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Cura de barrio: La situación del teatro comunitario
Diez grupos de todo el país cuentan sus reflexiones y estrategias ante la falta de actividad teatral. Muchos nacieron en otras crisis, saben de resistencias y dicen que hay que imaginar la oportunidad que se abre. Cómo reconstruir el barrio post-aislamiento, con arte y corazón. MARíA DEL CARMEN VARELA
El sábado 7 de marzo en el Circuito Cultural Barracas se reestrenó la obra de teatro El casamiento de Anita y Mirko. Una fiesta con todo lo que eso implica: empanadas y sanguchitos de miga, vino y gaseosas, la clásica torta de varios pisos, baile, carnaval carioca, les familiares de la feliz pareja y el público como invitades de la boda y distribuides en distintas mesas, como amerita la ocasión.
Al término de la función, hubo una segunda fiesta: la del elenco. ¿El motivo? Se cumplían veinte años de funciones de esta obra que ya se convirtió en un hito del teatro comunitario. “Brindamos emocionades y compartimos una larga mesa”, cuenta Corina Busquiazo, directora de la obra, integrante del equipo de coordinación y del grupo Los Calandracas, fundadores del Circuito Cultural Barracas. Fue el último brindis: “Luego comenzó la cuarentena y ya no pudimos hacer más funciones. Era nuestro sueño para este año: encontrarnos todos los sábados los más de 70 vecinos y vecinas en este espectáculo que viene proponiendo la fiesta como celebración comunitaria. Hoy El Casamiento de Anita y Mirko es de alto riesgo. No podemos bailar juntes, ni transpirar haciendo un trencito, ni compartir una mesa. Mucho menos cambiarnos 70 personas todes juntes en el camarín, compartiendo el mate, los ensayos y los abrazos para los que estrenan”.
Vecinas y vecinos de todas las edades que se juntan a pensar, guionar, ensayar, producir y actuar una obra de teatro, en un territorio determinado –un barrio, un pueblo, una localidad– y con el aporte de tiempo, dedicación, creatividad y construcción de lazos, van transformando la realidad cotidiana a través de una herramienta poderosa: el arte. Eso es el teatro comunitario. Eso y mucho más. ¿Cómo se reconfigura el teatro en este momento de distancia entre cuerpos? ¿Hay alternativa? ¿Cómo afecta al teatro comunitario esta situación, desde lo social y lo lúdico? El actor, director teatral y dramaturgo Ricardo Talento, director del Circuito Cultural Barracas, responde: “Ante esta imposibilidad que mina la esencia de lo que hacemos, no nos queda otro camino que el de inventar alternativas, no para decir que hacemos teatro de otra manera –porque estaríamos tergiversando nuestra esencia– sino para una supervivencia afectiva y organizativa. Según la composición y dinámicas de cada grupo han surgido distintas propuestas. Encuentros, ensayos, intentos de dramaturgia, juegos, cursos, investigaciones y les podríamos agregar todos los etcétera que se nos ocurran. ¡Pero virtuales!”.
Imaginar la salida
En este tiempo en que no pueden juntarse, les integrantes del Circuito están reconstruyendo su propia historia que lleva 25 años, recopilando fotos y anécdotas. El Circuito alquila el espacio que oficia como su casa teatral y también paga sueldos a profesores, coordinadores y administrativos. Cuentan con el apoyo del Instituto Nacional de Teatro, pero no es suficiente. Por eso también desde hace algunos años apelaron al aporte económico de lo que denominaron Amigxs del Circuito, que aportan una cuota mensual y ayudan a sostener el proyecto. En esta ocasión, lanzaron un pedido de colaboración por única vez para paliar la crisis actual. Talento recurre a la fórmula que habita en la esencia del teatro comunitario: “Todo lo que hacemos está teñido de incertidumbre, de no saber cómo sigue esto, qué va a ser de todos nosotros a futuro. Puede ser una oportunidad, pero para que esto ocurra tenemos que imaginarla y empezar a construirla”.
Con una función en la calle para 300 personas. Así abrió el año el grupo Mate Murga, de Villa Crespo –que lleva 18 años de encuentros– con su espectáculo Herido barrio. Iba a ser la única presentación antes de iniciar una gira por Portugal que incluía actuaciones e intercambios en tres ciudades en las que hay grupos de teatro comunitario en formación. El elenco casi completo –55 personas– se disponía a un viaje que queda pospuesto hasta que las condiciones lo permitan. “La cuarentena también nos sorprende en el arranque de los ensayos de nuestra orquesta y del grupos de titiriteros en formación, es decir, irrumpe en un momento de plenitud”, cuenta Edith Scher, directora de Mate Murga. “Luego de un par de semanas de búsqueda y mientras vivimos la incertidumbre, encaramos varios proyectos que se pueden llevar adelante de manera virtual: la escritura de canciones en colaboración, a partir de consignas de trabajo muy específicas, los espacios de canto, el armado de un nuevo libro. Al mismo tiempo decidimos aprovechar este tiempo para estudiar, y en ese sentido nos encontramos virtualmente para capacitarnos en sonido, iluminación, audioperceptiva, para reflexionar sobre la actuación en el teatro comunitario, para aclarar dudas de las distintas secciones de la orquesta y para experimentar con los títeres”.
En Villa Juanita, barrio ubicado al este de la ciudad de Salta, el grupo Alas Teatro Comunitario arranca cada año la temporada de ensayos con un gran picnic. Los encuentros de los sábados a la tarde están suspendidos y, como todos los grupos de teatro comunitario, continúan en contacto de manera virtual. Desde hace un tiempo venían construyendo su propio espacio, ya tienen paredes y techo, faltan puertas, ventanas, piso y baño. Cristian Villarreal, director del grupo enfatiza: “Consideramos que si mantenemos los lazos de amistad con mensajes virtuales, no va haber inconvenientes en el futuro para poder abrazarnos y reencontrarnos, en eso somos optimistas. Otro secreto que nos mantiene unidos es seguir activos pensando en el grupo, pensar ideas para el próximo espectáculo, editar audiovisuales, juegos virtuales, nos mantiene lejos corporalmente pero unidos en nuestros proyectos”.
El abrazo que falta
La plaza central es el escenario, dessde hace cuatro años, del grupo de teatro comunitario de Ranchos, ciudad del noroeste de la provincia de Buenos Aires. La fiesta que planeaban organizar con todes en la plaza, juegos callejeros, música en vivo y la presencia de otros grupos de teatro comunitario devino en una celebración virtual. “En este momento de distancia entre los cuerpos el tejido social se ve vulnerable y afectado. Esos cuerpos que no pueden acercarse, no pueden sentirse, no pueden acompañarse, esos mismos cuerpos-territorios hoy se ven obligados a reconfigurarse culturalmente para estar a salvo y buscar alternativas” cuenta Ariel Muñoz, director del grupo. Agrega: “Es preciso trabajar para que esta reconfiguración no nos instale en el miedo y la angustia, y sí en la esperanza, la empatía, el cuidado mutuo, la solidaridad, la continuidad de la construcción colectiva, el arte también como salud y derecho de todes”.
“Falta el abrazo”, continúa Mariano Pini, del grupo de teatro comunitario Los Villurqueros, del barrio de Villa Urquiza. “Para un grupo de teatro comunitario es demoledor ya que somos fomentadores del creativo colectivo y la participación de intercambio de ideas en ‘fogones’, espacio donde circula la palabra en rueda entre todos. Así que nos tendremos que reconvertir por este tiempo de cuarentena”. Los Villurqueros cuentan con el Centro Cultural 25 de Mayo como espacio para crear y brindar funciones ya que formaron parte de su recuperación y son artistas residentes. Además alquilan una casa para tener sus reuniones, dar talleres y guardar vestuario, escenografía y utilería. Si bien lograron mantener el valor del alquiler, la falta de ingresos lo vuelve insostenible a corto plazo. “Hace años venimos planteando, en diferentes áreas y a diferentes gobiernos, la necesidad para nuestros grupos de tener lugares propios (o bien cedidos temporalmente) para poder desarrollar nuestra tarea, que además de ser artística es por sobre todas las cosas, social”.
Meses antes del regreso de la democracia, en marzo de 1983 el director teatral uruguayo Adhemar Bianchi les propuso hacer teatro en la plaza a las madres y padres del colegio donde iban sus hijas en el barrio de Catalinas. Esa actividad colectiva fue creciendo y en la actualidad son más de 300 personas las que participan del Grupo de Teatro Catalinas Sur. En febrero habían arrancado con los ensayos de su emblemática obra Venimos de muy lejos y los del Desconcierto, el espectáculo de la orquesta tìpica. A través de la plataforma Zoom están encarando ensayos virtuales y armando entre todes una obra para estrenar el año próximo. Cada 15 días comparten reuniones con la Red de Teatro Comunitario (integrada por unos 40 grupos de todo el país), intercambiando problemáticas, dinámicas de trabajo y de gestión. “Sentimos y se está demostrando el nivel de precariedad que hay en el sostenimiento de estos proyectos. Estamos buscando subsidios, pero realmente sentimos que las respuestas no son las que deberían ser. Está todo muy trabado, en CABA el gobierno complicó las cosas, hay mucha promesa, pero es a cuentagotas, no hay una acción que nos haga una diferencia. Hay cosas de fondo que nos ayudarían, como tarifas, estamos teniendo muchos gastos con el teatro cerrado, se nos está haciendo muy difícil, contamos con la colaboración de ‘Amigos utópicos’ que realizan aportes y la cuota de pertenencia que pagamos, eso ayuda un poco”, cuenta Gonzalo Domínguez.
El Épico de Floresta planea realizar una gorra virtual para la presentación de una serie de monólogos sobre la nueva obra en la que están trabajando: Épicas: historias sobre mujeres. En 2016 fueron desalojados del Corralón de Floresta –espacio autogestivo en el que se congregaban varias agrupaciones artísticas y una huerta– y allí tenían una sala de teatro y un depósito que construyeron gracias al esfuerzo de les vecines. El Gobierno de la Ciudad se comprometió a devolvérselos pero hasta el momento no lo hizo y en estos últimos años ensayaron al aire libre. Ahora el objetivo inmediato es acompañar a les vecines, contenerles y propiciar el entretenimiento. “Almamate es esa cita semanal en un espacio amistoso, en el que soy alguien en la mirada de los otros, y me reconozco, y los reconozco, con cuerpo, con rostro” dicen les integrantes de este grupo de teatro comunitario del barrio de Flores. “Hemos armado también un espacio virtual propio, bautizado ‘La Palmera Pandemonio’, abierto las 24 horas, los siete días de la semana, donde todes vamos enviando los trabajos que los equipos de artística nos proponen, porque consideramos fundamental sostener las actividades tanto de la Orquesta como del Teatro”. Si bien se venían juntando los sábados en la Plaza de los Periodistas, en Nazca y Neuquén, también alquilan una casa donde guardan instrumentos, vestuarios y materiales. Con 18 años de militancia teatral, aspiran a tener un espacio propio.
Lo que la peste nos dejó
Los Okupas del Andén, de La Plata, cuentan que “la primera reunión virtual que tuvimos, terminó con lágrimas de agradecimiento por lo que entre todes habíamos logrado: romper el aislamiento”. En cuanto a las necesidades económicas del grupo, afirman: “Nosotros compartimos un espacio de la vieja estación provincial, y ayudamos con los gastos de limpieza y mantenimiento. No pagamos alquiler, al no ir, porque la estación está cerrada entonces no tenemos ese costo, pero si tenemos en cuenta que nuestros coordinadores perciben una suma como pago de rol, que obviamente no están percibiendo, a pesar de que están coordinando y dirigiendo las clases virtuales; por otra parte la comisión de gestión está solicitando subsidios para esta emergencia económica”.
En el barrio de Parque Patricios un grupo de vecines moldearon una obra de teatro indagando en el pasado del barrio y, sin saberlo, se anticiparon a lo que se venía. El colectivo Pompapetriyasos estrenó en 2012 la primera versión de la obra Lo que la peste nos dejó. Comenzaron preguntándose por qué el Sur tiene el estigma de “feo, sucio y malo” y se apoyaron en el concepto de que “algo apesta”. Cuando iban a estrenar, empezaron las obras del subterráneo y se cerró el parque por lo que tuvieron que mudar el estreno al Parque Ameghino y descubrieron que ese lugar había oficiado como cementerio durante la epidemia de fiebre amarilla en 1871. La cárcel de la dictadura, el hospital de aislamiento más importante de Sudamérica (el Muñiz), el cementerio, un matadero, el ‘barrio de la quema’. “Empezamos a preguntarnos por qué y llegamos a la conclusión de que el acontecimiento de la fiebre amarilla había sido el mito fundante de este lugar temeroso, de este lugar del miedo, oscuro y que eso había definido la identidad de nuestro territorio y eso nos definía como habitantes del lugar donde vivimos”, afirma Agustina Ruiz Barrea, directora de los Pompapetriyasos.
“Descubrimos que estaba bueno pensar: ¿qué es lo que la peste nos dejó?. Y eso tiene que ver con la pregunta: ¿qué es lo que esta pandemia nos dejará? En el desarrollo de nuestro espectáculo descubrimos que lo que la peste nos había dejado era un fantasma, que habita entre nosotros. En ese fantasma, el otro es un potencial generador de la peste. Tiene todo que ver con lo que está pasando ahora, nosotros no podemos creer la relación y cantidad de similitudes que hay en nuestro espectáculo con esta realidad que se está manifestando. Ahí nuevamente ponemos en relación esta línea finita entre la realidad y la ficción”.
¿Dónde buscamos certezas en esta época de contradicción y desconcierto?
El teatro tiene memoria.
Esa memoria es el suelo fértil donde brota la creación.
Cuando la realidad nos enferma de miedo, el arte nos abre los ojos.
Y cura.
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