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Poder colifato

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Del dolor extraen la lucidez para plantear el estado de las cosas tal como es: simple y terrible. El significado de la locura, la política, la pobreza y la salud. La creación como cura del alma y el humor como terapia. Qué representa el derecho a la palabra. Cómo sostener un proyecto durante más de 18 años luchando contra los estigmas y los prejuicios. Ideas todas que inspiran esta campaña de mu: seamos colifatos. Votemos cotidiamente por este tipo de proyectos que apuestan a la vida.

Poder colifatoHugo López abre sus ojos siempre asombrados, ampliados por sus lentes de lupa, y mueve la mano a un costado de su cabeza como si hubiera una tapa no muy bien enroscada: “Quien más quien menos, todos tienen algún engranaje que no funciona”.
A Federico Fefo Ferrari, que fue chef cinco años en Italia y en Argentina trabajó en restaurantes como Cipriani, Tomo I y Lola, le diagnosticaron esquizofrenia paranoide cuando a raíz del chiste de un diario, comprendió que George Bush invadiría Irak y Afganistán (el chiste decía “estamos seguros de que hay armas secretas, porque no pudimos encontrarlas”). Eso lo tuvo desesperado 20 días sin dormir, tratando de presentar un habeas corpus ante el Ministerio de Justicia.
María del Carmen explica que prefiere usar su nombre artístico, Claudia Alejandra. Su primera depresión ocurrió cuando tuvo a su hijo y su pareja la abandonó. Tiene 68 años. Ni los barbijos porcinos podrían impedir el contagio que genera su sonrisa.
Miguel Angel Miki Boecio cuenta que estuvo en Malvinas, lo hirieron en ambas piernas, los ingleses lo capturaron y lo mandaron a Montevideo. A la vuelta fue a parar a Campo de Mayo, de ahí a una clínica privada y luego directamente al Borda, tour que acaso refleje el comportamiento de la patria con los ciudadanos a los que llama a defenderla. “Yo tengo depresión. Cualquier cosita que me hagan me molesta, me pongo mal. No quiero hablar, me encierro” dice.
Julio Díaz es de una cordialidad de otro planeta: “¿Yo? Esquizofrenia nerviosa, agresiva y suicida. Tuve depresiones, y como nueve tentativas de suicidio. No podía estar en una reunión como ésta, porque podía entender mal algo que vos me dijeras, tomarte a golpes y lastimarte. Era un explosivo andando, vivía muy tensionado. Terminé viviendo en la calle durante tres años y medio. Era yo solo en un mundo, en una burbuja de la que no podía salir”. Los otros colifatos lo escuchan –lo escuchamos– en silencio. Nos están por traer café con leche. Julio agrega: “Y esa burbuja era todo oscuridad”. Hablan del sufrimiento y del dolor con una sinceridad que a la vez llega como un baldazo de inocencia, o posiblemente de…
Fefo rompe mi burbuja: “Es interesante trabajar con ese razonamiento, porque la gente asocia que ante algo tan grave como lo que cuenta Julio, él está enfermo. Pero no, es una persona sana. Quiero llegar a que se puede salir de la locura, con tratamiento o con medicación, según el caso. En mi caso es tratamiento, y hacer La Colifata”.
Para muchos tal vez sea una primicia: se puede salir de la locura. Hugo: “Claro, cada caso es distinto. Yo, por ejemplo, no quería que me pastilleen” sonríe, y lanza una idea que merece ser reflexionada autocríticamente por diversos sectores sociales, organizaciones políticas, empresarias y religiosas, núcleos intelectuales y culturales, grupos mediáticos, fuerzas vivas y ciudadanía en general. “Yo dije: prefiero ser un colifato y no un idiota”.
 
Rap para ir al cielo
La reunión con los colifatos ocurrió en Mu. Punto de Encuentro y de ahí partió la caminata de dos cuadras rumbo a Congreso portando un enorme sillón labrado y abuelístico para hacer las fotos. Claudia propone el sentido del juego: “Esto es una sátira, es divertidísimo”. Había marchas en el centro, unos 50 veteranos de Malvinas se toparon con Miki y terminaron haciéndose fotos con él. Uno de los ex soldados señala el Congreso: “El antro de la incoherencia”. Hay chicos que vienen a pedir monedas. Hugo mira al piso: “Esto es lo que te entristece. Estos pibes deberían estar estudiando, o jugando”. Claudia: “Es que somos híper sensibles, eso nos pone mal” (¿es híper sensibilidad no ignorar lo que ocurre alrededor?). Miki y Julio son los que menos quieren sonreír ante la cámara, por coquetería, pero al final se ríen a carcajadas.
Miki es el presentador decano de Radio La Colifata, desde hace 18 años. La Colifata es demasiadas cosas al mismo tiempo: un programa de radio que se transmite todos los sábados durante la tarde desde el Hospital Neuropsiquiátrico Borda; un proyecto terapéutico basado en el lenguaje y el encuentro con el otro, un medio donde la palabra “comunicación” deja de ser un balbuceo de locutores o teóricos, un proyecto que se propone como objetivo la autonomía de los que lo integran (y las palabras “paciente”, “enfermo”, “interno”, “loco” empiezan a desacomodarse de sus moldes). Conduce el iniciador de La Colifata, el psicólogo Alfredo Olivera, con un equipo de coordinación, manejando a la vez consola, y los micrófonos que van circulando entre las 20 o 30 personas que acuden cada sábado. Todos se sientan en ronda en sillas blancas de plástico en el parque del Borda. Los internos se acercan, participan, algunos se van, vuelven al rato. La mayoría se queda casi todo el programa. Alguien dice al aire: “Esto es un manicomio, pero salís a la calle, ¿y qué es?”.
Por radio no se puede ver, hay que imaginarla: Plumita es una mujer que cada vez que hay música baila como su nombre lo indica. Puede aparecer al micrófono un hombre, el doctor, siempre seguido por una señora con una bolsita. “El problema aquí es el tráfico de órganos. Ayer me vaciaron, me sacaron los dos pulmones, el estómago y el hígado” dice y se va, mientras Arias le pide que dialogue. Luis, un colifato de una lucidez implacable define aquello de “describir y no calificar”: cómo un interno se suicidó días atrás rompiendo una ventana y usando uno de los vidrios como puñal. “Eligió el vidrio, y se arrojó sobre él, se hizo un harakiri perfecto. El problema es que a nadie le importa porque allá (señala hacia la ciudad) ya no hay ciudadanos. Hay televidentes. Y muchas cosas me hacen pensar que aquí en el hospital no necesitamos más médicos: necesitamos fiscales”.
Julio conduce el espacio de entrevistas a los visitantes: los interroga “para ver cómo fue que llegaron y atravesaron los muros para venir a vernos”. Hugo hace La Fogonera, donde canta sus propios temas, o invita a otros músicos. Fefo con Eduardo Colina lee los mensajes y mails que los oyentes envían desde cualquier lugar del mundo en Acuse de recibo. Claudia Alejandra tiene también su espacio de diálogo con los otros colifatos y los visitantes. Luis, Julio, Miki, Fefo, Hugo y Claudia no están actualmente internados, van a los consultorios externos según el caso. Julio va al Clínicas, por ejemplo.
Hugo en su espacio lee una frase para ver si alguien sabe quién la escribió: “La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia. Sin crisis no hay desafío y sin desafío la vida es una mierda, ¡perdón! –sigue Hugo riéndose–, la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay mérito. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, que es la tragedia de no querer luchar por superarse”. Nadie sabe de quién es la frase hasta que Hugo revela que la escribió Albert Einstein, “premio Nobel de Física, genio del siglo xx. Y peronista de la primera hora”. Después dedica a la iglesia católica una especie de rock/rap –o algo mejor todavía– llamado Hay que sufrir, mientras Plumita baila riéndose:
 
Suframos suframos, hasta reventar
suframos suframos para el cielo ganar
no hay que protestar,
no hay que pedir aumento,
no hay que hacer piquetes ni huelga,
hay que bajar la cabeza y
besar la mano a quien nos castigue
gracias a las dictaduras, los agiotistas
gracias a ellos al cielo nos vamos a ir.
Qué lindo que es ser pobre,
quiero tener hambre,
penar y tener dolor.
¡Muera la felicidad!
¡Viva el sufrimiento, carajo!
Lo acompañó un coro de visitantes mexicanos, más una valenciana y una argentina que vive en Italia. Ante la ovación final, Hugo informó: “Soy ateo, gracias a Dios”.
 
¿Qué es ser loco?
Alfredo Olivera tiene 42 años y de muy joven, mediados de los 80, ya andaba por el Borda como voluntario colaborando con Cooperanza (otro emprendimiento pionero en salud mental) con un enorme Westinghouse en el que grababa entrevistas con los internados, sorprendiéndose con cada cosa que escuchaba. “Para mí el loco es un singular, una persona única que por momentos tiene una vivencia de sufrimiento infinito. Donde el dolor es carne, no símbolo. Después podemos decir ‘qué loco’ o pensar que Bush es un loco porque las consecuencias de sus actos dañan al prójimo. O decir que locura es algo que se sale de los cánones. Pero ir al alivio de un sufrimiento no es ‘normalizar’. Negamos categóricamente que quienes vengan sean más normales”. Se propone a quien está leyendo que la palabra normal o sus derivados sean pensadas entre comillas en este texto, y tal vez siempre.
Sigue Alfredo: “La locura es sufrimiento infinito, no es romántica, ni un estado elevado del ser, pero eso no supone que la respuesta sea el castigo, el encierro, la invisibilización de los derechos”. Colifata busca “descapturar” a la gente del dolor y el sufrimiento, dice Alfredo: “No es jugar a la radio ni hacer un entretenimiento ni laborterapia, sino construir un presente que convoque a estar vivos, que encienda la particularidad, la singularidad, porque allí está la dignidad”.
Así se rompen varios moldes. El de la locura como equivalente de la violencia, la peligrosidad y la criminalidad, el que la adorna como poesía, genialidad e inventiva, y el que plantea que se trata de una insensatez permanente: “Si en lugar de hacer eje en la locura, lo hacemos en interrogar lo humano, nos podemos encontrar con otros, generar un acto de comunicación, encuentro, sorpresa, y no desde la piedad ni la lástima”.
 
La toma de inconciencia
Para Olivera, el encuentro con esa diversidad tampoco puede darse desde la trajinada “toma de conciencia” : “Si apelásemos a los medios como plataforma para decirle a la gente cómo conducirse frente a los locos, o sólo y únicamente para reivindicar sus derechos, abarcaríamos parte del problema, pero no la posibilidad de mayor transformación. Porque la gente escucha porque algo de lo que se dice resulta interesante, movilizador. En los 70 se hacían proyectos para la toma de conciencia, pero yo no sé si en realidad no se trata de hacer proyectos para que aparezcan la inconciencia, las preguntas, las dudas”. Inconcientizar sería una apertura a nuevos modos de percibirse, y de percibir la relación con otros. Concientizar supone que el concientizador (cura, rabino, militante, profesor, político, periodista, mafioso, etc.) tiene una serie de conclusiones y saberes que inocula al resto. “Claro, supone una verdad previa, y nosotros no la tenemos. Nos sostenemos en la incertidumbre como motor de producción de espacios de amparo, que permitan gestionar la vida”.
La charla deriva hacia el tema del mercado. “Porque la lógica de mercado demanda que alguien consuma un producto. El fenómeno Colifata podría ser simplemente la mostración de una realidad, puesto en la cresta de la ola, consumido y desechado, como pasa con esos programas que presentan situaciones de sufrimiento humano y marginalidad para que haya un espectador que quede capturado en eso que se torna obsceno y morboso, que funciona como espectáculo a los fines del rating, pero no a los fines de la salud mental”.
Para Olivera el manicomio es una reserva de la simbología social, y eso ha hecho que La Colifata sea escuchada “no por su rareza sino por la originalidad de lo que hace, a partir de la propuesta principal que es tratarnos con respeto”. El respeto no son los modales, sino el reconocimiento del otro. “En el decir de los locos algo de la cultura social emerge de un modo crudo, bestial, inocente. Pero eso que la psiquiatría tradicional y diversas escuelas han planteado como un pensamiento erróneo, nosotros lo vemos casi como una sobrecapacidad involuntaria que se puede utilizar al servicio de la posibilidad del encuentro con el otro, de lograr transformaciones, y de producir salud mental”. Esto último alcanza tanto a los colifatos, como a los que no se consideran de ese modo.
Algunos datos:
Unos 600 pacientes neuropsiquiátricos generalmente con diagnóstico de psicosis, intervienen anualmente en LaColifata. Hay estrategias particularizadas con 70, y un trabajo intensivo con un grupo de aproximadamente 35 de ellos.
La radio ha colaborado con la externación del 35 por ciento de los pacientes que asisten cada año.
Más del 50 por ciento considerado “en tratamiento” por su participación en el proyecto ya no está en situación de internación.
De los que participan y fueron externados en los últimos diez años, sólo el 10 por ciento tuvo que volver a reinsertarse en la institución psiquiátrica. El promedio de reinternación del Borda es del 40 por ciento.
 
Los datos bailan como Plumita frente a las ideas de capturar los terrenos del sur porteño ocupados por hospitales como el Borda, Moyano y el Tobar García, para cocinar allí un boom inmobiliario. “Es preocupante que en nombre de los derechos humanos y la idea de desmanicomialización, se diga que hay que cerrar una institución de atención para desarrollar un polo urbano. Si para desarrollar hay que volver a correr a los pobres, los locos, los sucios y feos, el discurso empieza a ser complicado, por no decir perverso”, sugiere Olivera. “No es una cuestión de edificios, ni de mantener el hospital hegemónico. Lo que hay que plantearse, como lo hacemos con Cooperanza y el Frente de Artistas del Borda, es trabajar para la desmanicomialización pensando que estos hospitales no resguardan los derechos de las personas por cuestiones político-ideológicas, y también por la desidia de sucesivas administraciones. Estamos a favor de la transformación, no del cierre de los hospitales. Y que formen parte de redes de salud. Que no sean un lugar de encierro y castigo, sino que respeten la dignidad de cada persona y permitan proyectos de inclusión económica y socialización. Algo que logró La Colifata es que personas que eran consideradas desechos, ahora son sujetos. Con la salud mental a gran escala pasa algo similar. Podemos trabajar en sentido contrario al despojo humano”.
Hugo me lo planteó de otro modo: “La sociedad que menos locos tiene es la que permite mayor dignidad de vida. Es mejor lograr dignidad, que construir cárceles y manicomios”. En uno de los últimos recitales de Manu Chao en Buenos aires, Hugo y Fefo subieron al escenario, y Hugo tomó la guitarra para cantar su Rock de la desmanicomialización. Toca todo en el mismo tono –mi– y sin embargo logra una expresividad sorprendente. Cantó:
 
Electroshock no nos van a dar
los inmorales no nos van a igualar
con psicofármacos
no nos van a intoxicar
y al manicomio del mundo
lo vamos a cambiar.
 
Antes de empezar el rock dio a conocer una novedad ante las 30.000 personas que lo escuchaban: “Sólo estaremos muertos si renunciamos a la esperanza”.
 
¿Qué es la política?
Vuelta a la merienda. Otro café con leche.
Miki: La política no es una política para el que lo necesita, sino para el que no lo necesita. El que viene de abajo llega arriba y no mira más para abajo. Así no sirve. Hay que mirar para todos lados.
Claudia Alejandra: Me encanta la política y no la politiquería a la que nos acostumbraron a los argentinos.
Julio: La política debería ser para la gente que tiene problemas en serio, que no tiene vivienda o lugares donde trabajar. Nunca me ayudó en nada. Me ayudaron mis compañeros de la radio. A los políticos se les presenta la torta, y se la comen solos. No me interesa la política. La odio.
Fefo: Para los ciudadanos normales se reduce a votar cada cuatro años, y así legitimar un proceso en el cual nadie participa para nada. Los pacientes mentales ni eso, ni votamos. Pero los locos son personas con muchos ideales. Hay verdadera política en los locos, verdadero significado.
¿Qué ideales?
Fefo: La locura fomenta la libertad de expresión, la libertad de pensamiento, la paz, el fin del hambre, el trabajo, el amor. Pero al loco no se lo escucha pese a que está diciendo cuál es la verdadera política.
Julio: Los gobiernos no te ayudan a revivir la autoestima, ni solucionan los problemas. Lo comprobé cuando estuve tres años viviendo en la calle, donde te ofrecen de todo, lo malo. Prostitución, droga, vender droga. Me lo ofrecieron y dije que no, a pesar de que mi cabeza estaba dada vuelta. Pude tener una pistola para asaltar, y no lo hice. Lo que me ayudó a progresar no fue el gobierno ni la política, fue la radio.
¿Qué es progresar?
Julio: Aprender a pedir ayuda. Salir de esa burbuja. Ahora estoy bien con tratamiento psiquiátrico y tomando los medicamentos que necesito de por vida porque son los que me mantienen en una estabilidad.
¿Qué rol juega la voluntad para salir de la burbuja y conectarse?
Fefo: Indispensable. No hay paciente que se cure sin querer curarse. Si no, los psiquiatras serían genios, y están más cerca de ser fracasados que genios.
Hugo: Yo no te conté que mi enfermedad empezó en la niñez, éramos muy pobres, vivíamos adentro de una pieza el padre, la madre, los hijos. Como ahora. El chico ve cosas que no se pueden ver ni se pueden hacer entender. Antes era inquilinato, ahora es la villa. Pero en ese tiempo se comía, el alimento no era tan caro. Si el cerebro fue bien alimentado, te das cuenta de todas tus miserias. Si no fue bien alimentado, quedás idiota. Yo me daba cuenta, y la tristeza, la miseria, todos esos recuerdos se van acumulando en la mente y si no largás afuera toda la porquería, llega un momento en que te estalla. Pero yo creo que la enfermedad en un sentido me salvó, porque en los años 70 era como que yo estaba en otro lado y si hubiera estado más consciente, capaz que hubiese desaparecido porque no se podía hablar ni decir nada. Igual, en mi locura, yo analizaba que los montoneros y todos los demás no podían triunfar por la fuerza, porque la gente no estaba a favor de eso. Y si no tenés a la gente, ¿qué lucha armada vas a hacer? No va. La lucha tiene que ser a través del cerebro.
Fefo: Ahí está lo que te digo de los ideales de los locos.
Hugo: Si el hombre tuviera cubierta su educación, alimentación, vivienda, salud, el mundo sería distinto. Pero todo te lo hacen comercio. Están los que quedan idiotas por mala alimentación. Y otros son idiotas por exceso de codicia. Y los idiotas convienen, porque un pueblo idiota se gobierna mejor que uno inteligente. Los gobiernos le tienen miedo a la inteligencia. A lo que hay que tenerle miedo es a la estupidez.
Miki: Y también te hacés loco por la droga, el alcohol, las perversidades que te dicen, o puede ser culpa de los padres. O del sufrimiento. Yo a un chico le diría que no ande con gente que no vale la pena. Y diría: peleá por tus derechos, de esa forma vas a salir de la locura.
Claudia: Pelear por tus derechos es política. Los que están adentro del Congreso andan todos encerrados para no contagiarse. A la noche el colifato descansa bien, porque no hizo ningún mal. El político ve un grillo y saca el arma, porque no tiene limpia la conciencia.
Hugo: La política no tiene nada que ver con los políticos. Para mí es el arte de gobernar para la felicidad. Que sean servidores, que es un alto honor. Pero no quiero criticarlos, me gustaría que el cerebro se les ilumine con sabiduría, y bondad, y sentimientos. Ahora vienen las elecciones, y no sé si es peor el remedio que la enfermedad. No doy nombres, todos me entienden. Un refrán dice que los políticos si no conocen o viven las necesidades de su pueblo, no pueden solucionarlas. Y otro dice que la caridad y la limosna son dos virtudes que necesitan de la injusticia. Sin injusticia, no necesitás la limosna. Puede ser un calmante, pero hay que salir de eso que nunca sirvió en la historia. Y mirá que soy viejo.
¿Edad?
75.
Parecés mucho más joven.
No te creas, tengo arrugas en el estómago, patas de gallo en los pulmones, y canas en el páncreas.
 
Un día en la radio
Sábado en La Colifata. Se presentan las visitas, el tono es distendido, pero se enciende un debate cuando Luis relata lo del interno que se suicidó con lo que él llama “el harakiri perfecto”. Luis trabajó en una empresa de mantenimiento, hace cinco años fue internado, ahora vive afuera y concurre a los consultorios externos. “La Colifata no tendría que ser el caramelo o el alfajor de los días sábados, hay que generar la denuncia pero no por el panfleto, sino por la descripción de la realidad. El paciente del Borda es un desbordado por una sociedad bárbara, donde sea en democracia o en dictadura, el patrón económico que el sistema defiende es el mismo, uno que convierte al ser humano en una porquería, como pasa en el servicio 30”. Mario, presentador colifato, le contesta: “Soy ex paciente por un abuso de drogas y me recuperé, pero el servicio 30 es cerrado porque recibe a pacientes con una crisis muy profunda, muy alterados. Es cierto que hay carencias, pero los que los despojan de sus cosas no son los médicos ni enfermeros, sino los otros pacientes”. Luis: “Es verdad y comprensible lo que decís, pero no podés poner a una persona traumatizada en un lugar traumatizante, porque lo que hacés es sumarle angustia”.
Luego dijo: “Muchachos, si hacemos una fiesta en medio del dolor, si lo banalizamos, podemos terminar formando parte de la trampa. Estamos en medio del desastre. Esto es el pozo de la vergüenza, una picadora de carne para intereses de laboratorios, de políticos y de negocios”.
Hugo pidió el micrófono: “Acá no banalizamos el dolor. Esta sociedad se transformó en puro comercio, en un inmenso manicomio. Y en este lugar nadie te viene a dar una mano para salir del laberinto. Pero aquí hacemos lo que hacemos con alegría, porque para transformar las cosas la tristeza no sirve, ningún cambio se produce con la tristeza”.
Plumita: “No estás solo Luis, yo comparto mucho de lo que decís. Pero lo que hace Hugo es ironía, y a mucha gente la mataron por usar ironía para decir verdades, como él hace. Somos todos notas diferentes en una música”. Olivera le propuso a Luis hacer su propio programa. “No quiero, me parece que el ego es una inmadurez de la inteligencia. Lo que aclaro es que hablaba del dolor extremo. Y crónico. Que en esta sociedad tantas veces además es gratuito”. Propongo no oponer estos argumentos, buscar un “ganador”, sino percibir la riqueza de la conversación, y el modo en que cada idea se potencia con la otra.
Vuelve la música, Plumita baila, Hugo invita a Laura, una de las coordinadoras. Luis se acerca y me dice: “El periodismo tiene que salir del panfleto. Tiene que ir a la inteligencia. El panfleto y la estupidez son faltas de respeto a la capacidad de las personas”.
 
Autoestima unisex
Olivera sostiene que uno de los objetivos del proyecto es desarrollar la autonomía de los colifatos. ¿Qué significa eso? “Es complicado, pero creo que no se trata de valerse por uno mismo solamente. Somos seres sociales. En todo caso la autonomía es gestionar la relación con los otros”. Por lo tanto no es aislamiento, sino la posibilidad contraria. “Claro, y que en cuestiones como alimentarse, dormir, transitar, puedan desarrollar esa autonomía pero nunca por fuera de la capacidad de gestión de las relaciones humanas. Que puedan encontrar en sus ideas, su palabra y sus actos, decisiones que les permitan vivir de modo más placentero, más feliz, menos sufriente, menos capturado, menos repetitivo, menos estereotipado”. O sea, menos alienado. Resulta casi un programa de vida (y por eso mismo, político en el sentido colifato del término), para cualquiera que no sea huésped del neuropsiquiátrico: así entendida, la autonomía es una forma de libertad puesta en práctica.
¿Y cómo lo ven los colifatos? Fefo: “La autonomía es económica, pero no sólo por el dinero. Trabajar te da autoestima, y es un medio para estar sano. ¿Sabés cuántos locos podrían, por ejemplo, vender boletos en el subte o hacer montones de trabajos?”. Julio: “Para mí, es sentirnos útiles y no inútiles como nos hace creer la sociedad. Pensar que no servís para nada, como me pasa a veces, que tengo 41 años y no consigo trabajo. No me dan la posibilidad. Me siento ahora útil conversando aquí, contando lo que nos pasa. Y habiendo entrado a un neuropsiquiátrico, pero habiendo podido salir”. Hugo hace una pregunta descomunal: “El manicomio está lleno de pobres locos, y de locos pobres. Se puede salir de la locura, pero, ¿cómo salís de la pobreza?”
Claudia Alejandra vive sola en un hotel, plancha, vende lencería unisex, repasadores y manoplas. “Y tomo mis remedios puntualmente. Yo dije: tengo que moverme, no quiero ser una carga para nadie. Yo tengo que poder”.
Hugo sintió que también podía tras una de sus internaciones, donde lo obligaron a tomar pastillas. Luego pudo hablar con un psiquiatra menos carcelario. “Me puso alienación mental en el informe, y yo me enojé. No soy alienado. El tipo se rió y puso ‘excitación psicomotriz’. Y me dijo: que sea la última vez que te diagnosticás vos mismo, el psiquiatra soy yo. Porque así como muchos de los muchachos necesitan la pastilla, en otros casos te deja feliz, pero pelotudo. Y pasa con mucha gente que no es colifata pero vive llenándose de pastillas. Lo que pasa es que la ciudad enloquece”.
Regresa el tema del sufrimiento. Hugo: “Es indescriptible el sufrimiento durante la crisis. Y los médicos no saben qué hacer. A uno le pregunté: ¿qué tengo? Y me dijo: si yo supiera lo que tenés me hacen un altar en la iglesia del Pilar”.
 
Colifata, Manu, Coppola y Sony
El proyecto colifato nunca tuvo lo económico como eje, y durante muchos años no contó con otros recursos que los del entusiasmo y la pasión. Cada tanto han surgido colaboraciones tan diversas como las del escritor Pedro Saborido (coautor de Peter Capusotto y sus videos), el Taller Escuela Agencia (tea) que donó equipos, el ex futbolista Oscar Ruggeri que aportó a la construcción de la casilla donde guardan los equipos y hacen los programas los días de lluvia (por mencionar los nombres que surgieron de las charlas). La relación con el cantante Manu Chao ya es permanente desde 2002; ha incluido fragmentos del programa en alguno de sus discos, realizó talleres en el Borda, y los colifatos suelen presentar sus shows en Argentina, entre otras actividades conjuntas. Actualmente hay otro disco de Manu Chao en marcha, en alianza con los colifatos, que intervendrán en el diseño de la tapa. En 2008 se realizó una publicidad en España de un agua mineral (Aquarius) con los colifatos como protagonistas. También Francis Ford Coppola, en su paso por Argentina, visitó la radio y terminó filmando escenas con parte del grupo (lo cual implicó un aporte de 300 dólares per cápita). La experiencia del aviso español amplió la visibilidad de La Colifata en ese país y motorizó el acercamiento de la discográfica Sony que propuso que los colifatos intervinieran en el dvd del grupo de rock El canto del loco (en este caso, el aporte para cada colifato fue de 1.200 pesos, según cuenta Claudia Alejandra). ¿En qué medida el mercado, las multinacionales, la publicidad, pueden representar un riesgo o un uso puramente instrumental del proyecto? Olivera ha pensado largamente el tema: “Sería mucho más fácil en términos de pureza química ubicarnos en un lugar y no movernos de ahí, pero vivimos en un mundo capitalista con lógicas de mercado y nos importa tratar de proponer transformaciones micropolíticas mediante vehículos diferentes. El público de Manu Chao ya quiere la causa, la conoce, la apoya. Lo de Sony permite llegar de modo masivo a jóvenes de España y Latinoamérica. Claro que hay riesgos, que una práctica que se convierta en muy masiva se vacíe de valores y significación. Lo de la publicidad generó que la mayor cantidad de visitas a la página web colifata provenga de España. Pero, ¿de qué nos sirve ser famosos entre comillas, si no asociamos ese alto grado de visibilidad al desarrollo de valores en los cuales creemos? Ahora estamos desarrollando La Colifata como marca en España, para asociarla a proyectos productivos de grupos vulnerables, minorías, inmigrantes, mujeres golpeadas”.
Olivera no da el tema por cerrado: “Podemos equivocarnos, o la podemos pegar. Lo de Sony permitirá que cada persona que quiera ver el dvd escuche antes un mensaje de 30 segundos de los colifatos. Eso a nivel de comunicación, y como recurso económico le dio un trabajo a un colectivo de personas y permite financiar un poquito, no demasiado, las actividades de la radio. Además Sony va a producir masivamente material de La Colifata que permitirá alianzas con otros proyectos de salud mental para que resulte un medio de inclusión económica para más personas”. En el fondo del problema palpita lo que debería resultar obvio: “Mucha gente se desborda, se desequilibra, se brota, porque su situación de vulnerabilidad económica lo termina desestabilizando. Si tenemos visibilidad, hay que hacer algo con eso. Se tiene que transformar en una fuente de ingresos y proyectos mientras ideamos modos de sustento para estos colectivos que tienen tantas dificultades en ser incluidos”.
 
Secretos en reunión
Cuando entró hace cuatro años a La Colifata, Hugo no tenía casi coordinación. “No podía ni hablar” dice este hombre que hoy es un comunicador excepcional. “Y si quería clavar un clavo no podía ni agarrar el martillo”. Hoy cree que en este sistema se pueden hacer cambios, “pero ya se sabe que esto estalló. Sería bueno que se junten hombres sabios, artistas, locos, gente buena, y que propongan un sistema político, filosófico y social que cambie este modo de vivir que no da para más”. A quienes se propongan semejante merienda se les sugiere no olvidar a estos comensales. Sobre la desmanicomialización, la idea de Fefo es lograr que el Borda deje de ser lo que llama “un sistema carcelario”. Hugo dice que los médicos trabajan tanto y en tantos lugares que ni saben cómo se llaman los pacientes. “Y encima se mueren jóvenes. Los que llegan a viejos y no se mueren casi nunca son los obispos”. Propone, además “que nos pregunten qué hacer con el hospital, porque podría instalarse un sistema humano de tratamiento, un centro de cultura, ciencia, arte y salud, un ejemplo de vida y no un shopping, o un Puerto Madero”.
Cree también que una transformación fuerte se debió a la propia actividad –¿excitación psicomotriz?– de los colifatos: “Pusimos la cara. Salimos. Está bien, tengo delirios, tengo cosas. Pero, ¿ven que queremos otra manera de vivir, que se puede salir de esto, que se puede tratar de hacer que nadie caiga en este sufrimiento? Es medicina preventiva: no queremos que ningún joven o viejo caiga en el sufrimiento. Cuando empecé a aparecer con estas cosas, en el barrio reaccionaron bien. Yo creía que iban a decir: ahí viene el viejo loco. Pero no, los vecinos me besaban, me abrazaban, te vi en televisión”. Se ríe: “La gente es medio cholula, ¿viste?”.
Fefo aporta como ingredientes de una receta algunos secretos para comprender esta experiencia. “Uno es que el loco tiene más elementos positivos que lo que la sociedad piensa. Otro es La Colifata, que da un marco para que afloren tus posibilidades. La salud mental es el surgimiento de los recursos naturales de la personalidad. La locura no se borra, queda siempre, pero la persona tiene recursos que, si logran salir, permiten que se cure”. Claudia agrega que el grupo les funcionó como un jardín de infantes para adultos, “donde empezamos a caminar otra vez conociéndonos y queriéndonos”. “También podemos odiarnos cada tanto, pero podemos seguir juntos” suma Fefo, quien cree que haber salido del sufrimiento “es algo que hace que los elementos positivos de la persona afloren exponencialmente”. Hugo simplifica el trámite: “Poder expresarse sin temor, sin ofender, decir lo que uno cree que se puede transformar, te da la posibilidad de salir de la angustia, y aportar algo para que las cosas mejoren. Puedo decir: ´algo hice´. Eso te hace sentir que estás vivo”. Fefo: “Y yo creo que la charla podría ir terminando”. Estoy por apagar el grabador –ya extrañando la generosidad y la lucidez, y la falta de hipocresía y romanticismo, y la sinceridad con la que me hablaron– cuando Hugo abre los ojos y alcanza a proponer cerca del micrófono, con voz impostada de candidato, lo siguiente: “Frente al pesimismo de la razón, y de toda la porquería que pasa, proponemos el optimismo de… ¿cómo era? Ma sí: proponemos el optimismo colifato”.

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