CABA
Usar la memoria
Su nueva novela lleva un título inquietante: A quien corresponda. Un relato protagonizado por los usos que el discurso oficial hace de los setenta y que expone, a borbotones, todas las especulaciones que pueden hacerse sobre la memoria, la venganza y la fe perdida. Su intención, dice, es recuperar qué nos pasó y porqué.
Sé que está incómodo, pero con elegante paciencia trata de seguir el ritmo desorientado de la conversación, respondiendo a preguntas que no lo son y completando razonamientos que no son suyos, aunque sí, se hace cargo, porque los provocó. Lo noto cuando desploma la espalda sobre su negro sillón de jefe del diario Crítica, y con ese pequeño gesto hace evidente el esfuerzo por buscar palabras que ya no estén dichas en su última novela, cuyo título funciona como un boomerang.
A quien corresponda.
Escribió Martín Caparrós, y ahora parece tener que soportar estoicamente que alguien, sentado frente a él, le responda: yo.
Así funciona esta novela, que todavía no sabe explicar por qué escribió y a la que considera “mala” desde el punto de vista literario, como si se defendiera de antemano de un juicio imposible. Pienso entonces: ¿qué es lo que hace buena a una novela?
Estamos solos, sentados en su oficina del primer piso. A mis espaldas hay un televisor encendido, sin voz, pero no hay silencio. En el aire flota un murmullo penetrante: es el rezo constante de la redacción, que trepa por la ventana como un aroma. En la planta baja se está cocinando la edición del día, en la semana en que todo ardió. Sobre el escritorio tiene los diarios de la jornada y la pantalla de su computadora muestra la bandeja de entrada del correo, desbordando. Nada de eso parece perturbarlo tanto como tener que explicar por qué decidió escribir la primera novela que retrata esta Argentina kichnerista, esa que justo, esta semana, comienza a mostrar sus grietas. Todo el papel impreso que está sobre el escritorio no alcanza a explicar aquello que la novela de Caparrós explicita. Quizá eso es lo que él considera literariamente “malo”. Describir impúdicamente y a borbotones la trama de la actualidad. Pienso entonces: ¿qué es lo que hace verdadera a una ficción?
El protagonista de esta historia imaginada por Caparrós es Carlos, un hombre atrapado por sus años de militancia, aquellos en los que se sintió feliz, completo y generoso. No es difícil de imaginar cómo se siente hoy, cuando conversa con un viejo compañero, hoy ministro, que le ofrece trabajar para el gobierno. Lo que quizá no sea tan fácil es imaginar cómo Caparrós es capaz de hilvanar el diálogo entre ambos. Valga, entonces, este pequeño, muy fragmentario ejemplo:
Dice el personaje del ministro:
–Están todos, metete vos también. Es como en nuestros tiempos, sólo que más tranquilo. Vale la pena, en serio. Si nunca pensamos que fuéramos a tener otra oportunidad.
Responde el personaje de Carlos:
–¿Otra oportunidad de qué? ¿De llenarse la boca con boludeces sobre los desaparecidos y seguir haciendo lo mismo que los demás? ¿De usar los setenta para tapar lo que no pueden ni quieren hacer ahora? Se la pasan hablando de los setenta en vez de ocuparse del presente, del futuro. Usan ese pasado para glorificarse.
Estamos apenas en la página 17 y ya queda claro que esta ficción no está construida con metáforas, sino con piedras que Caparrós arroja una tras otra, sin piedad, hasta el final.
“A veces tengo la sensación de que sobre estas cosas ya escribí varias veces, pero que todas juntas forman en esta novela un cascote más grande”.
Dirá Caparrós, suspirando.
En esta novela hay algo nuevo en tu estilo, que es el borbotón, por así decirlo. Hay mucho diálogo, incluso frases que podrían pensarse hasta peligrosas de poner todas juntas y que, sin embargo, terminan por construir algo: la contradicción entre lo que se dice y lo que se hace, ese trastorno bipolar argentino.
Es cierto: nunca usé mucho los diálogos. Tengo bastante desconfianza de ese recurso en la ficción y sin embargo, acá no. Y quizá por eso es un libro con el que no estoy de acuerdo, no en cuanto a muchas de las cosas que se postulan, sino en cuanto a su construcción literaria. Siempre desconfié de los libros de tesis, aquellos que pretenden poner en escena ciertas ideas sobre la historia, el presente o lo que sea. Me parece que un relato debe hacerlo por alusión o por sugerencia, y sin embargo éste no: éste dice, a los tropezones o los borbotones, todo lo que quiere decir. En ese sentido es muy distinto a lo que suelo creer que tengo que hacer cuando escribo. Pero también por eso pensé que no iba a publicarlo… No pensaba escribir esto. Me llamó la atención la historia de un crimen en un pueblito y pensé que a partir de eso iba a escribir una cosa medio bucólica, no sabía muy bien qué. Pero ciertamente no era toda esta tirada sobre la venganza, el setentismo, la lectura contemporánea de aquel período. Ésa no era la intención original. Se me fue imponiendo de una manera que nunca me había sucedido. Y eso que, en general, controlo bastante lo que escribo. Pero me encontré diciendo una serie de cosas que no me proponía, entre otros motivos, porque ya había escrito varias veces, en los últimos doce años, en contra de volver sobre los 70.
¿Por qué?
Muchas veces escribí que seguir dedicándole toda esa atención a ese período significaba desviar una energía social que estaría mucho mejor empleada si se dedicara al presente y al futuro. Por supuesto que creo necesario comprender lo que pasó, pero mucho más necesario es pensar qué se hace ahora y con qué proyectos. Esto es algo que escribí por primera vez en el 96, cuando el 24 de marzo hubo una enorme movilización en la que vi a muchos pibes jóvenes y ya no sólo a los que éramos un poco las viudas de esa época. Y lo que me planteé entonces fue: ¡la puta madre! En pleno menemismo hay que ocuparse de otras cosas, de cómo este gobierno está haciendo mierda el país. Me daba la sensación de que mucha de la gente que estaba ahí cumplía así con su cuota de participación política y de reflexión sobre la sociedad argentina.
Sin embargo, esta novela puede leerse no como un relato del pasado, sino como la primera novela kichnerista, o cuanto menos, de su discurso.
Y sí… Parece que el cabreo con el uso kichnerista de los 70 pudo más que todas mis decisiones y, efectivamente, es probable que haya escrito más sobre ese uso que sobre el período en sí. (Piensa largo, toma aire como quien va a saltar y salta) Lo que pasa es que el kichnerismo es como la perfección de aquello que criticaba hace diez años, antes de que existiera. Es decir: ha llevado la idea de la desviación de la energía social a política de Estado. Efectivamente, una cosa era verlo en los pibes que van a una marcha y pensar “qué cagada que estén perdiendo el tiempo en esto –entre comillas– cuando podrían estar haciendo otra cosa” y una muy distinta es verlo usado para poner en marcha políticas conservadoras, en el sentido estricto de la palabra: que tratan de conservar cierto orden social y económico, basándose en el homenaje perpetuo a aquellos que justamente querían deshacerlo.
Uno de los temas que pone en debate la novela es la construcción social de la memoria. No sólo se rebela contra el uso que el gobierno hace de ella, sino con el discurso que victimiza a los desaparecidos o los convierte en piezas de museo. ¿Creés que eso es lo que coagula la posibilidad de que se discuta este presente en otras condiciones?
Creo que no puede pensarse en lo que evoca esa memoria sin pensar en el presente. Creo, incluso, que la única manera de pensar un espacio para recordarlo es poner en un mismo lugar los nombres de todos los que desaparecieron rodeados de pantallas de TV que emitan en continuado los noticieros de hoy. Eso sería realmente recordar qué pasó y por qué.
Ni el tiro del final
Carlos, el personaje de la ficción, se está muriendo. No piensa darle batalla a la enfermedad que le consume esa vida que para él ya no es vida, pero la proximidad de la muerte lo coloca en una trinchera inesperada: quiere vengarse de aquel enemigo que le quitó lo verdaderamente vital. A partir de esa idea, Caparrós despliega todos los argumentos posibles para justificar o no esa venganza. No queda lugar para preguntas porque en la novela está todo dicho, como si Caparrós hubiese tirado del hilo de cada razonamiento hasta hacerlo chocar con sus propios límites, así que me limito a citarle una de sus frases más perturbadoras: “La venganza es una forma extrema del recuerdo, el modo desesperado de avivar una huella que se borra.”
Dirá entonces Caparrós:
“Ahora que lo leés, me acordé un poco más del proceso de origen de esta novela: a poco de darle vuelta a esa historia del crimen del pueblito, me volvió a la cabeza el tema de la venganza. Es algo que siempre me había llamado la atención: su ausencia. En términos menores y más personales, esa falta de respuesta me alcanzó a mí. Un día –creo que por el año 91– alguien me dijo que Videla hacía footing en la Costanera. Fui a buscarlo con un grabador y un fotógrafo y ahí estaba, corriendo. Mucho tiempo me quedé pensando en esa sensación que tuve al tenerlo al lado, durante más de 50 metros, caminando uno junto al otro, solos. Y yo tratando de preguntarle cosas y él contestándome mal y yo con el grabador en la mano, siguiéndolo, hasta que finalmente llegó la custodia… Durante mucho tiempo me pregunté porqué no le partí el grabador en la cabeza. ¿Qué fue lo que hizo que yo no hiciera eso? Y esta novela se me empezó a ir hacia el costado setentista a partir de que ligué ese pequeño crimen suburbano con esta pregunta”.
¿Y por qué en la novela hiciste fracasar esa venganza?
Supongo que por eso de “ni el tiro del final”. Pero también porque el personaje no está convencido de que eso sirva para nada. Carlos tiene, por un lado, la turbia sensación de que le debe ese gesto a algo, a alguien pero, por otro lado, tiene la convicción más racional de que tampoco sirve, que es una admisión más de la derrota. Porque ¿en nombre de quién lleva a cabo su venganza? ¿Quién es el que se venga? Si la derrota fue común, si fue en nombre de un nosotros, ¿para qué sirve que la venganza sea en nombre de un simple fulano? Supongo que por eso termina saliéndole mal
La novela habla todo el tiempo de la construcción de ese nosotros. ¿Cúal es hoy ese nosotros?
Para mí, esa es una de las grandes incógnitas contemporáneas. Una de las tantas grandes diferencias entre la situación política contemporánea y la situación política de los setenta es que, en aquella época, el nosotros era evidente. Más allá de que incluyera una serie de rencillas interminables, era evidente. Ahora no. Y esa es una de las grandes causas de esta confusión.
En estos días hubo un intento por definir un nosotros, al plantearse un discurso de polarización: piquetes de la abundancia vs. gobierno.
Pero esto es algo que se cayó solo cuando veías en los piquetes de Entre Ríos o Santa Fe a tipos que no tenían nada de la Sociedad Rural. Justo estaba pensando en escribir sobre eso: cuánto le habría costado al gobierno en dinero –no ya en otras cosas– desarmar este conflicto. Porque si hubieran hecho retenciones más bajas en campos de menos de 500 hectáreas hubieran dejado a este movimiento sin masa crítica de protesta. Entonces, la discusión sobre la suba de las retenciones hubiera tenido como escenario escritorios, restaurantes y lugares de lobby de poder, pero no la calle o las rutas. No sólo no hubieran dejado masa crítica para que se produjera el corte de rutas, sino que además hubiesen obtenido mucho más fácilmente la legitimación social con la que intentaron, después, avalar esa medida. Por ejemplo, cuando llamaron a los medios para pedir que la televisión muestre más a Luciano Miguens y menos a los productores cortando rutas. Y el tema no es cuánto hubiese costado arreglarlo, sino cuánto hubiese costado no haberlo producido. La primera frase que escribí (me muestra un papel que tiene un par de frases manuscritas) es: “Quizá el primer gran error no haya sido error, sino coherencia”. Es decir, no discriminar entre grandes y pequeños productores en términos operativos, prácticos e inmediatos, es un gran error. Que lo hayan hecho por coherencia es una interpretación política de cómo opera este gobierno sobre los discursos y los medios.
El tema de la novela es el fracaso. Habla, teoriza y supura sobre eso. Pero ¿cúal era la medida del éxito para la generación de los setenta? ¿Puede medirse en esos términos lo que querían, lo que hicieron?
Para la concepción política de las organizaciones revolucionarias de esa época, las cosas se medían sólo en términos de éxitos y fracasos, y sobre todo en términos de éxito. Cualquier cosa que no fuera gran éxito era habitualmente llamada reformista. Cualquier cosa que no sirviera para llegar a ese gran objetivo final, era desdeñable. Seguramente que en esa época no se lo llamaría éxito, sino triunfo o victoria u objetivo final. La palabra éxito era, sin duda, antipática y responde a otro léxico. Pero obtener el éxito es casi constitutivo de la idea de revolución, ya que todo lo que se hace sólo se justifica en la persecución de ese objetivo. Todo lo que sucedió era un paso hacia, y sólo tenía un valor en la medida en que colaboraba con esa obtención. Por otro lado, no sé qué impresión da este libro, pero yo rechazo esa idea de generación con la que suele referirse hoy a los militantes de los setenta. No creo que se pueda hablar de una generación setentista y englobar en ella a todos los que militaron en esos años como si fuera un concepto sociológicamente eficiente en el 2008. Pasaron 35 años, de vidas muy variadas, de una cantidad de jovencitos que tenían por entonces entre 20 y, como mucho, 30 años y luego tuvieron caminos infinitamente diversos. El hecho de que hayan coincidido durante un período muy corto –porque los que tuvieron más de 5 años en esa militancia son contados–, me parece que no alcanza para postular que tantos años después sigan formando un mismo núcleo sociológico. Eran amigos, estuvieron juntos en situaciones fuertes, pero eso después se disolvió. Obviamente dejó marcas en todos, pero esas marcas fueron procesadas de maneras muy distintas.
Los paredones hablan
Caparrós acepta que nos encontremos al día siguiente para hacer las fotos en el predio del Paseo de la Memoria. No hace falta explicarle por qué, pero entre todas las excusas posibles, la que verdaderamente motiva este encuentro es estar en ese lugar que hasta ayer lucía un cartel de protesta porque sus empleados no cobraban el sueldo. Hoy el cartel no está, aunque el pago tampoco. Es difícil describir ese escenario inhóspito, construido con débiles arbolitos y grandes bloques de cemento. Más difícil es entender al empleado que nos intercepta: para hacer ahí fotos hay que tramitar una autorización. Me explica el motivo: “La Comisión de la Memoria, de la cual depende este espacio, no quiere que se haga un uso indebido de él” . Pienso entonces: ¿cuál sería el uso indebido de esa representación parquizada de la memoria?
Mientras me demoraba con estas nuevas e inesperadas burocracias, Caparrós y los fotógrafos ya habían tomado posesión del gran paredón sobre el cual están tallados los nombres de los desaparecidos. Los alcanzo, con la agitación que me dejó el trámite, que les reproduzco con ademanes y palabrotas. Pero mi farsa choca contra el gesto conmovido de un Caparrós pálido, quebrado. Me dirá entonces que reconoció entre las tallas los nombres de varios de sus compañeros.
–¿Dónde se conocieron?–, pregunto, como para decir algo.
–En la secundaria.
Me cuenta la historia de uno en particular. Fue el que le aconsejó que se fuera del país porque su vida corría peligro. Y el padre de la adolescente que, casi veinte años después, fue a verlo porque escribía cuentos y buscaba su consejo. “En ese encuentro quise hablarle de su padre, pero ella quería hablar de literatura, de sus cuentos, de otra cosa. Me impresionó que fuera a la misma escuela, aunque recién se enteró a los 15 lo que realmente pasó con su padre, porque los abuelos, que la criaron, habían preferido ocultarle la historia. Poco después me enteré que la chica murió.”
No sé qué responderle, así que me quedo en ese estado incómodo, imposible, insoportable. Pienso entonces: ¿cómo se hace literatura después de todo?
Artes
Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.
Por María del Carmen Varela.
«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).
En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.
El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.
Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.
“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.
Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
CABA
La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
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