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Tierra sin mal: Cooperativa Ivy Maraney

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MU en Corrientes. Una cooperativa de producción agroecológica parida tras la muerte de dos niños a causa de los agrotóxicos, muestra cómo es producir sin venenos en medio del agronegocio. Granja, huerta, chacra y vivero para pasar de la queja al “hacer las cosas bien”: la muestra de que otro mundo también es posible. Por Francisco Pandolfi.

Tierra sin mal: Cooperativa Ivy Maraney
Celeste y Jorge, parados; Cristian y Pedro agachados: integran la cooperativa desde el inicio. Fotos: Juan Valeiro.

Por lo que cuentan, este tipo de gente se parece al repollo, a la cebolla de verdeo, a la zanahoria y al apio. Por lo que muestran, este tipo de gente soporta los calores más extremos y los fríos más helados. Y eso no es todo: también soporta a los gobiernos más ciegos y a los gobiernos más sordos. Y sin embargo sigue ahí, este tipo de gente, estoica, con las manos en la tierra en plena urbanidad, en la única experiencia agroecológica de Corrientes capital.

Este tipo de gente son 70 personas que se nuclean en la cooperativa de producción agropecuaria sin venenos Yvy Maraney, nombre que en guaraní significa Tierra sin mal y que se gestó desde las entrañas de la organización socio ambiental Guardianes del Y’verá. Aunque bien podría haber sido en este caso, Yvy Maraney no nació de un repollo. Su nacimiento en 2015 no se desprendió de la vida, sino de su antónimo. Fue parida por la impotencia. El llanto. Y la necesidad de transformar un modelo de muerte. A Ivy Maraney la parieron Nicolás Arévalo y José “Kily” Rivero (4 años de edad). Y un par de años después la volvieron a parir Rocío Pared (12) y Antonella Sánchez(16).

Eugenia

En 2011, Nicolás Arévalo y su prima Celeste se intoxicaron con endosulfán en la localidad de Lavalle. Nico tenía 4 años y falleció cinco días después. Celeste tenía 7 y sufrió lesiones graves. En 2020, el productor hortícola Ricardo Prieto fue condenado a tres años por homicidio culposo, pero no fue a la cárcel porque la sentencia fue bajo la condición de realizar un curso sobre manejo de fumigaciones.

José “Kily” Rivero también tenía 4 años cuando murió en 2012, también en Lavalle y también por obra y gracia de “plaguicidas organofosforados que le produjeron una falla hepática fulminante, falla multiorgánica, de origen tóxico”, según determinó la autopsia. En 2023 el empresario tomatero Oscar Antonio Candussi también fue condenado por homicidio culposo a tres años de prisión condicional, pero tampoco fue preso.

Rocío Pared tenía 12 años cuando en Mbucuruyá comió una mandarina contaminada con el agroquímico carbofurán, que se prohibió un año después en el país. Ya no estaba Rocío para verlo. El dueño del campo lindante a donde vivía ella (y continúa viviendo su familia) es Luis Brest, integrante de una familia que ostenta grandes extensiones rurales en Corrientes. Rocío murió en septiembre de 2017. Siete años después, la Jueza de Instrucción, Correccional y de Menores de la ciudad de Saladas, María del Carmen Mareco, todavía no resolvió la causa penal.

El 29 de abril de 2021, Antonella Sánchez –media hermana de Kily Rivero– tenía 16 años cuando murió de cáncer. Su familia responsabilizó al uso de agrotóxicos, en una zona donde ninguna muerte ni ninguna enfermedad alcanzó para modificar un modelo de lanzamiento indiscriminado de venenos. El 9 de septiembre pasado, el corazón de María Eugenia Sánchez, la mamá de Kily y de Anto, no resistió más: luego de haber enterrado a dos hijos y ser bandera contra los pesticidas, falleció en Goya.

Desde Guardianes del Y’vera escribieron: “Eugenia se hizo furia desde que le arrebataron a su Kily, y encarnó la voz de una madre que con mucha fuerza señaló a quienes lo asesinaron. A Eugenia le arrebataron casi toda la vida que logró traer a este mundo. Y ella siguió, no paró. Enfermaron a su Antonella, y partido su corazón de manera irreparable, no les dio el gusto a los asesinos del agronegocio, siguió luchando y el día que Anto partía víctima del cáncer, en la provincia que apaña el modelo que envenena y mata, se convirtió en ley el Proyecto de Oncopediatría por el que Eugenia peleó”. 

Esta nota, también, es un homenaje hacia su eterna lucha.

Tierra sin mal: Cooperativa Ivy Maraney
Pedro con los pies en la tierra, y las manos también. Soberanía alimentaria, trabajo autogestivo y ambiente y cultivos sanos.

Perejil, charco y veneno

Guardianes del Y’verá es una organización apartidaria y autogestiva, que tiene la particularidad de haber nacido en el interior de la provincia, allá por 2011, y desde esa expansión territorial luego hizo anclaje en Corrientes capital. Cristian Barrionuevo recibe a MU en el barrio Ponce, en la periferia de la ciudad donde la cooperativa Ivy Maraney produce, en un lote de 3 hectáreas, agricultura sin tóxicos: agroecología. Es el pedazo de tierra más grande que tienen. El resto son más pequeños: terrenos baldíos o casas particulares. “Antes de que naciera Yvy Maraney comenzamos a trabajar en Lavalle con proyectos que no dependieran del empleo en las tomateras, que son las que terminan matando a los chicos. Fuimos haciendo varios emprendimientos, algunos más familiares, otros más cooperativos. Después de esas primeras experiencias vinimos a la ciudad por una cuestión estratégica. Así como el Dios argentino atiende en Buenos Aires, el correntino lo hace en la capital. Hacer base acá les dio fuerzas a las causas del interior, como por ejemplo en la previa del juicio por la muerte de Kily Rivero. Seguían posponiendo su realización ‘porque había asuntos más prioritarios’, hasta que nos movilizamos y no pudieron seguir pateando la causa después de más de diez años”.

Cristian planta de todo, lechuga, rúcula, zanahoria, perejil, achicoria, puerro, y más y más verduras. “Formamos la cooperativa para hacer una experiencia de autogestión agroecológica en el epicentro de la provincia, con el sustento de lo que había pasado en el interior con los chicos, que es una lógica que continúa sucediendo. No cambió en nada, incluso es peor que antes. Acá nosotros comemos el veneno en dosis bajas, pero allá lo respiran en dosis alta, o lo tocan con el agua que llueve. A veces tenemos esa sensación de que no hicimos nada, de que no solucionamos nada, porque aunque día a día hacemos un montón de cosas el poder empresarial sigue aumentando. Cuando logramos mediatizar el tema, se frena, pero luego avanza como si nada hubiese pasado”. 

Ejemplifica: “Hasta el año pasado pagaban dos mil pesos por día fumigar entre diez y doce horas, sin ninguna medida de seguridad para quienes lo hacen. Ahora pagarán un poco más, pero envenenan como siempre. El agroquímico cae al suelo, al agua, se mueve por la tierra por capilaridad. Así fue que Nico pisó un charco y terminó muriendo. Por más cuidado que se tenga, el veneno envenena igual. Ningún productor quiere ser un asesino matando una criatura; por más hijo de puta que sea estoy seguro que ninguno debe querer eso, pero sucede porque el modelo es así, nadie lo puede controlar”.

El germen

La cooperativa nació en 2015 como parte de un proceso que había arrancado previamente en un merendero del barrio popular Bañado Norte. Primero se construyó una huerta comunitaria a partir de talleres educativos para la niñez y adolescencia. El boca a boca empezó a correr y se afianzó la relación con los adultos. Algunos productores periurbanos y muchas vecinas y vecinos con ganas de volver a poner las manos en la tierra, tras haber atravesado un factor bastante común: más temprano o más tarde, el desarraigo de la ruralidad a la urbe. Sergio Méndez es otro de los fundadores de Yvy Maraney. Recuerda: “Nos agrupamos con la idea de promover alimentos sanos, saludables, amigables para el ambiente, para quienes los producimos y para los consumidores. En una primera instancia lo hicimos para apoyar al merendero, desde una mirada política y social que colaborara con la situación del barrio, pero siempre produciendo de la manera que hoy parece no convencional, sin químicos”.

Los talleres que primero hacían con chicos, empezaron a hacerlos también con personas mayores, para charlar sobre cómo preservar a la naturaleza y a los barrios populares que están todos diseminados en los márgenes del río Paraná. Dice Cristian: “Este fue otro germen de la cooperativa. En 2015 la iniciamos diez y hoy somos 70. Lo primero que hicimos fue construir huertas chiquitas, de autoconsumo. Después avanzamos hacia la venta de excedente hasta que pudimos lograr producciones más grandes para comercializar”. Suma Sergio, que no se da por aludido si no lo llaman Checho: “En una asamblea de principios de 2016, a una compañera se le ocurrió ‘Ivy Maraney’. La tierra sin mal, el lugar prometido para los guaraníes que vivían en armonía con el ambiente y trabajaban para cuidarlo. Eso mismo es lo que buscamos replicar”.

Tierra sin mal: Cooperativa Ivy Maraney

¿Qué es lo natural?

Los talleres de formación no son cosas de ese pasado iniciático, sino que perduran hasta hoy como base de desarrollo. “Talleres de la escuela de agroecología” se denominan y hay varios que se pueden ver desde Youtube.

Pedro, Celeste y Jorge están dentro de sus parcelas, carpiendo la tierra. Paran un rato a charlar bajo la sombra del mediodía que ya calienta demasiado en tierra correntina.

Los resultados de los espacios educativos se plasman en la forma de esta producción agropecuaria. Sintetiza Celeste, que no habla mucho ni tampoco le hace falta, para dar en el punto: “Lo que hacemos es lo natural”. Pedro: “Si uno pone químicos, la tierra deja de funcionar”. Jorge: “Y si se envenena la tierra, nos enfermamos con ella”.

Los tres nacieron en la provincia de Corrientes y están en la cooperativa desde el inicio. Pedro tiene 38 años y es de San Miguel. Jorge, 48, de Santa Ana. Celeste, 36, de la capital. Coinciden en que producir de esta manera, en un proceso que necesita más tiempo en la tierra, cada vez se hace más difícil en un contexto social y económico como el de ahora. Pedro: “El que le tira insecticida para combatir a las plagas, ya está, se olvida. A nosotros nos cuesta mucho más evitar que los bichos fundan nuestras plantas, pero igual no lo negociamos hacerlo de esta manera, porque si no estaríamos negociando nuestra salud y la del ambiente. ¿Qué ganaríamos? No hay precio ni tiempo que pueda darnos la tranquilidad de saber que estamos vendiendo algo sano, sin riesgos para nadie”. Hace una pausa, y dice: “Pero cuesta”. Pedro trabaja además en la construcción. “No podemos depender solo de esto”. Jorge, además, hace ladrillos. Celeste, hasta hace poco, cuidaba a una persona con discapacidad. Cristian afirma: “Hoy si no tenemos tres trabajos, no comemos”. 

Cuises & topos

Los cooperativistas cuentan que, ni bien puedan, van a cerrar los laterales de las parcelas porque hay un montón de cuises haciéndose panzadas entre tanta verdura: “En el medio de la huerta está todo lindo, pero en los costados se nota cómo las verduras están más chicas”. Algo similar lo están padeciendo con el retroceso en las políticas públicas. No son cuises. Pero es un topo. Denuncia Cristian: “Este gobierno cerró el Pro Huerta, que facilitaba las semillas. Ahí se sumó otro problema más”. Pedro: “Nos complicó mucho porque ahora debemos producirlas nosotros y para eso debemos dejar de cosechar esas plantas que iban a ser para la venta, esperar que florezcan y de ahí sacar las semillas. Se da en un momento que de ninguna manera estamos en condiciones de dejar de vender”.

Jorge: “Estamos peor que antes. Aumenta todo y nosotros no queremos subir demasiado los precios para que sean accesibles. Sigo acá porque me gusta trabajar en la tierra, pero sobre todo porque tengo garantizado el autoconsumo, que en este contexto no es nada menor”. Pedro: “Toda la economía empeoró. Día a día aumentan los precios de la mercadería, la nafta, el gas, mientras que vendemos el cincuenta por ciento del año pasado, porque la gente compra menos. Y encima se nos cerraron muchas puertas con este nuevo gobierno nacional. Antes quizá podíamos conseguir más fácil algunos materiales, había una ayuda para fomentar la agroecología. Y ahora eso no existe. Por ejemplo, una media sombra para resguardo de los climas extremos, tanto en verano como en invierno. Hoy un rollo de media sombra que trae 50 metros de largo por 4 de ancho está más de 100 mil pesos, cuando el año pasado estaba la mitad. Debemos comprar más de un rollo, y la ganancia no nos da para gastar esa plata”.

¿Hay fomento o incentivos del gobierno correntino y de la intendencia? Pedro: “Nada de nada. Somos los únicos que estamos peleando, solos”. Cristian: “Simplemente falta la decisión política de acompañarnos. Nada más y nada menos”. Y propone: “Una idea muy básica y fácil: que el Estado incentive la producción de reemplazantes de los químicos para matar las plagas, que se pueden hacer de manera natural y son muchos más baratos que los venenos. Si las políticas públicas acompañaran todo sería más fácil”.

Oportuncrisis

La organización interna de Ivy Maraney se divide en áreas de trabajo. Producción, venta, comunicación, gestión y economía, y la escuela de agroecología.

Dentro del sector productivo, hay tres variantes: 

Granja: se crían aves para la venta de huevos.

Huerta y chacra.

Vivero de plantas ornamentales.

Cristian señala un tendalero blanco y describe una época: “Ese lugar estaba destinado a hacer vivero, pero en los últimos meses se transformó en una huerta. En plena crisis, la gente compra alimento, no flores”.

Quienes se encargan de la venta lo hacen en ferias, verdulerías o a través de pedidos particulares, con entrega a domicilio. Dice Celeste: “Se trata de un proceso bien artesanal: lavan la verdura, la limpian, la empaquetan y la ponen en bolsas o bolsones, según el caso”. 

En la economía de la cooperativa se distinguen algunas singularidades, que hacen al alma del colectivo. Por un lado, cada socio pone por mes a un fondo común mil pesos, que por un lado se usa para pagar gastos administrativos, y sobre todo para contar con un colchón que sirva de préstamo rotativo para el socio. “Es un estímulo a invertir y seguir potenciando el proceso agroecológico”, resume Cristian, que hace un análisis más extensivo de esta realidad: “Hay muchas cosas para quejarnos, que no funcionan bien. Sí, es una cagada que el Pro Huerta ya no exista más, pero también lo veo como una oportuncrisis. Es una oportunidad para hacer las cosas bien y no depender de que un gobierno te regale semillas. Son dos puntos diferentes. Por un lado, hace falta que el Estado produzca semillas de calidad. Por el otro, debemos incentivar la autoproducción de semillas, que es lo que genera una real autonomía y no una dependencia. Desde la cooperativa vemos esto como una prioridad”.

En el horizonte, otra oportunidad en medio de la crisis: “El paquete armado de químicos ya existe, y desde los hechos hay que contrarrestar eso para seguir convenciendo a los productores de que el camino no es por ahí, sino por acá. En la cooperativa estamos en el camino de producir bioinsumos para eliminar las plagas”. Sintetiza: “Como cooperativa debimos inventarlo todo, porque en la provincia no hay infraestructura armada para fomentar la agroecología y además todo está pensado para la gran escala o para lo familiar, falta algo en el medio”.

El último verano en Corrientes la temperatura alcanzó los 48°. “Sin media sombra, chau, se funde todo”, cuentan. La selección de qué plantar y qué no se afina mucho más en la estación más calurosa: “Sembramos los cultivos más fuertes, que más aguantan, como el repollo, la cebollita de verdeo, la zanahoria, el apio. La lechuga y la acelga no, resisten menos”.

Checho cuenta la fórmula de Ivy Maraney para haber sobrevivido tantos calores extremos y fríos helados, y gobiernos ciegos y gobiernos sordos. “A lo largo de estos casi diez años construimos una identidad, una conciencia entre todos los productores y socios miembros de la cooperativa: trabajo sin patrón, autogestivo y libre de agrotóxicos, con bioinsumos propios preparados con materiales del entorno, todos orgánicos; con la producción de alimentos sanos que cuiden el ambiente en su totalidad. Nos motiva contar nuestra experiencia porque estamos seguros que el camino no es el de la dependencia de las multinacionales que envenenan los productos que llegan al Mercado Central, cosechados en grandes extensiones de campos envenenados. Un futuro sano solo puede construirse con soberanía alimentaria, nuestra arma para ser autosuficientes. Yvy Maraney es una muestra de que ese mundo es posible”.

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