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Chau Monsanto: se levantó el acampe de Malvinas Argentinas

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A tres años del bloqueo histórico los vecinos de Malvinas Argentinas anunciaron con alegría el levantamiento del acampe, una de las medidas que frenaron la instalación de la corporación transgénica más grande del mundo, ante la confirmación de que las 28 hectáreas del predio tendrán uso como un polo de pequeñas industrias. En la edición de octubre de #MU, el periodista Sergio Ciancaglini viajó a Malvinas Argentinas y reflejó en esta crónica qué significa este triunfo por la vida el pueblo que se convirtió en ícono y epicentro de la lucha mundial contra Monsanto y el extractivismo. Todo lo que hicieron, padecieron y construyeron. Todo lo que soportaron y lo que no. Cómo cambiaron, qué perdieron y qué ganaron estas personas de un cuento que tiene final feliz. Y epílogo: ahora se viene la lucha por la salud. La nota completa y las voces de un pueblo que hizo historia, acá. ▶ SERGIO CIANCAGLINI

Chau Monsanto: se levantó el acampe de Malvinas ArgentinasEstamos en un lugar del universo cuyas coordenadas se ubican exactamente en medio del viento, la tierra y los yuyos. Aquí tendría que elevarse la planta procesadora de semillas transgénicas más grande de Latinoamérica.
Malvinas Argentinas, a 16 kilómetros de Córdoba Capital, 17.000 almas: por primera vez, y con MU como testigo, integrantes del bloqueo contra la instalación de Monsanto deciden franquear la entrada y recorrer el lugar que logró alzar a la comunidad.
“Sólo estar aquí, pisando este suelo, es un triunfo”, dice Lucas mirando los esqueletos metálicos blancos y verdes, y sale corriendo tras el gorro que le robó el viento.
Sofía, Sol y Eli se hacen selfies, suben a un conjunto de chapas, recorren esos laberintos que parecen una montaña rusa a medio armar. Hay vigas de hierro que se elevan y se entrecruzan, enormes embudos metálicos, tramos que parecen cárceles, pasillos que no van a ninguna parte.
Manto, la Negra, la Coca y el Orejudo, integrantes también del acampe, mueven la cola y huelen de qué se trata todo. Se escucha una especie de latido metálico, que de pronto cesa. El viento aturde, tan presente como si fuese un personaje de César Aira: sopla 300 días al año.
Eli Leiria explica: “Empecé a enfermarme, tenía vómitos, diarreas, cefaleas, me desmayaba, bajé de 52 a 39 kilos. No encontraban qué tenía, hasta que me investigaron y descubrieron agroquímicos en sangre. Diez veces más que lo tolerable. Hoy tendría que estar dopada para poder funcionar al 100%, pero decidí no empastillarme. No sabía qué era todo esto de Monsanto. Cuando supe, me vine. Y me quedé acá para estar segura de que no se queden ellos. Ese es mi remedio”.
Lucas Vaca informa: “Me había ido a España en 2003. Cuando volví en 2008 mi madre sabía decir: aquel vecino tiene cáncer, aquel otro se murió, aquel tiene tumor, todos tienen cáncer. No entendía nada y hasta me parecía bueno que venga Monsanto. Después entendí. Hoy mucha gente se va dando cuenta: los que nos pusimos contra Monsanto parecíamos locos, pero los locos teníamos razón”.
Sofía Gatica: “No soy de aquí, soy una de las Madres de Ituzaingó Anexo que queda a 10 kilómetros. Mi hija Nandy murió después de nacer por malformación de riñón. A mi cuñada, que tiene 30 años, le tuvieron que sacar la mitad de la cara por un tumor en la mandíbula y hoy anda envuelta como una musulmana. Hubo cientos de mujeres, enfermos, discapacitados y muertos en nuestro barrio, que estaba al lado de los que fumigaban”.
El objetivo de las fumigaciones es matar yuyos y malezas, sin mucha percepción de todo lo demás que puede enfermarse y morir en kilómetros a la redonda, incluyendo a los mamíferos humanos. La soja o el maíz transgénicos son organismos genéticamente modificados para resistir a las fumigaciones masivas. Sigue Sofía: “Por lo de Ituzaingó Anexo hubo un juicio histórico. Después apareció Monsanto acá y me vine, para que lo que nos pasó no vuelva a suceder en ningún otro lugar. Hicimos el bloqueo. Tuvieron que parar la obra. Y ahora estamos acá adentro porque ellos se van. No lo puedo creer. Sacame una foto con las chicas”.
Técnicamente, la fábrica de maíz transgénico que quería construir Monsanto no causó esos problemas de salud que contaminan la vida y cada relato, pero podía agravarlos. Y algo más inquietante aún: los simbolizó. La vida cotidiana de Malvinas Argentinas quedó genéticamente modificada para siempre, en un trayecto muchas veces increíble que llega hasta dos palabras del presente: Chau Monsanto.

Rebelión en la carnicería

Había una vez una carnicería en la que Gastón Basualdo vendía cortes maravillosos. Una de sus clientas era Raquel Cerrudo, modista y ama de casa, que no tenía amigos en Malvinas Argentinas, y por eso charlaba bastante con Gastón. Pero un día discutieron.
Cuenta hoy Raquel: “Viví 20 años en Sastre, Santa Fe, cerca de María Juana. Ahí la gente se moría y se muere de cáncer de forma impresionante. No sabía por qué. Me mudé a Córdoba capital, leí, trabajé con una bióloga y entendí: todo era por las fumigaciones. Nos vinimos con mi marido a vivir a Malvinas Argentinas para estar lejos de la ciudad, buscando tranquilidad. A los 3 meses anuncian que se va a instalar Monsanto a 2.000 metros de mi casa: parecía una broma”. Era junio de 2012. El anuncio fue efectuado por la entonces presidenta Cristina Kirchner, desde Nueva York:
 
“Aquí tengo, la verdad que se los quiero mostrar porque estoy muy orgullosa, el prospecto de Monsanto. Digo: cuando hacen un prospecto es porque ya está hecha la inversión. Si no, no te hacen un prospecto. Así que una inversión muy importante en Malvinas Argentinas, provincia de Córdoba, en materia de maíz”.
Con un raro don de la oportunidad, el anuncio presidencial coincidió con las audiencias por el histórico juicio de Ituzaingó Anexo contra un productor y un aplicador de plaguicidas. Era la primera vez que se estaban juzgando algunas consecuencias del modelo transgénico. Las Madres del barrio habían hecho un mapeo con 280 fallecimientos, más de 80 casos de cáncer y el visible cúmulo de abortos espontáneos, tumores, malformaciones de bebés, por no hablar de problemas de piel y respiración de los que nadie escapaba. Mucha gente veía en el juicio lo mismo que veía a su alrededor.
Por eso no todos los que oyeron a Cristina entendieron sus humoradas, ni se sintieron orgullosos. Sostiene Raúl Montenegro (titular de la cátedra de Biología Evolutiva de la Universidad de Córdoba): “Ella fue parte de la destrucción de Monsanto. En otros casos algunos vecinos tienen que informar a la comunidad que hay una amenaza. Aquí lo hizo la Presidenta, celebrándolo”.
Gastón, el carnicero: “Para mí era buenísimo lo de la planta, un gran progreso para el pueblo, pero Raquel me discutía”. Ella reconoce: “Le llené la cabeza, le dije que no iban a traer trabajo sino enfermedades y muerte, pero además me habían dado copias de El mundo según Monsanto”.
Bajo la cortina de chorizos y morcillas, el DVD del documental de la francesa Marie Monique Robin llegó hasta las manos y los ojos de Gastón. “Hablaba de abortos espontáneos, que fue lo mismo que le pasó a mi cuñada. Era tremendo, te mostraba la situación en otros países. Me había comprado un terreno, toda la vida luchando para tener una casa para mis hijos y aparecía esto: me quería morir”.
Gastón habló con Víctor Hugo Mazzalay, docente y doctor en Ciencias Sociales: en los pueblos, los carniceros, los doctores y las modistas tienen un nivel de interacción inexistente en las grandes urbes.
Mazzalay llamó al biólogo Montenegro. Gastón Basualdo mandó a copiar decenas de DVD para repartir, alquiló un salón de fiestas -250 pesos- y difundió desde la carnicería la convocatoria al pueblo, replicada boca a boca y por Facebook.
El salón no dio abasto: 500 personas escucharon lo que estos vecinos y Montenegro tenían para decirles sobre Monsanto bajo una enorme esfera espejada, mientras lo más asombroso aún estaba por ocurrir.

Nunca pasa nada

Aquella reunión y las que se siguieron realizando en otro salón de fiestas, el Santina, ubicaron al pueblo en una dimensión desconocida hasta entonces: “Acá nunca pasaba nada” supone Vanina Barboza, acompañante terapéutica de niños con discapacidades. “Algún reclamo porque sacaron el recorrido de un colectivo, y nada más. Pero de golpe estábamos todos sacudidos. Estábamos despertándonos”.
En el primer encuentro se discutieron algunas premisas:
Todos pueden participar.
Toda acción es política como forma de intervenir en lo público, pero no partidista.
El conflicto no debe quedar en Malvinas, sino salir hacia afuera, hacerse visible.
 
Montenegro: “También se dijo que era una lucha técnica para la que había que prepararse: estudios de impacto ambiental, discusiones judiciales, debates científicos. El proceso de formación comunitaria a través de Internet fue mágico. Hay que borrar la idea de que los movimientos de resistencia son emotivos. Ya pasó ese momento. Con las herramientas que hay, las comunidades tienen infinitamente más capacidad técnica e información que los gobiernos, y que las propias corporaciones”.
Velozmente las reuniones se transformaron en la Asamblea Malvinas Lucha por la Vida. Empezaron las marchas, cortes de la ruta 19, se reclamó una consulta popular (los sondeos fueron siempre muy desfavorables a la planta), se rechazó el informe de impacto ambiental (“fue tan malo que fue bueno”, dice Montenegro), se presentó un recurso de amparo para detener la obra firmado por el abogado Federico Macciocchi, se exigió prohibir las fumigaciones, el abogado Darío Avila presentó una denuncia penal ante el fiscal Anticorrupción contra el intendente y los concejales por haber autorizado de forma irregular el uso del terreno para Monsanto, pintaron murales, hicieron festivales y, entre muchas otras acciones, comenzaron los bloqueos sorpresivos en la entrada de Monsanto.
Vanesa Sartori, psicóloga, mamá de Alma y hoy concejala, relata: “Pese a los amparos, en 2013 seguían construyendo. Nosotros apelábamos, pero pasaban los camiones hormigoneros y se nos hacía un nudo en el estómago. Empezamos a hacer bloqueos sorpresa en la entrada. Nos íbamos de madrugada sin mandar mensajes de texto o WhatsApp porque ahí la policía se enteraba. Tenía que ser boca a boca, cadena humana. Ahí estuvo el germen del bloqueo permanente”.
 

Carrasco y los cordones

 
Sofía Gatica ya se había arrimado a Malvinas. En el Puesto Camioneros del acampe, sacudido por el viento, recuerda: “Yo quería entrar a la planta, ocuparla. Se lo conté al doctor Andrés Carrasco y me dijo: ‘Los van a sacar de los pelos, les van a pintar los dedos y no van a lograr nada. Piensen otra cosa’. Salió la idea del bloqueo permanente, y esa le gustó a Carrasco: ‘Si lo hacen, ese día los voy a acompañar. Pero ojo: siempre con los cordones bien atados’. No entendí. Entonces me explicó: ‘Los van a correr para meterlos presos, así que hay que tener los cordones bien atados’. Y qué razón que tenía”.
Con la excusa del festival Primavera sin Monsanto, el 18 de septiembre de 2013 se inició el bloqueo permanente en la puerta del predio. Carrasco –ex presidente del CONICET, científico que hizo pública su investigación sobre los efectos del glifosato en embriones anfibios- estuvo presente y doce días después se confirmó su teoría sobre atar los cordones. Cuenta Sofía: “Vino la policía y nos iban empujando para sacarnos de la puerta. Aparecieron como diez camiones. Me tiré debajo de las ruedas del primero y le gritaba: ‘Pasá nomás’. Vino más gente, todos se tiraban debajo de las ruedas. Nos tenían que pisar a todos. Había policía, infantería, los del ETER (grupo represivo vip). Me re-cagaron a palos, me descompuse, me llevaron al hospital. Quedé con traumatismo de cráneo, pero ahí me di cuenta de una cosa: si necesitaban todo eso contra nosotros, entonces teníamos poder”.
El bloqueo no sólo continuó sino que se perfeccionó con carpas y ranchos hechos en cada una de las cinco entradas de Monsanto. Recibieron la carpa enviada por Famatina, el pueblo riojano que frenó a cuatro mega mineras. “Nos la rompieron toda en las otras represiones”.
Hubo ataques de patotas de la UOCRA, corridas policiales, detenciones. Finalmente, Monsanto mandó a verdaderos obreros de la construcción. “Nos decían, ¿quién le va a dar de comer a mis hijos? Pero otros nos decían que nos entendían y que los estaban mandando para ver si aflojábamos”. En ese tiempo Sofía fue amenazada, perseguida y emboscada a golpes en la puerta de su casa. Le pusieron por orden judicial una custodia femenina para acompañarla siempre, que también resultó golpeada en otra de las represiones durante el bloqueo.
Empezaba a percibirse una fuerte división entre los que resistían a Monsanto. Por un lado la Asamblea, por el otro el acampe, y dentro del acampe el sector de autoconvocados, jóvenes que llegaron desde lugares distantes para quedarse definitivamente viviendo en el bloqueo: los hippies. Más allá de que en algún momento parecen haberse creído los dueños de la verdad de la milanesa -e incluso del acampe- cumplieron el rol clave: estar siempre, cuando a otras vecinas y vecinos se les hacía imposible semejante nivel de dedicación. “No teníamos ni cuerpo ni cabeza para sostener el bloqueo, atender nuestras familias y trabajos, hacer todo lo demás”, reconoce Vanesa.
Entre los tres sectores crecieron la desconfianza, la enemistad, las acusaciones mutuas. Una palabra vacunaba todas las disputas: Monsanto. La Asamblea se volcó más al pueblo y los vecinos, el acampe se hizo fuerte en la ruta.
Por otros laberintos, el recurso de amparo rebotaba como una pelota en manos de jueces un tanto sinuosos. Se demandaba detener las obras hasta que se realizara un estudio de impacto ambiental serio, y una audiencia pública. Finalmente, en enero de 2014 la Cámara de Apelaciones ordenó paralizar las obras, no como medida cautelar sino definitiva, hasta tanto se llamase a una audiencia pública con garantía plena de participación ciudadana. También se declararon inconstitucionales las ordenanzas municipales que permitían la construcción de la planta y los permisos de la Secretaría de Medio Ambiente.
Monsanto captó el mensaje: desmanteló sus oficinas en el predio de 30 hectáreas, y el esqueleto blanco y verde quedó vacío.

439 votos

El bloqueo continuó y continúa. Un grupo de asambleístas decidió presentar una propuesta electoral, Malvinas Despierta, para las elecciones 2015. El radical Daniel Arzani no se postuló tras 16 años como intendente en los que obtenía siempre unos porcentajes lisérgicos de votos, casi sin oposición. Su sucesora Silvina González le ganó a Víctor Hugo Mazzalay, candidato de Malvinas Despierta, por apenas 439 votos. El delasotismo le ganó por poco a Patria Grande, el Frente para la Victoria se fue al descenso con 121 votos (1%) y todavía hoy nadie pudo entender si estaba a favor o en contra de Monsanto.
Si Malvinas Despierta y Patria Grande hubieran ido juntos, ganaban las elecciones, pero las broncas vecinales y lógicas partidarias son corrosivas. Será interesante ver, alguna vez, a un gobierno con genes asamblearios. Actualmente hay cuatro concejales radicales y tres de Malvinas Despierta que, como minoría no han podido hacer aprobar ni uno solo de sus proyectos.
Más allá de las andanzas partidarias, en agosto arreciaron las versiones según las cuales Monsanto está tratando de desprenderse del predio y del esqueleto blanco y verde. Y se acerca la Primavera sin Monsanto.

La mirada de Tobías

Pero además de Monsanto, Malvinas Argentinas tiene un problema curiosamente opacado: está rodeada de fumigaciones. Por eso cualquier conversación puede ser tremenda. Santina, la dueña de uno de los salones de fiestas, fue operada de tiroides hace 8 años, su padre falleció por cáncer de estómago, su compañera en el Centro de Salud tuvo varias operaciones de cáncer, su vecino Néstor Depetri falleció de cáncer de tiroides en agosto último. Pero lo que la enoja es otra cosa. “Presté el salón para la Asamblea y en la municipalidad me empezaron a hacer problemas con permisos, trámites y demás”.
Ernesto Barboza manejaba un camión cerealero en el que se contagió una bacteria (serratia) que lo mandó 22 días a terapia intensiva varios de los cuales estuvo en coma. Ahora tiene un kiosco. Varios de sus compañeros en el puerto de San Lorenzo, Santa Fe, fallecieron. La esposa de Ernesto, Silvia Vaca, fue una de las 10 personas a las que se hicieron análisis de sangre en Malvinas Argentinas, por iniciativa de la Asamblea, ante la negativa del municipio y la provincia. Siete de los investigados, incluida Silvia, presentaron agrotóxicos en sangre. Se habla mucho de la resistencia social. Tal vez estemos viviendo el ataque a la última resistencia: la de los cuerpos.
Otra de las envenenadas es Andrea Molina, estilista y peluquera, 32 años, mamá de Lourdes (9 años) y Tobías (2). “Me hice el análisis porque cuando quedé embarazada de Tobías se me detectó diabetes. Y el niño nació con cardiopatía congénita, un sistema anómalo de las venas pulmonares. Queríamos saber cómo venía mi sangre con este tema”. Andrea tenía dos plaguicidas, Aldrin y Dieldrin, en altas dosis. El estudio no se pudo hacer sobre glifosato, ya que recién en los últimos años se logró la tecnología para concretarlos: asombroso para un país fumigado desde 1996 con 250 a 300 millones de litros anuales del herbicida para transgénicos.
Tobías ríe al ver las cámaras de fotos. Sus primeros días de vida los pasó en el Garrahan de Buenos Aires, operado por la cardiopatía. “Eso era lo principal, después le tuvieron que sacar un riñoncito y tiene esta malformación acá”, dice Andrea, pasando la mano por la cabeza de Tobías, que parece tener el cráneo hundido del lado derecho. Lo mismo que describió Andrés Carrasco, fallecido hace dos años, cuando investigó los efectos del glifosato.
Andrea: “Pero los médicos me dijeron que lo que está, está. No se va a seguir deteriorando su salud”. Tobías está yendo a fonoaudiología para mejorar la pronunciación. La escolaridad mostrará si hay algún problema a nivel cognitivo.
Tobías ríe otra vez, y me mira, y el 29 de octubre cumplirá 3 años, y tiene un buzo rojo, y no: jamás voy a olvidar esa mirada.
¿Por qué Malvinas fue capaz de levantarse contra la presencia de Monsanto y no, antes, contra cientos de enfermedades absurdas, abortos espontáneos, vidas envenenadas, sobredosis de muertes?
No hay muchas respuestas, salvo cierta privatización resignada de la enfermedad, como problema personal, como fatalidad.
Malvinas echa a Monsanto, pero el municipio aún no aceptó hacer una ordenanza que prohíba las fumigaciones. Montenegro: “Esa es la deuda, y el desafío”.
Sofía Gatica dice que en estas peleas se pierden muchas cosas. “No pude estar con mis otros tres hijos. No los vi crecer. No les agarré un cuaderno. Estaba siempre en la lucha. Mi marido un día me dijo: Monsanto o yo. Y no iba a frenar esta lucha por un marido. No era por falta de amor. Si perdés un hijo tenés que saber qué pasó, ir más allá. Así que perdí mi matrimonio, pero gané años de vida para mis hijos y para muchos otros. Estamos prolongando vidas”.

Pueblo mutante

¿Monsanto podría instalarse en otra localidad menos hostil que Malvinas? Medardo Ávila Vázquez, neonatólogo y pediatra integrante de la Red Universitaria de Ambiente y Salud: “A la empresa le impidieron instalar un laboratorio en Río Cuarto por un decreto del intendente y la movilización en contra. Entonces Monsanto intentó en La Carlota. Hubo una asamblea en la plaza y rechazo de todos los gremios. La de Malvinas quisieron trasladarla a Oncativo, y enseguida hubo una movilización dentro de la propia intendencia”.
¿Toda esa reacción la despierta la marca Monsanto? Avila Vázquez: “No. Syngenta se iba a instalar en Villa María, pero no alcanzó a poner un ladrillo por la reacción de la gente. En Río Tercero hay toda una movida para sacar a Atanor. Se ha ganado en comprensión de lo que significa todo esto en términos de derechos humanos, no como algo que se agota en la dictadura, sino como algo del presente, lo ambiental, la salud. Eso es lo que hace que triunfe un reclamo: queremos la vida. No queremos dinero a cambio de contaminación”.
Esa percepción se logró pese a los medios de comunicación: “Monsanto llevó un avión de periodistas cordobeses a Estados Unidos a ver una de las plantas. De todos los canales, La Voz del Interior y hasta Radio Universidad”.
En 2013, la empresa publicó una solicitada durante 40 días -900.000 pesos cada una- y gastó indeterminados millones diarios en publicidad televisiva. Medardo: “De este lado no teníamos plata, pero se logró hacer entender el problema a los periodistas de buena voluntad”.
Sobre las divisiones, de las que él mismo es parte: “Creo que fueron secundarias. Siempre ganó el objetivo común”.
A fuerza de esta amenaza transgénica, los habitantes de Malvinas, tal vez, se han convertido en mutantes. Por ejemplo:
Vanesa dice que tienen 50 antenas, Lucas informa que tienen cuatro ojos, frenan camiones sin tocarlos, doblegan superpoderes con sólo proponérselo; hablan con muchas voces; aseguran que crecieron mucho; todos pueden ser al mismo tiempo biólogos, abogados, piqueteros, políticos, educadores, comunicadores, ecologistas e intelectuales, además de su antigua condición de vecinos.
Cambiaron la química de un pueblo, se han vuelto genéticamente resistentes al frío, privaciones, insultos, palazos y pedradas con que los homenajearon tantas veces.
Además son capaces de no dormir y todos aseguran que se les abrió la cabeza.
Habitan el universo real (o sea: la irrealidad de estos tiempos), pero simultáneamente existen en el cosmos de los sueños –en el que las cosas puede ser diferentes-, y en el otro: “Monsanto jamás pensó que íbamos a poder hacer lo que hicimos, ni en sus peores pesadillas”.

Las mil y cien noches

Esta primavera se están cumpliendo mil y cien noches desde que comenzó el bloqueo. O sea: una historia que cada noche debía encontrar un modo nuevo de continuar para que los malvinenses y sus deseos pudiesen seguir vivos al día siguiente. Hubo capítulos de batallas, de movilizaciones, de muertes, de amparos, de odios, de juicios, de magia, de locuras, de traiciones, de vida. Y como en un cuento de pequeños contra gigantes, los vecinos triunfaron.
¿Cómo lo hicieron?
Lucas plantea que algo que no tienen Monsanto ni los políticos, y que no pueden romper, es el amor.
El viento sacude el Puesto Camioneros. El amor, la fraternidad y el afecto tal vez existen en los que están en el acampe, en los que están en la asamblea, pero entre ambos no hay mucho amor que digamos. Es cierto que son heridas con las que han sabido convivir. ¿Se podrán curar, se agravarán con el tiempo?
Enigma abierto.
En cualquier caso, divididos, o quizás diversos, en Malvinas lograron enseñarnos algo a los que tenemos el honor de ser sus contemporáneos: nunca hay que subestimar las cosas que puede hacer la gente que no ama a las corporaciones.

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