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Práctica de vida: Los campamentos sanitarios de la Facultad de Rosario
Hace casi diez años es la instancia de graduación de estudiantes de Medicina. Relevaron 38 territorios, encuestaron más de 120 mil vecines y participaron unos 5.000 graduades. Hoy la práctica está en duda por la asunción de nuevas autoridades. Qué peligra: del alerta por las fumigaciones con agrotóxicos a la construcción comunitaria de la salud. Por Lucas Pedulla
La trampa está en la hache.
La aclaración tiene sentido porque, al pronunciarlo, el nombre de John Snow no remite al padre de la epidemiología moderna, sino al personaje de Game of Thrones. Allí, Jon Snow es el hijo bastardo de la Casa Stark, el lugar donde habitan los parias de ese mundo fantástico -o no tanto-, tierras heladas que separan las fronteras del “mundo civilizado” de las habitadas por los salvajes y la muerte.
Pero John Snow (con hache) es considerado el padre de la epidemiología moderna porque, entre otras cosas, en 1854 demostró que la epidemia de cólera en Londres era causada por el consumo de aguas contaminadas por materias fecales. “Nadie sabía qué era el cólera, porque el virus se aísla recién ese año en Italia, y no había WhatsApp para estar informados”, explica el médico Damián Verzeñassi, director del Instituto de Salud Socio Ambiental (ISSA) y uno de los creadores de los Campamentos Sanitarios, un dispositivo de relevamiento realizado por estudiantes como práctica final de sus estudios de la carrera de Medicina en la Facultad de Ciencias Médicas de Rosario, en los que descubrieron patologías y enfermedades asociadas a la cercanía de territorios expuestos a los agroquímicos y a los efectos del modelo agroindustrial. La continuidad de los campamentos hoy esta en duda debido a la asunción de nuevas autoridades en la Facultad, que no sólo apartaron a Verzeñassi como responsable académico de la Práctica Final sino que no dieron respuestas sobre qué pasará con este proyecto y hasta lo describieron como un “costo” para la Universidad.
Verzeñassi cuenta que el médico Snow desplegó un mapa de Londres y dibujó puntos negros en las casas de las personas que morían de cólera. “Así ve que la expansión de la epidemia seguía la misma línea que la cañería de agua de la ciudad. Y dice: ‘No sé qué hay, pero lo que está enfermando a la gente, sale de este pozo. Hay que cerrarlo’”.
¿Qué respondieron las autoridades?
Verzeñassi dice: “John Snow no solo no fue prendido fuego, ni tampoco obligado a presentar estudios de laboratorios, sino que por las dudas le hicieron caso y cerraron el pozo. Conclusión: se terminó el cólera en Londres. 150 años después nuestras autoridades están peor para tomar decisiones. ¿Por qué? El desarrollo de la ciencia ha servido no para acelerar el tiempo de cierre de la bomba, sino para prolongarlo. Cuando lo designan padre de la epidemiología moderna por el estudio de georreferenciamiento, ese es el camino a seguir. Pero cuando las Madres de Ituzaingo Anexo, en Córdoba, presentan su famoso censo de cáncer del barrio, las autoridades las tratan de locas”.
Junto con las asambleas de todo el país, los Campamentos Sanitarios se convirtieron en el mecanismo que habilitó dar vuelta el debate: la batalla principal, como en la serie, es de un modelo de vida contra otro de muerte.
La ciencia bastarda
El nacimiento de los Campamentos Sanitarios está contado en la edicción 77 de MU (Hechos Pelota). Fue la propuesta después de que designaran a Verzeñassi como responsable académico de la Práctica Final, el ciclo con el que se recibían las futuras camadas de profesionales: el equipo entendió que si el último año equivale al 30% de la carrera en carga horaria, y la mayoría es práctica, les alumnes debían pasar por una instancia de esfuerzo colectivo a través de una experiencia que vinculara al estudiante y a la universidad con la comunidad, en una evaluación integradora.
Los acusaron de querer transformar la graduación en una “orgía colectiva” y en un “campamento de gitanos”. También los estudiantes: no querían recibirse durmiendo cinco días en el piso de un galpón de una comunidad que no conocían. Casi diez años después de que la UNR aprobara la modalidad, la realidad es otra: el equipo lleva realizados 38 campamentos, más de 120 mil vecinos encuestados y al menos 5.000 estudiantes graduados, que hoy forman parte del armado de la práctica.
Los realizan en pueblos de no más de 10 mil habitantes, con encuestas hechas por grupos de entre 50 y 120 estudiantes a partir de diversas metodologías. Hay excepciones, como fue el caso de San Salvador, en Entre Ríos: hicieron un relevamiento epidemiológico con metodología de muestreo aleatorio para cubrir un municipio de 14 mil habitantes. Como en muchos pueblos, acudieron por la petición de la Municipalidad, alertada por las denuncias de los vecinos de casos de cáncer. (MU 75). El estudio les dio la razón: las muertes, las enfermedades y los suelos y arroyos contaminados por plaguicidas alertaban sobre el perfil típico de un pueblo fumigado.
La imagen se repite en los otros 37 campamentos. Ana Zamorano, del equipo: “Las enfermedades se sostuvieron y el modelo de producción creció, pero hay una diferencia: de cuatro años a esta parte la gente ya sabe por qué se enferma. Y te lo dice. Hoy ya no se sienten unos locos que están gritando, pero sí están esperando algún tipo de respuesta. Y no sé si estamos a la altura de las comunidades, pero sí queremos estar presente en esa construcción. Fue un camino de poder entender qué nos está pasando”.
¿Qué nos está pasando?
Construir la trama
El último campamento fue en Villa Elisa, en Entre Ríos: 145 estudiantes realizaron 1.404 encuestas en una cobertura de casi el 70% de las manzanas de la comuna. Los resultados asombraron: además de los casos de cáncer e hipotiroidismo por sobre la media nacional, detectaron muchos casos de depresión y suicidios. “Antes aparecían como percepciones de problemas de salud en la comunidad. Ahora, directamente, como problemas de salud en las casas. Muchos jóvenes”.
El equipo cuenta que en Villa Elisa hubo un boom demográfico: tuvo un siglo para llegar a una población de 10 mil habitantes, pero en los últimos seis años creció más de la mitad. “No me animaría a decir que los problemas son únicamente por una cuestión genética, tampoco a que es por los agrotóxicos o a que perdieron el arraigo a su territorio, pero tampoco me animo a decir que ninguna de estas cosas tiene que ver”.
Sin embargo, la presencia del campamento habilitó una situación particular en la comunidad: los dos clubes de barrio se juntaron después de 20 años de rivalidad para trabajar en conjunto. No solo albergaban a los estudiantes, sino que les hacían de comer. Más de 100 vecinos se juntaron al tercer día a llevarles tortas y comida casera. Y el día de la presentación del informe con los datos preliminares, la ciudad habilitó el camión de bomberos que los acompañó con la sirena encendida en una peregrinación al centro cultural del distrito: “Fue una fiesta, y la gente caminaba con nosotros”.
Frente a un modo de producción que enferma y deprime, ¿qué significan entonces los Campamentos Sanitarios como dispositivo comunitario?
Estamos en un momento histórico donde la construcción de enfermedades es parte de la geopolítica de dominación a nivel mundial. Después de Villa Elisa, pensamos que no podemos agotar la mirada de los Campamentos solo en la evaluación de los estudiantes. En momentos de crisis civilizatoria, quizá la salida sea pensar cómo recuperar la trama para construir salud. Y esto es un ejemplo que lo visibiliza: no habría campamento sin trama previa. Sin entramado entre el cuerpo docente, armándolo; entre cuerpo docente y los estudiantes; entre los estudiantes mismos; entre nosotros con las instituciones sociales; entre esas instituciones y las organizaciones sociales de su territorio. Desde una mirada larga, entender que el Campamento puede ser una parte importante en la reconstrucción de esa trama, redimensiona todo para nosotros. Le da otro sentido. Otro peso. Y nos permite pensar que quizá no se trate de contar cuál es el resultado en términos estadísticos, sino de poder encontrar el hilo con el cual hacer nuestro aporte al tejido de la sociedad que queremos y que necesitamos que haya.
Los campamentos también tuvieron otras repercusiones. En San Antonio de Areco (provincia de Buenos Aires), el Concejo Deliberante prohibió la fumigación aérea en todo el distrito: “Hoy trabaja por la soberanía alimentaria”. En Chabas, al norte de Santa Fe, el intendente electo recibió los resultados del relevamiento que había encargado su predecesor: se encontró de lleno con todas las enfermedades del modelo. “Cambió la lógica de producción del pueblo: por ejemplo, quitó impuestos a quienes decidieran trabajar con la agroecología y armó una feria del pueblo”.
Y se preguntan: “¿Esto fue por los campamentos? No. Pero es un aporte de la universidad. Trabajamos con intendentes de todos los colores. ¿Por qué no estamos en condiciones de pensar proyectos que trasciendan las pequeñeces político partidarias y puedan profundizarse en la construcción colectiva comunitaria?”.
Entrenar la sensibilidad
En este tiempo el equipo también tuvo que sortear algunos obstáculos internos de la facultad. Por ejemplo, a fines de 2016, las oficinas donde guardaban -hasta ese momento- las casi 100 mil encuestas de los campamentos aparecieron encadenadas. Denunciaron persecuciones y hasta los trataran de “ecowarriors”, en un contexto en el que Verzeñassi había sido el único médico latinoamericano en el Tribunal Internacional contra Monsanto en La Haya. También desaparecieron algunos de los cuadros de los campamentos en los pasillos. El fantasma volvió a agitarse este año, cuando el triunfo de un nuevo decano hizo correr el rumor de que iban a remover al equipo de la Práctica Final y de los campamentos. La incertidumbre continuaba hasta el cierre de esta edición cuando le comunicaron a Verzeñassi que, si bien ya no sería el responsable académico de la Práctica, mantendrían la estructura de los Campamentos. “Por lo pronto, sabemos que el campamento previsto para septiembre en Hasenkamp (Entre Ríos) se va a hacer. Después, no tenemos certezas sobre qué va a suceder”. ¿Será el último? Reflexiones: “Hay mucha gente en la universidad trabajando para construir un acercamiento con la comunidad, pero la institución aún no se ha dado ese debate. Perdimos un tiempo simbólico de hacerlo con los 100 años de la Reforma Universitaria y de debatir así qué rol estamos cumpliendo y por qué la universidad está ausente en la discusión de lo que ocurre en la trama de nuestro pueblo. El punto clave es cómo repensar la universidad en contextos de crisis nacional, institucional, de soberanía y social”.
¿Qué pistas nos dejan los Campamentos?
Es un dispositivo que excede lo transdisciplinar y habla de una vinculación interuniversitaria. Trabajamos con equipos de la Universidad Nacional de General Sarmiento para cartografía social; de La Plata para análisis de contaminación de aire y suelo; de la UBA por nutrición; de Córdoba por epidemiología; de Entre Ríos por kinesiología y laboratorio. Y de los Campamentos también aparecen los Congresos de Salud Socioambiental, que en su primera edición tenía como objetivo poner en evidencia el impacto de los agronegocios. En la tercera, fue la cuna del nacimiento de la Unión de Científicos Comprometidos por la Sociedad y Naturaleza en América Latina. Y en la quinta, discutir ciencia digna para la salud de la madre tierra, para interpelar la tecnociencia mercenaria y empezar a plantear la apertura de conceptos que permitan las interconexiones con el espacio en el que uno está. Y poder así sentir que somos una célula de ese cuerpo, y no un quiste.
¿Qué hay más allá de lo que finalmente ocurra con los campamentos?
El punto también pasa por el equipo: trabajamos permanentemente para no perder la sensibilidad. Buscamos visibilizar los problemas, pero sensibilizar a los estudiantes. Y una de las formas de ver la realidad es que vos estés ahí, en el piso de un galpón, viviendo en ese territorio y relacionándote de otro modo. Poner a la facultad en ese lugar. Y eso genera un montón de cosas que no podemos medir en un indicador matemático: desde una alumna con agorafobia que nos agradeció llorando porque en un campamento pasó 4 horas sin esconderse de nadie hasta médicos de Bolivia que vinieron a formarse y van a replicar la experiencia. Eso nos hace pensar cuál es el próximo paso. Lo que vemos siempre es la punta del iceberg, y si no trabajamos la parte de abajo no vamos a generar esa transformación. ¿Cómo pensamos otro dispositivo para trabajar en concreto la base y sin correr el problema por atrás? Ejemplo: la agroecología. Tenemos que romper la lógica de demostrar solo el daño, y construir salud y vida.
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