CABA
Usar la memoria
Su nueva novela lleva un título inquietante: A quien corresponda. Un relato protagonizado por los usos que el discurso oficial hace de los setenta y que expone, a borbotones, todas las especulaciones que pueden hacerse sobre la memoria, la venganza y la fe perdida. Su intención, dice, es recuperar qué nos pasó y porqué.
Sé que está incómodo, pero con elegante paciencia trata de seguir el ritmo desorientado de la conversación, respondiendo a preguntas que no lo son y completando razonamientos que no son suyos, aunque sí, se hace cargo, porque los provocó. Lo noto cuando desploma la espalda sobre su negro sillón de jefe del diario Crítica, y con ese pequeño gesto hace evidente el esfuerzo por buscar palabras que ya no estén dichas en su última novela, cuyo título funciona como un boomerang.
A quien corresponda.
Escribió Martín Caparrós, y ahora parece tener que soportar estoicamente que alguien, sentado frente a él, le responda: yo.
Así funciona esta novela, que todavía no sabe explicar por qué escribió y a la que considera “mala” desde el punto de vista literario, como si se defendiera de antemano de un juicio imposible. Pienso entonces: ¿qué es lo que hace buena a una novela?
Estamos solos, sentados en su oficina del primer piso. A mis espaldas hay un televisor encendido, sin voz, pero no hay silencio. En el aire flota un murmullo penetrante: es el rezo constante de la redacción, que trepa por la ventana como un aroma. En la planta baja se está cocinando la edición del día, en la semana en que todo ardió. Sobre el escritorio tiene los diarios de la jornada y la pantalla de su computadora muestra la bandeja de entrada del correo, desbordando. Nada de eso parece perturbarlo tanto como tener que explicar por qué decidió escribir la primera novela que retrata esta Argentina kichnerista, esa que justo, esta semana, comienza a mostrar sus grietas. Todo el papel impreso que está sobre el escritorio no alcanza a explicar aquello que la novela de Caparrós explicita. Quizá eso es lo que él considera literariamente “malo”. Describir impúdicamente y a borbotones la trama de la actualidad. Pienso entonces: ¿qué es lo que hace verdadera a una ficción?
El protagonista de esta historia imaginada por Caparrós es Carlos, un hombre atrapado por sus años de militancia, aquellos en los que se sintió feliz, completo y generoso. No es difícil de imaginar cómo se siente hoy, cuando conversa con un viejo compañero, hoy ministro, que le ofrece trabajar para el gobierno. Lo que quizá no sea tan fácil es imaginar cómo Caparrós es capaz de hilvanar el diálogo entre ambos. Valga, entonces, este pequeño, muy fragmentario ejemplo:
Dice el personaje del ministro:
–Están todos, metete vos también. Es como en nuestros tiempos, sólo que más tranquilo. Vale la pena, en serio. Si nunca pensamos que fuéramos a tener otra oportunidad.
Responde el personaje de Carlos:
–¿Otra oportunidad de qué? ¿De llenarse la boca con boludeces sobre los desaparecidos y seguir haciendo lo mismo que los demás? ¿De usar los setenta para tapar lo que no pueden ni quieren hacer ahora? Se la pasan hablando de los setenta en vez de ocuparse del presente, del futuro. Usan ese pasado para glorificarse.
Estamos apenas en la página 17 y ya queda claro que esta ficción no está construida con metáforas, sino con piedras que Caparrós arroja una tras otra, sin piedad, hasta el final.
“A veces tengo la sensación de que sobre estas cosas ya escribí varias veces, pero que todas juntas forman en esta novela un cascote más grande”.
Dirá Caparrós, suspirando.
En esta novela hay algo nuevo en tu estilo, que es el borbotón, por así decirlo. Hay mucho diálogo, incluso frases que podrían pensarse hasta peligrosas de poner todas juntas y que, sin embargo, terminan por construir algo: la contradicción entre lo que se dice y lo que se hace, ese trastorno bipolar argentino.
Es cierto: nunca usé mucho los diálogos. Tengo bastante desconfianza de ese recurso en la ficción y sin embargo, acá no. Y quizá por eso es un libro con el que no estoy de acuerdo, no en cuanto a muchas de las cosas que se postulan, sino en cuanto a su construcción literaria. Siempre desconfié de los libros de tesis, aquellos que pretenden poner en escena ciertas ideas sobre la historia, el presente o lo que sea. Me parece que un relato debe hacerlo por alusión o por sugerencia, y sin embargo éste no: éste dice, a los tropezones o los borbotones, todo lo que quiere decir. En ese sentido es muy distinto a lo que suelo creer que tengo que hacer cuando escribo. Pero también por eso pensé que no iba a publicarlo… No pensaba escribir esto. Me llamó la atención la historia de un crimen en un pueblito y pensé que a partir de eso iba a escribir una cosa medio bucólica, no sabía muy bien qué. Pero ciertamente no era toda esta tirada sobre la venganza, el setentismo, la lectura contemporánea de aquel período. Ésa no era la intención original. Se me fue imponiendo de una manera que nunca me había sucedido. Y eso que, en general, controlo bastante lo que escribo. Pero me encontré diciendo una serie de cosas que no me proponía, entre otros motivos, porque ya había escrito varias veces, en los últimos doce años, en contra de volver sobre los 70.
¿Por qué?
Muchas veces escribí que seguir dedicándole toda esa atención a ese período significaba desviar una energía social que estaría mucho mejor empleada si se dedicara al presente y al futuro. Por supuesto que creo necesario comprender lo que pasó, pero mucho más necesario es pensar qué se hace ahora y con qué proyectos. Esto es algo que escribí por primera vez en el 96, cuando el 24 de marzo hubo una enorme movilización en la que vi a muchos pibes jóvenes y ya no sólo a los que éramos un poco las viudas de esa época. Y lo que me planteé entonces fue: ¡la puta madre! En pleno menemismo hay que ocuparse de otras cosas, de cómo este gobierno está haciendo mierda el país. Me daba la sensación de que mucha de la gente que estaba ahí cumplía así con su cuota de participación política y de reflexión sobre la sociedad argentina.
Sin embargo, esta novela puede leerse no como un relato del pasado, sino como la primera novela kichnerista, o cuanto menos, de su discurso.
Y sí… Parece que el cabreo con el uso kichnerista de los 70 pudo más que todas mis decisiones y, efectivamente, es probable que haya escrito más sobre ese uso que sobre el período en sí. (Piensa largo, toma aire como quien va a saltar y salta) Lo que pasa es que el kichnerismo es como la perfección de aquello que criticaba hace diez años, antes de que existiera. Es decir: ha llevado la idea de la desviación de la energía social a política de Estado. Efectivamente, una cosa era verlo en los pibes que van a una marcha y pensar “qué cagada que estén perdiendo el tiempo en esto –entre comillas– cuando podrían estar haciendo otra cosa” y una muy distinta es verlo usado para poner en marcha políticas conservadoras, en el sentido estricto de la palabra: que tratan de conservar cierto orden social y económico, basándose en el homenaje perpetuo a aquellos que justamente querían deshacerlo.
Uno de los temas que pone en debate la novela es la construcción social de la memoria. No sólo se rebela contra el uso que el gobierno hace de ella, sino con el discurso que victimiza a los desaparecidos o los convierte en piezas de museo. ¿Creés que eso es lo que coagula la posibilidad de que se discuta este presente en otras condiciones?
Creo que no puede pensarse en lo que evoca esa memoria sin pensar en el presente. Creo, incluso, que la única manera de pensar un espacio para recordarlo es poner en un mismo lugar los nombres de todos los que desaparecieron rodeados de pantallas de TV que emitan en continuado los noticieros de hoy. Eso sería realmente recordar qué pasó y por qué.
Ni el tiro del final
Carlos, el personaje de la ficción, se está muriendo. No piensa darle batalla a la enfermedad que le consume esa vida que para él ya no es vida, pero la proximidad de la muerte lo coloca en una trinchera inesperada: quiere vengarse de aquel enemigo que le quitó lo verdaderamente vital. A partir de esa idea, Caparrós despliega todos los argumentos posibles para justificar o no esa venganza. No queda lugar para preguntas porque en la novela está todo dicho, como si Caparrós hubiese tirado del hilo de cada razonamiento hasta hacerlo chocar con sus propios límites, así que me limito a citarle una de sus frases más perturbadoras: “La venganza es una forma extrema del recuerdo, el modo desesperado de avivar una huella que se borra.”
Dirá entonces Caparrós:
“Ahora que lo leés, me acordé un poco más del proceso de origen de esta novela: a poco de darle vuelta a esa historia del crimen del pueblito, me volvió a la cabeza el tema de la venganza. Es algo que siempre me había llamado la atención: su ausencia. En términos menores y más personales, esa falta de respuesta me alcanzó a mí. Un día –creo que por el año 91– alguien me dijo que Videla hacía footing en la Costanera. Fui a buscarlo con un grabador y un fotógrafo y ahí estaba, corriendo. Mucho tiempo me quedé pensando en esa sensación que tuve al tenerlo al lado, durante más de 50 metros, caminando uno junto al otro, solos. Y yo tratando de preguntarle cosas y él contestándome mal y yo con el grabador en la mano, siguiéndolo, hasta que finalmente llegó la custodia… Durante mucho tiempo me pregunté porqué no le partí el grabador en la cabeza. ¿Qué fue lo que hizo que yo no hiciera eso? Y esta novela se me empezó a ir hacia el costado setentista a partir de que ligué ese pequeño crimen suburbano con esta pregunta”.
¿Y por qué en la novela hiciste fracasar esa venganza?
Supongo que por eso de “ni el tiro del final”. Pero también porque el personaje no está convencido de que eso sirva para nada. Carlos tiene, por un lado, la turbia sensación de que le debe ese gesto a algo, a alguien pero, por otro lado, tiene la convicción más racional de que tampoco sirve, que es una admisión más de la derrota. Porque ¿en nombre de quién lleva a cabo su venganza? ¿Quién es el que se venga? Si la derrota fue común, si fue en nombre de un nosotros, ¿para qué sirve que la venganza sea en nombre de un simple fulano? Supongo que por eso termina saliéndole mal
La novela habla todo el tiempo de la construcción de ese nosotros. ¿Cúal es hoy ese nosotros?
Para mí, esa es una de las grandes incógnitas contemporáneas. Una de las tantas grandes diferencias entre la situación política contemporánea y la situación política de los setenta es que, en aquella época, el nosotros era evidente. Más allá de que incluyera una serie de rencillas interminables, era evidente. Ahora no. Y esa es una de las grandes causas de esta confusión.
En estos días hubo un intento por definir un nosotros, al plantearse un discurso de polarización: piquetes de la abundancia vs. gobierno.
Pero esto es algo que se cayó solo cuando veías en los piquetes de Entre Ríos o Santa Fe a tipos que no tenían nada de la Sociedad Rural. Justo estaba pensando en escribir sobre eso: cuánto le habría costado al gobierno en dinero –no ya en otras cosas– desarmar este conflicto. Porque si hubieran hecho retenciones más bajas en campos de menos de 500 hectáreas hubieran dejado a este movimiento sin masa crítica de protesta. Entonces, la discusión sobre la suba de las retenciones hubiera tenido como escenario escritorios, restaurantes y lugares de lobby de poder, pero no la calle o las rutas. No sólo no hubieran dejado masa crítica para que se produjera el corte de rutas, sino que además hubiesen obtenido mucho más fácilmente la legitimación social con la que intentaron, después, avalar esa medida. Por ejemplo, cuando llamaron a los medios para pedir que la televisión muestre más a Luciano Miguens y menos a los productores cortando rutas. Y el tema no es cuánto hubiese costado arreglarlo, sino cuánto hubiese costado no haberlo producido. La primera frase que escribí (me muestra un papel que tiene un par de frases manuscritas) es: “Quizá el primer gran error no haya sido error, sino coherencia”. Es decir, no discriminar entre grandes y pequeños productores en términos operativos, prácticos e inmediatos, es un gran error. Que lo hayan hecho por coherencia es una interpretación política de cómo opera este gobierno sobre los discursos y los medios.
El tema de la novela es el fracaso. Habla, teoriza y supura sobre eso. Pero ¿cúal era la medida del éxito para la generación de los setenta? ¿Puede medirse en esos términos lo que querían, lo que hicieron?
Para la concepción política de las organizaciones revolucionarias de esa época, las cosas se medían sólo en términos de éxitos y fracasos, y sobre todo en términos de éxito. Cualquier cosa que no fuera gran éxito era habitualmente llamada reformista. Cualquier cosa que no sirviera para llegar a ese gran objetivo final, era desdeñable. Seguramente que en esa época no se lo llamaría éxito, sino triunfo o victoria u objetivo final. La palabra éxito era, sin duda, antipática y responde a otro léxico. Pero obtener el éxito es casi constitutivo de la idea de revolución, ya que todo lo que se hace sólo se justifica en la persecución de ese objetivo. Todo lo que sucedió era un paso hacia, y sólo tenía un valor en la medida en que colaboraba con esa obtención. Por otro lado, no sé qué impresión da este libro, pero yo rechazo esa idea de generación con la que suele referirse hoy a los militantes de los setenta. No creo que se pueda hablar de una generación setentista y englobar en ella a todos los que militaron en esos años como si fuera un concepto sociológicamente eficiente en el 2008. Pasaron 35 años, de vidas muy variadas, de una cantidad de jovencitos que tenían por entonces entre 20 y, como mucho, 30 años y luego tuvieron caminos infinitamente diversos. El hecho de que hayan coincidido durante un período muy corto –porque los que tuvieron más de 5 años en esa militancia son contados–, me parece que no alcanza para postular que tantos años después sigan formando un mismo núcleo sociológico. Eran amigos, estuvieron juntos en situaciones fuertes, pero eso después se disolvió. Obviamente dejó marcas en todos, pero esas marcas fueron procesadas de maneras muy distintas.
Los paredones hablan
Caparrós acepta que nos encontremos al día siguiente para hacer las fotos en el predio del Paseo de la Memoria. No hace falta explicarle por qué, pero entre todas las excusas posibles, la que verdaderamente motiva este encuentro es estar en ese lugar que hasta ayer lucía un cartel de protesta porque sus empleados no cobraban el sueldo. Hoy el cartel no está, aunque el pago tampoco. Es difícil describir ese escenario inhóspito, construido con débiles arbolitos y grandes bloques de cemento. Más difícil es entender al empleado que nos intercepta: para hacer ahí fotos hay que tramitar una autorización. Me explica el motivo: “La Comisión de la Memoria, de la cual depende este espacio, no quiere que se haga un uso indebido de él” . Pienso entonces: ¿cuál sería el uso indebido de esa representación parquizada de la memoria?
Mientras me demoraba con estas nuevas e inesperadas burocracias, Caparrós y los fotógrafos ya habían tomado posesión del gran paredón sobre el cual están tallados los nombres de los desaparecidos. Los alcanzo, con la agitación que me dejó el trámite, que les reproduzco con ademanes y palabrotas. Pero mi farsa choca contra el gesto conmovido de un Caparrós pálido, quebrado. Me dirá entonces que reconoció entre las tallas los nombres de varios de sus compañeros.
–¿Dónde se conocieron?–, pregunto, como para decir algo.
–En la secundaria.
Me cuenta la historia de uno en particular. Fue el que le aconsejó que se fuera del país porque su vida corría peligro. Y el padre de la adolescente que, casi veinte años después, fue a verlo porque escribía cuentos y buscaba su consejo. “En ese encuentro quise hablarle de su padre, pero ella quería hablar de literatura, de sus cuentos, de otra cosa. Me impresionó que fuera a la misma escuela, aunque recién se enteró a los 15 lo que realmente pasó con su padre, porque los abuelos, que la criaron, habían preferido ocultarle la historia. Poco después me enteré que la chica murió.”
No sé qué responderle, así que me quedo en ese estado incómodo, imposible, insoportable. Pienso entonces: ¿cómo se hace literatura después de todo?
CABA
El teatro sale a la calle por la derogación del decreto 345

A 44 años del atentado al Teatro Picadero en plena dictadura, distintas salas, artistas, productores y gestores organizan un encuentro para conectar pasado y presente. De Teatro Abierto al Festival ENTRÁ, la organización contra el desmantelamiento del sector, representado en el decreto 345, para defender la cultura, la identidad y crear lo que viene.
Por María del Carmen Varela
El 6 de agosto de 1981, a pocos días de haberse iniciado el ciclo Teatro Abierto, el Teatro Picadero sufrió un atentado que lo dejó en ruinas. Por eso, 44 años después, bajo otro ataque sistemático a la cultura, la comunidad teatral sale a la calle para recordar y exigir.
La propuesta reza:
El Teatro está Abierto: ENTRÁ.
La historia no se repite igual, pero rima.
El miércoles próximo, de 17.30 a 19.30, en la puerta del Teatro Picadero, Pasaje Santos Discépolo 1857, CABA, trabajadorxs de las artes escénicas se reunirán para celebrar que el teatro sigue abierto y para defender al Instituto Nacional del Teatro que por el decreto 345 está siendo desmantelado.
La gacetilla anuncia la participación de Lorena Vega, Valeria Lois, Elisa Carricajo, Laura Paredes, Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y Mariano Sayavedra leyendo framentos de “Decir sí” de Griselda Gambaro, “El Acompañamiento” de Carlos Gorostiza, “Parlamento” del grupo Piel de lava y “Civilización” de Mariano Saba. Un diálogo entre obras que fueron parte de aquel ciclo y obras contemporáneas que hablan de nuestro presente. También habrá un cierre musical a cargo de Talleres Batuka.
Sigue la gacetilla: «Les invitamos a este evento que es, a su vez, un acto de conmemoración y un encuentro de resistencia. Como Teatro Abierto en los 80, hoy desde ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) seguimos encontrándonos para defender nuestra identidad cultural, nuestro teatro».
El texto poético que acompaña el mitín:
Ayer fue dictadura, hoy es democracia simulada
Ayer fue incendio, hoy es apagón
Ayer fue teatro como refugio, hoy es como grito
Ayer fue unión de artistas, hoy es red federal viva
Ayer y hoy: el teatro vuelve a responder como acto político y vital
En defensa de la cultura, exigimos la derogación del decreto 345.
Entrá porque es urgente
Entrá porque es ahora.
El emblemático ciclo Teatro Abierto arrancó el 28 de julio de 1981 en en el Teatro Picadero. Su organización fue un acto de resistencia en un contexto de dictadura que censuraba a dramaturgxs, directorxs teatrales, actores y actrices de la escena nacional. Un grupo de dramaturgxs comenzó a reunirse en la sede de Argentores para poner al teatro en acción: Así nació Teatro Abierto. Con una programación de 21 obras breves, se proyectó la realización de 3 funciones por día durante 3 meses. Con dramaturgxs como Carlos Gorostiza, Carlos Somigliana, Roberto Cossa, Pacho O´Donell, Griselda Gambaro y Aída Bortnik, entre otrxs, el ciclo se convirtió en un verdadero fenómeno artístico apenas iniciado. El público respondió a la convocatoria y se agotó la venta de abonos casi de inmediato. Una semana después, el 6 de agosto, se produjo el atentado que destruyó al Picadero. Al día siguiente se produjo una concurrida asamblea en el Teatro Lasalle y decidieron continuar. Varias salas teatrales ofrecieron sus instalaciones y finalmente el Tabarís, clásico espacio de la revista porteña, fue el elegido para reanudar el ciclo. Una semana más tarde, volvió Teatro Abierto con un apoyo multitudinario por parte del público que llenó la sala hasta la última función.
Contacto: +54 9 11 6914-3033 (Ana)
[email protected]
Instagram: @festivalentra
CABA
Villa Lugano: una movilización en contra del “Máster Plan”

Vecinas y vecinos del barrio del sur porteño resisten ante una obra que está haciendo el gobierno de la Ciudad a espaldas de la comunidad: tala de centenares de árboles añosos, el cierre de varios ingresos y egresos de la autopista Dellepiane y la colocación de un nuevo peaje (a 4 km de otro ya existente) para ampliar la recaudación. El silencio del gobierno local y el ruido de sus topadoras arrasando el espacio verde y público. La voz de la organización popular que no calla y sale a la calle, otra vez –este viernes y en una caravana de autos– para visibilizar lo que pasa en una de las zonas más postergadas de CABA: a las 18 horas desde Dellepiane Sur y Montiel hasta Dellepiane Norte y Piedra Buena.
Por Francisco Pandolfi
Desde noviembre del año pasado la comunidad de Villa Lugano resiste a una obra que ya está haciendo el Gobierno de la Ciudad sin licencia social ni escuchar a la vecindad: el Máster Plan Autopista Dellepiane, con un costo de más de 7.000 millones de pesos, tala de centenares de árboles, cierre de 14 ingresos y egresos a la autopista y otro peaje (a cuatro kilómetros del de avenida Lacarra).
La organización popular no cesó desde el momento en que se enteraron de la iniciativa. Asambleas, audiencias públicas, semaforazos, volanteadas en los distintos sub barrios que forman parte de este barrio porteño bien al sur porteño. Y guardias, para evitar el talado de árboles en lo que las y los vecinos denuncian como “un ecocidio”, que está sucediendo desde marzo.
La comunidad hizo un relevamiento casa por casa con los frentistas a la autopista Dellepiane: más del 70% no tenía idea de la existencia del Máster Plan. Presentaron por escrito pedidos de información pública a AUSA (Autopistas), APRA (Agencia de Protección Ambiental), Ministerio de Infraestructura y a la Secretaría de Gobierno y Vínculo Ciudadano porteño, sin respuestas.
Sin embargo, la obra empezó aún incumpliendo la promesa de que antes habrían mesas de trabajo en conjunto. Este viernes, la comunidad decidió volver a manifestarse, en una caravana de autos para seguir visibilizando la problemática. Desde lavaca hablamos con el colectivo de vecinos apartidario No dividan Lugano que está al frente de denunciar la obra.
Sobre lo negativo y lo positivo de la obra, dirán: “El Master plan Autopista Parque Dellepiane fue presentado como una mejora para el sur de la ciudad, pero en la práctica profundiza las desigualdades urbanas, degrada el ambiente y fragmenta el territorio. Lo negativo es abrumador”, y enumeran:
• Implica la tala de más de 500 árboles añosos, sin plan de reforestación efectivo.
• Aumenta la huella de carbono y destruye espacios verdes sin compensación.
• Instala un Metrobus central inaccesible, que obliga a cruzar pasarelas extensas sin rampas adecuadas ni soluciones reales para personas mayores o con movilidad reducida.
• Divide al barrio aún más, eliminando accesos, aislando sectores y obstaculizando la vida cotidiana.
• No contempla una red multimodal de transporte, ni bicisendas, ni centros de transferencia.
• Instaura peajes en tramos que eran gratuitos, generando un nuevo costo para vecinos que hacen trayectos cortos todos los días.
Agregan: “Lo positivo, si lo hay, podría haber sido la oportunidad de pensar el área como un verdadero corredor verde y sustentable. Pero nada de eso fue incorporado, ni escuchado”. Y vuelven a enumerar, en este caso, sobre lo que es fundamental denunciar en esta obra:
• Fue diseñada sin participación ciudadana efectiva, sin diálogo real con la comunidad.
• Incumple múltiples normativas locales y nacionales, desde la Constitución de la Ciudad hasta leyes de accesibilidad, ambiente y derechos ciudadanos.
• Avanza a pesar de un amparo ambiental colectivo presentado por vecinos, vulnerando el Acuerdo de Escazú y los principios de justicia ambiental.
La obra es impulsada por el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (GCBA), a través de su empresa estatal AUSA (Autopistas Urbanas S.A.), con financiamiento internacional de la CAF –Banco de Desarrollo de América Latina. Las veces que lavaca quiso comunicarse con la Secretaría de Gobierno y Vínculo Ciudadano porteño fue imposible. Nadie atiende. En relación a AUSA el prensa de la empresa explicó que la política interna es “no dar entrevistas en ON, que con los medios se manejan así”.
Dicen las y los vecinos: “El proyecto fue aprobado sin estudios de impacto ambiental adecuados, sin matrices de costo-beneficio transparentes y sin haber sido sometido a procesos participativos válidos. Hoy, la obra está en plena ejecución, avanzando a toda velocidad sin haber sido revisada tras la presentación del amparo ni durante las mesas de trabajo convocadas por la Justicia, una vez que ya habían iniciado la obra”.
¿Las mesas de trabajo están sirviendo de algo? ¿Hay escucha del gobierno porteño y de la empresa?
Las mesas de trabajo fueron convocadas por orden judicial. Pero en la práctica, no hay escucha real. El GCBA y AUSA llegan a las mesas con el proyecto cerrado, sin brindar información clave, sin contestar a los pedidos de acceso a la información, ni frenar las obras mientras se debate. Las propuestas alternativas presentadas por los vecinos (como usar colectoras, premetro, u otros modelos de movilidad sustentable) ni siquiera fueron consideradas. Las mesas han sido una formalidad dilatoria mientras la obra avanza sin freno.
¿Qué perjuicios ya están sucediendo y cuáles sucederán?
Tala de árboles, pérdida de sombra, humedad y biodiversidad; rotura de veredas, ruidos permanentes, vibraciones y molestias en la vida diaria; corte de accesos históricos, dejando barrios desconectados. Y si no se frena habrá un aumento de inseguridad vial, con colectivos cruzando carriles rápidos en maniobras riesgosas; aislamiento de sectores enteros del barrio; encarecimiento de la vida cotidiana por peajes, más transporte y pérdida de comercios barriales; mayor contaminación ambiental y sonora; desvalorización de las propiedades y deterioro del entorno.
¿Por qué este viernes 1 de agosto la comunidad hará una caravana?
Porque ya no alcanza con reclamar en silencio ni esperar respuestas que no llegan. Convocamos a una caravana vecinal pacífica para visibilizar el conflicto, frenar el avance destructivo de la obra, y exigir participación real. Será una caravana con autos, banderas argentinas y carteles. Queremos que nos vean y que nos escuchen.



La caravana saldrá a las 18 horas desde Dellepiane Sur y Montiel y finalizará en Dellepiane Norte y Piedra Buena. Participarán familias, organizaciones barriales, ambientalistas, arquitectos, docentes, jubilados, comerciantes. Al finalizar, se realizará una ceremonia simbólica con Flavia Carrión, antropóloga y comunicadora de sabiduría ancestral, en el Día de la Pachamama. “Será un acto de gratitud ambiental, una pausa colectiva para honrar a los árboles y el esfuerzo de toda nuestra gente; para agradecerle a la Tierra por seguir aguantándonos. Un momento para reencontrarnos con lo esencial: la naturaleza, la vida en comunidad y la defensa de lo que amamos”.
Esta misma vecindad organizada se formó el año pasado con el nombre “No dividan Lugano”, cuando evitó que el gobierno porteño hiciera una serie de pasos bajo a nivel, que hubiesen significado un abanico de perjuicios para el barrio. En ese entonces, cuando llegaron las topadoras, mujeres y hombres se atrincheraron para defender árboles de más de 100 años. En esta crónica contamos lo que fue ese proceso comunitario.
Un año después, el barrio de Lugano sigue en pie de resistencia. “Somos una comunidad que se levanta para defender a su barrio. Ya presentamos más de 800 firmas, relevamientos propios y propuestas alternativas. Pero nos siguen ignorando, y la obra sigue destruyendo. Por eso salimos a la calle, otra vez, y así lo seguiremos haciendo cada vez que haga falta”.
Actualidad
Marcha de jubilados: balas y bolitas

Siete detenidos y al menos 30 personas heridas, entre jubilados, curas, trabajadores de prensa (lavaca, Cítrica, Infonews, El Destape y C5N, entre ellos), defensores de derechos humanos, y un niño de 4 años que estaba con su familia en la Plaza de los Dos Congresos. Ese es uno de los saldos de otra semana de represión brutal a la protesta de cada miércoles, esta vez coordinada por la Policía de la Ciudad, que disparó postas de goma, balines con gas pimienta, granadas aturdidoras, golpeó con escudos y lanzó un nuevo tipo de gas que producía tos y vómitos. El despliegue también implicó tareas de inteligencia ilegal con efectivos que filmaban y fotografiaban manifestantes, según denunció la Comisión Provincial por la Memoria (CPM), que también relevó «policías armados con postas de plomo que están prohibidos». Los carteles, las reflexiones, y la creatividad: algunos integrantes de la marcha terminaron jugando a las bolitas en la calle con los balines policiales.
Por Lucas Pedulla y Francisco Pandolfi. Fotos Juan Valeiro/ lavaca.org

El padre Paco Olveira muestra los balines que golpean y expulsan gas pimienta. Terminaron jugando con ellos a la bolita sobre la acera.
Otro miércoles de protesta de jubilados y otro miércoles de represión feroz y absurda enfocada principalmente a jubilados y a la prensa que cubría lo que estaba ocurriendo. Con ataques directos a los ojos y a los cuerpos. A las cámaras y a los celulares que registraban la bestialidad de las fuerzas de seguridad –el fotógrafo de lavaca, Juan Valeiro, entre ellos, con quemaduras de primer grado en el cuello y en la oreja–. No es difícil imaginar lo que hubiese ocurrido si ese ataque le hubiera llegado directamente a los ojos. Esta vez fue la Policía de la Ciudad la encargada de lanzar gases y disparos a mansalva en la intersección de Avenida de Mayo y Luis Sáenz Peña cuando la movilización pretendía ir hacia la Casa Rosada.

El fotógrafo Juan Valeiro de lavaca, uno de los periodistas atacados, como ocurrió con profesionales de Cítrica, Infonews, El Destape y C5N.
Hubo 7 detenidos (Agustín Cano, Leandro Maristains, Alejandro Carrizo, Federico Burgos, Francisco Ramos, Hugo Eischler y Javier Mendoza) y al menos 30 heridos según la Comisión Provincial por la Memoria (CPM), entre ellos un niño de 4 años que estaba en la Plaza de los Dos Congresos junto a su familia.

Escenas de otro miércoles de violencia estatal absurda.
Más allá de la violencia ordenada por la ministra de Seguridad Patricia Bullrich, la concentración de jubilados tuvo un eje concreto de reclamo: el “no al veto” del gobierno nacional a la suba de las jubilaciones y la emergencia en discapacidad. Sin embargo, Javier Milei ya avisó que vetará las leyes aprobadas por el Congreso. Tiene plazo hasta el lunes 4 de agosto, tiempo destinado a ofrecer distintas cuestiones no públicas a diputados que se sumen a apoyar el veto, como ha venido ocurriendo. ¿El argumento del oficialismo contra un ínfimo aumento a jubilados? “Va en contra del equilibrio fiscal”.

Una de las jubiladas víctimas del coraje policial contra ellas, y de un nuevo gas tóxico, un símbolo de esta época.
Con la camiseta de Independiente y máscara del Hombre Araña, un jubilado entendió el mapa económico que traza esa decisión, y lo señaló con un cartel en tono bíblico: en el Génesis se habla de un sueño con vacas gordas y vacas flacas, referencia a los períodos de prosperidad y a los de dificultades. El jubilado escribió una actualización argentina de aquella imagen que ya no tiene forma de sueño sino de pesadilla.
- “Vacas gordas, jubilados flacos”.

El Hombre Araña es del Rojo, y releyó el Génesis.
Números y un café
Carlos trabajó cuarenta años en el Correo y no falta ningún miércoles a la marcha de jubilados y jubiladas con su remera ya mítica de Chacarita. Tanto, que casi nadie sabe que se llama Carlos y la gente le dice “Chaca”. Hoy caminó por Rivadavia con dos vendas que le envolvieron sus dos antebrazos. “Como todos los miércoles, venimos a reclamar y te cagan a palos. Acá tenés la prueba”, dijo a lavaca mostrando sus moretones. “Pero ya lo dije: esta sangre mía Bullrich la va a pagar”.
Héctor acaba de cumplir 75 años: “Decir que la suba de las jubilaciones atenta contra el equilibrio fiscal es una payasada. Milei lo deja claro cuando le baja las retenciones al campo, como dijo el sábado en la Sociedad Rural. Para nosotros nada y para los ricos todo, esa es la política del gobierno. ¿El beneficio para el campo no genera déficit fiscal? Milei es una máquina de mentir”. El hombre cuenta sus propias y reales retenciones: “Ya no salgo más que los miércoles acá. Ya no tengo la vida que tenía antes, no puedo viajar ni tomarme un café”.

Policías en acción, frente a jubilados que reclaman por sus haberes amputados por la motosierra.
De ratificarse el veto a los jubilados, la suba de agosto no será del 7,2% como fija la ley aprobada (el haber mínimo $441.600), sino del 1,62% en base al último índice de inflación de junio de 2025, por lo que la jubilación mínima será de $ 314.243,51.
Abus en la calle
Alicia tiene 63 años y lleva un pañuelo firmado por siete de sus nietos: “Abus en lucha”, “Aguanten los jubilados”. No entiende la distribución de la riqueza. O sí, pero la ve obscena: “La baja de las retenciones y el veto a los jubilados es una guasada total”. Sus retenciones: “Ya no me puedo dar más un gustito. Vivo el día a día, ya no estoy comprando nada ni semanal ni mensual”.
En la marcha hubo muchos carteles al respecto:
- No al veto: nuestra indigencia es tu superávit
- Ni veto ni represión: fuera el FMI
- No al veto a las leyes en jubilaciones
- No al veto: cobarde estafador (y la cara de Milei).
Ana, 74 años, trajo su propia pancarta: “Baja las retenciones a los ricos, hambrea a los viejos”. Cuenta que su hijo trabaja en el Correo y teme ser despedido, que su nieta encontró trabajo en un Todo Moda pero la echaron a los dos meses. Para ella todo el pueblo debería movilizarse: “No sólo los jubilados y los del Garrahan. Todos”.

No hay plata para el cine argentino (el Gaumont como símbolo) pero sí para filmar ilegalmente a manifestantes.
Walter (66) y Julio (62) llegaron de Campana, norte de la provincia de Buenos Aires. Sumaron otros dos carteles: “Viejo: no te quedes en tu casa, vení a luchar” y “Ayudame a luchar. El próximo viejo sos vos”. Walter movió la cabeza de un lado para el otro al recordar el discurso de Milei en la Sociedad Rural: “Un tipo desquiciado, frente a toda la oligarquía, los terratenientes, los dueños de la tierra. Él mismo dice: ‘soy cruel’. Nos la está haciendo parir. Nos quitó la medicación, todo un desastre”.
Julio coincidió: “Ahí ves realmente para quién gobierna. Hasta el que tiene séptimo grado, como yo, se da cuenta”.

Jubilado hablándole a la pared.
Roberto, 62 años, de Trelew (Chubut), lo escucha: “Pero hay que seguir viniendo, compañeros. Son totalmente inescrupulosos. Hoy hablaba con un amigo que me decía que había que respetar el voto popular, pero Hitler también ganó con el voto popular. Si no salimos a la calle, no sé qué más va a pasar”.
Vallas a donde vayas
El Congreso estuvo totalmente vallado. Vallas sobre Entre Ríos, Riobamba, Yrigoyen, Rivadavia. “Este quilombo lo hizo la Buillrich”, gritó un cincuentón a los automovilistas que se quejaban porque avanzar por las calles lindantes era un imposible.
Luis llevó un cartel: “Menstruación=sueldo de jubilado; viene una vez y se va a los tres días”. Dijo que lo escuchó a Milei cuando anunció en La Rural la baja de las retenciones al agro. “Lo que me dolió fue que la gente aplaudió cuando dijo que iba a vetar nuestro aumento. La gente del campo aplaude a todos los que empiezan con la “m” de mierda: Martínez de Hoz, Menem, Macri y ahora Milei”.

Mensaje para el tal vez próximo embajador de Trump en Argentina. Un apellido que parece un mandato.
Después de la radio abierta, como cada miércoles, empezó la movilización. Las columnas bajaron a Hipólito Yrigoyen, cuya circulación no estaba cortada y marcharon por la calle. “Luche que se van”, fue otra vez el hit, al que siguió “que se vayan todos”. Uno de los temas, con dedicatoria explícita: “A dónde está, que no se ve, esa famosa CGT”. Nobleza obliga: ni la CGT ni ningún partido político, con la cabeza en las elecciones legislativas y no en la calle.
La violencia y las bolitas
Sobre Yrigoyen, casi Luis Sáenz Peña, se divisaba un camión hidrante que se retiró. La columna dobló al final de la Plaza para ir hacia Avenida de Mayo con la intención de seguir la marcha hacia Plaza de Mayo. Sin embargo, en otro operativo de pésima coordinación –esta vez por la Policía de la Ciudad– la manifestación se mezcló entre autos y colectivos que seguían pasando.

“¡Por la vereda!”, gritaron algunos jubilados. Pero en ese momento, los efectivos cortaron de cordón a cordón empezando con la respuesta física violenta. El operativo estuvo acompañado, como suele ocurrir, por oficiales con cámaras que filmaron y sacaron fotos (con el objetivo de realizar algún tipo de “inteligencia” y amedrentamiento a quienes ejercen el derecho de reclamar).
La movilización avanzó pero rápidamente empezaron las detonaciones de escopeta con postas de goma y de granadas. Dispararon balines de armas byrna, redondos y de colores, que impactaban en los cuerpos, provocando lastimaduras y liberación del gas que llevan dentro. También lo hicieron sobre la vereda, donde se supone que no hay “protocolo”. Detuvieron, golpearon y gasearon fundamentalmente a trabajadores y trabajadoras de prensa, como cada semana. El efecto de esos spray, que poseen una sustancia espesa y viscosa: penetra los poros y quema durante horas. El fotógrafo de lavaca, Juan Valeiro, como otros reporteros (Cítrica, Infonews, C5N y El Destape, entre otros), fueron atendidos en la misma plaza y en el Instituto Patria. “Quemadura de primer grado”, diagnosticaron a nuestro compañero.

¿Qué escudan los escudos?
Nadie fue ajeno a esta nueva ofensiva. La policía disparó un gas que generaba tos hasta el punto de provocar arcadas y vómitos. La sensación era extraña, porque no había un sabor ácido ni picante, pero provocaba una tos ronca. El efecto llegaba incluso a las calles aledañas, aparentemente ajenas al la marcha. “El registro del despliegue policial evidencia su brutalidad e irracionalidad”, denunció la CPM, organismo que precisó otro detalle alarmante: “Se relevaron también policías armados con armas con postas de plomo que están prohibidas, y acciones de inteligencia ilegal”.
Agregó la CPM que el ataque incluyó a defensores de derechos humanos, cuyo hostigamiento tenía como fin evitar el registro de los hechos.
Sin embargo, la gente no se fue.
La gente se quedó. La policía avanzaba, seguía gaseando, y la gente siguió.
“¡Tienen miedo!”, gritó una jubilada. “¡Tienen miedo!”.
Uno de los primeros detenidos había sido el padre Paco Olveira. Lo golpearon, lo gasearon y lo salvó la gente. Se llevó de recuerdo dos de los balines de la Policía. “Es el último arma que trajo Bullrich”, explica y muestra a lavaca. “Te tiran y salta el gas. No te deja respirar. Y duele, porque nos dieron unos cuantos en los pies. Gracias a Dios hoy no tiraron a los ojos”.
De fondo, la jubilada siguió gritando: “¡Tienen miedo!”.
Otro miércoles de protesta de jubilados se diluía entre detenciones y balines de gas. Entre un cordón con armas largas sobre Rivadavia y un grupo de la motorizada dispuesto a salir sobre Rodríguez Peña. Sin embargo, mientras el padre Paco seguía mostrando los balines, alguien propuso:
–Juguemos a las bolitas.
Todos se rieron, por el absurdo de la situación.
De nuevo, frente al horror, la creatividad social.
Y así, frente a policías que seguían filmando ahora una burla, un párroco y una jubilada arrodillados en la calle, jugaron a las bolitas con los balines para cerrar otro miércoles argentino.

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