Mu185
De acá a la China: Florencia Levy y la Última arquitectura
Un coro de posthumanos. Un gigantesco lago contaminado. Una ciudad fantasma donde funciona la cajita feliz. La vida cuando falta el aire. Un mirador de los últimos árboles en pie. Florencia Levy (en la foto, delante de la proyección) es hija de un oncólogo, conoció en Entre Ríos los efectos de lo socioambiental, y llegó hasta China donde estuvo detenida por filmar el lado B del modelo productivo y sus consecuencias. Una exposición y sus documentales, para pensar también dónde puede estar lo esperanzador.
Texto: María del Carmen Varela
En suelo amarronado y viscoso que parece barro, dos torres cilíndricas en el centro y más alejada, una especie de fábrica con una enorme chimenea que asoma detrás de un espeso velo de niebla.
Este paisaje del espanto que bien podría promocionar alguna de esas series apocalípticas tan habituales hoy en día, es el que vemos en una fotografía digital tomada por la artista plástica Florencia Levy en la ciudad china de Baotou, ubicada en Mongolia interior, al norte de China. Tierra de ciervos es el título de esta foto y el significado en mongol de Baotou, que solía ser una pradera donde vivían esos animales aunque cueste imaginarse esa escena bucólica que contrasta con la desolación actual. La foto está sobre una pared de Arthaus, un nuevo espacio cultural en el microcentro de la ciudad de Buenos Aires y forma parte de Última arquitectura, una instalación fascinante y perturbadora a la que Florencia le imprimió una calidad artística forjada a lo largo de los años y las experiencias adquiridas en becas y residencias en distintos países. Formada en la Universidad Nacional de Artes de Buenos Aires y en el Central Saint Martins College of Arts de Londres, es actualmente codirectora de la Diplomatura de Arte Contemporáneo del Instituto de Artes Mauricio Kagel de la Universidad Nacional de San Martín.
Relax y romanticismo
¿Qué es ese lugar que parece sacado de una película de terror? En las afueras de Baotou se localiza el lago artificial barroso de la foto. Google informa que llegar a esta ciudad desde Buenos Aires nos lleva dos días y doce horas de avión. La imagen satelital es muy clara, muestra una gran mancha negra que dista mucho de ser un atractivo turístico aunque Tripadvisor anuncie que Baotou es excelente para relajarse y hasta ofrezca “un tour por Baotou para todos los románticos del mundo”.
La tenebrosa mancha negra ocupa más de 16 km de diámetro y es el resultado de la acumulación de desechos tóxicos provenientes de la obtención de minerales a los que se denomina “tierras raras”, que no son precisamente tierras y tampoco son raras. La región es rica en estos 17 elementos de la tabla periódica a los que se conoce como el “oro verde”. Si bien abundan en los suelos de todo el planeta, se encuentran en cantidades pequeñas difíciles de separar de las rocas por lo que luego se someten a distintos procesos nada amigables con el medioambiente, para obtenerlos con la mayor pureza posible.
¿A dónde van a parar todos estos desechos? Al lago negro, que apesta de tóxicos y olor a azufre y está absolutamente contaminado: un pantano radioactivo que esparce sus atributos venenosos con total eficacia gracias a la dedicada actividad de Baogang Stell and Rare Earths, la monumental fábrica que vierte los desechos a través de miles de tuberías.
¿Para qué sirven estos minerales? Las tierras raras son buenas para producir potentes imanes que se utilizan para fabricar, entre otras cosas, tubos fluorescentes, turbinas eólicas, autos eléctricos, motores, rayos láser, discos duros, radares, auriculares, aviones, submarinos, pantallas planas y –la peor noticia– tablets, laptops y celulares. Su uso está tan comprometido con la actual tecnología que si se decidiera dejar de lado su extracción deberíamos adaptarnos a una cotidianeidad sin muchos de los dispositivos y objetos que hoy nos resultan indispensables. El crecimiento de la economía china en estas décadas le debe mucho a la explotación de las tierras raras. Más del 90% de la producción de estos minerales se produce en China.
¿Qué hacía Florencia ahí? Junto a su padre, el médico oncólogo Daniel Levy, Florencia había estado en 2009 y 2014 en Entre Ríos, donde realizaron una investigación sobre las consecuencias del glifosato. Fue un estallido: “A partir de todo eso me empecé a interesar en estas problemáticas que generan los herbicidas, el glifosato y también toda la tecnología que consumimos y lo que hace en el cuerpo. Luego di con un artículo de la BBC que hablaba de este lugar en China y me pareció muy impresionante. Empecé a hablar con gente, con científicos. Nadie sabía nada. Entonces dije: tengo que ir”.
Del dron a la detención
Florencia presentó un proyecto con otra temática –no podía sincerarse porque no la hubieran elegido– y aplicó a una residencia en China. “Por suerte gané la beca y pude llegar porque es muy caro ir a China”. En 2016 estuvo tres meses en el cuarto país más extenso del mundo y firme en su decisión llegó a Baotou con un dron, cámara de fotos y celular. “Está lleno de desechos tóxicos que se vienen acumulando desde hace más de 40 años. Hay polvo en el aire, lo sentís en la piel, un olor como a metal. Es realmente muy catastrófico estar ahí”.
Cuando estaba frente al enorme lago artificial –una especie de basurero del mundo– sacando fotos fue interceptada por cuatro personas y trasladada a una oficina donde la mantuvieron aislada. “Ellos me gritaban, yo también gritaba, me puse nerviosa. Fue una situación muy delirante, era un lugar donde evidentemente no tenía que estar”. Luego llegó la Seguridad Nacional china y la escoltaron en dos autos hasta el hotel donde se hospedaba, a 20 minutos del lugar. Ingresaron en su habitación, la obligaron a borrar fotos y filmaciones, le sacaron el pasaporte, la filmaron y le hacían preguntas con la sospecha de que se trataba de una espía.
La tensa situación duró unas seis horas y como no le sacaron el celular, Florencia pudo filmar una pequeña parte de la detención. Para su sorpresa, ese video junto con la foto del lago oscuro y la planta fabril detrás sobrevivieron a la requisa y ambos son exhibidos en la videoinstalación. “Todavía no sé –refiere Florencia en el video– cómo una sola foto quedó almacenada en lo más profundo de la memoria de mi tarjeta flash como un fósil, amarrada a algún fallo energético”. En Arthaus la foto enmarcada aloja una placa de acero con un QR que linkea al video que Florencia filmó cuando la capturaron “al que se puede acceder mediante un teléfono móvil, abriendo de esta manera a una reflexión sobre el consumo y las políticas de encubrimiento en relación con problemas ambientales, ya que se accede a la información del origen de donde fue tomada esa fotografía con la misma tecnología que produce ese paisaje distópico que enfrenta el espectador”, cuenta Florencia en un reel que puede verse en Internet.
“Empecé a hacer una investigación sobre el tema de las tierras raras y toda la situación geopolítica que pasa ahí, que es por lo que a mí me interesa todo esto. Estados Unidos tenía el monopolio de las tierras raras hace 50 años, como contaminaba un montón las mandaron para China que tiene unas políticas más laxas y ahora la población tiene cáncer, problemas endócrinos, respiratorios, los niños nacen con malformaciones. Todos somos cómplices, por eso hice este trabajo, que genera esto de sacar el dispositivo, usarlo y lo que ves lo estás produciendo vos también. De eso trata la muestra, enterarse que cada persona tiene mucho que ver en esto”.
Enfocando la mirada hacia lo local, Florencia agrega: “Acá vamos a terminar así con todo lo que está pasando ahora con el litio , es el principio de esto. Son cuestiones geopolíticas, lo que pasa con el litio es un problema que ni siquiera tiene que ver con Argentina, son cuestiones y poderes que exceden a lo local”. Glifosato, producción de tierras raras, litio, explotación y extractivismo son acciones globalizadas que están dañando gravemente la gran casa que habitamos, de acá a la China.
Viaje a la ciudad fantasma
Con material que filmó durante su estadía asiática, Florencia realizó una videoinstalación de 14 minutos a la que llamó Lugar fósil y por la que ganó el prestigioso Premio Trabucco, otorgado por la Academia Nacional de Bellas Artes. Puede parecer un corto de ficción, un relato distópico de esos que abundan en las plataformas audiovisuales, pero no lo es. Si bien maneja una cuota ficcional que alude a lo poético, lo que vemos en tres pantallas diferentes que forman una trilogía narrativa es una pieza de urgente realidad.
Así sabremos que en China es necesario bajarse una aplicación al celular que revela el índice de contaminación del aire: por encima de los 300 microgramos es peligroso. “Me levantaba a la mañana, la miraba y casi todos los días estaba en rojo o violeta” se escucha a una voz subtitulada. Se supone que con esos niveles lo ideal sería quedarse en casa, pero en el video un hombre comenta que él y su esposa deben salir para ir a trabajar y su hija para ir a estudiar. Por la tarde-noche, muchas personas van a hacer actividad física a las plazas porque el aire está un poco más respirable. Se ven sus suaves ejercicios. “Casi todas las ciudades en China tienen este problema. En Shangai ves esa niebla gris pero no es un día nublado: es la contaminación”, relata Florencia.
Los testimonios de las personas que pudo entrevistar expresan que muchas no pueden dormir por lo que suben y bajan escaleras para hacer ejercicio, que no se conocen con vecinas y vecinos pero sí pueden reconocer las toses que se escuchan en el silencio de la noche. Hay días en que la sensación es la de tener una espina atravesada en el medio de la garganta. En Lugar fósil un grupo de sillas amplias apunta hacia una arboleda detrás de unos vidrios. Es un mirador de árboles. La gente ocupa los asientos para contemplar los pocos árboles que quedan en pie.
En el video también aparecen imágenes de la ciudad de Ordos, ubicada a hora y media de Baotou y considerada la ciudad fantasma más grande de China, donde vive escasisima población comparada con la que podría habitarla. Las plazas y monumentos tienen un tamaño colosal, las cuadras miden 500 metros en esta ciudad en la que se invirtió una cifra varias veces millonaria para su construcción en el medio del desierto, en el año 2001, con la intención de albergar a más de dos millones de personas. El furor inmobiliario fue consecuencia de haber encontrado depósitos de carbón en la zona, aunque los imprevistos económicos hicieron que el precio del carbón se desplomara y también la ciudad que iba a contener la explosiva prosperidad que nunca llegó.
Dos décadas más tarde se puede ver a algunxs youtubers mostrar con su cámara las insólitas características de las que fueran las tierras del legendario Gengis Kan: espacios recreativos con juegos a los que ni siquiera les sacaron la cubierta plástica, casas habitadas por decenas de palomas, centros comerciales sin personal y sin mercadería –aunque sí hay una sucursal de Mc Donalds abierta– , estatuas de grandes dimensiones, un aeropuerto majestuoso y lujosos hoteles de cadenas internacionales con comida para más de 50 comensales cuando había… dos huéspedes. Los turistas que han pasado por allí comentan en las páginas de viaje: “Hay mucho estacionamiento y sin colas”. Curiosamente alguien disfrutó de “la uniformidad de los edificios oficiales y una hermosa calle pavimentada”. Un eufórico alemán explica: “Corrí desde el hotel hasta el río y de regreso”.
Metahumanos y ángeles cibernéticos
El joven escritor argentino Michel Nieva –autor de La infancia del mundo, donde narra situaciones devenidas del cambio climático protagonizadas por un niño mutante– escribió un contundente texto para la instalación de Florencia. “Todos tenemos un pedazo de China en el bolsillo”, reafirma. “La fantasía de toda la inmaterialidad que inviste a las tecnologías contemporáneas precisamente suprime esta realidad contaminante que las hace posibles. Es, también, la fuerte asimetría entre la duración de estos artefactos (programados para ser desechados en poco más de un año) y la temporalidad de millones y millones de años por los efectos tóxicos de su producción, que seguirán contaminando la Tierra mucho tiempo después de que la humanidad y la vida planetaria perezcan”.
Florencia expone también unas piezas de cerámica esmaltada que simulan ser las carcazas de celulares. “Tienen polvo de estos elementos con los que se hacen los teléfonos celulares, algunas tienen trazos como si fueran los dedos que están sobre el teléfono”.
En la planta alta de Arthaus hay unas peceras sobre soportes de metal. Cada una contiene una especie de roca cubierta por agua. ¿De qué se trata? Cuenta Florencia: “De las tierras raras me fui a otra práctica extractivista que tiene que ver con la minería en el fondo del mar”. Esas “rocas” representan lo que se conoce como nódulos polimetálicos, formaciones que se generan a partir de un núcleo duro como podría ser el diente de un tiburón, un pedacito de coral y tras millones de años de sedimentación conforman estas rocas que miden entre 5 y 20 cm.
Tienen oro, níquel, manganeso, aluminio, cobre, plomo, tierras raras. Las de la instalación están hechas con impresión 3D y Florencia realizó incrustaciones de metales reales. Las del fondo del mar puede que en un futuro no muy lejano vean quebrada la tranquilidad que lleva siglos y siglos de vigencia. “Se sabía de su existencia pero recién ahora existe la tecnología para extraerlos. Esos nódulos tienen millones de microorganismos que viven en su superficie y cuando los sacan, los matan a todos. Son esenciales para la vida en el océano, por lo tanto para la vida en la Tierra va a ser un desastre total”.
Sobre otra de las paredes hay dibujados en color azul marino, sobre papel negro, las formas de esos microorganismos que tienen probablemente los días contados. En la muestra se ven extractos y fotos de distintas conferencias en la ONU sobre la extracción de nódulos polimetálicos. “Empieza en el año 1967 con el embajador de Malta que hizo una propuesta muy hermosa de declarar el fondo del océano como Patrimonio de la Humanidad. De ese proyecto ya no existe nada y simplemente se habla de la plata que se puede ganar con los nódulos”.
Otra parte de la instalación tiene que ver con doce pantallas que forman un semicírculo donde aparecen rostros humanos que entonan una melodía por momentos entrecortada, ininteligible. Cada tanto se identifica alguna palabra. En los rostros hay algo extraño. La experiencia se titula: Cientos de millones de años para estas formas. Pieza coral para humanxs y no humanxs.
Describe Michel Nieva: “El coro de Metahumanos de alguna manera restituye ese presente que nunca podremos ver: el de un tiempo en que plásticos, desechos químicos y radiactivos sobrevivirán a la desaparición de la vida en la Tierra como último testimonio de la especie”. Los llama también ángeles cibernéticos y Florencia los denomina “entidades posthumanas”, hechas con inteligencia artificial y voces del ensamble Música Inaudita, que se presentaron en una performance. Al canto de los metahumanos desde las pantallas se sumó el canto humano. Las mismas voces, duplicadas.
Llegando casi al final y en un gesto esperanzador, las pantallas se apagaron y quedaron las personas. En relación a la investigación sobre los nódulos marinos, Florencia escribió un texto que aparece en una pantalla de fondo negro con letras blancas mientras se escucha al coro. “Ahora podemos pensar / el cuidado / sobre estas formas que esperan / Bioma sobre bioma, sobre algo humano / La historia se acumula y aparece en este tono / Lo que podemos hacer es lo siguiente / ¡Desarmar el tono! / ¿podemos hacer eso? / ¡Si! ¡Desarmar el tono! / Romper el tono / sedimento sobre sedimento / Si pudiéramos comenzar por algo … / ¿Qué sería?”.
Última Arquitectura revela el lado B del estilo de vida que intentamos sostener. Inquieta, incomoda y llueven los interrogantes. Es también una advertencia. La sabiduría milenaria china afirma que la enfermedad es energía que no fluye, que se estanca. El pantano de lodo tóxico es uno de los tantos quistes negros del planeta. La maquinaria depredadora cuenta con engranajes estratégicos muy eficientes. Como en la performance, ¿será posible que sobreviva lo humano? ¿Que fluya una energía que no nos enferme? Si pudiéramos comenzar por algo… ¿Qué sería?
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Parir memoria: Teresa Laborde
Nació en un móvil policial, en plena dictadura. Ella y su madre, Adriana Calvo, sobrevivieron al secuestro gracias a los cuidados de cinco mujeres en cautiverio. Adriana dedicó su vida a testimoniar y buscar a los hijos de esas desaparecidas. Uno de ellos, hijo de Cristina Navajas, es el nieto 133. Y el hermano de ese nieto es la actual pareja de Teresa. Memoria, verdad, justicia y amor: una historia conmovedora y el arte como proyecto para recuperar el futuro.
Texto: Claudia Acuña
La sonrisa de Teresa Laborde es nuestro trofeo, nuestra Copa Mundial, nuestro Oscar.
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Corazón mirando al sur: Agroecología y comercialización en la Comarca Andina
La experiencia del Corredor Patagónico Soberano de la UTT (Unión de Trabajadoras y Trabajadores de la Tierra) contada desde El Hoyo y El Bolsón: dos almacenes de ramos generales, 5.000 km de ruta de productos agroecológicos y cooperativos, respuesta gremial y organización del sector. Texto: Lucas Pedulla.
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“El sistema alimentario de una nación representa su historia, cultura, pasado, presente y futuro. Por eso, en un contexto global de desigualdad, convocamos a dar los debates y luchas necesarias para comprender que el comer bien es un derecho que relaciona a la salud, el trabajo y las oportunidades de desarrollo individual y social”. Así lo plantea la Mesa Agroalimentaria Argentina, una red sectorial que nuclea organizaciones cooperativas, movimientos campesinos e indígenas y de pequeños y medianos productores.
La Mesa organizó la Expo Alimentaria, se movilizó al Congreso, pasando por la Secretaría de Agricultura entre tractorazo y verdurazos, para presentar el “Programa Agrario para el Alimento”, que incluye propuestas como la Ley de Acceso a la Tierra, la Ley de Arrendamiento Rural, la Ley de Protección de Territorios de Familias Campesinas e Indígenas, la Ley de Segmentación Impositiva Agraria, la creación de una Empresa Pública de Alimentos, un Plan Nacional de Abastecimiento Alimentario, un Plan de Financiamiento Cooperativo, un Programa Nacional de Impulso a la Agroecología y un Plan Nacional de Creación de Mercados de Cercanía.
La Unión de Trabajadoras y Trabajadores de la Tierra (UTT) es una de las organizaciones de esa Mesa, y Erika Benavente, con sus 31 años, sus dulces agroecológicos y sus cuentas que lleva prolijamente desde el área de Comercialización en la regional patagónica del gremio, en el municipio chubutense de El Hoyo, sabe bien qué significa ese “desarrollo individual y social”: integra la logística del llamado “Corredor Patagónico Soberano”, un recorrido de 5.000 km que distribuye alimentos sanos en Buenos Aires, Neuquén, Río Negro y Chubut. “Y llegamos hasta Santa Cruz”, acota con una sonrisa.
Detrás de esa sonrisa, hay un movimiento que demuestra modos diferentes de actuar y de interactuar para crear otros estilos de relación y de consumo.
La naranja mecánica
La Patagonia –o la “Línea Sur”, como le llaman en la UTT– es de las experiencias “más nuevitas” dentro del gremio que nuclea a 25 mil familias campesinas, según refiere Juan Pablo Acosta, su coordinador regional. Acosta –más conocido como Pocho– se vino con su familia desde La Plata en 2016. “Había ganado Macri, era todo un quilombo”, rememora. De a poco, la comercialización la fueron aprendiendo de la práctica de una cooperativa mapuche en la meseta chubutense. Hasta manejaban fondos rotatorios, un instrumento de gestión de financiamiento que lleva adelante una organización para rotar recursos en forma de crédito. “Tienen un galpón, exportan lana, y así compran forraje y comida para el invierno”. La respuesta organizativa y gremial que aportó la UTT fue la comercialización de corderos: “Nunca una organización cooperativa lo había hecho”. Así arrancó un camino.
Antes de la apertura del Almacén de Ramos Generales de El Hoyo, habían vendido 800 mil kilos de alimento cooperativo en compras comunitarias, lo cual implicó una logística importante. “No es fácil la Patagonia –cuenta–. Tiene un estatus sanitario donde no era sencillo entrar frutas, verduras ni carnes”. Por ejemplo, para ingresar el morrón debían gasearlo con bromuro de metilo por controles fitosanitarios para evitar posibles plagas. Juan Pablo razona: “Nos rompimos el alma produciendo agroecológicamente, tomamos tierras, hicimos biofábrica, pero ¿vamos a venir acá y le ponemos veneno? Decidimos no traerlo entonces hasta encontrar la vuelta”. Descubrieron la posibilidad de dejarlo 30 días en cámara con frío, lo que le agrega valor: “Es una logística: un pallet de naranjas de Entre Ríos, por ejemplo, lo dejás en una cámara en Bahía Blanca, y que luego un camión la traiga. Pero lo fuimos logrando: la naranja llega impecable y la gente la recibe muy bien”.
El almacén de El Hoyo es uno de los 15 que la UTT tiene en todo el país. Este año inauguraron otro en El Bolsón (Río Negro), en un predio recuperado donde había un galpón abandonado, propiedad de la Agencia de Administración de Bienes del Estado (AABE), con la guarda administrativa del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). “Lo pusimos en valor y hoy está al servicio de la comunidad”, celebra Pocho.
Durante el verano, los almacenes se abastecen en gran medida con producción local, pero en invierno el camión de Buenos Aires llega cada 15/20 días. Erika: “Sacás una publicación que dice que llegó el camión y a las cuatro de la tarde tenés cola esperando llevarse verdura fresca y sin químicos, que es lo que consumimos en verano de chacras de la zona”. Los meses fuertes de producción local son de noviembre a marzo. El Hoyo es la capital nacional de la fruta fina: “Empieza la primera floración de la frambuesa. También hay mora, algunos tienen frutilla. Después otros tienen arvejas. Hojas como lechuga, espinaca, rúcula, acelga. Pak choi, kale, repollo. La manzana obviamente, duraznos, membrillo”. Pocho explica que la producción local se organiza más fácil: “El productor pone su precio, y lo que hacemos es compararlo: no me vendas más caro un tomate que si lo traigo de La Plata. Ese es el límite”. A esas discusiones les llaman “paritarias” y la actualizan cada tres meses.
De abril a octubre, ya empiezan a llegar los camiones. Pocho: “No hay tantas hectáreas puestas en producción. Algunos trabajos del INTA en pueblos de la cordillera dicen que no producen el 20 por ciento de lo que comen. En la Patagonia no nos abastecemos. En todo Chubut la cordillera es una franjita de 50 km a lo largo de la provincia. Después, el 95 por ciento es meseta. Y de esa franja cordillerana, la zona productiva es poquita, porque tenés mucha montaña”.
El Hoyo tiene ese nombre porque está ubicado en una depresión de la cordillera, a 200 metros sobre el nivel del mar: “Es el mejor lugar de la Patagonia para producir”. Sin embargo, cuentan que la producción, generalmente familiar (“son producciones chiquitas que cultivan un poquito de cada cosa”), está perdiendo terreno con la urbanización. Erika y la experiencia propia: “La chacra de mi abuelo era de 45 hectáreas. Luego, entre los hermanos, se la dividieron. Y se viene dando un proceso donde termina ganando la urbanización”. Cuentan que la puja se está dando entre producción familiar y desarrollo inmobiliario, también con fines turísticos: “El mejor suelo para producir es donde hoy están los barrios. Pero, de a poco, se fueron convirtiendo en loteos. Y no se produce”.
Agroecología: A mi manera
Este trabajo permitió a la UTT iniciar el “Corredor Patagónico” con 5.000 km de “ruta soberana”, como le llaman, cruzando La Pampa, Neuquén, Río Negro y Chubut: los productos patagónicos llegan así a los almacenes en Buenos Aires y, con el invierno, llegan los camiones que parten desde Buenos Aires. Erika enumera los alimentos locales: “Fideos de harina de maíz saborizados con rosa mosqueta, harina de trigo molida por familias en sus molinos, muchos dulces, mostazas, propóleo, pepinillos encurtidos”.
El último camión que partió tenía 500 frascos de dulces y 600 de miel. “Para los productores, en esta época, es un montón. El invierno es un período donde no hay trabajo. La gente busca changas”. Pocho vuelve al punto anterior: “La matriz económica está cambiando a más turística. Si la plata de la temporada no te alcanzó, y no te armaste, se hace difícil”. Erika explica: “Para que la tierra te rinda para vivir, necesitás superficie, y eso ya no está. Tenés un pedacito pero te alcanza para guardar para vos y vender el excedente. Y después, tenés que hacerte la cabaña para alquilar por día en verano, para sacar la tranquilidad de los días de lluvia que no podés trabajar”.
Erika, con su compañero, tuvo que encontrar esa vuelta: además de la chacra, hacen cabalgatas en el bellísimo paraje Puerto Patriada, a metros de la costa norte de la belleza del Lago Epuyén. El trabajo con las cabalgatas va del 20 de diciembre al 20 de febrero. En esos meses, a su vez, juntan leña para vender en invierno. “Nuestra calefacción es a leña, así que es para vender y para uso personal. Después, en primavera empezamos con la huerta, la fruta va al freezer, y así también tenés para invierno. Y, en el medio, está la cosecha de hongos de pino, que vienen a buscarlos en octubre”. Este máster en gestión y planificación, que jamás se estudiará en Harvard, aplica Erika a la comercialización UTT.
La proyección es seguir aún más hacia el sur expandiéndose en Santa Cruz, a donde ya llegaron en Pico Truncado, ciudad petrolera. Ese trabajo es fruto de la producción de alimentos agroecológicos de más de 25 mil familias que integran la organización, distribuidas en 21 provincias. En Patagonia, la organización promovió una red de productores que se afilian al gremio abonando una cuota cuyo valor es el equivalente a dos litros de nafta, con el beneficio que le aporta la representación de una organización nacional, además de descuento en las compras en almacenes. Pocho: “Ahora se están conformando delegados de base para discutir política gremial en la UTT. Hasta este momento eso no pasaba, no hay muchas organizaciones como la nuestra acá en la zona. Es algo medio nuevo que a veces no se entiende. No somos el Estado. En un momento había una interpelación a la organización como que teníamos que resolver todos los problemas. Les decíamos que somos un gremio, no una organización del Estado: vení y militá. Tampoco somos una fundación que ayuda gente, porque capaz venía un productor y decía: ‘Comprame’”.
Para Erika, esa confusión se suele dar porque, desde la UTT se resolvieron problemas que el Estado no estaba encarando: un ejemplo son los fondos rotatorios. “El productor, en general, es cliente del almacén, entonces se asocia a la red, participa de nuestras jornadas, y puede plantear: ‘No tengo plata, pero tengo fruta y azúcar. Si me dan un fondo rotatorio para frascos, cuando hago los envíos los pago a valor del día’”. De esa manera, los productores pueden continuar su circuito de comercialización, mientras el fondo sigue rotando entre las familias que lo necesiten.
La propia Erika utilizó el fondo para poder comprar los fardos para que los caballos se alimenten. “Gracias a la UTT pudimos acceder a insumos y vender nuestros productos regionales”. Su familia siempre trabajó la chacra. Ella es técnica agropecuaria y cursó estudios de Producción Vegetal Orgánica. Hace un año trabaja en la comercialización.
¿Por qué es importante? “En esta zona, que no haya intermediarios ayuda mucho al precio, tanto al productor como al consumidor. Y la posibilidad de vender productos en invierno, como hablábamos, es una súper mano cuando está todo quieto. Podés acompañar y mejorar la economía local en un momento que no se mueve tanto”.
¿Y por qué la agroecología? Erika mira el bellísimo lago que tiene frente a sus ojos: “Más que el no uso de productos de síntesis química, tiene que ver con una forma de vida. El uso de recursos de forma sustentable y sostenible”. Esto es: sin químicos, sin venenos, cuidando el ambiente, la salud y también mejorando la producción. “Eso es lo que necesitamos para seguir viviendo de esta manera”.
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Abajo el cáncer: Resistencia al asbesto en el subte
Vagones envenenados con un material prohibido –descartados en España– fueron comprados durante la era Macri en la ciudad de Buenos Aires. Muchos trabajadores en contacto con el asbesto contrajeron enfermedades. Algunos murieron, otros sobreviven en la incertidumbre. El gremio está en conflicto para dar visibilidad a un crimen hasta ahora impune. La empresa y el Estado no brindan respuesta, salvo amenazas a quienes reclaman. Los datos, voces, sombras y luces de una batalla por la salud.
Texto: Anabella Arrascaeta
Cuando Horacio Ortiz, 55 años, vio que el asado de fin de año con sus compañeros de trabajo terminaba y cada uno se iba a su casa, lloró desconsolado.
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