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Dirigir la época: 5 directorxs de teatro piensan juntxs

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¿Qué hay para ver? Cuatro obras que mezclan danza, teatro y cuerpos en movimiento. De la familia al desamor, y del boxeo al feminismo, una charla con cinco referentes de la escena teatral contempóranea que llenan salas y sacuden cabezas. La autogestión, la precarización y cómo sostener el arte hasta las últimas consecuencias. POR MARÍA DEL CARMEN VARELA
Un cuerpo que gira sin cesar, el vuelo de la falda de un vestido, los cabellos al viento, otros cuerpos que danzan cercanos y la bailarina volátil que encarna una leyenda: La Telesita, una joven santiagueña que ama bailar y muere quemada accidentalmente. ¿Quiénes son nuestros próceres, a quiénes les construimos monumentos, quiénes redactan los manuales de historia y qué relatos nos cuentan? La obra Polvaderal corre el velo de la historia y desde el polvo pondera la memoria colectiva que abraza lo femenino. Esa esencia original, sutil y poderosa que plantea, sobre los escombros, fundar la Matria.
Una madre, una hija, una historia de locura, amor, desencuentro. ¿Cuál es la madre, cuál es la hija? Por momentos, todo estalla y los límites se desdibujan. La fragilidad, la dependencia, un vínculo que es un encastre de roles y facetas se advierten en La débil mental, versión teatral de la novela de la escritora argentina Ariana Harwicz.
Dos bailarinas viajan durante dos días a la playa como parte de un viaje experimental. Pero sucede algo imprevisto: una de ellas se enamora de la otra. Belén, de Victoria. Para no sucumbir frente a la aridez del desamor, Belén recurre a la creación: escribe un diario íntimo en el que vuelca los recuerdos de lo vivido. Esos escritos transmutan en una obra performática, en una secuencia catártica poblada de belleza. Belén es ahora un chico trans, Rodrigo Arena, y su obra Mis días sin Victoria combina boleros cantados en vivo, danza, humor, acidez y ternura.
Un ex boxeador y un golpe que lo deja noqueado, no en el ring sino en el terreno de una relación amorosa. El hecho desencadena su catarata poética a modo de conjuro que traiga alivio del golpe lejano que todavía duele. Dos boxeadoras en escena, ¿cuál es la real y cuál la imaginaria? Él sigue viendo doble. La acción sucede en el gimnasio de la Federación Argentina de Box y los guantes, sacos, protectores bucales e indumentaria acorde forman parte de esta obra de danza-teatro llamada Último round, fragmentos de una herida de amor.
Laura Figueiras, Carla Rímola, Paula Herrera Nóbile, Rodrigo Arena y Mijal Katzowicz son les directores de estas cuatro obras que se nutren de realidades cotidianas, de fragmentos elegidos cuidadosamente de un aquí y ahora que ponen en jaque las certezas y siembran semillas de futuro. Sus ofrendas en escena son concretas, materiales: los cuerpos son los instrumentos canalizadores de riquezas que confirman con honestidad todo lo que puede lograr el movimiento.
La deconstrucción y el replanteo de los géneros y la crisis de los mandatos y los estereotipos son aspectos que atraviesan las cuatro obras, las cinco vidas y buena parte de este intercambio de les directores con MU.
Dirigir la época: 5 directorxs de teatro piensan juntxs

La mujer, la moral, lo trans

arla Rímola y Laura Figueiras son egresadas de la Universidad Nacional de las Artes (UNA), bailarinas, coreógrafas, directoras y docentes. Juntas, van por su quinta obra, Polvaderal.
¿Cómo toma cada una los elementos de la época y los reconstruye a la hora de dirigir?
Carla: Hacer una obra es involucrarse en un proceso profundo: tiene que ser un tema que realmente nos convoque. Lo femenino en la obra parece estar en un lugar más periférico, pero de repente toma un lugar central. Hay elementos que están en la obra en relación al desnudo, a qué lugar ocupa la mujer, que a nosotras siempre nos surgió ponerlos en la escena. La recepción ahora es diferente, porque cambió el contexto.
Laura: La motivación de esta obra no solo aborda el tema de la mujer: tiene que ver con este combo de tensiones en relación a la construcción de lo nacional.
Paula Herrera Nóbile es actriz, bailarina, performer, dirige y actúa en la obra La débil mental y maneja Granate, su propio espacio artístico. Responde sobre la misma pregunta: “Me interesa mucho que el trabajo artístico no tenga una moral que pueda ser juzgada. Cuando creo me siento amparada: para eso hago arte, porque eso es intocable. Es el enigma, todo lo que me inquieta. Estoy siempre mirando lo que me inquieta y después voy a tener que hacer una bajada poética y ver cómo hago para articular esos signos que hablen de eso mismo sin que sea juzgado. Mi modus operandi en relación a cómo voy a concebir una pieza tiene mucho que ver con mis sueños, con lo que tengo que lidiar. De repente empiezo a mirar lo que me inquieta, lo que entra en contradicción para mí en la época. Le huyo a lo políticamente correcto: por eso estoy en mi cueva y hago lo que quiero”.
Rodrigo Arena es bailarín, coreógrafo, performer, y se define como varón trans. Hace algunos años organizó un besazo en la confitería La Biela, en el barrio de La Recoleta, luego de que lo echaran por besarse con su novia. Pero lo suyo es la danza y el teatro. La obra Mis días sin Victoria recorrió el Centro Cultural Recoleta, el Matienzo, el Museo de Arte Queer, estuvo en Rafaela, en La Plata y acaba de finalizar una cuarta temporada en el teatro El Extranjero. Cómo crea Rodrigo: “A lo largo de mi corta vida, estoy haciendo siempre la misma obra en líneas generales, que se manifiesta en piezas. Me obsesiona la danza, me es fácil inspirarme en lo que genera . Lo que me enerva son las convenciones, lo que más me enerva es lo que más me inspira. Pienso en las convenciones en general y quiero ir en contra de eso, hacerlo mierda y no puedo, entonces trabajo con la exposición de mis propias contradicciones. Amar el virtuosismo y odiar la construcción a partir de eso, pero amar el virtuosismo. Amar la hegemonía y odiar la construcción hegemónica, entonces expongo mi amor por la hegemonía y mi odio hacia la construcción: trato de trabajar a partir de eso. Por eso todas mis obras son en general la misma obra.
Mijal es actriz y bailarina y estudió Artes Combinadas en la Universidad de Buenos Aires. Dice: “En Último round nos estamos metiendo en un universo machista como el boxeo, que si bien ha avanzado un montón, todavía está relegado. Si una boxeadora es mujer se la considera algo especial que las mujeres sean portadoras de la fuerza”.
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¿Qué preguntas y cuestionamientos se están haciendo hoy a la hora de dirigir?
Laura: El rol de la mujer en la danza es un tema que nos convoca con Carla. Revisar lo normativo del folclore, la heteronormativa, poner en crisis eso.
Carla: El arte juega un papel súper importante en la construcción de la identidad, en el imaginario de una comunidad que se llama Nación y en todo lo que viene a formar parte de ese ideario. En estas imágenes se juegan relaciones de poder y en estas relaciones de poder la mujer siempre sale perdiendo. En las canciones folclóricas hay una institución que te dice que “esto es así”, “se empieza con el pie derecho”, donde la mujer queda en un lugar muy inocente.
Rodrigo: Me pasó de verme en situaciones de poder que uno ejerce sobre alguien… dirigir mujeres a mí me resulta polémico en este momento, entonces a veces no sé si trabajar solo con masculinidades, solo con personas trans, o si está bien que yo trabaje con mujeres y ejerza una situación de poder o no: me cuestiono todo. Sigo trabajando con mujeres, pero las cosas que antes eran leídas como algo revolucionario y reivindicable, ahora de golpe son cosas que por ahí se pueden condenar. Modificó mi quehacer artístico el feminismo en ese sentido: hace un par de años, cuando el feminismo estaba en su nicho, yo tomaba muchas cuestiones de ahí para trabajar. Hoy en día que el feminismo salió de su nicho, me encuentro en una disyuntiva. Siento que hay algo de la extrema corrección política que a mí me deja de interpelar, entonces eso a veces puede llegar a ser un poco polémico. Cuando hice por primera vez Mis días sin Victoria era muy combativo que una lesbiana hablara de sexo, de amor y de desamor. Después transicioné de género y pensé que la obra iba a morir, que no se iba a sostener, y se sostiene para mi sorpresa. Y sigue siendo una obra polémica, porque soy un varón trans hablando de sexo, soy una masculinidad hablando de sexo pero a la vez soy una transmasculinidad hablando de sexo pero desde mi lugar de varón trans. Todo lo que digo puede llegar a ser polémico porque porto una masculinidad, performo una masculinidad que no es de hombre cis. Mi tendencia es quizás ir hacia lugares mas incorrectos siempre y ahora siento que es hasta más peligroso que antes. Sin embargo yo soy la misma persona, y las cosas que yo decía antes, que eran combativas, que eran reivindicables, ahora son cuestionables. Y soy la misma persona, y a la vez no. La obra es la misma, yo tuve que cambiar.
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Autogestión y precarización

¿Qué dificultades aparecen hoy a la hora de dirigir una obra?
Paula: Me crié en eso de la gratuidad del teatro, del arte por sí mismo. Tiene un costado maravilloso y otro que requiere trabajar en exceso, quedarte sin dormir, ensayar de madrugada, cargar muebles a las tres de la mañana. Trabajo en teatro como un espacio vocacional amateur y también he trabajado en el teatro comercial; todo esto me pone en el lugar de poder trabajar como a mí me gusta. Mi tempo es otro, el motivo es otro, y busco interlocutores. La estética se ve atravesada por las herramientas que tenés a la hora de producir.
Mijal: El rol de dirección es muy ingrato y al mismo tiempo muy hermoso. Ingrato en el sentido de que está muy ligado a lo que dice Paula: en esta época en general las personas que dirigimos somos las que producimos. Ese rol está escindido, estás mirando a les intérpretes y pensando “uy, tengo que comprar este cable”, el múltiple choice constante. Para mí fue muy arduo el proceso de esta obra: el lugar es un gimnasio de techo de chapa, cuando llueve es un desastre y montar en ese espacio es un despliegue enorme. Si bien salieron apoyos, nunca son suficientes porque estamos viviendo en un contexto muy hostil. Buenos Aires es la capital del teatro pero no hay un apoyo concreto, la distribución es muy injusta y el artista no está considerado como un trabajador. La historia de la autogestión es nuestra marca pero a veces lo padecemos: estamos mal acostumbrades a la precarización laboral.
Laura: Muchas veces hay una reivindicación de la precariedad y tenemos que poder profesionalizarnos y dejar de lado ese discurso de reivindicar lo que podría ser, como dice Pau, como dice Mijal, de otra forma, con políticas que estén dirigidas. La danza siempre está relegada, es donde menos dinero hay de parte del Estado, no hay presupuesto y políticas que fomenten al sector, es muy frágil sostener un proceso en el tiempo hoy por hoy. Estamos empezando a tomar conciencia, a entender que somos trabajadores, sujetos políticos como sector, que tenemos que construir nuestros derechos. Con Carla estudiamos en la UNA, en la universidad pública, somos profesionales y estamos lanzadas a una vida laboral que no es laboral porque no están dados los marcos. Hay que construir esos marcos.
Diversas formas de conectar con el deseo, para moldearlo y expresarlo con músculos y huesos. También esfuerzo y pasión. Estos cuerpos saben de la sabiduría de la transformación.
Como Rodrigo, que escribió para salvarse.
Como Laura y Carla que apelan a la insaciabilidad: bailar hasta caer rendidas como una forma de resistencia.
Como Paula que ahuecó y curó un tronco de árbol durante meses para utilizarlo como objeto escenográfico.
Y como Mijal, que se calzó los guantes en su primera obra como directora, repudia la tibieza y, orgullosa, afirma: “Lo dimos todo”.

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Rodrigo Arena.

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3J: femicidios sin justicia

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