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¿Cuál es tu cepo?

Dos preguntas mientras sucedía la marcha de jubiladas y jubilados en Congreso de este miércoles 16. Una de esas preguntas le cabe a toda la sociedad: ¿Cuál es tu cepo? Palabras, hechos y “daños colaterales” durante una nueva ronda del sector más movilizado contra la situación actual. Pablo Grillo, el fotógrafo herido por la policía, y una nueva operación. Y cómo se está atacando el verdadero sentido de la palabra libertad.
Por Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla
Entre gendarmes, prefectos, aeroportuarios y federales que intentan –sin éxito– ponerle un cepo a la manifestación en las calles de jubiladas y jubilados. Entre cacerolas y latas de dulce de batata golpeadas con botellas de plástico. Entre silbatos y cantitos sobre qué feo de ser pegarle a un jubilado para poder comer o qué vergüenza pegarle a un jubilado por dos pesos con cincuenta. Entre una movilización que registró una persona detenida y según la Comisión por la Memoria al menos 116 heridas (entre ellas una niña de 13 años, un joven de 16 y decenas de jubilados, la mayoría con quemaduras por el lanzamiento de gases químicos, pero también por golpes con palos y escudos). Entre vírgenes de Luján y carteles que denuncian las políticas de desguace. Entre banderas y remeras que exigen justicia por Pablo Grillo, las voces de la vanguardia de la lucha contra este gobierno: jubilados y jubiladas –que la repetición valga lo político– contestan dos preguntas bien concretas, en medio de celebraciones libertarias de cepos económicos, devaluaciones camufladas y genuflexiones monetarias internacionales:
- ¿Cuál es tu cepo?
- ¿Cómo seguimos?

Beatriz Blanco, la jubilada atacada hace un mes por la policía, marchó con su propia imagen en la tapa de la nueva MU. Fotos Lina Etchesuri/lavaca.org
Viaje a la verdulería
Oscar tiene un cartelito. Un cartel. Un cartelazo, en realidad: “Con 71 años lucho porque la dignidad no la negocio”. Dice: “Te cuento el cepo de hoy. Fui a comprar un pedazo de queso fresco y me quedaban 28.000 pesos hasta fin de mes. Me costó 4.500 pesos y lo tuve que pagar con la tarjeta de crédito. Es un cepo que nunca había tenido en mi vida y se llama pasar hambre”. Afirma, digno: “La lucha no se deja, la calle no se abandona. Esto algún día va a cambiar, yo estoy seguro que va a cambiar”.

Mirta, de Lanús, 71 años. Su cepo: “Gano la mínima después de haber aportado 40 años, es una aberración, nunca hemos vivido algo así. Mirá que he vivido gobiernos, eh, pero como esto nunca. No podemos salir a ningún lado. Voy a la verdulería y tengo que comprar 4 papas, 3 manzanas. Tenemos que elegir entre la medicación o comer, así de sencillo”. Así de complejo, ¿cómo se sigue? “Luchando para que esta gente se vaya de una vez por todas y para que construyamos un cambio estructural”.

Fotos Lina Etchesuri/lavaca.org
La vanguardia y la milanesa
Hernán, 75 años, artesano. Su cepo: “Seguir trabajando a mi edad. No podría vivir si no, con la cantidad de remedios que tengo. Tengo gratis solo el de la diabetes”. Cómo seguir: “Parece que la única forma que tenemos de cambiar las cosas es en la calle. Pero es una lástima que la vanguardia de lucha seamos nosotros, es horrible. Deberían estar los estudiantes, los sindicatos, no los jubilados al frente”.
Cristina, 78 años, casi 79. “Mis cepos son todos. Si pago una cuenta, no puedo pagar otra. Así vivo. Nos gobierna una manga de atorrantes, chupasangre, desgraciados. Desde Mauricio Macri en adelante es imposible afrontar el día a día”.
¿Qué nos queda? “Lo único que nos queda es un plan de lucha, rebeldía y resistencia. No queda otra, te lo dice esta vieja que es de la década del 40, cuando en el país ni siquiera se hacían alfileres, nada de nada de nada”.
Mario (70), Beatriz (79), Rubén (72) y Felipe (76) integran el Movimiento Activo de Trabajadores y Jubilados. Mario: “Mi cepo es la carne. Con lo poco que tengo casi la dejé de lado, como máximo algún día una milanesita preparada, pero hasta ahí, el asado ya no existe”.
Beatriz: “Mi jubilación es de 493.000 pesos mensuales, así que vivo gastando lo menos posible. Vivo con mi hijo, que es un trabajador activo y eso me ayuda. Hoy mi cepo está en los libros. No me puedo comprar ni uno, no puedo ir al teatro, ni al cine. El domingo me gustaría ir al teatro a ver la última función de Miguel Ángel Solá, que es maravilloso. Esas actividades no las puedo hacer más y también son importantes. Trabajamos toda la vida para eso, y ni así”.
Rubén. “Yo visualizo dos cepos para tratar de ser sintético. No soy poeta, pero sí puedo hacer una síntesis. Uno es mi futuro, con el acotado tiempo que nos queda, y otro es exactamente lo contrario que este gobierno propone y propagandiza: mi libertad”.
Felipe: “Mi cepo está en la alimentación y los remedios, porque los servicios los tengo que pagar sí o sí. Por más que el gobierno anterior era un desastre, no era de esta manera, se podía tomar el colectivo, pagar la luz y teníamos los remedios. Estábamos mal, pero ahora estamos hundidos”.
Entre los cuatro, comparten un plan para el futuro: “Este es un gobierno que aplica el ajuste marcado por el FMI, esa manga de usureros que aprietan a todos los países del mundo. Acá estamos en manos de un gobierno agarrado de pies y manos y al que no le importa el destino de nosotros ni de los trabajadores. Están llevando a cabo un ajuste criminal oncológico y la única forma de hacerlo retroceder es parando el país, no hay otra. Un plan de lucha con paros y movilizaciones hasta hacerlo retroceder y poder imponer otro plan al servicio de la necesidad del pueblo trabajador”.

Fotos Lina Etchesuri/lavaca.org
¿Dónde ir?
María Elba, 78 años, camina y tose por los gases que ya empiezan a surcar el aire, porque la marcha se hace igual, a pesar de las cuatro fuerzas federales, los ojos que lagrimean y los –al menos– seis drones que se dejan ver en el cielo. Su cepo: “Ninguno, porque soy jubilada y no tengo nada, ¿o querés que te mienta como miente este gobierno? ¿Te parece que no tenga un plato de comida a los 78 años?”.
Cómo se sigue: “Con esto –dice y señala la marcha que resiste y persiste–. Que los jóvenes nos acompañen y que no se olviden que nosotros ya vivimos cosas feas y jodidas”.
Alicia, 76 años, chaleco rojo y gorra roja de Jubilados Clasistas. Su cepo: “Que no pueda llegar a fin de mes”. Piensa en su hija y en su nieta por cómo se sigue: “Organizándonos de forma independiente para no depender de la CGT que siempre cuida su quintita. Aquí seguimos los miércoles, con un montón de organizaciones más, por el destino de ustedes, porque no se van a poder jubilar. La lucha es en conjunto con la juventud”.
Estela, de 81, con bellos rulos color caoba y voz suave: “Mi cepo es mi jubilación, porque está, pero en verdad es como que no está: se esfuma. Por suerte tengo un hijo que trabaja: no sé cómo haría para pagar las expensas. ¡Me vinieron 150.000 pesos!”. Cómo se sigue: “Este gobierno se tiene que ir, porque estamos mal, y así la cosa no termina bien. Yo estuve en el 2001”.
Luis, 80, médico jubilado, y una paleta de cepos: “La gente que conozco con cáncer a la que le niegan los medicamentos. El millón de pibes que no tienen para cenar. Que haya tantos policías –dice y señala a la burda farsa actual teatro antidisturbios que nos rodea– y que solo sirvan para cagarnos a palos”.
Su mapa de ruta es intelectual, militante, cultural y político: “¿Cómo se sigue? Este gobierno, que es lo peor que nos pasó, se va a romper si nos movemos y sacamos el cepo de nuestras cabezas, el cepo que llevamos dentro. Para eso hay que ir a las marchas, a la asambleas del barrio, a la iglesia del cura piola”.
Luis mira, abraza y resume: “Moverse”.

Fotos Lina Etchesuri/lavaca.org
Pablo y la política de reciclarse
Pasaron cinco miércoles del momento en que un gendarme le disparó a Pablo Grillo un tubo de gas lacrimógeno que lo dejó peleando por su vida. Por eso, en la marcha instalaron una silueta de Pablo en Hipólito Yrigoyen y Solís, donde el joven recibió el impacto. Entre carteles y cantos que lo recuerdan y le transmiten toda la solidaridad y el amor, la familia comunicó que el fotorreportero pasó por otra operación para encontrar dónde se originaba la pérdida de líquido cefalorraquídeo que tuvo estos días. La intervención salió bien.
“Gracias eternas por los rezos, las energías y toda la buena vibra que enviaron”, saluda la familia.
Termina la marcha y Oscar sigue ahí. Es quien arranca esta nota y también la cierra, porque sus ojos son un cristal donde se ve lo que pasa. Tiene la mirada repleta de cepos. Como tanta gente. Y una convicción, como tantos más. “Este es un gobierno de exterminio a cuenta gotas, que festeja un préstamo. Pasamos a una democracia colonial, es una locura. Pero así como ellos se reciclaron, nosotros también. Adelante está el triunfo”, dice, sin ninguna duda.

Fotos Lina Etchesuri/lavaca.org

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Al gran pueblo argentino, ¿salud?

“10 años de formación. 68hs por semana. $797.061 por mes. $2930 por hora”. El cálculo no sólo es un afiche de color amarillo, sino también una síntesis de la situación de residentes del Hospital Garrahan, el centro pediátrico de excelencia en Argentina, quienes organizaron este jueves una marcha desde la institución hasta el Ministerio de Salud.
por Lucas Pedulla/ Fotos: Juan Valeiro/lavaca.org

Los residentes son médicos egresados que continúan su formación y que, en este caso, eligieron el Hospital Garrahan como lugar de residencia, de donde egresan 70 pediatras por año. El reclamo viene desde 2024 y alertaron que siguen sin respuestas, pese a que perciben un salario por debajo de la línea de pobreza realizando seis guardias al mes de 24 horas cada una: “Es algo incompatible con la vida -denunciaron-. Nos estamos formando para atender a sus niños. Esto no va por ningún partido político: es nuestro sueldo”.

La gente marchó por la calle, pero el protocolo no se aplicó: una exclusividad para jubilados.
La movilización fue parte de un plan de lucha que incluyó un paro sin guardias de cuatro jornadas, que empujó al Gobierno a dictar una conciliación obligatoria por 15 días para dejar sin efecto las próximas medidas de fuerza. “No es una decisión fácil, pero sí necesaria”, explican desde la Asamblea de Residentes del Garrahan. “Estamos luchando por condiciones laborales dignas, por nuestros derechos y por una salud pública de calidad”.

La marcha comenzó con el Himno Nacional Argentino, y las lágrimas brotaban al entonar “al gran pueblo argentino, salud”, la gran frase de cabecera de esta convocatoria.
- “Sin residentes no hay hospital”,
- “16 horas de trabajo = 1 docena de empanadas”,
- “Soy bioquímica residente y cobro $2930 la hora”
Así fueron algunos de los cientos de carteles que se multiplicaron en manos jóvenes que eligieron la salud pública y quieren lo obvio: un sueldo digno.

La propaganda manda en el cartel.
En el Ministerio, la marcha se encontró con la movilización contra los recortes para personas con discapacidad, que saludaron: “Unidad de los trabajadores y al que no le gusta, se jode”. Allí también llegó una familia que no era trabajadora del hospital, sino simplemente usuaria, con un niño de cinco años que tenía un cartel que resumía todo: “A mi mamá la salvó el Garrahan”. Esa vida es, también, lo que hoy salieron a la calle a defender.

Compartimos uno de los comunicados que repartieron, escrito por la Asamblea de Residentes del Garrahan (@asamblearesidentesgarrahan, en Instagram).
“Somos residentes. Médicos recibidos que decidimos continuar nuestra formación especializándonos en Pediatría y elegimos este hospital para hacerlo.
Somos quienes probablemente te hayan atendido en la guardia, en los consultorios y en las salas de internación.
Nos formamos día a día, cuidando pacientes, acompañando familias, aprendiendo de cada historia. Hoy el sistema que debería fortalecernos nos está dejando atrás. No dejamos de esta en los consultorios porque queramos, sino porque no podemos más. Nuestros salarios no alcanzan. Trabajamos jornadas extensas, con enormes responsabilidades, por ingresos que no nos permiten vivir dignamente.
Esta medida es el último recurso de quienes queremos seguir en este hospital, sin tener que abandonarlo para sobrevivir. La salud pública también se cuida cuidando a quienes la sostenemos.
Estar lejos de nuestras guardias, de los consultorios, de nuestros pacientes nos duele. Pero esta lucha también es por ellos y paa ellos. Porque in residentes no hay formación continua, y sin formación continua no hay futuro para el sistema de salud.
Defendemos la salud pública, incluso cuando nos toca hacerlo desde la calle”.

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Jubilados + científicos: la gente que no se guarda en el colchón

El despliegue policial fue otra vez inusitado: gendarmes, prefectos, policías federales y aeroportuarios contra jubilados empujados a la pobreza extrema, cuyo medio de transporte no son la motorizada o los hidrantes, sino los bastones y las sillas de ruedas. Un rato antes, en el Polo Científico, hubo un acto contra el cientificidio producido por un estado que desmantela y desfinancia incluso emblemas de salud como el Hospital Garrahan.
En el caso de Congreso, nuevamente el acompañamiento a los jubilados reflejó una heterogeneidad creciente: curas, organizaciones territoriales, algunos –pocos– sindicatos, organismos de derechos humanos. Y el formato repitió un esquema coreográfico que optimizó el de la semana pasada: el movimiento, por la vereda y la calle, desorientó a las fuerzas que, aun siendo más en proporción, no daban a tiempo de evitar los cortes que lograba una marcha que no se detenía nunca. Esa estrategia también evitó choques directos, aunque los federales se armaron con máscaras para gasear en cualquier momento, gusto del que no se privaron tampoco con la prensa: al menos 18 personas heridas, fue el conteo de la Comisión Provincial por la Memoria. De todos modos, el piquete mayor fue el realizado por la propia ministra Bullrich y sus tropas, que aislaron al Congreso durante todo el día, cortaron Rivadavia, Callao, Combate de los Pozos, Hipólito Yrigoyen y la estación Congreso del subte A, para detener una marcha que, de hacerse, significa una vuelta alrededor del palacio legislativo de unos 20 minutos. De este modo, se instala un caos durante todo el día como para encender las ínfulas represivas. Volvió a escucharse un viejo cántico: “Policía Federal, la vergüenza nacional”.
Crónica de otra jornada con una pregunta que se respondió entre precios de empanadas, medicamentos y bifes de costilla: ¿qué guardan los jubilados bajo el colchón?
Por Lucas Pedulla y Francisco Pandolfi
Fotos: Sebastián Smock y lavaca.org
Es miércoles otra vez y todo se dispone más o menos como siempre.
Por allá el Congreso, vallado en cada esquina, de imposible acceso salvo para las fuerzas federales que utilizan las oficinas anexas del Palacio que –según la Constitución– debería votar la prórroga de la moratoria o los aumentos de los haberes de las personas jubiladas que están a minutos de reprimir.
Por acá los medios, autogestivos y privados, con máscaras de gas para evitar los químicos bullrichistas, en una naturalización de las condiciones bajo las que debe trabajar el periodismo.

Antonio Becerra, fotógrafo del diario Tiempo Argentino.
El conflicto es visible.
De un lado mujeres y hombres jubilados, muchas veces con bastones, otras con sillas de ruedas, siempre con carteles manuscritos que suelen ser un símbolo del presente.

Medios de transporte para reclamar por los derechos.
Enfrente, la policía Federal, la Aeroportuaria (?), la Gendarmería (?), la Prefectura (?), dedicadas a estos operativos caóticos, costosísimos, que revelan que la voluntad oficialista no es que haya orden, sino que haya represión.

Otros medios de transporte.
La danza del Congreso
Sin embargo es miércoles otra vez y la manifestación comienza, pero si la semana pasada ya había sido distinta, porque jubilados, sacerdotes, militantes barriales, sindicalistas, organismos de derechos humanos, socorristas y vecinos se desplazaron en una coreografía que hizo mover hasta el cansancio a las llamadas fuerzas de la ley, este miércoles la performance se optimiza, ganando en eficacia y poesía.
Porque comienzan sobre la plaza, dejan atrás los cordones de las fuerzas sin bajar a la calle, caminan sobre la vereda, cantan “qué feo debe ser pegarle a un jubilado para poder comer”, bordean la calle Hipólito Yrigoyen, llegan hasta la otra punta en Luis Sáenz Peña, doblan en U hacia Avenida Rivadavia, y de repente bajan a la calle, porque a los efectivos (?) no le dan los pies para caminar tan rápido y evitarlo, y entonces cuando llega la PSA la columna pasa de nuevo sobre la vereda cantando “qué vergüenza pegarle a un jubilado por dos pesos con cincuenta”, y vuelven hacia Yrigoyen, y bajan a la calle, hasta que llega Gendarmería corriendo, y entonces vuelven a la vereda, y llegan hasta Sáenz Peña –otra vez– y bajan a la calle –otra vez– y cortan la calle, y de las motos y los autos suenan bocinas, y los manifestantes saludan riéndose como niños, porque la desorientación federal es total, hasta que llega la Federal, y se suben a la vereda, y así sucesivamente.

Crearon un cauce.
Una marcha infinita.
Una invitación a que el próximo miércoles las gotas que van confluyendo en esta ceremonia semanal sean cada vez más.
Cientificidio, motosierra y licuadora
El mismo día, en 15 ciudades del país se realizaron actos en los que participaron miles de científicos contra lo que llamaron “cientificidio”. El hecho se plasma en la motosierra sumada a la licuadora, aplicada a entidades como el Conicet (Consejo Nacional de Actividades Científicas y Técnicas) y la Agencia Nacional de Promoción Científica.

Foto: lavaca.org
Investigaciones y proyectos de todo tipo –desde estudios sobre cáncer hasta resistencia a los antibióticos– son amputados por la motosierra, mientras la licuadora se aplica a salarios que en muchos casos han sufrido pérdidas del 40% durante esta etapa que el gobierno “libertario” define como un éxito.

FotoCobertura colaborativa / RAICYT
En Buenos Aires la concentración se realizó en el Polo Científico (en Palermo), ante una situación que quienes trabajan en ciencia definen como desesperante, por el grado de destrucción y vaciamiento que sufre una actividad crucial.
El planteo fue: «Desde el estudio de la pandemiahasta la producción de alimentos, desde la historia argentina hasta la transición energética, desde las desigualdades sociales hasta la nanotecnología, desde la literatura hasta la biomedicina: no hay agenda de futuro sin ciencia». Los organizadores informaron además: “El poder adquisitivo de salarios y becas cayó un 40%, alcanzando niveles históricos mínimos, comparables a los de 2001”. Ya se han perdido 4.000 puestos de trabajo. La llamada “fuga de cerebros” se ha convertido en otro regalo que Argentina hace al mundo: no solo los recursos naturales sino también los humanos pasan a estar de remate. Los científicos plantean: “El gobierno ha implementado una política de aniquilación de aquello que llevó décadas construir”.

Foto Cobertura colaborativa / RAICYT
Las y los manifestantes se inspiraron en El Eternauta, con máscaras y la consigna “Nadie se salva solo”. Hace más de un año y medio las marchas de jubilados están planteando el mismo tipo de cuestiones y mostrando un camino que parece haber inspirado también al Polo Científico.
Una diferencia notable es que las máscaras de jubilados, periodistas y fotógrafos en Congreso son previas a la serie de Netflix, muchas veces caseras y precarias, y consecuencia de que son literal y semanalmente atacados con gases tóxicos, cosa que ha ocurrido hasta con niñas.
En el caso del Polo Científico, los atuendos están muy bien hechos y son simbólicos, ya que no han sufrido ataques físicos como los jubilados (aunque si siguen reclamando seriamente tal vez lo logren).


Ataques a jubilados y fotógrafos
Volviendo a la marcha de jubilados, las fuerzas federales (Gendarmería, Prefectura, Policía Federal y de Seguridad Aeroportuaria) comandadas por Patricia Bullrich mostraron ya no solo su cara represiva, sino también una improvisación inusitada. Un decálogo de postales de desconciertos y abusos:
1) Al vallar todo el Congreso –incumpliendo su propio protocolo antipiquete y cortando el tránsito en Avenida Rivadavia, Callao, Riobamba e Hipólito Yrigoyen– , generaron un peligro latente porque la gente debía caminar un tramo sobre Callao por la calle, pegada a los autos.

2) No dejaban cruzar a la gente por la senda peatonal de Rivadavia y Callao y tampoco explicaban el por qué. Solo ganaron reproches e insultos, también, de las personas que no estaban reclamando por las jubilaciones. Por ejemplo, automovilistas.
3) Armaron una barricada en medio de la Plaza de los Dos Congresos, sin ningún sentido (dentro de la plaza no hay calles que despejar).
4) Armaron otra barricada en medio de la vereda, a la altura de Rivadavia al 1771, entre Callao y Rodríguez Peña. Es decir: la policía hacía un piquete que impedía que los transeúntes fueran por la vereda, obligándolos a bajar a la calle. Al rato se dieron cuenta del absurdo y se movieron, entre risotadas e insultos.

5) Volvieron a gasear a la prensa. Antonio Becerra, fotógrafo de Tiempo Argentino, fue uno de los más afectados.
6) Según registró la Comisión Provincial por la Memoria hubo al menos 18 personas heridas.
7) Para seguir visibilizando su reclamo, un puñado de no más de veinte jubilados empezaron un semaforazo en la esquina de Montevideo y Rivadavia. Cuando se ponía en rojo el semáforo sobre Rivadavia, saltaban a la calle a reclamar e informar frente a los automovilistas. Cuando cambiaba al verde, subían. Así una y otra vez, hasta que llegó un ejército de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) les impidió hasta eso.
8) La mayoría de los efectivos de todas las fuerzas no llevaban identificación.
9) Cuando se les pregunta el por qué, muestran otro de sus protocolos: se ríen socarronamente.
10) Un dato no menor: quienes se ríen, están con trajes blindados y armados hasta los dientes.

Los jubilados que usan máscaras no lo hacen para parecerse a El Eternauta, sino porque son literal y semanalmente atacados con gases tóxicos por la policía, y además por fuerzas de presencia inentendible en la plaza de Congreso: Gendarmería, Prefectura y Policía Aeroportuaria.
El colchón y las empanadas
Entre dólares en colchones y empanadas caras, hay un problema central que tiene menos prensa: la jubilación mínima sigue siendo de $296.481, a la que se suma un bono extra que desde marzo de 2024 yace congelado en $70.000, con lo que el haber llega a $ 366.481.
Armando tiene 74 años y es de Barracas. “Los dólares del colchón y las empanadas de Darín son métodos de distracción, de engaño hacia la gente, que se ve que les sirve porque tienen adeptos y ganan elecciones. Me pregunto cómo pueden lograrlo con el deterioro que están haciendo y con la maldad que tienen, porque no aumentar nuestras jubilaciones lo festejan como una victoria”.

¿Qué tiene usted en el colchón? “Lo único que me queda es el elástico”, dice y ríe por primera vez. Se pone serio: “Siempre que tuve un sope lo tuve que gastar. Y ahora ni eso. He sabido estar mejor, pero no ahora. Tengo el esófago de Barret, una enfermedad por la que debo tomar tres remedios todos los días y este gobierno me quitó el más caro, que antes era gratuito. No puedo pagar 50.000 pesos así que mi doctora me bajó la dosis a la mitad”.
Delia sostiene un cartel que denuncia lo que cobra un senador (9 millones de pesos) y exige “basta” y que los jubilados sean “los primeros”.
Cuenta su modo de supervivencia: “Cobro la mínima, 366 mil. Pago de alquiler casi 200 mil, y 100 mil de expensas. Sacá la cuenta de lo que me sobra para todo el resto del mes. Después la luz, el gas; lo que nos dicen es ‘no vivas, no vivas más’; o sea ¿me tengo que suicidar? Eso es lo que van a lograr, y chau”.

Estela y Lidia tienen 63 y 72 años. Están juntas y enojadas. “Los medios de comunicación son cómplices de que el gobierno nos trate como el repulgue de la empanada, obviando los temas importantes, como es esta protesta. Todo el mundo hablando de Darín, o mostrando sus colchones con el fin de disfrazar la realidad”.
Ven lo positivo de las empanadas: “Es importante que un artista como él haya hablado, porque aunque nosotras comamos en lugares más baratos, no dejamos de sufrir”.
¿Qué se sufre? “Lo que no tenemos en el colchón porque no tenemos ni en la heladera. Ya no estamos cocinando de noche. Ya pasó para nosotros lo de las 4 comidas. No existe más”.
Liliana –70 años, de Sarandí–, Sandra –63, de Quilmes– y Elba –72, también Quilmes– son tres amigas de zona sur del conurbano que tienen la bandera argentina como capas de superheroínas. Liliana se ríe para no llorar de lo que hay debajo de su colchón: “Deudas y cuentas, bien abajo de la almohada, esa que todas las noches no te deja dormir. Hasta el servicio de televisión tenemos que cambiar porque no alcanza. ¿Comer?, por Dios”.
Sandra come al mediodía: “A la noche matecocido, nomás”.
Elba fue a la mañana a hacer mandados porque a la noche viene su nieto a cenar: “Una hora estuve mirando precios. Me decidí por un bife de costilla, medio flacucho: $11.500 el kilo, para que coma bien el nene”. Liliana dice: “Bueno, ¿ves? Yo carne ya no”. Elba suma: “Y yo no voy al doctor porque me va a dar un remedio que no voy a poder comprar –dice y se señala la boca–. Todos los días rezo para que Dios me cuide los dientes”.

Efecto del gas pimienta.
Ricardo, 68 años, trabajó de todo –chofer de colectivos, montador, en una tejeduría de San Martín–, y cuenta que hace cuatro meses lo operaron de cáncer de próstata. “No me alcanza ni para los medicamentos, hijo”, dice, con los ojos como dos espejos. “Estoy acá porque Dios, quizá, me permite vivir un poquito más”. Su mujer trabaja y banca la situación, pero tuvieron que ir cambiando el menú: otro aceite, otras carnes, otra verdura, otro tomate, otros huevos. “Me entendés, hijo, todo hizo que nuestra vida se deteriorara en un sentido de dignidad de la mesa”. No pensó que después de jubilarse estaría de nuevo en las calles, pero acá está, con fe y esperanza de que Argentina pueda cambiar: “Ustedes tienen que razonar, la juventud, porque van a ser los más damnificados. Dios te ayude, hijo”.
Pasó otra marcha y pasó otro miércoles. Y llega un nuevo parte desde el Hospital Ramos Mejía, donde Pablo Grillo permanece internado desde aquel miércoles 12 de marzo cuando fue baleado por un gendarme con el impacto de un proyectil de gas apuntado a su cabeza. “Continúa estable en terapia intensiva. Desde Neurocirugía, su cuadro está controlado y su evolución es positiva. Desde Terapia Intensiva, se le están administrando antibióticos por la detección de una infección en vías urinarias. Está siendo monitoreado y su estado, por el momento, está controlado”.
La jubilación mínima sigue siendo de 366 mil pesos: salvo excepciones, no alcanza para comprarse un colchón. Más de cinco millones de jubiladas y jubilados hoy cobran eso.
Y por eso, también, seguirá esta marcha que parece infinita. El próximo miércoles.

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Represión y reacción

(Por Claudia Acuña)
Con las cámaras en alto y sentados en el asfalto (imagen de portada), más de cuarenta reporteros y reporteras gráficas lograron que liberen al fotógrafo Tomás Cuesta y se desestimen varios de los cargos que querían atribuirle a Javier Iglesias, otro de los fotógrafos arbitrariamente detenido al finalizar la ronda de los miércoles de las y los jubilados en el Congreso. También fueron apresados Pablo Luna, jubilado ex trabajador de YPF y Leandro Cruzado, integrante del Club Antifascista, quienes según la fiscalía Este –a cargo de iniciar la causa judicial– podrían recuperar la libertad mañana al mediodía.
Como todos los miércoles la prensa fue blanco de gases y palos por parte de las fuerzas de seguridad, que en esta oportunidad intentaron dar un paso más: el video que muestra la detención de Tomás Cuesta (al final de este artículo) es la evidencia de la brutalidad de su accionar. Cuesta, quien habitualmente trabaja para medios internacionales, estaba cubriendo la ronda para la organización Amnistía Internacional, que en estos días está elaborando un informe sobre la represión estatal a la protesta de jubilados enviando a Buenos Aires a una especialista de la oficina central de esa oenegé, desde Inglaterra.

Uno de los detenidos del miércoles: jubilados y la prensa en la mira.
Javier Iglesias es un fotógrafo independiente que cubría la protesta para medios especializados en temas de represión estatal. Ambos fueron derribados al piso, ambos soportaron la rodilla de un gendarme en la mejilla para aplastarles así la cabeza contra las baldosas, ambos fueron esposados y trasladados al estacionamiento situado exactamente enfrente del ingreso al Senado de la Nación. El contraste se hizo aún más evidente cuando los dos fotógrafos fueron obligados a pararse en el paredón de la playa de estacionamiento mirando hacia el frente: lo que veían desde esa posición era el Palacio, símbolo de la representación democrática. Quizá porque el oficio es exactamente ese –saber mirar– los y las fotógrafas que llegaron hasta allí para conocer la situación de sus colegas decidieron hacer entonces un camarazo con sentada: no iban a naturalizar otro miércoles de impunidad. El momento, además, era muy sensible: acababan de llegar las noticias del resultado de la nueva operación al reportero Pablo Grillo, a quien una descarga de Gendarmería lo hiriera de gravedad y le dejara como secuela una hidrocefalia que hoy obligó a colocarle una válvula para drenar el líquido del cerebro al abdomen.

Otro de los detenidos. Foto publicada en Tiempo Argentino.
El primero en sumarse a la plantada fue el secretario general de Sipreba, Agustín Lecchi. “Todos los miércoles jubilados y periodistas somos el blanco de la represión. No nos vamos a mover de acá hasta que tengamos una respuesta”. También personal de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad se presentó tanto en el estacionamiento como en la fiscalía para conocer la situación y los argumentos que, supuestamente, justificaban las detenciones. Finalmente llegaron los representantes políticos: el diputado Germán Martínez –presidente del bloque de diputados de Unión por la Patria- la senadora Silvina García Larraburu y el senador Mariano Recalde: en ese orden. En tanto, la fiscalía aceptó revisar “pruebas”: comprobó así que no había ningún video ni declaración policial que justificaran la detención de Tomás Cuesta y ordenó su liberación. Los tres restantes debían esperar la decisión del juzgado, por que la fiscalía ya había validado las detenciones en un trámite más rápido que el pedido de explicaciones.

“La clave fue la reacción”, sintetiza uno de los colegas de Tomás, que comunicó inmediatamente la noticia a su mamá que en estos días está trabajando en el Festival de Cannes: es la jefa regional de la agencia internacional de noticias Associated Press.

Un signo de los tiempos: Detenidos sin explicación, contra la pared, en un estacionamiento usado por la policía ubicado exactamente frente al así llamado Honorable Senado de la Nación Argentina.