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Parte de guerra

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Lo que llamamos militarización es el efecto de un sistema que está en crisis y mutando. La sociedad extractiva y sus consecuencias humanas. Del Estado-nación al Estado de excepción. Para pensar y debatir la que se viene. ▶ RAÚL ZIBECHI

Parte de guerraEn Roma hay tanques en las calles. En Francia rige el estado de excepción desde noviembre de 2015 y se ha decidido prolongarlo hasta enero de 2017. Casi diez mil militares patrullan las calles de la Ciudad Luz, que pueden restringir la circulación de vehículos y personas, ordenar registros en domicilios sin necesidad de orden judicial y decretar arrestos domiciliarios. Eso sucede bajo un gobierno socialista.
Un año con estado de emergencia y con la intención de incluir la legislación de excepción en la Constitución, debe ser comprendido como una transformación del Estado en un poder discrecional que actúa contra su propio pueblo, sometido a los intereses geopolíticos de Estados Unidos. La reforma constitucional que se está debatiendo en Francia se diferencia del estado de sitio en que no interrumpe el funcionamiento normal de las instituciones ni otorga plenos poderes al Ejecutivo, sino que introduce la figura del “régimen civil de crisis” que implica una mutación política.
En este “régimen” ya no hay poderes excepcionales, que por definición se utilizan ocasionalmente, sino poderes que serán de uso cotidiano1. Desde los atentados en Estados Unidos en 2001, asistimos a una tendencia a fusionar el Derecho penal y el estado de la guerra, en “una operación tendiente a crear confusión entre lo que es un atentado terrorista y lo que es un acto de guerra”. En consecuencia, el presidente François Hollande introduce el concepto “terrorismo de guerra”.
Si el estado de emergencia logra introducirse en la Constitución, estaremos ante un proceso de “desmantelamiento del Estado de Derecho que hace del aparato policial el núcleo del Estado nacional”, con el agravante de que las policías europeas “se ven directamente organizadas por el FBI” estadounidense.
Esto sucede en Francia y en algunos países europeos además de Estados Unidos, donde la policía mata con total impunidad entre tres y cuatro personas desarmadas cada día, la inmensa mayoría negros y latinos.
Pensemos ahora en nuestra región.
Rio de Janeiro ha sido militarizada durante los Juegos Olímpicos, pero unas cuantas favelas llevan años bajo control militar-policial, que se ha institucionalizado bajo las Unidades de Policía Pacificadora (UPP). Nadie controla las UPP que actúan de modo discrecional, como lo hace el conjunto del aparato policial en las favelas, donde pueden hacer –literalmente- lo que quieren.
La militarización no es causa sino síntoma de lo que sucede en el mundo y en cada país.
A mi modo de ver, hay gruesas razones que llevan al control policial-militar de nuestras sociedades. Sin embargo, una mirada más fina lleva a comprender que el tejido social es afectado de modo muy diferente por este tipo de control, que se afinca de modo muy particular en los barrios populares para soldar la subordinación de los pobres. Tirando de ese hilo, podemos ver que la militarización tiene rasgos bien distintos en la trama urbana y social.
Inspirado en el “método” que propone el subcomandante insurgente Galeano, veo la necesidad de combinar tres miradas o utilizar complementariamente tres instrumentos.

La crisis del sistema-mundo

Es el tema de Wallerstein. El sociólogo estadounidense sostiene que estamos atravesando la crisis estructural del sistema-mundo y que esa crisis se prologará entre 20 y 30 años, período en el cual cobrará forma un nuevo sistema o un conjunto de sistemas, algo que no podemos saber de antemano.
La crisis en curso es mucho más que una crisis económica, es la desintegración de un sistema que nos conduce hacia un período de caos sistémico. A esa situación los zapatistas le llaman tormenta y otros la denominan colapso.
Para tener una idea de lo que está en juego, debemos sumar:
Fin de la hegemonía estadounidense;
Fin del dominio de Occidente, mientras Asia-China se convierten en el centro del mundo;
Fin del sistema capitalista, que no es solo un sistema económico sino “una economía-mundo que ha funcionado dentro del marco de un sistema interestatal” (Wallerstein);
Tendencia a que el cambio climático se convierta en caos climático;
Fin de la “era de los antibióticos” sobre los que ha descansado la salud durante dos siglos.
¿Cómo se relaciona todo esto con la militarización?

El efecto militarización

Una de las instituciones que están colapsando por su pérdida de legitimidad es el Estado-nación que, recordemos, era la institución que reivindicaba para sí el monopolio legítimo de la violencia (Weber).
La crisis del Estado tiene varias consecuencias. Una, que los sectores populares quedan desprotegidos porque no se les garantizan más sus derechos. Dos, que los más ricos quedan desprotegidos ante el resurgimiento de los de abajo como clases peligrosas. Tres, que unos y otros apelan a formas no estatales de violencia para defenderse.
La militarización, obviamente, es la apuesta de los ricos para sostener sus privilegios ante un abajo cada vez más insolente.
Desde 1945, en Argentina la irrupción de los de abajo es el dato fundamental en la evolución de la economía, la sociedad, la cultura y el Estado, porque desde que le rompieron la cerviz a la oligarquía son indomables, y lo saben. Pueden volver a escenificar un 17 de Octubre, y lo han hecho una decena de veces a escala local y en un par de ocasiones a escala nacional (junio-julio de 1975 y diciembre de 2001).
Ese es el trasfondo de la militarización: las formas de dominar legítimamente a los sectores populares están en crisis estructural, en particular las que controlaban a las mujeres y a los jóvenes. Pero lo más importante: los de abajo han ideado mil maneras de prescindir de los de arriba, desde modos de asegurar la sobrevivencia en la vida cotidiana hasta mecanismos para impedir el control o neutralizarlo, en la semilegalidad o en la ilegalidad absoluta. Desde la llamada economía solidaria hasta el intercambio al menudeo de mercancías legales o ilegales, desde el no pago de tarifas hasta la construcción de ciudades enteras en las narices del poder (villas de Retiro, por ejemplo).
Esta multiplicidad de formas de poder/hacer de los abajos es la causa de fondo de la crisis del sistema-mundo; pero esas prácticas pueden convertirse, también, en los primeros pasos en la construcción de nuevos sistemas. Por eso los poderes intentan neutralizarlas: por las buenas, con políticas sociales; por las malas con la militarización. El resultado es que la dominación ya no es legítima, no hay consenso, solo coerción. Y eso puede durar un tiempo, hasta que perdamos el miedo.

La sociedad extractiva

Lo que denominamos extractivismo es mucho más que un modelo económico, es un modelo de sociedad (“sociedad extractiva”) en el período de crisis del sistema-mundo y evaporación de las instituciones legítimas. Durante largo tiempo nos hemos focalizado en las consecuencias ambientales y sanitarias del modelo, pero a medida que nuestras resistencias y la baja de los precios internacionales provocaron su crisis, lo comprendemos cada vez mejor.
A diferencia de la sociedad industrial que la precedió, la sociedad extractiva excluye a una parte de la población, ya que no le ofrece un lugar, ni siquiera un empleo digno, a una porción que oscila en torno a la mitad de la humanidad. Esa mitad que trabaja en negro o precarizada, que ingresa apenas un salario mínimo o en ocasiones dos, que no puede conseguir trabajos que le permitan alcanzar calificación profesional, etcétera. Empleos chatarra para personas descartables.
Mientras la sociedad industrial, con todos sus problemas, promovió el ascenso social de por lo menos tres generaciones, la sociedad extractiva compone historias de vida descendentes: los hijos tienen performances peores que las de sus padres y abuelos, y sus horizontes de vida se han estrechado. La única forma conocida de arrancarle la vida a media sociedad (desde esperanza de vida medida en años hasta calidad de vida mensurable en la estabilidad y calidad de sus relaciones), es mediante la violencia aplicada en todos los poros de la sociedad. Taponar mediante la violencia cualquier insumisión; convencer que no queda otro camino que agachar el lomo.
A esta sociedad extractiva los zapatistas la bautizaron “Cuarta Guerra Mundial”. Es una guerra contra los pueblos que se han convertido en obstáculos para la acumulación/robo de bienes comunes, principalmente agua y oro. A escala macro, esta guerra es la ocupación vertical de territorios por las multinacionales, el desplazamiento de poblaciones enteras, la imposición de relaciones asimétricas entre empresas y poblaciones, en suma: la recolonización de la vida.
Pero a escala micro, la guerra se llama cáncer, linfomas, bebés con malformaciones y todas las enfermedades producto de los monocultivos y la minería a cielo abierto. Las cifras de estas enfermedades superan, en cantidad y calidad, todas las enfermedades laborales imaginables en la sociedad industrial. Pero son, sobre todo, mucho más letales y destructivas. Porque a diferencia del obrero industrial –al que había que explotar durante toda su vida y convertir a toda su familia en consumidora de las mercancías fabriles-, la mitad de abajo es hoy descartable.
La televisión evita que perciban que están en un campo de exterminio camino a las duchas de gas. Los que se avivan, son ametrallados.
Aún nos faltan descubrir todos los mecanismos micro de la dominación, quizá porque todavía siguen funcionando/domesticando y las grietas son demasiado pequeñas para poder ver de qué se trata.

El periscopio invertido

Según el análisis de Foucault y Deleuze la crisis de la sociedad disciplinaria impuso la sociedad de control en la que vivimos. La crisis de los espacios de encierro (cárcel, hospital, fábrica, escuela, familia) creó la necesidad del control en espacios abiertos, a través del marketing, el endeudamiento, el consumo y los psicofármacos, la empresa en lugar de la fábrica, los sistemas computarizados en vez de las máquinas simples.
Estos modos funcionan bien en la zona del ser, pero son insuficientes en la zona del no-ser, donde no obtienen los mismos resultados, entre otras cosas, porque predominan relaciones heterogéneas respecto a las hegemónicas, donde los valores de uso tienen mayor incidencia que los valores de cambio.
¿Cómo controlar a esa mitad del mundo que ya no cabe en los espacios de encierro ni es endeudable? Deleuze lo dice con toda claridad, cuando asegura que “la Humanidad ya no está encerrada sino endeudada”. Pero a continuación, destaca que el mecanismo no sirve para las dos terceras partes de la humanidad, “demasiado pobres para endeudarlas, demasiado numerosas para encerrarlas”. El control necesita, dice, crear mecanismos para afrontar “los disturbios en los suburbios y guetos.”2
Ahí es donde aparece el narco: cuando el gatillo fácil ya no es suficiente para contener a los pibes pobres, negros, descartables. El narco es el control a cielo abierto en las zonas del no-ser; juega un papel similar al endeudamiento en la zona del ser. En la zona del no-ser, ni la deuda, ni los psicofármacos ni el consumismo pueden controlar a la población. Pero el narco consigue neutralizar a los pibes; o se integran o los revientan mediante el consumo o a pura bala. El narco es funcional a la sociedad de control, sobre todo a escala micro, en cada barrio, en cada cuadra. Por eso la policía los protege. Para controlar a toda esa porción de la población (hoy mayoritaria) que no pasó ni por la fábrica ni por el cuartel, ni tuvo una familia nuclear, ni se relaciona con el hospital.
Cuando el narco desata la guerra en Monterrey (México), en 2006, llegan a los barrios arropados por los militares y deciden hasta los detalles, ordenan hasta la venta ambulante, dónde puede vender cada quien, pagando tarifa, claro, y al que no acepta lo despachan.
El femicidio puede ser considerado otro modo de control en espacios abiertos; cuando el padre y el cura no alcanzan para disciplinar. Varias generaciones de mujeres de los sectores populares no solo no pueden ser endeudadas por la banca, sino que crearon formas de sobrevivencia y de vida en base al intercambio de valores de uso (alimentos, ropa, servicios), una economía a contrapelo del mercado capitalista. Contra esas mujeres inquietas, rebeldes, desobedientes, actúa el femicidio, que cuenta con el mismo tipo de protección que los narcos. Se trata de apuntalar el patriarcado en espacios abiertos.
La burguesía no creó el narcotráfico, como no creó el panóptico, en el sentido de que no fue algo planificado desde arriba. Pero cuando descubrieron que era efectivo para el control en espacios abiertos, alentaron su generalización. La clase dominante entendió muy pronto, hace ya medio siglo, que para combatir a los Panteras Negras y al pueblo vietnamita podían usar las drogas para destruir las comunidades y debilitar la resistencia popular.
La guerra contra las drogas funciona en el mismo sentido. Deborah Small, abogada estadounidense y creadora de la organización Break the Chains (Rompe las cadenas), sostiene que “la guerra contra las drogas es una herramienta para mantener a los negros y los pobres oprimidos y marginalizados”.
Algo que solo funciona militarizando los barrios/favelas.

La mirada interior

Somos descartables. Vamos a ser descartados o, por lo menos, eso van a intentar con nosotr@s. Lo que interesa en este punto, breve porque sería motivo de otra reflexión, es comprender cómo todo lo aprendido (estrategias y tácticas, métodos de lucha y formas de organización, y un largo etcétera) será de poca utilidad en esta nueva situación.
Desde un lugar muy distinto al del zapatismo, Agamben entiende el totalitarismo actual como “la instauración, mediante el estado de excepción, de una guerra civil legal, que permite la eliminación física no solo de los adversarios políticos, sino de categorías enteras de ciudadanos que por cualquier razón resultan no integrables en el sistema político.”3 Es bajo estas premisas que han caducado buena parte de nuestros saberes.
Como no nos vamos a rendir, porque nos va la vida, no queda otra que inventar nuevos modos de resistir y hacer; re-inventar-nos colectivamente sabiendo que nos declararon la guerra. A muerte.

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