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Bioteatro
Mariana Eva Pérez es nieta de Abuelas de Plaza de Mayo e hija del 77, recuperó a un hermano y un destino: escribir. Blogger por elección y dramaturga por pasión, estudió Ciencia Política y trabajó en el hilván de Teatro por la Identidad. Sus propias obras están lejos de complacer los lugares comunes de esas temáticas y tocan las heridas más profundas de la batalla por resignificar la memoria.
En su perfil de blogger dice que tiene 31 años, que es mujer, que nació bajo el signo de Cáncer y en un año de la Serpiente, que su sector es el arte y su profesión “dramaturga y politóloga, en ese orden”.
El énfasis importa mucho.
Mariana Eva Pérez escribe desde chica: “Era lo más divertido que podía hacer”. Mira hoy sus cuadernos y se asombra de la imaginación que tenía, “y la desvergüenza para escribir lo que se me ocurría”. Tenía 13 años cuando la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo –de la que eran parte sus dos abuelas, Rosa Roisinblit, actual vicepresidenta, y Argentina Rojo, que murió hace tres años– publicó una selección de sus poemas y relatos. “Pero después la cuestión de la militancia vino a tapar todo. Ahora veo que fueron años en los que me propuse buscar a mi hermano, y lo encontré y seguí y no paré. Años en los que no le di bola a lo que quería hacer, muy marcados por el mandato que sentía”.
Todo en la cabeza
El 6 de octubre de 1978 el padre de Mariana, José Manuel Pérez Rojo, y su madre, Patricia Julia Roisinblit, fueron secuestrados y llevados a un centro clandestino de detención en la zona Oeste del Gran Buenos Aires. Allí Francisco Gómez, quien participaba en los grupos de tarea de la Aeronáutica como personal civil, vio el embarazo de ocho meses de Patricia, que al mes siguiente fue llevada a parir a la Escuela Superior de Mecánica de la Armada. El 15 de noviembre el médico Jorge Luis Magnacco asistió al nacimiento del hermano de Mariana, a quien su madre llamó Rodolfo Fernando pero Gómez y su esposa, Teodora Jofré, inscribieron con otro nombre, como hijo propio nacido en su hogar el día 24.
Hace ocho años, cuando un estudio genético estaba a punto de confirmarle que había encontrado a su hermano, Mariana estudiaba Ciencia Política y trabajaba en Abuelas, y así se presentaba. Sus planes eran avanzar en esa dirección: se recibió, compiló publicaciones y colaboró en el mensuario de Abuelas, obtuvo becas de investigación de la Universidad de Buenos Aires y la Fundación Antorchas para sus investigaciones sobre memoria e identidad.
“Hacía lo que tenía que hacer, lo que yo me había dicho a mí misma que tenía que hacer. Para mí hay un llamado de mis viejos y de los desaparecidos en general, estas miles de almas en pena: es un llamado que no se puede desatender pero que al mismo tiempo amenaza con copar todo, aplastar toda la vida. Con sólo mirar las fotos yo podía decir quién era cada uno, más o menos las fechas de caída, dónde lo habían llevado. Lo tenía todo en la cabeza. No es por jactarme, a lo mejor no tendría que haber sabido tanto. Desatendí mi deseo de todo, incluido el artístico que quedó limitado al consumo: iba a un museo, iba a un recital. Pasé años dándole al teatro el residuo de mí, lo que quedaba de mí después de toda la jornada de laburar y estudiar”.
El residuo
Años después Mariana Pérez escucharía a Mauricio Kartún decir que “se escribe con la basura, con lo que perdió valor”. Pero, lo dicho: faltaban años. Por entonces ni siquiera era voluminoso el residuo –fuera esto lo que fuese– de sí: “Abuelas no es una oficina, no es un trabajo que termina a las 6 y chau, nos vamos de after office con las chicas al happy hour. Es otra cosa. Creo que para trabajar todos los días con este tema tan doloroso era necesario estar un poco anestesiada. A mí no me dolía; recuerdo que una sola vez lloré tomando una denuncia. No podía vivir emocionada ahí adentro, y creo que eso mismo llevaba a la vida de afuera. Desde que me fui, siento mucho más todo. Siento todo”.
Durante el verano pasado viajó al invierno de Europa y lloró en todas partes. En los museos, frente a los edificios, sobre los ríos, al cruzar algunas calles. “Me conmovía todo. Se me abrieron unas compuertas, sobre todo con la experiencia estética.”
Y “el temita” –como nombra con ayuda del humor a esa cuestión que le marcó la vida, la desaparición forzada de personas durante el terrorismo de Estado– decantó por caminos de transfiguración.
Mariana utiliza mucho la herramienta del blog. Tiene uno en el que ordena sus recuerdos y averiguaciones sobre su abuelo paterno y otro en el que juega con su novio Jose (sin acento) a inventar la historia de un matrimonio suburbano; tuvo otro sobre su obra Ábaco en el que subsisten detalles deliciosos de la dirección que hizo Fernando Suárez. Y escribió durante su viaje en ¿Mochila o vallija?, escala de Barcelona:
“En estos días venimos hablando mucho con Silvia. Yo le cuento que por primera vez me siento libre para hacer lo que se me antoje, liberada de la responsabilidad para con la historia que sentía. Que desde esta libertad puedo elegir escribir o investigar sobre ´el temita´, pero buscando un lugar propio desde donde hacerlo, que no tiene por qué ser una oficina de un organismo de derechos humanos o del Estado, ni una columna en una marcha. Poner el cuerpo de otra manera. ¿Cuál? No sé bien. Pero mía. Tengo que inventarla. Estoy en eso.
Una vez más, el recuerdo de mi viejo me rodea y me elude.
Papá: a mí sí me importaba tu vida. Y sí, lloro, estoy llorando ahora. Y también sigo. Y te necesito y te extraño y me da bronca que no nos hayamos ido al exilio. Y estoy orgullosa de vos. Y quiero saber de vos y temo que no voy a saber más que esta pena de no tenerte y esta ternura que sé que pusiste en mí y el dolor de saberte torturado y algo que me invento que nos pasa con la música.
No hay victoria donde vayamos a encontrarnos, papá. No hay un ´hasta la victoria siempre´ posible. No hay ninguna frase de ésas para cerrar este post”.
Sobre gustos
Acaso no sea casual que luego de su partida de Abuelas las primeras ideas que se le ocurrieron hayan sido de comedia. “Textos breves, juegos con humor”.
Peaje es el primer texto largo de esa cosecha. Se estrenará en marzo, con dirección de Javier Margulis y asistencia de dirección de Mariana, que ya había probado ese papel en Ábaco. Trata de un hijo (Mariano Campetella) que regresa a la casa de sus padres porque se ha separado, y la obra se desarrolla en el diálogo con su madre (Isabel Quinteros). “La empecé a escribir en noches de insomnio, después de que mi ex se fuera. A partir de imaginarlo a él de vuelta en la casa de los viejos, salí disparando para otros lados”.
La autobiografía es clave en la obra de Mariana Pérez, que en algún punto quizá siga siendo la nenita que escribe lo que se le ocurre –inclusive cuando es lo que le ocurre– con desvergüenza. “Me da mucho placer tomar algo que me causó mucho dolor y jugar como si fuera una plastilina, estirarlo, mezclar cosas, deformarlo”.
Después se siente muy nerviosa por lo que hizo.
Cuando escribió Ábaco, por ejemplo. Una joven pasa de la iracundia al derrumbe a la ternura a la imposibilidad de hablar claramente del asunto: “Algo hizo no bien mi abuela”, la primera frase que le apareció para articular esta historia, se repite, siempre dislocada, porque no hay modo de decir que hizo algo mal o no hizo algo que hubiera estado bien. La abuela que crió a la protagonista, luego del secuestro de sus padres, es una mujer que arroja su infortunio sobre los demás: creció sin amor y se casó sin amor y crió a esa nieta –pronuncia la actriz Cecilia Belmonte– “como una perrita a la que de todos modos vienen a buscar pronto”.
La abuela sobre quien Mariana habla nunca supo de la existencia de la obra. “La escribí en 2004 y Argentina murió en 2005.” Y, aunque no haya sido su elección, tampoco su hermano né Rodolfo vio Instrucciones para un coleccionista de mariposas, el monólogo de una joven que encuentra a su hermano nacido en cautiverio y descubre que no van a vivir felices y comer perdices.
“Durante muchos meses no nos vimos, porque vos no querías verme. Y yo tampoco quería verte, porque me harté de que me culpes de que porque te busqué y te encontré, ahora resulta que te cagué la vida”, dice el personaje de su primera obra, que se vio en Teatro por la Identidad y tuvo muy buenas críticas pero en Abuelas no gustó. “Les parecía contradictorio que yo tuviera una mala relación con mi hermano, escribiera sobre eso y siguiera buscando a los chicos desaparecidos. Pero una cosa es adherir a una causa que me parece justa –hay que encontrarlos– y otra es el vínculo. El vínculo no es una causa. Con mi hermano me di cuenta de eso: no se puede remar una relación como si fuera una militancia”.
Después tampoco gustó La muñeca, el monólogo de una mujer que sobrevivió a su hermana militante, “una hermana no-militante que expresa una mirada crítica, que no está de acuerdo con la opción de su hermana por la lucha armada”. Mariana siguió escribiendo mientras asimilaba esas perplejidades, mientras su escritura se iba limpiando del léxico académico y hallaba otro tono: Manos grandes, Mi hijo tiene ojos celestes, Sin voz, Cerrar la puerta, Las secuelas y Ábaco fueron sus pasos.
Esto no es así
La abuela Rosa la había llevado al teatro varias veces, y con esa idea de la cultura-culta hasta le había instilado el gusto por el ballet, pero sólo cuando participó en la Comisión de Lectura Mariana se enfrentó por primera vez a decenas de obras de teatro juntas. Al año siguiente comenzó a leer cuando la segunda convocatoria estaba todavía abierta, y se malhumoró progresivamente al ver que era otra vez lo mismo, la abuela y el nieto que se reconocen mágicamente, se sientan en un banco de una plaza, se abrazan y se aman. “Yo decía: ‘Pero ¿¿qué es esto?? ¿Dónde está la obra que va a decir que esto no es así? ¿Dónde la que va a contar lo que siente el familiar que busca cuando encuentra?’. Lo que me estaba pasando a mí, ¿no? Y leía, y leía, y leía, y esa obra no estaba”.
Se acercó a Patricia Zangaro, autora de A propósito de la duda cuyo currículum incluye, entre otras cosas, Pascua rea, Por un reino, Última luna; las versiones de Shylock y La tempestad, de William Shakespeare, que dirigieron Robert Sturua y Lluis Pascual; los ensayos sobre el teatro Desmontajes. “Tengo esta idea para una obra pero nunca escribí teatro”, le dijo Mariana. Hoy el archivo de word en que la autora guarda esa obra –“me da ternura y vergüenza”– se llama Instrucciones corregido con Patricia. Siguió en el taller de Zangaro hasta el año pasado y se hubiera quedado, pero le dijeron que cinco años habían sido más que suficientes, que ya estrenaba sola, que inclusive escribía por encargo, como le sucedió con Peaje y ahora le sucede con una obra sin título, porque los títulos se le ocurren siempre al final.
“La convocatoria partió de una actriz, Alejandra Arístegui, que quería trabajar algo sobre Rosa Luxemburgo, y empecé a escribir luego de unas charlas con ella. Es la historia de una mujer argentina actual que sueña con Rosa Luxemburgo, y en esos sueños asume su voz, en la víspera de decidir si después de todos estos años testimonia o no sobre su paso por un campo de concentración. Tomo cosas prestadas de la vida de Alejandra y también de las compañeras de cautiverio de mi vieja. El personaje es docente, es directora de una escuela, y en su militancia en los 70 hizo una experiencia de alfabetización en villas. También tomo historias de los campos, que leí y no puedo olvidar, y encuentran su lugar ahí. Pero es difícil porque una obra no es un testimonio y serle fiel a la historia significa otra cosa, no contar literalmente. Me preguntaba el otro día, a propósito de un texto no testimonial con un nivel de detalle, de morbo, ¿a quién le sirve eso? ¿En qué lugar queda puesto el lector?”
El travelling de Kapo
En su libro Perseverancia, Serge Daney propone una respuesta posible, que mu le comparte a Mariana, para continuar la charla en otra ocasión.
Daney cita el artículo de Jacques Rivette que acaso lo decidió a ser el gran crítico de cine que fue. “Observen, en Kapò, el plano en que Riva se suicida arrojándose sobre los alambres de púa electrificados (del campo de concentración): el hombre que en ese momento decide hacer un travelling hacia delante para encuadrar el cadáver en contrapicado, teniendo el cuidado de inscribir exactamente la mano levantada en un ángulo del encuadre final, ese hombre merece el más profundo desprecio”. Kapò, como Portero de noche, es para Daney una película que intenta mezclar la pornografía concentracionista –diría Jean-Luc Godard– con el arte. Y encuentra la abyección que da título al texto de Rivette en muchas obras contemporáneas que glamourizan la pobreza o ensalzan el detalle anatómico en la tortura: esas piezas que apelan a la seducción estética “en una situación en la que sólo es necesaria la conciencia (aunque sea mala) de ser un ser humano y nada más”.
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Los chiches de Chicha
María Isabel Chorobik de Mariani –Chicha– es la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, aunque se separó en 1989 por razones que prefiere no revelar. En noviembre cumplió 85 años y sigue buscando a su nieta Clara Anahí, desaparecida tras un ataque descomunal dirigido por los propios Camps y Etchecolatz, contra una casa que hoy es museo, en la que mataron a cinco personas, incluyendo a la nuera de Chicha. En medio de las investigaciones y denuncias, esta mujer compraba una muñeca por cada viaje, por cada reclamo. Son más de 200. Un símbolo de paño, plástico y corazón, para que los nietos sepan que nunca dejaron de ser buscados.
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