CABA
La escena del crimen
Las mujeres que se prostituyen en Plaza Once la definen como un campo de concentración. Lo que allí sucede está a la vista y ha dejado heridas imborrables, como la de Cromañón. Ésta es una crónica de lo que allí hacen y no hacen prostituyentes, policías y fiscales. Pero también es un llamado de atención sobre lo que todas y todos podemos decir o callar al respecto. ¿Un modelo del concepto del espacio público para la dictadura del libre mercado? ¿O una postal de las batallas de la modernidad? Aquí, dos posibles respuestas: la de la boliviana María Galindo y la del norteamericano Michael Hardt.Plaza Once no es una plaza: es un campo de concentración. Me quedo sorprendida con la frase que escupe una de las mujeres que están paradas ahí doce horas por día, prostituyéndose. Hace varios días que estoy dando vueltas tratando de encontrar una forma de contar lo que ahí pasa para que le importe a alguien y, cuando finalmente la encuentro, me doy cuenta de que el problema es exactamente ése: sin indiferencia no hay campos de concentración.
Y hace falta mucha para construirlos sin rejas, a cielo abierto.
Son las 6 de la tarde y estoy parada frente a lo imposible: el nuevo grupo de mujeres dominicanas que se vende por 25 pesos, sin condón. Son terriblemente jóvenes y brutalmente bellas. Todas tienen más de dos hijos y el destino de enviar todo el dinero que ganan a sus familias. Sus voces son cálidas y se encienden aun más cuando recuerdan el nombre de su pueblo, la edad de sus críos: sus tesoros. Trato de imaginar las respuestas a las preguntas que nunca les podré hacer porque en sus miradas encuentro el límite. Leo el miedo y les digo adiós.
Al llegar al cordón, el patrullero de la Comisaría 7ª se detiene junto a mi pie y el policía que está sentado al lado del conductor me mira fijamente. ¿Cuántos segundos? Ahora me doy cuenta de que no puedo calcularlo: la impunidad siempre se percibe eterna.
Por detrás del patrullero veo pasar a dos de las dominicanas con las que estuve conversando. Van de prisa, directo al Hotel Leblon (Rivadavia 3009), donde funciona un albergue transitorio. Trece pesos, media hora. El Leblon entrega a cada mujer una tarjeta celeste en la cual, por cada prostituyente, le firman un renglón. Cuando suman cinco firmas, les “regalan” los 13 pesos de esa sesión.
Pero ahora las dominicanas no van acompañadas por ningún hombre. La más alta cruza el semáforo casi a la carrera y entra sola. La segunda se queda demorada por un colectivo que dobla sin piedad y en ese segundo es interceptada por un muchacho joven, de barba, con mochila, remera gris, jeans: un pibe cualquiera. La ceremonia del arreglo es breve, así que los dos ingresan al hotel antes de que el semáforo guiñe rojo otra vez. Respiro aliviada. A una, al menos, no le van a pedir explicaciones sobre nuestra charla. Lo confirmo al día siguiente, cuando paso por delante del grupo y veo sólo a una de las dos. Imaginen ustedes a cuál no.
Al lado del Hotel Leblon hay una puerta negra sin numeración y en la puerta, una silla donde está sentado un musculoso hombre de musculosa negra. A veces hay más de un hombre y otras, no hay silla, pero siempre hay por lo menos un musculoso con cara de no hacer nada más que estar ahí, custodiando esa puerta negra. Tengo que estar parada varias horas para ver salir a una mujer, pero apenas unos minutos para ver entrar y salir a un hombre, dos, tres. Las mujeres que se prostituyen en la plaza se refieren a la puerta negra como “el sauna” y nadie sabe si existe alguna relación entre el Hotel Leblon, la puerta negra y las dominicanas, aunque varias de ellas están paradas a lo largo de esa vereda. Les pregunto a las más veteranas de las mujeres que se prostituyen en la plaza si alguna vez hubo algún tipo de control sobre esos locales. Me responden: “Esto es zona liberada”. Lo confirmo: en una de las esquinas de esa misma manzana está el santuario que recuerda a los 194 muertos en República de Cromañón.
El único dato que encuentro sobre el Hotel Leblon es el nombre de quienes serían sus propietarios: Roberto Casal del Rey y Andrés Lozada. La última información disponible dice que está habilitado como hotel de dos estrellas, lo cual implica –entre otras cosas– que no puede funcionar como albergue transitorio. Pero funciona. Cuando por teléfono pregunto por Andrés, me dicen que está en alguno de “los otros hoteles”. Me indican dos: La Cité (Rodríguez Peña 1423) o Ruos (Catamarca 278).
En la Cámara de Empresarios de Albergues Transitorios me informan que hay tres Lozada: uno que integra la comisión directiva; otro que es contador y el tercero que es abogado y vocal. Otra curiosa coincidencia: en la página web de la Cámara encuentro fotos de la Comisión Directiva reunida con el jefe de gobierno de la República de Cromañón, Aníbal Ibarra.
Hace ya cinco años que la Organización Internacional para las Migraciones (oim) presentó un informe sobre las mujeres dominicanas prostituidas en Argentina. Son 110 páginas que desnudan el alcance de la red de explotación:
Desde el año 97 hasta 2002 se calcula que ingresaron al país unas 15.000 personas dominicanas. Sólo el 16% eran hombres.
La mayoría de esas mujeres llegó a Argentina a través de un “reclutador” que les ofrece trabajo, papeles y vivienda. Por tal gestión, entre pasajes y honorarios, contraen una deuda estimada en 2.000 dólares, avalada con la hipoteca de la casa familiar.
Las acompañan durante el viaje, las esperan en Ezeiza, las ubican en una pensión junto a otras compatriotas y las disponen a prostituirse en la calle o en saunas “donde una encargada organiza los turnos, cobra al cliente, liquida los porcentajes (que van del 40 al 60% de lo que paga el cliente) y arregla con la autoridad policial local”, dice textualmente el informe.
La autoridad policial local de Plaza Once es la Comisaría 7ª, investigada por el delito de cohecho en una causa que fue sobreseída en 2002; en otra cuyo destino perdí en los laberintos de Tribunales, y en una tercera que en mayo de este año llegará, por fin, a juicio oral: la causa Cromañón. En el extenso fallo que confirma el procesamiento de todos los implicados en esa masacre, la Cámara de Apelaciones resume las pruebas del rol que la Comisaría 7ª tenía en el funcionamiento de la máquina de impunidad en Plaza Once: los comisarios arreglaban la tarifa de la coima y los agentes se dedicaban a controlar que se respetara el arreglo. Por eso, en el banquillo estarán por primera vez todos los eslabones de la cadena: dos comisarios, un subcomisario y dos agentes.
Los antecedentes de la Comisaría 7ª no fueron obstáculo para que los fiscales contravencionales que debían controlar la zona –Marcela Solano y Adrián Martin- dependan exclusivamente de la iniciativa policial para intervenir. Por eso, no hicieron nada en Cromañón, por ejemplo, porque ni sabían de su existencia. Así lo declaró literalmente y bajo juramento la fiscal Marcela Solano en la Comisión de Juicio Político de la Legislatura porteña y así lo ratifico su entonces jefe, el fiscal general Luis Cevasco. “La policía es quien debe iniciar el proceso contravencional”, reiteró. Entiendo entonces lo que me explican las mujeres que se prostituyen en la plaza. La máquina contravencional se enciende, en la calle, con una pregunta: ¿coima o acta? Pero en Plaza Once, me aclaran, la máquina se activa selectivamente. Señalan con el dedo el cielo y repiten: “salvo para nosotras, esto es zona liberada”.
Una policía ciega y unos fiscales mudos dejaron los controles de Plaza Once a merced de la iniciativa de las cámaras empresarias. Generalmente, son ellos quienes expresan sus demandas al poder político y estas quejas en Plaza Once se concentran en una competencia natural: la venta ambulante. Así motivada, la fuerza de control municipal se concentró en los últimos años en sacudir a quienes se ganan la vida en la calle en forma independiente y solitaria. No parece ser el caso de las mafias que controlan la venta ambulante a gran escala. Un ejemplo: en una causa que involucra a la Comisaría 7ª se da cuenta de cómo funciona para ellos el aparato de control. La causa se inició con la denuncia de Mirta Carrizo, empleada de la fiscalía 7ª, encargada de la zona. El 14 de febrero de 2002 estaba parada en la esquina de Pueyrredón y Rivadavia, esperando que llegara el resto del equipo fiscal a cargo del procedimiento, cuando escuchó que por un handy les comunicaban a los vendedores: “Guarden todo que se viene un operativo”. Así resume el diario La Nación lo que pasó entonces:
“Con esa frase Carrizo constató lo que para muchos es un secreto a voces desde hace tiempo: policías vestidos de civil habían alertado a los puesteros del barrio de Once sobre la inminencia de un procedimiento en el que ellos mismos participarían un rato después. Por eso, efectivos de la Comisaría 7ª e inspectores municipales son investigados por la justicia por los delitos de cohecho, encubrimiento e incumplimiento de los deberes”.
En el fuero contravencional me informan que Mirta Carrizo está de licencia y cumple funciones en otra fiscalía: la 4ª.
En un país donde la prostitución no es delito se supone que la justicia debería concentrar sus esfuerzos en perseguir a quienes las leyes consideran delincuentes: los fiolos. Se supone también que en un año en el cual las agencia internacionales han invertido miles de dólares para promover campañas contra “la trata de personas” este delito debería ser perseguido aun más firmemente. Sin embargo, en Once sólo hubo en el último año un operativo contra un antro de explotación sexual de mujeres. Fue en el séptimo piso de Uriburu 578. Así lo resumió la agencia oficial Télam:
“La justicia desbarató un prostíbulo en el barrio porteño de Once, donde ocho mujeres dominicanas que habían llegado engañadas al país con la promesa de trabajar de camareras, eran obligadas a prostituirse. Un hombre dominicano fue detenido acusado de reducción a la servidumbre, delito que prevé una pena de entre 3 y 15 años de prisión. Las víctimas son chicas de entre 18 y 24 años que por día realizaban entre 10 y 15 servicios sexuales. El hombre detenido, William García, anteayer recuperó la libertad luego de obtener una excarcelación”.
La crónica periodística también relata cómo se logró esa única vez poner en marcha un operativo: “El caso se descubrió gracias a que una de las ocho esclavas tuvo que ser internada por una afección cardíaca, les contó a los médicos del Hospital de Clínicas su odisea y éstos radicaron la denuncia”. Le pregunto a las mujeres que se prostituyen en la plaza qué piensan de las campañas contra la trata. Me dicen que el problema es la palabra. “Parece que hablan de la trata de blancas y acá somos todas morochas”. Se ríen y entonces suena como un chiste. Pero no.
El fuero contravencional fue creado con varios fines. Uno, establecer pautas de convivencia en la ciudad: qué se puede hacer y qué no. Por eso, el Código Contravencional tiene sus normas ordenadas por capítulos: unas están referidas “a la seguridad y tranquilidad de las personas” y otras, al “espacio público”. No persigue delitos, sino contravenciones, que sanciona con multas a los infractores. El que no puede pagar, debe compensar su culpa con tareas comunitarias o prisión. La otra finalidad explícita de ese fuero es sistematizar información sobre estos temas, de modo que está obligado a producirla y darla a conocer. Veamos cómo ejerce en los hechos estos propósitos.
Según las estadísticas elaboradas por el fuero en 2005, las actas que se realizaron ese año por contravenciones a la seguridad de las personas sumaron un 4%. La protección del espacio público, en tanto, concentró el 57% de las actas. Ése fue el último año que el Fuero clasificó la información de esa manera y es fácil imaginar por qué. Pero por si la imaginación no alcanza, conviene reparar en las cifras que se desprenden de cotejar, una por una, la agenda de audiencias que ocupó a ese fuero durante todo 2007: por los artículos que sancionan el uso indebido del espacio público llegaron a esa instancia 132 causas; por el que sanciona la “omisión de recaudos de seguridad” o “inducir a un menor de edad a mendigar”, ninguno.
Sin embargo, hay que poner estos datos en su debido contexto: durante el mismo 2007 se labraron en la Ciudad de Buenos Aires más de 5.000 actas contravencionales, pero se celebraron sólo 525 audiencias en todo el fuero. Teniendo en cuenta que hay 31 juzgados, el promedio indica que cada uno atiende menos de dos audiencias al mes.
La justicia contravencional es una justicia sin juicios: según sus propias estadísticas, en 2005 sólo el 13% llegó a instancia de juicio oral. El resto se arregla en los pasillos de esos tribunales. Lo pude comprobar en los corredores del edificio de la calle Berutti. De un lado del pasillo están las fiscalías; del otro las defensorías. Es común, entonces, que los empleados de ambos bandos conversen amigablemente sobre sus cotidianidades, mientras sostienen carpetas en la mano. Son las causas que proponen que se arreglen con un juicio abreviado o probation. Esto es: el contraventor acepta su culpa, recibe una pena menor y “se saca el problema de encima”. La mujer que está a mi lado en el pasillo me lo explica de otra manera: “Me confiscaron la mercadería. Me dicen que si firmo me la devuelven ya y si no, tengo que esperar al juicio, que tarda meses”.
Recorrí uno por uno los juzgados contravencionales solicitando que me informaran cuántos juicios abreviados o probation habían tramitado. No fue posible obtener más que excusas, aun cuando la indagación me llevó hasta la persona encargada de elaborar la estadísticas del fuero. El dato dejó de hacerse público en 2005.
El último: la fiscalía del fuero promociona su trabajo ofreciendo los datos de las contravenciones que persigue. La venta ambulante “ilegal” –como la llama la prensa, a pesar de que el Código la autoriza en casos de mera subsistencia– es la favorita. La segunda del ranking es la oferta ostensible de sexo, sancionada con el artículo 81 y que, según el fiscal general Germán Garavano, es la protagonista de un promedio de 14 actas por día. En una conversación informal, un juez del fuero me informa que en cuatro años nunca llegó a su estrado un juicio oral por infringir ese artículo. ¿Significa que se arreglan antes, que se desiste la acusación o que la mujer en situación de prostitución nunca accede a defenderse en un juicio? El juez no tiene respuesta, aunque sí sospechas: “Se trata de personas que tienen, en general, menos posibilidades de acceso al ejercicio pleno de sus derechos, en cualquier ámbito y en cualquier fuero”.
Les pregunto a las mujeres que se prostituyen en Plaza Once qué idea tienen de la palabra justicia. Me contestan una grosería.
Hace algunos años que converso con las mujeres que se prostituyen en Plaza Once. Siempre son las mismas y cuando no veo a alguna, pregunto y pregunto hasta saber dónde está: en el hospital, en un geriátrico, en el cementerio. La mayoría son mayores y con el tiempo tienen que estar más horas para obtener el mismo resultado. “Por menos guita hay que aguantar cada vez más mugre”. En los últimos meses, la llegada de un nuevo tropel de dominicanas cambió el ecosistema de la plaza. Hay más peleas entre “las viejas” y “las nuevas”, reproches por el espacio, las tarifas o las condiciones que aceptan de los prostituyentes. La miseria es madre de estas divisiones que tensan el alambre de púas invisible que divide a las nuevas dominicanas del resto. El resultado es que casi no se hablan si no es para ladrarse, convertidas en perras de la calle por el mercado de prostituyentes más miserable de la ciudad. Alrededor de ellas, la ciudad se agita con multitudes que hacen cola en las paradas de los colectivos truchos, escuchan a falsos profetas o compran gaseosas en puestos que ocupan tres veces más espacio que el autorizado. A las mujeres que se prostituyen en Plaza Once nadie las mira ni las ve, aunque todos las consumen. Los prostituyentes, por supuesto, pero también las oenegés, las trabajadoras sociales, los sindicatos. De cada cual obtienen algo –preservativos, cajas con alimentos, datos para un trámite de ayuda social– pero a cambio deben entregar mucho. “En el último año nos vinieron a hacer encuestas cuatro veces. Tuvimos que darles nuestros datos, el de nuestras familias, contarles la historia de nuestras vidas. A dónde va todo eso no tenemos idea, porque nunca te lo explican bien”.
Hace ya ocho meses decidí que había escuchado lo suficiente. Resumí todo lo que me habían dicho las mujeres que se prostituyen en Plaza Once en un manojo de consignas que pinté con aerosol en el piso de la plaza. Mientras las escribía, grité a viva voz: “Ésta es una zona liberada para fiolos y policías”.
Las escribí con aerosol azul, con aerosol negro y con aerosol rojo y tres veces, como para que quedara bien claro: en Plaza Once primero, en Plaza Congreso después y finalmente, en Plaza Tribunales. Fue ahí donde me rodearon tres patrulleros y la policía me labró un acta. Con letra manuscrita el oficial apuntó:
“En circunstacias en las que el subinspector Patricio Miguel Osti recorría el radio jurisdiccional a cargo del móvil 103 observó a una mujer que escribía con aerosol, sobre la acera consignas tales como ´El Código Contravencional es la coima policial´ ensuciando de este modo bienes de propiedad pública. Por ello procedió a identificarla resultando ser…”
A partir de allí, se inició una causa contravencional contra Claudia Acuña, integrante de lavaca, del equipo que edita mu y el libro Ninguna mujer nace para puta y los talleres en los que conversé con las mujeres que se prostituyen en Plaza Once, entre otras cosas.
La fiscal Marcela Solano ordenó días después que una consigna policial se apostara en el domicilio particular de Claudia “con el fin de identificar a todas las personas de sexo femenino que ingresen o egresen de ese domicilio”.
Luego, la defensoría oficial le sugirió tres veces que aceptara una probation “para sacarse el problema de encima”.
Finalmente, la causa llegó a manos de la jueza, quien determinó que no se trataba de una contravención sino de algo peor, ya que estaba en juego “la protección del espacio público”. Por lo tanto, consideró que se trataba de un delito y lo calificó de “daño agravado”, cuya pena alcanza los siete años de prisión y su trámite debe seguirse en el fuero penal.
Esta nota está escrita por la misma persona que pintó los graffiti por los que ahora procesan a Claudia y por la misma persona que estaba junto a ella cuando le labraron el acta contravencional, aunque allí la policía no escribió otros nombres. Es una persona plural, compuesta por todas y todos los que estuvieron, están y seguirán estando en Plaza Once, conversando con las mujeres que allí se prostituyen y denunciando aquello que ellas no pueden decir y tantos no quieren oír. Es una voz única, pero no es solitaria: los que para esta nota fueron consultados, interrogados, interpelados, ya lo saben porque fuimos muchos los que estuvimos rondándolos.
Es esa voz que escribe estas líneas como una invitación para que quienes la lean sean parte de ella, reproduciendo lo que aquí se cuenta donde sea y como puedan. O simplemente mirando en Plaza Once lo que hay que ver porque está a la vista, impúdica e impunemente.
Sé –sabemos, porque ya lo aprendimos– que los campos de concentración tienen la dimensión de nuestros silencios. Entonces, podemos romperlos.
María Galindo: el graffiti como medio de comunicación
En junio de 2007, las autoras del libro Ninguna mujer nace para puta decidieron presentarlo con una acción pública en Plaza Once. Convocaron a mujeres artistas, periodistas y activistas a bautizar ese espacio como Plaza de los Prostituyentes. La intervención consistió en pintar en el piso de la plaza las consignas que sintetizaban los pensamientos recogidos en las charlas con las mujeres que se prostituyen en esa plaza. Esos graffiti originaron un proceso judicial contra una de las mujeres que participaron de esa acción, ahora imputada penalmente. Ésta es la reflexión sobre la propuesta y sus derivaciones de una de las autoras, María Galindo, integrante del colectivo feminista boliviano Mujeres Creando:
Cuando se realizó la acción en Plaza Once dejaste en claro un concepto: «Estamos aquí para construir teoría y propuesta». Visto desde la perspectiva actual, ¿qué crees que debe leerse sobre lo que allí fue escrito?
El pensamiento social no puede nacer por fuera de una postura de compromiso, que no es una simple declaración de intenciones del intelectual. O estás implicada entera y ese compromiso pasa por tu propio cuerpo o estás fuera. En ese sentido, nuestra opción como Mujeres Creando es la construcción de pensamiento desde la práctica social y el cotidiano. A partir de allí lo acontecido en Plaza Once no es una anécdota, ni tampoco un acto de protesta. No nos ubicamos en la plaza no en son de misioneras, ni de cara a las mujeres en situación de prostitución. Todo el planteamiento de la acción tuvo como interlocutora a la sociedad, a la policía y al prostituyente. Fue parte de una serie concatenada de acciones que forman una estrategia de lucha. Primero, con la muestra que hicimos en el Centro Cultural Borges, para colocar en el mundo del arte y la cultura lo que corresponde al mundo de la comisaria y la muerte. Y luego, en Plaza Once, para colocar al libro en la plaza y plantarlo desde allí. Por eso era muy importante el sentido de anfitrionas que le dimos a todas estas acciones, porque como anfitrionas nos apropiamos de nuestro propio espacio y prostituyentes, policias y company nos tuvieron que contemplar desde afuera de nuestro espacio, que servía de soporte y de altavoz al mismo tiempo.
Este tipo de acciones tiene perspectiva y fuerza interpeladora cuando son parte de una estrategia de lucha para sus propias protagonistas. Lo digo como Mujeres Creando: para nosotras cada acción se concatena con la siguiente. Nos hemos situado a lo largo de más de diez años desde la calle, desde el graffiti y desde la acción directa. Lo de Buenos Aires yo lo viví como parte de esa continuidad en la lucha, que para mí es fundamental. Porque una acción suelta puede ser anecdotizada por sus propios protagonistas. La forma convencional en la que los movimientos sociales nos hemos relacionado con la calle, con los medios de comunicación y con el espacio público nos entrena en una actitud misionera, en una actitud ocasional y no como construcción de un escenario propio, ni menos como el lugar de construcción de teoría. En cambio, esta estrategia de ocupación de la calle se parece más a la ocupación que hacen las vendedoras ambulantes de la calle, porque llevan al espacio público el mundo privado.
¿Por qué el graffiti es la herramienta para comunicar este tipo de acciones políticas?
El graffiti tiene que ver con la toma de la palabra y, nuevamente, con la toma de la calle. El graffiti -que para nosotras tiene sentido en una línea de constancia y permanencia, de terquedad- se convierte en un texto publico de relectura del lugar de las mujeres en la sociedad. Es también el medio de comunicación más poderoso. Las características del graffiti son para nosotras muy importantes: es sencillo, es poético, no es proselitista. Toma posición simultáneamente y a través de frases cortas sobre diferentes puntos. El graffiti es lo que nos ha permitido, a la velocidad y la dinámica de los propios acontecimientos, acompañar los hechos sociales con una inmediatez impresionante que casi ninguna otra forma de lucha nos ha permitido. En el graffiti también tiene tanto sentido escribir sobre la libertad de una persona en concreto, con nombre y apellido, como al mismo tiempo sobre el neoliberalismo, el racismo o lo que sea. Te permite todas las combinaciones imaginables.
Hoy en Argentina en general y en la Ciudad de Buenos Aires en particular el espacio público es escenario de puja política, impulsada principalmente por los sectores que quieren imponer un control a través del derecho de admisión: quién puede y quién no puede estar, y dónde. No es siquiera un tendencia local, sino una de las grandes batallas contemporáneas: el control de las fronteras sociales. Tú has tocado el tema en casi todas las intervenciones artísticas que realizaste a título personal y colectivas, con Mujeres Creando. ¿Por qué elegiste la calle como ámbito para dar ese debate?
Estoy de acuerdo que es una de las batallas más importantes y más significativas. Es una batalla que no da tregua. La relación con la calle, la ocupación de la calle, la presencia en la calle, tiene que ver con una constante, con una vocación política del movimiento. ¿Por qué la calle y no la universidad, o cualquier otra palestra? Primero, porque la calle implica un cuerpo a cuerpo con la sociedad que no te lo ofrecen ni la radio, ni la televisión, ni la universidad, ni nada. Estás ahí, a la mano, cerca. Estás ahí y eres parte de la misma dinámica. Recoges y aprender las lógicas de ambulantes, de locas, de mendigos, de putas. Esas lógicas de los personajes de la calle son lógicas muy profundas, de relacionamiento social. Aprendes a incomodar, por decirlo de alguna manera. Por último -y quizás es lo más importante- la calle no es un espacio prestado, por eso las batallas respecto de la ocupación de la calle, su normatización y su disciplinamiento, están colocadas en el terreno de la expropiación: te quitan la libertad que es tuya. La calle tiene el carácter de patio común, por eso la resonancia de la calle es inmediata, rotunda e imposible de invisibilizar.
¿Cuál era el objetivo de la acción en Plaza Once, Tribunales y Congreso?
Interpelar al poder y situarnos simbólicamente frente a la policía, el poder político y también el mundo del arte, puesto que la acción en Plaza Congreso estaba «integrada» al evento que organizó la Universidad de Nueva York.
¿Se cumplió ese objetivo?
No quisiera medir el trabajo en función de objetivos porque me parece muy peligroso. El trabajo en la calle es una siembra sin cosecha. A veces se queda en la simple preparación del terreno, a veces resulta ser la cosecha de otra siembra en la que no participaste. Es peligroso apropiarse de lo que sucede en la calle.
CABA
El teatro sale a la calle por la derogación del decreto 345

A 44 años del atentado al Teatro Picadero en plena dictadura, distintas salas, artistas, productores y gestores organizan un encuentro para conectar pasado y presente. De Teatro Abierto al Festival ENTRÁ, la organización contra el desmantelamiento del sector, representado en el decreto 345, para defender la cultura, la identidad y crear lo que viene.
Por María del Carmen Varela
El 6 de agosto de 1981, a pocos días de haberse iniciado el ciclo Teatro Abierto, el Teatro Picadero sufrió un atentado que lo dejó en ruinas. Por eso, 44 años después, bajo otro ataque sistemático a la cultura, la comunidad teatral sale a la calle para recordar y exigir.
La propuesta reza:
El Teatro está Abierto: ENTRÁ.
La historia no se repite igual, pero rima.
El miércoles próximo, de 17.30 a 19.30, en la puerta del Teatro Picadero, Pasaje Santos Discépolo 1857, CABA, trabajadorxs de las artes escénicas se reunirán para celebrar que el teatro sigue abierto y para defender al Instituto Nacional del Teatro que por el decreto 345 está siendo desmantelado.
La gacetilla anuncia la participación de Lorena Vega, Valeria Lois, Elisa Carricajo, Laura Paredes, Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y Mariano Sayavedra leyendo framentos de “Decir sí” de Griselda Gambaro, “El Acompañamiento” de Carlos Gorostiza, “Parlamento” del grupo Piel de lava y “Civilización” de Mariano Saba. Un diálogo entre obras que fueron parte de aquel ciclo y obras contemporáneas que hablan de nuestro presente. También habrá un cierre musical a cargo de Talleres Batuka.
Sigue la gacetilla: «Les invitamos a este evento que es, a su vez, un acto de conmemoración y un encuentro de resistencia. Como Teatro Abierto en los 80, hoy desde ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) seguimos encontrándonos para defender nuestra identidad cultural, nuestro teatro».
El texto poético que acompaña el mitín:
Ayer fue dictadura, hoy es democracia simulada
Ayer fue incendio, hoy es apagón
Ayer fue teatro como refugio, hoy es como grito
Ayer fue unión de artistas, hoy es red federal viva
Ayer y hoy: el teatro vuelve a responder como acto político y vital
En defensa de la cultura, exigimos la derogación del decreto 345.
Entrá porque es urgente
Entrá porque es ahora.
El emblemático ciclo Teatro Abierto arrancó el 28 de julio de 1981 en en el Teatro Picadero. Su organización fue un acto de resistencia en un contexto de dictadura que censuraba a dramaturgxs, directorxs teatrales, actores y actrices de la escena nacional. Un grupo de dramaturgxs comenzó a reunirse en la sede de Argentores para poner al teatro en acción: Así nació Teatro Abierto. Con una programación de 21 obras breves, se proyectó la realización de 3 funciones por día durante 3 meses. Con dramaturgxs como Carlos Gorostiza, Carlos Somigliana, Roberto Cossa, Pacho O´Donell, Griselda Gambaro y Aída Bortnik, entre otrxs, el ciclo se convirtió en un verdadero fenómeno artístico apenas iniciado. El público respondió a la convocatoria y se agotó la venta de abonos casi de inmediato. Una semana después, el 6 de agosto, se produjo el atentado que destruyó al Picadero. Al día siguiente se produjo una concurrida asamblea en el Teatro Lasalle y decidieron continuar. Varias salas teatrales ofrecieron sus instalaciones y finalmente el Tabarís, clásico espacio de la revista porteña, fue el elegido para reanudar el ciclo. Una semana más tarde, volvió Teatro Abierto con un apoyo multitudinario por parte del público que llenó la sala hasta la última función.
Contacto: +54 9 11 6914-3033 (Ana)
[email protected]
Instagram: @festivalentra
CABA
Villa Lugano: una movilización en contra del “Máster Plan”

Vecinas y vecinos del barrio del sur porteño resisten ante una obra que está haciendo el gobierno de la Ciudad a espaldas de la comunidad: tala de centenares de árboles añosos, el cierre de varios ingresos y egresos de la autopista Dellepiane y la colocación de un nuevo peaje (a 4 km de otro ya existente) para ampliar la recaudación. El silencio del gobierno local y el ruido de sus topadoras arrasando el espacio verde y público. La voz de la organización popular que no calla y sale a la calle, otra vez –este viernes y en una caravana de autos– para visibilizar lo que pasa en una de las zonas más postergadas de CABA: a las 18 horas desde Dellepiane Sur y Montiel hasta Dellepiane Norte y Piedra Buena.
Por Francisco Pandolfi
Desde noviembre del año pasado la comunidad de Villa Lugano resiste a una obra que ya está haciendo el Gobierno de la Ciudad sin licencia social ni escuchar a la vecindad: el Máster Plan Autopista Dellepiane, con un costo de más de 7.000 millones de pesos, tala de centenares de árboles, cierre de 14 ingresos y egresos a la autopista y otro peaje (a cuatro kilómetros del de avenida Lacarra).
La organización popular no cesó desde el momento en que se enteraron de la iniciativa. Asambleas, audiencias públicas, semaforazos, volanteadas en los distintos sub barrios que forman parte de este barrio porteño bien al sur porteño. Y guardias, para evitar el talado de árboles en lo que las y los vecinos denuncian como “un ecocidio”, que está sucediendo desde marzo.
La comunidad hizo un relevamiento casa por casa con los frentistas a la autopista Dellepiane: más del 70% no tenía idea de la existencia del Máster Plan. Presentaron por escrito pedidos de información pública a AUSA (Autopistas), APRA (Agencia de Protección Ambiental), Ministerio de Infraestructura y a la Secretaría de Gobierno y Vínculo Ciudadano porteño, sin respuestas.
Sin embargo, la obra empezó aún incumpliendo la promesa de que antes habrían mesas de trabajo en conjunto. Este viernes, la comunidad decidió volver a manifestarse, en una caravana de autos para seguir visibilizando la problemática. Desde lavaca hablamos con el colectivo de vecinos apartidario No dividan Lugano que está al frente de denunciar la obra.
Sobre lo negativo y lo positivo de la obra, dirán: “El Master plan Autopista Parque Dellepiane fue presentado como una mejora para el sur de la ciudad, pero en la práctica profundiza las desigualdades urbanas, degrada el ambiente y fragmenta el territorio. Lo negativo es abrumador”, y enumeran:
• Implica la tala de más de 500 árboles añosos, sin plan de reforestación efectivo.
• Aumenta la huella de carbono y destruye espacios verdes sin compensación.
• Instala un Metrobus central inaccesible, que obliga a cruzar pasarelas extensas sin rampas adecuadas ni soluciones reales para personas mayores o con movilidad reducida.
• Divide al barrio aún más, eliminando accesos, aislando sectores y obstaculizando la vida cotidiana.
• No contempla una red multimodal de transporte, ni bicisendas, ni centros de transferencia.
• Instaura peajes en tramos que eran gratuitos, generando un nuevo costo para vecinos que hacen trayectos cortos todos los días.
Agregan: “Lo positivo, si lo hay, podría haber sido la oportunidad de pensar el área como un verdadero corredor verde y sustentable. Pero nada de eso fue incorporado, ni escuchado”. Y vuelven a enumerar, en este caso, sobre lo que es fundamental denunciar en esta obra:
• Fue diseñada sin participación ciudadana efectiva, sin diálogo real con la comunidad.
• Incumple múltiples normativas locales y nacionales, desde la Constitución de la Ciudad hasta leyes de accesibilidad, ambiente y derechos ciudadanos.
• Avanza a pesar de un amparo ambiental colectivo presentado por vecinos, vulnerando el Acuerdo de Escazú y los principios de justicia ambiental.
La obra es impulsada por el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (GCBA), a través de su empresa estatal AUSA (Autopistas Urbanas S.A.), con financiamiento internacional de la CAF –Banco de Desarrollo de América Latina. Las veces que lavaca quiso comunicarse con la Secretaría de Gobierno y Vínculo Ciudadano porteño fue imposible. Nadie atiende. En relación a AUSA el prensa de la empresa explicó que la política interna es “no dar entrevistas en ON, que con los medios se manejan así”.
Dicen las y los vecinos: “El proyecto fue aprobado sin estudios de impacto ambiental adecuados, sin matrices de costo-beneficio transparentes y sin haber sido sometido a procesos participativos válidos. Hoy, la obra está en plena ejecución, avanzando a toda velocidad sin haber sido revisada tras la presentación del amparo ni durante las mesas de trabajo convocadas por la Justicia, una vez que ya habían iniciado la obra”.
¿Las mesas de trabajo están sirviendo de algo? ¿Hay escucha del gobierno porteño y de la empresa?
Las mesas de trabajo fueron convocadas por orden judicial. Pero en la práctica, no hay escucha real. El GCBA y AUSA llegan a las mesas con el proyecto cerrado, sin brindar información clave, sin contestar a los pedidos de acceso a la información, ni frenar las obras mientras se debate. Las propuestas alternativas presentadas por los vecinos (como usar colectoras, premetro, u otros modelos de movilidad sustentable) ni siquiera fueron consideradas. Las mesas han sido una formalidad dilatoria mientras la obra avanza sin freno.
¿Qué perjuicios ya están sucediendo y cuáles sucederán?
Tala de árboles, pérdida de sombra, humedad y biodiversidad; rotura de veredas, ruidos permanentes, vibraciones y molestias en la vida diaria; corte de accesos históricos, dejando barrios desconectados. Y si no se frena habrá un aumento de inseguridad vial, con colectivos cruzando carriles rápidos en maniobras riesgosas; aislamiento de sectores enteros del barrio; encarecimiento de la vida cotidiana por peajes, más transporte y pérdida de comercios barriales; mayor contaminación ambiental y sonora; desvalorización de las propiedades y deterioro del entorno.
¿Por qué este viernes 1 de agosto la comunidad hará una caravana?
Porque ya no alcanza con reclamar en silencio ni esperar respuestas que no llegan. Convocamos a una caravana vecinal pacífica para visibilizar el conflicto, frenar el avance destructivo de la obra, y exigir participación real. Será una caravana con autos, banderas argentinas y carteles. Queremos que nos vean y que nos escuchen.



La caravana saldrá a las 18 horas desde Dellepiane Sur y Montiel y finalizará en Dellepiane Norte y Piedra Buena. Participarán familias, organizaciones barriales, ambientalistas, arquitectos, docentes, jubilados, comerciantes. Al finalizar, se realizará una ceremonia simbólica con Flavia Carrión, antropóloga y comunicadora de sabiduría ancestral, en el Día de la Pachamama. “Será un acto de gratitud ambiental, una pausa colectiva para honrar a los árboles y el esfuerzo de toda nuestra gente; para agradecerle a la Tierra por seguir aguantándonos. Un momento para reencontrarnos con lo esencial: la naturaleza, la vida en comunidad y la defensa de lo que amamos”.
Esta misma vecindad organizada se formó el año pasado con el nombre “No dividan Lugano”, cuando evitó que el gobierno porteño hiciera una serie de pasos bajo a nivel, que hubiesen significado un abanico de perjuicios para el barrio. En ese entonces, cuando llegaron las topadoras, mujeres y hombres se atrincheraron para defender árboles de más de 100 años. En esta crónica contamos lo que fue ese proceso comunitario.
Un año después, el barrio de Lugano sigue en pie de resistencia. “Somos una comunidad que se levanta para defender a su barrio. Ya presentamos más de 800 firmas, relevamientos propios y propuestas alternativas. Pero nos siguen ignorando, y la obra sigue destruyendo. Por eso salimos a la calle, otra vez, y así lo seguiremos haciendo cada vez que haga falta”.
Actualidad
Marcha de jubilados: balas y bolitas

Siete detenidos y al menos 30 personas heridas, entre jubilados, curas, trabajadores de prensa (lavaca, Cítrica, Infonews, El Destape y C5N, entre ellos), defensores de derechos humanos, y un niño de 4 años que estaba con su familia en la Plaza de los Dos Congresos. Ese es uno de los saldos de otra semana de represión brutal a la protesta de cada miércoles, esta vez coordinada por la Policía de la Ciudad, que disparó postas de goma, balines con gas pimienta, granadas aturdidoras, golpeó con escudos y lanzó un nuevo tipo de gas que producía tos y vómitos. El despliegue también implicó tareas de inteligencia ilegal con efectivos que filmaban y fotografiaban manifestantes, según denunció la Comisión Provincial por la Memoria (CPM), que también relevó «policías armados con postas de plomo que están prohibidos». Los carteles, las reflexiones, y la creatividad: algunos integrantes de la marcha terminaron jugando a las bolitas en la calle con los balines policiales.
Por Lucas Pedulla y Francisco Pandolfi. Fotos Juan Valeiro/ lavaca.org

El padre Paco Olveira muestra los balines que golpean y expulsan gas pimienta. Terminaron jugando con ellos a la bolita sobre la acera.
Otro miércoles de protesta de jubilados y otro miércoles de represión feroz y absurda enfocada principalmente a jubilados y a la prensa que cubría lo que estaba ocurriendo. Con ataques directos a los ojos y a los cuerpos. A las cámaras y a los celulares que registraban la bestialidad de las fuerzas de seguridad –el fotógrafo de lavaca, Juan Valeiro, entre ellos, con quemaduras de primer grado en el cuello y en la oreja–. No es difícil imaginar lo que hubiese ocurrido si ese ataque le hubiera llegado directamente a los ojos. Esta vez fue la Policía de la Ciudad la encargada de lanzar gases y disparos a mansalva en la intersección de Avenida de Mayo y Luis Sáenz Peña cuando la movilización pretendía ir hacia la Casa Rosada.

El fotógrafo Juan Valeiro de lavaca, uno de los periodistas atacados, como ocurrió con profesionales de Cítrica, Infonews, El Destape y C5N.
Hubo 7 detenidos (Agustín Cano, Leandro Maristains, Alejandro Carrizo, Federico Burgos, Francisco Ramos, Hugo Eischler y Javier Mendoza) y al menos 30 heridos según la Comisión Provincial por la Memoria (CPM), entre ellos un niño de 4 años que estaba en la Plaza de los Dos Congresos junto a su familia.

Escenas de otro miércoles de violencia estatal absurda.
Más allá de la violencia ordenada por la ministra de Seguridad Patricia Bullrich, la concentración de jubilados tuvo un eje concreto de reclamo: el “no al veto” del gobierno nacional a la suba de las jubilaciones y la emergencia en discapacidad. Sin embargo, Javier Milei ya avisó que vetará las leyes aprobadas por el Congreso. Tiene plazo hasta el lunes 4 de agosto, tiempo destinado a ofrecer distintas cuestiones no públicas a diputados que se sumen a apoyar el veto, como ha venido ocurriendo. ¿El argumento del oficialismo contra un ínfimo aumento a jubilados? “Va en contra del equilibrio fiscal”.

Una de las jubiladas víctimas del coraje policial contra ellas, y de un nuevo gas tóxico, un símbolo de esta época.
Con la camiseta de Independiente y máscara del Hombre Araña, un jubilado entendió el mapa económico que traza esa decisión, y lo señaló con un cartel en tono bíblico: en el Génesis se habla de un sueño con vacas gordas y vacas flacas, referencia a los períodos de prosperidad y a los de dificultades. El jubilado escribió una actualización argentina de aquella imagen que ya no tiene forma de sueño sino de pesadilla.
- “Vacas gordas, jubilados flacos”.

El Hombre Araña es del Rojo, y releyó el Génesis.
Números y un café
Carlos trabajó cuarenta años en el Correo y no falta ningún miércoles a la marcha de jubilados y jubiladas con su remera ya mítica de Chacarita. Tanto, que casi nadie sabe que se llama Carlos y la gente le dice “Chaca”. Hoy caminó por Rivadavia con dos vendas que le envolvieron sus dos antebrazos. “Como todos los miércoles, venimos a reclamar y te cagan a palos. Acá tenés la prueba”, dijo a lavaca mostrando sus moretones. “Pero ya lo dije: esta sangre mía Bullrich la va a pagar”.
Héctor acaba de cumplir 75 años: “Decir que la suba de las jubilaciones atenta contra el equilibrio fiscal es una payasada. Milei lo deja claro cuando le baja las retenciones al campo, como dijo el sábado en la Sociedad Rural. Para nosotros nada y para los ricos todo, esa es la política del gobierno. ¿El beneficio para el campo no genera déficit fiscal? Milei es una máquina de mentir”. El hombre cuenta sus propias y reales retenciones: “Ya no salgo más que los miércoles acá. Ya no tengo la vida que tenía antes, no puedo viajar ni tomarme un café”.

Policías en acción, frente a jubilados que reclaman por sus haberes amputados por la motosierra.
De ratificarse el veto a los jubilados, la suba de agosto no será del 7,2% como fija la ley aprobada (el haber mínimo $441.600), sino del 1,62% en base al último índice de inflación de junio de 2025, por lo que la jubilación mínima será de $ 314.243,51.
Abus en la calle
Alicia tiene 63 años y lleva un pañuelo firmado por siete de sus nietos: “Abus en lucha”, “Aguanten los jubilados”. No entiende la distribución de la riqueza. O sí, pero la ve obscena: “La baja de las retenciones y el veto a los jubilados es una guasada total”. Sus retenciones: “Ya no me puedo dar más un gustito. Vivo el día a día, ya no estoy comprando nada ni semanal ni mensual”.
En la marcha hubo muchos carteles al respecto:
- No al veto: nuestra indigencia es tu superávit
- Ni veto ni represión: fuera el FMI
- No al veto a las leyes en jubilaciones
- No al veto: cobarde estafador (y la cara de Milei).
Ana, 74 años, trajo su propia pancarta: “Baja las retenciones a los ricos, hambrea a los viejos”. Cuenta que su hijo trabaja en el Correo y teme ser despedido, que su nieta encontró trabajo en un Todo Moda pero la echaron a los dos meses. Para ella todo el pueblo debería movilizarse: “No sólo los jubilados y los del Garrahan. Todos”.

No hay plata para el cine argentino (el Gaumont como símbolo) pero sí para filmar ilegalmente a manifestantes.
Walter (66) y Julio (62) llegaron de Campana, norte de la provincia de Buenos Aires. Sumaron otros dos carteles: “Viejo: no te quedes en tu casa, vení a luchar” y “Ayudame a luchar. El próximo viejo sos vos”. Walter movió la cabeza de un lado para el otro al recordar el discurso de Milei en la Sociedad Rural: “Un tipo desquiciado, frente a toda la oligarquía, los terratenientes, los dueños de la tierra. Él mismo dice: ‘soy cruel’. Nos la está haciendo parir. Nos quitó la medicación, todo un desastre”.
Julio coincidió: “Ahí ves realmente para quién gobierna. Hasta el que tiene séptimo grado, como yo, se da cuenta”.

Jubilado hablándole a la pared.
Roberto, 62 años, de Trelew (Chubut), lo escucha: “Pero hay que seguir viniendo, compañeros. Son totalmente inescrupulosos. Hoy hablaba con un amigo que me decía que había que respetar el voto popular, pero Hitler también ganó con el voto popular. Si no salimos a la calle, no sé qué más va a pasar”.
Vallas a donde vayas
El Congreso estuvo totalmente vallado. Vallas sobre Entre Ríos, Riobamba, Yrigoyen, Rivadavia. “Este quilombo lo hizo la Buillrich”, gritó un cincuentón a los automovilistas que se quejaban porque avanzar por las calles lindantes era un imposible.
Luis llevó un cartel: “Menstruación=sueldo de jubilado; viene una vez y se va a los tres días”. Dijo que lo escuchó a Milei cuando anunció en La Rural la baja de las retenciones al agro. “Lo que me dolió fue que la gente aplaudió cuando dijo que iba a vetar nuestro aumento. La gente del campo aplaude a todos los que empiezan con la “m” de mierda: Martínez de Hoz, Menem, Macri y ahora Milei”.

Mensaje para el tal vez próximo embajador de Trump en Argentina. Un apellido que parece un mandato.
Después de la radio abierta, como cada miércoles, empezó la movilización. Las columnas bajaron a Hipólito Yrigoyen, cuya circulación no estaba cortada y marcharon por la calle. “Luche que se van”, fue otra vez el hit, al que siguió “que se vayan todos”. Uno de los temas, con dedicatoria explícita: “A dónde está, que no se ve, esa famosa CGT”. Nobleza obliga: ni la CGT ni ningún partido político, con la cabeza en las elecciones legislativas y no en la calle.
La violencia y las bolitas
Sobre Yrigoyen, casi Luis Sáenz Peña, se divisaba un camión hidrante que se retiró. La columna dobló al final de la Plaza para ir hacia Avenida de Mayo con la intención de seguir la marcha hacia Plaza de Mayo. Sin embargo, en otro operativo de pésima coordinación –esta vez por la Policía de la Ciudad– la manifestación se mezcló entre autos y colectivos que seguían pasando.

“¡Por la vereda!”, gritaron algunos jubilados. Pero en ese momento, los efectivos cortaron de cordón a cordón empezando con la respuesta física violenta. El operativo estuvo acompañado, como suele ocurrir, por oficiales con cámaras que filmaron y sacaron fotos (con el objetivo de realizar algún tipo de “inteligencia” y amedrentamiento a quienes ejercen el derecho de reclamar).
La movilización avanzó pero rápidamente empezaron las detonaciones de escopeta con postas de goma y de granadas. Dispararon balines de armas byrna, redondos y de colores, que impactaban en los cuerpos, provocando lastimaduras y liberación del gas que llevan dentro. También lo hicieron sobre la vereda, donde se supone que no hay “protocolo”. Detuvieron, golpearon y gasearon fundamentalmente a trabajadores y trabajadoras de prensa, como cada semana. El efecto de esos spray, que poseen una sustancia espesa y viscosa: penetra los poros y quema durante horas. El fotógrafo de lavaca, Juan Valeiro, como otros reporteros (Cítrica, Infonews, C5N y El Destape, entre otros), fueron atendidos en la misma plaza y en el Instituto Patria. “Quemadura de primer grado”, diagnosticaron a nuestro compañero.

¿Qué escudan los escudos?
Nadie fue ajeno a esta nueva ofensiva. La policía disparó un gas que generaba tos hasta el punto de provocar arcadas y vómitos. La sensación era extraña, porque no había un sabor ácido ni picante, pero provocaba una tos ronca. El efecto llegaba incluso a las calles aledañas, aparentemente ajenas al la marcha. “El registro del despliegue policial evidencia su brutalidad e irracionalidad”, denunció la CPM, organismo que precisó otro detalle alarmante: “Se relevaron también policías armados con armas con postas de plomo que están prohibidas, y acciones de inteligencia ilegal”.
Agregó la CPM que el ataque incluyó a defensores de derechos humanos, cuyo hostigamiento tenía como fin evitar el registro de los hechos.
Sin embargo, la gente no se fue.
La gente se quedó. La policía avanzaba, seguía gaseando, y la gente siguió.
“¡Tienen miedo!”, gritó una jubilada. “¡Tienen miedo!”.
Uno de los primeros detenidos había sido el padre Paco Olveira. Lo golpearon, lo gasearon y lo salvó la gente. Se llevó de recuerdo dos de los balines de la Policía. “Es el último arma que trajo Bullrich”, explica y muestra a lavaca. “Te tiran y salta el gas. No te deja respirar. Y duele, porque nos dieron unos cuantos en los pies. Gracias a Dios hoy no tiraron a los ojos”.
De fondo, la jubilada siguió gritando: “¡Tienen miedo!”.
Otro miércoles de protesta de jubilados se diluía entre detenciones y balines de gas. Entre un cordón con armas largas sobre Rivadavia y un grupo de la motorizada dispuesto a salir sobre Rodríguez Peña. Sin embargo, mientras el padre Paco seguía mostrando los balines, alguien propuso:
–Juguemos a las bolitas.
Todos se rieron, por el absurdo de la situación.
De nuevo, frente al horror, la creatividad social.
Y así, frente a policías que seguían filmando ahora una burla, un párroco y una jubilada arrodillados en la calle, jugaron a las bolitas con los balines para cerrar otro miércoles argentino.

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