CABA
Tierra de alguien
Música y arte, revistas y murgas, recitales y murales. Una usina productiva que nació de las raíces que dejó en el barrio Ludueña de Rosario, Claudio Pocho Lepratti, asesinado por la policía en diciembre de 2001. Estas son sus hormigas.Drogas, narcos, paco, faso, choreo, tiros, muerte, mala vida: barrio Ludueña, ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe. Tierra de nadie. Lugar sin códigos. Cuidate de pasar por ahí y cuidate de los pibes que vienen de ahí. Futuros perdidos. Juventud sin recuperación. Más cana ahí, por favor. No hay otra para Ludueña.
Pero, ¿quién dice?
Allá por el año 91 un seminarista salesiano comenzó a andar por las calles de Ludueña. Un joven rubio, de rulos y pocas palabras. Se llamaba Claudio Lepratti. Quería hacer cosas con los pibes de ahí. Así empezaron los campamentos, encuentros y grupos de jóvenes. Ya para el año 94 se había instalado a vivir de forma definitiva en el barrio. Previamente había pedido permiso en el seminario: no lo dejaron. Renunció. “Hay cosas que no pueden esperar”, decía él.
Lo llamaban Pocho. Los terribles, Los pelos duros, Los gatos, Los piqueteros de Lourdes, Los Suipacha, La vagancia, Los ropes y Los de Ludueña en la vía: todos los grupos de pibes que se fueron gestando con el espíritu de su compañía y al ritmo imparable de los pedales de su bicicleta con la que recorría los distintos barrios. Son aquellos que recordarán para siempre que él era como su mochila: gomines y parches, mate, yerba y tortas fritas, agenda, revistas, convocatorias para actividades, afiches, boletines, papas y cebollas, “pa’ improvisar un guiso donde sea”.
Así, en declarada lucha contra esa máquina dispuesta a tragarse los destinos de los jóvenes de las grandes barriadas, mientras hablaba de la búsqueda de un mundo donde quepan muchos mundos más, Pocho, al calor de los guisos y guitarreadas que compartía con los pibes en su casa cuando volvía de trabajar, comenzó a diagramar talleres, organizar salidas para distintas actividades sociales, pensar en espacios de arte y propuestas para cada uno de ellos.
La idea era estar en movimiento. Por eso arrancaba de madrugada y cuando pasaba a buscar a los chicos para ir a algún encuentro o alguna actividad, los sacaba literalmente de la cama.
En su agenda, además de anotar su diario de cada día, apuntaba los sueños que tenía para cada uno de sus nuevos compañeros. Cada uno de ellos era alguien. Tenían oportunidades y derecho a vivirlas. Tenían nombre y apellido.
Pasaron años de trabajo continuado en lo más crudo del invierno neoliberal, cuando llegaron los trágicos días de diciembre de 2001. Lo encontraron, como siempre, poniendo el cuerpo por los demás.
Aquel 19 de diciembre, a las 18 horas, cuando la policía avanzaba a los tiros por el barrio Las Flores, Pocho se encontraba en el comedor de la escuela 756, donde trabajaba. Decidió hacer algo. Subió al techo, y desde allí gritó lo obvio: “Hijos de puta, no tiren, que abajo hay pibes comiendo”.
Fueron sus últimas palabras. Un balazo de la policía le atravesó la tráquea, para imponerle silencio.
Hoy, a ocho años de su asesinato, en Ludueña dicen que Pocho Vive. Lo recuerdan como una hormiga, “exploradora y a la vez obrera”, como un trabajador incansable que creía en las construcciones que se gestan así, de abajo y de a poquito, con la capacidad y con la fuerza que tiene un hormiguero si está organizado. Otros hablan de él como el Ángel de la bicicleta, gracias a la canción que le compuso León Gieco. Algunos lo nombran como un amigo, un compañero o como “el cheff guisero de la solidaridad y la cebolla”. Sin embargo, la historia se sigue escribiendo y, como dice Milton, uno de los referentes del Bodegón Cultural Casa de Pocho, lo importante es ver “cómo es la cuenta para pasar de la división a la multiplicación”.
Los pocheadores
«Las cosas se ven golpe, pero no suceden de golpe”, dice Emilio, 27 años, murguero y pocheador. Los imparables murales que pueblan las paredes de todo el barrio; la producción de una revista que pensaron como herramienta para vincularse con otras organizaciones (además de construirla como vía para denunciar los reiterados casos de represión y abuso policial); los músicos del barrio que descuellan sobre los escenarios, editan discos y animan los carnavales que cada año sacuden a Ludueña para festejar, conjuntamente, el cumpleaños del Pocho; la murga que está pronta a cumplir los nueve años de vida; los talleres de cine, de escritos y de inventos; un espacio para el trabajo en la prevención de vih, otro con las mujeres y madres del barrio; la biblioteca que día a día van poniendo a punto; la organización de campamentos y las clases de música entre guisos y milanesas, todo, surgió de la mano de lo que hoy es el Bodegón Cultural Casa de Pocho e invita a pensar si no será que el rubio ese de la bicicleta todavía anda dando vueltas por Rosario.
Pero, como dice Emilio, nada fue por generación espontánea, ni tampoco por arte de magia.
“De golpe estamos todos enredados, pero no es así. Son cosas de años y tiene mucho trabajo atrás”, aclara para los desprevenidos.
Claro: conocer de cerca la propuesta que sembró Lepratti, despertando alternativas distintas para tantos pibes y pibas y poder ver, con el paso del tiempo, cómo aquellos mismos niños, ahora ya maduros, han multiplicado sus hazañas, puede deslumbrar a cualquiera. Pero enseguida ellos se encargan de bajar a la tierra y hacer saber que nada es color de rosas.
Entonces cuentan lo duro que fue continuar luego del trágico diciembre. Que los primeros seis o siete meses estuvieron sin juntarse como grupo, aunque se iban viendo por la calle o en los distintos reclamos de justicia. Y cómo fue que a uno de ellos se le ocurrió que estaría bueno organizar un campamento para encontrarse, conversar y ver cómo hacían para procesar las cosas colectivamente y poder seguir adelante.
Lo siguiente fue hablar con los familiares de Pocho y pedirles permiso para que su casa se convierta en un espacio comunitario para el barrio. Empezaban a descubrir las raíces, pero también a meterse en un gran baile.
“La casa de Pocho se llovía toda. No podíamos dejar ni un libro ahí. Estuvimos dos años arreglándola”, cuentan los pocheadores. El 1° de mayo de 2004 la inauguraron oficialmente como el Bodegón Cultural Casa de Pocho con un soberbio locro.
Luego, el propio funcionamiento y el constante estado de ebullición que hay en su interior le dio el toque orgánico para que este espacio de referencia sea consecuente con su nombre. Es decir, que sea efectivamente una casa: mucha calidez y mucho despelote. Pero no le falta la cocina, el patio para matear y tampoco la generosidad para albergar a quienes quieran quedarse a dormir, aunque sea un poco apretados.
La alegría
Para la época en que la inauguraron, mientras cada diciembre hacían actos reclamando justicia en los tribunales, ya habían decidido también que el carnaval debía seguir siendo motivo de alegría y optaron por festejarlo cada 27 de febrero porque ese día cumplía los años Lepratti. Hoy, como dicen ellos, una de las grandes alegrías es la capacidad de vivir tres días de fiesta en la plaza del barrio, con murgas, bandas de música, talleres y el compartir incesante de los vecinos sin que haya ningún problema. “Los primeros carnavales eran un quilombo, había minas peleándose o aparecía uno con un fierro. Se creaba un clima que todos querían salir corriendo para todos lados”, cuenta Varón, contento de haber celebrado en este último febrero el carnaval número ocho sin haber interrumpido ningún año.
Pechador de sueños
Varón es uno de los jóvenes que conformaban el grupo La Vagancia. Conoció a Pocho cuando tenía más o menos 11 años. Hoy tiene 30 y es uno de los referentes del trabajo social que se teje en su barrio. Pero antes que nada es un artista, un músico. Acaba de editar su segundo disco, “De ahí soy, de ahí vengo”. Y mientras se gana la vida de albañil, dedica todos sus esfuerzos para que lo que él genera con su arte vuelva de una u otra forma al trabajo concreto que se mueve día a día en la Casa de Pocho.
“Lo que yo hago o produzco en un escenario tengo que volcarlo sí o sí con los pibes. Es una obligación que tengo conmigo, con el barrio, con mis amigos más chicos, con mis amigos más grandes, con mi familia, con todo eso.” Por eso en este último carnaval subió a las tablas con los niños que participaron en el espacio de música durante todo el año 2008 para cantar todos juntos.
Así también conoció Varón los primeros despertares musicales. En talleres como los que él y otros compañeros vienen dando desde hace años para los pibes más chicos. Sólo que en su caso fue a manos de unos militantes de hijos que habían hecho el contacto con Pocho y se acercaron a dar clases de guitarra. “El taller de guitarra funcionaba así: yo quería tocar un tema, nos poníamos a sacarlo y mientras tantos hacíamos torta fritas o comíamos un guiso. O sea, era un taller pero con otras cosas”.
La primera vez que Varón subió a un escenario fue a instancias de uno de esos profes de guitarra, Eduardo Sánchez, hace más de quince años: “Fue en una toma de viviendas. Fuimos a hacer el aguante con el Pocho, con otros compañeros. Y en el medio de toda la movida había bandas. El Edu me dice: ‘Bueno, vamos a subir a cantar.’ Y largamos nomás con La colina de la vida, de León Gieco”. Con él –sí, con León– se dio el lujo de compartir escenario el mes pasado en un festival que organizaron en el anfiteatro municipal Humberto de Nito con el objetivo de juntar plata para ampliar la casa del Bodegón Cultural. “La movida ahora es ver cómo hacemos para construir un primer piso en el cual queremos subir la biblioteca, para que los pibes puedan leer o hacer la tarea, y también una radiocabina para retransmitir Aire Libre, la radio del barrio. Además, en ese mismo piso, queremos armar una sala de ensayo”, explica Varón.
Su primer disco, que llamó Andemos, lo grabó en el 2006 y lo presentó en la plaza que está ahí, a dos cuadras de su casa, en los carnavales junto a las demás hormigas. Editó 400 ejemplares que todavía están vendiendo. Completamente todo a pulmón, como dice él. A partir de esa grabación fue tomando forma más estable lo que hoy es el elenco que lo acompaña en la banda: la destreza del Ñuca en la caja peruana, el Loqui en bombo y bongó y el joven Vilca en guitarra.
Trapos y tapas
Carón contagia. Es de los que eligen la ecuación de multiplicar antes que la de dividir. Es de los que están en todas sin exigir protagonismo. De los que abren caminos para iniciar nuevos proyectos, pero también de los que saben hacer lugar cuando los otros vienen a sumarse. Y por eso estaba ahí cuando en el año 2000 hicieron nacer la Murga de los Trapos. La llamaron así porque no tenían para los trajes. Hoy lucen unas hermosas levitas naranjas y verdes y suman más de 25 murgueros, entre los cuales está Julieta, la hija de 10 años de Varón, que entendó que la cosa caminaba sola y se fue a soplar nuevos desafíos.
Fue Bichito, otro de los compañeros de El Bodegón, el que propuso armar una revista para salir a contar las otras cosas que nadie cuenta. Así nació la revista, que ya imprimió su edición número cinco y es una historia aparte.
El primer número fue con hojas fotocopiadas y sin nombre, pero pensaron que igual estaba bueno presentarla. Lucas cuenta: “Estábamos medio para atrás por todo lo que estaba pasando. Ese día nos juntamos y éramos como 50. Se presentó la revista, pero era la excusa para juntarnos. Cuando la leí, me re copó. Era lo mismo que yo estaba pensando. Y ahí nomás me sumé”. Lo mismo le pasó a otros que también agregaron sus ganas a la iniciativa.
En el primer número escribieron: “Según algunos medios de comunicación Ludueña Norte es tierra de nadie. No sé por qué titulan así a este barrio y no salen diciendo que toda la ciudad de Rosario es tierra de nadie. Esto es tierra de alguien. Y esos alguien son la cana y los narco. La tierra es de ellos y parece que pueden hacer lo que quieran.”
Pero el encuentro con los demás compañeros les hizo mirar las cosas desde otro lugar: “¿Por qué pensar todo en negativo? Esos alguien también somos nosotros y tenemos que contar las cosas buenas que estamos haciendo acá.” Así econtraron el título a la revista: Tierra de Alguien, aunque en el barrio todos la llaman tda.
Cada edición es distribuida de forma gratuita. A lo sumo piden una colaboración y con esa plata compran las resmas o pintan una bandera, como la que los acompaña a todos lados. Para los primeros dos números ate Rosario y amsafe les hicieron el aguante con todo: con impresiones y papel. Después, se sumó Cacho, un imprentero que leyó la revista y se hizo fan: “Me voló la mente y quise dar una mano”. Desde entonces, él aporta las tapas que se imprimen en papel madera.
Y ahí están nomás circulando los 600 ejemplares que tda imprime con una frecuencia propia. No es semanario, no es un mensuario. “Es un bolario”, dicen ellos con orgullo. “La sacamos cada vez que se nos cantan las bolas”. Lucas explica el porqué: “Lo que pasa en Ludueña pasa en Empalme, en Villa Banana, en Zona Sur y tantos otros barrios más. Entonces, la revista es una excusa para salir a recorrer esos barrios. Por eso cada vez que sacamos un número, lo presentamos. Así nos vamos enredando y encontrando”.
Cambio heridas por murales
Soy Ludueña tiene marcas de pinceles y aerosoles. Murales que visten al barrio y convocan con alegría a la memoria. Hormigas y bicicletas aladas están pintadas sobre el asfalto. Al igual que la última frase que gritó Pocho. No llevan firma, pero todos saben que Arte por Libertad es el responsable de poner colores a Ludueña y sus alrededores.
El grupo se formó en los carnavales del barrio y en los festejos del cumple de Pocho. “Veníamos trabajando en las calles por separado desde 2002 y al juntarnos en Ludueña nos dimos cuenta de que compartimos la forma de trabajar. Estábamos dispuestos a dejar nuestra estética individual por una obra colectiva en la que cualquiera pueda participar. No sé bien cómo se fue dando todo, pero arrancamos a pintar y trabajar constantemente juntos a partir del carnaval de 2008”, relata Guille, uno de los artistas de este grupo de pocheadores que inundan con sus colores cuanta actividad se haga alrededor del Bodegón Cultural. “Si uno siente que los murales tienen una energía especial es porque esa energía está acá, en el barrio. Cuando pintamos siempre antes nos ponemos a conversar con los vecinos, les explicamos por qué queremos hacer eso, para qué nos parece que sirve. Lo que surge, entonces, no es un invento nuestro, sino el resultado de ese intercambio.”
En ese ida y vuelta convertido en obra, en arte, en murga, en música, en revista, está el sabor del guiso de Pocho.
CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
CABA
La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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