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Quimey Ramos. La fuga permanente
Es docente, artista, activista y representa a una generación trans que no se conforma con cupos ni DNI. Cómo salir de la centralidad del Estado y la totalización de la vida, con rebeldía, deseo y prácticas cotidianas que tejen otra forma de entendernos. La autogestión, la identidad, la revolución interna y del sistema, las preguntas, los cuerpos, los privilegios, y el fin del conocimiento: una clase magistral con Quimey Ramos. Por Lucas Pedulla.
Hay al menos tres acontecimientos que ocurrieron en sólo 27 días –quizá una eternidad en tiempos donde las conversaciones se adelantan por WhatsApp– que reflejan un magma ardiente que derritió el invierno, y que en cuerpo y palabras de la docente, artista y activista Quimey Ramos adquieren una densidad histórica, de pasado, presente y futuro, zurcido en un tejido cuya trama continúa, puntada a puntada, corriendo cada límite.
- El Senado sancionó el 24 de junio la Ley de Cupo Travesti/Trans, que implica la obligatoriedad por parte del Estado de disponer de un 1% de sus fuentes de trabajo para personas trans. Desde el abrazo, el puño y la celebración, en cantos y recuerdos que unen a las pioneras Lohana Berkins y Diana Sacayán como el pulso inicial de esa conquista histórica, Quimey planteó la urgencia de un organismo indepediente del Estado que permita el monitoreo para que esa letra se transforme en hechos.
- El 28 de junio, en la celebración del Día del Orgulo LGBTIQ+ internacional y fecha consagrada contra los travesticidios a nivel nacional, una ceremonia autoconvocada recordó los transfemicidios y travesticidos, exigió por la aparición de Tehuel, y convocó a construir una política desde el abrazo para una nueva generación de jóvenes. Quimey, desde el camión que ofició de escenario, arengó a no a conformarse y a rebelarse: “Porque de los disturbios venimos”.
- El 21 de julio, el presidente Alberto Fernández –junto al ministro del Interior, Wado de Pedro, y la ministra de las Mujeres, Género y Diversidad, Elizabeth Gómez Alcorta– anunció la puesta en marcha del DNI “no binario”, que incluye un tercer casillero X para englobar a quienes no se identifican con F o M. Al momento de entregarle el DNI a Valentine Machado, le joven se abrió la campera y mostró una remera que decía: “No somos X”. Florián, de la agrupación Todes con DNI, completó la intervención: “Somos travestis, lesbianas, maricas, no binaries también. Mi sentimiento interno no es una X”.
De ese día –de ese mes, de esa Historia– regresesaba Quimey Ramos al momento de esta charla.
Lo que sigue es una puerta de entrada a ese volcán en plena ebullición.
Hacer lo imposible
Quimey tiene 26 años. Hizo pública su conciencia de ser trans en 2017, a los 22, cuando enseñaba inglés en una escuela primaria de La Plata, y esa historia fue contada hasta en la BBC, iniciando un camino que hoy la tiene como una de las voces jóvenes referentes de un movimiento que no para. Trabaja en el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) y es docente de Educación y Género en el segundo año del Bachillerato Popular Travesti-Trans Mocha Celis.
Y piensa, desde la agitación de estos días: “Lo interesante que emerge de fondo es cómo para los estados sigue siendo un dato de interés el control del sexo de las personas. La Ley de Identidad de Género plantea que todes tenemos posibilidad del cambio registral en base a la autodeterminación: vos tenés que haber alcanzado la capacidad de expresarte y que dicha expresión sea considerada por la ley lo suficientemente autónoma para poder salir del binarismo. Entonces el Estado construye una centralidad, que sigue siendo a partir del binomio varón o mujer. Y la identidad X, para resumir y resolver todas aquellas otras identidades, es un resultado heteronormativo porque tiene las mismas características que tiene el concepto de diversidad: esfuma las particularidades. El fundamento del Estado es habilitar una categoría en el pasaporte para poder salir del país, sin duda que queremos viajar, ¿pero qué pasa, por ejemplo, en los controles policiales en los territorios? ¿Qué pasa con el policía que lee esa X, en las fronteras a pié? ¿Para quiénes esta nueva consignación va a ser el acceso a derechos y para quiénes va a ser quedar en exposición ante el mismo Estado?”.
¿Cómo se explica lo que implica ese conflicto?
El paradigma de la sanción de la Ley de Identidad de 2012 fue un salto cualitativo porque el Estado establecía en la ley algo que no existe en la tradición cultural: hay un aspecto del género que es la órbita identitaria, donde la esfera de la identidad está conformada por la autopercepción a partir de la vivencia íntima, y la expresión del género, que es como el campo sobre el que se desata la mayoría de las tensiones en disputas. Esa expresión es lo que genera conflicto: es a partir de que une expresa el corrimiento del género asignado que sos potencialmente violentado, violentada, violentade. Por eso la ley establecía un cambio de paradigma rotundo. La medida del DNI es un avance, pero a priori mantengo mis reservas, porque representa esta imagen de la progresión lineal, de avanzar en la medida de lo posible. Una imagen que me inspiró mucho estos meses fue que la autogestión es hacer lo imposible con lo que hay, y hay una gran diferencia entre esa propuesta y la proyección de hacer lo mínimo posible que propone el Estado. Que el género de las personas vaya a seguir siendo asignado a partir del sexo, construye una narrativa heteronormativa que sostiene que somos una alteridad, y que seguimos existiendo de manera satelital al binomio varón-mujer.
¿Qué aporta allí el pensamiento travesti-trans-no binarie?
Pienso sobre la ideas de marcación y demarcación como formas muy distintas de pensar políticamente. Marlene Wayar lo plasma muy bien cuando dice no sé qué soy, pero sé muy bien lo que no soy: “No soy Videla, no soy Bush”. La acción de demarcarse lo que permite es movimiento. Eso es lo complejo del lugar estático de la identidad frente al Estado, donde para que medianamente sean reconocidas las particularidades de una vivencia hay que aceptar una nueva marcación, que es un nuevo lugar estático desde un sujeto universal que se constituye tácitamente cis heterosexual. Me parece que una cosa es lo que hizo el Estado con la Ley de Identidad al reconocer el movimiento del género a partir del agenciamiento subjetivo, y otra cosa es establecer nuevas marcaciones que van a portar significados más estrictos.
¿Lo que planteás es que esa perspectiva trasciende agendas de reivindicación?
El Estado nos obliga a pensarnos políticamente de manera fragmentaria: una cosa es cuando venís como sindicalista, otra cuando venís con tu reclamo identitario… Luego sucede que quedás limitado en el accionar porque el Estado considera tu agenda política en función de la identidad que te asigna: les trans y travestis debemos encargarnos sólo de la agenda trans y travesti. En la lógica del Estado, hoy le toca a esta minoría, y las demás esperan. A veces lo identitario hace foco sobre las opresiones de forma muy particularizada sin poder pensar cuál es el código común que tenemos. Hay maneras de poner en jaque todo, pero se construyen parches para cada quien y después nos sacamos los ojos perpetuando una fragmentación política que no nos es útil. Ante esto la propuesta es invertir la lógica de cómo una perspectiva trans y travesti cuestiona los derechos tradicionales: no necesitamos más bachilleratos populares trans, necesitamos poder estar en todas las escuelas.
Otro ejemplo de esa perspectiva es el mercado laboral: luego de la sanción de la Ley de Cupo, propusiste la implementación de un organismo independiente del Estado para monitorear la aplicación de la norma, poniendo en tensión a qué tipo de trabajos iban a ser destinadas las personas travesti-trans.
Y a costa de qué cuerpos. Si el costo de la flexibilidad laboral, de las tercerizaciones, de lo contratos basura, es pagarlo nosotres a costa de ser incluides en trabajos degradados, es algo que no podemos sostener. Hay compañeras que te dicen: “Para qué voy a trabajar de promotora, si en una semana en la calle gano lo mismo que acá en tres. Me cago de frío igual, me agarro neumonía igual, pero me pagan menos”. Me parece que proponer un movimiento para las personas tiene que ser a conciencia de todo lo que implica. Es proponer algo que en teoría facilita tu proyección de vida a mediano y largo plazo, donde puedas ver que existen otros deseos posibles que por ahí no estabas ni pudiendo ponerte a masticar porque el trabajo sexual o tu situación de prostitución implicaba una totalización de todos los aspectos de tu vida. El Estado tiene que contemplar eso. No lo va a hacer. El futuro ya llegó, está atrás, y las condiciones expulsivas son las mismas. Por eso, nos tenemos que organizar.
Lohana, la calle y la papa
Hablabas de agenciamientos subjetivos. ¿Qué agenciamientos reconocés que hubo y hay en tu formación política identitaria?
Una escena es cuando se me presentó lo travesti como una posibilidad: ese momento es un cambio de paradigma. Ese agenciamiento tuvo que ver con un agenciamiento colectivo, porque fue escuchar a otras que se manifestaban y expresaban coordenadas cartográficas de reconocimiento e identificación, como balsas en un mar cisheteronormado donde no hacés pié. A mis 17 años militaba activamente en el Centro de Estudiantes del Normal 3 en La Plata, en una coordinadora intercolegial que habíamos armado, y escucho por primera vez a Lohana. Era 2012, acababa de salir la Ley de Identidad. Y ese punto de referencia es como una plataforma en el mar en medio del naufragio, son lugares para hacer pie y no hundirse en la asfixia heteronormativa. Y tuve interés de entender más. No entendía, pero sí sentía una empatía muy grande desde la ajenidad heteronormada. Y digo heteronormada porque yo ya entendía que no era heterosexual. También, sin dudas, hubo un agenciamiento político importante que tuvo que ver, entre otras cosas, con que vengo de una familia donde hay desaparecides, y desde chiquita empecé a construir una dimensión política macro a partir de ahí. Tengo tío-abuelo y tía-abuela desaparecides y varies exiliades, y uno de los hermanos de mi abuela está casado con Soledad De La Cuadra, hija de Licha, fundadora de Abuelas. Si bien es parentesco político, me crié yendo a jugar a esa casa. Es parte de la historia familiar.
Hay una conexión clara entre identidad y derechos humanos.
Es desde ahí. A su vez, junto con mi mamá también somos sobrevivientes de violencia: mi papá biológico es un golpeador. Luego, cuando tengo 6 ó 7 años, mi mamá se junta con mi papá de crianza, un militante de izquierda de décadas. Hubo muchos componentes que me hicieron pensar en el género como un campo en disputa que me atravesaba absolutamente. En un primer momento de mi adolescencia, dentro de mi agenciamiento identitario, en mi casa usaban como insulto ser maricón. Yo me paré ante mi vieja y le dije: “Vos no vas a volver a llamarme así”. Rechazaba ese significado hasta que llegan las maricas a mi vida, reivindicadas como tales. A mis 18 tuve la oportunidad de cruzarme con personas que politizaban su identidad al punto de decir: “Las maricas no somos hombres”. Pero, ¿cómo?, yo te veo y encuadrás en un cuerpo masculino: “No soy hombre y por eso no soy hombre”. Puf. Lo que fui percibiendo es que la identificación con el amplio espectro de habitar lo femenino tenía que ver con una identificación política de decir: “No soy todo esto, no soy las masculinidades de mi familia, mi lealtad política está en estas otras contrucciones”. A partir de ahí surgen muchas preguntas y posteriores movimientos propios, al punto de pensar qué cosas de la masculinidad son privilegios preservados para ciertos cuerpos y por qué no los tomamos por asalto. Porque, efectivamente, en cuanto empecé a ser leída como una identidad no varón en la calle, empecé a sentir el trato que los no varones tienen en la calle. Y fue tan violento que también entendí que hay cosas del género sobre las que una elige en función del deseo, pero también otras en función del contexto.
¿Cómo es eso?
¿Me genera deseo ser súper femenina en la calle a costa de que todos los tipos te digan lo que se les cante el orto? Esa cuestión de la performatividad es algo que se puede hackear y está bien hackearla si una sabe para qué lo está haciendo. La perfomatividad todo el tiempo tiene que ver para mí con una cuestión, sobre todo, de supervivencia. Las formas en que yo expreso visiblemente las coordenadas del género tiene que ver con sobrevivir, esa es mi parte conservadora, pero también estratégica. Hoy viniendo a casa casi me peleo con un ciclista, que por poco me pisa: él tenía ganas de pegarle a alguien, y cuando se bajó de la bici y no me leyó como tipo no se pudo sacar las ganas. Entonces, ¿cómo construimos nuestros lazos? Porque la manera en que somos capaces de imaginar nuestros vínculos tiene que ver con un reconocimiento más importante: las violencias vienen y se dirigen a lugares claros. Mi vieja era muy violenta con un montón de cosas, pero a su vez ella estaba en un contexto de violencia, y esa es la diferencia entre ejercer una agresión o violentar: el poder. El reconocimiento del contexto político y de la opresión define la violencia, porque, si no, todo es muy relativo, y todo termina siendo violencia.
¿Cómo se abordan esos contextos donde emerge lo micro y lo macro?
En la última escuela donde trabajé es donde el hecho de que soy trans se hizo público. Fue en 2017 y tenía 22 años. Y me pasó que, al principio, mi cabeza no soportaba no encontrar un lugar definido. Era un lugar sufriente, de desidentificación, y el vacío era insoportable. Entre otras cosas, caí en un psicólogo. Le dije que la forma que tenía de interpretarlo que estaba viviendo era con cierta intermitencia: de repente primero me pude animar a poner ropa que consideraba más femenina, un día me sentía bien, después sentía angustia, y no lograba identificar de dónde venía. Con el tiempo fui identificando: me voy a quedar sin familia, sin laburo, sin casa, porque todo eso lo veía en la comunidad, tenía esa noción del sufrimiento muy marcada. Pero una vez fui a terapia, hacía como una semana que me sentía bien, y le dije: “No sé qué me pasa, no sé qué soy, pero me siento joya”. La sesión duró 20 miutos, el lacaniano abrió la puerta y dijo: “Parece que los sentimientos confunden”. Eso significaba: “Ok, no importa un carajo que me sienta bien, simplemente estoy confundida y no sé por qué”. Y ahí empieza una búsqueda de una razón en concreto que sea fundamento de la identidad, y eso es lo más dañino y heteronormativo que hay: alguna razón tendría que haber en tu historia que determina que no seas lo esperable, varón o mujer. Y esa idea de encontrar un factor que haga que nuestras identidades sean tal y no lo esperable es querer corroborar que somos una desviación. En el pensar de esa manera, entonces, no cabe otra posibilidad que negativizar, desplegar toda una batería de hipótesis sobre un episodio negativo que tiene la culpa de desarrollar una identidad fuera de la norma. Pero ahí vuelve Lohana. Ella contaba que una psicóloga estaba dele que dele preguntarle por qué hay tantas travestis en Salta, y ella contestó, tomándole el pelo, que el problema es que las empanadas salteñas llevan papa. Era la forma de fugar a la explicación de una base tan normada.
¿La fuga es una forma de volar el vacío?
Todavía siento que sigo sobreponiéndome a miedos que aparecen, y me parece que ahí está esta discusión, dada ya de forma mainstream: todo bien con el amor propio y que yo me lo pregone, pero cuando todo el mundo te devuelve mierda, en primer lugar, es difícil desarrollarlo y lo importante es no culparme. Tiene que ver con que no dejo de tener los pies sobre la tierra en el tiempo en el que estoy. Por eso, para mí, tampoco existe nadie que no se encuentre en tensión por el binarismo, no existe un lugar seguro ni una fuga concretada. La fuga es permanente. Así como la revolución es permanente, la fuga también lo es. Por más que une diga “soy no binarie”, la tensión está marcada por esos polos, porque son el centro de tensión, y une permanentemente construye resistencias ante esos polos. Creo que el tiempo te va pemitiendo reafirmar que existís, perderte en las preguntas que te vas haciendo, reencontrarte, y repreguntarte. Mientras siga viva, existo. Y resignifico: La Plata significa todavía un debate muy guardado en la carne de cómo una y otra vez caemos en tratar de definir qué es ser travesti, qué es ser torta. Se vuelve a armar una nueva patria, un chauvinismo identitario porque generan exaltaciones en las que muches no queremos entrar: “Ser travesti es que te guste la gira”, “Si no hacés trabajo sexual, no sos travesti”, “Si tenés trabajo, no sos”. Y es durísmo porque es la existencia travesti ligada otra vez a ese destino social totalizante. Lo terrible no es la práctica, sino la totalización de la vida.
¿Los horizontes que el movimiento viene tejiendo hace años, y que en este mes se expresaron de una forma clara, implican fugas o quiebres a esa totalización?
La casa del amo no se desarma con las herramientas del amo. Hay que ver hasta dónde constrimos poder desde el Estado actual, porque hay un momento que te chupa y terminás absolutamente despotenciado. Ese horizonte se va tejiendo, pero a su vez nos encontramos como en Matrix, cuando la Pitonisa le dice: “Mirá, Neo, que antes que vos hubo un montón de Neos. Pero esta vez se define en serio. Esta vez, según lo que pase esta noche, habrá o no mundo mañana”. Y eso está pasando, porque el estallido de estas formas de producción capitalista nos está por dejar sin mundo sobre el que construir narrativas. Estamos en una situación donde se agota el margen para tejer horizontes: no se puede seguir reciclando o que ya ha quedado a la vista de todes como un fracaso, donde encima ese fracaso se fragmenta y deposita en culpas que tenemos que cargar nosotres. Pareciera que nuestra existencia es meramente discursiva, que no hay sustrato material, pero la verdad es que sí: tenemos un cuerpo y ese cuerpo es la encarnación de una demostración tajante.
¿De qué?
De que todo ese conocimiento ya ha caído.
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