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El arte como pancarta

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Florencia Vespignani. En su libro Gráfica Política reúne sus dos pasiones: la militancia y el arte. Imágenes que primero fueron murales o panfletos y ahora trazan otro recorrido.

El arte como pancartaCuesta –cómo cuesta– imaginarse a Florencia encapuchada, esquivando balazos, ahí, en la calle que arde, jugándose la vida en una guerra civil atravesada por la modernidad: eso de piqueteros contra policías. Creo que nadie, al verla, podría sospechar que su sonrisa casi maternal, su presencia tan medida, mutaran en un espíritu de rabia incontrolable. Puede aumentar el desconcierto si decimos que Florencia Vespignani no sólo es parte del Frente Popular Darío Santillán, sino que es también artista plástica. Y que está por publicar un libro. Sus dibujos comenzaron a tomar temperatura y moldearse dentro del horno de esa Argentina en crisis de 2001 y reflejan, en gran medida, sus vivencias, también sus exigencias; es delicado encontrar el límite entre ellas, parecen estar marcadas por la misma huella.
Sus imágenes se reprodujeron y se siguen reproduciendo en panfletos, esténciles, en banderas; llegaron, incluso, hasta la tapa de Le Monde Diplomatique. Varios puños en alto, una multitud en plan de protesta, alguna goma a puro fuego, mujeres amasando, tejiendo, la olla popular, el barrio: temas que se reúnen gráficamente tras años de acompañar un movimiento de trabajadores desocupados en Lanús y Avellaneda. “El libro, que se llama Gráfica Política, de alguna manera es un intento por volver a transmitirlo. Representa un lugar más, un formato más, pero que nos permitió al juntarlo, condensarlo. Y también intentar que por esta vía le llegue a otra gente” explica Florencia, aportándole ese peso a la publicación.
Me intrigaba desde el inicio de la charla conocer cómo habían sido sus comienzos, cómo había gestado esa mixtura del arte y la construcción popular. Y me aclara: “En la secundaria iba a marchas con mis compañeros. Me acuerdo de la primera vez que mi papá me contó quién era el Che Guevara. A mí me mueve la situación injusta social, tanta desigualdad, gente que no tuviera un mango, eso siempre fue lo que más me motivó. De hecho, tuve contradicciones cuando estudiaba Bellas Artes, porque la educación que recibimos con respecto al arte es bastante individualista y eso genera problemas. Y bueno: ahí fui decidiendo. Me metí más a fondo a militar en organizaciones sociales y políticas. Tuve un tiempo de decir ‘me tengo que dedicar a otra cosa’, porque no se me juntaban las dos vocaciones. Y costó, costó, costó, pero creo que ahora hay un equilibrio. Con el tiempo y el proceso de donde militaba, finalmente yo creo que se dio eso.” Las últimas páginas del libro son testigos de esa dificultad de combinar –al menos expresamente– la militancia y el arte. Allí se recogen otros motivos, más personales, introspectivos, de una sensibilidad y plasticidad impactantes. Dice Florencia: “A ese capítulo le pusimos la frase ‘lo privado es político’ como aportando ese vínculo: que las cosas personales son también políticas y vienen de algún lugar. Hay en ese capítulo algunas cosas que son más simbólicas, que es lo que yo hacía antes, series de encerrados, interiores del cuerpo, de órganos.”
 
El trayecto
Habla, muchas veces, en plural, como pieza de un artefacto en el que ella cumple su humilde papel para que todo logre seguir marchando. En su vida diaria, se nota, es partícipe de un proyecto común, de una organización popular. Un ejemplo inmejorable: “Para llegar al mtd empecé a ir a La Boca, me reencontré con un amigo… teníamos un comedor, ayudábamos a los chicos con la tarea. Me mudé ahí y ya juntos (con Pablo, su pareja) decidimos. Estuvimos buscando rumbos, y finalmente caímos en Avellaneda, en el límite con Lanús. Me mudé ahí hace 11 años. Primero decidimos dónde militar y después nos mudamos.”
Su historia está marcada por la represión del 26 de Junio de 2002 en la que fueron asesinados Darío Santillán y Maximiliano Kosteki: “La vivencia que nosotros tuvimos ese 26 que nos cagaron a tiros, ningún libro te la da. Lo podés explicar, pero esa vivencia fuerte, de que te están matando por estar reclamando algo básico, algo justo, algo mínimo, si se quiere. Porque la verdad era esa: nos cagaron a tiros sin ningún escrúpulo. Esas experiencias no necesariamente son algo racional. Para poder expresar eso, el arte me parece que juega un rol importante, expresivo.”
En lo personal, Florencia era amiga de Darío: él estaba viviendo en su casa y tenían una relación de afecto importante. Recuerda la angustia del momento, la perplejidad, y en seguida, narra una cuestión de tratamiento informativa, de sutilezas mediáticas: “Al otro día sale la foto en la tapa de Clarín con el título ‘La crisis se cobró dos muertos’. Pero la crisis no es nadie y para nosotros estaba claro que había habido un asesinato. Nosotros estábamos en el velorio de Darío, mirando ese diario que mostraba la foto de Darío, medio borraneada y decíamos: ‘si había un periodista sacando fotos tiene que estar toda la secuencia.” No dice más, Florencia, porque no está hablando de lo que pasó cuando salió a luz la verdad, sino de lo que ella sintió ante ese intento de ocultamiento.
Luego me explica porqué concentran lo mismo –o más– los sentimientos que se disuelven en una obra de arte –y que ella vivió en carne propia– que lo puede aportar una definición de matriz política o social. “Para mí es muy importante poder unir una vocación militante, con lo que también me gusta hacer, que es pintar. Me parece que el arte es parte de la vida de las personas, es una forma más de expresar ideas y sentimientos. No es ni la única ni la mejor, pero tiene que estar presente en los lugares de lucha.” Cuando recuerda los episodios de ese día se anima a una explicación del porqué de tanta violencia concentrada hacia ellos: “Los sectores de poder se tenían que reacomodar después de lo del 19 y 20 de diciembre. Yo creo que éramos una molestia, una molestia muy grande, hasta por una cuestión de clase. Los compañeros del movimiento son lo más marginal del conurbano y que se te pongan firme, y se te paren de manos como nos paramos nosotros, eso fue muy osado. En el conurbano hay veces que sentíamos que hacíamos lo que queríamos, al tomar un puente, cortar la autopista y los tipos venían al pie y nos preguntaban ‘¿qué necesitan?’. Nosotros ganábamos un montón de cosas y eso nos daba una tremenda fortaleza. Ganábamos planes, mercaderías, lo que los compañeros necesitaban, lo conseguíamos.” A mí me sorprende escucharla por primera vez en un tono valiente de la que no la creía capaz, casi altanero; me atrapa descubrirla regodeándose en sus conquistas. Al principio no comprendo cómo pueden pactar con los sectores que abominan; a continuación me avergüenzo y pienso en la necesidad que los abruma. Unas horas después vuelvo a confundirme.
 
La belleza y la tragedia
En el libro, trazando el camino junto a los dibujos, hay textos de compañeros de Florencia, de trabajadores sociales, de poetas y también de otros artistas. Algunos hablan de la importancia del arte popular en el cambio social, del arte en movimiento, otros son simples muestras de cariño hacia la artista. En uno de ellos, Vicente Zito Lema se pregunta: “¿cómo pueden la belleza y la tragedia dormir en la misma cama?” Acompañando el texto aparece uno de los dibujos más impactantes, titulado “Mano con Mano”, en el que se ve a Darío en el suelo, quizás ya víctima, quizás moribundo. Un compañero le toma la mano –esas manos que se unen son tan grandes– y por detrás, brota una columna de personas ensambladas por los brazos, armadas, en una situación ambigua: los rostros tienen un leve acento de angustia, pero los cuerpos se muestran bravos. Alguna vez escuché a alguien decir que la tragedia era lo justo enfrentado con lo injusto y en ese momento –leyendo la pregunta de Lema por primera vez– se me ocurrió pensar que la tragedia allí no existía, no encajaba. Que aquello fue, sin más, una masacre desaforada. Todo –pensé– parece relacionarse con el desamparo, la injusticia, con el olvido crónico de un país que siempre estuvo en llamas, un país que siempre se ocultó –o fue ocultado– bajo un relato prostituido. Durante el 2001, y en el transcurso de los meses siguientes, la historia se hizo temiblemente visible. Lo marginal salió a la calle, y eso siempre aterra; luego viene la represión, la sanción por haberse revelado. Ahora todo parece haberse disimulado nuevamente en esa ficción insostenible: el molinete al silencio. Un poco más tarde, más sensato, creí que la pregunta adecuada era comprender qué es lo que obliga a que la belleza y la injusticia respiren juntas en una misma persona. No pasaron más de diez segundos para volver a confundirme. Florencia, me parece, trata de develar una parte del relato que muchas veces queda marginado. Nos arroja vía imágenes su manera de vivir e interpretar el presente, su práctica diaria, su lucha; sus esperanzas y sus alegrías. El libro aclara lo que resta.

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