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Anti-monstruos: Cristina Montserrat Hendrickse, abogada
Como abogado, colaboró en frenar a las mega mineras en la Patagonia. Luego cambió de género, se mudó a Buenos Aires y tiene la meta de ser la primera jueza trans del país. Habla de los verdaderos anarquistas y libertarios, del rol del Estado y de lo que hoy es revolucionario. Los monstruos internos y externos. El individualismo que aplasta a los individuos. El llanto como victimización y la salud mental como propuesta política. Decir no, y cómo prepararse para reconstruir. Por Sergio Ciancaglini.
Ella dice que las corporaciones multinacionales no están bien enteradas de lo que pasa. “Por más Ley Bases, por más represión, por más inversores o invasores que haya, por más batalla cultural que intenten, no les alcanza para lograr el saqueo de nuestra naturaleza. No van a poder, porque somos muchos, somos más, estamos donde está el litio, donde está el oro, donde están esas riquezas que quieren llevarse”.
Brinda un argumento que tal vez sea óseo, político, o espiritual: “Somos cabeza dura. Lo demuestra toda la historia argentina. Aunque mediáticamente traten de mostrarse victoriosos, no están enterados de que van a perder mucha plata, y no lo van a lograr porque van a tener que pasar por arriba de todo el pueblo en cada lugar, en todo el país. Lo intentaron con violencia, con corrupción, con leyes, con espionaje interno, con amenazas. Pero es un pueblo que demostró en miles de lugares que está dispuesto a defender al medio ambiente y a las futuras generaciones”.
Se acomoda los rulos y agrega: “Estoy re-caliente”.
Falta aclarar quién es ella.
Biografía de un libertario
Damas, caballeros y demás integrantes de la tribu humana a veces tan trágica, a veces tan maravillosa, y siempre tan sorprendente.
Quisiera presentarles, por si no la ubican, a la doctora Cristina Montserrat Hendrickse, a quien tuve el honor y la alegría de conocer en 2011 cuando era el doctor Cristian Hendrickse, abogado de actuación crucial en conflictos socioambientales de la Patagonia.
Nos conocimos en Loncopué, localidad de Neuquén de unos 7.000 habitantes donde Cristian había recalado con su esposa, la docente Liliana Troncoso. Allí se creó AVAL (Asamblea de Vecinos Autoconvocados de Loncopué) contra la instalación de proyectos mineros de cobre protagonizados por la corporación canadiense Golden Peaks primero, y luego la china Metallurgic Construction Corporation (MCC). Cristian, como vecino de Epuyén, ya había colaborado en la redacción de las primeras ordenanzas contra la minería en la Comarca Andina y participó en albores de lo que terminó siendo la Asamblea No a la Mina de Esquel.
En Loncopué la asamblea era inédita: había docentes, productores agropecuarios, el cura del pueblo, gremialistas, amas de casa, empleados, obreros, y también concejales e integrantes de partidos políticos pro mineros a nivel nacional y provincial, como el Movimiento Popular Neuquino, ex intendentes radicales, del PJ y del kirchnerismo entonces gobernante a nivel nacional.
Esa contradicción entre lo nacional y lo local se explicaba en dos palabras: “Acá no”. Carlos Fuentes, del MPN, sintetizó así el pensamiento de los políticos: “Cualquier persona cuerda tiene que estar en contra de la minería. No me importa que mi propio partido la apoye. Es contaminante, y es mentira que genere puestos de trabajo. Gracias a Dios pude recorrer y ver que las empresas son muy bichas, hacen el verso. Te sacan todo, se enriquecen los mineros y los funcionarios, y la gente sigue igual de pobre, pero además, contaminada. ¿Sabe qué? Mis hijos viven aquí. Está en juego su futuro”. Lo mismo opinaban sus colegas concejales de las otras fuerzas, que compartían como vecinos esa convicción, más allá de las grietas de la política partidista.
En aquella asamblea de Loncopué, además, participaban los pueblos originarios de la zona, mapuches de la comunidad Mellao Morales, articulados por primera vez en la historia con las comunidades blancas, o winkas, para resistir en conjunto el avance minero. Las comunidades mapuche y winka tenían al mismo abogado y vecino, cuyo nombre encabezaba la causa judicial: “HENDRICKSE, Cristian c. Provincia del Neuquén s/Amparo”. Ganaron todos los recursos incluso ente el Tribunal Superior de Justicia neuquino y, por si quedaban dudas, organizaron en 2012 una consulta popular histórica –que casi nadie conoce– en la que la población de Loncopué rechazó la megaminería a cielo abierto con un 84% de los votos. Se sumó así al plebiscito de Esquel en 2003, de resultado similar (81%).
Cristian había tenido mucho que ver en todo ese tejido de alianzas insólitas que llevaron a tal triunfo. Se consideraba simpatizante de las ideas anarquistas y libertarias que no se referían a nada de lo que hoy se publicita sino a filosofías de paz y colaboración entre las personas, que podían abarcar desde Mahatma Gandhi hasta Tolstoi, de Thoreau a Luther King.
Intervino también como abogado de las comunidades mapuches y criollas de la zona de Caviahue y del volcán Copahue. Esa vez lograron detener un proyecto geotérmico de la canadiense Geothermal One y la australiana Earth Heat, impulsado por el BID en esa fuente de belleza y de aguas termales sanadoras. Cuando Cristian logró el encuentro del lonko Pedro Hayquillán con funcionarios del BID, en Buenos Aires, el lonko planteó que el volcán (el Copahue) es un ser vivo. Ante la evidente sorpresa del ingeniero colombiano Alberto Levy, Cristian argumentó: “Es una creencia cultural que hay que respetar, así como los mapuches respetan al pueblo cristiano que cree en ángeles, o que Jesús nació de una virgen, y cuando murió se fue volando al cielo”. Entre la resistencia de las comunidades y la pulseada legal, el proyecto geotérmico se fue volando al cielo. (Todo esto puede leerse en las MU nº 49 y 60, y en lavaca.org).
Identidad y orientación
Un día de 2017 recibí un mail amistoso y a la vez formal desde Zapala: “Estimado Sergio. Espero que anden todos bien. Te molesto para informarte que he cambiado de género y ya no me llamo Cristian Hendrickse, sino Cristina Montserrat Hendrickse”.
Solo se me ocurrió tratar de reubicar mi mandíbula en su lugar y mandarle un abrazo. Cristina me contaba su proyecto de mudarse a Buenos Aires con su esposa Lili, las dos hijas de ella de parejas anteriores, y Abril, la hija en común.
Así la pareja inició ese otro viaje, con Lili preguntándose: ¿seremos lesbianas? Y con Cris planteando que no es lo mismo la identidad de género (por la que ella se sentía mujer trans) que la orientación sexual por la que seguía enamorado/a de su esposa y de su relación con ella, más allá de los sismos habituales en cualquier matrimonio. “En todo caso, he cumplido con lo de ‘creced y multiplicaos’ y ahora encima estoy tramitando la adopción integrativa de la segunda hija de Lili”.
En lugar del juicioso doctor de pelo corto y camisa celeste, encontré a la doctora de rulos largos, cejas depiladas, ropa colorida y gesto descontracturado que había cambiado su DNI y se maquillaba entre risas junto a su mujer y sus hijas. Me contó que había pasado la vida luchando contra monstruos externos: las multinacionales mineras, la violencia estatal contra los derechos humanos, el poder que se autopercibe como dueño de políticas, territorios y voluntades. “Pero el mayor monstruo estaba dentro mío. Yo no me sentía ese hombre que había sido toda la vida, y finalmente decidí enfrentar eso”. Contó cómo había ahogado su identidad de chico, la influencia de su madre de Acción Católica; su paso por el Liceo Naval de Río Santiago donde le decían “roca” por lo duro y peleador; su lento intento de transformación; el modo de revelar de a poco ante su esposa lo que le estaba ocurriendo.
Lili lo cuenta así: “Primero estaba muy angustiada, pero entendí que para mí es la misma persona. Que lo sigo queriendo. Que cambió el envase pero no el contenido. Un día me dijeron ‘pero entonces sos lesbiana, porque estás con una mujer’. No sé, que pongan los carteles que quieran. Empecé a verle el lado positivo. Mantuve mi pareja pero gané una amiga. Una persona con la que hablo más, nos divertimos comprando ropa juntas, o jugando con las chicas. Me entiende más, y hablamos todo. A mí me interesa que soy feliz, y la veo muy feliz a ella”.
La síntesis de la doctora: “No es que ahora me disfracé de mujer, sino que estuve 50 años disfrazada de hombre”.
¿Y las hijas? Lilín decía, con sabiduría de 11 años: “Antes usaba traje, era muy duro, estructurado, medio enojón, tenía mucho trabajo y nos veíamos poco. Ahora que es mujer la veo más libre, está con nosotras, juega. Inventé una palabra: pama, para mezclar papá y mamá. No extraño como era antes. Lo prefiero ahora. Está más feliz. Y yo también”. Abril, la menor: “Ya nos había contado que de chiquita se vestía con ropa de su mamá, pero no la dejaban. Yo me daba cuenta de que se arreglaba mucho, cada vez más. Así que nos daba pistas. Yo siento que es mi papá de siempre, o mi mamá, me confundo un poco con eso, pero le digo Montse. Es mujer por afuera pero yo sé quién es”.
Suspiros de monja anarcos
Cristina vive con su familia en Villa Ortúzar, Buenos Aires, y pasó a formar parte del Poder Judicial como auxiliar letrada del Tribunal del Trabajo nº 5 de San Martín. “No puedo ejercer como abogada, pero mi proyecto es llegar a ser la primera jueza trans del país”. Es además profesora adjunta en la Facultad de Derecho de la UBA (Elementos del Derecho del trabajo).
“El día que ganó Milei fui autoridad de mesa. Cuando volví, Lili se largó a llorar. No porque amara a Massa, sino por el temor que tenía como docente de escuela pública, casada con una mujer trans, con hijas que van a la universidad y a la escuela pública: todo mal”. Recuerda luego la fuerza que tuvo el anarquismo en el sindicalismo argentino, concentrado en gremios como el de los panaderos que, como burla a la policía, el ejército y la iglesia, crearon facturas a las que nombraron imperecedramente “vigilantes”, “bombas”, “cañoncitos”, “sacramentos”, “suspiros de monja” o “bolas de fraile”.
Estudiando Teoría del Estado se interesó por el pensamiento anarquista “que plantea la no violencia activa, no la caricatura del anarquista pone-bombas”.
¿Cómo empalman tus ideas libertarias en los tiempos anarco capitalistas?
Hay toda una historia del anarquismo que cree que el Estado nace de la opresión y la fuerza. Se arraigó en los movimientos obreros, Apareció Bakunin en Rusia, que era contemporáneo a Marx. Los dos querían llegar al socialismo, pero Marx a través de la dictadura del proletariado. Bakunin dice que toda dictadura va a generar burócratas. Después llegó Kropotkin que también cuestiona al Estado y dice que la naturaleza es solidaria, colaborativa, y no competitiva.
No es una naturaleza de mercado.
Para nada. La naturaleza es cooperativa. Pero en el siglo 19 había realmente un Estado opresor que solo garantizaba la propiedad, el privilegio del más fuerte. No había igualdad real de oportunidades ni de trato, los negros no votaban en Estados Unidos, las mujeres en ninguna parte, los trabajadores eran explotados en todos lados. Se produjo la Revolución Rusa pero el marxismo no se aplicó totalmente ni en la Unión Soviética, ni en Cuba después, ni tampoco las teorías se aplicaron en los socialismos europeos. Las ideas siempre se adaptan a las realidades. Con el tiempo, en el siglo 20 hubo miles de luchas, como la de los mártires de Chicago, o acá se fusilaba obreros en la Patagonia, pero después de lo terrible que fue la Segunda Guerra Mundial, después de enfrentar el fascismo y el nazismo, se empieza a ir hacia un Estado social, con más derechos, se ve mucho en Europa. También era una forma de responder a las ideas de la Revolución Rusa y a los reclamos de tantas luchas.
¿Y aquí?
En Argentina se habían incorporado primero derechos, leyes, y después se creó la Constitución peronista de 1949. Se le pueden hacer críticas, pero fue legítima y representó un constitucionalismo social. Eso se terminó con los bombardeos de 1955 que mataron a más de 300 personas, el golpe de Estado contra Perón y los fusilamientos en los basurales de José León Suárez, y el del general Valle. El gobierno golpista volvió a la Constitución de 1853 con la reforma de 1860, pero así y todo hicieron una reforma constitucional que incluyó el artículo 14 bis de derechos sociales: el derecho individual al trabajo, el derecho colectivo, y los derechos de la seguridad social. Hasta los militares tuvieron que fumarse eso, incluyendo la idea de la participación de los trabajadores en la dirección y en las ganancias de las empresas. O sea, una forma constitucional de plantear una democracia económica, aunque nunca se aplique.
La voltereta en las ideas: “Entonces ya no tenemos un Estado como el que confrontaban Marx y Bakunin. Los pobres con conciencia de pobre y de lucha estaban contra el Estado y los ricos se sentían protegidos, pero cuando el Estado se hace social y empieza a defender a los más vulnerables, los ricos, los concentradores, se hacen anarquistas: son ellos los que ahora quieren destruir al Estado. ¿Por qué? Porque no me está ayudando a mí, está ayudando a estos negros, los pobres, las mujeres, los discapacitados, los ancianos, no me deja sacar más plata, no me deja tener esclavos, me multa si tengo gente en negro. Y encima aparece todo el derecho internacional, los tratados sobre derechos humanos, contra la tortura, contra la discriminación, por los derechos del niño”.
“Ahí hay una inversión –dice Cristina, y no se refiere a la economía–. Una inversión para apropiarse y robar el término libertario, que es una mala traducción de ‘libertarian’, como se les dice en Estados Unidos. O sea: son libertarianos, no libertarios. Y no es un invento de Milei, es algo global a lo que él se engancha. El anarco capitalismo lo reivindica entonces el que manda, el que tiene los capitales, que interpreta la idea del crecimiento económico con justicia social como si fuera una aberración de Stalin o de Fidel Castro”.
Constitución revolucionaria
Cristina enlaza todo lo dicho con el deporte de las conspiraciones: “Todas las ultraderechas del mundo meten en esto a los zurdos, que son todos los demás, armando una teoría conspirativa de construcción de enemigos. Y de construcción del odio. Es lo mismo que hizo el nacionalsocialismo con eje en los judíos, los gitanos, los extranjeros en general, las personas LGTB, los republicanos españoles, comunistas, socialistas. El Furher era el intérprete del sentir del “volk”, el pueblo. Había que delegarle todo. El miedo y el odio al extranjero se expanden hasta hoy. En Alemania, por ejemplo, plantean que los inmigrantes tienen tasa de natalidad más alta, van a ser cada vez más, y entonces en un tiempo el país ya no va a ser de los alemanes. Aquí la reacción es directamente contra todos los que piensan distinto, agregando a los ambientalistas”.
Extrae de su cartera una de sus armas recientes –un abanico– y plantea: “Me fui por las ramas, pero a lo que quería ir es a que anarquismo y capitalismo son contradictorios, un oxímoron. No podés decir que sos anarquista y capitalista. Es como decir que sos una feminista machista o viceversa. Hace unos años entré en un grupo virtual, creo que era de Facebook. Me interesó que se percibieran anarquistas, pero les discutí que no podían ser las dos cosas. Ellos no quieren discutir. Me dieron una patada en la popa y me rajaron del grupo”.
¿Por dónde pasan entonces las ideas de transformación? “Lo revolucionario hoy es la Constitución reformada en 1994. Reconoce la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas, la posesión de las tierras que ocupan. Plantea toda la visión social, los derechos, el respeto a los tratados internacionales. ¡Hasta habla de justicia social en el artículo 75, inciso 19!”
Se refiere a un extraño tramo de ese best seller poco leído que habla de posibles utopías que el actual modelo parece querer evaporar: “desarrollo humano”, “progreso económico con justicia social”, “productividad de la economía nacional”, ”generación de empleo”, “defensa del valor de la moneda”, “la promoción de los valores democráticos y la igualdad de oportunidades y posibilidades sin discriminación alguna”, “la libre creación y circulación de las obras del autor; el patrimonio artístico y los espacios culturales y audiovisuales”, entre otras cosas.
El abanico se agita: “Defender hoy la Constitución es ser el Che Guevara o Ho Chi Minh”.
Conductas desordenadas
Los libertarianos, como prefiere decirles Cris, no tienen una actitud excesivamente friendly. El biógrafo de Milei, Nicolás Márquez, planteó que la homosexualidad es una conducta “desordenada”, “insana y autodestructiva”; que las personas LGTB viven “25 años promedio menos que una persona heterosexual”; que tienen “7 veces mayor propensión a las drogas y 14 veces mayor propensión al suicidio”. Sus estadísticas expelidas con tono científico plantean que los homosexuales tienen “4 veces mayor propensión al tabaquismo y 4 veces mayor propensión al alcoholismo”. Agregó que “una persona que tiene ese estilo de vida tiene una perspectiva de vida muy infeliz y menor”. Remató sus argumentos con un hallazgo autoexculpatorio: “la homofobia no existe”.
Cristina es una de las tantas desmentidas de cada una de esas frases. “Tratan de disfrazar todo de tono científico, para no hacer evidente que vienen de lo más rancio de la derecha ultra católica. Si somos enfermos, tendríamos que ser curados con terapias de reconversión. Ya se sabe en qué países lo intentaban, pero después esta gente te habla de ‘libertad’. El tema de los suicidios claro que es mayor en las personas LGTB, pero no porque sean LGTB sino porque están expuestas al hostigamiento, a la violencia, al bullying, como lo hace ese señor. Esa agresión contribuye a desarrollar patologías de la salud mental en un medio que les cuida a unos la autoestima y la salud y tritura a otros. El nexo causal de los suicidios LGTB es el hostigamiento, la discriminación y la violencia”.
Sobre las vidas desordenadas: “Llama la atención esa obsesión por el orden, que se ve en algunas culturas cerradas: los regimientos, las cárceles y los conventos. Es una cuestión afín a las ultraderechas que todo esté ordenado y reglamentado: el nazismo, el fascismo, el franquismo. Lo que pasa en esas vidas ordenadas al máximo lo sabemos por los cuestionamientos en diferentes iglesias sobre los abusos, empezando por el infantil. Cuando hay tanto esfuerzo por aparentar orden, usando palabras de Jesús sobre los fariseos, aparecen los sepulcros blanqueados. Blancos y resplandecientes por fuera, pero adentro hay podredumbre y corrupción. No quieren la diversidad, lo contradictorio: no quieren la libertad” explica.
“Lo real también es que en todas estas personas transfóbicas tienen algo no resuelto. Como dice el escritor André Aciman, la homofobia es una admisión implícita de un deseo homosexual, consciente o inconsciente. Si lo tomás del lado religioso, Dios nos hizo a su imagen y semejanza, lo dice el Génesis. Bueno, entonces Dios es varón, es mujer, y es trava también. Eso no le gustará a mucha gente, pero qué se le va a hacer: así es la diversidad”.
¿Qué significan hoy esos discursos de odio?
Es la batalla cultural, dicen. Es un odio que se difunde y aumenta los crímenes y la discriminación, porque se señala a parte de la población como personas subnormales, subhumanas, inferiores, como lo hacían los nazis respecto de los judíos. Aquí se usa la misma estrategia discursiva con los pueblos originarios, con los sectores más pobres, “los negros de mierda”; con la gente que sale a reclamar por sus derechos como pasó con la Ley Bases. Con trolls, medios y periodistas, con fake news y mentiras, instalan el discurso de la intolerancia que no sabés en qué puede terminar. O sí: es como darle la pistola a los asesinos.
La neo pandemia
Panorama internacional según Cristina: “Coincido con mucha gente que plantea un escenario posible de guerra mundial. Una guerra por los recursos naturales para sostener la economía que revienta el planeta, y para alimentar una industria de guerra que siga queriendo saquear los recursos, para hacer más guerra. Estados Unidos, China, Rusia, Unión Europea: en esa entran todos”.
Panorama nacional: “Estamos casi en una pandemia. No podés protestar en la calle, tenés que ir por la vereda, todos ordenaditos, sin molestar a nadie. Desde que tengo uso de memoria este país se manifestó siempre en la calle, hasta las hinchadas de fútbol ocupan las calles para celebrar, pero a este gobierno se le ha ocurrido que hay que disciplinar a la sociedad”.
¿Se logrará? “En Argentina siempre hubo capacidad social de confrontar. Se luchó en las guerras de la Independencia, en la Patagonia Rebelde y la Semana Trágica, contra la Revolución Libertadora, contra la dictadura, por los temas laborales, de derechos humanos, ambientales. Esto se sabe, entonces hay un experimento de la ultraderecha que consiste en anular la resistencia. Cuando estuve en el Liceo Naval, en Río Santiago, un oficial que enseñaba operaciones, un tipo muy inteligente, preguntó: ‘¿Cuál es la finalidad de la guerra?’ Le digo: ‘Destruir la flota enemiga’. No. ‘Matarle todos los soldados’. No. ‘Dejarlos sin munición ni logística’. No. Entonces dijo: ‘La finalidad es quebrar la voluntad de lucha del otro’. No me olvido más. Y lo grave ahora es que se ha tomado la puja política y social como una guerra. Y para ganarla quieren destruir la voluntad, quebrar la capacidad de lucha de la gente”.
¿Y qué hacer frente a eso? “Cuando ganó Milei me encontré en casa a Lili llorando, las chicas angustiadas. Les dije: nací en 1964, pasé la dictadura, la hiperinflación, el neoliberalismo, el 2001, todas las peleas contra las mineras. Así que sé que atravesar esto no va a ser fácil, mucha gente va a quedar mal, o en el camino. Lo importante es cuidar la salud mental y la del cuerpo, no dejarse atrapar por el deterioro y la decadencia. Van a reventar un montón de cosas, pero que no nos revienten la cabeza: la tenemos que cuidar, para poder reconstruir todo lo que vienen a destruir”.
¿Qué te hace tener expectativas?
Yo creo que la vida va a preponderar, va a triunfar, o nos extinguimos. Necesito creer que hay esperanza, porque he visto cómo la gente puede coordinarse, construir conciencia, actuar colectivamente y sin violencia. Se aprende a decir no. Y eso al poder lo asusta. Porque cuando hay procesos como pasó en Loncopué, en Chubut, en Mendoza, en Famatina y en tantos lugares con la gente movilizada, la única que les queda es matar a todos. Entonces yo diría que hay que hacer algunas cosas: no atolondrarse, no angustiarse, saber siempre que no se termina el mundo y que podemos inventar otras formas de vivir. La cuestión es no perder la voluntad de supervivencia. El que se rinde, se muere. Si después del Titanic te quedás flotando y pensando que todo está perdido, te lleva el frío. Y está bien llorar. Pero también hay que aprender a dejar de llorar y de victimizarse.
Recuerda siempre Padre, la canción de Joan Manuel Serrat: “Padre, que están matando la tierra. Padre, deja ya de llorar que nos han declarado la guerra”. Propuesta: “Dejar de llorar es un llamado a la acción. Tendría que escucharlo la izquierda. No hay que ser mártir. Hay que ganar. Salir de la resignación y defender la vida. Buscar acciones pacíficas e inteligentes y lograr resultados positivos para la gente, sin comernos al otro, para no convertirnos en caníbales de caníbales. Fijate que estamos en un individualismo competitivo que en realidad destruye individuos”.
Y genera masificación, como buscando un monocultivo cerebral y cultural.
Claro. Te empuja a encolumnarte detrás de la idea única, o de lo que se supone que dice y hace “todo el mundo”. Por eso no hay que dejar que nos hundan individualmente, que nos fragmenten, sino cuidarnos para saber que lo colectivo empieza en nuestra salud como individuos. No es la idea de Rousseau de que mi libertad termina donde empieza la libertad del otro, sino la de Bakunin que planteaba que para ser libre, los demás tienen que ser libres: mi libertad se amplía con la libertad del otro.
La cabeza dura, en el sentido de la tenacidad, dice Cristina, no puede ser la única cualidad: “Es una época que nos exige mucha capacidad y plasticidad para ubicarnos y para construir la resistencia. Aunque en realidad no sé si esto que estamos viviendo se va a caer por la resistencia, o si caerá solo, por implosión, como pasó con tantos poderes en la historia que de pronto se derrumban por su propio peso, su ineptitud. Por eso creo que está bien pensar en resistir, pero lo más importante es prepararnos para reconstruir, para pensar qué país vamos a hacer con lo que quede. Sabemos cómo sacar algo lindo de tanta corrupción y de tanta porquería. El mundo se reconstruyó infinidad de veces. Argentina también. Pero fijate: nunca fue por lo que hicieron las corporaciones ni los ricos. Siempre es por lo que construye la gente. En eso sigo confiando”.
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