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Jeff Zorrilla, director de Monger. Prostituyentes de película
Un documental que revela el turismo sexual en Argentina desde el punto de vista de los que vienen a consumir cuerpos beneficiados por los precios baratos. Por Bruno Ciancaglini.
El primer golpe llega rápido, apenas a dos o tres minutos de comenzada la película: un norteamericano bruto y atolondrado, con camisa hawaiana y una petaca de whisky en la mano se para frente a la gigantografía de Evita que hay en la 9 de Julio y, alternando inglés con castellano, grita a cámara: “¡Ella es una puta de mierda! ¡Una puta comunista!”.
Así empieza Monger, documental sobre el turismo sexual en Buenos Aires que se estrenó en el último Festival de Cine de Mar del Plata generando fuertes debates luego de cada función.
Los mongers son hombres que viajan por el mundo con el único objetivo de consumir prostitutas. Algunos de ellos se convierten en referentes, comparten sus experiencias en Internet, ponen puntajes a los cuerpos y guían a los usuarios; otros directamente se convierten en intermediarios entre prostitutas locales y turistas. Son parte de una red global que funciona en la web (www.internationalsexguide.info) y su nomadismo se debe a un simple principio económico: el tipo de cambio hace que ciertos habitantes de países con moneda fuerte elijan prostitutas tercermundistas, principalmente latinas o del sudeste asiático. Buena calidad, precio barato, negocio redondo.
Como The act of killing (película imprescindible en materia de derechos humanos), Monger es un documental que elige narrar desde el punto de vista del “villano”, del que está en el lugar de poder. En este caso, el prostituyente, el que aporta el capital, el que consume cuerpos “caros” a precios “baratos”. En esa la decisión está el riesgo principal y por eso su mayor acierto.
Consumir cuerpos
La película escapa inteligentemente de toda dimensión moral, esa que la convertiría automáticamente en carroña a disputar entre los inspectores del Bien y los reyes del bussines de lo políticamente incorrecto.
Más allá de la “escena Evita”, Monger escapa de los golpes de efecto y apela a la distancia como recurso ético -el uso preciso de la música, la abstracción del super 8- para construir una mirada política sobre su objeto, que Jeff Zorrilla, director, explica así: “Cuando conocí el foro online de turismo sexual del cual participan los personajes, me di cuenta de que había una relación directa entre el beneficio del tipo de cambio de dólar a pesos y cómo eso se plasmaba en la posibilidad de consumir cuerpos. Me parecía una síntesis perfecta del neoliberalismo como ideología de vida”.
Pasión vs. sexo
Jeff es norteamericano, psicológo, proveniente de una familia de cubanos exiliados. Cansado de trabajar en la escena del cine independiente en Nueva York, donde era un pasante precarizado en distintos rubros -desde distribuidor de películas hasta chofer de Natali Portman y Scarlett Johansen- Jeff llegó a Argentina hace seis años sin otro plan más que aprender el idioma, hasta que empezó a salir con Natalia Cortesi, productora de la película. Hoy están por casarse.
¿Cómo llegaste a los Mongers?
Fue hace tres años. Alquilaba una casa a una señora hasta que de casualidad me enteré que era una madama, que a otros turistas les ofrecía servicios con prostitutas. La googlié y a partir de ahí conocí el foro online y me pareció que era interesante como tema para un documental. El slogan del foro es: “El dinero es el mayor afrodisíaco”.
¿Cómo narrar un tema como este, tan sensible?¿Eras consciente de ese riesgo?
No queríamos hacer una película contra la trata, porque en esas películas el espectador se siente cómodo, moralmente identificado. Acá te sentís incómodo. Yo quería generar discusión, que queden espacios para debatir, algo que te haga sentir un poco mal. En el estreno en Mar del Plata se generaron fuertes discusiones, así que me di cuenta de que lo había logrado. Una señora empezó a discutirme, hasta que yo le dije cuál era mi posición sobre la prostitución y me dijo: “Bueno deberías poner un cartel que diga ´estoy en contra de esto´ antes de que empiece la película”. Justamente eso era lo que no quería, porque en ese caso dejaría tu conciencia tranquila, y yo buscaba otra cosa.
En el documental hay tres personajes: Ramiro, que es una suerte de anfitrión para turistas que los contacta con prostitutas; Joe, que busca llegar a las 400 prostitutas en Buenos Aires para el día de su cumpleaños, pero el tercero es el más curioso: Alan, señor inglés, culto, que tuvo un hijo con una prostituta argentina. ¿Cómo pensaste la relación entre esos tres casos?
Ramiro es una especie de monger retirado, por eso necesitaba uno en actividad como Joe, que vive viajando y subiendo sus experiencias a YouTube. Pero creo que Alan, definitivamente, es importante porque muestra el lado progre del consumidor de prostitución. Es buen tipo, es medio intelectualoide, es respetuoso, un caballero inglés, que oficia de monger y sale con prostitutas. Cualquier espectador se puede relacionar con él: te sentís identificado y por eso me parece imprescindible.
¿Cómo trabajaste a nivel cinematográfico la distancia para que la película no sea una celebración de esos personajes ni tampoco una condena torpe, sino algo más complejo?
Diría que la clave es el montaje y la música. Se podrían hacer películas realmente monstruosas si la edición fuera otra. Al mismo tiempo, el uso de imágenes abstractas en super 8 tiene un fundamento. Estuve tres años metido en un mundo oscuro, que me daba asco. Ellos siempre me hablaban sobre la pasión del sexo, como si eso fuera real. El uso del super 8 es una forma de poner en escena mi pasión por el fílmico, de responderles así a lo que ellos llaman pasión.
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