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Margarita Padilla: ¿Por qué esto? ¿Por qué a mí?

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Ees española, forma parte de la Red Ciudadana de afectados por el atentado de Atocha y promovió un encuentro con los familiares de Cromañón. Sus reflexiones sobre estas luchas sin modelos.

Margarita Padilla: ¿Por qué esto? ¿Por qué a mí?

Buenos Aires, 30 de diciembre de 2004. Ciento noventa y cuatro personas, en su mayoría jóvenes, fallecen en un incendio en la discoteca República Cromañón, ocasionado por una bengala. La salida de emergencia estaba cerrada con candado, el sistema antiincendios no funcionaba, el aforo era el triple del permitido y el techo estaba cubierto por un material que, en contacto con el fuego, emanó cianuro de hidrógeno y dióxido de carbono, entre otras sustancias letales. Luego del incendio se generó una situación de caos.
Madrid, 17 de diciembre de 1983. Ochenta y una personas fallecen en un incendio en la discoteca Alcalá 20. El Estado, declarado responsable civil subsidiario por los jueces, pagó doce millones de euros en indemnizaciones a las familias en el verano de 1997, casi catorce años después de la desgracia.
Si “lo que nos pasó es lo que somos”, Alcalá 20 y República Cromañón serían dos modos distintos de “lo que nos puede pasar”. En la España del año 83, recién terminada la transición política y con un gobierno de mayoría absoluta socialista, la lucha política, enferma de “desencanto”, no podía ocuparse de los alienantes estilos de vida discotequeros. La lucha política tenía otros asuntos más importantes que atender. Quizá por eso, en Alcalá 20 “no pasó nada”.
En la Argentina de 2004, la insurrección de 2001 ¿ha quedado atrás? Ahora el gobierno es progresista y la sociedad está preocupada por la inseguridad. Pero, después de la masacre de Cromañón, las marchas reclamando Memoria, Verdad y Justicia han ocupado las calles y todavía se celebran, siempre hasta Plaza de Mayo.
La masacre hizo que los chicos de Cromañón mostraran sus modos de vida, su pasión por el rock, sus trabajos de catorce horas, su sentido de la fiesta, sus cálculos a corto plazo. Así fue como conocimos a la Generación Cromañón.

Conocimos a la Generación Cromañón nueve meses después de que el 11 de marzo de 2004 acercara los horrores de la guerra a la puerta de nuestra casa. El horror, convertido en acontecimiento, puso en crisis las relaciones de sentido y de poder imperantes, y abrió un vacío existencial desde donde pudieron emerger preguntas verdaderamente radicales: ¿qué es tener una vida?
Las lógicas de la “gran política” enseguida se apresuraron a cerrar la crisis de sentido y de poder, tomando la iniciativa para recuperar la hegemonía, poniendo en primer plano las sospechas sobre qué intereses había detrás del atentado y cómo se modificó el tablero electoral. Pero las lógicas de la “gran política” debían ir más allá. Debían, también, evitar que esas preguntas verdaderamente radicales que desde un vacío existencial pudieron formularse se hicieran de modo colectivo. Así pues, se pusieron en marcha todas la estrategias posibles para encerrar a cada uno en su propia individualidad y, según la vieja consigna de “divide y vencerás”, el objetivo fue y será dividir a lo social, dividir las familias, dividir incluso a cada afectado en miles de pedazos que se bloqueen entre sí. Estas estrategias irán desde abonar rentabilidades y promesas hasta hacer cálculo de proporciones, pasando por instrumentalizar el dolor, representarlo, interpretarlo, apropiarse de él, llevarlo al “deber ser”… Todo, antes que permitir que esas vidas rotas dejen de ser vidas privadas y se encuentren en una interioridad común que amplifique hasta el infinito la radicalidad de las preguntas compartidas. Por eso, el momento “cero” de toda lucha es luchar contra la soledad y el aislamiento.
Tal vez entre la quema de vehículos en las periferias de París, desencadenada por la muerte de dos chicos en una persecución policial (otoño del 2005) y la devastación producida en Nueva Orleans por el huracán Katrina, gestionada con espeluznante parsimonia por parte del gobierno de ee.uu. (agosto de 2005) pueda tejerse un hilo de dolor y de luchas. Sería un hilo que se enredase en Cromañón, pero también en los atentados del 11-s, 11-m y 7-j; en el incendio en Guadalajara (España, verano de 2005), con la muerte de diez trabajadores y una trabajadora forestales; en las muertes de emigrantes en las vallas fronterizas de Ceuta y Melilla (frontera española, verano de 2005); en las muertes por violencia entre iguales, y, por supuesto, en las muertes en carretera, en el trabajo… ¡y en tantos otros escenarios de la catástrofe contemporánea!
Pero no se va a armar una lucha porque alguien muera; ni siquiera porque muera mucha gente. ¿Qué es lo que verdaderamente puede armar una lucha? Se arma una lucha cuando alguien señala la muerte acaecida como una “muerte política”. Entonces, ¿qué significa señalar con el dedo y afirmar que ésa “es una muerte política”? Significa rebelarse ante el hecho de que ese ser único e irrepetible, cuya ausencia abre un vacío que jamás podrá ser colmado, murió (lo mataron) sin que llegara a “tener una vida”. Significa asumir que esto no funciona, que es intolerable y que las condiciones de vida hiperprecarias sitúan a la mayoría de la humanidad permanentemente al borde de la catástrofe, individual o colectiva.

Una nueva sensibilidad
Si para el capitalismo trucho la gente es sólo basura, la catástrofe a la que nos arroja ese capitalismo trucho pone en evidencia cómo sólo “la gente”, cómo únicamente los otros, todos y cualquiera, son los que pueden salvarme. Pero, paradójicamente, esos que pueden salvarme también pueden, en el momento de la catástrofe (o sea, cada día), pisarme la cabeza.
Este descubrimiento da lugar a una nueva sensibilidad o, si se quiere, una nueva politización. Una nueva politización que entiende que su lugar está en la cuerda floja, en el filo de lo ambiguo, pues reconoce en la construcción de lo común la única vía de liberación, así como también asume que esta construcción de lo común de ningún modo está garantizada. Habrá que construir, sí, lo común, pero cimentado en un vacío. Construir lo común cimentado en un vacío es vérselas con la ambigüedad; es crear mundos donde recuperar la libertad tanto como hacerse cargo de la carga de negatividad que la masacre, el atentado, el “accidente”… han depositado en sobrevivientes, víctimas, afectados… Es, casi seguro, prescindir de la “línea correcta”.
Esta nueva politización tendrá que cruzar una frontera, estar ahí donde se elaboran los modos de entender, sentir y actuar; hacerse tan frágil como otros; mirar el mundo desde una salvaje oscuridad; comunicar con la escucha y el silencio; desplegar una ética cálida, femenina; abrirse a la sensibilidad y al afecto. En definitiva, tendrá que pensar con y desde el cuerpo o, dicho de otro modo, trabar lo existencial con lo político, y viceversa.
ensar con y desde el cuerpo significa que lo político y lo existencial dejan de responder a lógicas distintas; significa que el pensamiento y la vida ya no están separados. Pensar con y desde el cuerpo significa hundir todas las trascendencias.
Cuando se lucha con y desde el cuerpo, desde una nueva sensibilidad, surgen nuevas amenazas. Por supuesto, siempre actuarán la represión, la criminalización, el desprestigio, la división… Pero la mayor amenaza para las luchas que se arman desde una nueva sensibilidad consiste en que la dimensión propiamente política haga perder la dimensión existencial, o viceversa. Consiste en que una de las dos dimensiones tome hegemonía y organice, sin atender a la otra, los modos de entender, sentir y actuar.
Rota la horizontalidad entre las dos dimensiones, la lucha se privatiza, deja de ser una lucha que habla a todos y a cualquiera, que es de todos y de cualquiera, para pasar a ser la lucha de unos cuantos que pelean por “lo suyo”, no importa si “lo suyo” es un reclamo político o un espacio de autoayuda.
Hacer a cada momento la horizontalidad entre lo existencial y lo político es un camino extenuante porque no hay garantía de que la solución política y la solución existencial siempre coincidan, e incluso sospechamos que no van a coincidir. O, como escuché decir en una ocasión a nuestra amiga Ivana, hermana de Yamila (asesinada en Cromañón), “cuanto mayor es el logro más grande es el vacío”. Entonces, estas luchas tienen que plantearse la pregunta sobre qué es un logro porque, posiblemente, ninguna victoria consiga colmar el vacío y, en ese sentido, toda victoria sea una victoria precaria.
¿Significa eso que la lucha fracasa? Ni mucho menos. Significa, sólo, que nuestra lucha no tiene modelos.

Margarita Padilla, desde Madrid
diciembre de 2006

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