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Barrios cerrados

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Desde fines de 2003, como en otras villas bonaerenses, un cordón de gendarmes controla la vida de sus habitantes. Llegaron por tres meses y nunca se fueron. Y como no están acostumbrados a dar explicaciones de su accionar a la prensa, la presencia de mu generó momentos tensos, además de denuncias y revelaciones.

Barrios cerrados

Hay fronteras imaginarias y otras reales, pero ésta no puede ser más concreta: un cordón militar rodea La Cava, el asentamiento más importante de San Isidro. Grupos de gendarmes controlan sus accesos, donde piden documentos y preguntan a la gente de la villa que entra o sale adónde se dirige y a hacer qué.
El gendarme que está en la guardia lleva un fusil. Lo veo desde lejos, incluso antes de llegar a distinguir su cara. Lo mantiene apoyado sobre el cuerpo, listo para usar. Está con otros dos, vigilando todos los movimientos de la zona.
Zulma vive al otro lado. Nos recibe con una noticia: ayer tuvieron represión. Lo cuenta así: “Un pibe que es adicto y está medio loquito se puso a gritar. Había otros pibes en la calle, siempre se juntan ahí, cerca de la garita, y para dispersarlos los gendarmes les dispararon con balas de goma”. En el desbande, a un nene de 10 años le dieron un balazo en el pie. Se llevaron detenido al que gritaba. A ella no le parece mal que se lleven al un pibe hasta que se le pase, si la Gendarmería supiera cómo tratar con la gente sin disparar; pero ése no es el caso. Me muestra el lugar donde sucedió, mientras caminamos un pasillo en el que ahora, que es mediodía y hay un sol que parte el mundo, dos chicas se refrescan con una manguera que sale del interior de una casilla. El espacio público en la villa es el pasillo. No hay patios, no hay veredas, todo sucede acá.
La idea es conocer. ¿Cómo se vive en uno de los asentamientos que están bajo control militar? Zulma dice que avisó a unos vecinos por si quieren participar de la nota. En su casa ya hay un adolescente, y al rato llega Sandra, trayendo una bolsa de celofán. Es hermana del detenido, y saca de la bolsa dos cartuchos. Me los pasa: en la vaina se lee “stoping power”, balas antitumulto. Son los que le tiraron. ¿Es común que pase lo de ayer? Sí, pero la mayoría de las veces no dejan las vainas, dicen las mujeres. “Tiran y levantan, tiran y levantan”, apunta el chico.
Sandra fue al puesto central de la Gendarmería a hacer la denuncia. Se la tomaron, pero en cambio no consiguió que le dieran el nombre del gendarme que les disparó, aunque lo vio pasar frente a sus ojos dentro del destacamento. Le dijeron que si quería hacer otra denuncia fuera a los tribunales. Los hijos de Zulma escuchan. Son niños de primaria, pero sin ninguna ingenuidad. Uno informa: “Hay un tacho con sangre detrás de la casilla”. Y explica, didáctico, que es porque al que detuvieron le pegaron.
Empiezo la nota con esta historia porque fue lo primero que ocurrió al llegar al lugar. Después hablamos de otras cosas: a Sandra los vendedores de drogas le mataron dos hermanos, al segundo lo balearon a cincuenta metros de la Gendarmería, sin que nadie interviniera. Comparado con eso, todo es una cuestión menor. Así es vivir en la villa, parece decirme. Pero en el aire queda una cosa densa, la sensación de estar en la misma ciudad, pero bajo otras leyes, de segunda.

Una medida excepcional
Conozco a Zulma, la dueña de casa, desde fines de 2003, cuando se instaló el cordón y ella fue la única que quiso hablar. Las cosas cambiaron y ahora es más fácil encontrar alguien que opine. Da la impresión de que existe menos miedo. Pero ése no es el unico cambio: las patrullas que entonces rodearon el asentamiento ya no están a la intemperie, tienen puestos fijos y baños químicos. Rotan cada cuatro días, y en general se los ve instalados, sin señales de que vayan a irse. Fueron noticia en los primeros tiempos, pero con el paso de los meses y después de los años su presencia se naturalizó y hoy nadie se acuerda de que están ahí, a menos que ese alguien sea un habitante de la villa. En La Cava hay destinados 500 efectivos. Con un dispositivo similar, están también en Fuerte Apache y en el asentamiento Carlos Gardel.
Vale la pena rastrear su historia. El antecedente inmediato fue un esquema de actuación conjunta de la Gendarmería, la Prefectura y la Policía Bonaerense que implementó Eduardo Duhalde durante su gestión como presidente, cuando puso controles sobre los puentes de acceso a la Capital Federal y patrullajes en el anillo de 20 cuadras que bordea la ciudad de Buenos Aires. Se trataba de defender la ciudad “de los delincuentes que llegaban del conurbano”. El 26 de junio de 2002 este criterio de trabajo coordinado se usó por primera vez para controlar una protesta social. Fue el día de la represión en el Puente Pueyrredón, cuando fueron asesinados Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. En diciembre de 2003 ya gobernaba Néstor Kirchner, efectivos de las tres fuerzas llegaron a las villas y se distribuyeron allí, rodeándolas como un cinturón. Había habido cacerolazos en los barrios acomodados de zona norte ante una ola de secuestros extorsivos. Llegaron por tres meses, como una medida de excepción, y se quedaron desde entonces.

Rolentino Domínguez vive en la villa, y está entre los que apoyan la presencia de la Gendarmería. Integra el Foro de Seguridad, y por eso siguió el proceso desde sus comienzos. Recuerda que el gobierno mandó inicialmente a la Prefectura, y que hubo vecinos que juntaron firmas para que se quedara en forma permanente. “Las mismas madres pedían que no se fueran, ‘si mi hijo sale a robar sé que no amanece’, decían”. Después tuvieron que sacar a la Prefectura de La Cava “porque ya había connivencia con los de adentro y entraba y salía la droga que querían”. Mandaron a la Gendarmería.
Entonces, ¿mejoró la seguridad?
No –dice sorprendentemente.
¿No mejoró en los cuatro años?
Mejoró el primer tiempo, pero la droga y las armas volvieron a entrar. Es una cadena, si a un pibe le das droga y le das un arma… Envenenan a los chicos, y cuando están pegados a la droga salen desesperados a robar. Supuestamente a La Cava no tendrían que entrar ni las drogas ni las armas, porque para eso se hace el control en todas las entradas. Pero pasan igual.
¿Y el Foro de Seguridad?
Se desinfló bastante cuando vimos que el subcomisario estaba arreglado con los que venden droga.

El concepto de libertad
En La Cava viven 10 mil personas en 22 hectáreas. Esto quiere decir, antes que cualquier cosa, que no hay espacio. Contra los paredones que cercan el barrio, rodeado de chalets y casonas, las calles se cortan. Ahí, en esos metros de asfalto que están junto a los muros que dividen opulencia de miseria, la gente de la villa sale por las tardes a dar una vuelta o a tomar mate. Es el espacio donde los chicos andan en bicicleta. Y donde las diferencias sociales se muestran con el mayor contraste.
Estamos haciendo fotos cuando unas madres vienen a buscarnos. Dicen que los gendarmes las echaron de la calle. Pasó lo siguiente: el dueño de uno de los chalets que están pegados a la villa se quejó. La Gendarmería quiere sacar a los chicos del lugar y las madres aprovechan que hay un medio y un fotógrafo. Empieza la discusión. Los gendarmes son duros: no se puede andar en bicicleta ni estar en esta calle. Tampoco se puede sacar fotos. Como se junta gente, en un minuto llega una camioneta con refuerzos. Entre los recién llegados, uno se presenta como el responsable del operativo y otro como su asistente. Cuando sacamos una credencial de prensa, mágicamente todo cambia. Se puede andar en bicicleta porque la calle es de todos. Estamos en una democracia. Hubo un malentendido con los suboficiales, “que no saben expresarse”. Las madres les recriminan la represión de ayer. El jefe recuerda que siempre pueden hacer una denuncia, y el asistente apunta: “ustedes ya llamaron a los medios”. Las madres ahora embisten con un punto fuerte, y denuncian que la Gendarmería maltrata a los que viven adentro y por eso se mete a la villa encapuchada. El jefe ensaya una salida notable:
–Si hay personas de verde que entran con la cara tapada, también pueden hacer una denuncia.
Las mujeres se quedan atónitas:
–¿Los de verde no son ustedes?

Dentro de la villa hay varias villas. El asentamiento nació hace casi 50 años, en 1959, sobre un predio de la antigua Obras Sanitarias, que había excavado allí en busca de napas de agua. Quedaron tres grandes fosos, de casi seis metros de profundidad, que luego fueron basurales y finalmente el suelo de la villa. Hubo distintas oleadas. La Cava y Cava Chica fueron las primeras áreas que se poblaron, y por eso las casas son más amplias, pero los que llegaron después tuvieron necesariamente que achicarse. A partir de los 90, nuevas familias crearon las zonas conocidas como “la isla” y “la montaña”, áreas de pura indigencia. Con cada oleada se multiplicaron los comercios. Los hay de todo tipo: kioscos, almacenes, carnicerías, pizzerías, ferias americanas, videojuegos, que hacen que alguien pueda vivir, si así lo quiere, sin necesidad de salir del lugar. Christian, 24 años, dice:
–Éste es mi mundo, yo no molesto a nadie. ¿Dónde voy a estar más tranquilo?
Y se contesta con una extraña conclusión:
–Acá adentro soy libre.
Lo miro: trato de medir cuán hostil o inaccesible está siendo el afuera de la villa para que me diga esto. Me doy cuenta de que no se trata sólo de la instalación de un control militarizado y humillante. Él es uno de esos chicos que viven sin trabajo y sin futuro, sin ninguna ilusión de integración. La ciudad era el lugar donde alguna vez convivimos, pero se está volviendo otra cosa: tal vez una suma de áreas aisladas, sin puertas para que los que viven en un lado pasen al otro.

El anillo que rodea la villa puede ser pensado también desde ese punto de vista: como la contracara de los countries, esos barrios cerrados que se empezaron a construir, también en los 90 como la oferta de un lugar donde estar en contacto con lo natural y aislado de lo social. De alguna manera, el cerco sobre las villas completa el círculo.

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