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Utopías a caballo

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Crónicas el más acá

U n domingo en el África Sur es extraño siempre. Viajan algunos que no son y los que son no viajan y, por supuesto, algún desubicado… como Yo.
Disfruto las ventajas del confort que ofrece el ferrocarril Roca y cual burgués agrandado bajo a nuestro pomposo subte línea C y hago la combinación a la paqueta Palermo… y entonces empezaron algunas dudas, a saber: ¿por qué la línea C es una Línea de Mierda y la D es La Coqueta, ¿eh?
Sospechando las respuestas subo, camino, llego.
Y ahí estan.
Ellos.
Campo Argentino de Polo. Final Copa de las Naciones. Argentina–Brasil. En la ventanilla, mientras espero para sacar entrada (25 criollos), voces de gringos por todas partes, rubios, amables, preguntones y que se cuelan con el mejor desparpajo pampeano, la puta que los parió a todos.
Entro y una hermosa ¿morocha? me da una revista que vuela sin chistar a mi mochila. Enseguida, los vi de lejos. Parecían gente común. Incluso gente normal.
Ellos.
Miro distraídamente hacia el fondo y veo una pequeña aglomeración. Escucho el sonido de una banda de música. Las notas me dicen que el tema es un gigoló de David Lee Roth. Me arrimo y los que tocan son… ¡la banda de Granaderos a Caballo!… El Billiken me engañó, maldición… Los miro atentamente y otro golpe a mi representación patriótica: la mayoría de los muchachos son morochos, petisos, rechonchos, posiblemente parecidos a los granaderos que lucharon con Don José y lejos, muy lejos del careteo de la milicada cuando existía la colimba. Igual, empiezo a enojarme con mi Maestra de quinto grado. Ella también me engañó.
Me separo algo confundido y empiezo a caminar entre Ellos. Sí, por supuesto que sí: mucha silicona y botox pero por sobre todas las cosas, empilche extraordinariamente caro (sacos que valen seis meses de mi sueldo) y una soltura notable, un andar con copas de cristal en la mano y la charla descuidada y el acento arrastrado y la pose naturalizada y todas las marcas y todos los gestos y todas las miradas y la puta que los parió.
Ellos en su territorio, sin dar ni pedir explicaciones. Ellos en su living. Ellos en su casa. ¿Nosotros?… No tengo la menor idea, pero miro hacia un cañoncito que no funciona y empiezo a lamentar que no pueda hacerlo.
Hay puestos de consumo pa´ lo que venga. Uno es de la Asociación Cooperadora del Hospital Militar… ¡¡¡Brrrrr!!! No le compro ni garrapiñada, vea. Otro puesto es de alpi, la legendaria alpi, pero el detalle es que al lado hay otro conchetísimo que se llama… ¡chan!… ¡¡¡alpi chico!!! No lo puedo creer… ¿Qué me quieren decir con alpi chico? Prefiero no hacer chistes.
La Banda de Granaderos ejecuta a Gloria, de Gloria Stefan, pero ya nada me sorprende. Falta que toque la marcha de San Lorenzo en ritmo cumbia y estamos hechos… Maldito Manual del Alumno Bonaerense… ¡¡¡aaaaahhhhh!!!
Después, un partido de polo que no vi hasta el final (me aburrí y tenía frío) y una charla distendida con un par de chicos (10 años) que parecían normales y que tal vez sean los que caguen a mi hijo en el futuro. Y a otros hijos. Se me ocurre la idea de tirarlos por la tribuna a fin de evitar males futuros (aquello de matarlos de chiquitos), pero mi impresentable vena humanista me detiene.
Vuelvo en el Roca con cierto aire de descontento porque el paseo me parece una pedorrada y me acuerdo de la revista que me dieron a la entrada. La hojeo. Polo Live. Promete. Papel lujoso y encuadernación ídem. Y entonces, la luz, la salvación, el Nirvana.
En la primera página, completita, la foto de una señora muy mayor. Me informo que es la mamá de Adolfo Cambiasso, el Top Ten de los polistas. La señora se llama Martina de Estrada Laínez.
Doña Martina no se priva de nada. Ante la incisiva y apremiante pregunta de la periodista (“¿Cómo ve esto de la popularidad del polo?”) dispara sin pudor y con sesuda verba sociológica: “Bueno, es obra de él, porque Adolfito se crió sin clases sociales, no había problemas en ese sentido. Yo no tolero las clases sociales, porque el problema de ellas originó resentimientos a la Argentina y gran parte del freno argentino es el resentimiento. No podemos estar divididos. En lo personal, el señor de la Sociedad Rural es igual a cualquiera de nosotros y yo adoro a todos los de la Mesa de Enlace”.
Ante tan impresionante despliegue de erudición y equilibrio, la periodista, emocionada le dice: “Escuchándola hablar veo la influencia suya en Adolfito de hacer un polo para todos…”.
Doña Martina no se deja perturbar por la confusión de la periodista y, con elegancia y donaire, remata: “En realidad, el polo es para todos, la diferencia social no existe. Él saca a chicos de la calle y los hace jugar al polo. Todo el mundo puede practicar este deporte, inclusive en mi casa. (…) Es totalmente ecológico y sano, es la mejor droga para que un chico no caiga precisamente en ese terrible flagelo. Entonces, si eso se pudiera hacer como él quiere, y lo está logrando, que sea en Argentina que es lo que más quiere en el mundo. Que vengan todos a nuestro país y que ganen plata, pero todos.”
¡Y yo que me comí seis años de universidad!
Qué pelotudo…
Para Ellos, la utopía es eso: un campito de polo.

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Poder colifato

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Recetas con corazón

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La fábrica de locura

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