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Arte y parte
X Encuentro Nacional de Teatro Comunitario. Una crónica de todo lo que se aprende y todo lo que divierte en el mayor escenario argentino: el que construye la sociedad para contar su época. Y cambiarla. Por Luis Zarranz.
Son las once y cuarenta y siete minutos del sábado ocho de octubre y en el Balneario Carlos Xamena, el inmenso camping municipal de Salta capital, hace frío. El cielo, plomizo, amenaza con descargar su furia sobre este rincón del mapa.
Ajenas a todo –al frío y a la intimidación meteorológica– unas 300 personas bailan al aire libre, moviendo alegremente sus cuerpos. Gritan hey, hey, hey mientras saltan y golpean las palmas. De fondo suenan los tambores del grupo Matecocido, de Tucumán, que hace unos minutos presentó su espectáculo Negra Amerindia. Ahora se arma un trencito que, sobre la improvisada pista del camping, empieza a sumar gente, a ritmo pegadizo y cumbianchero: son vagones de una alegría compartida.
Hay chicos, grandes y más grandes; todos, dando rienda suelta a una especie en vías de extinción: la espontaneidad.
El baile termina con una frase que se hace grito que se hace mantra: abrazo comunitario, abrazo comunitario, abrazo comunitario. Lo que mis ojos ven es un multitudinario apretón de 300, 400 personas: una locura que humedece mis pupilas de tal forma que no puedo comenzar con ninguna otra cosa que no sea esa escena.
¿Qué es lo que provoca esta comunión?
Estar participando del X Encuentro Nacional de Teatro Comunitario, que durante tres días tuvo lugar en la capital salteña con la participación de treinta grupos de todo el país: una ensalada de tonadas, edades, elencos, experiencias y devenires que, entre otras cosas, contuvo la lluvia y generó el calor necesario para combatir los últimos resabios de frío del año.
Hay en el aire un espíritu de comunidad, que es el que impulsa que el público, que hace instantes siguió con atención la presentación de Negra Amerindia -un espectáculo teatral y musical que representa distintas formas de esclavitud-, ahora haya copado la escena.
Primera lección: en el teatro comunitario se hace difuso el límite que separa la escena del escenario y al actor del espectador.
Reyes sin corona
La mañana del sábado con baile, trencito y tambores es el preámbulo de varias actividades programadas y la continuidad de la apertura formal, que tuvo lugar el día anterior en la explanada del Concejo Deliberante -lindante con el balneario– con la presentación de Érase una vez el rey, una maravillosa obra del chileno Oscar Cuervo Castro, adaptada e interpretada por tres vecinos actores de Alas, el grupo anfitrión. Se trata de un sencillo espectáculo en el que un grupo de cirujas aborda la temática del poder, con sutileza y humor, y plantea cuestiones como la amistad y el trabajo colectivo.
Que el encuentro haya arrancado así –con una obra simple y profunda que interpela al poder -llevada a cabo en las puertas del Concejo– es una maravillosa metáfora de las características con las que se desarrolló el evento. “Esa es nuestra forma: la simpleza”, me dirá luego Cristian Villarreal, el director artístico del grupo, que este año cumple diez años y lo festeja organizando el encuentro. “Cuantos menos elementos tenés, más rico se hace el teatro, la actuación y el trabajo del actor”. Todo eso me lo dirá después, porque ahora que termina la función, se baja del escenario y empieza a armar, junto a otros integrantes del grupo, la logística para que la primera cena comunitaria del encuentro salga bien.
Segunda lección: acá no hay problemas de cartel. El director de un grupo corre mesas, revuelve la olla y ayuda a armar carpas, a la par de cualquier otro integrante.
(Entre paréntesis)
Hay actividades que, por su intensidad, resultan difíciles de transmitir a quienes no participaron. Hay algo intransferible en el hecho –en los hechos– de recorrer 1.500 kilómetros para participar durante tres días de un encuentro que combina obras de teatro comunitario de grupos de distintos puntos del país; que reúne a 700 vecinos convertidos en actores que recorrieron esos o más kilómetros junto a otros vecinos; que genera la posibilidad de compartir rondas, bailes, comidas, mates, charlas y actividades con muchos de ellos. La cantidad de situaciones vividas es la que imposibilita que puedan ser atrapadas en tres mil, cinco mil o veinte mil caracteres.
En el breve y maravilloso cuento Del rigor de la ciencia, Jorge Luis Borges aborda el problema de la representación, al mencionar la perfección de un Mapa del Imperio, que de tan exacto… ¡tenía el tamaño del imperio! Se refiere, así, a la imposibilidad de transmitir cada detalle: un mapa, como cualquier representación en la que una parte define al todo, es una interpretación. Del mismo modo, para contar la profundidad de lo vivido durante aquellos tres días harían falta otros tantos. Como tal cosa no es factible, estas líneas no son más que un fragmento, algunos destellos de todo lo que pasó.
Los barrios se despabilan
El sábado, luego de la actuación de Matecocido de Tucumán y el pogo colectivo, MU tuvo el privilegio de presentar -frente a elencos de todo el país-su libro Actores sociales, que cuenta la experiencia del teatro comunitario e incluye una guía con información de más de 50 grupos, con el propósito de mostrar el tejido social construido a lo largo de más de tres décadas de recorrido. Es imposible pensar en una presentación con un público más atento y entusiasmado, más afectuoso, rodeado, además, de majestuosos cerros: una imagen ideal para cualquier biografía.
Posteriormente, el grupo cordobés Orilleros de la Cañada (Bella Vista, Córdoba capital) presentó su espectáculo De barrio somos, una obra con 26 vecinos actores en escena que relata cómo los habitantes de un conventillo se resisten a su demolición. El espectáculo genera carcajadas, de esas que solo los cordobeses son capaces de generar. Pero no solo eso: provoca, además, una profunda reflexión sobre la identidad de los barrios y el arrinconamiento en nombre de la modernidad.
La obra arranca con una movilera televisiva que frente a cámara dice esto:
“Soy Clara Alba Matutina. Y voy a realizar una crónica periodística desde el último conventillo. Miren esa fachada. Estamos para recorrer juntos las calles del barrio. ¿Barrio? Palabra que quizá dentro de un par de años tengamos que buscarla en el diccionario. ¿Qué es un barrio sino un cúmulo de personas expuestas a la desorganización, a la inseguridad? Algunos aún persisten, se resisten, de alguna manera, al avance inexorable de las torres, los grandes centros comerciales…”.
El espectáculo expone, así, las temibles construcciones de sentido de los medios hegemónicos. En otro fragmento, una desarrollista inmobiliaria que quiere demoler el barrio para hacer negocios, dice: “¿Qué tienen que hacer los vecinos para poder vivir tranquilos? Tienen que irse, tienen que mudarse”. Luego, junto a su séquito, canta tragicómicamente “venimos por ustedes”. Ahí mismo, otra persona informa con datos concretos: “Córdoba es hoy cuna de una movida desarrollista que supera a otras plazas del país. Se construyen 2,4 metros cuadrados más que en Rosario, incluso que Buenos Aires”. Más tarde, en coro, cantan: “Abrí la puerta/sacate el velo/es hora de que despabilemos”.
Tercera lección: el teatro comunitario despeina. Los que dicen que produce espectáculos de menor calidad ya saben qué obra tienen que ver para empezar a derrumbar el mito.
La desmesura
La directora de Los Orilleros, María José Castro Schüle, está contenta con el resultado: no hay parte de su rostro que no lo transmita y ninguna intención de esconderla. La tonada hace que sus palabras tengan melodía: “Estrenamos la obra en junio e hicimos varios shows para venir ablandados. Laburamos en pos de un objetivo concreto: presentarnos acá y juntar la plata para venir. Hemos tenido dos años de mucha producción: dramaturgia, escenografía, vestuario, ideas. Fue un laburo tremendo, a la par de sostenernos entre todos y seguir generando las ganas de estar juntos. Todo eso nos potencia. La organización y el trabajo colectivo es un motor fabuloso”.
Detrás de la escenografía, dos vecinos que acaban de actuar se funden en un abrazo que incluye lágrimas. En esa imagen dimensiono la obra: acaban de contar su propia historia. Es ahí donde intento desnaturalizar todo y comprendo el concepto de desmesura del que tantas veces me habló Ricardo Talento, director del Circuito Cultural Barracas.
Con la desmesura hago un ejercicio urgente: la enumero en una libreta. Copio y pego acá lo que escribí allá:
700 personas de todo el país, y de Bolivia, están participando y nutriendo este encuentro.
En todos los casos, lograron llegar acá autogestionándose, de mil maneras, el viaje: funciones, fiestas, rifas, colectas, vaquitas, choripaneadas, etcétera. Salta no queda acá a la vuelta –los más cercanos vienen de Tucumán– y, como pudieron, lo lograron.
Los que protagonizan las obras son personas que sin ninguna experiencia ni formación previa (en la inmensa mayoría de los casos) decidieron sumarse a algún grupo de teatro comunitario. El devenir en esos grupos los trajo hasta acá: su motor fue –es– el deseo.
Vinieron junto a sus pares: otros vecinos, extendiendo miles de kilómetros su porción de barrio. ¿Quién pudiera ser testigo y contar cómo cambia un territorio si sus habitantes viajan juntos a otra provincia para presentar –ante otros que están en la misma– un espectáculo que cuenta su historia, su identidad y que implica prepararse, maquillarse, jugar, reírse, compartir? ¿Cómo se alteran y modifican esos vínculos entre el carnicero, la docente, el estudiante, la jubilada, la desocupada, el contador y la ama de casa de un lugar x?
Hay un enjambre de todas las edades compartiendo TODO. Quisiera ser ese pibe de 12 años que vino con sus viejos y que mira todo con tanta naturalidad que me apabulla.
Cada obra tiene decenas de actores en escena, la escenografía que viajó con ellos, música en vivo (instrumentos que también hicieron el viaje) y un vestuario puntilloso. Señores críticos teatrales que no vinieron: digan alpiste.
Tantas otras cosas que no alcanzo a comprender.
Cuarta lección: el teatro comunitario tiene tantas ramificaciones que siempre hay algo nuevo por descubrir.
Hambre de verdad
El sábado por la tarde, la programación continuó en el Centro Cultural Dino Saluzzi, a unas pocas cuadras del Xamena. Allí se presentó La orquesta del Mate, un proyecto musical de Matemurga (Villa Crespo), que interpretó temas de ritmos diversos: bolero, vals, chacarera y, para el cierre, cumbia.
Sí, otra vez hubo cachengue colectivo: un imán que obligó a un par de bises. Cuando volvió la calma, el grupo Pompeya Teatro Comunitario (PTC) salió a escena con su espectáculo Alimento Des… balanceado (otra forma de comer), basado en El Matadero, de Esteban Echeverría. La obra tiene de todo: expone la voracidad de la sociedad de consumo, aborda el hambre en sus múltiples facetas, critica la desinformación que generan ciertos medios y tiene muchísimos guiños humorísticos sobre cuestiones actuales: se habla del tercer semestre, por ejemplo.
A su manera, entonces, la obra es un verdadero medio de comunicación que logra dialogar con el público y hablar de aquello que otros medios, en formatos más tradicionales, no hacen. La respuesta es este aplauso sostenido al final de la función.
PTC no terminó su actuación al final de la obra: como bonus track interpretó una zamba con la melodía de Carpas de Zamba y la letra adaptada para la ocasión: “Nos encontramos hoy para festejar/canto, baile y teatro/fiesta en comunidad”, cantaron.
Quinta lección: la creatividad colectiva es enemiga de las cosas por compromiso.
La caída del sistema
La tarde ya se hacía noche cuando, en Plaza España, otro de los escenarios del encuentro, comenzó Se cayó el sistema, disculpe las molestias, del grupo La Comunitaria, que integran vecinos del partido de Rivadavia, provincia de Buenos Aires, y General Pico, La Pampa.
De manera inevitable por la geografía en la que viven, la obra aborda los nocivos efectos de la sojización y las fumigaciones: la denominada “revolución verde”. El despliegue escénico y la caracterización de personajes y figuras son impactantes. Aparecen los “avioncitos” fumigadores, una bonita chica vestida de seda (La Chauchita), un joven con un enorme llavero de su 4×4 que trae la modernidad al campo, el cierre de tambos con personas sin cabeza, invisibles, y cómo dicha problemática se va trasladando a la ciudad, en donde prima el mundo del consumo. Sobre el final, cantan: “Crear molinos/cuerpos molinos/mentes molinos/pensamientos circulares y fecundos/más molinos en el mundo”.
El sábado tuvo, todavía, espacio para una varieté en la que dos grupos de reciente formación –de Mendoza e Ingeniero Maschwitz– presentaran sendos fragmentos de sus primeros espectáculos.
Sexta lección: el teatro comunitario interpreta la época.
Una sede que no cede
Que Salta fuera la sede del encuentro fue una propuesta de Cristian Villarreal, el director artístico del grupo salteño Alas. En una reunión de coordinadores de la Red Nacional de Teatro Comunitario, propuso –tímidamente– que Salta fuese la sede de un futuro encuentro nacional. Eso que parecía un futuro lejano se fue haciendo un presente cercano a medida que las hojas del almanaque iban quedándose atrás.
Y el futuro, llegó.
La mayoría de los integrantes de Alas son pibes de Villa Juanita, un barrio humilde de la capital salteña. Para organizar el encuentro, pidieron que se sumara la municipalidad.
Cristian tiene la voz mansa como una siesta de verano. Por eso, todo lo que dice viene acompañado de un tono suave, como si las palabras que salen de su boca tuviesen temor de romper esa calma. Pero la voz es lo único dócil que hay en él: todo lo demás le sale con una fuerza contagiosa; es un tractor que va y viene. “Estoy sorprendido de cómo la gente se adaptó a nuestra propuesta de hacer el encuentro en un camping, para que disfrutemos desde el momento en que estamos en las carpas, para que el encuentro sea de verdad y nos estemos cruzando, todos, todo el tiempo”, dice Cristian.
El encuentro funciona, así, de manera constante, lo cual permite que el intercambio de experiencias sea continuo. El camping es, entonces, un ordenado ramillete de carpas de distinto tamaño y calidad, alrededor de una gigantesca pileta de más de 26 mil metros cuadrados, vacía por no ser temporada aún. San Google indica que es la más grande del país y que se requieren 36 millones de litros de agua para llenarla.
Para organizar los tres días de actividades, Alas solicitó apoyo a la Municipalidad de Salta (en manos de Gustavo Sáenz, del Frente Renovador). “A veces, uno tiene miedo de hacer esas cosas porque piensa que se está pegando a un determinado color político”, afirma Cristian. Consiguieron el acompañamiento, no por apoyar a determinaos funcionarios, sino por el reconocimiento a los diez años de trabajo del grupo, ya que la subsecretaria de Cultura, Agustina Gallo, conocía a Alas desde sus inicios. “Sabía de nuestro esfuerzo y nos dijo: el trabajo de ustedes se tiene que visibilizar”. Fue así que lograron articular para alojar a las 700 personas que participaron, y garantizar el almuerzo y la cena de cada uno de los días.
¿Qué significa para Alas ser anfitrión de este encuentro?
Es muy importante. Nosotros fuimos a un encuentro en Misiones, en 2010, pero fuimos con un grupo de chicos, a aprender lo que era el teatro comunitario. Así que este es nuestro primer encuentro nacional como tal y lo estamos haciendo como anfitriones. Estamos felices porque noto mucho aprendizaje en todos los que integran el grupo. En estos tres días vamos a crecer como diez años más. Es el festejo por nuestro décimo aniversario. Nosotros no solo apuntamos a lo artístico, sino que queremos crecer como personas, como seres humanos, compartir con otros y acá se está dando eso.
Sexta lección: el teatro comunitario no empieza y termina en lo teatral.
Magia para la memoria
La jornada del domingo fue igual de intensa. Temprano, se realizaron talleres de juegos, dramaturgia, danza comunitaria, biodanza, teatro foro, arte y espacio abierto, y gestión. En este, por ejemplo, se debatió en torno a la planificación y organización de recursos: “Gestionar empieza con los vínculos”, sostuvo la coordinadora Andrea Hanna, de Matemurga.
Posteriormente, se realizó una charla debate a cargo de la Red de Investigadores de Teatro Comunitario. La actividad sirvió, además, para presentar el libro El movimiento teatral comunitario argentino. Las diferencias entre grupos urbanos y rurales, la legalidad y la legitimidad, la relación con el Estado y la potencia transformadora de este tipo de actividad fueron algunos de los tópicos que se abordaron, con activa participación de integrantes de diferentes grupos.
Por la tarde, el grupo Almamate, de Flores, presentó su espectáculo Abracadabra en el Anfiteatro Parque San Martín. Con una notable puesta, una coordinación perfecta para ensamblar coros y diálogos y diversos trucos de magia abordaron la problemática de las demoliciones y los cambios en la fisonomía del barrio que tal acción genera. Que las destrucciones y desalojos en los barrios sean temas recurrentes de las obras –ya sea de grupos de Córdoba, de la Ciudad o la provincia de Buenos Aires– permite comprender ciertos asuntos de época y su dimensión en diferentes localidades.
En Abracadabra sintetizaron las demoliciones de manera perfecta: a medida que se menciona la dirección de una casa a demoler, se escucha un estruendo y personas que van cayendo: son los que viven en esos domicilios, que también están siendo destruidos.
Séptima lección: el teatro comunitario tiene raigambre en territorios definidos, pero sus creaciones colectivas exceden lo local.
La semilla al trono
Luego, en ese mismo escenario, el grupo La Caterva (City Bell) realizó una función de su obra Templo, estancia, batallón, en la que narran la historia, los orígenes y el devenir de esa ciudad. Lo hacen sin ahorrar recursos: con muñecos gigantes, murga y mucha acción. Paralelamente, en otro escenario, el grupo Elenco Abierto (Quilmes), presentó su obra para niños La guerra de los yacarés, una creación grupal a partir del cuento de Horacio Quiroga, en la que ponen el foco en la contaminación y descuido del río.
Más tarde, y otra vez en el Centro Cultural Dino Saluzzi, llegó el turno de uno de los momentos más esperados: la obra Arriba El Alto, del Grupo Trono de La Paz, Bolivia, que rinde homenaje a los caídos durante la Guerra del Gas, cuando, en 2003, la ciudad se levantó y generó un movimiento social antineoliberal. Con destreza física, el espectáculo ofrece pinceladas de diversas costumbres paceñas, desde la mirada de El Alto, esa populosa y caótica ciudad que parece estar todo el tiempo en movimiento.
Antes de la función, Iván Nogales, el director del grupo, ofreció unas breves palabras en las que ponderó el trabajo creativo colectivo: “Está generando una potencia de transformación. Es una semilla. La comunidad es la única fuente de pervivencia de los seres humanos en el planeta”, expresó.
Octava lección: el teatro comunitario es la semilla.
El deseo es una máquina
La noche del domingo tuvo su cierre en el anfiteatro de Plaza España con otras dos obras: De muros a puentes, del grupo Chacras para Todos (Mendoza), una obra que aborda los muros sociales y personales y, luego, La Máquina de Solano (San Francisco Solano, Quilmes) en la que narraron la historia de esa porción del Conurbano: las primeras familias que habitaron el lugar (sin asfalto, luz, gas, ni estación de tren), los vericuetos de la feria –una de las más grandes del país– y los años de crisis.
El lunes 10 se llevó a cabo la última jornada con otra ronda de talleres, para intentar sistematizar la práctica. Allí, la palabra circuló permanentemente:
María José (Orilleros de la Cañada): “Lo que está bueno es escuchar con qué viene cada uno porque hay cosas estructurales que nos atraviesan a todos: las búsquedas comunitarias artísticas están presentes también en cuestiones globales”.
Manuel (de Rivadavia): “No debemos quedarnos en la comodidad de que somos todos lindos, buenos y nos conocemos. La época demanda que hagamos más alianzas inesperadas porque la cultura no tiene límites. Debemos seguir creando”.
Cristian (de Alas): “Cuando alguien propone algo y los demás se suman, como pasa acá y en los grupos, es maravilloso porque no se impone, se comparte”.
Gabriel (de Pompeya): “Estos encuentros generan conciencia de que somos muchos, de que no estamos solos, renovamos las fuerzas, el deseo. Genera mucha complicidad, acercamiento, alegría, diversión y fiesta comunitaria, que hace falta”.
Novena lección: escuchar es aprender.
Parir la transformación
Luego, hubo más espectáculos: Los Descoordinados de Paravachasca (Villa La Bolsa, a 40 km de Córdoba capital) realizaron una función de Un año en la maraña, la obra con la que alertan sobre el desmonte y la contaminación del río. El cierre del Encuentro estuvo a cargo de Alas, el grupo anfitrión, que puso en escena su espectáculo Salamanca Tours en el que muestran las costumbres y la cultura salteña con una crítica social respecto al progreso y el consumo. Con este espectáculo ganaron, el año pasado, la Fiesta Provincial del Teatro salteño: fue la primera vez en la historia del festival en el que un grupo de teatro comunitario ganó el primer premio.
Pero no fue ese el final del encuentro, sino lo que vino después: una celebración colectiva que incluyó –otra vez– baile, abrazos y alegría compartida. Fue la forma perfecta de enlazarse hasta la próxima edición, muy posiblemente en Mendoza.
Con pasos improvisados, sonrisas anchas en los rostros y trencitos siempre a punto de descarrillar renovaron el invisible lazo social que los une: el arte como transformación social.
Eso era lo que había que festejar, y la última lección: encontrarse con otros –con diferentes otros– es una forma de parir un mundo nuevo.
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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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