Mu147
Azotea verde. El método Briganti: la huerta en la terraza
Fundó un colectivo en el que enseña cómo realizar huerta en espacios urbanos. Su propio ejemplo es una forma de contagio: construyó una huerta agroecológica en una terraza en un PH porteño. Por qué el compostaje puede cambiar el mundo. Su sueño de la marcha de la palta. De la calle a la soberanía alimentaria, tips y pasos para dejar las excusas y pasar a la acción. Por Lucas Pedulla.
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Rodeado de más de veinte variedades de alimentos naciendo de baldes de pintura o de neumáticos recogidos de la calle, de composteras en tachos de 200 litros, y de una innumerable cantidad de microorganismos que de forma silenciosa pero activa están trabajando para hacer de esta terraza de 60 metros cuadrados una especie de oasis de vida en medio del cemento porteño, Carlos Briganti dice que lo que más le llamó la atención en esta cuarentena fue haber visto a sus vecinos por primera vez.
“Veo gente hace 30 años y recién con la pandemia vi asomarse algunas cabecitas en la terraza de allá, en otra de allá, y en la de allá”, dice señalando con la mano en cada dirección los edificios que lo rodean. “Eso quiere decir que la gente no toma en cuenta a sus terrazas para vincularse con la naturaleza. No está acostumbrada a estos espacios. Nunca suben a mirar el cielo. Entonces ponen la televisión para ver cómo está el tiempo. ¿Por qué no mirás el horizonte, a ver si está feo o ves el sol? No, lo natural es vincularte con la TV: mirar el mundo a través de una pantalla. Ese es el problema que estamos teniendo hoy. Si lo queremos capitalizar para bien, la pandemia nos obligó a encerrarnos y muchos dispararon a otros lados, a ver vivos de Instagram y propuestas de todo tipo para descontracturarse. De repente, ves a un tipo que tiene en su techo un montón de alimentos. Y entonces surge el pensamiento: ‘Yo quiero hacer lo mismo’”.
El cielo como la posibilidad infinita, sin techos. El horizonte como noticiero, sin fakes. El alimento como soberanía, sin venenos. La pregunta brota como el banano que aquí nace de dos neumáticos: ¿cómo se hace?
El verdadero contagio
Hace dos años MU visitó por primera vez a Carlos Briganti -56 junios, uruguayo- para conocer la experiencia de su huerta agroecológica construida en la terraza de su PH en el barrio porteño de Chacarita, donde vive hace 39 años. Ahora, en medio del aislamiento social, preventivo y obligatorio dispuesto por la pandemia de Covid 19, nuestra Cooperativa lo contactó para realizar un ciclo en vivo por nuestra cuenta de Instagram, bautizado “Plantate”, donde todos los lunes habla, pero ante todo muestra, cómo realizar una huerta en espacios urbanos.
La respuesta fue un boom, y Briganti también continúa haciendo vivos y charlas con referentes de soberanía alimentaria como Myriam Gorban (una de las nutricionistas más prestigiosas del país, creadora de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la UBA) o Marcos Filardi (abogado, fundador del Museo del Hambre), a través de sus cuentas de Facebook e Instagram, donde se lo encuentra como El Reciclador Urbano.
Claro que el contagio Briganti no comienza ahora, sino a través de las verdaderas redes sociales. El colectivo El Reciclador Urbano reúne a 25 personas, que salen a comedores y centros culturales que los convocan para la “Acción Huerta Urbana”, donde enseñan a desarrollar una huerta propia. Los lugares ponen las cubiertas y la tierra, y el colectivo lleva los plantines, semillas y realiza cinco hileras de tres cubiertas apiladas, para explicar el cuidado que necesitan los cultivos. Briganti tiene semillas guardadas en un armario que denomina “albergue transitorio de semillas”, ya que de allí saca y repone para los vecinos que le tocan el timbre o para las acciones en escuelas o comedores. También está el grupo “Frutos en la Ciudad”, que regala un arbolito de palta, mora o níspero para que vecinos planten en el espacio público, en lugares donde no moleste a nadie. Y también desarrollan el “Club del Compostaje”, para que la gente pueda compostar en la calle. A su vez, en la terraza de su PH, Briganti hace voluntariados los jueves, para explicar in situ el desarrollo de una huerta. Y, post pandemia, también abrirá los lunes, de 10 a 13 horas, para atender los pedidos que les llegan.
“Este momento es propicio para repensar una sociedad que nosotros veníamos repensando hace rato”, dice Briganti, sobre el efecto de sus transmisiones. “Repensar todo lo que veníamos hablando de soberanía alimentaria, de extractivismo y de los pasivos ambientales en estos años. Hoy te demuestra que tener una huerta en un techo es beligerante, es revolucionario y para aquellos que dicen que una huertita no va a cambiar al mundo, bueno: lo cambia. Te parte la cabeza, cambia el entorno, la mirada de cómo se transforma todo en verde. Y el contagio se produce con el tiempo. Acá se armó una especie de corredor: mi vecino está proyectando una huerta, el otro compostando. Tiene que ver con otra mirada del encierro y de reafirmar qué estás comiendo. ¿Se puede abastecer a 28 manzanas? No, pero te abastecés a vos, y no gastás un peso en ninguna verdura, salvo en aquellas que por tamaño no podés producir. Además, es salud: te saca del encierro de cuatro paredes. Un solo ejemplo tiene un efecto multiplicador: la gente se dio cuenta de que es muy fácil producir alimentos. Imaginate si los 3 millones de personas de la ciudad lo hicieran: es un cambio de paradigma”.
Briganti sintetizó sus conocimientos en un libro de 60 páginas que tituló Una huerta en mi terraza. Está a punto de reeditarlo.
Aquí nos propone tres pasos para pasar a la acción.
¿Hago lo que digo?
El reciclador dice que el primer paso es cuestionarse a sí mismo. “Ser consciente de que estamos mal parados es el punto inicial. Por ejemplo, venir a hacer una entrevista y decir: ‘Che, yo soy uno de los que tiran a la basura’. El primer cambio lo generamos nosotros. No es meritocracia, nada de eso, es que el primer paso lo doy yo. ¿Hago lo que digo? ¿Digo lo que hago? ¿Soy consecuente? Si vos lo que querés es ser multimillonario, tenés que dedicarte a otra cosa: no estar en una cooperativa de trabajo ni venir acá. Para eso andate con Bill Gates, con Ford. Ni vengas a estos lugares porque no tenemos plata, pero sí mucho que tiene que ver con la empatía”.
Cada vez que da una charla o un taller, Briganti pide que levanten la mano quienes compostan. “Podés encontrarte una persona muy preocupada por el desmonte, ¿pero composta? No. Bueno, lo primero parte de ahí: ¿qué puedo hacer yo? Compostá. Vos, así como te ves, estás tirando un kilo de basura por día, en un container negro, y todo eso va al relleno sanitario. ¿Se recicla? No. Bueno: hacete una compostera”.
Verduras y bichos
El compostaje es un proceso a través del cual la materia orgánica se transforma para la obtención de un compost, un tipo de abono natural para la tierra y los suelos destinados a cultivo. Briganti parte de su ejemplo: “Yo podría hablar muy lindo encerrado en un baño, ¿pero cómo se lo muestro a la gente? Bueno, acá lo ves”.
Una búsqueda rápida por Mercado Libre arroja que hay composteras hasta por $19.000. En un ejemplo, Briganti deja claro por qué le dicen El Reciclador Urbano: “Agarrás un tacho cirujeado de la calle, un pequeño recipiente que junte el lixiviado (el líquido orgánico que surge de la degradación de los restos que tiramos), dos ladrillos para sostener el tacho y un agujerito del tamaño de mi dedo meñique para que drene”.
Al lado de esta conversación está la muestra: un tacho de 20 litros levantado de la calle; dos ladrillos que lo sostienen; un pequeño agujero por el que drena el lixiviado; un pequeño recipiente donde se lo junta.
Qué se hace con ese líquido: “Lo sacás todos los días, lo rebajás en diez partes de agua y eso lo utilizás para regar”.
¿Qué tiramos a la compostera?: “Yerba, te, café, frutas y verduras. También cáscaras de huevo. A eso le tirás un puñadito de tierra, que son las bacterias que van a comer lo anterior. Lo que vos tirás son azúcares: el 90 por ciento es todo agua, y te queda un 10 por ciento de fibra, que es lo que va quedar sólido. Lo comprimís, cerrás la tapa y te olvidás. No lo regás ni nada. Lo dejás: adentro van a haber cientos de bichitos que van a laburar para vos. Y gratis. A los cuatro meses se vuelve tierra. Sí, la naturaleza te regaló eso”.
Pregunta típica: ¿esto atrae bichos? “Primero va a atraer a los seres humanos, lo cual ya es bastante. De la cadena trófica, desde un bichito hasta un elefante, somos la especie más dañina que hay. No somos la única que habita la tierra, pero sí la especie que vemos tratando de matarla. Pero en el proceso de compost, vas a ver mosquitas cuando abrís la tapa: cerrás y ya no pasa nada. No te van a echar del edificio. Si aparece un gusanito blanco, tirás un poco de tierra y listo. Si estás en un balcón, no le tires lombrices para que no te digan nada. Y en verano, limpiá el tachito de lixiviado para que no tenga olor. Si se hace bien, no vas a tener ningún tipo de problema”.
No hay vuelta atrás
Briganti explica que hay dos opciones frente a la tierra que se formó en el tacho. “La primera es cosechar ese humus para hacerte una huerta. La segunda es regalarlo. Acá fundamos el Club del Compostaje: los que no quieren compostar, me lo traen a mí”. En la puerta de su casa hay un barril que dice: “Compostaje barrial”. Tiene una cadena y un pequeño candado: “Hay trece vecinos que tienen esa llave y tiran sus orgánicos ahí”.
Efecto Briganti: “Hay gente que va a pasar la pandemia y no va a haber aprendido nada. Los que no vamos a sobrevivir somos nosotros, ¿y ahí qué vas a hacer con toda la plata que amasan los grandes industriales? Es una irracionalidad. Estas pandemias disparan lo mejor y lo peor de la gente. Espero que se contagie al menos esto. ¿Querés hacer un cambio? Bueno, primero la compostera. Después vemos cómo compostamos en todo el barrio. Después, en el Gran Buenos Aires. Después, en toda la Argentina”.
Briganti todo lo recicla: el humus también es volcado en neumáticos que rescata de la calle. “Cada cubierta es un problema menos para el sistema sanitario. Son cosas maravillosas para hacer contenedores”. De dos neumáticos apilados florece un banano. Ver para creer: Briganti explica que son excelentes macetas porque, primero, no pesan, y segundo, pueden dejarse bajo el sol porque los rayos UV no las degradan.
Briganti cuenta una, dos, tres, cuatro, cinco y seis composteras de 200 litros en su terraza de 60 metros cuadrados. “De ahí vemos germinar cantidades de ajíes, berenjenas, tabaco”. ¿Qué pasa si no tengo terraza y tengo solo un balcón? El reciclador no acepta excusas: contra una pared, en un espacio de 1,50 metros por 1,50, hay una docena de macetas hechas en bidones de agua de 5 litros cortadas a la mitad, de forma horizontal o vertical. “Hay lechuga morada, ciboulette, albahaca, acelga, perejil, berenjenas, tomate, menta limonada. Cuando lo ves, ahí te queda claro de qué hablo”.
Dentro de los tachos puede salir tabaco, albahaca y perejil: “Todo entreverado”. Es lo que Briganti llama el método Fukuoka (por el agricultor y filófoso japonés), que ideó un sistema de producción basado en el desorden y en la mezcla. “Lo que sale, sale. Y lo que no, no. Por ejemplo, mirá este tacho: el tabaco se las ingenió para salir de costado, cuando si tres personas se juntan en un monoambiente, terminan a las piñas”.
El momento crucial es cuando finalmente comés tu propio alimento. Muestra una maceta de la que nacen frutillas. “Una vez que comés tu primera frutilla, y de tu propia huerta, ya no hay vuelta atrás”.
Otra racionalidad
Briganti subraya que no puede sacar un cálculo económico de todo lo que cosecha. “Esto abastece a mi familia, a vecinos y, cuando hay mucho, se lo llevan los voluntarios. Hoy por hoy tenés lechuga, acelga, rabanito, espinaca, puerros que se pueden llevar. No lo tengo cuantificado, pero yo no voy a comprar verdura de hoja, por ejemplo. Pero imaginate que en la ciudad de Buenos Aires viven 3 millones de personas: ¿qué pasaría si se dedicaran a hacer su pequeña huertita? Eso corresponde al buen vivir”.
Briganti plantea otra racionalidad: no una relación de oferta y demanda, sino de qué necesitamos para nuestra vida. “Los ciudadanos están acostumbrados a que si quiero una pizza llamo a las 10 de la noche para que me la traigan. ¿Qué horas son esas para jorobar? Otra: muchos quieren tomate en julio. ¡No hay! Hacé conservas, previendo ese faltante. ¿Cómo cuantificás el mejor tiempo que significa el compartir en la cocina? Si acá viniera un economista diría que todo esto no es viable porque en julio no te puedo dar tomate, ya que es lo que el mercado exige. ¡Que el mercado no jorobe!”.
Lo ejemplifica con la vida misma: “En la vida no nos va linealmente como queremos. Trabajo, salud, amor: siempre hay algo en lo que no va del todo bárbaro. Y es así. Muchas veces me dicen: ‘¡No me crece, se me secó!’. Sí, está dentro de las posibilidades. Si la naturaleza te dice que no, es no. Si te dice que sí, es sí. Pero muchas veces exigimos que todo sea exitoso, y ahí la tenés a la soja transgénica, que cotiza en bolsa. Es aberrante. ¿Cómo vamos a hacer un cálculo sobre la alimentación? Si hacés policultivo te puede fallar el maíz, pero te da poroto y zapallo. Es decir, de hambre no se muere nadie. Las hambrunas vienen cuando te dedicás a una sola variedad. Si apostás al monocultivo, perdiste”.
La revolución de la palta
La conversación con Briganti -barbijo mediante- termina en la vereda de su casa. Quiere mostrar la huerta callejera que mantiene junto a sus vecinos y vecinas: hay lechuga, ajíes y tomates creciendo al lado del poste de luz. Un secreto: “Esa huerta está arriba de un hormiguero. Preparo un fertilizante biodinámico en casa: ni tocan las plantas”.
Briganti vuelve a la pregunta del cálculo económico: “¿Qué pasaría si en nuestras calles crecieran nuestros alimentos?”. Al lado de la compostera barrial está otro de los actuales proyectos del reciclador: un árbol de palta crece desde la vereda hacia el cielo. Uno de sus sueños post cuarentena es hacer una marcha en la ciudad que vaya plantando paltas en el espacio público. Aquí sí es fácil establecer un cálculo económico veloz: la palta en verdulerías cotiza hasta 100 pesos. La idea también involucra plantar nísperos y moras. “¿Por qué estos árboles? Porque no requieren trabajo humano ni ser podados”.
La felicidad -dice el reciclador- radica en estas pequeñas grandes acciones. ¿Hay un método Briganti? “Es una mezcla”, responde. En los preparados para la tierra, dice que sigue las enseñanzas de Jairo Restrepo, ingeniero agrónomo colombiano, uno de los propulsores de la agricultura orgánica en la región (ver “Elogio de la mierda”,en la edición 134 de MU). Del japonés Teruo Higa aprendió la preparación de biofertilizantes. La brasileña-austríaca Ana María Primavesi aportó la comprensión del suelo. De Fukuoka, la gracia del desorden. “El aporte Briganti es aggiornar los saberes del campo a una terraza”.
¿Qué espera una vez que pase la pandemia? Concluye: “Si no tuviera esperanza, no haría nada de lo que estoy haciendo. Creo que el mundo puede cambiar. Podemos ser mejores. Lo veo en la gente, en los jóvenes. Hemos sobrevivido a catástrofes impensables. Hoy la lucha es alimento, el compostaje, que cada persona plante: es la oportunidad que tenemos de resistir dentro de la ciudad”.
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