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Cámara sorpresa. Lito Costilla: violencia policial e intento de encubrimiento

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La policía quiso hacer pasar la muerte de Lito Costilla como un accidente, pero su hermana Daiana (24 años) pidió ver las cámaras de seguridad y confirmó, gracias a los vecinos, que lo perseguían integrantes de la Bonaerense. La autopsia reveló que fue golpeado y la escena del crimen, acomodada. Un año después la causa no avanza, pero la familia sigue buscando la verdad. Por Lucas Pedulla.

Cámara sorpresa. Lito Costilla: violencia policial e intento de encubrimiento
Foto: Lina Etchesuri

Un aniversario y una celebración: para Lito Costilla, el 7 de octubre de 2020 no era una fecha más. Se cumplían 12 años de su relación con Sofía y aprovechó su día franco para festejarlo como solían hacer en el departamento en el que vivían en Tolosa, municipio de La Plata, justito detrás de la casa de su madre: brindis, amigos, su hermana y sus cinco hijos, en un descanso necesario entre los doble turnos que hacía en la parrilla donde trabajaba como delivery. 

Cuando terminaron de cenar, y como el auto de su papá estaba roto, Lito se subió a la moto para llevar a uno de sus amigos a su casa. Al llegar, hicieron una videollamada grupal de WhatsApp para avisar que habían llegado bien, y le dijo a su hermana Daiana que pegaba la vuelta para casa, ubicada en las calles 524 y 115. “No pasaron más de 10 minutos de las 11:30 de la noche cuando me llega un mensaje de una vecina por Facebook diciendo que Lito se había accidentado”, recuerda Daiana. “‘Se confirmó lo peor’, me dice. ‘Lito perdió la vida’”, recuerda las palabras exactas.  

Daiana llamó a su cuñada. “Sofi, ¿Lito llegó a casa?”, consultó. Le dijo que no. Le preguntó entonces a la vecina dónde había sido el accidente: 524 y 121. No lo podía creer: “A cuatro cuadras de mi casa”.  Allá fue. 

Al llegar, lo primero que vio Daiana fue el cuerpo de su hermano sobre el asfalto: la mitad sobre la vereda, la moto a unos siete metros. “Lo primero que me dicen los policías es que venía a alta velocidad y perdió la vida. Que un transeúnte les dio aviso. Pero nosotros veíamos esa callecita oscura en la que murió y pensábamos que no podía ser: era delivery, conocía las calles del barrio como la palma de su mano. Mi hermano solo no se había matado; algo más había, tal vez le habían querido robar, pero algo más había”.  

Fue entonces cuando una vecina se acercó a su mamá y le dijo, por lo bajo: “Señora, fíjese: a su hijo lo venían siguiendo estos policías en moto”. 

La reconstrucción 

Fueron a hacer la denuncia a la Comisaría 6° y dejaron constancia de que la policía había tenido intervención en el supuesto accidente. Esa noche Daiana no durmió: “Me quedé esperando a que abriera la estación de servicio de la zona, por las cámaras de seguridad, pero no quisieron darme las grabaciones: ‘No, chiquita, acá si alguien vio algo o sabe algo no te van a decir nada porque le tenemos miedo a la policía’, me dijeron. Pensé: estoy perdida por completo”. 

Pero Daiana siguió. Se encontró con una kiosquera cuyo local también tiene cámaras: “Sí, mamita, fíjate vos las grabaciones porque yo no las sé manejar”, le dijo. Qué vio: “Ahí se ve clarito cuando pasan las dos motos de policía después de que pasara Lito. Y que cortan una cuadra antes para emboscarlo. Desde ahí dije: acá hay algo más. ¿Desde dónde venían? Y así fui atando cabos”.  

Otro dato, aportado por un ferretero del barrio: “No vi que pasó tu hermano, solo vi una moto, pero lo único que me llamó la atención es que varios minutos después llegó una sola moto de policía en sentido contrario hasta la puerta del comercio, se quedó parada, y volvió marcha atrás”. 

Los videos muestran dos motos: en una viajaba Damián Aquino, y en la otra, Mauricio Medina y Sergio Martínez. “Otra cámara que está sobre la rotonda de la calle 120 capta el momento en que los tres efectivos cruzan la autopista a contramano. Pensamos que salían de ahí, pero no: con las cámaras del municipio se determinó que lo venían siguiendo desde diagonal 80”.  

Todo lo reconstruyó Daiana. 

Tiene 24 años.  

Y afirma “Lo que hicieron fue consciente: lo persiguieron durante más de 20 cuadras”.  

La mentira 

Daiana aclara que, según su reconstrucción de los hechos, no parece haberse tratado de una persecución porque los efectivos no venían a alta velocidad. “Si querían, podían haberlo detenido tranquilamente. Jamás lo modularon, no le dieron alerta lumínica o sonora, y una vez que Lito llega a la 525 se le pusieron a la par e hicieron que él doblara por inercia y se metiera en una calle oscura, donde no hay cámaras. Ahí es donde mi hermano aparece muerto”.  

Las sospechas seguían: “Una vecina, cuando escucha el impacto, llama a la policía para avisar que había una persona sin vida. Ni siquiera llega a darle al 911 la dirección que ya estaban las motos en el lugar. La señora agradece, pero le contestan: ‘¿Cómo puede ser si nosotros no te mandamos a nadie?’”. 

Daiana enumera los pruebas: 

“Los policías se pasaron de jurisdicción”. 

“La pericia accidentológica determinó que Lito no venía a más de 20 ó 25 kilómetros por hora”. 

“Tanto el perito oficial como el de parte dijeron que hubo una fuerza externa que hizo que Lito se separara de su moto”. 

“La posición final del cuerpo no coincide con la posición final de la moto: Lito tiene las costillas derechas fracturadas, siendo que cayó del lado izquierdo”. 

“Tiene todos los huesos del cráneo fracturados, tabique fracturado, pómulo, dedo meñique”. 

“Hay sangre en la moto, o sea que fue golpeado antes de separarse de ella”. 

Y contrasta con la versión que se intentó instalar: “El primer perito que estaba ahí nos decía que venía a alta velocidad, que pisó un bache, chocó contra un poste y perdió la vida en el acto. No hubo bache, no chocó contra ningún poste: a mi hermano me lo mataron, a golpes, sin motivo alguno. Venía solo, con su moto. No portaba un arma, no era un delincuente. Y si lo hubiese sido, tendrían que haber modulado, decir que sabían quién era el que perdió la vida. Pero ellos mintieron. Y mintieron desde un primer momento”. 

Construir la justicia 

Lito tenía 28, era el más grande de cuatro hermanos. “Trabajaba día y noche”, recuerda Daiana. “Mi papá le decía que se buscara otro trabajo, pero él amaba la parrilla. Le encantaba repartir: nadie lo verdugueaba y se llevaba bien con todos. Era muy querido. Le gustaba cenar en familia y se la pasaba lavando el auto. Siempre era de llegar del trabajo con un chocolate para cada uno de sus cinco hijos. La escena era él en la cama, mirando una peli o serie, con la bolsa de golosinas. Ahora todos están con tratamiento psicológico. No era un chico violento, no te faltaba el respeto. Jamás voy a entender por qué le hicieron esto. Pero es como que te sacan una venda de los ojos: esto pasa. Y quedó demostrado ahora con Lucas González, en Barracas”. 

A un año de la muerte de Lito, la causa tramita como “homicidio doloso” en la UFI 16, a cargo del fiscal Juan Cruz Condomí Alcorta, y la intervención de la jueza de Garantías Marcela Garmendia. “Nos dicen que la causa está de nuevo en cero porque todo lo que habían periciado lo tienen que ampliar para comprobar que hubo un dolo. Estos tres efectivos no están imputados, jamás fueron llamados a indagatoria: lo único que hicieron fue atajarse y realizar tres pedidos de eximición de prisión. Desde Asuntos Internos tomaron medidas expulsivas, pero falta la firma del auditor para echarlos definitivamente. O sea, una firma. La espera de una firma, que para ellos es simplemente una firma, para nosotros es un año: cada día se nos mata en vida”.  

Daiana cuenta cada detalle del caso sentada en un cordón frente al Senado bonaerense, en La Plata. Es el día en el que el Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados de la Provincia de Buenos Aires suspenderá por unanimidad a los jueces que absolvieron a los acusados del femicidio de Lucía Pérez en 2016, abriendo el camino del jury para sus posibles destituciones. Daiana, junto a mamá Gisel y tía Gabriela, se acercaron a acompañar, como tantos otros familiares, en reclamo de lo mismo: justicia.

Y dice, desde el cuerpo: “Es desgastante, pero lo único que tengo para decir es que la voy a pelear siempre por mi hermano. Desde un primer momento dije que no se me mató solo, que me lo mataron, y es así. Fuimos siempre con la verdad, y cuando una persona le quita la vida a otra no tienen que hacer esperar un año a una familia, o cinco años, como a la mamá de Lucía. Se tienen que hacer las cosas en un tiempo justo. Porque, si no, no es justicia”. 

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Orgullo

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Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.

Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.

Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.

Eso es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.

Y no es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

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(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los  libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?

El podcast completo:

Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después

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Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.

Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla

Fotos Juan Valeiro

El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.

Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.

Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.

Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.

La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”. 

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:

  1. “Que no te vendan gato por león”.
  2. “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”. 

Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:

Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.

Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.  

Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

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Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.

Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

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Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.

Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.

La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

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Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.

Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.

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