Mu103
La pasarela mágica
Crónica del más acá.
Natalia y Melisa se quedaron mirándome fijamente, invadidas por la perplejidad, la desolación y el desamparo más absoluto. Cuando mencionaron a Markova yo pensé en alguna atleta rusa o ucraniana. Incluso no descarté la posibilidad de un marcador lateral de Lituania.
Bueno, no.
Entrar al Sheraton Hotel de Retiro fue todo un acontecimiento. Nunca había estado ahí. Calculo que hay unos cuantos igual que yo.
Una tremenda mole rectangular, desabrida, impersonal, fea con ganas.
Siempre de espaldas al río del masticado Solís.
Su lobby es muy amplio, tipo supermercado, y colabora con el aspecto exterior: un deja vu de los ochenta, impecable, feo, impersonal, transitado por una gran cantidad de personas y donde escuchar hablar en castellano es una excentricidad. O lo era ese día.
Alguna vez, en el illo tempore de los 60/70, se cantó, en la nariz del gigante de Retiro, “Qué lindo, qué lindo, qué lindo que va a ser, el Hospital de Niños en el Sheraton Hotel”.
Bueno, no.
Hicimos tiempo en el bar del lobby donde fuimos monetariamente asesinados y pésimamente atendidos.
En el anochecer de ese miércoles porteño -helado para más datos-, en el vientre del gigante, Markova presentaba su colección de ropa primavera verano y la muestra se llamaba Latinoamérica Fashion Week.
El nombre y su implicancia son tan obvios que esta gente me va a dejar sin trabajo, sin posibilidad de escribir.
La metáfora muere con gente así…
Alguna señoritas transitaban el lobby vestidas bajo parámetros de elegancia que no comprendo, mientras el dúo femenino que me acompañaba observaba mi cara de hipopótamo y emitía comentarios sexistas y degradantes acerca de la condición masculina.
Estoico, callé.
Me dijeron que eso es dignidad.
Una señorita estaba vestida con unos pantalones verdinegros anchísmos, cercanos a la bandera de Nueva Chicago, y una especie de chaqueta que le dejaba buena parte del abdomen al descubierto. El abdomen era una literal tabla de lavar, con músculos marcados como una escultura.
Bueno, no. Paso. Gracias.
Subimos a un salón muy grande en el primer piso. Había una pasarela a ras del piso en el medio (con material antideslizante que parecía hule, nada de alfombra roja onda principado de Mónaco), varias filas de sillas a los costados y detrás de ellas, la Popular, todos parados y con los petisos cogoteando la angustia centimetril. En un extremo, amontonados como vacas para el frigorífico, cámaras y fotógrafos. En el otro, una gran pantalla que no cesaba de pasar imágenes referidas a la marca y, detrás de la pantalla, oculto por cortinas, el vestidor de las modelos.
Mucha gente, abrumadora mayoría mujeres jóvenes. La multitud no parecía tener mucho glamour, parecían personas como uno, pero nunca se sabe.
Yo desconfío.
Siempre desconfío.
Cuando largó el desfile, el espacio fue atronado en un primer segmento con música de película porno. Soy un pecador infame y lo admito, porque mi destino al Tártaro está asegurado: era música de película porno.
O el DJ es un pícaro de fino sentido del humor, o debe largar el Cartoon Network.
Las chicas salían a la pasarela con una frecuencia de unos 20 segundos y ninguna estaba más de 40. A veces de a dos y (pocas) de a tres o cuatro.
¿Qué es lo que se puede ver a esa velocidad? Tal vez un observador entrenado…
Pensé que era otra estrategia para estimular el deseo, líquido, escurridizo, veloz. Solo para fogonear la ilusión y que la bestia del consumo siga alimentándose.
Lo mío es sociología de Retiro, Ferrocarril Mitre.
Y las chicas.
Las chicas. Lejos, muy lejos de Sofía Loren. De Sharon Stone. De Scarlett Johansson. Delgadas hasta el escalofrío, caminaban en un estudiado paso de autómata, absolutamente serias.
Salvo una rubia de muchos rulos, todas peinadas gélidamente hacia atrás, engominadas, diría mi abuela.
Solo una esbozaba una sonrisa.
¿Por qué?
Si iban o venían era lo mismo porque las curvas estaban ausentes. Una sola, lo juro por mi ética irrecuperable, una sola tenía tetas. Y tampoco eran para decir ¡epa!
¿Perfil para babosos?
Bueno, no.
Yo estaba ubicado en la salida del vestidor. Allí las veía sonreír, hacer monerías con la encargada de darle salida a cada una y de hacer la última revisión para que todo estuviese en orden. Allí eran jovencitas (algunas inquietantemente jovencitas) que se reían y jodían entre ellas.
Cuando entraban a la pasarela eran cuerpos fríos, escuálidos, sin vida, portaestandartes de negocios, otro ladrillo en la pared.
Cuerpos tan frágiles que daban ganas de salir corriendo a comprarles un plato de ravioles.
He visto videos, fotos, leído notas.
Pero estar ahí…
Era una elegía del desamparo.
La muchedumbre, silenciosa.
Hubo algún aplauso, frío como el Sheraton, al comienzo y al final. En el medio nada. No se escuchaban exclamaciones. El volumen de mi amigo, el DJ porno, sobre saturado con graves, te volaba la peluca.
A pesar de eso, logré escuchar algunos comentarios femeninos acerca de los culos de las modelos (las mataban) y de lo mal que les quedaba esto y aquello (nuevamente las masacraban).
Retrocedí dos pasos porque me di cuenta de que la picadura podía ser mortal.
El público respondía a los estándares posmo: mucha foto, mucho celular filmando, alguna que otra celebridad del mundo de los chimentos y el puterío televisivo.
Todo desangelado, ártico, ausente.
El desfile duró 40 minutos.
En la desconcentración, lo que vendría a ser La Voz del Estadio pedía que por favor no caminaran por la pasarela, cosa que fue desobedecida con un entusiasmo que pocas veces vi. Ni cinco de pelota.
Rebeldía fashion.
Todos querían sus treinta segundos de desfile.
En el extremo habitado por los fálicos tentáculos de cámaras y fotografías apareció, con un banner a sus espaldas, una señora del rango “mediana edad” sobre la cual se abalanzaron todos para tomar imágenes. Parece que era la tal Markova. Otros decían que era Pampita.
El marcador lateral de Lituania no era.
El despelote era infernal.
¿La ropa?
Ni idea.
Sólo el desfilar volátil de lo vacuo para llenar lo que no se puede.
Si los griegos tenían razón y hay un alma, esa noche la psyqué mendigaba afónica.
Mu103
Chau Monsanto: se levantó el acampe de Malvinas Argentinas
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Desaparecido en el barrio
Susana es la compañera y Paula la hija del periodista Luis Píriz. También son vecinas del genocida apodado El Nazi y, si la justicia las obliga, de Etchecolatz. ▶ LUCAS PEDULLA
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