Estos apuntes apenas intentan atrapar algunas escenas de un conflicto vivo, que crece y desborda: la revuelta desatada tras el intento –en curso- de empobrecer a la educación pública, cuyos protagonistas son las y los estudiantes. Lecciones de democracia, política, creatividad, masividad, comunicación, independencia, soberanía, comunidad, entre otras yerbas. Por Franco Ciancaglini.

Hay un rompecabezas armándose en Argentina.

Se trata del que representan los múltiples focos de conflicto presentes en cada punto del sistema público argentino, de los trenes a las aerolíneas, de la salud a las y los jubilados, otros de los protagonistas.

Y ahora, momento de las y los estudiantes, que protagonizan una lucha contra el ahogo presupuestario de las universidades en todo el país de manera masiva y creativa, incorporando otros conflictos del presente.

Amplificando un malestar, sí, pero también defendiendo el futuro.

Tal vez estén cocinando eso que faltaba: el hacia dónde vamos.

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En tiempos donde el poder se volvió insólito y violento, los estudiantes son (no representan) aquello nuevo –sí, por su mera juventud- que no conoce lo viejo –sí, por su mera juventud-.

Nuevo: que se percibe y experimenta por primera vez.

Reciente, flamante, fresco.

Inédito, insólito, original.

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Si en las elecciones esa condición les valió el mote de individualistas, digitalistas y hasta mileístas, hoy conviene prestarles atención de otro modo.

Dice Marcelo, docente que vivió en los 90, que si ayer con la lucha se abría una negociación, hoy no. 

“A estos les resbala”, sintetiza sobre los viejos métodos.

Con otras reglas de juego en curso, tal vez se necesite inventar otros juegos. 

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En eso, las y los estudiantes se adueñan, primero, de un viejo y efectivo método: las asambleas. 

Allí y así discuten las tomas cientos de miles de estudiantes en todo el país, desbordando las intenciones de las conducciones de los centros – muchas veces asociadas a partidos- de intentar imponer “el método” de lucha.

Dándose el tiempo para hablar y escucharse, y levantando la mano.

Votando. 

No siendo espectadores, sino siendo parte.

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El quiebre generacional acaba de suceder.

Lo cuenta Lucía, de Psicología UBA, cuando dice que hay una generación que, postpandemia, jamás había estado en una asamblea ni participado de espacios de diálogo.

Ahora sí.

Y que mandan flyers por Whatsapp contando qué es una asamblea y cómo participar. 

Y que funciona. Las y los estudiantes van. 

Quieren ir.

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Marcelo y Lucía, desde lugares diferentes, coinciden en que la afluencia de estudiantes “sueltos” o “independientes” está creciendo.

Y que eso hace que las asambleas desborden.

Y que tomen otras lógicas.

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Cuenta Lucía que en Psicología, las y los independientes corrieron a los partidos políticos del mando de las asambleas. 

Y sin que esto signifique nada, fue todo.

Desde entonces se votaron tomas, vigilias, clases públicas, cortes programados, acciones callejeras.

Encontraron, así, eso tan difícil hoy: lo común.

Para la joven Lucía hoy es la defensa de lo público: “Hay que poner el eje ahí”.

Público: Conocido o sabido por todos. Dicho de una cosa: Que se hace a la vista de todos.

Común: Que, no siendo privativamente de nadie, pertenece o se extiende a varios. Corriente, recibido y admitido de todos o de la mayor parte.

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Las imágenes de las asambleas estudiantiles que se ven en todo el país son la esperanza de esta época oscura.

La otra esperanza son sus movilizaciones cargadas de carteles con consignas humorísticas, acaso otra de las claves – más que el amor- para ganarle al odio.

El humor vence al odio. 

La comunicación real y el arte, otras características de su lucha, también. 

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La otra imagen poética que nos regalan son las clases públicas.

La universidad funcionando, en la calle. 

Los docentes dando con pasión y precisión clases en la vereda o en la Plaza de Mayo, y las y los estudiantes serios, anotando y participando. 

Un orden en medio del caos.

Autogestión estudiantil.

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Queda por verse qué más nos dice este movimiento, si preanuncia algo más grande y transversal, si logrará torcer el brazo del gobierno, o se diluirá al calor de la siguiente fatalidad de turno.

Mientras tanto, algo ya pasó en cada alumno y alumna que levanta, por primera vez, la mano en una asamblea.

Un efecto mariposa y un aporte a una forma nueva de ejercer la re-organización de lo que viene.

Ese es el rompe-cabezas que ellos y ellas ya están armando.