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Chau glifosato. El pesticida insignia del modelo
Intoxica los campos, la comida, elementos de higiene y hasta las lluvias. El pesticida estrella de Bayer-Monsanto se riega en toda la Argentina (300 millones de litros anuales), con flamantes beneficios para fabricarlo, mientras cada vez más evidencias demuestran que no solo enferma y mata, sino que no cumple lo que ofrece: aparecen nuevas malezas que requieren más veneno. Por Anabel Pomar.
El mismo gobierno que a través de algunos funcionarios anuncia públicamente que apoyará la agroecología, toma medidas que fortalecen objetivamente al agro negocio. No es una paradoja sino una realidad, que en el caso del glifosato -por nombrar un símbolo de la producción de monocultivos transgénicos- tuvo dos medidas que parecen fruto de un eterno retorno, de un más de lo mismo:
En pleno Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) para mitigar la pandemia, la producción, venta, distribución y aplicación de agrotóxicos fue declarada “actividad esencial” por decisión administrativa 450/2020 (y sus consecuentes resoluciones a nivel nacional y provincial). Comunidades enteras encerradas en sus casas para el cuidado de la salud informan en provincias como Santiago del Estero, Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba, Chaco y Buenos Aires, la continuidad o incremento de fumigaciones que provocan, entre otras cosas, una baja de sus sistemas inmunes.
En los últimos días de abril se conoció que Felipe Solá, responsable de la resolución 167/96 que en 1996 autorizó la producción y comercialización de la soja Roundup Ready (RR) resistente al glifosato en Argentina, y actual Canciller, firmó una rebaja arancelaria para los insumos Monoisopropilamina y Dimetilamina. Ambos están relacionados con la elaboración de los agrotóxicos de mayor uso en el país. La Monoisopropilamina es un componente inescindible para el principio activo glifosato y también un elemento básico para la preparación de otros agrotóxicos: Atrazina, Imazapyr, Iprodione y la Dimetilamina, involucrada en la producción del herbicida ácido 2,4-D.
1.000 pruebas
A través de la Monografía 112, la IARC (Agencia Internacional de Investigación sobre Cáncer, dependiente de la OMS), reclasificó en 2015 al glifosato como clase IIA (Probable Cancerígeno en Humanos). El informe añadió que hay fuertes evidencias de que la exposición a las formulaciones de base glifosato son genotóxicas (puede haber daños cromosómicos en las células sanguíneas) y que el glifosato y el ácido aminometilfosfónico (AMPA, producto de degradación del glifosato) inducen procesos de estrés oxidativo que pueden provocar muerte celular y disfunción tisular.
A pesar de esa reclasificación que impulsó el máximo organismo de investigación en la materia al nivel mundial, en estos cinco años el SENASA, aún no ha procedido a adecuar el criterio de clasificación local de ese biocida. Sin embargo el país ostenta el triste récord de ser el más pulverizado del mundo, con evidencias del amplio deterioro en la salud de la población documentadas tanto por comunidades en lucha como por médicos de pueblos fumigados y científicos no ligados a las empresas.
El mismo argumento fue señalado en 2019 por Hilal Elver, Relatora Especial de las Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación, en su Informe Final de la Visita a Argentina; “La Relatora Especial ha expresado su preocupación respecto del peligro que implican los plaguicidas, especialmente el glifosato” (…) “Se ha vinculado el uso persistente de plaguicidas, en particular los agroquímicos utilizados en la agricultura industrial, con una serie de efectos adversos para la salud, tanto a niveles altos como bajos de exposición”. Durante su visita al país, elver había planteado que el glifosato “se aplica indiscriminadamente en la Argentina, sin tener en cuenta la existencia de escuelas o pueblos en las cercanías. Como resultado de ello, se me ha informado acerca de un aumento en la cantidad de personas que han perdido la vida o padecen enfermedades que ponen en riesgo su vida”.
Compilado por Eduardo Rossi, la organización Naturaleza de Derechos acaba de publicar la 5ta edición de la Antología Toxicológica del Glifosato +1000 Evidencias científicas publicadas sobre los impactos del glifosato en la salud, ambiente y biodiversidad. En el prólogo, la doctora india Vandana Shiva, plantea “la urgencia de liberarnos del veneno”.
Las más de mil publicaciones reunidas en esa antología revelan la abrumadora evidencia científica que documenta los daños que se sufren en los territorios, sin que muchos gobiernos parezcan querer tomar nota de esa realidad.
¿Qué hace un veneno?
En 2018 Monsanto (propiedad de Bayer) fue condenada en un juicio histórico en los EE.UU. El Roundup fue encontrado sustancial para producir cáncer y la empresa culpable de de ocultar con malicia su peligrosidad. En 2019 dos nuevas condenas cayeron nuevamente sobre la corporación, con los mismo argumentos. En total, y hasta la fecha, recibieron tres condenas millonarias en dólares que sientan precedente a las 52.500 demandas similares solo en EE.UU que esperan –en medio de rumores de arreglos extrajudiciales- su turno para llegar a juicio. Si algo surge con claridad de esos procesos es que Monsanto-Bayer saben de la peligrosidad cancerígena del pesticida. Además no hay estudios de toxicidad realizados sobre la formulación final que ponen en el mercado. Tampoco estudios de largo plazo, que midan la toxicidad crónica (no aguda), lo cual debería impedirles afirmar sus alegatos de seguridad e inocuidad artículos y publicidades. Por ejemplo este año, el 30 de marzo, la empresa perdió otro juicio por publicidad engañosa y fue condenada a pagar 39,5 millones de dólares en una corte de California.
El glifosato actúa matando la mayoría de las plantas (las no transgénicas) y algunos microorganismos al interrumpir una vía química que produce aminoácidos esenciales. Monsanto originalmente afirmó que el químico “es más seguro que la sal de mesa”, e instaló unos de los mitos más repetidos en la bibliografía hasta el día de hoy: que esa enzima no está presente ni en animales ni en humanos. El juicio del 30 de marzo reveló una vez más que sus argumentos son un engaño. Sin embargo, parece siempre imprescindible recordar lo que ya está probado: que un veneno, envenena.
En abril de 2017 se realizó en La Haya el Tribunal Monsanto Internacional, iniciativa ciudadana que unió a millones de personas y organizaciones que buscan detener los crímenes ambientales cometidos por las corporaciones de la agroindustria que violan derechos humanos básicos como el derecho a la salud y el acceso a una alimentación y ambiente sano.
El tribunal aseguraba: “Si el delito de ecocidio se reconociera en el derecho penal internacional –el cuál no existe por el momento–, las actividades de Monsanto posiblemente constituirían un delito de ecocidio en la medida en que causan daños sustanciales y duraderos a la diversidad biológica y los ecosistemas, y afectan a la vida y la salud de las poblaciones humanas”.
En sus conclusiones señalaba que la actividad de Monsanto se caracterizaría por las siguientes acciones: desacreditar la investigación científica independiente cuando plantea serios interrogantes sobre las consecuencias ambientales y de salud pública que tienen sus productos, pagar sobornos para que se elaboren informes de investigación falsos, como los presentados por terceros que actúan a su favor y que no revelan su relación con Monsanto; presionar e incluso sobornar a gobiernos y funcionarios públicos para que aprueben los productos; distribuir productos nocivos carentes de la aprobación debida; intimidar, incluso amenazando con presentar una demanda, a las partes que simplemente tratan de informar a los consumidores de la presencia de productos Monsanto en los artículos y alimentos.
En ese momento, también en 2017, se conocían públicamente los papeles de Monsanto, ampliamente difundidos por esta revista y por el sitio monsantopapers.lavaca.org. La documentación interna de la compañía demuestra que sabían de los daños y no advirtieron de los mismos.
Lo que muestran esos documentos de manera resumida: Monsanto jamás testeó la formula final que comercializa, ni condujo estudios de largo plazo. Proporcionó evaluaciones supuestamente independientes para contrarrestar los estudios que señalaran problemas de seguridad y así influir sobre las agencias reguladoras. Pesentó papers de investigación escritos en forma fantasma (es decir. con nombres de científicos, ocultando que la propia empresa los había elaborado) que defienden la seguridad del glifosato; desarrolló una red de científicos europeos y norteamericanos para llevar su mensaje de seguridad del glifosato a reguladores y legisladores simulando independencia, sin mostrar que era la propia compañía quien lo realizaba; utilizó equipos de relaciones públicas para escribir artículos y blogs que se publican usando nombres de científicos que se proclaman independientes; entre 1980 y 2012, Monsanto tuvo conocimiento de cinco estudios epidemiológicos, siete estudios en animales, tres estudios de estrés oxidativo y 14 estudios de genotoxicidad que vincularon sus productos Roundup con el cáncer. Sin embargo la corporación nunca advirtió a los consumidores y se negó a realizar su propia investigación a largo plazo mientras mantuvo su producto en el mercado.
Pero en sus papeles internos sí reconoce la peligrosidad y falta de estudios. En mail fechado el 17 de marzo de 2015 William F. Heydens, científico de Monsanto, dice que el Roundup tiene niveles “bajos” de formaldehído cancerígeno y compuestos N-nitrosos cancerígenos. Además, Heydens reconoce el origen fraudulento de algunos estudios, “Muchos estudios toxicológicos para glifosato se han realizado en un laboratorio (IBT – Industrial Biotest) que la FDA / EPA descubrió generaba datos fraudulentos en la década de 1970”. Esos estudios comprobadamente fraudulentos nunca se repitieron y se siguen citando como evidencias de la seguridad del producto incluso en papers científicos de 2015.
Veneno exponencial
En Argentina hay pruebas científicas concluyentes del daño que el modelo realiza en territorios y cuerpos. Según la información oficial publicada hay en el país 61 eventos transgénicos aprobados. Más de la mitad de esas semillas, -soja, algodón, maíz, alfalfa-, aprobados para resistir el glifosato. Las consecuencias, un aumento que llega a términos escandalosos. Se calcula que en nuestro país se pulverizan más de 500 millones de kilogramos-litros de agrotóxicos. De ese total más de 300 millones son solo de glifosato. Que de manera directa afectan a 20 millones de personas y de manera indirecta, a través de alimentos procesados y el agua, llegan a toda la población.
En los territorios las consecuencias se pueden medir, en cuerpos y en el ambiente. Así lo han advertido desde hace décadas innumerables profesionales, desde los pioneros a los actuales. Rodolfo Paramo, Hugo Gómez Demaio, Gabriel Gianfellice, Raúl Horacio Lucero, María del Carmen Seveso, Andrés Carrasco, María Fernanda Simoniello, Rafael Lajmanovich, Delia Aiassa, Fernando Mañas, Medardo Ávila Vázquez, Damián Verzeñassi, Damián Marino y tantos otros que con sus estudios en campo o en laboratorio comprobaron los daños del glifosato. Que agregan, además, que es todo un modelo el que enferma y que trasciende al uso de esa sola sustancia, como se empeñaba en alertar el doctor Andrés Carrasco.
En el caso de Lucero, ya en la década del 90 el jefe del Laboratorio de Embriología Molecular de la Universidad Nacional del Nordeste, comenzó a atender niños con malformaciones provenientes de parajes con uso masivo de agroquímicos.
El Grupo de Genética y Mutagénesis Ambiental (GEMA) de la Universidad Nacional de Río Cuarto, Córdoba, coordinado por la doctora Delia Aiassa también ha llevado a cabo una serie de investigaciones sobre la vinculación del glifosato (y otros agrotóxicos) con la genotoxicidad. Ellos comprobaron la existencia de daños genéticos en personas expuestas a agroquímicos, que tienen más riesgo de padecer cáncer a mediano y largo plazo, así como otras enfermedades cardiovasculares, o el incremento de malformaciones durante la gestación y abortos.
Un equipo de investigación de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Córdoba, coordinado por Ávila Vázquez, realizó un estudio entre miembros de la comunidad que reside próxima a la zona agrícola en la localidad de Monte Maíz (provincia de Córdoba). El estudio verificó la relación entre la alta exposición ambiental al glifosato y el aumento en la frecuencia de trastornos reproductivos (abortos espontáneos y anormalidades congénitas).
El equipo del Instituto de Salud Sociambiental de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Rosario, coordinado por Damián Verzeñassi, tras la realización de relevamientos epidemiológicos (desde 2010) en más de 37 localidades de cuatro provincias de Argentina (Santa Fe, Entre Ríos, Buenos Aires y Córdoba) concluyen respecto del cáncer que en los territorios pulverizados estudiados la incidencia es 1.83 más que el promedio nacional y 1.63 más alto que el máximo esperado para nuestro país: otra epidemia de la que políticos y empresas periodísticas no hablan
El Centro de Investigaciones del Medioambiente (CIM) de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata y Conicet, adviertee que los residuos del herbicida están presentes en todo nuestro sistema ambiental. En diferentes concentraciones, está en la lluvia que cae sobre el campo. El 80% tiene glifosato y el 34% AMPA (el metabolito del glifosato). Está en el algodón, gasas, (el 100% de todas las muestras dieron positivos para glifosato y AMPA). En el río Paraná y sus afluentes, tras un monitoreo en 23 puntos aparecen en los sedimentos (glifosato + AMPA) concentraciones en proporciones tres veces mayores a la que se encuentran en un campo sembrado por soja, lo que daría a su vez cuenta de la movilidad de los componentes.
Pese a tanta enfermedad, contaminación y muerte, el glifosato ni siquiera sirve para lo que había sido diseñado. Sobran también evidencias del deterioro de los suelos y de la ineficacia del glifosato para el cual hay cada vez más malezas que se le resisten (unas 33 especies, cuando hace 20 años no había ninguna). Se estimula entonces un modelo veneno dependiente que cada vez les exige más cantidades para intentar matar la creciente aparición de malezas. En 1996 se utilizaban 4 kg/l por hectárea en 2018, llegó a los 13 kg/l por hectárea. Los costos se hacen insoportables para muchos agricultores y productores. Pero además el inevitable crecimiento de malezas que habían anunciado investigadores como Santiago Sarandón a comienzos de siglo, obliga a los productores a combinar al glifosato con venenos más letales para lograr mayor efecto: un círculo vicioso que ya lleva décadas y que promete seguir intoxicando con más de lo mismo.
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