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La pequeña gigante

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“El gobierno tiene que escuchar la crítica sana. No creerse que siempre hay mala leche detrás de las protestas”, dice Nora Cortiñas. Una posición que ha generado debates en su propia organización, Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Sus ideas sobre los organismos, los partidismos, la autonomía y otras altas costuras.

La pequeña giganteEs una mujer extremadamente coqueta. No le importa comentar que en marzo cumplió 78 años, pero asegura que jamás revelará cuánto mide: “Eso no se lo digo ni a mis nietos, y mirá que los nietos son importantes”.
Por lo tanto hay que imaginar a una mujer menuda y como una tromba, que con su pañuelo blanco siempre en la cartera parece poder estar en infinitos lugares al mismo tiempo. Cuenta que viajó a La Pampa a los actos contra un ex intendente y marido golpeador (que por puro realismo mágico criollo se llama Tierno) mientras prepara café en su casa de Castelar, e invita con alfajores que trajo de Tucumán, donde presenció la condena contra dos íconos de la dictadura militar: los generales Domingo Bussi y Luciano Benjamín Menéndez. “Los tenía a metro y medio. Me provocaron repugnancia. Se les nota la bajeza humana, o inhumana, y la basura que son. Bueno, ya los había visto a Videla y a Massera en el juicio a los ex comandantes. Éstos se hacen pasar por viejitos que están mal. Mentira. Siguen siendo malos hasta para tratar de conmover a alguien, salvo a algún grupito de fascistas. Es importante verlos en el banquillo de los acusados”.
Los alfajores son antológicos, y Nora los acerca con el café hasta una mesa llena de papeles y documentos en esa casa habitada por muñecos cubanos, bolivianos, paraguayos, colombianos, africanos, venezolanos (y argentinos), y por las fotos de su hijo Carlos Gustavo Cortiñas. La que más la conmueve es una donde se lo ve con chicos de una villa. Mira los ojos de su hijo, que miran a los chicos. “Tiene un gesto que me parece dolorido y comprometido con lo que está viendo. Pero fijate los chiquitos, son iguales a los que ves hoy en las villas”. Se queda pensando: “Nuestros hijos luchaban por la justicia social. Pero hoy la brecha entre ricos y pobres es todavía mayor que cuando se tomó esta foto. Por eso una tiene que seguir adelante, aunque algunos se molesten”.
¿Quién se molesta?
A veces parece que criticar es hacer algo malo. Yo creo que es al revés. Te pongo el ejemplo del indec. Nosotras con Pepa Noia y Mirta Baravalle apoyamos a los trabajadores porque estaban siendo amenazados, perseguidos y porque ahí hay una patota. La vi, no me la contaron. Pero tuvimos en contra a todas las Madres porque el gobierno no quería que fuéramos a apoyar a los trabajadores. Nos trataron como a tres locas. Llamaba algún funcionario horrorizado y decía: ‘¿cómo las Madres están yendo ahí?’. Pero al final, un montón de funcionarios y legisladores del propio gobierno empezaron a reconocer públicamente que el indec está mal. Y los intelectuales de la Carta Abierta también dicen lo mismo. ¿Teníamos razón o no?
¿Se trata de una confusión sobre el rol de los organismos de derechos humanos?
Pareciera que por los logros que tuvo este gobierno, que los valoro, hay que aceptar todo lo demás. Quizás ése es el error que se comete, y yo lo digo de mi institución también: las Madres somos libres de opinión, pero nos tenemos que cuidar de lo que nos cuidamos siempre. No hacemos partidismo político, no tenemos por qué tener una ideología o una plataforma, que si alguien no cumple se tiene que ir.
Pero eso siempre fue así.
Mirá: cada madre tiene una historia de vida, con sus hijos que luchaban por la justicia social, y eso es lo que tenemos que respetar dentro de la institución. Pero desde afuera no quieren que nos respetemos. Es como si quisieran que tuviéramos una ideología y una política determinada. Cada vez se torna más difícil mantener la independencia porque tenemos más años, estamos más desgastadas y hay muchos que no pueden soportar que nosotras marcamos una lógica de ética. Todo te lo digo a título personal.
Pero el conflicto interno…
El conflicto es que vos a Pepa o a Mirta no les podés decir qué tienen que hacer. Son de las primeritas, de las 14 que estuvieron en la Plaza aquel 30 de abril de 1977. Y después de 31 años en la calle, si hay una injusticia, ninguna Madre tiene que pensarlo dos veces: hay que salir y apoyar a los que la denuncian. Si no, ¿dónde vas a estar?, ¿con quién vas a estar?
Parece un tema ético: dónde y pararse.
No se puede decir: “Hacemos una asamblea para decidir”. Nunca lo hicimos. Si hay una injusticia, con hablar tres o cuatro Madres, nos ponemos el pañuelo, y vamos. Porque de lo contrario, sería terrible que uno tuviera que estar consultando qué hacer, o armando asambleas para decidir. Hay que mantener la crítica. Parecería que una no tiene que oponerse. Pero para mí estar en la masa crítica no es hacer oposición. Es poder decir que algo perjudica al pueblo y al gobierno, y que se puede modificar. La crítica sana puede plantear qué es lo que hace falta en el país. Y esa crítica sana la tiene que escuchar el gobierno. No creerse siempre que hay mala leche en las protestas y en los reclamos. En cambio, el partidismo político a lo mejor es peor, porque a veces hace equivocar a un gobierno.
Hay que cuidarse de ciertos amigos.
Mucha gente apoya por intereses personales, y porque no le importa si el gobierno se equivoca. Alabanzas y alabanzas. Eso no me vas a decir que sirve.
¿Cuál es el principal problema? ¿El adulador o el adulado?
El gobierno hace lo que se propuso, escucha a los organismos de derechos humanos, y desde luego quiere tener a la gente cerca. Lo otro es la gente que está dispuesta a ser cooptada –palabra fea, pero es así–, a ser llamada e incluida en acciones de gobierno. A título personal digo que eso rompe la independencia. Por supuesto que hay que tener un diálogo con propuestas sobre derechos humanos. Pero siempre hemos sido autónomas. Cuando nos separamos del otro grupo (Asociación Madres de Plaza de Mayo) fue por varias cuestiones, y porque queríamos ser horizontales, con total libertad. Y tenemos que seguir moviéndonos en libertad porque es fundamental si uno quiere democracia y justicia social.
 
ora parece sentirse obligada a aclarar: “Este gobierno que pasó (se refiere al de Néstor Kirchner) y el que tenemos ahora son más populares que los que hubo antes. Se volcaron más para los derechos humanos del pasado, y poder ir abriendo camino para que haya justicia y hacer memoria. Yo aprecio tener un gobierno que supo escuchar y con el que hemos tenido logros muy importantes. Por eso se están haciendo juicios. Pero mirá lo que te quiero mostrar”. Se pone a buscar en unos cajones y encuentra un papel amarillo. Es el Boletín Informativo de Madres de Plaza de Mayo, de febrero de 1983 (Año I, número 3), aun en dictadura, y cuando comenzaba la campaña electoral de ese año. Allí se lee:
“Agradecemos las invitaciones que nos hacen llegar distintas agrupaciones. Aclaramos que la concurrencia de Madres de Plaza de Mayo a los actos políticos partidistas, aspira a tener presente el mayor drama nacional con el único fin de que dirigentes y afiliados sostengan la irrenunciable necesidad de justicia en sus proyectos políticos. Nuestro proyecto se encuentra libre de toda connotación partidista, considerando que todas las líneas políticas sin excepción deben observar el respeto a la dignidad humana. Sobre esta base, como organización, no aceptamos el uso de la palabra en actos políticos, salvo que el tema único o prioritario fuere la aparición con vida de los detenidos desaparecidos”.
Nora: “Creo que viene muy al caso ahora, sigue teniendo validez. Somos libres de partidismo político. Y habrá que aclararlo todas las veces que sea necesario”.
 
Joya, nunca taxi
¿Qué significa ser un movimiento social? “Moverse de aquí para allá, siempre, cada vez que se sospecha que se están violando derechos sociales y económicos”. Ese “siempre” la lleva cada jueves a la Plaza de Mayo, o a acompañar toda clase de conflictos imaginables: estudiantes secundarios que reclaman por becas y el estado de los edificios, presos y procesados por reclamos sociales, marchas de trabajadores, problemas de gente que se ha quedado sin vivienda, víctimas de distintas injusticias… la agenda de Nora la redacta la realidad.
¿Cómo se logra semejante nivel de movilización personal? Cada día Nora se lanza desde Castelar a Madres. “Tomo el colectivo, después el tren, me bajo en Once, y de ahí el subte. Según donde haya que ir, vemos si hay colectivo, o si se va caminando. Antes caminaba más”. ¿Nunca un remís, un taxi? “Nunca. Cuando me invitan a algún lugar especial al que cuesta trasladarse, pido que me paguen un taxi. O cuando vamos a un acto y se hace tarde, nos mandan un remís. Pensá que todo lo pagamos nosotras mismas de nuestro bolsillo. La institución sólo le da viáticos para un remís a alguna madre que está en una situación un poco más ajustada. Pero tienen más de 80 y no están en condiciones de ir en subte o tren. Las otras nos movemos por la nuestra”. El viaje a Tucumán, por ejemplo, fue una invitación de la Fiscalía que permitió concretar la cta. “Lo que en realidad nos hace movernos es la memoria de nuestros hijos. Y además, si no hacemos esas cosas, ¿para qué está un organismo de derechos humanos?”
 
 
El origen
Nora va a preparar otro café. Tal vez convenga recordar lo que simbolizan esos retratos en la pared. Uno de los dos hijos de Nora, Carlos Gustavo Cortiñas pertenecía a la Juventud Peronista, había trabajado en el Ministerio de Economía, militaba en la villa 31. “Habíamos estado todos en Mar del Tuyú en Semana Santa de 1977. Gustavo y su mujer Ana volvieron antes, con mi otro hijo Marcelo y la novia. Damián, mi nieto (hijo de Gustavo) se quedó con nosotros. Ya veníamos con la preocupación de que pasara algo. Carlos, mi marido, les decía que se fueran a otro país, estaba muy preocupado”. Carlos era empleado del Ministerio de Economía. Ella era profesora de alta costura en Castelar. “Cuando volvimos el 16 de abril encontramos a Marcelo y Ana desencajados: habían allanado la casa, y por cosas que decían los militares se veía que a Gustavo ya lo tenían. Después supimos que lo habían secuestrado el día anterior, 15 de abril de 1977, en la estación Castelar, del primer vagón del tren, a las nueve menos cuarto de la mañana”.
Empezó la búsqueda. Un comisario de Castelar le dijo: “Aunque lo tuviera del otro lado de la pared, no se lo podría decir”. Hubo una extorsión por parte de las llamadas fuerzas del orden. “Nos querían sacar plata a cambio de datos. Eran ellos mismos, los milicos. A mucha gente le sacaron el auto o un negocio a cambio de información. Todo salía del propio Cuerpo I del Ejército. Lo que hacían era robarte y tu hijo jamás aparecía”.
La búsqueda solitaria y cada vez más desesperada la llevó a la capilla Stella Maris, donde el monseñor Emilio Grasselli, secretario del Vicariato de la Armada, atendía a familiares. Nora ya transitaba un circuito que califica como enloquecedor: “Una vez me informó que mi hijo en realidad se había ido con otra mujer. Era un hipócrita que no paraba de mentir para enloquecer a los familiares”. Poco antes, otra madre, Azucena Villaflor de Devincenti había reunido a los familiares que salían de esos diálogos psicopáticos con Grasselli. Azucena propuso: “Tenemos que ir a la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada. Que nos vean, que nos escuchen”.
El 30 de abril de 1977, 14 mujeres lograron superar el miedo y se reunieron en la Plaza de Mayo. Era sábado, día de plaza casi vacía. Azucena propuso el viernes siguiente. Ya era mayo y Nora supo que mujeres como ella estaban confluyendo en la plaza. Fue a su primer encuentro.
Las mujeres convirtieron la Plaza de Mayo en un despacho a cielo abierto, sin puertas ni escritorios. “Ya nos manejábamos con independencia. Pasaba que hasta el Partido Comunista no quería que fuéramos a la plaza porque decían que Videla era democrático. Una llevaba un tejido, o un libro. Hablábamos y nos organizábamos para ir de a dos o tres a hacer lo que fuera necesario”.
Nora fue cinco veces presa. A veces la policía las cargaba a todas en colectivos para poder llevarlas a la cárcel en un solo viaje. “Pero aun en las peores condiciones, nos manteníamos con esa autonomía de resolver nosotras dónde había que estar, y qué había que hacer”.
 
El secreto es la calle
Nora vuelve con el café. La historia es posiblemente infinita. El trayecto desde las clases de alta costura a las comisarías, o a ser ahora psicóloga social y titular de la Cátedra Libre Poder Económico y Derechos Humanos de la uba es asombroso. Me habla nuevamente del estímulo que representa el respeto a los desaparecidos, a la lucha, a la justicia social… Pero de golpe se le enciende esa sonrisa que es como su bandera frente a los líos en los que ha sabido meterse, y cuenta: “Yo le discutía a Gustavo cosas que no entendía. Y él una vez me dijo algo que me dejó pensando”. La frase: “Mamá, ¿sabés qué te pasa? Te falta calle”.
“Siempre me acordé de eso”, reconoce Nora, y tal vez toda su historia, con todos sus alcances, puede ser releída a partir de esa especie de reto de Gustavo. Tener calle significa moverse, o como dice Nora: “No pensar dos veces”. No paralizarse: pensar haciendo, y en movimiento.
“Pero por eso mismo, valorando cosas que ha hecho el gobierno, y por lo que una ve cuando sale, conoce y comparte, hay que decir también que hay 4.000 procesados por pelear por sus derechos, hay una brecha entre ricos y pobres cada vez mayor, no hay redistribución de la riqueza, hay gente durmiendo en las plazas y los umbrales, chicos durmiendo en la calle. Hay sueldos basura, humillantes, mientras los ministros y secretarios y todos los de arriba cobran sueldazos. Hay falta de trabajo, hay trabajadores reprimidos o amenazados, hay monopolios, minería, contaminación, muchísimas situaciones de enorme injusticia que hay que resolver para que exista justicia social. ¿Está mal que uno diga esto, y que trate de que las cosas se modifiquen para bien?”
Sale al pequeño jardín. “Me gustaría estar más en casa, pero siempre me estoy yendo”. Por eso las plantas se le rebelan de vez en cuando. “Si fuera una señora gorda podría cuidarlas un poco más”. Hay una pequeña piscina que han usado sus nietos y su biznieta, Julieta, hija de Damián, el hijo de Gustavo, el hijo de Nora. La piscina es poco más grande que una bañera, y de menos de un metro de profundidad. Nora me mira de reojo: “Yo me meto con salvavidas”. Queda para quienes estén leyendo hacer sus propias estimaciones sobre esta señora menuda, que está por salir rumbo a una marcha, y que no necesita ir por la vida aclarando cuál es su verdadera estatura.

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