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Quién sí y quién no: Entrevista con Claudia Piñeiro

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WhatsApp, aborto, ateísmo, evangelistas, políticos y políticas. Impresiones de una escritora que entendió un mensaje paterno. El feminismo, el lenguaje inclusivo, su nuevo libro y otras cuestiones del presente, en clave sorora. POR EZEQUIEL SCHER
Claudia Piñeiro cuenta que de niña lloraba cuando su papá no la dejaba ir a clases de corte y confección, pero en el fondo “sabía que él tenía razón”. Él le decía que había que prepararse para competir con el mundo de los hombres. Cuando murió, el cochero acomodó el cajón, pidió que se acercaran los caballeros para agarrar las manijas, y ella se plantó: preguntó por qué la excluían y agarró el féretro. Terminó la carrera de contadora con el mejor promedio de la UBA y entró a una de las auditorías más prestigiosas del mundo, aunque no por sus boletines sino porque la empresa (norteamericana) debía cumpir una ley que obligaba a tomar a “las minorías”. Sin embargo, dice que sólo se sintió discriminada una vez que no la dejaron pasar a un boliche. “Hubo discriminación, pero yo no la sentí, porque esas situaciones eran parte de la vida y no tenía la cabeza formateada como ahora para darme cuenta”, dice, con una biblioteca a su espalda y otra en la cabeza, desde un piso doce que espía al Jardín Botánico. La última voz que dio el discurso inaugural de la Feria del Libro -una de las 4 mujeres en 44 ediciones- acaba de publicar Quién no, cuentos sobre raros, raras y rarezas, y en esta charla (des)arma un glosario: el aborto, la vida, el feminismo, la sororidad, las redes sociales, el lenguaje inclusivo y el ateísmo.
Tu libro habla sobre las rarezas de la gente. ¿Refleja una época de disidencias?
Estos cuentos están escritos desde hace quince años. Siempre existieron las disidencias. Hay momentos en que la sociedad está más plástica y otros en que está más cerrada. Cuando está cerrada, es cuando hay que marcar más. Cuesta entender al otro. Hace unos días ocurrió el caso de la nena que quedó abandonada en el auto y murió dentro. Escuché desde hablar mal del padre hasta tratar de explicar que eso pasó porque tuvo un ACV. También escuché a un neurólogo, decía que lo que le pasó a ese señor le puede pasar a cualquiera. No fue porque es un mal padre o porque tuvo un ACV. Hay momentos en que la memoria hace que te olvides de algo automático que hacés todos los días, como abrir la puerta o dejar las llaves. Entonces, quieren convencerte de que la respuesta es que para ese padre hay algo superior a la niña. Para ese hombre, no hay nada más importante que la hija. Pero la memoria falla porque estás preocupado por algo, y sí: puede pasarle a cualquiera en una situación de stress. Noto que los periodistas y la sociedad no pueden aceptar lo que pasó. Es doble discurso. Lo juzgan porque no pueden aceptar que, quizás, les pueda pasar a ellos. No podemos hacer empatía porque no lo podemos tolerar.
El libro habla bastante del doble discurso de la sociedad.
Hay un cuento que tiene que ver con las madres de colegios. Eso de que todos los chicos son perfectos salvo el tuyo: siempre estar mirando el hijo del otro y marcar que es diferente. La riqueza de las sociedades vienen de la diversidad, de la diferencia. El sistema educativo, sobre todo en las escuelas privadas, tiende a estandarizar, incluso, al que molesta porque es brillante. Hay que estar en la media y, si no, molesta. Porque hay que prestarle más atención. Y lo peor es que se puede llegar a la conclusión de que hay que medicarlo para que se estandarice.
¿Es más complejo en esta época donde, con las redes sociales, sabemos todavía más de la vida de los otros?
Sartre en La puerta cerrada dijo: “El infierno es la mirada de los otros”. Y eso pasa cada vez más, porque la mirada de los otros ahora es más activa. Antes vos estabas en tu casa y nadie te podía espiar por la ventana. Ahora hay ventanas en todos lados porque nosotros accedemos a abrir esas ventanas.
¿La literatura va a tener que incorporar a las redes sociales?
Es inevitable. Publiqué la novela Tuya en 2005. Ahí la joven adolescente habla por teléfono con la amiga. Hoy sería impensado. Serían todos mensajes de WhattsApp. Yo no corregiría ese libro porque es de esa época. Tiene que quedar así. A futuro, un personaje no va a ir a un teléfono público, va a sacar el celular y, encima, a lo mejor se lo roban. Pero en ese sentido, con la misma naturalidad que otras cosas. Hoy cambiaron otras cuestiones, y la comunicación es de lo que más nos ha cambiado. Diría que es el gran cambio de este siglo.
¿Qué te preocupa de las redes?
Del WhattsApp, las noticias falsas. Porque cuando están en Twitter o en Facebook, de una manera u otra, tenés posibilidades de desbaratarlas: alguien se entera, lo avisa, y se entera y genera algo distinto. Por WhattsApp circula lo que sea y no tenés modo de pararlo. En Brasil, en la elección de Bolsonaro, pasó eso. Le decía a Thomas Friedman, que es un periodista del The New York Times que vino hace poco, que había salido una noticia falsa mía con todos los logotipos de La Nación. Él me decía que para el año que viene la noticia falsa podrá ser conmigo en un video, con mi voz, diciendo algo que no dije. En la campaña del año que viene, veremos ese tipo de cosas.
¿Las fake news son literatura?
No es literatura porque en literatura vos entregás una novela y decís: “Esto es ficción”. Y el otro lo sabe. En la fake news, yo no te hago esa advertencia. Entonces, hay una gran diferencia entre los dos discursos.
Siempre te interesó lo político ¿Por qué ahora decidiste participar activamente en debates publicos?
Desde el 2001 en adelante hubo mucha gente que se retiró del espacio político, sobre todo el ciudadano común. Y a la vez, en los últimos años, reapareció eso del discurso político, particularmente desde la juventud. Se volvió al espacio político y cuando digo político no digo partidario. Yo no soy de ningún partido, pero me importa ampliar los derechos.
¿Y qué viste en ese campo de participación?
Siempre me importó la política, aunque no siempre encontré el espacio. Creo que ahora hay un clima de época donde se puede discutir. Ahí hay que definir: ¿asumo este lugar o no? El hecho de que aparezca la Unión de Escritoras y Escritores es algo muy auspicioso. Ahí vamos a conversar sobre nuestro lugar en este momento en el que se está debatiendo la Ley del Libro. Antes, los actores que se citaban para hablar de eso eran la industria editorial, las librerías, pero no los escritores, porque estábamos desorganizados. Daniel Filmus se empezó a acercar a nosotros, nos mandó el proyecto y pudimos dar una opinión. La verdad es que todo eso antes no ocurría. Está pasando ahora. La Ley del Aborto afecta a toda la sociedad, pero la del libro importa a nuestro sector. En estos días, va a salir una carta sobre la situación crítica de la industria editorial.
¿Por qué te metiste tan de lleno en la pelea por la legalización del aborto?
¿Cómo no hacerlo? El primer libro que publiqué, Tuya, tiene una adolescente que se hace un aborto. Mi novela Elena Sabe habla del aborto. Hay un cuento en este libro que habla de eso. Yo como escritora estoy muy preocupada por el aborto hace muchos años y es uno de los temas recurrentes en lo que escribo. Si ese tema se pone en la sociedad, cómo no voy a meterme. Era el lugar ideal para ejercer acciones y manifestaciones sobre las que yo ya venía reflexionando. Se dieron las circunstancias y actué. El hecho de ir a conversar con senadores o diputados, explicar nuestra situación, fue difícil. Porque cuando te lo proponen, decís: ¿voy o no voy? Esos espacios a veces necesitan gente conocida. Si te conocen, lamentablemente, te escuchan más. Quizás, hay otro que tiene algo mejor que vos para decir, pero no tiene el mismo conocimiento público.
¿Cómo fueron las conversaciones con diputados y senadores?
Te encontrás de todo: gente preparada y gente que no. Te encontrás con gente absolutamente no argumentativa: a los dos minutos te das cuenta que va a votar lo que le conviene por una cuestión política. Que va a votar porque se lo dijo el obispo de su provincia o porque cree que tiene un piso de votos católicos. Para no nombrar a los que no me gustaron, hablé con la senadoraLucila Crexell, que iba a votar en contra, y después se abstuvo. Tiene una postura favorable a la despenalización y en contra de la legalización. Y podés hablar, porque es una persona formada, con ideas, que estudió el tema. En cambio, había otros con los que no había conversación posible.
Después de la no sanción de la Ley, ¿en qué punto está hoy la discusión sobre qué es la vida?
Quedó muy claro que ellos al principio decían “estamos a favor de la vida” y después pasaron a decir “las dos vidas”. Ya se dieron cuenta de que la forma en que lo decían no funcionaban. Las dos vidas no existen: murió una chica en Chaco, desnutrida, porque no la dejaron hacer un aborto, cuando terapéuticamente era lo que correspondía. Primero nació el bebé, se murió, y ahora se murió la chica. Salvemos las dos vidas es una falsedad absoluta porque, en general, no salvan ninguna de las dos. Con una aguja de tejer o con un perejil, en todos esos casos, la mujer va a morir. Entonces, es una falacia. Está claro qué cosa es la vida y qué cosa es una frase de campaña. Está en nuestra responsabilidad, la de los escritores y los comunicadores, seguir diciéndolo. Esa palabra y tantas otras. No es solamente esa palabra.
¿Cuál más?
Ahora apareció la palabra ideología de género. Los que hablan de ideología de género tienen una ideología que es ser homofóbicos. Tienen miedo de que la elección sexual sea contagiosa. No hay en la ley una ideología de género. Su ideología de género es el miedo a la perspectiva de género.
¿Y la palabra aborto?
La palabra aborto antes no se decía. En el cuento Basura para las gallinas no escribí la palabra aborto. El cuento de Hemingway Colinas como elefantes blancos no la menciona. Porque la palabra aborto era prohibida. No había una ley que prohibiera decirla como pasó con la palabra “Perón”, pero pasaba lo mismo: no se podía pronunciar. En tal caso, por lo bajo, decías eufemismos de la palabra aborto: “Se lo sacó”. Ya ni siquiera decimos “interrupción voluntaria del embarazo”. Porque ya no tenemos que explicar que alguien está festejando poder hacerse un aborto. Ya no hay que explicar que el aborto es una circunstancia a la que nadie quiere llegar.
¿Feminismo?
Feminismo era mala palabra. Yo trabajé en la revista Emanuelle, que era una revista femenina, y ni siquiera ahí estaba bien visto. Relacionarte con un grupo de hombres era ya difícil y, si encima eras feminista, todavía más. Había que ocultarlo. Hoy claramente cualquier mujer que lucha por la defensa de sus derechos es feminista. Veo entrevistas donde algunas mujeres dicen “yo no soy feminista” pero vos ves lo que plantean, y son feministas. Lo que pasa es que no entendieron la palabra. Y eso es porque está la palabra machista y se piensa que feminismo y machismo son antónimos y no lo son. Feminismo es luchar por los derechos de la mujer y tener una sociedad más justa.
¿Sororidad?
La palabra sororidad me gusta mucho. Porque es distinta a fraternidad. Fraternidad viene de fratelo, en italiano, hermano. Sororidad viene de sor. En este libro, tengo un cuento que se llama Lo de papá. Hay una ayuda entre dos hombres sobre cómo manejarse con sus hijos. Si yo tuviera que definir esa ayuda, diría sororidad, porque fraternidad es como eso de golpearle el hombro a otro y decirle “qué gol que metimos”. La ayuda entre dos hombres que no saben cómo ejercer la paternidad es sororidad.
En el libro escribís bastante sobre varones separados ejerciendo la paternidad.
Este movimiento que puso a las mujeres muy por delante, que las hizo avanzar un montón de pasos, generó un cierto desconcierto en los hombres. Eso de: ¿dónde me tengo que ubicar en este pantano? Lo digo en función de los hombres que nos acompañan, no sobre los que quedaron en una visión absolutamente antigua y fuera de foco. Mis hijos llevan el pañuelo verde en la mochila, pero preguntan: “¿A esta marcha puedo ir?” O amigos escritores que quieren escribir algo y te consultan: “¿Esto se va a tomar a mal?” Hay como un desconcierto.
¿Cómo funciona la novedad del lenguaje inclusivo?
Si lo adoptamos, va a ser el lenguaje. No entiendo por qué se preocupan tanto por controlar lo que se dice cuando los usos del lenguaje los hace la gente. El lenguaje está permanentemente siendo cambiado y cuando ese cambio se estableció socialmente, viene la RAE y lo acepta. ¿Por qué no se preocuparon tanto con el obscuro y oscuro y ahora se preocupan tanto por esto? Porque esto es político. Por ahora, mientras escribo, no tengo la necesidad de usar el lenguaje inclusivo. A mí me enseñaron con el “los”. Pero yo estaba frente al cajón de mi papá y dijeron “los caballeros” y fui igual, porque no necesito que me digan los y las para sentirme habilitada. Estoy acostumbrada a habilitarme sola. Pero entiendo que mucha gente necesita la habilitación desde el lenguaje y está muy bien. A la vez, pienso, usar el lenguaje inclusivo es más fácil que no usarlo. Porque estás cenando con otras personas y es más fácil decir todes que preguntarle a cada uno cómo se autopercibe.
¿Por qué molesta tanto el lenguaje inclusivo?
Cuando era la “x”, la discusión no era tan fuerte porque no se oía. Los que se espantan por todo no tenían mucho de dónde agarrarse. Cuando la gente lo pudo empezar a decir, saltaron los conservadurismos sexuales, lingüísticos, de género. Ayer fui a la verdulería con mi hija. Y había damascos y ella me dice: ¿qué es eso?. Le digo: “Se llaman damascos”. Pero la verdulera aclara: “No, se llaman damascas. Las que son más grandes son damascas”. Jamás supe esa diferencia. Había un señor de traje en la verdulería. Y yo les digo a ellas: “Bueno, no está mal que la más grande sea damasca y el más chico damasco”. Y salta el señor y dice: “Y si mezclamos todo y le llamamos damasques”. Pongamos damasques y a otra cosa.
¿Qué estás leyendo?
El espejismo de Dios de Richard Dawkins y Apología de la blasfemia de Jean-Paul Gouteux. Estoy leyendo todo lo que pueda sobre la separación de la Iglesia del Estado.
¿Por qué?
Porque es hablar del ateísmo. El otro día leí que, así como en cierto momento había que salir del closet para decir “yo soy gay”, hoy hay que salir para decir “soy ateo”. Porque parece que todas las religiones están aceptadas salvo ser ateo. Entonces, vos me venís con un cuento, porque para mí tu fe es literatura, y la acepto. Pero vos no me aceptas que yo sea atea. Y yo no quiero que las leyes del Estado tengan religión, quiero leyes laicas. Creo que la racionalidad tiene que ver con no tener fe. Respeto que tengas fe, pero no me parece racionalidad. La racionalidad te lleva a preguntar si es cierto o no lo que nos contaron. Quiero revalorizar la posición racional. Y esto nos lleva a cuestionarnos sobre la gente que no quiere vacunarse, que no quiere que otro pueda interrumpir un embarazo, o que haya un programa educación sexual. Ya habló el ministro de Bolsonaro diciendo que quiere que en las escuelas se baje la teoría darwiniana y suba la teoría de la creación de dios. Estamos viendo en Latinoamérica cómo las religiones se van mezclando con los gobiernos. Claro que los evangelistas pueden votar a Bolsonaro, pero lo que no puede hacer Bolsonaro es decirle a todos los ciudadanos que vivan como los evangelistas. Lo peor que podríamos hacer es negarlo, porque después agarramos y decimos: ¿cómo puede ser que el 60% de la gente haya votado en Río de Janeiro a Bolsonaro? Ahí es el momento para que los ateos salgamos a decir lo que pensamos y a aclarar que no vamos a quemar a nadie en una olla. Que somos gente normal y que creemos que la religión no debe regir el Estado. Si no estamos atentos a desarmar discursos, como una resistencia, vamos derecho hacia un Estado no racional.

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