de perfil de whatsapp es un camioncito verde de juguete con el logo de la cooperativa.  

Logró que esa experiencia productiva les cambiase la vida a cientos de personas, y que el excedente económico se volcase al barrio y al Centro Comunitario (en el que trabajan 20 personas), que además comenzó a albergar y encarar los problemas de violencia contra las mujeres y a la vez los eventos culturales y sociales como cuando andaba Susy Shock por el 8 de Mayo para cantarle a las infancias a pedido de Lorena, o Nora Cortiñas compartiendo resistencias y sonrisas. Andrea Biscione,  la coordinadora del Centro, es otra de las mujeres que reconoce que le cambió la vida, y tiene estadísticas sobre la situación barrial actual: “En diciembre entregábamos 200 tuppers de comida. Hoy son 600”.  

Libros a la cárcel

“Lorena hacía todo trabajando 24 horas por 7, pero nunca estaba desbordada. Pintaba un centro de mesa, mandaba a comprar una goma para el camión, preparaba las cartulinas para los cumpleaños de los chicos en el Centro y se iba a una reunión con diputados o funcionarios mientras organizaba una fiesta para el barrio, coordinaba con empresas y organismos la llegada de material para reciclar en la cooperativa, y tenía en mente perfectamente cómo garantizar los insumos para el comedor y los tupper del día siguiente. Todo al mismo tiempo” relata Damián Odetti. “No sé cómo hacía, pero cada cosa que se imaginaba la ponía inmediatamente en marcha como sabiendo de antemano qué hacer para que funcionase, y hacía milagros con la plata disponible para que alcanzase para todo”. Alcanzó incluso para colaborar con la creación de una biblioteca en la cárcel de San Martín, parte de toda una movida barrial que permitió crear el CUSAM (Centro Universitario San Martín) con la posibilidad de que presos y guardiacárceles estudien la carrera de Sociología. De allí egresó un ex detenido, Waldemar Cubilla, que se recibió con el promedio más alto de la Universidad y con una tesis sobre la Cooperativa Bella Flor y el trabajo ciruja. La cárcel se incorporó también al Parque Temático, y todo esto luego se organizó más formalmente en la Mesa Reconquista que reúne al Centro Comunitario, otros diez barrios del área, empresas recuperadas, escuelas, cooperativas, bibliotecas populares como La Carcova (que creó el propio Waldemar en esa villa, al quedar libre), radios comunitarias, merenderos, y la UNSAM.

Lalo no usa la palabra activista: “Lorena era una activadora perfil zócalo, bajísimo. Pero no la mandaba nadie. Lo que quería era que las cosas se hagan, que se puedan tocar, que sean realidad”.

Ella iba además haciendo un ejercicio con las ideas, a lo cartonera: separando las que servían de las que no. Ejemplo, casi otro recuerdo del futuro: “¿Sabés por qué las orgas y los partidos machacan con la causa, la militancia, lo políticamente correcto, repiten latiguillos y nadie les cree? Porque hay mucha impostura. El cambio no es el de los 70, lo de bajar de no sé dónde y tomar el poder. Y tampoco es discursivo. El cambio es acá –dijo tocándose el pecho– soy yo, es cada uno. Y si es sincero, el de al lado se transforma por contagio, por acciones y no por discursos”. Su teoría: “Las organizaciones sociales no se miden por los ladrillos, las casas que hizo o cuanta guita tiene en el banco. Se mide por la transformación de las personas, del sujeto social”. 

En la época de la pandemia anticipó parte de lo que se está viviendo en estas extrañas tierras: “Era previsible que manipulando los ecosistemas, comiendo mierda y poniendo lo económico por encima de todo nos diéramos una piña. Hacia adelante pienso que los hijos de puta van a ser más hijos de puta todavía porque ya se están preparando para usufructuar lo que quede de todo esto en el ánimo de la gente”.  

Algo muy loco

En los últimos tiempos ocurrió otro evento asombroso, que cuenta Lalo: “Ella fue siempre una madraza. Tenía sus hijos (Facundo y Elías, y una hija del corazón, adoptada, María) pero cada vez más gente la llamaba mamá”. Se emociona: “La Gorda era de las que te cuidaba, pero no se dejaba cuidar”, y vuelve al evento asombroso: “Una artista, Gabriela Arias, hizo una escultura como homenaje a Lorena y se la regaló. Una gorda con un vestido de colores (inspirada en las obras de la francesa Niki de Saint Phalle). La bauticé ‘La Venus del Reconquista’. Y pasó algo muy loco. La pusimos en la calle para que la gente la viera, con flores, y con el asunto de que los santuarios del Gauchito se están viniendo abajo, la gente empezó a jugar con eso y algunas personas empezaron a decir que la Venus les había cumplido no sé qué deseo. La pusieron en Bella Flor, y le dejaban papelitos con pedidos o la tocaban para que trajera suerte. La Venus se convirtió en la representación no solo de Lorena, sino de las mujeres del barrio”. 

Ríe Lalo: “Ella medio se enojó primero, pero no te puedo explicar la emoción al ver que las mujeres se sentían simbolizadas por una obra de arte. Y se terminaron armando talleres de cerámica, de tejido, obras de las vecinas y los pibes y hasta un festival con todas las mujeres migrantes del Reconquista y otro sobre los cuerpos y el territorio”. Me manda un whatsapp con un video que muestra a la imagen de la Venus que parece bailar sobre la basura reciclada y se escucha a las mujeres recitando un texto de Nancy Salvatierra, de la Mesa Reconquista: “Somos esta piel. Somos este cuerpo. Somos la imperfección en libertad. Somos gordas, diosas, somos indulgentes y atrevidas. Somos tierra, basura, muros, barreras”. Dicen también: “Damos las manos, el hombro, las lágrimas. Damos el pecho y el alma. Parimos, abortamos, odiamos y amamos. Celebramos, festejamos y sufrimos. Gozamos, bailamos y reímos. Nos fortalecemos las unas a las otras. Rompemos, destruimos lo correctamente establecido. Nos rompen, nos hacen pedazos, nos entierran. Nos marchitamos, renacemos, crecemos, y nos transformamos en este inusitado territorio; Área Reconquista”. Pura filosofía Lorena, y tres palabras: “Todas somos todas”. 

La droga y el cielo

Lorena y lo narco: “Con la recesión hay cada vez menos basura, menos fuentes de trabajo y más gente en la calle. En el barrio eso se traduce en descomposición. Arranca en pedazos a la familia, la destripa. Y aparecen las drogas que son las nuevas armas que usa el sistema para hacernos pelota”. 

Con los ojos abiertos de asombro: “Antes no había los muertos que tenés hoy, la violencia. Hay uno por semana. Están cambiando las formas de matar y de morir. Hoy se usa prender fuego, como ves en las series narco. Acá lo violento fue siempre la pobreza, la discriminación, la exclusión. Ahora, además, está esto otro. Atrás se esconde un negocio donde están la policía, el fiscal, el juez y el político, pero solo cae el gil que es un vecino que se hace transa para vivir”.

En ese contexto Lorena imaginó con Odetti un nuevo proyecto: Semilla Soy, el campo agroecológico de 3 hectáreas heredado por el abogado en Río Luján, que dedicaron a la producción agroecológica de carne (ternero y cerdo) y verduras para abastecer al menos en parte a los comedores de José León Suárez. Y además, para albergar allí a familias o personas judicializadas para trabajar con un horizonte distinto. “Es otro modo de ver el mundo. Alimentarte de lo que estás produciendo es un poder, y es maravilloso”. (Ver MU 152: “La vida está en otra parte”y el libro de lavaca Agroecología-El futuro llegó). 

Observó otra cuestión: “Para mí también esta experiencia es curativa. Es colectiva, pero cala hondo en lo personal porque estamos viendo en qué nos convertimos. Me hizo pensar mucho en cómo llegué a estar como estoy y cómo dejar algo distinto para que los cuerpos no sigan enfermándose”. 

Me dijo hace un tiempo: “Si pudimos generar viviendas desde la basura, trabajo desde la basura, educación, arte, cultura, en el campo agroecológico pensé que otra vida es posible. Otra forma de alimentación, de relacionarnos entre las personas. Por eso le pusimos ‘Semilla soy’: pensar que tengo algo para crecer, para transformar, para dejar, para empezar nuevos ciclos colectivos con nuevas semillas. Porque ahí está la vida que crece. Llamalo esperanza, utopía, lo que quieras. Una forma de vivir y de compartir que nos dé… no sé cómo decirlo: que nos dé un cachito de cielo. No sé si se entiende”. 

Dijo también: “Una sabe lo que hay que hacer, lo que está bien. Entonces no vine a esta vida para no hacer nada, para quedarme quieta. No. Prefiero saber que cuando me vaya pueda decir: hice todo lo que tenía que hacer, en serio. Y no lo siento como un sacrificio, creo que al revés, es una vida muy rica, muy linda”. Y repitió: “No sé si se entiende”.  

Posdata: Gracias infinitas Lorena por todos los cachitos de cielo que dejás en este mundo para que no nos traguen los quilombos, y para contagiar cómo reciclar la vida. No sé si se entiende.

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La comunidad organizada: triunfo vecinal en Villa Lugano

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La gestión encabezada por Jorge Macri desde hacía ocho meses estaba obstinada en hacer una obra para eliminar pasos a nivel a través de túneles que traerían un abanico de problemáticas para el barrio. Las y los vecinos que se organizaron pese a no ser escuchados por los funcionarios ni por la justicia, lograron frenar esa obra de casi 4.500 millones de pesos encarada por la Ciudad y AUSA (autopistas). El estudio de impacto ambiental que el gobierno no atendió. Los absurdos de una construcción que fragmentaba físicamente al barrio. La audiencia pública con más de cien vecinos en contra, y ninguno a favor. El día en que decidieron atarse a los árboles centenarios para que no los arrasaran. Las voces de quienes se plantaron y dieron vida al colectivo “No dividan Lugano”, que tras la victoria se plantea un tema crucial: ¿cómo vivir mejor? Por Francisco Pandolfi.

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Tierra sin mal: Cooperativa Ivy Maraney

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