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Plantadas: Valeria Salech (Mamá Cultiva), Rosalía Pellegrini (UTT) y el cannabis medicinal

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Desde antes de la reciente media sanción de la ley que permitirá cultivar cannabis con fines medicinales, algo ya se estaba gestando. La asociación Mamá Cultiva –integrada por madres que descubrieron cómo cuidar y sanar a sus hijos con plantas y recetas propias, ante el vacío de la medicina tradicional– se reunió con la Unión de Trabajadores de la Tierra. Preparan una alianza que proyecta construir poder, salud, agroecología feminismo y justicia. Mujeres que hablan sobre cómo cambiar el futuro. Por Sergio Ciancaglini.

¿Viste que dicen que las mujeres hablamos mucho? ¡Obvio! Así es como nosotras construimos. ¿O ustedes qué se piensan que estuvimos haciendo todo este tiempo?” dice Valeria Salech y ríe con Rosalía Pellegrini. 

“Todo este tiempo” son los últimos meses más allá o más acá de la viralización pandémica.  

¿Qué mujeres han estado hablando? Las que integran Mamá Cultiva y la UTT (que oficialmente ya se llama Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra).   

¿De qué han estado hablando? De la gestación, intercambio y preparativos para crear un futuro: el cultivo, por fin legal y agroecológico, de cannabis medicinal. Valeria: “Aunque solo tengamos media sanción de la ley (desde el 15 de julio pasado), el triunfo es que estemos nosotras aquí, haciendo esto”. 

“Haciendo esto” significa el encuentro, la charla y las fotos como fruto de esta novedad que vienen horneando juntas para concretar apenas la ley tenga la media sanción que le falta en Diputados, y muchas vidas pasen definitivamente de ser “pacientes” a ser “hacientes”. De pasivas a activas. De ilegales a legales. De obedientes a un sistema médico muchas veces ineficaz, a desobedientes que buscan autonomía sanitaria y un alivio para miles de personas que sufren enfermedades trágicas: cáncer (todas las edades), trastornos del espectro autista, 15 tipos de epilepsia, depresión, síndromes de todo tipo, bipolaridad, ataques de pánico, de ansiedad, crisis psicóticas, neuropatías, tumores, y los ataques del tiempo en forma de dolores articulares, insomnios, neuralgia del trigémino, Parkinson, Alzheimer… Hasta que ocurre algo que Valeria define así: “Las personas recuperan la sonrisa”. Y luego, una mejor salud, una disposición distinta ante la vida. No por magia, sino por las características químicas de la planta en sus distintos preparados y los efectos medicinales en el cuerpo humano. Faltan las presentaciones:  

Valeria fundó en 2016 Mamá Cultiva junto a un grupo de madres de hijas e hijos con diversas formas de autismo, epilepsia (ambas en el caso de su hijo Emiliano, hoy de 14 años), parálisis cerebral, entre otras, a quienes la medicina institucional brindaba muchos diagnósticos y pocas opciones. Las madres tenían una marca en la mirada: la de ver el infierno de la enfermedad de sus hijos. Y tenían algo que no ranquea como enfermedad: la desesperación, pero la convirtieron no en tema individual sino grupal, colectivo. Hablando mucho. “Vi por primera vez a una mamá en Facebook mostrando a su hijo con convulsiones, que se cortaban con el cannabis medicinal, y me puse a investigar a fondo” cuenta Valeria, que terminó impulsando Mamá Cultiva como una organización “autogestiva, con perspectiva de género y diversidad”, en busca de un marco legal para el cultivo de cannabis y abrir espacios de formación, construcción ciudadana y comunitaria que difundan los beneficios de esta terapia para la calidad de vida. 

Rosalía es una de las fundadoras de la UTT, el gremio campesino más grande del país que nació en 2011 de otra desesperación: la de familias productoras básicamente de frutas y verduras, marginalizadas social y económicamente, y sin acceso a la tierra. La búsqueda de mejores condiciones permitió en 2014 descubrir la agroecología como sistema de producción sano, justo, con más ingresos a partir de la distribución y comercialización de esos alimentos. De la única familia que hizo la experiencia agroecológica en 2014 pasaron a más de 500 actualmente (845 hectáreas), con muchas en transición. La mayor parte de sus integrantes sigue en el modelo convencional, con agrotóxicos, aunque muchos ya están en transición. Tienen 9 almacenes agroecológicos entre Capital y conurbano, se están expandiendo a zonas como Patagonia y Mendoza, 380 puntos de venta en todo el país y su mercado mayorista en Avellaneda mueve unas 625 toneladas mensuales de alimentos para abastecer la venta directa al público o de bolsones a través de nodos barriales, todo impulsado por la creciente demanda de quienes quieren comer sano, accesible y con otras lógicas de producción.  

La conversación entre estas dos mujeres, a la que tuve el privilegio de asistir, tal vez forma parte de un uso medicinal del periodismo. 

Andá a otro médico 

Valeria: La ley permitirá regular la producción de cannabis a nivel nacional. Ya se le había dado a la planta el lugar que le corresponde, entre las medicinales, con la Ley 27350 que la sacó de la estigmatización y demonización. Pero sabiendo que la planta es una herramienta terapéutica, hoy no tenés cómo obtenerla. Medio que el Estado te obliga a la clandestinidad, te dice que sirve para la salud pero que no se produce. Entonces hay que importarla, que implica un trámite tremendo y costoso. Faltaba este marco para poder producir legalmente no solo para el mercado interno, sino exportar a nivel regional e internacional, y mover la economía. Lo primero que nos interesa es que se legalice lo que hacemos, porque ya somos productoras clandestinas. Como Mamá Cultiva, muchas organizaciones producen cannabis para uso terapéutico con derivados de muy buena calidad, pero no lo podemos decir, porque hoy por hoy es una tarea de cuidado no legal y ninguneada. Entonces es cuestión de poner en valor lo que hacemos.    

Rosalía: Para nosotras, además, es recuperar un montón de saberes que no salían a la luz por miedo, por vergüenza. El sistema nos llevó a desconocer cómo sanarnos con este vínculo con la naturaleza por dos lados: la alimentación, y todo el universo de plantas medicinales que pueden mejorar la calidad de vida. Hubo una enajenación: el sistema agroalimentario fue tapando todo. Pero ahora empezamos a revincularnos, a comprender el valor de esos conocimientos, y a ver que ese conocimiento también permite generar fuentes de trabajo. 

V: Vivís creyendo que el saber está en otro lugar, en el ámbito académico, en las supuestas eminencias científicas. Pero al reconocer esos saberes de los que habla Rosalía y valorarlos, se produce una ruptura que te hace pensar desde otro lugar, juntarnos, hacer comunidad. 

¿Por qué decías que estar aquí es un triunfo? 

V: A mí me echaron del consultorio de un neurólogo por hablar de cannabis. “Andá a otro médico”, me dijo. De eso, paso hoy a estar sacándome fotos con Rosalía, pensando en una producción conjunta de cannabis para la salud. Fue duro, pero fue muy agradable transitar este tiempo, porque nos hermanó con lo que creíamos que eran nuestras debilidades, que pasaron a ser fortalezas: ser mujeres, producir clandestinamente, tener miedo, poner en riesgo nuestra libertad, nuestras familias. Todo eso terminó siendo algo que al país le va a hacer bien. En términos agroecológicos, además, todo nace aquí, y en las mujeres, en decir: lo vamos a hacer igual, aunque vos seas médico, cis, hegemónico, patriarcal, y me digas que no lo puedo hacer. Nos rebelamos frente a eso y ahora festejamos que podemos producir con otras mujeres. 

Sostiene Valeria que se trata de una historia de amor, con mucho de heroísmo. No exagera. No se trata de un heroísmo pomposo o mediático, sino de una forma de ser cotidiana: “También hubo que romper internamente. Salir de un sistema de cuidados que nos explota, como madres, como cuidadoras. Porque es algo que hacés por amor, pero convierte en invisible a la mujer, que deja su vida de lado para cuidar a otra persona, y no se le da ningún valor. En cambio al cultivar, al producir, hacés algo concreto, que sirve para ayudar pero te transforma a vos. Te empezás a sentir potente. La relación con las plantas es maravillosa. Cambia el rol sumiso, por ese poder de producción. Y ser productora genera una autoestima que rompe todo. Cuando saliste de esa caja, no hay vuelta atrás”. 

Cree que eso es político, no en el sentido partidista, sino en el de transformación de la realidad: “Cultivar es el hecho político más hermoso de mi vida”. 

Rosalía se queda pensando: “Una vez que hacés el clic, te cambia la vida”. Ese cambio, informan, las convirtió en sujetas políticas: no porque están sujetas, sino por todo lo contrario.   

Plantadas: Valeria Salech (Mamá Cultiva), Rosalía Pellegrini (UTT) y el cannabis medicinal
Valeris Salech y el cannabis: un enfoque distinto para enfermedades psiquiátricas, neurodegenerativas, cáncer y la posibilidad de la producción agroecológica. Foto: Martina Perosa.

Ojo con nosotras

El primer encuentro fue a fines del año pasado en Casa de Abrigo, el refugio para las víctimas de la violencia machista que las mujeres de la UTT construyeron en la zona bonaerense de Lisandro Olmos. Unas 20 mamás cultivadoras, mujeres de ciudad, muchas profesionales, reunidas con otras tantas agricultoras principalmente bolivianas y del norte argentino. Y hablaron mucho.  

R: Nos juntamos con Mamá Cultiva y fue explosión. 

V: A mí me marcó mucho escuchar a esas mujeres que hablaban el mismo idioma. 

R: El conocimiento está abajo, en nosotras. Por eso tenemos una potencialidad impresionante si pensás que querés comer sano, o hacer un tratamiento con una planta que sea sana. Se lo van a querer apropiar las corporaciones con lo de siempre: agrotóxicos, transgénicos o montones de cosas que no tienen nada que ver con lo que estamos planteando. Si no es cannabis agroecológico, realmente no tiene ningún sentido. (Aclaración: sería el absurdo de una planta medicinal contaminada de pesticidas). 

V: En ese encuentro estábamos compartiendo. “Mirá este cultivo”, “llevate esto otro”, “te dejo semillas”. Y, ¿qué estábamos dándonos mutuamente? Plantas. No bitcoins. Y era lo mejor que nos podíamos dar unas a otras. Me di cuenta de que podemos pensar en grande, que no tenemos techo. Es cierto que se van a querer apropiar de la planta, que va a haber megaproyectos y biotecnología. Pero nosotras también vamos a estar ahí. Nos corresponde, es nuestra lucha y nos la ganamos. 

R: La agroecología no es solo sacar un herbicida y poner un bioinsumo. Hay todo un tema político detrás: que haya trabajo digno, igualdad de género. Cuando nos juntamos con Mamá Cultiva dijimos: “Esto es lo que teníamos que hacer, esto es agroecología”. Ellas nos hablaban de algo nuestro, con sentido común y con sabiduría terrenal. Y todo alrededor de una planta muy noble. 

V: ¿Sabés lo que es haber hecho todo este recorrido, rompiendo prejuicios, miedos, recibiendo ataques, indiferencia, y de repente estar sentadas en el pasto con las compañeras de la UTT, charlando sobre las plantas y cómo producirlas? 

El sentido común entre un mundo urbano y un mundo campesino. 

V: Sí, jamás nos hubiésemos encontrado de otro modo. Pertenecemos a mundos diferentes y fue espectacular. Ojo con nosotras. 

R: Hay un lugar hacia el cual ir juntas. Desde el amor, el acceso a la tierra, la agroecología, la soberanía alimentaria que significa cómo alimentarnos, sumado a lo que ustedes plantean del cuidado de la familia, de la salud, del derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, hay toda una lucha que podemos convertir en un proyecto conjunto de producción. Las campesinas con las mujeres que vienen haciendo todos los preparados para construir medicina. Me parece que esto va a volar, que va a ser un éxito. 

V: Tenemos que apuntar a hacer un producto con calidad, responsabilidad y amorosamente, y también a hacer ruido en cuanto al precio de lo que van a ofrecer las multinacionales. Hay que asegurar un piso y regular el mercado con nuestros productos. Que no sea una cuestión económica la que impida los tratamientos. 

R: Que no sea algo elitista. Nosotros producimos alimentos sanos a precios populares. En lo del cannabis, no puede ser que si no tenés plata tu hijo no pueda tener una calidad de vida totalmente diferente. Y de ahí vienen las ganas, porque nosotras somos muy del hacer. Y ellas nos agitaron. “Miren que se viene la producción” nos decían. En la Secretaría de Género de la UTT pensamos los emprendimientos de plantas medicinales como una fuente de trabajo y autonomía económica para mujeres en situación de violencia. Así que dijimos: “¿Por qué no cannabis?”.

V: Nosotras veníamos trabajando con las diputadas Carolina Gaillard y Mara Brawer en cómo ampliar el escenario que teníamos. Y lo que falta es la producción local por sobre la importación. Durante los cuatro años de macrismo solo tuvimos importación. Bueno, aguantamos esos años y acá estamos. 

Ustedes simbolizaron lo que el modelo transgénico llama “resistencias”.

R: (riendo) Cierto, no hay glifosato que nos aguante. También la UTT creció durante esos años, inauguramos almacenes, mayoristas agroecológicos, y sin ninguna ayuda, obvio. 

V: La resistencia parece un combustible que te pone las pilas. Pero no es solo resistir. Ahora estamos desesperadas por construir, ¿entendés?  

R: Claro, armar, hacer, porque creo que todas estamos hablando de lo mismo: el bien común y la vida digna. 

La intuición de lo que pasa

Valeria (vecina de Parque Patricios e hincha inoxidable de Huracán) se emociona al mencionar a su hija Ariadna (18): “Me vas a hacer llorar, ella es mi leitmotiv, mi sostén en todo este tiempo”. Recuerdo una foto de Ariadna con un cartel: “Cultivar para mi hermano no me vuelve delincuente”. Cuenta Valeria: “Emiliano está lo mejor que puede estar dentro de su diagnóstico. La terapia con cannabis tiene que ver con estar más conectado con la vida, no tan dopado. Le mejora la conducta, el humor. La cagada del autismo que los nenes quieren comunicarse y no pueden, y ante la frustración aparece la agresión, sobre todo en varones y en adolescentes. El cannabis es una herramienta súper necesaria para eso, y para mejorarles la calidad de vida”.  

¿Pensaste cuál puede ser el origen de males como el autismo y otras enfermedades que parecen haber crecido exponencialmente en los últimos años? 

V: Pasa también con el cáncer y con tantas otras. Me parece que es una respuesta natural a una sociedad enferma. Lo vemos cuando hablamos con gente de provincias donde hay tanto uso de pesticidas: aparece muchísimo la parálisis cerebral. Nos sorprende ver que cada vez que llega alguien de Entre Ríos suele ser por cáncer o parálisis. Habría que estudiarlo. Lo que te digo es una intuición, que te lleva a pensar que esto tiene mucho que ver con la alimentación y con los químicos que terminamos todos comiendo. Una de las preguntas que hacemos siempre es: “¿Qué comés?”. Porque el cannabis no es un milagro, necesita otros cuidados, y la alimentación es clave para estar mal, o para estar bien. 

R: Creo que esa cuestión está muy instalada. ¿Qué hay detrás de lo que consumimos? Si como un alimento sano, voy a estar saludable. Y esa es la demanda que está creciendo. 

V: A nosotras nos decían “ustedes no saben lo que les dan a sus hijos o a las personas que cuidan”. Es al revés. ¿Cómo no vamos a saber, si nosotras cultivamos la planta? La mayoría de las veces lo que no sabés es qué es lo que estás comiendo. 

¿Pensaron dónde y cómo se cultivará?

R: Tenemos que ver la parte técnica. En la reunión participaron las compañeras Delina y Maritsa del CoTePo (Consultorio Técnico Popular, formado por las mismas familias agricultoras para asesorase y trabajar mutuamente). Estamos en 18 provincias así que la posibilidad de cultivo es muy amplia. 

V: Lo principal es que el conocimiento lo tenemos. 

R: Ellas plantan, nosotras también. La planta nace, crece y da flores. Eso ya está sucediendo, y pudimos compartir lo que hacemos. 

V: No tiene por qué salir mal. Y es muy divertido. 

Me imagino una reunión casi culinaria.   

R: Claro, pasándonos recetas y consejos. 

V: Y al hacerlo, estás construyendo la cultura. Porque las mujeres bolivianas mientras se trenzan el pelo, se van pasando recetas de vida. Así que eso es lo que estamos hablando, y mucho. Después nos ven en la calle y dicen: “Epa, un millón de mujeres”. Sí, estamos haciendo política con los nenes a upa. ¿O cómo se piensan que construimos? Y eso es lo que te rompe la cabeza del feminismo. Lo peor para el patriarcado y lo mejor para nosotras es que encima nuestras hijas nos están acompañando. Veo esas fotos (en las paredes de MU Trinchera Boutique) y podrían ser nuestras hijas:  Mujeres fuertes, alegres, poderosas. Nosotras no existimos, somos parte de un gran colectivo.   

R: Sí, hay algo que llevarse las cosas por delante, de hacer igual. Ese es un poder que nos da una felicidad increíble. 

Valeria, ¿por qué decís que la planta es feminista?

V: Primero, porque existen muchas variedades de cannabis, cada una con propiedades que sirven para diferentes cosas. Entonces no es como otras plantas que tienen un único principio activo que se extrae y con eso hacen una pastillita o un medicamento. Aquí en cada planta hay muchos principios activos que interactúan y forman como si fuera un equipo de fútbol que ingresa a tu organismo y te cambia. No se puede aislar, necesitás a la planta entera. Entonces se sale de la lógica farmacológica de separar componentes, y no es posible estandarizarla. Eso es hermoso, porque entonces no puede haber monocultivo. Es una planta de la diversidad, y en la diversidad está su fortaleza. Por eso lo digo.   

¿Cuántas variedades hay? 

V: Conocemos tres o cuatro variedades de tomate, pero hay muchísimas más, decenas. O de uvas, o mandarinas. En cannabis hay más de mil variedades. Las necesitamos a todas, no sobra ninguna. Son individuos necesarios, como los humanos: no sobra nadie. Pasa en el mundo que aíslan alguno de los principios activos como el CBD (cannabidiol) para hacer cantidad de cosas (caramelos, champú, cerveza, jabón, plásticos) y eso es lo que van a querer hacer aquí, pero nosotras iremos por otro camino. No nos vamos a sesgar a un monocultivo. Vamos a hacer lo que sabemos. 

R: Nos gustó mucho lo accesible del conocimiento que trasmiten desde Mamá Cultiva. Nunca lo plantean como un tema de expertos. Nunca se guardaron algo, sino que multiplican lo que saben. Llevaron semillas y en eso hay un poder, porque quiere decir que el sistema no va a tener control sobre esto. Porque vos lo podés hacer en tu casa. No es una cuestión de élites ni de comercio, sino que circula horizontalmente. 

Guerra perdida, o ganada    

La ley surgió de la calle, de la comunidad, y llegó a lo legislativo. El proyecto dispone la creación de la Agencia Regulatoria de la Industria del Cáñamo y del Cannabis Medicinal (ARICCAME) planteando que en el otorgamiento de las autorizaciones se “tendrá especial consideración hacia aquellas solicitudes orientadas a contribuir al desarrollo de las economías regionales y promover la actividad de cooperativas y de pequeñas y medianas empresas productoras agrícolas atendiendo, asimismo, la inclusión de la perspectiva de género y diversidad y proyección federal en su otorgamiento”. Agrega: “La reglamentación establecerá un programa especial de adecuación destinado a los emprendimientos de las organizaciones de la sociedad civil con fines de bien común que han desarrollado especiales saberes, conocimientos y experiencias acerca de los diversos usos medicinales, terapéuticos y paliativos de la planta de cannabis”. Falta saber la distancia inquietante que pueda existir entre lo escrito y los hechos. 

V: Hay una mirada amorosa en esas palabras. El tema será la reglamentación, eso da un poco de miedo porque sabemos que va a haber intereses de controlar esto. El patriarcado es la fantasía de controlarlo todo. Pero ya perdieron el control. La guerra contra las drogas se perdió, no en manos del consumo problemático, sino en manos de la violencia que genera la propia guerra, como me lo han dicho las Madres del Paco. Ese ambiente de guerra es el verdadero problema. Es medio tonto pensar que podés controlar una sustancia prohibiéndola.  

¿En los campos y quintas cuál es el consumo problemático?

R: El alcohol, de acá a la China. Además, revela otra cosa. Si yo me emborracho no le pego a nadie. Pero, ¿qué pasa que los varones se emborrachan y le pegan un tiro a su pareja? Claramente es el alcohol, no otra sustancia. Y viene del tema del patriarcado, donde pensás que sos el dueño del otro y entonces hacés lo que querés. Nosotros vivimos dramas tremendos. Gente que golpea o mata a su compañera y después se suicida. ¿Sabés qué hacen? En los campos donde siguen usándolos, se toman el veneno que usan en la quinta, el agrotóxico. Saben que con eso se van a morir. 

V: El mismo patriarcado matando varones.   

R: Sí, el mismo sistema productor agroalimentario dominante. La agroecología plantea otra cosa: cuidado, respeto, reciprocidad. La visión de la agricultura dominante es lo que tenemos que evitar que pase con el cannabis. Esa idea de dominación. Decir: vos no sabés nada, la naturaleza y la tierra no saben nada, somos nosotros que tenemos que dominarlas para sacar mercancía. Lo mismo con las mujeres: sos mía, te voy a dominar. Entonces necesitan la violencia. Es la misma perspectiva que con los territorios y los ecosistemas. La agroecología plantea: yo soy naturaleza, vos también, ese bicho también. ¿Cómo hacemos para convivir y dialogar?

V: Bueno, con el cannabis sabemos que pasará algo así, empresas que quieran ir por la autopista. Nosotros iremos por caminos alternativos, que tenemos seguridad de poder construir con las compañeras de la UTT y otras. Seguiremos compartiendo recetas, juntándonos, haciéndonos fuertes, produciendo. Estoy muy orgullosa de lo que hacemos porque todo esto es un movimiento de mujeres que estamos transformando el sentido común. Mi abuela decía: “Lo que te salva es el sentido común”. Y hablando de sentido común, los periodistas siempre me preguntan: “¿Hay en el mundo un modelo a seguir?”. Detesto esa pregunta. 

Mejor no te la hago.    

Es que no, lo que nosotras hacemos aquí es una construcción colectiva al revés, desde abajo hacia arriba, y eso nos garantiza legitimidad y consenso. Un cambio de lógica y de sentido común, que funciona además para muchas luchas. Cuando nos echaron de los consultorios médicos terminamos revolucionándonos contra las eminencias, y al mismo tiempo en la calle, acá en Riobamba, el grito era “mi cuerpo, mi decisión” de miles de mujeres por el tema del aborto. Y dijimos “este es nuestro colectivo”. Esas horas y horas de trabajo de abajo hacia arriba son las que te dan mucho dolor a veces, pero también mucha felicidad, gratificación, autoestima. Me dicen que Uruguay legalizó. Todo bien, lo adoramos a Pepe Mujica, pero fue la decisión de un tipo, una cosa vertical, de arriba hacia abajo. Aquí estamos construyendo nosotras algo digno de ser contado de otro modo. 

R: Y lo estamos haciendo más allá de lo que pretenda cada grupo de interés. Lo relaciono con otra cosa. La primera vez que pensamos los Verdurazos (acciones callejeras de la UTT para acercar alimentos a los barrios en los peores momentos de crisis) decíamos: ¿cómo ganarnos el corazón de la gente? Porque este sistema de dominación ganó los corazones de las mayorías. Entonces hay que ser muy creativos, ver cómo planteamos horizontes de vida para convencer a personas que todo el tiempo están mirando basura, que las bombardean de la tele, de los medios, de internet, de la mierda de consumo. 

V: Es que lo que venden es muy seductor. Todo un aparato de marketing y publicidad que te meten en la cabeza.

R: Nosotras también podemos ser muy seductoras. Lo aprendimos y hay que seguir haciéndolo. La idea es que esto no lo reclamen Mamá Cultiva, la revista MU y la UTT, sino que la sociedad reclame que quiere cannabis agroecológico, comer alimento sano, vivir de otro modo. Eso es lo que estamos logrando con una agenda que se construyó siempre desde abajo. Como en el tema de violencia contra las mujeres, o la legalización del aborto. Así estamos construyendo una transformación que es un cambio de paradigma hacia una nueva sociedad.  Tal vez hay que repensar lo de las autopistas y caminos alternativos: un tomate agroecológico no es un tomate alternativo. 

V: (riéndose) Claro, es el verdadero tomate, pero para que lo veas así tenés que conocerlo, saber el trabajo que hay detrás, probarlo. Parece que el feminismo, la agroecología y hasta el cannabis están de moda. Usemos eso a favor, aunque sepamos que el poder lo tienen otros.

R: Y nosotras tenemos nuestro poder. Hay que llevarnos todo puesto. No nos van a dar permiso. Lo vamos a hacer igual. 

En unos tiempos drogados de machismo, psicopatía, racismo y extractivismo, de manipulaciones de todo tipo, de brecha social crujiente, de desprecio, de enfermedades invencibles, de discriminación, de destrucción sistemática de la naturaleza, de poderes tóxicos; en épocas narcotizadas de indiferencia y de exclusión, ebrias de impotencia y narcisismo, posiblemente convenga cultivar el sentido novedoso de muchas palabras aquí escuchadas:  vida digna, producción, rebeldía, desobediencia, autonomía, resistencia, construcción, diversidad, sentido común, alimentación, potencial, convivencia, diversión, tierra, creación, trabajo, amor, conocimiento. 

Cultivarlas como una cuestión práctica, de vida. Y, si se quiere, de salud pública.

Plantadas: Valeria Salech (Mamá Cultiva), Rosalía Pellegrini (UTT) y el cannabis medicinal

Propuesta asamblearia: el cáñamo versus la megaminería

El ingeniero ambiental Gustavo Alvarez y lo que propone la Asamblea El Retamo, de Nonogasta: el cáñamo (la planta de cannabis sin THC, de uso industrial) para recuperar el ambiente contaminado y desarrollar proyectos cooperativos y comunitarios.

El presidente Alberto Fernández llegó en enero de este año a Chilecito, La Rioja, y dijo: “Acá se fundó la primera sucursal del Banco Nación, porque el Famatina traía la plata que hacía rica a la Argentina, y esa riqueza está acá, en el norte argentino”.

Fernández comenzó su mandato celebrando las leyes en Mendoza y Chubut que derivaron en rechazos históricos en esas provincias, que frenaron proyectos y revirtieron leyes que favorecían la megaminería. En La Rioja durante los últimos 15 años hubo cuatro multinacionales mineras que abandonaron el intento, por la resistencia social a la actividad. Por eso la asamblea El Retamo, de Nonogasta, publicó una carta abierta dirigida a Fernández en la que “lamenta profundamente y repudia las declaraciones del Sr. Presidente de la Nación, donde se refiere a las riquezas guardadas del Famatina, que están como a la espera de su explotación”. 

El texto recuerda que la asamblea presentó al ministro de Agricultura Luis Basterra “un proyecto relacionado con el cultivo e industrialización del cáñamo, una planta con grandes posibilidades de comercialización a nivel nacional e internacional, generadora de fuentes de trabajo, e incentivo al comercio interno en sus variedades de productos derivados del cultivo e industrialización”. Propone: “Este emprendimiento, tranquilamente, podría reemplazar la nefasta explotación megaminera, de comprobada contaminación, además de grandes consumos de agua, y poca generación de puestos de trabajo, sin hablar del saqueo que se produce al no controlar el real tenor de los minerales que se extraen y su cantidad”. Agrega la asamblea que “jamás otorgará licencia social a la explotación de bienes comunes”.  

No se había escuchado hablar de esta opción productiva frente a la megaminería. La planta de cáñamo (o hemp) es una variedad del cannabis sin el principio psicoactivo (THC). Se aplica a decenas de miles de usos que organizaciones como Proyecto Cáñamo Argentina han sintetizado: alimentación saludable (proteínas superiores a la de la carne, Omega 3 y 6, vitaminas, minerales), materias primas (textiles, plásticos, papel, materiales para la construcción). “Podríamos frenar la tala de bosques y tener papel  de fibras de cáñamo” dice Germán Pereira, pensando al cáñamo como bien social. También se puede producir toda clase de cosmética, y biocombustibles, reemplazando al petróleo con un cultivo que se está utilizando incluso en la remediación de suelos y agua contaminados al infinito, como en el caso de Chernobyl.

La historia del cáñamo es milenaria, universal y llega hasta las velas de las carabelas –Colón incluido–, el papel de la primera Biblia impresa por Gutenberg en 1452, el de la Constitución norteamericana de 1776 o los primeros autos fabricados por Henry Ford (los efectos a veces tóxicos de tales emprendimientos no deberían adjudicarse a la planta). Manuel Belgrano alabó al cáñamo como variante productiva criolla en 1797. Hasta el jean original fue hecho en 1873 con fibra de cáñamo por el señor Levy Strauss, retomado hoy por esa empresa en su página web “porque requiere menos agua” y “es una prenda más respetuosa con el medio ambiente”. Su prohibición desde el siglo pasado en Estados Unidos (exportada al mundo) tuvo que ver con la presión de industrias como la petrolera y la farmacéutica, combinada con las autopercibidas “guerras contra las drogas” que suelen implicar negocios tan turbios como los que dicen combatir, pero a gran escala.     

El cáñamo para uso industrial sustenta el proyecto de ley que incluye también al cannabis medicinal, y en muchos sectores se le huele un futuro tan rentable como para tentar a las corporaciones. La asamblea El Retamo, al contrario, explicó en su carta al Presidente: “Debemos cambiar el modo de producción y acumulación que vienen haciendo en el mundo los grandes capitales y multinacionales, solo para beneficiarse unos pocos mientras ponen en peligro al mundo”. Apoya el proyecto de cultivo para remediar los efectos contaminantes “apuntando a la agroecología, un plan donde coincidimos totalmente como un inicio de cambio de modelo de producción, cuidando el medioambiente”. 

El proyecto de Nonogasta nació por la contaminación provocada durante 30 años por la curtiembre Curtume (ex Yoma) empresa brasileña que cerró en pandemia dejando 800 desocupados. La asamblea propone cultivar 40 hectáreas de cáñamo para eliminar contaminantes del suelo como el cromo,  producir para diversas industrias, y que ese modelo erradique las fantasías mineras. La idea cañamera proviene del agrónomo e ingeniero ambiental Gustavo Álvarez, de la asamblea y de la organización H.I.J.O.S: “Memoria, Verdad y Justicia frente al genocidio, es algo que debe aplicarse también al ecocidio”, explicó a MU desde Arequipa, Perú, donde vive actualmente. “El proyecto crea 2.000 fuentes de trabajo con este cultivo que aporta a mitigar los pasivos socioeconómicos (pobreza y desempleo) y los ambientales”. Considera una paradoja el discurso oficial de “desarrollo verde” mientras “se fomenta el extractivismo y la destrucción de la biodiversidad”. La inversión para las 40 hectáreas sería de apenas 60.000 dólares, generando en principio 600 puestos de trabajo “a lo que se suma la posterior industrialización y además la erradicación del basural a cielo abierto y el reciclado de la basura con biodigestores que permitirían elaborar biogas y fertilizantes”. La propuesta global implica apoyo estatal (mínimo) para generar un trabajo que Gustavo considera que debe ser cooperativo y comunitario: “Una cooperativa no va a buscar el lucro sino una rentabilidad para generar fuentes de empleo. Y la asamblea, como siempre, es la que va a pelear para que no siga ocurriendo un ecocidio”. 

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La forma del agua: MU en San Pedro, Ramallo y el Delta del Paraná

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Desde las 16 y con una movilización desde Plaza de Mayo al Congreso de la Nación, finaliza hoy la travesía náutica organizada por la Multisectorial Humedales que partió de Rosario el 11 de agosto y navegó 350 kilómetros por el Río Paraná. Junto a más de 380 organizaciones entregarán un petitorio en el que exigen el urgente tratamiento, la sanción e implementación de la Ley de Humedales, que desde noviembre pasado duerme en la Comisión de Agricultura y Ganadería de la Cámara de Diputados. Si no se vota este año, volverá a perder estado parlamentario como en 2016. Compartimos libremente esta nota, parte de la MU 161, desde San Pedro, Ramallo y la zona de las Islas Lechiguanas, mientras múltiples leyes no se aplican, el proyecto de Ley de Humedales permanece cajoneado, el Paraná sufre la peor bajante desde 1944 y mientras las asambleas organizadas son las únicas que la siguen remando.

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Quimey Ramos. La fuga permanente

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El segundo miércoles de cada mes, madres y padres de mujeres asesinadas se reúnen en Plaza de Mayo para pedir una audiencia con Alberto Fernández. Buscan acercar medidas urgentes y concretas para contener a las víctimas, conseguir justicia y prevenir más femicidios. La mirada de los familiares como la mejor forma para entender cómo desarmar las redes de impunidad en los territorios, que incluyen al Estado. Cómo se teje la organización colectiva de otro verdadero Nunca Más.

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