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El evangelio según Tomás

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Tomás Eloy Martínez. Su última novela, Purgatorio, narra una historia fantástica, en más de un sentido. La persistente presencia de los desaparecidos, la cotidianidad de los represores y el humillante papel del periodismo durante la dictadura forman parte de la escenografía de este libro y de esta charla, donde el autor repasa su propia historia. La censura en La Nación, las aventuras en Primera Plana y el valor de las utopías.

El evangelio según TomásLa foto está en la pared del estudio tapizado de libros y ni siquiera ocupa un lugar central. Es apenas un pequeño cuadrado enmarcado por el que asoman tres jóvenes cancheros. No miran a cámara, sino al futuro, que está al costado, desafiándolos. De izquierda a derecha: Tomás Eloy Martínez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes. El cuarto integrante de la banda está a cargo de la toma y se llama Guillermo Cabrera Infante. “El día que fuimos al cine con Los Beatles”, me dirá Tomás.
Ajá.
¿Y qué fueron a ver?
“El estreno de 2001, Odisea del Espacio”.
Ajá.
Significa, entonces, que la toma es de 1968, cuando los Beatles acababan de parir su Álbum Blanco y Tomás tecleaba sus notas en la revista Primera Plana. Significa, también, que este hombre de jean y remera que tengo enfrente tiene ahora 74 años y el paladar negro de los periodistas de raza.
Tomás es, ante todo, un caballero y con esa hidalguía cabalga su condición de sobreviviente –hincó el diente al pastel de la Historia, conoce su sinsabor y no se queja– que lo enfrenta ahora a una nueva batalla. Su salud no es buena, pero su actitud se parece a la de aquel muchacho de la foto, que mira hacia el costado dispuesto a lo que venga.
 
Tomás acaba de publicar su última novela, Purgatorio, que comienza con un párrafo perfecto:
“Hacía treinta años que Simón Cardoso había muerto cuando Emilia Dupuy, su esposa, lo encontró a la hora del almuerzo en el salón reservado de Trudy Tuesday”.
A partir de este desaparecido que aparece en la fantástica locura de su esposa, la historia corre hacia atrás, hacia la genealogía de ese delirio que comenzó cuando la dictadura rompió todas las barreras de la razón y de la vida. Dos cosas se imponen en este Purgatorio: cómo está escrito y desde dónde. La escritura tiene un perfume a clásico, entendiendo por esta palabra ese estilo que nunca envejece porque no responde a las modas, sino a los modos más nobles del lenguaje. Dónde se coloca el narrador es ya una marca de este autor que en todas sus obras elige estar al lado del lector, susurrándole la historia. En este caso, esa historia está en función de demostrar la omnipresencia del desaparecido, esa ausencia tan presente, tan palpable, tan vívida, ante la cual se desvanecen las artimañas más crueles de construcción del olvido.
La novela permite, sin duda, muchas lecturas, pero la mía se detiene en los detalles que Tomás zurció con el material que encontró en las revistas de la época y que dan cuenta de hasta dónde se hundió en la cloaca la profesión periodística. Se lo pregunto a él, que es casi un príncipe del oficio:
Me niego a generalizar, porque generalizar es siempre una actitud fascista y cada tema tiene sus grises, sus contradicciones. Pero muchos, muchos textos de los que leí me produjeron un profundo asco. Me hicieron preguntar cómo es posible que la conciencia de un ser humano pueda caer tan bajo, pueda negar cualquier tipo de compasión, de comprensión por el otro, por lo otro, por aquello que es y piensa diferente. Creo que el peor de los daños, el más permanente de la dictadura fue la intención violenta de convertir a este país a una ideología de cuartel.
¿Creés que por eso la literatura y el periodismo perdieron su capacidad de creación, que es finalmente hija de la desobediencia?
Es que la literatura si no es desobediencia, no es. La literatura, como el periodismo, son centralmente actos de transgresión, maneras de mirar un poco más allá de tus límites, de tus narices. Todo lo que he escrito en la vida han sido actos de búsqueda de libertad. Nada me daba más placer –cuando publicaba mis primeros artículos en La Gaceta de Tucumán– que mi madre les dijera a mis hermanas: “Tenemos que ir a misa a rezar por el alma de Tomás que está totalmente perdida”.
 
En nombre propio
La primera vez que Tomás perdió el alma fue a los 9 años, cuando decidió ir detrás de un circo. La aventura le valió un mes de encierro, sin lecturas ni juegos. Dedicó el tiempo libre a escribir un cuento: la historia de un chico que burla el castigo de sus padres metiéndose dentro de una estampilla para así viajar por el mundo.
A los 16 ganó un premio provincial de poesía y al año siguiente, uno de narrativa que le otorgó el dinero necesario para perderse por segunda vez: viajó a Buenos Aires con la intención de conocer escritores. Cuando regresó a Tucumán, comenzó a estudiar Derecho, tal cual deseaba su familia, pero al poco tiempo se perdió por tercera y definitiva vez: cambió su carrera universitaria por Letras y empezó a trabajar en el diario La Gaceta. No hubo rezo que pudiera torcer ese destino.
Comenzó como corrector, y al poco tiempo pasó a la redacción como crítico de cine. Así llamó la atención del porteño diario La Nación, en el que trabajó desde 1957 hasta 1961. Su salida forma parte de la mitología periodística, pero la versión remixada que cuenta hoy, con pasión y sin rencor, le otorga un nuevo significado. Dirá Tomás, antes de que lleguemos al episodio de La Nación:
De chico era un católico cerrado, creyente de todo lo que se tiene que creer para ser miembro de la Acción Católica.
¿Y cuál es tu fe ahora?
Me da una gran paz y una enorme felicidad saber que del otro lado no hay nada. Todo lo que queda de vos es lo que dejaste.
“Tu identidad son tus recuerdos”. Es una frase que escribiste en Purgatorio y en La Novela de Perón. ¿Cuál es la identidad que forman tus recuerdos, si pudieses elegir entre dos o tres?
La primera vez que escribí, que fue esa primera señal de rebelión, en ese caso contra mis padres. El segundo, quizá, sea esa sensación de extrañeza a la que me enfrentó el exilio. Es algo que intenté reflejar en esta novela, en la escena de la visita al Jardín del Exilio del Museo del Holocausto.
¿Tus libros también forman parte de esos recuerdos que te definen?
Reflejan momentos distintos y distintas actitudes mías para enfrentarlos.
Tomemos el caso de La novela de Perón: apareció por entregas en la revista El Periodista, año 1985: fin de la dictadura.
Fue una sublevación contra el cartón pintado con el que quería construirse esa historia. Lo que pretendía, al publicarla por entregas, era una mímesis con el Facundo de Sarmiento. Transmitir lo que yo creía que era el verdadero Perón: un Perón intervenido por López Rega.
Que es el Perón que vos, generacionalmente, viviste…
Que fue el que viví y padecí. A mí siempre me sorprendió cómo gente como Enrique Raab pudo notar inmediatamente y desde la plaza cosas sobre eso en lo que se había convertido el peronismo, que en esa época nadie veía. Enrique era militante del prt y desapareció en el 77. Poco antes me escribió una carta –yo ya me había exiliado en Venezuela– para contarme que querían editar una revista crítica al gobierno y para pedirme que colaborara. Le contesté que era un honor inmenso, pero que me parecía muy peligroso para él, no sólo que yo escribiera sino que editara ese tipo de publicación. Me di cuenta, entonces, hasta qué punto no se veía en este país que el gobierno de Videla era represor, opresor y asesino. No se veía.
Muchas cosas no se veían. ¿A qué atribuís esa ceguera?
A todo ese aparataje de publicidad puesto al servicio de la propaganda.
¿Tanto poder tiene para vos la palabra escrita?
La palabra escrita siempre crea opinión y es poderosa. Pero ese poder no depende sólo de la dimensión de un medio. Ese poder también está presente en la fuerza y en la pasión con que se escribe. Si hay algo que me inquieta del periodismo actual es esa falta de pasión, esa comodidad con que se expresan las cosas. Para nosotros cada palabra siempre fue un juego de todo o nada, de vida o muerte. Y no quiero hablar como los viejos de un pasado ideal, sino que digo esto en honor a un futuro deseable. El otro día hablaba con unos chicos sobre la crítica literaria, que es un género prácticamente extinguido. ¿Por qué? Porque si hoy critican un libro de Piglia o de Aira tienen miedo de sufrir represalias…
Y se sufren… Vos las sufriste: del diario La Nación te fuiste cuando censuraron tus críticas cinematográficas…
El otro día Luis Saguier (actual director periodístico de La Nación) reunió a toda la redacción y me pidió que les narrara el episodio, casi como una ceremonia pública vindicatoria. Comencé por recordar que Ernesto (Schoó, el otro protagonista de esta historia) y yo éramos muy irreverentes. Ernesto con un estilo más educado, podría decirse, y yo con uno más irónico, pero los dos escribíamos realmente lo que se nos cantaba. Ernesto se burlaba de Mujica Lainez, por ejemplo o yo de Mallea, que eran intocables. Eran los Piglia o Aira de hoy. Por esa época, además, La Prensa comenzó a firmar las críticas que publicaba y La Nación no tardó en imitarla. Se firmaba con iniciales, pero todos los lectores nos identificaban. Un día publiqué una crítica sobre Los diez mandamientos que decía, burlonamente, “al fin puede escuchar a Dios hablar en letra gótica”. Y las grandes distribuidoras cinematográficas –United Artist, Paramount, entre otras– se enojaron y retiraron la publicidad. Representaba algo así como un millón de pesos por mes, mucho dinero. Lo que pedían, en concreto, era que nos despidieran a Ernesto y a mí. O que nos domesticaran. En honor a la verdad, debo decir que La Nación aguantó una semana, luego otra, hasta que finalmente me llamó el administrador, Enrique Drago Mitre, y me dijo: “¿Usted tiene conciencia de cuál es su trabajo en este diario?” Le contesté: “Por supuesto”. “¿Usted sabe que tiene que escribir lo que se le pide?” Le contesté: “Por supuesto, si me pagan mi salario”. El hombre consideró que estaba todo claro y pasó a darme las instrucciones: a partir de ese día debía remitirme a las órdenes que me daría un secretario de redacción, que me diría lo que tenía que escribir y cómo. “Perfecto –le contesté–. Entiendo lo que me dice: ustedes me dan las órdenes y publican lo que yo escribo, pero sin mi firma. Porque mi trabajo está en venta, mi firma, no”. A partir de ahí me mandaron a la sección Movimiento Marítimo. Aguanté tres días y renuncié.
¿Cuál era tu situación personal?
Tenía dos hijos, así que tuve que salir a buscar trabajo inmediatamente. Y no conseguía porque estaba en la lista negra. En esa época pelearse con una empresa periodística era pelearse con todas.
Ahora también. Pero, a pesar de todo, ¿no fue esa renuncia la que te convirtió en Tomás Eloy Martínez?
Sin duda. Tuve la enorme alegría de que gente como Godard, Truffaut y todos los grandes directores y críticos cinematográficos del momento firmaran un manifiesto en defensa de Ernesto y mía, contra la censura que el diario y las distribuidoras ejercían. Quizás ahora esto no sea tan extraño, pero por esa época era completamente novedoso. Y se publicó en todos los diarios europeos. Sin embargo, en mi vida concreta, tuve que trabajar un año llevando bandejas con sándwiches para alimentar a las modelos en una agencia de publicidad, ganando mendrugos. Recién después de ese largo año me llamó Jacobo Timerman para trabajar en Primera Plana.
¿Y qué pasó cuando contaste todo esto en La Nación?
Los chicos me aplaudieron. ¿Qué otra cosa iban a hacer si estaba el dueño adelante?
 
Cómo viajar a Japón
Tomás fue jefe de redacción de Primera Plana desde 1962 hasta abril de 1969, cuando la dictadura de Onganía la cerró. Fueron épocas tan épicas como aquella foto que lo muestra como un Beatle, aunque el beat criollo tenía sus límites que aprendió a sortear con imaginación.
Una vez fui a platearle al administrador que quería ir tres meses a Japón para hacer una nota sobre los sobrevivientes de Hiroshima. La respuesta fue la de siempre: hizo cuentas. Luego de sumar prolijamente los costos de pasajes, estadía y comida, me dijo que esa nota representaba unos 5.000 dólares. No le importó el argumento que le di sobre cuánto ganaría una publicación capaz de hacer una nota como esa, así que le ofrecí un trato: “Mándeme a Japón y le traigo la nota y su dinero”. Y así fue. Estuve en Japón tres meses, hice la nota y como el vuelo de regreso hacía escala en París, aproveché para ir a L´Express y ofrecerle la nota a Françoise Giroud, la directora periodística de esa revista. Cuando se mostró interesada, le planteé los inconvenientes: primero tenía que publicarla Primera Plana y además, costaba 5.000 dólares. Aceptó y fue tapa de L´Express. Cuando volví a Buenos Aires le entregué al administrador de Primera Plana los 5.000 dólares.
¿Y te los aceptó?
¡Por supuesto!
 
Best seller
Cerrado el capítulo Primera Plana, Tomás se convirtió en corresponsal de Editorial Abril en París. Desde allí regresó para hacerse cargo de la dirección de la revista Panorama. Fue Massera, por entonces capitán de navío, quien pidió su cabeza por la nota que publicó sobre la masacre de Trelew. La tuvo: renunció. Luego, la Triple A lo persiguió con amenazas que lo llevaron al exilio en Venezuela, donde vivió desde 1975 hasta 1982. De allí partió a Washington, como becario, a terminar La novela de Perón. Nacía el escritor.
Ya en 1985, Santa Evita lo convirtió en el autor nacional contemporáneo más traducido a otras lenguas. Dirá Tomás sobre esa novela: “El cadáver de Evita es el primer desaparecido de la historia argentina. Durante 15 años nadie supo en dónde estaba. El drama fue tan grande que su madre (Juana Ibarguren) clamaba de despacho en despacho pidiendo que se lo devolvieran. Y murió en 1970 sin poder averiguar nada. A diferencia de los cadáveres desaparecidos durante la dictadura, que ruegan por ser enterrados, el cadáver de Evita clamó por ser ofrecido a la veneración. De algún modo, Santa Evita es el relato de esa conversión de un cuerpo muerto en un cuerpo político”.
 
Elogio de la utopía
Apenas un año después y cuando saboreaba ser best-seller, Tomás escribió un artículo con un título provocador: “Defensa de la utopía”. Regresaba en ese texto el periodista, legitimado por el éxito del escritor, para decirnos:
 
“Un hombre no puede dividirse entre el poeta que busca la expresión justa de nueve a doce de la noche y el gacetillero indolente que deja caer las palabras sobre las mesas de redacción como si fueran granos de maíz. El compromiso con la palabra es a tiempo completo, a vida completa. Puede que un periodista convencional no lo piense así. Pero un periodista de veras no tiene otra salida que pensar así. El periodismo no es algo que uno se pone encima a la hora de ir al trabajo. Es algo que duerme con nosotros, que respira y ama con nosotros”.
“El periodista no es un agente pasivo que observa la realidad y la comunica; no es una mera polea de transmisión entre las fuentes y el lector sino, ante todo, una voz a través de la cual se puede pensar la realidad, reconocer las emociones y las tensiones secretas de la realidad, entender el porqué y el para qué”.
“Es verdad que, en algunos casos, la brutalidad del Poder impone la retórica excluyente del silencio. Para poder hablar después hay que sobrevivir ahora. Ésa fue la desgarradora alternativa que afrontaron los internados de los campos de concentración, donde quiera existieron esos campos: en Auschwitz, en la isla Dawson, en las “peceras” de Buenos Aires. ¿Enfrentarse al Poder con la certeza de la derrota o fingir resignación ante el Poder para dar luego testimonio de la ignominia? Pero cuando el silencio dura demasiado tiempo, la palabra corre el riesgo de contaminarse, de volverse cómplice. Para hablar hace falta valor, y para tener valor hace falta tener valores. Sin valores, más vale callar”.
“Hay que cuidar las formas, me repetía un jefe de redacción en el diario donde me inicié cuando era adolescente. Hay que conciliar, me decía, hay que entender el juego del Poder. Ésa fue la primera enseñanza contra la cual me sublevé. Siempre he pensado (y éste es un tema para discutir largamente) que el periodismo no tiene sino dos formas que cuidar: la de su herramienta –el lenguaje–; y la de su ética, que no responde a otro interés que el de la verdad. No tiene por qué conciliar, con nada ni con nadie. Su misión es en eso idéntica a la del artista: revelar los abismos y las luces más secretos del hombre, agitar las aguas, estimular la imaginación, provocar el cambio, luchar sin sosiego para que las perezas y los conformismos que adormecen la inteligencia sean derribados con el mismo estrépito liberador que hace tres milenios hizo caer las murallas de Jericó.”
“El periodismo no es un circo para exhibirse, sino un instrumento para pensar, para crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta. Afirmemos, entonces, nuestro derecho a reclamar un mundo que no se parezca a ningún otro, y pongamos nuestra palabra de pie para ayudar a crearlo”.
 
Tomás me dirá ahora una sola cosa al respecto: “Las utopías son lo único que nos permite desafiar a la muerte”.
Y así y de pie, me despide con un abrazo intenso que me regala como recuerdo.

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Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso

La marcha pacífica de jubilados y jubiladas volvió a ser reprimida por la Policía de la Ciudad para impedir que llegara hasta la avenida Corrientes. La Comisión Provincial por la Memoria confirmó cuatro detenciones (entre ellas, un jubilado) que la justicia convalidó y cuatro personas heridas. Una fue una jubilada a quien los propios manifestantes […]

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La marcha pacífica de jubilados y jubiladas volvió a ser reprimida por la Policía de la Ciudad para impedir que llegara hasta la avenida Corrientes. La Comisión Provincial por la Memoria confirmó cuatro detenciones (entre ellas, un jubilado) que la justicia convalidó y cuatro personas heridas. Una fue una jubilada a quien los propios manifestantes salvaron de que los uniformados la pasaran por arriba. En medio del narcogate de Espert, quien pidió licencia en Diputados por “motivos personales”, las imágenes volvieron a exhibir la debilidad del Gobierno, golpeando a personas con la mínima que no llegan a fin de mes, mientras sufría otra derrota en la Cámara baja, que aprobó con 140 votos afirmativos la ley que limita el uso de los DNU por parte de Milei.

Por Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla.

Fotos: Juan Valeiro.

Un jubilado de setenta y tantos eleva un cartel bien alto con sus dos manos. 

“Pan y circo”, dice. 

Pero el “pan” y la “y” están tachados, porque en este miércoles, como en esta época, lo que falta de pan sobra de circo. El triste espectáculo lo ofrece una vez más la policía, hoy particularmente la de la Ciudad, que desplegó un cordón sobre Callao, casi a la altura de Sarmiento, para evitar que la pacífica movilización de jubilados y jubiladas llegara hasta la avenida Corrientes. Detrás de los escudos, aparecieron los runrunes de la motorizada para atemorizar. Y envalentonados, los escudos avanzaron contra todo lo que se moviera, con una estrategia perversa: cada tanto, los policías abrían el cordón y de atrás salían otros uniformados que, al estilo piraña, cazaban a la persona que tenían enfrente. Algunos zafaron a último milímetro. 

Pero los oficiales detuvieron a cuatro: el jubilado Víctor Amarilla, el fotógrafo Fabricio Fisher, un joven llamado Cristian Zacarías Valderrama Godoy, y otro hombre llamado Osvaldo Mancilla.

Las detenciones de Cristian Zacarías y del fotógrafo Fabricio Fisher. La policía detuvo al periodista mientras estaba de espaldas. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

En esa avanzada, una jubilada llamada María Rosa Ojeda cayó al suelo por los golpes y fue la rápida intervención de los manifestantes, del Cuerpo de Evacuación y Primeros Auxilios (CEPA), y de otros rescatistas los que la ayudaron. “Gracias a todos ellos la policía no me pasó por encima”, dijo. Su única arma era un bastón con la bandera de argentina.

Como en otros miércoles de represión, la estrategia pareciera buscar que estas imágenes opaquen aquellas otras que evidencian el momento de debilidad que atraviesa el Gobierno. Hoy no sólo el diputado José Luis Espert, acusado de recibir dinero de Federico «Fred» Machado, empresario extraditado a Estados Unidos por una causa narco, se tomó licencia alegando “motivos personales”, sino que la Cámara baja sancionó, por 140 votos a favor, 80 negativos y 17 abstenciones, la ley que limita el uso de los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) por parte del Presidente. El gobierno anunció un clásico ya de esta gestión: el veto.

Por ahora, el proyecto avanza hacia el Senado.

Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

El poco pan

La calle preveía este golpe, y por eso durante este miércoles se cantó:

“Si no hay aumento, 

consiganló, 

del 3% 

que Karina se robó”. 

Ese tema fue el hit del inicio de la jornada de este miércoles, aunque hilando fino carece de verdad absoluta, porque las jubilaciones de octubre sí registraron un aumento: el 1,88%, que llevó el haber mínimo a $326.298,38. Sumado al bono de 70 mil, la mínima trepó a $396 mil. “Es un valor irrisorio. Seguimos sumergidos en una vida que no es justa y el gobierno no afloja un mango, es tremendo cómo vivimos”, cuenta Mario, que no hay miércoles donde no diga presente. “Nos hipotecan el presente y el futuro también, cerrando acuerdos con el FMI que nos impone cómo vivir, y no es más que pan para hoy y hambre para mañana, aunque el pan para hoy te lo debo”. 

Victoria tiene 64 años y es del barrio porteño de Villa Urquiza. Cuenta que desde hace 10 meses no puede pagar las expensas. Y que por eso el consorcio le inició un juicio. Cuenta que otra vecina, de 80, está en la misma. Cuenta que es insulina dependiente pero que ya no la compra porque no tiene con qué. Cuenta que su edificio es 100% eléctrico y que de luz le vienen alrededor de 140 mil pesos, más de un tercio de su jubilación. Cuenta que está comiendo una vez por día y que su “dieta” es “mate, mate y mate”. Vuelve a sonreír cuando cuenta que tiene 3 hijos y 4 nietos y cuando dice que va a resistir: “Hasta cuando pueda”. 

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A María Rosa la salvó la gente de que la policía la pasara por arriba. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

El mucho circo

Desde temprano hubo señales de que la represión policial estaba al caer. A diferencia de los miércoles anteriores, la Policía no cortó la avenida Rivadavia a la altura de Callao. Tampoco cortó el tránsito, lo que permitió que los jubilados y las jubiladas cortaran la calle para hacer semaforazos. Después de media hora, cuando la policía empezó a desviar el tránsito y la calle quedó desolada, comenzó la marcha, pero en vez de rodear la Plaza de los Dos Congresos como es habitual, caminó por Callao en dirección a Corrientes, hasta metros de la calle Sarmiento, donde se erigió un cordón policial y empezó a avanzar contra las y los manifestantes. 

Desde atrás, irrumpieron con violencia dos cuerpos en moto: el GAM (Grupo de Acción Motorizada) y el USyD (Unidad de Saturación y Detención), pegando con bastones e insultando a quienes estaban en la calle. “Vinieron a pegarme directamente, mi pareja me quiso ayudar y lo detuvieron a él, que no estaba haciendo nada”, cuenta Lucas, el compañero de Cristian Zacarías, uno de los detenidos.

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Cercaron el lugar una centena de efectivos de la policía porteña, que no permitieron a la prensa acercarse ni estar en la vereda registrando la escena. 

“¿Alguien me puede decir si la detención fue convalidada”, pregunta Lucas al pelotón policial. 

Silencio. 

“¿Me pueden decir sí o no?”. 

Silencio.  

Un comerciante mira y vocifera: “¿Sabés lo que hicieron a la vuelta? Subieron a la vereda con las motos”.

Otro se acerca y pregunta: “¿A quién tienen detenido acá, al Chapo Guzmán?”

“No”, le responde seco un periodista: “A un pibe y a un jubilado”.

La Comisión Provincial por la Memoria confirmó las cuatro detenciones (fue aprehendida una quinta persona y derivada al SAME para su atención) y cuatro personas heridas. El despliegue incluyó la presencia también de Policía Federal, Prefectura y Gendarmería detrás del Congreso mientras el despliegue represivo fue «comandado por agentes de infantería de la Policía de la Ciudad». El organismo observó que después de semanas donde el operativo disponía el vallado completo, en los últimos miércoles el dispositivo dejó abierta una vía de circulación que es la que eligen las fuerzas para avanzar contra los manifestantes.

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También se hizo presente Fabián Grillo, papá de Pablo, que sufrió esa represión el 12 de marzo, en esta misma plaza, y continúa su rehabilitación en el Hospital Rocca. “Su evolución es positiva”, comunicó la familia. El fotorreportero está empezando a comer papilla con ayuda, continúa con sonda como alimento principal, se sienta y se levanta con asistencia y le están administrando medicación para que esté más reactivo. “Seguimos para adelante, lento, pero a paso firme”, dicen familiares y amigos. El martes, la jueza María Servini procesó al gendarme Héctor Guerrero por el disparo. El domingo se cumplirán siete meses y lo recordarán con un festival. 

Pablo Caballero mira toda esta disposición surrealista desde un costado. Tiene 76 años y cuatro carteles pegados sobre un cuadrado de cartón tan grande que va desde el piso del Congreso hasta su cintura:

  • “Roba, endeuda, estafa, paga y cobra coimas. CoiMEA y nos dice MEAdos. Miente, se contradice, vocifera, insulta, violenta, empobrece, fuga, concentra. ¿Para qué lo queremos? No queremos, ¡basta! Votemos otra cosa”.
  • “El 3% de la coimeada más el 7% del chorro generan 450% de sobreprecios de medicamentos”.
  • El tercer cartel enumera todo lo que “mata” la desfinanciación: ARSAT, INAI, CAREM, CONICET, ENERC, Gaumont, INCAA, Banco Nación, Aerolíneas, Hidrovía, agua, gas, litio, tierras raras, petróleo, educación. Una enumeración del saqueo.

El cuarto cartel lo explica Pablo: “Cobro la jubilación mínima, que equivale al 4% de lo que cobran los que deciden lo que tenemos que cobrar, que son 10 millones de pesos. No tiene sentido. Por eso, hay que ir a votar en octubre”.

Pablo mira al cielo, como una imploración: «¡Y que se vayan!».

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Artes

Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

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La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.

Por María del Carmen Varela.

«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).

En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.

El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.

Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.

“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.

Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.

Por María del Carmen Varela

Fotos Lina Etchesuri para lavaca

Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.

Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.

Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.

Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.

El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.

Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.

Continuará.

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Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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